LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA CRÍTICA DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT TRABAJO DE GRADO PRESENTADO POR SAÚL MAURICIO RINCÓN ALARCÓN, BAJO LA DIRECCIÓN DE FERNANDO CARDONA, COMO REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, marzo de 2010 2 LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA CRÍT ICA DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT TRABAJO DE GRADO PRESENTADO POR SAÚL MAURICIO RINCÓN ALARCÓN, BAJO LA DIRECCIÓN DEL PROFESOR FERNANDO CARDONA, COMO REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, marzo de 2010 3 5 Agradecimient os AGRADECIMIENTOS Sentir gratitud y no expresarla es como tener un regalo y no entregarlo. No podemos omitir la labor de agradecer fervorosamente a quienes facilitaron y propiciaron este trabajo: la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Muchos de los momentos más gratos de la vida los hemos pasado discutiendo alrededor de textos filosóficos, tomando clases o en el intercambio siempre igual con los profesores se esta Facultad. A todos ellos, sin excepción, nuestros más sinceros agradecimientos y reconocimientos. De forma especial quisiéramos agradecer a Fernando Cardona, quien orientó este trabajo, su siempre aguda evaluación, cordial trato y respetuoso disentimiento hicieron que este trabajo fuera posible. A Pilar López de Santa María y a Roberto Rodríguez Aramayo en la distancia, un agradecimiento especial por fomentar ese pensamiento único, sin reproche alguno y encomiable labor, en nuestra lengua materna. Finalmente, a Mamá quien ha estado siempre con su amor, grata compañía e increíble enseñanza, a ti debo cuanto soy y cuanto haga, no sólo durante la infancia y la irreflexiva juventud, sino que espero beber todo aquello en la madurez y hasta cuando me sea permitido vivir. Por eso te consagro esta obra, la cual sólo podía darse bajo la sombra de tu protección y es también obra tuya. Tú conoces los pormenores que el lector no tendrá de este trabajo, sin ti nada hubiera sido posible, ni nada hubiera tenido sentido. 6 Abrev iaturas ABREVIATURAS Abreviaturas de las obras de Schopenhauer: AF: “Aforismos sobre la sabiduría de la vida” en Parerga y Paralipómena I Apéndice: “Apéndice. Crítica de la filosofía kantiana” en El mundo como voluntad y representación DPF: Los dos problemas fundamentales de la ética EC: “Ensayo sobre la visión de espectros y lo que se relaciona con ella” en Parerga y Paralipómena I E2: “Acerca del fundamento de la moral” en Los dos problemas fundamentales de la ética HF: “Fragmentos para una historia de la filosofía” en Parerga y Paralipómena I MB: Manuscritos berlineses MVR1: El mundo como voluntad y representación I MVR2: El mundo como voluntad y representación II. Complementos PP1: Parerga y Paralipómena I 7 Abreviaturas de las obras de Kant: CRP: Crítica de la razón pura CRPr: Crítica de la razón práctica FMC: Fundamentación de la metafísica de las costumbres Pp: La paz perpetua 8 ÍNDICE AGRADECIMIENTOS 5 ABREVIATURAS 6 INTRODUCCIÓN 10 1. EL DEMOLEDOR Y EL EDUCADOR: LA RELACIÓN ENTRE KANT Y SCHOPENHAUER 1.1. El demoledor y el educador 1.2. El camino hacia el secreto de la vida: la vindicación de Schopenhauer de la filosofía kantiana 1.3. El desafío de Kant asumido por Schopenhauer A PESAR DE NO PENDER DEL CIELO NI APOYARSE SOBRE LA TIERRA: KANT Y EL PROYECTO DE FUNDAMENTAR LOS PRINCIPIOS RACIONALES DE LA ÉTICA 2.1. Hacia los últimos confines de la razón 2.2. Incluso un pueblo de demonios: el principio de la moralidad 2.3. La moral autónoma y las distinciones kantianas 2.4. El cielo estrellado y la ley moral: autonomía, deber y libertad 17 18 20 25 2. LA ILUSIÓN ENMASCARADA: EL EXAMEN DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT 3.1. Una jeringa frente a un incendio: el formalismo de la ética kantiana 3.2. Hablando para los niños: el rigorismo de la ética kantiana 3.3. Contradictio in adjecto: la falta de motivos prácticos en la ética kantiana 3.4. Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris: el utilitarismo escondido de Kant 29 30 32 34 38 3. 41 43 47 50 52 9 3.5. La pata de palo: el disfraz teológico de la ética kantiana EL MUNDO CON TODOS SUS SOLES Y GALAXIAS: LA FILOSOFÍA PRÁCTICA DE SCHOPENHAUER 4.1. El gran misterio: la fusión entre metafísica y ética 4.2. Velle non discitur: el carácter descriptivo de la filosofía práctica Schopenhaueriana 4.3. Tat twan-asi: el verdadero móvil de la ética 4.4. El eudemonismo negativo 4.5. El camino de la salvación: la negación de la voluntad de vivir 4.6. El mundo con todos sus soles y galaxias: la paradoja ética 58 4. 64 67 71 75 80 84 87 CONCLUSIÓN 92 BIBLIOGRAFÍA 99 10 Introducción INTRODUCCIÓN I. El objetivo de este trabajo es presentar la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant. La importancia de esta crítica reside en que es una crítica general en el sentido de que no hay ningún ámbito de la filosofía moral de Kant que no haya sido criticado por Schopenhauer. De igual forma, la crítica de Schopenhauer a la empresa ética kantiana es fundamental, pues no se contenta con plantear objeciones contra algunas de sus afirmaciones. Lo que interesa a Schopenhauer, más bien, es mostrar que muchos de sus principios están condenados al fracaso por ser una visión engañosa del mundo, y que esos principios requieren una nueva reorientación o cuando menos, una nueva formulación. Schopenhauer reconoce abiertamente que su filosofía práctica es diametralmente opuesta en sus puntos esenciales a la ética de Kant. Por eso aconseja a sus lectores confrontar las discrepancias para comprender mejor su oposición. De esa manera, la crítica a la ética de Kant es también una introducción a la filosofía práctica de Schopenhauer. La crítica que sostiene Schopenhauer con respecto a la filosofía moral de su admirado Kant puede explicarse usando dos metáforas de cada uno de estos filósofos: una joya escondida y unas pocas onzas de oro. Ambas metáforas son capitales a las obras de cada autor puesto que con ellas identificaron respectivamente sus éticas. Además, las metáforas son cercanas: simbolizan objetos sumamente escasos, livianos y de un tamaño minúsculo que por ello las convierte en cosas de apreciado y estimable valor. Y aun más 11 importante, identifican el cometido que albergamos en esta investigación: encontrar un tesoro sumamente cuantioso, el oro, en otro tesoro de alto valor, una joya escondida. En efecto, para Kant, el correcto obrar o la buena voluntad es equiparable a una joya guardada, sin motivo alguno para comerciarla y acaso solo valga para atraer la atención de los inexpertos, que además brilla por sí misma y cuyo valor puede ser apreciado al margen de toda utilidad: Semejante voluntad brillaría pese a todo por sí misma cual una joya, como algo que posee su pleno valor en sí mismo. A ese valor nada puede añadir ni mermar la utilidad o el fracaso. Dicha utilidad sería comparable con el engaste que se le pone a una joya para manejarla mejor al comerciar con ella o atraer la atención de los inexpertos, más no para recomendarla a los peritos ni aquilatar su valor (cfr. FMC: 394 [65]). En contraste, Schopenhauer anuncia su examen de la ética kantiana como el logro por obtener unas pocas onzas de oro dentro de una gran cantera. En otras palabras, su filosofía práctica no es gigante y ostentosa, puesto que no pretende encontrar los principios del obrar en los últimos confines de la razón; pero sí lo suficientemente segura, pues su objeto de atención es el crisol de de la vida misma: En todo conocimiento hay poco de auténtico, de probado y de indestructible, del mismo modo que son pocas las onzas de oro que el mineral contiene escondidas en un quintal de piedra. Pero la cuestión de si, efectivamente, se preferirá conmigo la posesión segura a la grande, el poco oro que se queda en el crisol a la extensa masa que fue arrastrada (cfr. DPF, E2: §1, 111 [150]). La filosofía práctica de Schopenhauer pretende guardar para sí el verdadero valor de la vida: ofrecer, pese a que es poco en cuanto a tamaño se refiere, la respuesta a por qué obramos y cómo obrar, que en últimas es un gran tesoro como el oro mismo. En otras palabras, una respuesta al qué del mundo que es tanto como tener consigo a Midas, aquel rey del mito helénico que todo lo volvía oro. De esa manera y evocando un cantico 12 ofrecido por Platón (cfr. Fedro, 264d), Schopenhauer invita a adentrarnos en su filosofía práctica (DPF: XVI [13]): Mientras fluye la ola y crecen grandes árboles mientras luce el sol saliente y brilla la luna, mientras abunden los ríos y el mar ruge, cuento al caminante que aquí está Midas enterrado. II. La forma en que este escrito expone la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant es, en primer lugar, partir de analizar la relación que existía entre Kant y Schopenhauer. Aunque no fueron estrictamente contemporáneos y cierta distancia temporal ofrecía a Schopenhauer la posibilidad de evaluar con más mesura la filosofía de Kant, el primero tomo del último el idealismo trascendental y con ello puso las bases para su dualidad filosófica del mundo como voluntad y representación. El objetivo de este primer capítulo es ofrecer una caracterización inicial de la relación entre Kant y Schopenhauer, indicando la vindicación que este último tomó de la filosofía crítica y el desafío que significó este reto para la construcción de su propia obra. En segundo lugar, este trabajo presenta la ética de Kant. La ética kantiana significó un quiebre con toda la tradición filosófica práctica similar al que tuvo su filosofía teórica. La pretensión de fundamentar un principio a nuestro obrar es expuesta en este capítulo por el sendero kantiano que empieza en su filosofía teórica, continúa reconstruyendo todo su itinerario formal para luego cimentarlo en el deber, y avanza postulando la prueba a la que debe someterse toda acción mediante el imperativo categórico y, finalmente, resolver en el plano práctico la antinomia que desde el punto de vista teórico se presentaba en la libertad. 13 El tercer capítulo tiene como fin presentar las críticas por parte de Schopenhauer al proyecto ético de Kant. Como el mismo Schopenhauer reconocía, la crítica a la obra ética de Kant era por sí misma una introducción a su filosofía práctica. La apuesta interpretativa de este capítulo es la de agrupar bajo cinco replicas las objeciones a Kant por parte de Schopenhauer; esas cinco replicas son las que mayor resonancia han tenido entre los analistas e intérpretes de Kant y fueron tempranamente anunciadas por Schopenhauer: formalismo, rigorismo, ausencia de motivos lo que implica volverla ineficaz, el utilitarismo escondido y el disfraz teológico de su ética. En último lugar, este escrito presenta la filosofía práctica de Schopenhauer. Su propuesta filosófica se caracteriza por el hecho de que si existe algo realmente auténtico de su pensamiento es su ética. Nada se encuentra antes de él que se le parezca. Su doctrina se distingue de las demás, tanto por su principio, al ser tan indiferente al deber, a la felicidad, como a la utilidad; cuanto por sus consecuencias, pues ya que en vez de decirnos cómo hemos de obrar, busca por el contrario, describirnos el modo de no obrar. En este capítulo final señalamos la profunda fusión entre metafísica y ética, el carácter descriptivo de su propuesta práctica, reconstruimos su fundamentación de la ética, su ataque a la felicidad, su camino a la salvación y la inevitable paradoja a que conduce su filosofía práctica. III. Quisiéramos expresar algunos juicios para evitar malentendidos o falsas atribuciones a este trabajo. En principio, el punto de referencia de este escrito es Schopenhauer y no Kant. Esto no significa que este escrito sea en absoluto injusto, autista o miope con respecto a Kant y presente con total pasividad las replicas y juicios de Schopenhauer a su mentor intelectual. Aunque Schopenhauer se expresó de Kant con ironía, mordacidad y sarcasmo, su crítica no busca señalar afanosamente defectos, no busca inyectar un veneno, no lo redacta ninguna manía, ninguna pose ostentosa, ninguna misión 14 vengadora, ninguna cruzada de iluminado. No escribió contra Kant: converso con él. De esa forma nuestro texto ofrece una interpretación de la ética de Kant en aras de la mesura y la ecuanimidad. Además, no hay que ser conocedor a profundidad de la filosofía para darse cuenta de que un argumento o interpretación hace estrecha o limita la visión de algunos filósofos, ya que la reduce a las variables incorporadas en ella, impidiendo así la observación de otros hechos frecuentemente importantes. Es aceptable que esta reclamación sea cierta: al poner atención en algunos aspectos de la realidad tenemos necesariamente que descuidar o ignorar otros. Pero no es una crítica fatal. Ninguna teoría o interpretación es definitiva y a medida que aparecen hechos nuevos, no explicados o contemplados aún, se hace necesario revisar lo que hasta entonces había sido aceptado. La interpretación que sugerimos, pese a tener su referencia desde Schopenhauer no es una vía exclusiva para la comprensión de Kant, ni niega la validez o conveniencia de otras vías; es simplemente, una vía posible entre otras. Aún más, confesamos que de Schopenhauer quisiéramos alcanzar la impertinencia, el estilo nítido y preciso, la maestría en el dicterio; con él compartimos la petulante vanidad y una cierta forma de fascinación por lo humano; de él abominamos su desprecio por el querer. Pero lo más kantiano en nosotros, lo más noblemente kantiano, es la defensa de la tolerancia, el aborrecimiento del autoritarismo y de los fanáticos, el asco por la persistencia en la minoría de edad, la convicción de que procurar más felicidad a los hombres por vía racional es uno de los papeles que la reflexión filosófica cumple en la comunidad. Y de ambos admiramos entender que el mundo quizá pueda enmendarse políticamente; pero el aprendizaje y la decisión moral, lo verdaderamente importante, tendrán que ser reinventados por cada uno de nosotros hasta el fin de los tiempos tal como si del primer día de la historia se tratase. No ignoramos que estos propósitos son antiguos y que asumirlos hoy parece ingenuo o pretencioso; sabemos 15 también que ni siquiera por dar gusto a los más perspicaces vamos a fingir renunciar a ellos. En cuanto a la escritura de este texto una breve glosa. Es frecuente encontrar hoy día filósofos, incluso entre los jóvenes que, por miedo al sentimiento, acaban en el cinismo; por terror a la retórica, caen en la aburrida monotonía; por odio al entusiasmo, se pierden en la esterilidad de la ironía; por temor al romanticismo, se precipitan en la seca y helada pedantería. El tono escritural de este trabajo busca evitar estos equívocos, pero no por ello en este estudio se llenan los vacíos naturales de la evidencia con opiniones personales, con apreciaciones subjetivas, lo que termina confundiendo la frontera necesaria entre filosofía y opinión. Algunos de los posibles asentimientos se derivan de la evidencia acopiada, otros posiblemente nada tienen que ver con los datos reunidos, pero no por ello son juicios personales revestidos de objetividad. Los datos expuestos no aparecen a veces como un adorno, un lustre necesario para unas conclusiones sacadas de antemano. Muchas de las opiniones parecen sensatas. Pero la filosofía no consiste en opinar con sensatez. Por último, la filosofía no puede ser un catalogo de opiniones prestigiosas. Desde luego, la filosofía es un estudio, no un puñado de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere aprendizaje y preparación. Pero pensar filosóficamente no es repetir pensamientos ajenos. La filosofía no es la revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el diálogo entre iguales que se hacen cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón de la fuerza. Así, este escrito es un diálogo entre dos grandes filósofos, contemplado por el autor personal de este trabajo. IV. Las referencias que aparecen en este texto para las obras de Schopenhauer siguen la edición de Arthur Hübscher, que sigue a su vez la de Julius Frauenstädt. Para las obras 16 de Kant citamos la Crítica de la Razón pura (CRP) según la edición de R. Schmidt antecediendo con la letra A la paginación de la primera edición original de 1787, y con la letra B la paginación de la segunda edición original de 1787. La citación de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (FMC) corresponde a la edición de Karl Vorländer. La citación de la Crítica de la razón práctica (CRPr) y la Paz perpetua sigue la edición de Rosenkranz y Schubert. Para ambos autores se usa entre corchetes la paginación de las ediciones en español que se usaron y que son consignadas en la bibliografía. 17 1 1. EL DEMOLEDOR Y EL EDUCADOR: LA RELACIÓN ENTRE KANT Y SCHOPENHAUER Schopenhauer pensaba que su obra corregía y completaba la de Kant, de modo que no es del todo incorrecto afirmar que no existe una filosofía kantiana y una schopenhaueriana, sino una única filosofía kantiano-schopenhaueriana que nos acerca tanto como es posible a la naturaleza última de las cosas. Schopenhauer acepto la distinción entre el mundo de los fenómenos y el nóumeno y basó en ello toda su filosofía; además, asentía con Kant en que sólo podemos conocer, percibir y experimentar en virtud de nuestro sistema nervioso y sensorial, así como por la maquinaria de nuestra indumentaria cognitiva interna. No obstante, Schopenhauer no asimilo la filosofía kantiana de una forma meramente pasiva, su asimilación de la filosofía crítica es crítica, sometiéndola a los más severos reproches y quejas; su lectura y adquisición del legado kantiano aún hoy en la lejanía del tiempo sigue teniendo validez: lo que nos ha tomado tiempo descubrir y reprochar a Kant fue ya tempranamente anunciado por Schopenhauer. La principal objeción que presenta al sistema kantiano es su poco rendimiento vital; es decir, una filosofía sumamente acertada en el campo especulativo, pero incapaz de referirse al mundo práctico por fundarse en engaños e ilusiones. A continuación, presentamos una caracterización inicial de Schopenhauer y Kant, pues como el mismo Schopenhauer anunciaba, el entendimiento de su obra requería el conocimiento ineludible de la obra de Kant. En segundo lugar, exponemos la asimilación de ese legado crítico, es decir, la vindicación de Schopenhauer de la filosofía kantiana. Finalmente, las críticas generales a 18 la filosofía de Kant y la asunción del desafío que esta presentaba para la obra de Schopenhauer. 