Reflexión en torno a la crueldad Cecilia Rodríguez Plasencia♣ Durante una conferencia pronunciada en la Sorbona a mediados de julio de 2000, El filósofo Jaques Derrida, afirmó que el psicoanálisis es el único discurso que podría reivindicar hoy el tema de la crueldad, mediante una reflexión que no la despoje de sentido. Es imperativo el encuentro de la crueldad frente a la ética, la teología, la política, el derecho y otros discursos; sin embargo, el psicoanálisis es el único que puede enfrentarse a la crueldad desde una postura neutra, “sin coartada”, en la búsqueda de explicaciones a una característica irreductible de la condición humana.1 En los últimos años, a través de los medios de comunicación, todos hemos sido testigos de primera mano de la crueldad y el sufrimiento inherentes a situaciones de guerra. No solamente hemos atestiguado la violencia que ha llevado a la muerte a millares de personas, sino que recientemente hemos podido ver directamente el horror de la crueldad manifiesta en la tortura, mediante imágenes que mostraron la denigración, maltrato, humillación y mutilación de la que han sido objeto muchos prisioneros en Irak. Los medios de comunicación actuales nos han puesto delante de imágenes que hace algunos años, la mayoría ♣ Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Mexicana Miembro del Grupo Guadalajara de Psicoterapia Psicoanalítica de la gente solo podía imaginar. Estas imágenes han sido denuncia de hechos que con seguridad se han repetido una y mil veces en otros lugares y en otros contextos, cubiertos por el velo del silencio. Por otra parte, además de las terribles escenas están, como siempre, los relatos de historias de matanza, saqueo, destrucción y exterminio, perpetradas una y otra vez bajo distintas banderas, distintos credos y distintas ideologías que pretenden justificarlas, o bien, simplemente como expresión de la barbarie, que parece ser parte de la condición humana. Dar respuesta al porqué de la crueldad, es algo que rebasa los límites de este trabajo, sin embargo es inevitable un cuestionamiento acerca de aquello que toca la parte más obscura de la naturaleza humana. La primera pregunta es la misma que hizo Einstein a Freud en 1932.2 ¿Por qué la guerra? De ahí siguen otras preguntas a partir de ciertas manifestaciones de crueldad, que si bien encontramos en distintos contextos, en está reflexión quisiera plantearlos desde el escenario de la guerra, teniendo en mente la de Estados Unidos contra Irak. Esta reflexión abarca entonces la guerra, la crueldad erotizada del sadismo y la crueldad ligada a la dehumanización. Cuando Einstein cuestionó a Freud sobre las razones de la guerra, la respuesta de éste al científico incluía una breve descripción de su teoría sobre los instintos de vida, Eros y los de destrucción, Tánatos o instintos de muerte. La teoría de la pulsión de muerte había venido a dar un giro vertiginoso a los 1 Jaques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2001. 2 Sigmund Freud “El porqué de la guerra” en Obras Completas,Biblioteca Nueva, Madrid,1981 postulados sostenidos por Freud hasta antes de 1920, fecha en que publicó el célebre ensayo “Más allá del principio del placer". Se trató de un giro que afectó primeramente al discurso psicoanalítico y luego a la interpretación de todos los signos constitutivos de la semántica del deseo, hasta llegar a la noción de cultura. La concepción de la teoría de la pulsión de muerte, respondió a la necesidad de dar una respuesta a diversos problemas clínicos que evidenciaban el hecho de que el paciente en ocasiones parece aferrarse a su enfermedad y evitar la curación, como si prefiriera continuar un estado de guerra interna. Pero, además de la experiencia clínica, indudablemente la reflexión de Freud estuvo influida por los padecimientos de la Primera Guerra Mundial. Ciertamente hay una diferencia abismal entre el masoquismo de la reacción terapéutica negativa de un individuo y la destrucción que amenaza con la desaparición de la especie humana, pero en ambos casos, la búsqueda de explicaciones ha llevado a planteamientos tanto interesantes como necesarios. La teoría de la