ATENEO LORQUINO. 47. Blanco y después Palmerin dy Oliva fueren la base de un sin número de creaciones (le esle orden, enlre flias algunas de notable mérito. Sucedíanse unos á otros los libros caballerescos, pero á medida que iba arraigando en nuestro suelo el gusto á estO-i, la ardieole lanLísía española siempre idicionada á lo maravilloso, y más en aquella época por el continuado trato con los árabes, fué eiiciintradu lánguidos y trios los encantos y aventuras de los primitivos autores y necesito mayor colorido de inverosimilitud en esta cb.i.se d» obrus; alhagándoie más, cuanto más absurdos é increíbles fuesen los hechos que en ellos se pintaran; do aquí nació un terrible pugilato entre los autores que fué tornando á. poi'i) el enlretenidu hito de estas narraciones eiiintrincados y bíberíiiticüs sucesos, Í'.IUDS de la gracia y donosura lie los primeros; y aun no contentos los autores con prensar sus iin.>gitiaciones en busca de planes más estravagai.tes que fabulosos, coí<jcados ya en tan funesta pendiente, afectaron un empalagoso y ridículo culteranismo en la frase, produciendo trozos tan inintelit-ibles y íaltos¡de todo sentido como aquel tltí Feliciano de Silva de los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, os hacen merecedores del merecimiento que merece vuestra grandeza, (jue como dice Cervantes, JÍO lo entendiera ni el mismo Aristóteles si resucitara pava solo ello. lii idealismo fantástico de los primeros libros caballerescos, exagerado sin líoiites por los nuevos autores, llego al colmo del ridiculo y de la petulancia conviiticmio la antes divertida é interesante fábula, en neciíi conseja ó en inverosimiles y latiguillos reíalos, á fuerza de incomprensibles y sobrenaturales; la peí versión del gusto crecía de dia en dia y amenazaba agostar pi)r completo nuestra entonces naciente literatura, el público insaciable tn su sed de absurdos, recibía con vehemencia aquellas proonccionas desprovistas de todo eiicanlo, el mal se había propasfado á todas las clases sociales y exigía un pronto enérgico remedio (jue lo atajará. Los intentos de algunos de nuestros literatos por conseguirlo se estrellaron ante la corriente general que los envolvía, sus fuerzas eran débiles; para tamaña empresa necesitábase un genio creador y fuerte y entonces Cervantes arriesgóse en el atrevido empeño de encauzar el corroMjpido gusto desterrando por completo 1Í>S caballerescos libros y su prodigioso ingenio lanxó ante aquella estragada escuela su inmortal D. Quijote. La aparición de la magistral obra del manco de Lepante abrió nuevos y espaciosos horizontes á las letras patrias y derrocó en solo un dia el edilido caballeresco levantado en tantos sir glos, que al hundirse en el polvo del olvido dejó levantarse giginte y magesiuosa de entre sus ruinas, la edad de oro de la literatura española. Diseñada, aunque agrandes rasgos, la historia de ese género romántico é idealista que amenazara apagar en sus albores nuestra literatura, despojémonos de toda pasión y examinemos los beneficios de que indudablemente le somos acreedores. Los libros de eaballeria,