1.1. El demoledor y el educador 1.1 Kant y Schopenhauer no fueron estrictamente contemporáneos. Ocurrida la muerte del primero, el segundo era apenas un enérgico joven de 16 años cuyos intereses filosóficos apenas despertaban; no obstante, para ese entonces era ya un conocedor del mundo europeo por medio de los viajes y una fina educación que lo pusieron tempranamente en contacto con las lenguas clásicas y modernas, lo más selecto de estas literaturas y en un amplio conocedor de asuntos mundanos. Por esas fechas, 1804, la celebridad de la filosofía kantiana era evidente en toda Alemania y se propagaba con rapidez hacia el resto de Europa. A Kant, en ese entonces se le tildo como “el demoledor” (cfr. Rosset, 2005: 13 – 32 y Safranski, 1991). Semejante rotulo fue conveniente, su filosofía socavaba lo que de forma ininterrumpida, desde los griegos hasta los pensadores del siglo XVIII daban por supuesto; las bases de la metafísica, del conocimiento, como de la moral y la estética no volverían a ser lo mismo una vez su palabra fuera dada a conocer. A dos siglos de su muerte, puede constatarse lo pertinente de este rótulo, no hay una sola teoría filosófica de los últimos dos siglos merecedora de alguna atención que no tenga que ver con Kant. Schiller, quien en parte es responsable por la existencia de semejante rotulo a Kant escribió un epigrama que ilustraba la importancia de su filosofía: “¡¿Cómo puede un solo rico alimentar a tantos mendigos?!” (cfr. Hoyos, 2006: 13). En efecto, la filosofía de Kant a finales del siglo XVIII y XIX tuvo un efecto devastador; contaban los contemporáneos de Kant que Kleist, un poeta romántico alemán, después de leer la Crítica de la razón pura pasó por una profunda depresión que desembocó en su suicidio. 19 Apenas unos años más tarde, en 1876, Philipp Mainländer quien nació en 1841 y fue un lector apasionado de Schopenhauer publicó su libro, Filosofía de la redención: ese mismo año se dio muerte. Bajo su influjo Mainländer imaginó que somos fragmentos de un Dios, que en el principio de los tiempos se destruyó, ávido de no ser. La historia universal es la oscura agonía de esos fragmentos y el universo su cadáver sedimentado. De manera que Schopenhauer, de igual forma, fue un “demoledor” (cfr. Safranski, 1991: 116 - 137). Pese a no contar con la tardía celebridad con que gozo Kant en vida, Schopenhauer solía advertir que sus lectores eran los de la posteridad, ellos serían los justos jueces de su obra. Apenas en vida, Schopenhauer disfruto de un tardío y efímero reconocimiento cuando se acercaba hacia el final de su vida; su obra paso inadvertida y en un casi total anonimato hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX. Pero Schopenhauer, a diferencia de Kant, no fue visto por el público como un “demoledor”, en cambio fue tildado como un “educador”. El rótulo de Schopenhauer como “educador”, a sabiendas de reconocer también a un “demoledor”, se debió a que fue el pensador que con mayor bríos se dedico a describir reflexivamente lo que supone estar vivo. En cuanto que “educador” no sólo se refiere a un lúcido maestro capaz de realizar majestuosas abstracciones, un erudito de encomiable admiración o, una persona triunfante en el competitivo mundo académico; su rótulo de “educador” quizá lo pueda dar a entender uno de sus tantos “discípulos”, Friedrich Nietzsche (2000: 29), quien hablando de Schopenhauer decía: Tus verdaderos educadores, tus verdaderos formadores te revelan lo que es la verdadera esencia, el verdadero núcleo de tu ser, algo que no puede obtenerse ni por educación ni por disciplina, algo que es, en todo caso, de un acceso difícil, disimulado y paralizado. Tus educadores no podrían ser otra cosa para ti que tus liberadores. 20 1.2. El camino hacia el secreto de la vida: la vindicación de Schopenhauer de la filosofía kantiana 1.2 Schopenhauer se identificaba como el albacea de la herencia kantiana, soliendo presentar su pensamiento como culminación de la empresa iniciada por Kant. Empresa que además estaba en sintonía con lo que las mitologías, religiones y hasta la misma filosofía platónica daban como el secreto último de la vida y la esencia de las cosas. En efecto, el componente último de las cosas y la interminable meditación que los filósofos y religiones habían asumido durante siglos, el “esfuerzo” según sus propias palabras, solo era comprensible conforme a la doctrina de Kant, de la cual Schopenhauer era el natural heredero y la persona llamada a dar termino a la empresa: “[ese esfuerzo] Solo puede demostrarse rigurosamente a partir de la doctrina de Kant, como antes se ha hecho; aunque Kant mismo no lo ha hecho sino que, al modo de los oradores astutos, únicamente dio las premisas, dejando a los oyentes la satisfacción de concluir” (DPF, E2: §22, 270 [317]). Su obra principal, El mundo como voluntad y representación advierte que “la filosofía de Kant es la única cuyo conocimiento profundo se supone directamente en lo que aquí se va a exponer” (MVR1: XII [34]). Pero Schopenhauer nunca se identifico como “kantiano”; las razones para ello pueden entenderse prestando atención al contexto filosófico y cultural en que tuvo lugar la obra de Schopenhauer: el idealismo alemán y la celebridad de la filosofía hegeliana. Schopenhauer no ahorraba palabras a la hora de evaluar a los que se hacían pasar por herederos de Kant: “bufones”, “comerciantes”, “charlatanes”, “fanfarrones”, “filosofastros”, “sofistas”, etc. Sin embargo, no sólo eran aduladores despreciables, los consideraba realmente ofensivos: engañaban al público, deformaban las mentes de sus alumnos arruinando a toda una generación y, lo que es peor, tergiversaban el legado de Kant. La relación de estos pensadores con Kant, decía Schopenhauer, le recordaba la costumbre griega de escenificar farsas sobre la tumba de los grandes; su proceder no era otro que el de tirar arena a los ojos de los lectores para distraer. Dos aspectos, de estos 21 filósofos en la forma de hacer uso del legado de Kant le irritaban de sobremanera. Uno era la utilización fraudulenta del lenguaje. El otro era el uso deliberado de aparentes demostraciones que no eran sino falsos engaños para conseguir que su público aceptara algo como verdadero, cuando no lo era. Ambas prácticas contrastan con sus propios métodos: Schopenhauer uso la lengua alemana con una claridad y elocuencia casi insuperables, y la integridad de su argumentación fue tal que siempre que comprendía algo como posiblemente verdadero, o de difícil entendimiento, él mismo lo señalaba. La oscuridad filosófica intencionada de los supuestos herederos de Kant le parecía a Schopenhauer una explotación del hecho de que el pensamiento de Kant era tan profundo que casi nadie había sido capaz de comprenderlo en una primera lectura, de manera que los idealistas alemanes, y Hegel en especial, habían asimilado el uso de la ininteligibilidad escritural con la profundidad filosófica. Schopenhauer, entonces, nunca se considero un “kantiano”. Reconocía con ahínco y humildad sus deudas y el legado de Kant, pero señalaba sus defectos, contradicciones y equívocos. La relación de Schopenhauer con Kant, para decirlo con palabras de Roberto Rodríguez Aramayo (2002: 63), era la de “autoproclamarse algo así como un hijo bastardo de Kant, el vástago que éste habría podido tener de haberse atrevido a coquetear con la sabiduría oriental”. Para Schopenhauer los meritos de Kant eran tres. El primer mérito de Kant, y acaso el mayor según Schopenhauer, es la distinción entre el fenómeno y la cosa en sí, fundada en la demostración de que entre las cosas y nosotros está siempre el intelecto, por lo que aquellas cosas no pueden ser conocidas según lo que puedan ser en sí mismas (cfr. MVR1, Apéndice: 494 – 495 [482 – 483]). Este logro de la filosofía kantiana constituía un avance con otras dos tradiciones que alimentaron intelectualmente a Schopenhauer: el platonismo y el hinduismo. Kant constituía un avance frente a estas dos doctrinas, pues tanto Platón como los antiguos vedas hindúes habían formulado sus afirmaciones en una mera intuición general del mundo, presentándolas apenas como expresión inmediata de 22 su conciencia y exponiéndolas de una forma más mítica y poética que filosófica. En cambio, Kant había analizado y presentado toda pieza por pieza la maquinaría de nuestra facultad de conocer mediante la cual se produce la fantasmagoría del mundo objetivo. Toda la precedente filosofía occidental, que frente a la kantiana aparece como indescriptiblemente burda, había ignorado esa verdad y, precisamente por eso, había hablado como en un sueño (MVR1, Apéndice: 497 [484]). Este logro de Kant era inobjetable y acercaba tanto a la filosofía como había sido posible con la esencia última de las cosas: Si algo es indudablemente verdadero en esas explicaciones que la sagacidad de Kant ha ofrecido al mundo, eso es la Estética trascendental, o sea, la doctrina de la idealidad del espacio y el tiempo. Está tan claramente fundada, que no se ha podido alzar contra ella ninguna presunta objeción. Es un triunfo de Kant y forma parte de las sumamente escasas doctrinas metafísicas que se pueden considerar como realmente demostradas y como verdaderas conquistas en el campo de la metafísica (DPF, E2: §22, 267 [314]). El segundo gran logro de Kant bajo la óptica de Schopenhauer está bastante emparentado con el primero y parte de haber distinguido entre filosofía dogmática y filosofía crítica o trascendental. De esta distinción se infiere que el mundo objetivo, tal y como lo conocemos, no pertenece a la esencia de las cosas en sí mismas, sino que es un mero fenómeno de estas condicionado por las formas a priori del intelecto humano y de ahí que no pueda contener nada más que fenómenos. El límite de este logro de Kant es la falta de atención a que “el fenómeno es el mundo como representación y la cosa en sí es la voluntad” (MVR1, Apéndice: 499 [486]). Pero lo que distingue este mérito del primero ya señalado son sus alcances ya no cognitivos sino morales: “La innegable significación moral de la conducta humana es totalmente distinta e independiente de las leyes del fenómeno, y que nunca se puede explicar de acuerdo con él sino que afecta inmediatamente a la cosa en sí” (MVR1, Apéndice: 500 [486]). 23 El tercer y último logro de Kant fue “la total demolición de la filosofía escolástica”, periodo que Schopenhauer atribuye inicio en Agustín y concluye justo antes de Kant. En este periodo, según Schopenhauer, sólo se admitió la tutela de la religión nacional dominante sobre la filosofía, a la que en realidad no le quedó más que demostrar y adornar los dogmas principales que aquella le prescribió: los escolásticos propiamente dichos hasta Suárez, lo admitieron sin disimulo; los siguientes filósofos lo hicieron más inconscientemente, o bien de forma no declarada (MVR1, Apéndice: 500 [486]). Sin embargo, Schopenhauer también señalaba las falencias y los equívocos de la filosofía kantiana; su recepción de este autor es, entonces, una crítica absolutamente general y fundamental. Es una crítica general en el sentido de que no hay ningún ámbito de la filosofía de Kant que no haya sido criticado por Schopenhauer. De otro lado, la crítica de Schopenhauer a la empresa kantiana es fundamental, pues no se contenta con plantear objeciones contra algunas de sus afirmaciones. Lo que interesa a Schopenhauer, más bien, es mostrar que muchos de sus principios están condenados al fracaso por ser una visión engañosa del mundo, y que esos principios requieren una nueva reorientación o, cuando menos, una nueva formulación. Del análisis de su obra principal, la Crítica de la razón pura, prácticamente sale airosa la Estética trascendental: “una obra tan sumamente meritoria, que ella sola podría bastar para perpetuar el nombre de Kant” (MVR1, Apéndice: 518 [502]). Mientras que la Lógica trascendental es, salvo en ciertos puntos específicos, objeto de enmienda a la totalidad por considerarla plagada de errores, confusiones y contradicciones, entre los cuales destaca una especialmente pernicioso: la confusión entre el conocimiento intuitivo y el abstracto (cfr. MVR1, Apéndice: 527 – 533 [509 – 514]). Schopenhauer pensaba que la obra cumbre de Kant, la Crítica de la razón pura, era un desatino tal y como Kant la concibió editorialmente, pues con su segunda edición se perdían muchos 24 de los grandes hallazgos que su idealismo trascendental había permitido en la primera edición: (…) Todo el pasaje de las páginas 348 – 392, en el que Kant presenta con toda belleza y claridad su idealismo decidido, fue suprimido por él en la segunda edición y a cambio se introdujeron un montón de declaraciones en contradicción con él. Con ello, el texto de la Crítica de la razón pura, tal y como ha circulado desde el año 1787 hasta 1838, se ha desfigurado y echado a perder, convirtiéndose en un libro contradictorio consigo mismo cuyo sentido no podía ser totalmente claro y comprensible para nadie (MVR1, Apéndice: 515 [499 – 500]. Este considerable cambio, explicaba Schopenhauer, se debía sin duda a la presión y censura que Kant había sufrido durante los últimos años de su vida y a la falta de intérpretes correctos del idealismo trascendental una vez vista la luz pública su obra: Ciertamente, no es uno de los menores méritos de Federico el Grande que bajo su reinado se pudiera desarrollar el pensamiento de Kant y publicarse la Crítica de la razón pura. Difícilmente un profesor a sueldo se hubiera atrevido a algo así bajo cualquier otro reinado. Ya al sucesor del gran rey, Kant le tuvo que prometer que no volvería a escribir (MVR1, Apéndice: 609 [581]). Además, Kant es reprochado por su obsesión arquitectónica que le lleva a una simetría que termina violentado la verdad, falsear las antinomias, deducir erróneamente la cosa en sí y, más aún, de sus doce categorías, de las cuales once no son más que “ventanas ciegas”, puesto que solo la causalidad merece especial atención y evaluación por el hecho de que el mundo está sometido a cada instante y en todas partes a la relación de causa y efecto, de modo que el principio de causalidad resulta ser, en definitiva, la forma fundamental de la percepción del mundo, a la cual se reducen todas las demás categorías (cfr. MVR1, Apéndice: 536 [517 – 518]). Esas doce categorías son severamente cuestionadas por Schopenhauer, quien evocando el antiguo mito helénico de Procrusto, en donde eran forzados los hombres a meterse a un lecho para ser mutilados y luego nutrir ese hogar con sus restos mortales, en forma análoga “La deducción trascendental 25 de los elementos” es tildada como “lecho de Procrusto”, pues se “mete forzadamente todas las cosas del mundo y todo lo que sucede en los hombres, sin reparar en violencias ni desdeñar sofismas, con el único fin de poder repetir siempre la simetría de esa tabla” (MVR1, Apéndice: 509 [495]. La ética –a la que prestaremos atención especial más adelante-, la teoría del derecho, la Crítica del juicio, y hasta la teoría de lo sublime son todas ellas desechadas por Schopenhauer: “Mi teoría se encuentra en directa contradicción con la kantiana, que pone la esencia de lo bello en una aparente finalidad sin fin” (MVR2: Capítulo 35, 474 [464]). De manera que Schopenhauer toma de Kant mucho menos de lo que este ofrecía, pero lo que toma le da un puesto sumamente relevante en su filosofía. Por eso, a continuación examinar el gran logro de Kant y la forma en que Schopenhauer lo asimila, pues nos ayuda a comprender su único gran pensamiento. 