pulsión de muerte ha sido muy debatida y ha encontrado muchos detractores entre los psicoanalistas. En pocas palabras, lo que Freud planteó fué que los instintos humanos son de dos categorías: los que tienden a unir y conservar, llamados Eros, o sexuales, y los que tienden a la muerte, es decir, a la reducción completa de las tensiones, cuyo extremo sería devolver al ser vivo al estado inorgánico. De este modo se reconoce que el fín de toda vida es la muerte y es la intrincación con las pulsiones de vida, Eros, lo que hace que esta muerte se retarde mediante el rodeo que implica la lucha del vivir. Así, Eros y Tánatos están mezclados desde el inicio, y sus diversas manifestaciones se determinan por el grado de intrincación o desintrincación en que se encuentren. El origen de la destructividad es ante todo interno, porque la agresividad no representa sino una fracción proyectada hacia fuera, desviándose de la propia persona en virtud de la catexis de ésta por la libido narcisista. La pulsión de destrucción correspondería a la vuelta al exterior de la pulsión de muerte. Freud utilizó el término “pulsión agresiva” para definir esta vuelta al exterior, cuyo fín sería la destrucción del objeto. Generalmente la destrucción se asocia a una pasión opuesta al amor: el odio. Frecuentemente los dos lados de una misma moneda. En la crueldad de la guerra, lo que impera es la manifestación de la pulsión de muerte mediante la destrucción y la violencia, sostenidas por la fuerza del odio. El odio es la plataforma que sostendrá la guerra, incluso mucho después de que esta termine, ya que su sombra envolverá a las siguientes generaciones. Como un síntoma atado a la compulsión de la repetición, el drama de Caín y Abel se repite una y otra vez alcanzando proporciones descomunales. Para Freud, el odio es mas primitivo que el amor y aparece con el descubrimiento del objeto. La toma de conciencia de que el objeto no es una parte del yo, y entonces no está a su disposición, engendra el odio con toda naturalidad. En el descubrimiento del objeto, el niño se rige por el principio del placer purificado. Lo bueno es lo que se incorpora, lo malo se excorpora. Después del planteamiento de Freud, el aporte kleiniano puede ser considerado como la contribución clínica más fundamental a la teoría de la pulsión de muerte.3 Klein propone dos esquemas: primero, la proyección del sadismo, sobre los objetos externos, seguido de la introyección de esos objetos, devenidos 3 Jean Laplanche, “La pulsión de muerte” en Green et al., La pulsión de muerte, Amorrortu, Buenos Aires, 1989 atacantes internos. El segundo esquema es el que me parece más acorde con la teoría freudiana. Es el esquema de la deflexión de la pulsión de muerte, adoptado en 1948. Desde el comienzo, la muerte y el mal son expulsados, escupidos, vomitados. Esto es acorde al postulado de Freud, en cuanto a que se proyecta lo malo al exterior para que no mate desde el interior. De este modo, todo lo que no es ligado por el yo en la incorporación primitiva que da nacimiento al yo de placer purificado, cae bajo el imperio de la pulsión de muerte en la forma de una desligazón primordial. La deflexión de la pulsión de muerte, como condición de la posibilidad de vida, y la intrincación de Eros y Tánatos, que se manifiesta de distintos modos, podemos entenderla desde la observación clínica de un individuo. Desde otra perspectiva, nos aparecen los fenómenos sociales, en los que la agresividad, la violencia, el odio y la destrucción, también hacen necesaria una interpretación. En ambos casos, para poder vivir, es necesaria la intrincación con Eros. También en lo social, Eros abre la esperanza a la vida. En situación de guerra el odio recae sobre “el otro”, el diferente. Sujetos a la desmentida, todo lo malo queda en el otro. “Todo el mal esta en el otro, por lo tanto, si elimino al otro, responsable del mal, elimino el mal”.4 De ahí las raíces narcisistas del mal. En contraste con el melancólico que se culpa de todo, quien ejerce la destrucción sobre el otro, lo hace víctima de todos los reproches posibles. Centrado en sí mismo, interesado solo en su persona y en los peligros que le amenazan, el sujeto revela la insensibilidad ante el sufrimiento del otro. Para él, las acciones mas destructoras son acciones “purificadoras” Esta posición 4 André Green, La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud Amorrortu, Buenos Aires, 1990 paranoica y persecutoria descansa en una idealización de sí, con lo cual conjura la angustia depresiva de reconocerse malo. De este modo, el mal es un factor de mantenimiento de la cohesión narcisista. Durante la guerra, el Estado refuerza la cohesión interna y la paz civil, y moviliza la agresividad hacia el enemigo exterior. El Estado es el heredero de la omnipotencia del padre primitivo. El Estado se arroga el monopolio de la violencia institucionalizándola en una violencia legal de la policía y las fuerzas armadas. Su monopolio de la violencia se confunde con el motivo de la soberanía. “El Estado no prohíbe la violencia para abolirla, sino para monopolizarla y en tiempos de guerra se sustrae sin vergüenza a los tratados y convenciones que lo unen a otros Estados, pidiendo a sus ciudadanos que lo aprueben en nombre del patriotismo. Cuando la comunidad ya no presenta objeción a la conducta del Estado, los sujetos se libran a actos de crueldad tan incompatibles con su grado de civilización, que hubiéramos creído imposibles.”5 En situación de lucha, el individuo renuncia a su ideal del yo trocándolo por el ideal de la masa, encarnado en el caudillo. Esta posición se descubre en los fenómenos sociales, donde con facilidad se disciernen numerosas ideologías totalitarias, religiosas y “xenofóbicas”. Al enfrentarnos a las atrocidades capaces de ser cometidas por un ser humano, podemos encontrar distintas razones que lo empujan a ello. Siempre encontrará argumentos para justificar sus acciones. En una situación de guerra parecen obvias. Las razones son ideológicas, políticas, económicas, históricas, 5 Jaques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2001. religiosas...como sea, pero tras lo manifiesto, en el inconsciente de cada individuo, siempre subyacen otras. Al enfrentar la crueldad desplegada en la guerra y en muchísimas otras situaciones, el mandamiento cristiano de amar al prójimo como a uno mismo, parece totalmente absurdo y, sin embargo, parecería albergar la única esperanza posible en un mundo cada vez más amenazado por la destrucción. Amor, eros, pulsión de vida, objetalización, intrincación, lo que nos ponga realmente de lado de la vida, porque intrincada con la libido erótica, la libido destructiva puede conducir a una variedad de expresiones que ocasionan el placer o el goce de una manera inteligible. Desintricada, la libido destructora se vuelve, como dice Green, propiamente insensata.6 La verdad es que tras la sinrazón del imperativo de amar al prójimo se reconoce una pulsión que escapa a la simple erótica: Efectivamente, el hombre no es el ser bondadoso planteado por Sócrates. El hombre se ve tentado a satisfacer su necesidad de agresión contra el prójimo, “Homo homini lupus”...El hombre es un lobo para el hombre. Para explicar qué es lo que sucede en una situación de guerra, donde tantos hombres se ven víctimas de la crueldad de otros, pero también inundados por su propia crueldad, basta releer algunos planteamientos de Freud en su artículo “Psicología de las masas”.7 En dicho artículo Freud, afirma que en una multitud lo 6 André Green, El trabajo de lo negativo, Amorrortu, Buenos Aires, 1990 7 Sigmund Freud, “Psicología de las masas”, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid,1981 inconsciente social surge en primer término, y lo heterogéneo se funde en lo homogéneo. Así, la superestructura psíquica, tan diversamente desarrollada en cada individuo, queda destruida, apareciendo desnuda la uniforme base inconsciente común a todos. El individuo integrado en una multitud adquiere un sentimiento de potencia invencible merced a la cual, puede permitirse ceder a instintos que antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente. El individuo que entra a formar parte de una multitud, como en el ejército, se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias inconscientes. Los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta, son exteriorizaciones de lo inconsciente individual, “sistema en el que se halla contenido en germen todo lo malo existente en el alma humana”. Dice Freud, “Por el sólo hecho de formar parte de una multitud, desciende el hombre varios escalones en la escala de la civilización. Aislado era un individuo culto, en multitud, un bárbaro”. En multitud desaparecen las inhibiciones individuales, mientras que todos los instintos crueles, brutales y destructores, residuos de épocas primitivas latentes en el individuo, despiertan y buscan su libre satisfacción”; Freud habla también de que la tendencia de la multitud, es de comportarse como un dócil rebaño incapaz de sobrevivir sin amo. La pulsión que así perturba la relación del hombre con el hombre y obliga a la sociedad a convertirse en implacable justiciera es la pulsión de muerte, identificada aquí con la hostilidad primordial del hombre frente a su semejante. “Semejante” es un término para referirse al otro subrayando una relación especular. La teoría de la heteroagresividad primaria fué descartada por Freud quien postuló una autoagresividad primera. En lo contemporáneo encontramos eco en las ideas de Green, quien afirma que “la experiencia psicoanalítica nos enseña que uno no se agrede sino a sí mismo. Es decir que incluso cuando se mata a alguien, es una parte de sí lo que se mata, o que uno se defiende del deseo de matar una parte de sí.”8 Conforme a esto, la explicación de la pulsión de muerte está plena de sentido. La guerra es un momento autorizado y privilegiado que permite al sujeto el vértigo del goce de arriesgar su vida y de violentar al enemigo. La guerra es la puesta en acto de una violencia autodestructiva y destructiva. Si las inhibiciones y la represión desaparecen, el escenario para poner en escena los actos más sádicos pueden encontrarse en muchas de las situaciones de dominio. No es sólo la crueldad lo que impresiona, sino el gozo aunado al ejercicio de dicha crueldad. Dentro del contexto de la guerra en Irak, la violencia sádica de un grupo de sujetos quedó plasmada en imágenes que dieron la vuelta al mundo. La prisión Abu Ghraib fué el escenario de atrocidades cometidas por hombres y mujeres quienes, mediante actos de sadismo extremo, descargaron una violencia incontenible. Los actos de tortura involucraron la sexualidad como forma de destrucción, denigración, humillación, mutilación y muerte. En verdaderas orgías de crueldad, las víctimas fueron reducidas a objetos de exhibicionismo, como “carne anónima”. La deshumanización en toda su expresión. Cuando se dice que la guerra es el infierno, puede pensarse en el sufrimiento indecible, pero las fotografías de la prisión iraquí, no son fotografías de 8 André Green La pulsión de muerte, Amorrortu, Buenos Aires, 1989 guerra sino de la glorificación de la violencia. Son imágenes que muestran los aspectos más sórdidos del ser humano. El representante de Eros es la sexualidad. Tánatos puede estar intrincada con ella y dar expresión a diversos modos de relación; pero es cuando Tánatos queda desintrincado, que el sadismo cobra su más cruda expresión. En las perversiones sádicas más severas, el acto perverso mezclado con agresión apunta hacia la gratificación inmediata y el alivio de urgentes sentimientos destructivos, que amenazan con la extinción del sí mismo. La pulsión de muerte se manifiesta así, en una de sus expresiones más claras. Sabemos que las manifestaciones mas primitivas y violentas de agresión hacia sí mismo y el objeto ocurren precisamente en aquellos individuos más narcisísticamente vulnerables. Aquellos con una representación de sí mismos más precaria y frágil. En este tipo de sujetos la experiencia de causar dolor es puesta al servicio de la restauración de las fronteras de sí mismo y recuperar la integridad narcisista, especialmente cuando la supervivencia del sí mismo ha sido amenazada. Un grado severo de ira narcisista es un componente esencial para la expresión de actos sádicos del tipo más primitivo. La tortura y la violencia son endémicas en tiempo de guerra, y parecen parte de una trasgresión autorizada cuando hay evidencia de que en el caso de Abu Ghraib, las autoridades militares superiores de Estados Unidos sabían lo que pasaba en el interior de la prisión, pero hicieron caso omiso, quizá, como dice Joanna Bourke, 9 historiadora militar, para dar escape a individuos en pánico. 