1.3. El desafío de Kant asumido por Schopenhauer 1.3 “Mi mayor gloria tendrá lugar cuando alguna vez se diga de mí que he resuelto el enigma planteado por Kant” (MB: 82 [112]). Esto era lo que pensaba Schopenhauer en los años inmediatamente anteriores a la composición del primer tomo de su obra cumbre El mundo como voluntad y representación. El gran desafío que asumió Schopenhauer fue el de tomar el idealismo trascendental con su distinción del fenómeno y noúmeno, distinción que para él se traduce en la dualidad representación y voluntad: “Kant no llegó, ciertamente, a percatarse de que el fenómeno es el mundo como representación y la cosa en sí es la voluntad” (MVR1, Apéndice: 499 [485 – 486]). Dualidad y no dualismo, pues ellas no son dos realidades distintas, sino dos caras completamente inseparables y complementarias de un mismo ser: el mundo. Quizá por eso el titulo de su gran obra. Los comentaristas suelen observar que el gran mérito de Schopenhauer al tomar el idealismo trascendental kantiano es la “correcta identificación y caracterización 26 del nóumeno, y que era el logro que desvelaba el secreto del mundo. También explicaba cómo era posible que el mundo fuera un mundo compartido” (Magee, 1991: 107). Cuando la filosofía occidental topo con los problemas que el idealismo trascendental ofrecía dejo de fluir por un solo cauce y se dividió en varias tendencias. En su ensayo Fragmentos sobre la historia de la filosofía (cfr. PP1, HF: 34 – 145 [65 – 164]), Schopenhauer muestra que fue con Descartes como se abrió el camino del problema al sentar las bases de lo real y lo ideal, sus sucesores continuaron las dudas abiertas por Descartes, cuales fueron qué parte de nuestro conocimiento se debe a nosotros y cuál a cosas independientemente de nosotros. El sistema de las causas ocasionales de Malebranche, el paralelismo de Spinoza y la armonía preestablecida de Leibniz son horizontes de solución insuficientes a esta cuestión. Los empiristas británicos, en particular Locke y Hume, dan un paso adelante, pues distinguen entre cualidades primarias y secundarias de las cosas, recordando el carácter subjetivo de estas últimas. Por su parte, Berkeley fundamenta el idealismo y sienta con ello las bases para que Kant le dé curso al señalar que todo el mundo intuitivo es mera representación (cfr. PP1, HF: 73 - 84 [101 – 111]). Con el idealismo trascendental Kant abrió la solución al enigma del mundo y la aparente lucha entre escuelas filosóficas se zanjaba, tanto el materialismo de Epicuro, como su antípoda, el idealismo de Berkeley “(…) son concepciones sumamente parciales, por lo que, pese a su oposición son a la vez verdaderas, cada una desde un determinado punto de vista: pero en cuanto nos elevamos por encima de él, aparecen como meramente relativas y condicionalmente verdaderas” (MVR2: Capítulo 42, 540 [525]). El idealismo trascendental, que se desarrolla a todo lo largo de la primera y segunda partes de la Crítica de la razón pura es una posición filosófica que enseña a distinguir dos modos diferentes de considerar los objetos de nuestro conocimiento. El idealismo trascendental, aun en el caso de que se rechace, nos proporciona una solución a las antinomias del tiempo, el espacio y la causalidad. Son antinomias producto del realismo; 27 es decir, surgen a partir de la afirmación de que el mundo espacio-temporal existe en sí mismo, independientemente de la experiencia subjetiva (cfr. Rosas, 2007 y Allison, 2004: 20 - 48). El idealismo trascendental, piensa Schopenhauer, guarda vínculo con el platonismo y la antigua sabiduría hindú, sólo que estas expresiones se quedaron en enunciados meramente poéticos y no filosóficos. De igual manera, y a diferencia de Kant, que concebía el fenómeno como el modo en que los objetos nos son dados, en Schopenhauer, en cambio, el fenómeno es el modo en que se nos oculta la realidad de las cosas. Así, el fenómeno no es en contra de lo que reza su etimología la manifestación de la realidad, sino más bien su encubrimiento. De esa forma, el avance verdadero de Schopenhauer con respecto a Kant, o mejor, el desafío asumido, consistió en demostrar que Kant se equivocaba al hablar de las “cosas” (en plural) como son en sí mismas. Schopenhauer pensaba que el nóumeno, fuera lo que fuera, y al cual llamo “voluntad” a falta de un término más certero y por ser la forma más inmediata en que se manifiesta en nuestro vivir, tenía que ser uno e indiferenciado. Al hacerlo estableció un punto de conexión entre la filosofía occidental y la oriental y corrigió a su antecesor: (…) Siempre que en la Crítica de la razón pura y los Prolegómenos la cosa en sí kantiana despunta, aunque sea un poco, de la oscuridad en que él la mantiene, enseguida se da a conocer como lo moralmente responsable en nosotros, es decir, como la voluntad; si, como digo, se tiene esto en cuenta, entonces también se comprenderá que yo, al demostrar que la voluntad es la cosa en sí, no he hecho más que esclarecer y llevar a término los pensamientos de Kant (PP1, EC: 285 [289]). No obstante, un error común al interpretar y evaluar a Schopenhauer, el más nocivo según Bryan Magee (1991: 423 - 437), es el de atribuirle la creencia de conocer la “cosa en sí” de forma contundente o, afirmar que Schopenhauer encontró con pleno convencimiento aquella esencia última de las cosas. Schopenhauer, por el contrario, sabía que la descripción de esa cosa en sí era sumamente parcial y contingente, que se manifestaba en una cantidad de prácticas que van desde el deseo sexual hasta la 28 expresión artística y que el medio más eficaz para escudriñarla, era si acaso, la autoconciencia: (…) Hay que constatar aquí que nosotros no hemos renunciado como Kant a la cognoscibilidad de la cosa en sí, sino que sabemos que esta ha de ser buscada en la voluntad. Ciertamente, no hemos sostenido nunca un conocimiento absoluto y exhaustivo de la cosa en sí, sino que hemos entendido bien que es imposible conocer algo de lo que ella sea en y por sí misma (MVR2: Capítulo 41, 565 – 566 [545 – 546]). Luego esa voluntad es si acaso “un incansable resorte, un impulso irracional que no tiene razón suficiente en el mundo externo. Ella retiene a los individuos en el escenario y es el primun mobile de sus movimientos; mientras que los objetos externos, los motivos, solo determinan su dirección en el caso particular” (MVR2: Capítulo 28, 409 [404]). Como ya lo indicamos antes, Schopenhauer pensaba que Kant se equivocaba al considerar que la comprensión y conocimiento más profundos de que disponemos en este mundo es el conocimiento conceptual, ya que todo lo que realmente existe en él es particular, y los conceptos no pueden tratar de lo particular (cfr. MVR2: Capítulo 7, 80 [104 – 105]). La comprensión y el conocimiento más profundo de que disponemos no son de tipo racional o meramente intelectual, se encuentra en las percepciones únicas y aunque estas no pueden comunicarse mediante conceptos sí pueden transmitirse mediante todas las posibilidades expresivas de las obras de arte: tragedia, escultura, pintura, poesía, drama, música, etc. Pero más importante aún, en la moral se aplica esta verdad metafísica, que revela las consecuencias de tomar el desafío que supone el idealismo trascendental. El hecho de que los seres humanos sean fenómenos diferenciados de un Uno indiferenciado significa que en lo más profundo de nuestro ser somos idénticos. Esto explica los más disimiles sentimientos que a un tiempo son compartidos como la compasión, la caridad o el temor a la muerte; así como acciones que en apariencia son extravagantes concernientes a la sexualidad o al suicidio; pero más importante aún, un avance en entender la ética y nuestro comportamiento práctico. 29 2 2. A PESAR DE NO PENDER DEL CIELO NI APOYARSE SOBRE LA TIERRA: KANT Y EL PROYECTO DE FUNDAMENTAR LOS PRINCIPIOS RACIONALES DE LA ÉTICA El objetivo de este capítulo es presentar una visión del sistema ético kantiano. El mismo Kant sostuvo que su empeño estaba dirigido a fundamentar un principio ético lo suficientemente sólido “a pesar de no pender del cielo ni apoyarse sobre la tierra” (FMC: 425 [110 – 111]). Sin embargo, es tal el volumen de literatura y posiciones interpretativas que existen en torno a los planteamientos éticos de Kant que algunos analistas han optado por diferenciar: la ética de Kant, “la ética de Kant” y la ética kantiana (cfr. O’ Neill, 1995: 253). A la primera corresponde el volumen de los escritos salidos de la propia pluma de Kant, a la segunda los puntos de vistas que tempranamente fueron formulados por sus intérpretes, y a la última, un término genérico que trata de englobar las dos anteriores, pero tiene como característica anclarse en las discusiones filosóficas propias del siglo XX y XXI. El siguiente capítulo se basa en una lectura directa de Kant; no obstante, nos apoyamos de forma ocasional en algunos intérpretes de su obra en aras de hacer inteligible ciertos puntos o porque lo consideramos conveniente. La forma de proceder en este capítulo es, en primer lugar, partir del vínculo que existe entre la filosofía teórica de Kant y su filosofía práctica, puesto que es un lugar común entre los analistas considerar que se ingresa a sus planteamientos morales de una forma muy certera por este sendero. En segundo lugar, ofrecemos una interpretación de la ética kantiana como una fundamentación racional del principio de la obligación. En tercera instancia, 30 presentamos el proceder de Kant: su fundamentación de una moral autónoma, sus correlativas distinciones y las implicaciones que traen en la formulación del principio moral. Finalmente, exponemos las consecuencias del sistema ético kantiano: el primado de la autonomía, la validez universal de la acción en un reino universal de fines y el infinito campo de la libertad que abre su principio moral. Todo ello conforme a encaminarnos hacia la filosofía práctica de Schopenhauer presentando su antagonista: la ética de Kant. 2.1. Hacia los últimos confines de la razón 2.1 Existe un alto consenso entre los analistas en presentar los postulados éticos de Kant desde su filosofía teórica. De manera que en principio vale la pena atenernos a la distinción que el mismo Kant realizó entre los usos teórico y práctico de la razón. En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, caracteriza al conocimiento teórico mediado por una relación con su objeto distinta a la del conocimiento práctico. En opinión de Kant, el conocimiento práctico convierte o hace real a su objeto, es decir, lo vuelve efectivo; por su parte, el conocimiento teórico tan sólo determina su objeto (cfr. CRP: B, IX – X). A lo que apunta Kant con esta distinción es a que existe una facultad que determina nuestras acciones en conformidad con ciertos motivos o razones para actuar. Esta facultad es la voluntad cuyo rasgo peculiar es la actividad de transformar los objetos y hacerlos reales. Debemos realizar una advertencia en este momento, ya que como observamos anteriormente, Schopenhauer asumió este concepto de voluntad como la esencia de las cosas, como la cosa en sí kantiana. No obstante, existe un abismo comprensivo entre estos dos pensadores en lo que se refiere a esta noción y al uso de este concepto. Por una parte, Kant distingue entre deseo y voluntad, mientras Schopenhauer los aproxima. Por otra parte, Kant vuelve a la voluntad el objeto supremo del estudio en la ética; Schopenhauer pretende ir un tanto más allá realizando todo su 31 sistema filosófico desde esta noción, ubicándola como la esencia misma de todo cuanto existe; es decir, ubicándola como el nóumeno. Ahora bien, existen objetos que son propios de la razón en su dimensión teórica y otros que competen a la razón en su uso práctico. Los problemas típicos de la razón en su uso teórico son la duración del mundo, la inmortalidad del alma y la libertad. Este último asunto es aquel que permite encaminarnos hacia la ética. Kant sitúa el problema de la libertad como un problema cosmológico, relativo al mundo o al lugar que ocupa el hombre en el conjunto de la naturaleza. Pero el problema de la libertad tiene la estructura de una antinomia. Es decir, tiene la estructura de un conflicto entre dos posiciones que desde un punto de vista teórico tienen derecho a existir. La antinomia de la libertad surge de dos tesis que chocan inevitablemente. La tesis inicial plantea que “la causalidad según las leyes de la naturaleza no es la única de la que pueden derivarse todos los fenómenos del mundo. Para explicar estos nos hacen falta otra causalidad por libertad” (CRP: A 444 = B 472). Surge inmediatamente una antítesis a esta posición que plantea que “no hay libertad. Todo cuanto sucede en el mundo se desarrolla exclusivamente según leyes de la naturaleza” (CRP: A 445 = B 473). La solución inicial que propone Kant para este enfrentamiento se basa en su idealismo trascendental al considerar el hombre desde dos puntos de vista: en cuanto fenómeno y en cuanto noúmeno. Es decir, considerar al hombre como dotado de un carácter empírico y uno inteligible. El hombre entonces, está limitado al tener un carácter empírico y obedecer a necesidades naturales; pero, por otra parte, el hombre está dotado también de una capacidad de deliberar y es racional (cfr. Allison, 1990: 57 – 69). Luego el tema de la libertad, pese a que pueda ser abordado desde un punto de vista teórico, sólo puede considerarse en estricto sentido como un problema cuya solución es práctica, de forma que la libertad “debe suponerse” así no exista solución convincente en el ámbito teórico (cfr. CRP: A 554 = B 582 – A 555 = B 583). Por tanto, su filosofía para dar solución a 32 este asunto, tal como lo anota las últimas palabras de la Fundamentación, “aspira a llegar hasta los últimos confines de la razón humana” (FMC: 463 [165]). 2.2. Incluso un pueblo de demonios: el principio de la moralidad 2.2 Desde las primeras líneas de la Crítica de la razón práctica, Kant señala que esta obra tiene como fin esencial establecer la existencia de una razón pura práctica y, a partir de ella, la existencia de la libertad trascendental como fue definida en la Crítica de la razón pura para salir de la antinomia. Si en la primera Crítica, el concepto de libertad permanecía vacío, después, en la Fundamentación, la ley moral permitía que ese concepto recibiera una determinación positiva práctica: a la simple idea de una causalidad no condicionada se agregó la noción de una voluntad que toma como fundamento la forma de una legislación universal. Finalmente, en la segunda Crítica la libertad se descubre al instituirse la legislación moral y así la libertad se presenta como el móvil de la ley moral y esta última como la legisladora de la primera (cfr. CRPr: 3 – 12 [3 – 13]). En otras palabras, la línea argumentativa de Kant en estas tres obras es la siguiente: si no hubiera libertad, no existiría ley moral en nosotros, y si no conociéramos la ley moral, desconoceríamos la libertad. Ahora bien, conocemos la ley moral. Luego a partir de dicha ley podemos saber que somos libres. Así, el concepto de libertad será la condición a priori del hecho moral y la piedra angular de la construcción del sistema de la razón pura y comprenderá no sólo a la razón práctica, sino también a la razón especulativa. De manera que el principal objeto de estudio de la ética kantiana es la voluntad en su relación consigo misma, con el fin de reglamentar lo que puede querer para devenir buena sin más y no con respecto a un propósito dado. En efecto, Kant afirma que “no es posible pensar nada dentro del mundo, ni después de todo tampoco fuera del mismo, que pueda ser tenido sin restricción alguna, salvo una buena voluntad” (FMC: 393 [63]). La buena voluntad es aquello que se puede considerar “bueno absolutamente”, o sea, 33 “bueno” no con relación a algo, sino “bueno en sí mismo” (cfr. Korsgaard, 1996: 49 54). La buena voluntad es la buena intención, el buen querer, siendo bienintencionado aquel que desea el bien, independientemente de si lo realiza o no, por el bien mismo y no por lo que se logre con él. Para indagar esa “buena voluntad” a Kant no le interesa en modo alguno elaborar una especie de psicología moral y por ello no necesita indagar el “por qué algo agrada o desagrada”, ni mucho menos “sobre qué descasa el sentimiento del placer y displacer, ni cómo se origina a partir de ahí apetitos e inclinaciones y finalmente máximas gracias al concurso de la razón” (FMC: 427 [113]). Por el contrario, su “filosofía práctica” no se basa en “aquello que sucede, sino leyes de lo que debe suceder, aun cuando nunca suceda” (FMC: 427 [112]). El itinerario que asume Kant para su proyecto se presenta en la Fundamentación como el partir de los juicios que realiza comúnmente nuestra conciencia moral, para descubrir desde ahí el principio supremo de la moralidad que los fundamenta, proponiéndose hacer luego el mismo recorrido pero en sentido inverso. Es decir, partir del poder práctico que se atribuye a la razón pura y que expresa el concepto de libertad, para derivar en las determinaciones más concretas del deber: Creó haber adoptado en este escrito el método más conveniente, si uno quiere tomar el camino que parte analíticamente del conocimiento común y va hasta la determinación de aquel principio supremo, para retornar luego sintéticamente a partir del examen de tal principio y sus fuentes hasta el conocimiento común, en donde se localiza el uso de dicho principio (FMC: xvi [61]). Ahora bien, el propósito de “fundamentar” ha sido asumido de dos maneras en la literatura kantiana. Por una parte, en un sentido “constructivo”: establecer los fundamentos de algo para desde allí armar todo un andamiaje o “edificio conceptual” (cfr. Rawls, 2007: 253 - 270). Por otra parte, la posición que sostiene que no se trata de 34 construir a la manera de un edificio, sino buscar las bases o los fundamentos de lo que ya existe (cfr. Korsgaard, 1996: 19 - 27). Aunque es un debate metodológico sobre el proceder de Kant, esta situación ha generado importantes posturas interpretativas en torno a su obra y fructíferas posiciones filosóficas. En este escrito, asumimos una vía conciliadora entre estas posiciones: lo que busca Kant es el principio racional de la ética o la búsqueda de un fundamento racional al obrar. Este principio debe tener tal fuerza que valga, como se señala en La paz perpetua, “incluso para un pueblo de demonios, con tal de que tengan entendimiento” (Pp: 331). En efecto, Kant en La paz perpetua, supuso un “experimento mental”; estimó que incluso un pueblo de demonios, siempre que fueran inteligentes, podrían configurar un orden social con leyes vinculantes para todos; de esa manera, planteó una exigencia a toda ética futura que quiera distinguirse del simple cálculo egoísta de pérdidas y beneficios. Incluso los mencionados demonios podrían llegar a entender que es preferible, simplemente por razones usureras, establecer un pacto de derechos mínimos para todos, antes que vivir en un estado de guerra permanente y de agresiones sin cuartel (cfr. Pp: 331 - 336). Es decir, ese pueblo de demonios carente de sensibilidad moral podría llegar incluso a aceptar racionalmente el principio de la moralidad con base en el deber. 2.3. La moral autónoma y las distinciones kantianas 2.3 Para cimentar su principio racional del obrar Kant asumió la distinción entre morales autónomas y heterónomas: su filosofía práctica pretende establecer la forma a priori de las primeras. Esta distinción es de primer orden, pues el mismo Kant se sentía orgulloso de su descubrimiento, al considerarla todo un hallazgo personal y suponer algo que hasta ahora nadie había reparado atención alguna (cfr. FMC: 433 [121]). Hablando de forma genérica, las morales heterónomas parten de un código determinado, reforzado por premios o ganancias, y también reforzado al contrario por castigos o pérdidas, que se 35 funda fuera del sujeto moral. Por ejemplo, en la voluntad de Dios, en el orden del mundo, o en las peculiares características de la naturaleza humana como orden del cosmos. Las morales autónomas, por el contrario, tienen su asiento dentro del sujeto que actúa y se pregunta por el sentido de su acción, constituyendo la estructura racional de su querer práctico. Carecen de recompensa o sanciones exteriores y pertenecen al funcionamiento de la razón humana. Nada tienen que ver con la sensibilidad del hombre, ni su propensión al placer. Por supuesto, Kant admitió que nadie jamás ha orientado su conducta según esta pura norma autónoma, lo cual no la invalida en modo alguno, puesto que pensaba que la tarea del pensamiento en la ética es percibir lo que debe ser y no lo que es (cfr. FMC: 395 [65 – 66]). La búsqueda del principio moral no sólo se funda en una moral autónoma, sino que corre pareja al distanciamiento de los motivos empíricos. Para Kant la búsqueda de la felicidad, principio que se sostenía como el objeto de la ética desde la antigüedad griega es un motivo empírico, de modo que la ética no puede estar fundada en la felicidad. Pero esta no es la única razón. Kant sostiene dos argumentos para rechazar el eudemonismo que era esta teoría heredada desde Aristóteles y prevaleciente hasta el siglo XVIII, que ponía el énfasis en alcanzar la felicidad o la virtud. En principio, si estuviéramos destinados para la felicidad no poseeríamos la facultad de la razón, sino que bastarían los instintos: ellos por sí mismos bastarían para dotarnos de todo aquello que nos hace felices (cfr. FMC: 395 [65 – 67]). El otro argumento es que la felicidad no es el fundamento de la ética porque es algo esencialmente indeterminado: a S lo puede hacer feliz aprender filosofía, mientras que a M la puede hacer feliz el trabajo agrícola (cfr. CRPr: 22 – 25 [22 -27]). Para establecer su principio de la moralidad alejado de cualquier móvil empírico o motivo inestable, o sea, para hacer de su moral algo autónomo, Kant distingue entre los imperativos hipotéticos y el categórico. Esto es lo que en la literatura kantiana se conoce como las “distinciones”, puesto que Kant ofrece toda una disección y una fina 36 clasificación de cómo actúa el obrar bajo la forma imperativa (cfr. Paton, 1947: 132 y Allison, 1990: 189 – 193). Los imperativos hipotéticos son aquellos que mandan algo que se quiere o es posible que se quiera, siendo su límite el indicar que tal acción es buena a un determinado propósito. En cambio, el imperativo categórico designa acciones que son buenas por sí mismas al margen de cualquier otro fin (cfr. FMC: 414 [94]). En cuanto a los imperativos hipotéticos, estos pueden ser de dos clases: problemáticos o asertóricos. El primer caso refiere no se refiere a si el fin perseguido es bueno o razonable, sino tan sólo la forma de su consecución, por lo que cabe llamarlos imperativos de la habilidad. En cuanto al segundo caso, si el nombre no es apropiado, Kant recuerda que existe una meta común a todos los hombres, un fin que no sólo cabe suponer sino presuponer con plena seguridad: la felicidad. Luego el nombre apropiado para el segundo tipo de imperativos hipotéticos por hacer alusión a la habilidad para escoger los medios para propiciar la felicidad cabe llamarla como prudencia. En cuanto al tercer tipo de imperativo, aquel que opera categóricamente, atendiendo a un principio formal, obrando solo por buenas intenciones y desprendiéndose de cualquier búsqueda de éxito, cabe designarlo como el apropiado para la moralidad. Estos imperativos también podrían denominarse como técnicos, pragmáticos o morales (cfr. FMC: 415 – 418 [94 – 99]). Las primeras dos clases de imperativos suponen una forma de operación del querer guiada por la estructura medio-fin: “Quien quiere un fin, quiere también (en tanto que la razón ejerce un influjo decisorio sobre sus acciones) el medio indispensable para ello que se halla en su poder” (FMC: 417 [98]). Concebir estas dos clases de imperativos no supone ningún problema. Sin embargo, sucede lo contrario con el imperativo categórico cuya ejemplificación no es fácil y “siempre cabe recelar de que cualquier imperativo aparentemente categórico bien pudiera ocultar uno hipotético” (FMC: 419 [101]). 37 Para superar este escollo Kant propone un concepto que brinde la fórmula de evaluación del mismo: la formulación del imperativo categórico. En otras palabras, Kant busca una “prueba” o un “test” para probar lo que es moral y no moral (cfr. Paton, 1947: 47 – 53). Un “test” que no depende de la autoridad divina, los mandatos de la autoridad externa o el beneficio inmediato, sino de un principio estrictamente racional al cual todos nosotros, en tanto que seres racionales, debemos acceder. La formulación de ese principio, inicialmente se presenta como “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal” (FMC: 421 [104]). Para aclarar su formulación inicial, Kant señala que una “máxima es el principio subjetivo del obrar” (FMC: 421 [104]). De manera que “uno ha de poder querer que una máxima de nuestra acción se convierta en una ley universal; tal es el canon del enjuiciamiento moral” (FMC: 424 [108]). A continuación, Kant distingue entre personas y cosas. Una cosa es aquello que puede utilizarse con fines instrumentales, mientras que una persona “existe como un fin en sí mismo, no simplemente como medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad” (FMC: 428 [114]). Una nueva formulación del imperativo categórico aparece como producto de esta argumentación: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca como medio” (FMC: 429 [116]). El plantear a la humanidad como un fin en sí misma representa la condición restrictiva a nuestra libertad, puesto que nuestra voluntad aspira a legislar universalmente por un mandato que ella misma se propone no debe sobrepasar a otras personas (cfr. Allison, 1990: 101 - 118). Esta condición del obrar supone dar lugar a lo que Kant llamaría “reino de los fines” que expresa un ideal donde cada cual se trate a sí mismo y a los demás siempre como fin y nunca como medio. Es decir, en el ideal “reino de los fines” todo tendría una “dignidad” que Kant explica como un peculiar “precio” del cual es 38 imposible tazar algún valor y se halla fuera de toda equivalencia (cfr. FMC: 434 [123 124]). De esa manera, una nueva definición del imperativo categórico es formulada: “Obra de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma por su máxima al mismo tiempo como universalmente legisladora” (FMC: 434 [123]). En cuanto a estas tres formulaciones del imperativo categórico cabe decir que no constituyen tres formas diferentes de imperativo. Tampoco una cualificación o un avance progresivo de una formulación inicial. Kant quiere dar a entender que esta formulación es una misma y sola expresada de distintas maneras y cualquiera sea la forma en la que se invoque, siempre hará alusión al deber como norma de conducta moral autónoma (cfr. CRPr: 34 – 36 [39 – 41]). 2.4. El cielo estrellado y la ley moral: autonomía, deber y libertad 2.4 Al formular el principio de su ética, Kant cree haber superado el escollo que ya había anunciado en su filosofía teórica, es decir, superar la aparente antinomia de la libertad: “Una voluntad libre y una voluntad bajo leyes morales son esencialmente lo mismo” (FMC: 447 [141]). Por tanto, la aparente contradicción de la libertad es superada mediante la formulación de su principio moral; basta situarnos en nuestro propio “yo” para corroborar lo eficaz de nuestra autonomía y las posibilidades de nuestra propia voluntad al obrar bajo este principio racional (cfr. Allison, 1990: 227 - 254 y Paton, 1947: 137). Una muestra de la convicción de haber alcanzado una solución para el asunto de la libertad son las palabras conclusivas de la Crítica de la razón práctica: Dos cosas llenan el ánimo de admiración y veneración siempre nuevas y crecientes, cuan mayor es la frecuencia y persistencia con que reflexionamos en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. No necesito buscarlas ni sólo conjeturarlas como si estuvieran envueltas en tinieblas o se 39 encontraran en la exaltación fuera de mi horizonte; las veo delante de mí y las conecto inmediatamente con la conciencia de mi existencia. La primera comienza en el lugar que ocupo en el mundo externo de los sentidos y extiende la conexión en que me encuentro hacia dimensiones inmensas con mundos sobre mundos y de sistemas de sistemas, y además, hacia los tiempos ilimitados de su movimiento periódico y de su comienzo y duración. La segunda comienza en mi yo invisible, en mi personalidad y me exhiben un mundo que tiene verdadera infinitud pero que sólo el entendimiento puede percibir y con el cual (y por lo tanto también con todos esos mundos visibles) me reconozco en una conexión no sólo accidental, como en aquél, sino universal y necesaria. El primer espectáculo de una cantidad incontable de mundos anula, por así decirlo, mi importancia como criatura animal que tiene que restituir al planeta (un mero punto en el universo) la materia de la que se formó, después de haber estado provista por breve tiempo (no se sabe cómo) de fuerza vital. El segundo espectáculo, en cambio, eleva infinitamente mi valor como inteligencia mediante mi personalidad en la cual la ley moral me manifiesta una vida independiente de la animalidad e incluso de todo el mundo de los sentidos, al menos en cuanto se puede inferir de la determinación conforme a fines que esa ley da a mi existencia y que no se restringe a las condiciones y los límites de esta vida, sino que va a lo infinito (CRPr: 161 – 162 [190]). En efecto, la explicación sobre las posibilidades de la libertad equivale a traspasar los confines de nuestra propia razón, lo que permite descubrir que para nuestra auténtica autonomía los confines de la libertad son infinitos, puesto que la “libertad es capaz de rebasar cualquier limite dado” (CRP: A 317 = B 374). De esa manera, el aparente límite trazado por Kant al conocimiento en su filosofía teórica queda matizada en la filosofía práctica con las infinitas capacidades de la libertad bajo el mandato del obrar por deber. Con la búsqueda de este principio moral, que es en últimas el garante del recto obrar y de carácter estrictamente formal, Kant invita a que cada quien en cada momento invente sus propias pautas morales, a fin de someternos únicamente a nuestra propia legislación (cfr. Allison, 1990: 171 y Guyer, 1992: 19). Además, con el punto de vista de la ley moral ofrecido por Kant se sigue que aunque consideremos a un ser humano como estrictamente racional en su forma de actuar, independientemente de si actúa moralmente, no podemos considerarlo plenamente racional, si no cumple con los requisitos evaluativos morales postulados por Kant en su 40 principio moral (cfr. Hoyos, 2006 y Guyer, 1992). Luego, la sobria tranquilidad que Kant anunciaba como conclusión de su periplo hacia los confines de la razón, es decir, el “cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”, son palabras que equivalen a una puerta de entrada a las “infinitas” capacidades de la libertad, la autonomía y la exigencia de un deber propio. Y todo esto, gracias a un principio que no pende del cielo ni se apoya sobre la tierra. 41 3 3. LA ILUSIÓN ENMASCARADA: EL EXAMEN DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT Schopenhauer se presentaba a sí mismo como un escritor serio y cuya intención no era producir sarcasmos y diatribas contra una persona en especial. Sin embargo, lo poco mesurado de su lenguaje nos ha legado para la posteridad la comicidad con que se refería a sus oponentes y el grueso de calificativos hacia ellos nos induce a pensar, en contraste con su sereno carácter reportado por todos sus biógrafos, a una persona combativa y extremadamente sardónica. Lo anterior puede ayudarnos a comprender porque Schopenhauer evaluó la ética kantiana como una ilusión momentánea, un desencanto producto de la euforia propia de una fiesta, cuyo verdadero rostro era vergonzoso y decepcionante, carente de logro alguno: Si ahora, al término de esta investigación rigurosa y fatigosa, se me permitiese como despeje una comparación jocosa y hasta frívola, compararía a Kant, en aquella automistificación, con un hombre que en un baile de máscaras corteja durante toda la noche a una bella enmascarada, con la ilusión de hacer una conquista; hasta que ella, al final, se descubre y se da a conocer como su mujer (DPF, E2: §8, 169 [211 – 212]). Lo que significa esta imagen de Schopenhauer es que ideas teológicas y modos de pensamiento religioso que, en apariencia había abandonado Kant, en realidad todavía ejercían un influjo muy poderoso sobre su intelecto, abriéndose camino constantemente por sus escritos éticos encubiertos de una forma caprichosa, pero no por ello penetrante. No puede caber duda de que Kant no se daba cuenta de lo que hacía; de otro modo no se hubiera comprometido tan sinceramente con los errores que su especial contribución a la filosofía ética encierra: el imperativo categórico, la autonomía moral o el compromiso 42 con la libertad. De manera que Schopenhauer operara como la persona que en ese baile de máscaras develara la ilusión de aquel hombre que esta pronto a desposar a una ilusión. En otras palabras, su obra corrige y aumenta el sendero moral que Kant inauguro. Cuando Schopenhauer examina la ética de Kant tiene presente y como contendiente principal, aunque no exclusivamente, la obra de Kant sobre la Fundamentación de la metafísica de las costumbres Ahora bien, Schopenhauer anuncia que dos motivos principalmente le orientan a desplegar el examen a la ética de Kant: su esquema ético es el vigente en la época y la crítica a Kant permite “introducir” su filosofía práctica (cfr. DPF, E2: §2, 114 – 115 [154 – 155]). Es más si somos atentos, encontraremos que las objeciones presentadas a Kant por parte de Schopenhauer siguen teniendo validez, pues aunque formuladas muy tempranamente con respecto a la luz pública de la filosofía ética de Kant, constituyen el armazón de combate contra la viabilidad del proyecto éticofilosófico del mismo desde las postrimerías de su pensamiento hasta nuestra actualidad; de manera que si la crítica de Schopenhauer aplica para Kant, puede también ser crítica para algunos proyectos que han bebido de sus aguas, como son por ejemplo, los proyectos de encumbrados pensadores como Habermas o Rawls. Aunque a Schopenhauer interesaba criticar a Kant principalmente por el disfraz teológico de su ética, en el camino de presentar esa seria objeción, mostró otras tantas que agrupo bajo esa crítica y que no se preocupo por señalar de forma organizada y sistemática. No obstante, existe un alto consenso entre los analistas sobre el hecho de que las objeciones formuladas al sistema ético kantiano pueden ser las de “formalismo”, “rigorismo” y “utilitarismo” (cfr. Guisán, 1989; Hoyos, 2007 y O’ Neill, 1995: 261 264). Schopenhauer no es ajeno a presentar esas objeciones, y asumiremos como derrotero de este capítulo tales formulaciones, añadiendo otras dos a este muestrario crítico: la abierta contradicción que significa la ausencia de motivos morales en la ética kantiana y su disfraz teológico. Tres son los propósitos que nos llevan a seguir este 43 camino. En principio, señalar el carácter integro de la crítica de Schopenhauer a la filosofía práctica kantiana; pues no se trata tan sólo de señalar objeciones y defectos, sino de ponderar, evaluar y reconocer logros. Por otra parte, el presentar como las más graves objeciones al proyecto ético de Kant muestran el particular estilo de filosofar de Schopenhauer: claridad argumentativa, una alta actitud crítica, rigor en el examen y atinados contraejemplos. Finalmente, como una opción expositiva que permita encaminarnos a su filosofía práctica. En este capítulo presentamos, en primer lugar, el cargo de formalista a la doctrina ética de Kant que consiste en señalar que su sistema es mera teoría formal y de ahí su irrelevancia en la vida práctica. En segundo lugar, señalamos el cargo de rigorista achacado a Kant que consiste en presentar el deber ser por encima del ser de la acción. En tercera instancia, la falta de motivos con que opera el sistema ético de Kant lo que la hace inoperante en la acción. En cuarto lugar, el achaque que los comentaristas suelen presentar como la mayor y más propia objeción de Schopenhauer a la doctrina de Kant: el de utilitarista. Finalmente, exponemos la consecuencia a que llevan estos ataques y la que, de hecho, las encamina: la ética de Kant como un disfraz teológico. 