9 Joanna Bourke, “La tortura como pornografía”, en La Jornada, México, núm. 336, 30 de mayo de 2004, complemento, p.12 El espectáculo del sufrimiento parecía soldar la identidad de un grupo victorioso en un Irak cada vez más brutalizado. En este sentido, las fotografías de pánico, dolor y muerte de los presos de la cárcel iraquí, contrastan con las sonrisas estúpidas de los victimarios. ¿Gozo perverso? Parece también la expresión de un triunfo maniaco sobre la víctima. Por otra parte, no olvidemos que sádico y víctima frecuentemente son una y la misma persona, es decir, diferentes aspectos de la imagen del sí mismo en el inconsciente del agresor. El sádico tiene también la dimensión masoquista, por lo que no es extraño encontrar que paralelamente al daño inflingido, muchos sádicos busquen constantemente el daño a sí mismos y la autodestrucción. Sus acciones pueden encubrir su verdadera meta. Sea esta la muerte o el aislamiento de por vida en una prisión. Hay que pensar en el psiquismo de quien voluntariamente se enrola para ir a la guerra y las razones conscientes e inconscientes en las que la muerte tiene un papel primordial. Culpas, idealizaciones, desplazamientos..las posibilidades son infinitas y se ajustan entre dos polaridades. Ser muerto o matar. Despedazar al otro, o ser despedazado. No hay represión ni sublimación. La guerra da la posibilidad de la puesta en acto de las peores fantasías. Socárides10 sostiene que los asesinatos sádicos pueden impedir una regresión psicótica alucinatoria por medio de la identificación proyectiva de un objeto malo internalizado. De este modo, al proyectar en el mundo externo, el individuo descansa de la intensa ansiedad desorganizadora y desintegradora 10 Charles Socárides, Las perversiones sexuales, Gamma, Guadalajara, 1994 mediante la puesta en práctica de una destructividad violenta. El sadismo puede así impedir o retrasar temporalmente la psicosis abierta. Sin embargo, no me parecería extraño que en medio de esas orgías narcisistas, lo que impere, al menos en algunos sujetos, sea la locura. Este es un hecho que no se puede afirmar, y menos generalizar, pero no se puede negar la capacidad enloquecedora de ciertas experiencias, como tampoco el hecho de que ciertas conductas delaten patologías severas en un individuo. A nivel individual podemos plantear ciertas explicaciones clínicas. En el contexto de un grupo, solo podemos plantear hipótesis y hacer inferencias. Desde otro enfoque más allá del sadismo, la pulsión de muerte lleva, como lo plantea Green, a la desobjetalización. El sádico no puede menos que identificarse con el masoquismo de su compañero. El mal de la desobjetalización consiste en la indiferencia del verdugo ante el rostro de su semejante, considerado como extraño absoluto y aun, extraño a la humanidad. Esto explica la indiferencia total ante el dolor y la muerte del prójimo. Como si el otro fuera un objeto, no una persona. La desobjetalización total se cumple por la desligazón. No es sólo la relación con el objeto la que se ve atacada, sino también todas las sustituciones de este. De este modo, “Si la destructividad contra el otro ha de llegar lo bastante lejos, la condición indispensable para la realización de ese proyecto es desobjetalizarlo, es decir, retirarle su propiedad de semejante humano.”11 La destructividad desempeña un papel capital, pero solo se puede evaluar si se establece una distinción respecto al sadismo. La destructividad que está en cuestión aquí es el asesinato sin pasión. El crimen en frío consiste para el criminal en matar a sus víctimas sin tocarlas, como si se tratara de privarlas hasta del goce masoquista que pudiera extraer de sus heridas. La aniquilación por nadización consiste en la desinvestidura brutal, a menudo inconsciente, de la que se hace objeto a un sujeto. Esta forma de destructividad es