3.1. Una jeringa frente a un incendio: el formalismo de la ética kantiana 3.1 El cargo de formalista a Kant es sin duda el achaque más conocido: el mismo Kant reconoció que sus logros en ética eran meramente formales. Este cargo consiste en presentar a la ética kantiana como mera forma supraempírica distante de las acciones prácticas. Es decir, una ética rica en principios teóricos, pero vacía para orientar las acciones prácticas. Los críticos suelen ver en Hegel un efectivo formulador de esta objeción; sin embargo, Schopenhauer la formuló en sus propios términos. Mientras que Hegel considero que el imperativo categórico era un principio tan sólo formal y que requería una forma de volverse concreta en el Estado y la sociedad civil (cfr. Hoyos, 2007: 280 – 287 y O’ Neill, 1995: 261 - 263), Schopenhauer, a diferencia de su gran 44 epígono, no se alejo hacía la filosofía política para lanzar su embate, sino que en el terreno “trascendental” encontró un fértil campo para germinar su ataque contra los conceptos como a priori o el afán de depurar la ética del mundo empírico. Lo que Kant había presentado como un mérito y una novedad de su esfuerzo por fundamentar la ética, polemizando con Wolff (cfr. FMC: 390 [58]), es severamente reprochado: No podemos participar de la alegría que Kant siente porque su ética no sea un principio material, es decir, un principio que establece un objeto como motivo, sino meramente formal, con lo que se corresponde simétricamente con las leyes formales que nos ha dado a conocer la Crítica de la razón pura. De hecho, en lugar de una ley es solo la fórmula para descubrirla (MVR1, Apéndice, 623 [593]). El depurar a la ética de todo principio material o empírico, en opinión de Schopenhauer, no puede ser asumido como un logro. En tanto que pura forma, no puede tener validez moral un principio que nunca ocurre y es sólo posible, pues sería desatender el mundo de la experiencia y el vivir mundano, donde es de mayor importancia lo que hay que lo posible: “Puesto que Kant, al despreciar todos los móviles empíricos de la voluntad, desechó de antemano como empírico todo lo objetivo y todo lo subjetivo sobre lo que se pudiese fundamentar una ley para ella, no le quedo como materia de esa ley más que su propia forma” (DPF, E2: §6, 141 [181 – 182]). El arduo procedimiento de Kant, del cual él mismo era consciente, por fundamentar un principio moral teniendo como materia la sólo forma es para Schopenhauer un hábil procedimiento que equipara a las repentinas y espontáneas uniones de los elementos: Con tanto mayor motivo tenemos que aguardar con impaciencia la solución de la tarea que él mismo se ha propuesto, y esperar ansiosos a ver cómo de la nada ha de resultar algo; es decir, cómo a partir de conceptos puramente apriorísticos, sin contenido empírico ni material alguno, han de precipitarse las leyes del obrar material humano; un proceso como símbolo del cual podemos considerar aquel proceso químico por el que de tres gases invisibles (nitrógeno, hidrógeno y cloro), o sea, en el espacio aparentemente vacío, surge ante nuestros ojos amoniaco sólido (DPF, E2: §6, 138 [179]). 45 En apoyo de este embate Schopenhauer toma los conceptos relacionados con aprioridad en Kant, según el cual los conocimientos a priori, por su condicionamiento competen al fenómeno y están limitados con respecto al ser en sí de las cosas. Su ética “por tanto se tiene que referir sólo a la forma, no al contenido de las acciones” (DPF, E2: §6 129 [169 – 170]). El detallado análisis de la razón práctica kantiana, que va desde el itinerario de su método apriorístico, su evolución conceptual desde la Crítica de la razón pura hasta la Crítica de la razón práctica, lleva a afirmar que la afanosa búsqueda de Kant por depurar todo contenido empírico reduce su ética a un conjunto de conceptos abstractos, carentes de solidez alguna e incapaces de referirse a la moralidad como tal (cfr. DPF, E2: §5 - §6, 126 – 129 [166 – 169]). En contraposición, Schopenhauer piensa que “el moralista, como el filósofo en general, ha de conformarse con la explicación e interpretación de lo dado, esto es, aceptar lo que realmente hay o acontece, para llegar a su comprensión” (DPF, E2: §4, 120 [160]). Pero aún más importante, de este ataque a Kant se sigue que la razón en su forma práctica es una mera formalidad, una ficción “pensada un poco en los queridos ángeles”; luego la razón carece de valor en la motivación moral, pues ella es tan sólo nuestra facultad de representación: “La razón, como la facultad de conocer en general, es algo secundario, perteneciente al fenómeno e incluso condicionado por el organismo; y, en cambio, el verdadero núcleo, lo único metafísico y por tanto indestructible en el hombre es su voluntad” (DPF, E2: §6 132 [172]). Para corroborar esta crítica Schopenhauer presta atención particularmente a lo que Kant denomino “las obligaciones para con nosotros mismos”. El análisis de estos deberes hacia nosotros mismos carecen de valor moral alguno puesto que “la significación moral de una acción moral solo puede radicar en su relación con los otros” (DPF, E2: §16, 206 [249]). De manera que el formalismo kantiano lejos de indicar un camino hacia el obrar correcto es abiertamente inmoral. Pero otro camino conduce al formalismo kantiano: la distinción entre fenómeno y cosa en sí. Pese a que “con la separación del a priori y el a posteriori en el conocimiento 46 humano” Kant “ha realizado el descubrimiento más magnifico y exitoso del que se pueda vanagloriar la metafísica” (DPF, E2: §6, 129 [169]), el llevar esta distinción al campo de la ética ha dado a este conocimiento el estatuto a priori, por tanto su forma de cognoscibilidad debe ser independiente de toda experiencia tanto interna como externa, haciendo que la ética sea “meramente formal, como todo lo conocido a priori; por tanto se tiene que referir sólo a la forma, no al contenido de las acciones” (DPF, E2: §6, 129 [169]). Aun más, Schopenhauer rastrea como los tempranos kantianos y sutilmente el mismo Kant, de forma especial en la Crítica de la razón práctica, pese a negar cualquier móvil empírico como fundamento moral han establecido el imperativo categórico como un hecho de la conciencia, lo que significa una abierta contradicción con los propósitos de Kant en la Fundamentación: “Pero entonces estaría fundado antropológicamente, por experiencia aunque sea interna, o sea, empíricamente; lo cual va directamente en contra del parecer de Kant y es repetidamente rechazado por él” (DPF, E2: §6, 139 [179]). Este desplazamiento de la formalidad hacia la conciencia es también objetado por Schopenhauer: Solamente en los hechos llega cada uno a conocerse empíricamente, tanto a sí mismo como a los demás, y sólo ellos gravan la conciencia moral (…). En segundo lugar, la conciencia moral toma siempre su materia de la experiencia, cosa que no puede hacer el presunto imperativo categórico, porque es puramente a priori (DPF, E2: §9, 170 [212 – 213]). Schopenhauer asume que la ética kantiana debido a su formalismo es ineficaz: “Pues la moral tiene que ver con el obrar real del hombre y no con apriorísticos castillos de naipes, de cuyos resultados ningún hombre haría caso dentro de la seriedad y los afanes de la vida, y cuyo efecto frente a la tormenta de las pasiones sería tanto como el de una jeringa frente a un incendio” (DPF, E2: §6 143 [184]). La consecuencia de la formalidad de la ética kantiana es convertir su proyecto, en armonía con la teología, en un pregoneo, 47 un sermón o un oráculo supraterrenal: “La razón práctica con su imperativo categórico aparece en la escuela kantiana cada vez más como un hecho hiperfísico, como un templo délfico en el ánimo humano; los oráculos de su oscuro santuario anuncian infaliblemente, no, por desgracia lo que va a suceder, pero sí lo que debe ocurrir” (DPF, E2: §6 146 [187]). 3.2. Hablando a los niños: el rigorismo de la ética kantiana 3.2 A la base de las objeciones a la ética kantiana por rigorismo subyace el hecho de un rechazo excesivo hacia las inclinaciones del hombre, de modo que la moralidad del hombre debe ser concebida como un riguroso enfrentamiento contra toda suerte de inclinaciones ajenas al deber. Aun más, el excesivo rigorismo limita el campo de acción moral, pues la acción sólo debe partir del deber y en radical represión contra nuestras inclinaciones, visto con más detalle podría ser entonces, un “ascetismo extremo” (cfr. Hoyos, 2007: 281). Schiller y algunos representantes del romanticismo, filósofos adeptos a la doctrina moral de Hume como Annete Baier y seguidores de una ética basada en la reflexión de la vida buena como Martha Nussbaum son presentados como defensores de esta replica a Kant. Sin embargo, en el examen que lleva a cabo Schopenhauer en torno a Kant sobresalen elementos que conjugan las preocupaciones de esta constelación de filósofos como son, el que importa más el deber ser que el ser de la acción, la falta de confianza en las inclinaciones humanas y una noción errática de “razón” que pretende ir más allá de su mera función cognitiva. En principio, Schopenhauer al analizar el deber moral postulado por Kant observó que este era más una preocupación con el deber ser de las cosas que con el ser de las cosas. Es decir, su ética es un rigorismo que desconfía de la naturaleza humana y opera como correctiva a toda inclinación que no competa al deber. El deber tal como Kant lo plantea es un manifiesto de desamor y falta de compasión, más propia de una moral de “esclavos” por presentarse como una obligación en las acciones, que además se dirige en 48 contravía del mensaje de las grandes religiones y que, prescinde del único motivo que puede tener carácter moral, la intención: El valor del carácter no comienza hasta que alguien, sin simpatía en el corazón, frío e indiferente hacia los sufrimientos ajenos y no nacidos propiamente para la filantropía, realiza, no obstante, buenas acciones solo en razón del penoso deber. Esta afirmación que indigna al auténtico sentimiento moral, esta apoteosis del desamor directamente opuesta a la doctrina moral cristiana, que pone el amor por encima de todo y sin él no da validez a nada (1ª a los Corintios, 13, 3) (DPF, E2: §6, 134 – 135 [174]). El acentuado rigorismo de la ética kantiana se pone de manifiesto en el célebre ejemplo sobre el presunto derecho a mentir que Kant negó rotundamente. Tal actitud, para Schopenhauer, es algo propio del sadismo: “Declamar es más fácil que demostrar; y moralizar, más fácil que ser sincero. Kant habría hecho mejor en liberar aquel celo especial contra el sadismo: este, no la mentira, es el vicio propiamente demoníaco” (DPF, E2: §17, 225 [270]). En efecto, para Schopenhauer, mentir en ocasiones es virtuoso y es un “deber”: Contra la idea de que la mentira es reprobable de forma totalmente incondicionada, sin excepción y en virtud de la esencia del asunto, habla ya el hecho de que hay casos en los que el mentir es incluso un deber, en concreto, para los médicos; igualmente, el que hay mentiras nobles, por ejemplo, la del marqués de Posa en el Don Carlos, la de la Gerusalemne liberata, II, 2 y, en general, todos los casos en los que uno quiere atraer a sí la culpa del otro; por último, el que el mismo Jesucristo dijera intencionadamente lo que no era verdad (Juan, 7, 8) (DPF, E2: §17, 225 [269]). En cuanto al manifiesto desacuerdo de Schopenhauer con la obligación como fundamento de las acciones humanas se debe a que este principio muestra la profunda desconfianza promovida en la doctrina kantiana de la ética a toda inclinación que no sea el deber, cuya consecuencia directa es ir en contradicción con la exigencia hecha por el mismo Kant a toda una época de “Atrévete a saber” (Sapere aude!): “No hablaremos en absoluto del deber, pues así se habla a los niños y a los pueblos en su niñez, pero no a 49 aquellos que han adquirido toda instrucción de una época que se ha hecho adulta. Sin embargo es una contradicción manifiesta llamar libre a la voluntad y prescribirle leyes según las cuales debe querer” (MVR1: §53, 321 [328]). Esa preocupación por el rigor de las acciones es para Schopenhauer una ingenuidad más propia del empecinamiento por presentar encumbrados sistemas teóricos, pero que en la práctica son insuficientes: La virtud no se enseña, no más que el genio: para ella el concepto es tan estéril como para el arte y, como en este, tampoco en ella puede utilizarse más que como instrumento. Por eso sería tan necio esperar que nuestros sistemas morales y nuestras éticas suscitaran hombres virtuosos, nobles y santos, como que nuestras estéticas crearan poetas, escultores y músicos (MVR1: §53, 320 [327]). Schopenhauer examinando el excesivo rigor que promete la doctrina ética de Kant y el reiterado anuncio del deber en la acción moral anuncia serias contradicciones, cuando se equipara la Fundamentación de la metafísica de las costumbres con la Crítica de la razón práctica. En esta última obra se habla del imperativo categórico como un “factum de la razón pura”, y de esta, determinado inmediatamente por la voluntad. El fin de esta crítica por parte de Schopenhauer se encamina a negar toda razón inmediata, al tiempo que ubicar la razón únicamente como facultad de representaciones abstractas y del obrar racional como aquel guiado por pensamientos y conceptos, sin que refieran inmediatamente a la virtud o al vicio (cfr. DPF, E2: §6, 143 – 145 y 148 – 150 [183 – 186 y 189 -191]). Así, el examen de Kant bajo la acusación de rigorista se caracteriza por una evaluación de otro de sus textos capitales de ética y por ubicarle a la razón un lugar meramente cognitivo y no como herramienta natural innata capaz de establecer la bondad de una acción: 50 Si en vez de divinizar la razón se hubiese querido emplearla, hace tiempo que se tendría que haber opuesto a tales afirmaciones la simple observación de que si el hombre, en virtud de un órgano peculiar para la solución del enigma del mundo –su razón-, llevase consigo una metafísica innata necesitada solo de desarrollo, entonces tendría que reinar entre los hombres un acuerdo sobre los objetos de la metafísica exactamente tan perfecto como sobre las verdades de la aritmética y de la geometría; con lo que resultaría del todo imposible que se encontrase sobre la tierra un gran número de religiones completamente distintas y uno aún mayor de sistemas filosóficos diferentes (DPF, E2: §6, 151 [192]) 3.3. Contradictio in adjecto: la falta de motivos prácticos en la ética kantiana 3.3 La idea de un deber incondicionado no sólo es un manifiesto de rigorismo para la naturaleza humana, también es un sinsentido. El argumento de Schopenhauer se basa en que toda obligación siempre refiere a móviles concretos, no a un constreñimiento o imperativo de la razón hacia las inclinaciones humanas. En efecto, el deber que postula Kant no sólo es un manifiesto de rigor contra la naturaleza humana, sino que es un contrasentido, puesto que el carácter de la obligación siempre se refiere a móviles concretos, no a principios incondicionados: (…) Toda obligación está necesariamente condicionada por el castigo o recompensa y, por tanto, hablando en lenguaje de Kant, es esencial e inevitablemente hipotética y nunca categórica como él sostiene. Pero si se abstraen esas condiciones, entonces el concepto de la obligación queda vacío de sentido: por eso, obligación absoluta es, en efecto, una contradictio in adjecto. Es absolutamente imposible imaginarse una voz imperativa, venga dentro o de fuera, de otra forma que amenazado o prometiendo: más entonces, quien le obedezca será ciertamente, según las circunstancias, prudente o tonto, pero siempre interesado y por consiguiente, sin valor moral (DPF, E2: §4, 123 [163]). Además, corroborando nuevamente la definición kantiana de deber, según la cual es “la necesidad de una acción por respeto a la ley” (FMC: 400 [74]), esta adolece de fallas argumentativas, pues en sus dos términos, “necesidad” que refiere a aquello que ocurre inevitablemente y no vale la pena hablar de eso que no ocurre nunca, y “respeto” que no significa sino obediencia a la ley, es puesto en evidencia su origen teológico, pues tales 51 conceptos son más propios de la doctrina religiosa que de la acción práctica humana (cfr. DPF, E2: §6, 135 – 136 [174 – 175]). La dificultad de justificar la moralidad no es que sólo haya un motivo humano, sino que haya tantos; ciertamente para Schopenhauer, Kant se equivoco al atribuir al deber el sitial de la moralidad. El deber para Schopenhauer es tan solo equiparable al concepto de “compromiso”, y este concepto, y no otro, es su verdadero sinónimo, el cual llevado a definir toda conducta elogiosa pierde su significado: Todos los deberes se basan en un compromiso contraído. Este es, por lo regular, un acuerdo mutuo expreso, como, por ejemplo, entre el príncipe y el pueblo, el gobierno y los funcionarios, el señor y el siervo, el abogado y los clientes, el médico y los enfermos y, en general, entre el que ha asumido un servicio de cualquier tipo y el que lo ha encargado, en el sentido más amplio de la palabra. Por eso, todo deber da un derecho: porque ninguno se puede comprometer sin un motivo, es decir, sin algún provecho para sí (DPF, E2: §17, 221 [264 – 265]). En la medida en que la ética de Kant se basa en el deber incondicionado y postula la actuación sin la ausencia de motivos, el principio del obrar kantiano según se actúa conforme a fines y nunca a medios es algo engañoso, puesto que el obrar necesita hacerse medios para alcanzar fines, y un obrar sin hacerse a un medio, sin importar las peculiaridades del caso, es tan sólo una suposición que se desvanece en el ajetreado mundo de la acción: “Hemos de tratar siempre al hombre como fin y nunca como medio” es, ciertamente, un principio sumamente sonoro y, por lo tanto, muy apropiado para aquellos que les puede gustar poseer una fórmula que les dispense de todo pensamiento ulterior; pero vista a la luz es una expresión sumamente vaga e indefinida, que logra su fin de forma totalmente indirecta y que para cada caso en que se aplica necesita primero especial atención, determinación y modificación, de tan general pero insuficiente, vacía y problemática como es (MVR1: §62, 412 [409]). 52 Schopenhauer examina el contenido de la ley moral ofrecido por Kant, el cual le permite sugerir que el hombre no puede buscar una ley a la cual someter su voluntad sin que haya un móvil concreto o empírico que le impulse a ello, y sea de tal carácter y fuerza, que lo impulse a superar el egoísmo: La objeción que subyace primera e inmediatamente a aquel fundamento de la moral dado por Kant es que ese origen de la ley moral en nosotros es imposible, porque supone que al hombre se le ocurriría por sí solo buscar e informarse de una ley para su voluntad y a la que esta tuviera que subordinarse y someterse. Pero es imposible que a él por sí sólo se le venga esto a la cabeza sino, a lo sumo, solo después de que le haya dado el primer impulso y ocasión para ello otro móvil moral positivamente eficaz, real y que se anuncie a sí mismo como tal, que actúe sobre él y hasta le presione sin haber sido invocado (DPF, E2: §6, 142 [182 – 183]). De igual manera, Schopenhauer recuerda como toda la filosofía Occidental hasta Kant ha carecido de motivos sólidos para llamar a la acción, hecho que puede ilustrarse en la falta de compasión hacia los animales, a quienes los filósofos, con la notable excepción de Rousseau, han tratado como criaturas menores y susceptibles de estar al servicio de la humanidad. En efecto, para Schopenhauer, todos los sistemas éticos de Occidente carecen de responsabilidad para con los animales y justificación de comportamientos relevantes hacia ellos. Pero la rebelión de Schopenhauer frente a la tradición Occidental de la filosofía no sólo es una protesta, tiene un fundamento ético-metafísico: la identidad esencial del hombre y los animales tiene un mismo origen en la voluntad y sólo se diferencian en lo secundario, el conocimiento (cfr. DPF, E2: §19, 239 – 245 [284 -291]). 3.4. Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris: el utilitarismo escondido de Kant 3.4 Aparentemente no hay nada más distante de Kant que el utilitarismo. Las propuestas éticas de corte kantiano, por ejemplo, la muestran como la gran doctrina adversaria (cfr. Rawls, 2006: 179 - 187). Esto se debe a la forma incondicionada en la acción que el propio Kant pregono, a lo ajeno que parece estar su propuesta de la búsqueda del 53 beneficio y hasta el mismo desprecio por parte de los utilitaristas hacia la “ética del sacrificio”. No obstante, se ha vuelto común emparentar a Kant con el utilitarismo. El mismo John Stuart Mill (1980: 180), figura visible del movimiento, ya señalaba como el criterio de universalización utilitarista era cercano al concepto de un interés general por la humanidad, hecho que conceptual y filosóficamente no distancia mucho a ambos pensadores. Por otra parte, R. M. Hare (1999) es el responsable de una de las interpretaciones más sugestivas de Kant como utilitarista; interpretación que no pone en aprietos exclusivamente a Kant, sino de la cual salen mal librados las propuestas que se amparan en su legado, como en este caso la de John Rawls o Jürgen Habermas. Sin embargo, existe un alto consenso entre los estudiosos por presentar a Schopenhauer como el más certero crítico de Kant por utilitarista (cfr. Hoyos, 2007 y Koorsgaard, 1996: 178). Asunto que no deja de ser sugestivo y problemático. En efecto, pese a que Schopenhauer fue una persona sumamente erudita e informada de los acontecimientos de la historia y de su época, su reflexión sobre los utilitaristas ingleses fue casi nula. No obstante, si se vincula a Schopenhauer como el más certero crítico de Kant por utilitarista se debe a su original desmonte del imperativo categórico, que bajo su óptica es en esencia una forma sutil de buscar lo beneficioso para cada quien; para Schopenhauer este imperativo categórico es una versión sofisticada de la antigua “regla de oro”: quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris (No hagas a los otros, lo que no quieras que te hagan a ti mismo). De esa manera, el cargo tal y como lo formula Schopenhauer compete y es extraído de uno de los pilares del kantismo: las diferentes formulaciones del imperativo categórico. El examen de las variantes del imperativo categórico pone en evidencia que Kant no escapo a la búsqueda beneficiosa de la acción y hace patente su incapacidad manifiesta por derrotar el egoísmo, siendo el egoísmo mismo, el motor oculto que opera en el imperativo categórico. De forma consecuente con sus réplicas anteriores, Schopenhauer piensa que el concepto de “ley”, y sus afines como “deber” u “obligación” sólo tienen sentido dentro de una 54 moral teológica, pero desvinculados de este terreno estos conceptos, a pesar de que Kant los califique de “absolutos” o “incondicionados” carecen de sentido. Así, la idea de un deber absoluto, según Schopenhauer, es del todo impensable. Por su propia naturaleza toda obligación es hipotética y contingente a la idea del premio o castigo. En la moral teológica, por la idea del premio o castigo ultraterreno; en las acciones morales mundanas por la búsqueda de interés; de ahí que una ética basada en motivaciones del deber carezca de valor moral por basarse siempre en motivaciones egoístas; es decir, la ética de Kant lejos de responder al deber, presenta a este como un caballo de Troya donde lo beneficioso y provechoso para cada quien es su verdadero contenido interior (cfr. DPF, E2: §4 121 – 126 [160 – 166]). El procedimiento que adopto Kant al adoptar la “ley” o el “deber” como guía de la acción moral, implica hacer algo porque se ha dicho que se haga y, porque o se temen las consecuencias de la desobediencia o se desea el premio de la obediencia. Es decir, seguir los mandatos del imperativo categórico no es obrar como agente moral, sino como autointeresado. De esta manera, el criterio último al que refiere el imperativo categórico en sus diferentes formulaciones no es más que el egoísmo. La ineficacia de la ética kantiana, según el argumento que ofrece Schopenhauer, se muestra en sus logros con el imperativo categórico, pues pese a que aparentemente combatió la búsqueda del interés personal es más bien una forma efectiva por alcanzarlo: “el eudemonismo que Kant había expulsado solemnemente por la puerta principal de su sistema como heterónomo, y que ahora entra de nuevo furtivamente por la puerta trasera bajo el nombre de Bien Supremo” (DPF, E2: §4, 124 [164]). Kant ha caído entonces ante el “desafío moral de Hobbes”. Este desafío consiste en que la filosofía ética de la Modernidad, sin excepción, fue un intento de respuesta a sus preguntas morales en torno al egoísmo: 1) ¿La naturaleza humana puede distinguir entre virtud y vicio?; 2) ¿La moral es patrimonio de alguien o de algunos elegidos?; Y, 3) Supuesto lo anterior y contestado afirmativamente, ¿distinguir moralmente nos motiva a 55 actuar? (cfr. Schneewind, 1995: 18). Schopenhauer consiente de semejante desafío a la filosofía moral desde el siglo XVII y de lo fútil de las respuestas dadas recuerda que “para oponerse a un enemigo semejante [el egoísmo], tiene que ser algo más real que una sutil argucia o una pompa de jabón apriorística” (DPF, E2: §14, 199 [242]). Schopenhauer realiza un análisis riguroso del imperativo categórico kantiano, develando como este oculta su verdadero motor: el egoísmo. El examen de la primera formulación del imperativo categórico, “obra sólo según aquella máxima por la que puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal” (FMC: 421 [104]), demuestra que ese poder querer es un querer personal elevado a estatuto universal; en últimas, egoísmo o beneficio de la acción (cfr. DPF, E2: §7, 155 – 156 [197 – 198]). El poder querer del imperativo categórico se basa en que uno debe querer hacer aquello que no puede padecer. De aquí, deduce muy kantianamente Schopenhauer, que el imperativo categórico es, más bien, un imperativo hipotético al que subyace como móvil que la ley de mi obrar lo sea también de mi sufrir (cfr. DPF, E2: §7, 157 [199]). Schopenhauer se dedica a censurar tanto la regla propuesta como el modo en que Kant trató de derivar obligaciones especificas. Según su evaluación, la regla no ofrece guía alguna acerca de cómo deba obrar el hombre en una situación dada. Si se dice que, al menos, le indica que haga lo que pueda “querer” que hagan todos los hombres en el tipo de situación en que él se encuentra, el problema sigue siendo el mismo. Porque ahora todo se concentra en qué es lo que puede verdaderamente querer, parece requerir otro principio o criterio para determinarlo. Según como naturalmente suceden las cosas, parece que el egoísmo, en cuanto implica el pensamiento de la propia utilidad, muy probablemente gobernará el juicio del hombre, consideración que Kant, al menos en una de sus deducciones de deberes particulares, acepta aparentemente con ecuanimidad (cfr. FMC: 400 [74]). 56 Las otras formas del imperativo categórico no cuentan con mejor suerte en la crítica de Schopenhauer, a todas les compete el cargo de buscar el bienestar propio a expensas de la humanidad. Sin embargo, de la segunda formulación del imperativo categórico, según la cual ”obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca como medio”(FMC: 429 [116]), Schopenhauer rescata algo particular que puede ayudar a defender a Kant de sendos dardos: el haber caracterizado y reconocido que el egoísmo natural del hombre es una tendencia por tratar a los demás como instrumentos para los propios intereses (cfr. DPF, E2: §8, 163 [206]). Por demás, los conceptos de “fin en sí” y “valor absoluto” que aparecen en la segunda formulación del imperativo categórico son rechazados, pues son siempre conceptos relativos, nunca absolutos. ¿Qué significa, por ejemplo, “fin en sí” y cómo se distingue de un simple fin? Además, el fin es siempre remisible a una voluntad que quiere ese fin, y el valor, opera por una doble relación: ser valor para alguien y serlo en comparación con otra cosa (cfr. DPF, E2: §8, 161 [203 204]). En cuanto a la tercera formulación del imperativo categórico, en la que se postula la autonomía del querer como “obra de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma por su máxima al mismo tiempo como universalmente legisladora” (FMC: 431 – 434 [119 -123]), para Schopenhauer es una mera fantasía, pues involucra que el querer de la voluntad no es movido por ningún interés. Esto significa que la voluntad quiera sin tener ningún motivo para ello; pero como toda acción debe tener un motivo, es un contrasentido la formulación de Kant, equivale a “una piedra [poder] cambiar de lugar sin choque o impulso” (DPF, E2: §8, 165 [208]). Pero la crítica a la tercera formulación del imperativo categórico no termina acá. “La autonomía de la voluntad conduce a Kant a algo de consecuencias más molestas que ese inocente pequeño reino de los fines, al que se puede dejar en paz como totalmente inofensivo: al concepto de dignidad del hombre” (DPF, E2: §8, 165 – 166 [208]). Para Schopenhauer esta expresión no es más 57 que una palabra colocada allá donde hizo falta el concepto y el talento, bastión de los moralistas a falta de un fundamento en la ética y vestido para la moral teológica. El utilitarismo escondido de Kant es, finalmente y de forma consecuente con su propia argumentación, puesto en las pretensiones prácticas que se derivan del imperativo categórico. En otras palabras, el utilitarismo escondido de Kant, derivado de su imperativo categórico, sólo puede conducir a que el Estado de derecho, deducción moral, objetivo político y práctico del mismo Kant, no sea el acuerdo de voluntades para superar el egoísmo y el interés personal sino una perpetuación de ese egoísmo, hecho que se explica en derivar el Estado de derecho como producto del principio del obrar y no en conocer que el Estado, desde un principio, es una asociación para mitigar los mutuos intereses: (…) A la doctrina del derecho de Kant que de forma totalmente falsa deduce de su imperativo categórico la fundación del Estado como un deber moral, en la época más reciente ha provocado aquí y allá el peculiar error de que el Estado es una institución para el fomento de la moralidad, que surge de la aspiración a está, por lo tanto, dirigido contra el egoísmo (…). Como se dijo, el Estado no está dirigido contra el egoísmo en general y en cuanto tal; muy al contrario, ha nacido del egoísmo de todos (…). Pero en modo alguno no está dirigido contra el egoísmo sino solo contra las consecuencias perjudiciales del egoísmo, que nacen de la pluralidad de individuos egoístas unos con otros y perturban su bienestar; y así busca ese bienestar (MVR1: §62, 407 – 408 [404 – 405]). El cargo de utilitarista a Kant es una crítica un tanto fatal a su ética, quizá la que más valor tiene entre los seguidores y críticos de Kant, puesto que con ella se acerca peligrosamente a un proyecto filosófico que parece distante y adversario como es el utilitarista; socava muchos de las intenciones que Kant buscaba combatir con su ética como son el egoísmo o el obrar por interés particular; y, muestra los “propósitos ocultos” de un logro kantiano: el imperativo categórico. No obstante, Schopenhauer reconoce que una vez develado el móvil que propugna Kant en su imperativo categórico, 58 sus ideas, encauzadas correctamente, pueden tener algún valor en el mundo político, así sean inadmisibles en la ética: Este principio de la ética, que bien mirado, no es nada más que una expresión indirecta del antiguo y sencillo principio quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris, se refiere primera e inmediatamente a la parte pasiva, al padecer, y sólo mediante ella al hacer: por eso como se ha dicho, sería muy útil como guía para la institución del Estado, que está encaminado a evitar el padecimiento de la injusticia y pretende proporcionar a todos y cada uno la mayor suma de bienestar: pero en la ética, donde el objeto de la investigación es el obrar en cuanto obrar y en su significado inmediato para el agente, pero no su resultado –el sufrimiento- ni su relación con los demás, aquella consideración no es admisible en cuanto remite en el fondo a un principio de felicidad, es decir, al egoísmo (MVR1, Apéndice: 623 [593]). 3.5. La pata de palo: el disfraz teológico de la ética kantiana 3.5 La principal motivación de Schopenhauer para criticar el sistema ético de Kant es develar su “disfraz”: la teología. Desde un principio hasta que termina su embate, Schopenhauer recuerda que el origen de la ética que está combatiendo no es otro más que teológico. Los filósofos morales anteriores a Kant habían hablado como si el soporte y la justificación última de las creencias morales debiera apoyarse en la voluntad y fines de un ser externo o “trascendente”, ser que ordinariamente asumía la forma de un agente suprapersonal o Dios, pero que a veces es presentado en forma de “principios” o “Absolutos”. Además, a esa entidad se la ha considerado necesaria para proporcionar a los seres humanos un motivo suficiente para conducir sus vidas de una manera moral aceptable. La importancia que asigna Schopenhauer a este ataque reside en que si bien Kant había sido el mayor enterrador de un estilo de filosofar que era cercano a la teología, desde los hallazgos de su filosofía práctica término resucitándola y dándole vida en su doctrina moral. En efecto, Schopenhauer apunta de forma mordaz como Kant tras haber socavado 59 la teología especulativa desde su filosofía teórica propone ahora una ética que tiene su base en la moral teológica: Pero desde que Kant destruyó los fundamentos de la teología especulativa hasta entonces vigentes como firmes, y a estos, que hasta el momento habían sido los soportes de la ética, quiso luego, a la inversa, apoyarlos en la ética a fin de agenciarles siquiera una existencia meramente ideal: desde entonces, cabe pensar menos que nunca en una fundamentación de la ética por la teología, pues ya no se sabe cuál de las dos ha de ser la carga y cuál el apoyo, y al final se caería en un circulus vitiosis (DPF, E2: §2, 112 [151 – 152]). Los conceptos centrales de la moral kantiana, sugiere Schopenhauer, como los principios establecidos y los argumentos sostenidos son inoperantes en la vida práctica y solo tienen sentido dentro de las prescripciones teológicas: Quizá se me querrá oponer que la ética no tiene que ver con cómo actúan realmente los hombres sino que es la ciencia que indica cómo deben actuar. Pero esto es justamente el principio que yo niego después de haber mostrado suficientemente, que el concepto de la obligación, la forma imperativa de la ética, solo tiene validez en la moral teológica, mientras que fuera de ella pierde todo sentido y significado (DPF, E2: §13, 195 [238]). Schopenhauer recuerda en su ofensiva, y analizando los conceptos fundamentales de la ética kantiana, como son el “deber”, la “ley” y la “obligación” que el origen de tales conceptos no es otro que la teología: “(…) No reconozco ningún otro origen para la introducción del concepto ley, precepto, obligación en la ética más que uno ajeno a la filosofía: el decálogo de Moisés” (DPF, E2: §4, 121 – 122 [161]). De esa manera, el soterrado tufo teológico que muestra la obligación moral de Kant en su ética, equivale a una hábil artimaña: “No me propongo ninguna comparación sarcástica. Pero en la forma la cosa tiene analogía con la sorpresa que nos prepara una artista de la magia natural, al hacernos encontrar una cosa allá donde él la había hecho desaparecer prudentemente” (DPF, E2: §4, 125 [165]). 