más temible que la manifestada bajo el aspecto del odio inextinguible, que reclama una venganza que los años no consiguen extinguir. Esta última se encuentra intrincada con la libido erótica, por la pasión que suscita. La desobjetalización lleva a la deshumanización extrema, lo que permite ver al otro no como un sujeto, sino como un objeto al que se puede usar, romper o destruir en medio de la total indiferencia. El mal, equivalente aquí a la crueldad, es insensible al dolor de otro. El mal no es lo que anhela aumentar el padecimiento, peor, prefiere ignorarlo. Así, con esta forma de desinvestidura, mecánicamente los gatillos se disparan, los cuerpos masacrados se apilan unos sobre otros, las fosas se llenan, y se reportan estadísticas de bajas. El dolor de lo indecible, de lo irrepresentable queda evocado así con todas las muertes anónimas. Repensar la crueldad es reencontrar una pulsión inherente al ser humano, que como tal, es irreductible. Freud, paralelamente a Nietzche reconoce que pueden detenerse los actos de crueldad, pero no la crueldad misma. Podemos soñar con detener la crueldad sangrienta, poner fin al asesinato, al exterminio, podemos abrazar la ilusión de un mundo sin violencia, pero la crueldad siempre puede encontrar nuevos caminos. En lo más reprimido de cada uno, está el germen de una pulsión domeñada, que encuentra salidas en la sublimación, desplazamiento o simplemente se mantienen bajo el rigor de la represión. Inevitablemente la crueldad va ligada al sufrimiento. Y hay que reconocer que el sufrimiento también ha sido espectáculo de muchos de aquellos en quienes el sadismo se mantiene en su dimensión voyeurista. Siglos atrás, los circos romanos, más recientemente las ejecuciones públicas, y actualmente, el realismo alcanzado por el cine que permite a miles de espectadores disfrutar de las películas más taquilleras, que generalmente son las que contienen más escenas de violencia explícita. En diversas expresiones culturales, se consumen altas dosis de representaciones de violencias agresiva y sexuales. El arte popular parece vehiculizar satisfacciones imposibles o prohibidas. No se puede evitar la crueldad, resultante de una de las manifestaciones de la pulsión de muerte, pero habría que pensar en lo necesario de hacer actuar la fuerza antagónica de Eros, el amor y el amor a la vida. En el bebé, la deflexión de la pulsión de muerte encuentra eco en la madre que conteniendo al bebé debe transmitirle la fuerza que lo amarre a la vida. Indudablemente esa fuerza es la del amor. En lo social, ¿cómo puede contenerse el odio, sin generar más odio? Parece una utopía. Sin embargo la esperanza se sostiene en que paralelamente al despliegue de los horrores de la guerra, también se han consagrado muchos esfuerzos a favor de la paz, de los derechos humanos, a favor de la vida. La reflexión parece estéril sin una propuesta. Sin embargo la compresión de las pulsiones que nos motivan debería poder dar pie a pensar en formas de contener, orientar, de algún modo contrarrestar la fuerza que lleva a la destrucción. En muchos casos esto se logra a nivel individual, a lo largo de un tratamiento analítico. A nivel de Estados, no queda sino apelar a la salud mental de aquellos que en un momento dado ocupan el lugar de líderes, amos del rebaño, y tienen el poder de impulsar o frenar las peores catástrofes humanas. Síntesis El presente trabajo es una reflexión en torno a la crueldad en distintas manifestaciones. Se plantean las motivaciones inconscientes que emergen en situaciones de guerra, y una hipótesis sobre el caso de sadismo y tortura que bajo las condiciones de guerra entre Estados Unidos e Irak, se dio en la prisión Abu Ghraib. Se plantea también la crueldad como derivada de la pulsión de muerte, y por lo tanto, como inherente a la naturaleza humana. Bibliografía BONNET, Gérard, Las perversiones sexuales, Publicaciones Cruz, México, 1992 BOURKE, Joanna, “La tortura como pornografía”, en La Jornada, México, núm. 336, 30 de mayo de 2004, complemento. DERRIDA, Jaques, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2001. 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