60 El manifiesto desprecio hacia toda moral teológica por parte de Schopenhauer se funda en un desacuerdo metafísico: la creencia impartida por las religiones monoteístas de un Dios creador exime necesariamente la responsabilidad moral. Si el mundo hubiera sido creado por una instancia trascendente al mismo, esta circunstancia nos despojaría de toda responsabilidad moral, puesto que quien hubiera creado nuestra esencia sería, por ello mismo, responsable de todos y cada uno de nuestros actos. Por tanto, los intentos de la tradición filosófica posterior al debacle de la cultura helénica de hacer el mundo un producto de Dios o, el intento inverso por parte de Kant de probar la existencia de Dios desde un formalismo moral son un equívoco: Contemplándome como creado de la nada y cual si fuera la chapucera obra de algún otro, es realmente monstruoso pensar que Dios ha dejado transcurrir un tiempo infinito antes de crear algo (o sea yo), que luego quiere mantener durante otra eternidad, prodigando castigos o recompensas en base a lo que ha ocurrido por capricho suyo. Dios castiga su propia y chapucera obra porque no es como él quiere; sería como el niño que golpea la silla con que ha tropezado (MB: 56 [97 – 98]). No obstante, Schopenhauer era un conocedor profundo de las tradiciones místicas y doctrinas religiosas de oriente y occidente. Schopenhauer no pensó que fuese imposible que los dogmas religiosos pudieran servir para un fin práctico útil, manteniendo el comportamiento del hombre dentro de límites razonables, aunque en última instancia era algo que solamente la investigación empírica podría decidir. Estaba dispuesto a admitir que algunos de los puntos doctrinales de la religión podían implicar intuiciones significativas. Sin embargo, negó paladinamente que las proposiciones religiosas puedan tomarse según su valor literal y aceptarlas como literalmente verdaderas: interpretarlas en este sentido y tratar después de justificarlas con argumentos filosóficos es por tanto absurdo. 61 Pero dos motivos más, ya no necesariamente metafísicos, hacen que desdeñe la religión en la moral. Por una parte, y en armonía con David Hume, la religión es una fuente de superstición y el motor principal del optimismo encubriendo así la verdadera esencia de la vida, el dolor: El verdadero aunque oculto origen de estos últimos [origen malo de todo cuanto existe] lo descubre sin contemplaciones, pero con una abrumadora verdad, David Hume, en su Natural History of Religion, sec. 6, 7, 8, y 13. También los libros 10 y 11 de sus Dialogues on Natural Religion, pone al descubierto con argumentos muy sólidos, pero totalmente distintos a los míos, la lamentable condición del mundo y lo insostenible de todo optimismo, con lo cual lo ataca en su origen (MVR2: Capítulo 46, 668 [636 – 637]). Por otra parte, el ataque de Schopenhauer a la religión se basa en que el móvil de toda religión, la fe, resulta un impulso muy débil para actuar de forma bondadosa formando así una imagen errónea de lo qué es moral y aquello qué no lo es: Toda religión basa en su dogma el móvil moral perceptible para todo hombre pero, por eso mismo, aún incomprensible; y lo vinculan estrechamente con él, que ambos parecen inseparables: incluso los sacerdotes se esfuerzan para hacer pasar la incredulidad y la inmoralidad por una y la misma cosa. En esto se basa en que para el creyente incrédulo valga como idéntico al moralmente malo, tal y como lo vemos ya en el hecho de que expresiones como “sin Dios”, “ateo”, “no cristiano”, “hereje”, etc. Se usen como sinónimos de “moralmente malos”. A las religiones se les ha puesto la cosa fácil gracias a que partir de la fe, pueden exigirla de modo absoluto para su dogma, incluso bajo amenazas (DPF, E2: §21, 262 – 263 [310 – 311]). A lo que conlleva el que la ética de Kant sea un disfraz teológico es a tergiversar lo que verdaderamente ocurre en nuestro fuero interno, ocultando la verdadera esencia de nuestros motivos morales y siendo un sustituto eficaz en la acción con conceptos propios de la teología como el de “deber” u “obligación”: Si ahora intentamos concebir solamente mediante la fantasía, e imaginarnos a un hombre cuyo ánimo estuviese poseído por una obligación absoluta que hablase en un imperativo categórico puro, como por un 62 demonio que pretendiera dirigir continuamente sus acciones en contra de sus inclinaciones y deseos, entonces no percibiríamos así ninguna imagen correcta de la naturaleza humana o de los procesos de nuestro interior: pero sí reconoceríamos un sustituto artificial de la moral teológica que es a esta lo que una pata de palo a una viva (DPF, E2: §8, 168 [210 – 211]). Esa “pata de palo” no sólo es un hábil sustituto en el obrar, más importante aún, para Schopenhauer es un engaño a la vida real, de forma tal que la filosofía es incapaz de dar cuenta efectiva y cabal sobre el mundo dado y mediante esa ética establece un retrato falaz de cuanto hay: (…) La propia fundamentación de Kant, [la constituyen] sutilezas artificiales que exigen las distinciones más finas y se basan en los más abstractos conceptos, en combinaciones difíciles, reglas heurísticas y principios que se balancean en la punta de un alfiler, así como en máximas de zancos desde cuya altura no se puede ya divisar la vida real y su barullo. Por eso están perfectamente indicadas para resonar en los auditorios y ofrecer un ejercicio de agudeza: pero una cosa así no puede ser lo que suscite la llamada al obrar justo y bueno que existe en cada hombre, ni puede mantener en equilibrio los fuertes impulsos a la injusticia y la dureza, ni tampoco servir de base a los reproches de la conciencia moral; querer retrotraer estos a la violación de tales máximas sutiles solo puede servir para hacerlos ridículos (DPF, E2: §12, 185 – 186 [228]). Las consecuencias de que la ética kantiana tome apoyo en la teología son un vacío conceptual y una moral de la obligatoriedad engañosa de los verdaderos procesos humanos. Por lo tanto, la ética de Kant, tan aparentemente sólida, tiene un craso error en su formulación propio de una disciplina como la teología: tomar la existencia de la ley moral como un hecho dado y carecer de su consiguiente justificación; es decir, Schopenhauer tomando conceptos de las antiguas disputas escolásticas llama petitio pricipii (cfr. DPF, E2: §4, 122 [162]). Frente a esto, Schopenhauer propondrá una ética que se limite a explicar y aclarar lo dado (cfr. DPF, E2: §4, 120 [160]). En efecto, Schopenhauer no sólo se limitara a denunciar el verdadero rostro de la ética kantiana, sino que propondrá su propia “filosofía práctica” alejándola de todo posible 63 tufo teológico: “Para el pueblo la moral se fundamenta en la teología como voluntad expresa de Dios. En cambio, vemos a los filósofos, con pocas excepciones, empeñados concienzudamente en su totalidad esquivar esa forma de fundamentación, e incluso recurrir a razones sofísticas con el sólo fin de evitarla” (DPF, E2: §2, 111 [151]. Además, distanciarse de la teología es algo propio del estilo de su filosofía y de su actitud vital que lo convirtieron en el primer filósofo de Occidente en considerarse abiertamente ateo, sin por ello dejar de manifestar un interés por todas las tradiciones religiosas y las antiguas mitologías (cfr. Aramayo, 2002: 72 y ss): “(…) La filosofía es esencialmente sabiduría del mundo: su problema es el mundo: solo con él tiene que ver, y deja a los dioses en paz, esperando a cambio que también ellos le dejen en paz a ella” (MVR2: capítulo 17, 209 [226]). 64 4 4. EL MUNDO CON TODOS SUS SOLES Y GALAXIAS: LA FILOSOFÍA PRÁCTICA DE SCHOPENHAUER Schopenhauer, de forma paradójica, optó por llamar “filosofía práctica” al conjunto de posiciones que pueden denominarse de carácter “ético”. Esta sutileza del lenguaje, la cual él mismo no se esmero por cultivar, se explica porque para Schopenhauer las condiciones en las cuales los argumentos morales pueden ejercer una influencia en lo que se hace son más bien excepcionales. Ciertamente no basta que la injusticia de una práctica o lo equivocado de una decisión se evidencien de manera palmaria. Para Schopenhauer, la gente debe estar lista para escuchar, y eso no lo determinan los argumentos. De acá que la labor filosófica, bajo su perspectiva, incluso en los temas públicos, seguirá siendo teórica, y no puede evaluarse mediante sus efectos prácticos. Es probable que esta labor sea infructuosa; y si es teóricamente menos irrelevante para problemas de la sociedad, no puede pretender una importancia superior simplemente en virtud del carácter público de sus preocupaciones. Por tanto, para su “filosofía práctica” es de menor importancia cambiar el mundo que comprenderlo: la filosofía se juzga mejor por su contribución a la comprensión y no al curso de los sucesos: Pero en mi opinión toda filosofía es siempre teórica, ya que le es esencial, sea cual sea el objeto inmediato de la investigación actuar siempre de forma puramente contemplativa e investigar, no prescribir. En cambio, hacerse práctica, dirigir la conducta, transformar el carácter, son antiguas pretensiones a las que un examen maduro debería finalmente renunciar. Pues aquí, donde se trata del valor o falta de valor de una existencia, donde se trata de la salvación o perdición, lo decisivo no son sus conceptos muertos sino la esencia íntima del hombre mismo, el daimon que le dirige y que no ha escogido sino que el hombre lo ha escogido a él –según expresión de Platón-, su carácter inteligible –como se expresa Kant- (MVR1: §53, 319 – 320 [327]). 65 Más aún, y a pesar de que su filosofía sea una de las más coherentes desde la perspectiva arquitectónica y argumentativa, Schopenhauer afirmó que la parte de su filosofía concerniente a la moral o a la ética era la “más seria”. En efecto, la ética ofrece la clave para la cabal comprensión de su filosofía: ésta ha de asumirse no desde su kantiano punto de partida gnoseológico, ni siquiera desde las afirmaciones fundamentales de su metafísica, sino desde su esencial conclusión ética, puesto que todo tipo de especulación en este campo afecta las acciones del hombre, un objeto que concierne a cada uno, que no puede ser ajeno o indiferente a nadie; e incluso referir a él todo lo demás es tan conforme a la naturaleza del hombre, que en toda investigación coherente este siempre considerará la parte referente al obrar como el resultado de su contenido total, al menos en la medida en que el teme le interese, y así dedicará una seria atención a esta parte aun cuando no lo haga con ninguna otra (MVR1: §53, 319 [327]). Tal juicio por parte de Schopenhauer se explica porque conocía con suficiencia y precisión los anteriores sistemas éticos. En efecto, la forma en que descalificaba y criticaba las anteriores doctrinas morales, presentando el suyo como algo original y novedoso se debe al hecho de que pensaba que hasta Kant todos los sistemas éticos eran eudemonistas: la felicidad, la virtud, el placer o la utilidad eran el resultado que buscaban. Por eso su propuesta filosófica se caracteriza por el hecho de que si existe algo realmente auténtico de su pensamiento es su ética. Nada se encuentra antes de él que se le parezca. Su doctrina se distingue de las demás, tanto por su principio, al ser tan indiferente al deber, a la felicidad, como a la utilidad; cuanto por sus consecuencias, pues ya que en vez de decirnos cómo hemos de obrar, que fin alcanzar o que utilidad seguir; busca, por el contrario, describirnos el modo de no obrar. Anunciando su fundamentación de la ética decía Schopenhauer con convicción: (…) He demostrado real y seriamente mi fundamentación de la moral, con un rigor que se acerca al matemático. Esto no tiene precedente en la moral y solo ha resultado posible por el hecho de que yo, penetrado en la naturaleza de la voluntad humana más profundamente de lo que hasta ahora se ha hecho, 66 he sacado a la luz y presentado de forma sencilla sus tres resortes, de los que surgen todas sus acciones (DPF: XVI – XVII [13]). Pero no solo era el hecho de distanciarse de sus antecesores en aspectos puntuales y posiciones filosóficas lo que hacía de su filosofía práctica algo novedoso. También era la manifiesta concordancia de su ética con los hechos: Quien se tome la molestia de meditar a fondo lo dicho aquí […] descubrirá en mi fundamentación de la ética un carácter consecuente y una totalidad esmerada de las que todas las demás carecen; así como, por otra parte, una concordancia con los hechos de la experiencia que aquellas tienen todavía menos. Pues solo la verdad puede concordar sin excepción consigo misma y con la naturaleza: en cambio, todas las falsas concepciones disputan internamente consigo mismas y, hacia afuera, con la experiencia, que a cada paso plantea su callada protesta (DPF, E2: §20, 258 [306]). En suma, su filosofía práctica ofrecía el verdadero fundamento del obrar sin por ello ser prescriptiva, así como una concordancia teórica con los hechos y era ella misma motivo para buscar acciones virtuosas. En otras palabras, su filosofía práctica era la que conducía a la respuesta del ser humano hacia todo cuanto existe; es decir, la respuesta a qué es el mundo con todos sus soles y galaxias. En efecto, Schopenhauer cree que con su filosofía práctica ha explicado el mundo del único modo posible, interpretando el código que revela el modo en que todo posee significación en relación a lo demás (metafísica, cosmología, estética, etc.), y cuál es esa significación; comprende que ha dejado atrás algunos problemas filosóficos que otros podrán esclarecer. Pero no queda ninguna otra meta hacia la que la filosofía posterior a él pueda dirigirse. Esto no se debe a que haya explicado toda la realidad, sino que ha alcanzado los límites de la inteligibilidad, siguiendo caminos y razonamientos comprensibles. De manera que la filosofía práctica de Schopenhauer solo puede alcanzar a interpretar y explicar el obrar del hombre, las máximas diferentes y hasta opuestas de la que es expresión viviente, en su esencia y contenido internos, en conexión con nuestras 67 consideraciones anteriores y exactamente de la misma manera en que hasta ahora hemos intentado interpretar los restantes fenómenos del mundo y reducir su esencia íntima a un claro conocimiento abstracto. Nuestra filosofía afirmará aquí la misma inmanencia que en las demás consideraciones: en contra de la gran doctrina kantiana, no pretenderá utilizar las formas del fenómeno, cuya expresión general es el principio de razón, como trampolín para sobrevolar el fenómeno, que es lo único que les da significado, y aterrizar en la ilimitada región de las ficciones vacías. Antes bien, este mundo real de la cognoscibilidad en el que estamos y que está en nosotros sigue siendo, tanto como la materia, el límite de nuestra consideración: un mundo tan rico en contenido que ni la más profunda investigación de la que el espíritu humano fuera capaz podría agotarla (MVR1: §53, 321 [328 – 329]). En este capítulo presentamos la filosofía práctica de Schopenhauer en un itinerario de seis mementos. En primer lugar, explicamos la fusión entre metafísica y ética. En segunda instancia, una exposición del carácter descriptivo de su ética. Como tercer momento, la explicación sobre el verdadero móvil moral de las acciones humanas: la compasión. En cuarto término, la forma en que Schopenhauer, no contento con especular sobre el obrar, recomienda una vía para hacer soportable la existencia: el eudemonismo negativo. En quinto lugar, el camino a la salvación o la negación de la voluntad de vivir como el estado éticamente deseable propiciada por la práctica de la compasión y el conocimiento del sufrimiento. Finalmente, la paradoja a la que necesariamente lleva su filosofía práctica y todo su proyecto de comprensión del mundo: la nada. 4.1 4.1. El gran misterio: la fusión entre metafísica y ética Schopenhauer emprendió su severa crítica a Kant porque consideraba, en parte, que su descubrimiento del idealismo trascendental abría un camino para llegar a la esencia de las cosas. No obstante, Kant malogró ese camino pretendiendo instalar en el sitial del noúmeno al “deber”. Por tanto, la crítica de Schopenhauer puede interpretarse como una corrección de ese camino malogrado por su descubridor. En tanto que orientador del viaje hacia los últimos confines de la razón, el punto de partida de Schopenhauer es su descubrimiento metafísico: la voluntad. Toda su filosofía es desarrollo y paráfrasis de un 68 “pensamiento único”: el de que el mundo natural es objetivación de la voluntad (cfr. MVR1: VIII [31]). Así, lo que bajo la perspectiva de la representación aparece como fenómeno, es desde la perspectiva de la cosa en sí voluntad. Por tanto, sólo a la voluntad que se expresa en un querer y no a las acciones palmarias o a la razón, se puede, según Schopenhauer, atribuir moralidad. En otras palabras, la significación metafísica de la ética de Schopenhauer se basa en el hecho de que la voluntad moral es una y la misma que la voluntad metafísica. Luego en toda ética aparece la exigencia de una metafísica, es decir, de una explicación última de los fenómenos originales en cuanto tales y, si se los toma en su totalidad, del mundo. Esa exigencia plantea también aquí la pregunta de por qué lo que existe se comporta así y no de otra manera, y cómo del ser en sí de las cosas surge el carácter del fenómeno que se ha expuesto. Incluso, la necesidad de un fundamento metafísico en la ética es más acuciante cuanto que los sistemas filosóficos, igual que los religiosos, son unánimes acerca del hecho de que la significación ética de las acciones tiene que ser al mismo tiempo metafísica; es decir, una significación que sobrepase el mero fenómeno de las cosas y así también toda posibilidad de la experiencia y que, por consiguiente, se encuentre en la más estrecha conexión con la totalidad de la existencia del mundo y con el destino del hombre; pues la costumbre máxima en la que culmina el significado de la existencia en general, es, con seguridad, lo ético (DPF, E2: §21, 261 [307 – 308]). Algunos años después a la composición del primer volumen de su obra capital, Schopenhauer se siente orgulloso de haber fusionado la metafísica y la ética: ¿Qué metafísica se muestra tan coherente con la moral como la mía? ¿Acaso la vida de cualquier hombre noble se diferencia en algo de lo que mi metafísica expresa con hechos? Ser virtuoso, noble o altruista no es otra cosa que traducir, no mediante rodeos y circunloquios, sino directamente, mi metafísica en acciones. Ser vicioso, despiadado y egoísta no se logra sino renegando de tal metafísica mediante los hechos (MB: 222 [215 – 216]). La metafísica que Schopenhauer defiende se caracteriza por ser inseparable de la ética, y en sentido inverso, la ética que ofrece es esencialmente metafísica. La metafísica 69 necesariamente debe culminar en una ética como los grandes pensadores, bien de forma disimulada como Platón o Aristóteles advirtieron, bien de forma expedita como Kant reconoció; y, en sentido contrario, toda ética culmina en una metafísica, puesto que la explicación de las acciones prácticas traspasa las fronteras del espacio y el tiempo. De manera que esta relación no es unidireccional o vertical, sino más bien, de mutua dependencia: “Una mera física y metafísica sin ética se corresponde con una mera simple armonía sin melodía” (MVR1: §52, 313 [321 – 322]). No obstante, el vínculo que lleva de la metafísica a la ética o de la ética a la metafísica es “asombroso” y “hasta misterioso”, pues este vínculo “es, en verdad, el gran misterio de la ética, su fenómeno originario y más allá del cual la especulación metafísica no puede atreverse a dar un paso” (DPF, E2: §16, 209 [252]). De esta manera, el “pensamiento único” no solo es de carácter metafísico, sino que se vincula directamente con la vida práctica; por tanto, puede reformularse su significado en términos éticos: “en esencia toda vida es sufrimiento” (cfr. MVR1: §56, 366 [368]). Esto significa que frente a las filosofías anteriores que colocaban al bien supremo, a Dios como garante y fin de todo cuanto existe o, a afirmar que este es “el mejor de los mundos posibles”, Schopenhauer ofrecerá una posición radical: el mal es lo verdaderamente existente. La mera existencia del mal no se compensa con la existencia del bien, aun cuando numéricamente los bienes fueran mayores: “Si se pudiera poner toda la miseria del mundo en una balanza y toda la culpa del mundo en la otra, es seguro que el fiel quedaría vertical” (MVR1: §63, 416 [412]). El mal no es, tampoco, algo secundario y derivado del bien, ni su explicación es suficiente sobre la base de sostener un maniqueísmo o una aparente finalidad cosmológica del mundo. En suma, el mal es algo originario y arraigado en la raíz misma de la existencia: Pues la existencia humana, lejos de tener el carácter de un regalo, tiene el de una deuda contraída. Su requerimiento de pago aparece en la forma de las apremiantes necesidades, los torturadores deseos y la infinita miseria que plantea aquella existencia. Para saldar esa deuda se emplea, por lo regular, la vida 70 entera: pero con ello se ha saldado solamente los intereses. El pago del capital se produce con la muerte (MVR2: Capítulo 46, 665 – 666 [635]). Algunas de las palabras favoritas de Schopenhauer, tomadas del poeta barroco español Calderón de la Barca explican su posición (cfr. MVR1: §51, 300 [310]): Pues el delito mayor Del hombre es haber nacido. Los seres se dividen en dos tipos: los que padecen dolor y los que lo originan. Lo cual no significa que unos sean buenos y otros malos. La distinción particular entre quienes causan y sufren dolor, entre el mal moral y el mal físico sólo opera en el fenómeno. Más allá de él, todos somos al mismo tiempo víctimas y verdugos, porque todos somos fenómenos de una única voluntad que lucha contra sí misma en la diversidad de sus objetivaciones. Aquello que redime de tal condición es precisamente la ética: “la existencia ha de verse como un extravío y la redención moral como una salida de él” (MVR2: Capítulo 48, 695 [661]). Ahora bien, no podemos percibir de esta manera el mundo y nos engañamos a nosotros mismos debido a la insuficiencia de la representación de la conciencia, que nos presenta el mundo como algo engañoso. Este es el “velo de Maya”: “El velo del engaño que envuelve los ojos de los mortales y les hace ver un mundo del que no se puede decir que sea ni que no sea: pues se asemeja al sueño, al resplandor del sol sobre la arena que el caminante toma de lejos por un mar, o también a la cuerda tirada que ve como una serpiente” (MVR1: §3, 9 [56]). La voluntad se objetiva entonces en el espacio, el tiempo y la causalidad, haciendo que cada manifestación suya, es decir, cada fenómeno luche contra otros, teniendo el egoísmo como móvil verdadero y haciendo de cada quien el fin último sobre el mundo, a esto último Schopenhauer tomando palabras de la antigua escolástica medieval lo llamo principium individuationis (cfr. Janaway, 1989: 54 – 76). 71 A esta posición ético-metafísica en la literatura filosófica se la ha llamado “pesimismo”. Schopenhauer nunca uso ese rotulo en su obra capital para explicar su posición, aunque si uso el de “optimismo” para identificar a muchas de las filosofías que le antecedieron y que rivalizaban de forma directa con su parecer. De esta manera, dependiendo el enfoque, los intereses de investigación e interpretativos, los analistas encuentran que el “pesimismo” cubre una variada gama de concepciones que no necesariamente son excluyentes. Una interpretación altamente conocida es aquella que ve en el pesimismo la consumación de un espíritu decadente cuyo rasgo más característico es la negación del querer vivir (cfr. Nietzsche, 2001: Aforismo 99); otros analistas ponen el acento en una crítica mordaz al proyecto moderno e ilustrado que catapulto la idea de progreso, la finalidad del mundo y la supremacía del hombre sobre el resto de criaturas mortales (cfr. Copleston, 1946); otros analistas encuentran su pesimismo fundado en la experiencia del enigma del mundo (cfr. Janaway, 1999); finalmente, otros identifican el pesimismo como una actitud vital radical frente a la existencia, pero no por ello, incapaz de ofrecer redención a esa situación (cfr. Horkheimer, 1971; Mannion, 2003; y, Volpi, 2007). 4.2 4.2. Velle non discitur: el carácter descriptivo de la filosofía práctica Schopenhaueriana La acusación de Schopenhauer a Kant como cauteloso ocultador de una moral teológica devela que durante dos mil años los moralistas han sido prácticamente religiosos: han partido por lo general de premisas falsas acerca de las formas posibles de la proposición moral, estas mismas premisas han sido transmitidas a los filósofos morales y aceptadas por ellos, cuando su tarea principal debería haber sido examinarlas y, cuando menos, desmontarlas. El error se plasma en la asociación histórica de ética y religión: En general, en los siglos cristianos la ética filosófica ha tomado inconscientemente su forma de la teología; y, puesto que esta es esencialmente imperativa, así también la filosófica se ha presentado en la forma de prescripción y doctrina de los deberes, con toda inocencia y sin figurarse que para eso era 72 necesaria una autoridad diferente; antes bien, figurándose que esa era justamente su forma propia y natural (DPF, E2: §4, 122 [162]). Schopenhauer, en aras de evitar este camino equivoco, insiste en tomar como punto de partida los hechos de la experiencia, no las ideas abstractas. Su proceder es atenerse a la tarea de describir y evitar el prescribir: Yo señalo a la ética el fin de interpretar, explicar y reducir a su fundamento último la muy diversa conducta de los hombres en el aspecto moral. De ahí que para descubrir el fundamento último de la ética no quede otro camino más que el empírico, es decir, investigar si es que hay acciones a las que tengamos que reconocer auténtico valor moral, como serían las acciones de justicia voluntaria, de la pura caridad y de la verdadera nobleza. Entonces habrá que considerar estas como un fenómeno dado que tenemos que explicar correctamente, es decir, retrotraerlo a sus verdaderos fundamentos y demostrar así el resorte particular que mueve al hombre a acciones de ese tipo específicamente distinto de todos los demás. Ese móvil, junto con la receptividad a él, será el fundamento último de la moralidad; y su conocimiento, el fundamento de la moral. Este es el modesto camino que señalo a la ética (DPF, E2: §13, 195 [238]). Schopenhauer nunca sugiere que las personas se comporten moralmente porque posean una comprensión teórica correcta de lo que efectivamente sucede. Por el contrario, no obramos por motivos de razón sino por motivos de voluntad; dado que no podemos decidir lo que vamos a desear como ya los antiguos conocían, de forma especial Séneca cuando afirmaba que el “querer no se enseña” (“velle non discitur”), es que su filosofía práctica se encamina a describir. Siendo la voluntad la que gobierna nuestro comportamiento, el conocimiento conceptual difícilmente puede generar actividad moral válida, como tampoco puede generar actividad artística valida: ambas pueden surgir sólo mediante la intuición directa, el tipo de percepción y experiencia de la que se derivan esos conceptos: La virtud nace del conocimiento; pero no del abstracto, que se puede comunicar con palabras. Si fuera así, se podría enseñar y, al expresar aquí en abstracto su esencia y el conocimiento que lo funda, habríamos mejorado también éticamente a quien lo comprendiera. Pero eso no es en modo alguno así. Antes bien, 73 con las exposiciones o sermones éticos no se ha podido hacer un hombre virtuoso más de lo que todas las estéticas desde Aristóteles acá hayan hecho un poeta. Pues el concepto es estéril para la verdadera e íntima esencia de la virtud como lo es para el arte, y solo totalmente subordinado como instrumento puede prestar servicio en la ejecución y conservación de lo que ha sido conocido y resuelto por otra vía. Velle non discitur (cfr. MVR1: §66, 434 – 435 [428 – 429]). Por eso Schopenhauer, argumenta que nadie puede, con su esfuerzo voluntario o una decisión previa, hacer de sí algo diverso de lo que es. Lo que puede hacer, por otro lado, es descubrir, por medio de la observación de su propio comportamiento y reacciones ante las situaciones, la naturaleza y limitaciones de su personalidad y llegar a aceptarlas mejor. De manera que el conocimiento que da lugar al comportamiento ético por lo mismo que es abstracto, no puede aprenderse, recurre a los actos y no a las palabras. Por tanto, el hombre moral lleva a cabo un tipo de actividad radicalmente diferente del tipo de actividad que el filósofo moral lleva a cabo por medio de sus análisis y exposiciones en términos de conceptos: “Por eso no le es más necesario al santo ser un filósofo que al filósofo ser un santo: como tampoco es necesario que un hombre absolutamente bello sea un gran escultor o que un gran escultor sea un hombre bello. Es muy extraño exigir a un moralista que no exhorte a más virtudes que las que él posee” (MVR1: §68, 453 [445]). Aunque esta última observación es obviamente defensiva, no deja por ello de ser cierta, y es la respuesta a algunas críticas superficiales, aunque no inusuales, que se han hecho a Schopenhauer. De esa manera, no hay comienzo más erróneo en ética que partir de la distinción entre “bien” y “malo”: llamamos a algo “bueno” porque consideramos el proceder de algo como “malo”; algo está “bien” porque “debemos” hacerlo; si es “bueno” o “malo” el “placer”; si es bueno equivalente a lo “útil”, son todos ellos callejones sin salida. El bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo beneficioso o lo útil no son un punto de partida, sino un resultado: 74 (…) Yo mismo no estoy más dispuesto a buscar en la ética un escondite tras la palabra bueno de lo que antes lo estuve a buscarlo tras las palabras bello o verdadero, para luego, acaso mediante un dad adosado que hoy en día ha de tener una especial solemnidad, y sacar así de apuros en muchos casos, con un gesto hacer creer que al pronunciar esas tres palabras he hecho más que designar tres conceptos amplios y abstractos, por lo tanto sin gran contenido, que tienen muy diferente origen y significado (MVR1: §65, 425 [420]). Se trata es de averiguar qué quieren los hombres. La ética no proviene de otra parte más que de la voluntad humana. Se es moral no cuando se hace lo que se debe, sino cuando se atreve a hacer lo que se quiere: lo que realmente queremos. Pero no es fácil lograr tal cosa, pues nuestro propio querer permanece oscuro para nosotros. La tarea de la ética no es fundar el deber ni proporcionar decálogos, sino ilustrar el querer: En cada individuo se manifiesta completa e indivisa la voluntad de vivir, el ser en sí; y el microcosmos es igual que el macrocosmos. Las masas no tienen más contenido que cada uno de los individuos. En la ética no se trata de la acción y el resultado sino del querer, y el querer se da únicamente en el individuo. No se decide moralmente el destino de los pueblos, que existe sólo en el fenómeno, sino el del individuo. En realidad los pueblos son meras abstracciones: solo los individuos existen realmente (MVR2: Capítulo 47: 678 [647]). Y es que el querer del que aquí se habla es previo a la constitución de cada individuo como tal, y por ello es común a todos. El “quiere” precede y configura al “es” y se afirma en el “debe”. El que la ética sea por entero descriptiva abre el primer requisito para su fundamentación. Schopenhauer asume que el requisito inicial para un fundamento de la ética es el ser capaz de mover a conductas suficientemente valiosas. Luego, en su filosofía práctica no hay distinción entre el fundamento cognoscitivo de la moral y la moralidad misma (cfr. DPF: IX – X [6 – 7]). El arduo examen de la ética kantiana apunta, entre otros varios motivos, a mostrar la falsedad de una ética que desista de describir y pase a prescribir. A la ética compete el que 75 independientemente de la formación intelectual, hable a todos incluido al hombre más rudo, se base meramente en la comprensión intuitiva y se imponga meramente a partir de la realidad de las cosas. Mientras la ética no pueda mostrar un fundamento de esta clase, podrá disputar y desfilar en los auditorios; la vida real se burlará de ella. Por eso tengo que dar a los éticos el paradójico consejo de volver primero un poco la cabeza a la vida humana (DPF, E2: §12, 186 [229]). La ética no necesita buscar justificación alguna para sus mandatos porque no los tiene: La ética es, en verdad, la ciencia más fácil de todas las ciencias, tal y como es de esperar; porque cada uno tiene la obligación de construirla por sí mismo y, a partir del principio supremo que radica en su corazón, deducir por sí solo la regla para cada caso que se presente: pues pocos tiene el ocio y la paciencia para aprender una ética ya construida (DPF, E2: §18, 230 [275]). A ella basta con investigar si existen acciones de valor moral y cuál es su fundamento. Tal fundamento no debe buscarse en una argumentación apriorística, una instancia trascendente o una facultad pura de la razón. La cantera de este fundamento no puede ser otra más que la vida real y las acciones humanas puestas a través del ejemplo: “El punto de vista señalado y el método anunciado hacen ya evidente que en este libro de ética no hay que esperar preceptos ni una doctrina de los deberes; y aún menos se ha de formular un principio moral general, algo así como una receta universal para crear todas las virtudes” (MVR1: §53, 320 [328]). 4.3 4.3. Tat twan asi: el verdadero móvil de la ética Un segundo requisito se hace necesario para una fundamentación de la ética: la superación de la “opinión escéptica”. Este punto de vista considera que no existe una moral espontánea al hombre, sino que ella se debe al cobijo de la legalidad, las costumbres, las instituciones, y en particular, la religión (cfr. DPF, E2: §13, 187 – 193 [229 – 236]). Schopenhauer no pretenderá defender un “naturalismo moral”, por el contrario, su “camino se desvía, desde luego, del de todos los demás moralistas y se hace 76 parecido al de Dante, que conduce primero al infierno” (DPF, E2: §14, 201 [244]). Este sendero que se surcara, estará dedicado a defender la moralidad natural del hombre con base en el egoísmo: este es el primer motor que incita a la acción. En efecto, para Schopenhauer el impulso fundamental de todo lo existente es el egoísmo; de una dimensión colosal y tamaño gigante, cuya máxima es “que perezca el mundo mientras yo me salve” (DPF, E2: §22, 266 [313]. El egoísmo es producto, por una parte, de que “el mundo es mi representación”, luego para cada uno el mundo es una entidad que no tiene la suficiencia para mostrarse real, siendo apenas una parte de su representación. Por otra parte, el asiento principal del egoísmo se encuentra en que “el mundo es mi voluntad”, una voluntad que se disfraza de individualidad pero permanece una e indivisa en cada uno de los seres, su forma de manifestarse es la voluntad de vivir haciendo que cada individuo quiera su supervivencia a cualquier precio (cfr. MVR1: §54, 323 – 336 [330 – 341]). El egoísmo natural es uno de los móviles de la acción, que sumado a la malevolencia hace posible deducir todos los comportamientos antiéticos, así como sus opuestos, la justicia y la caridad de donde se desprenden todas las virtudes y comportamientos dignos de elogio. No obstante, estos dos móviles no pueden ser el verdadero móvil auténtico de la moral. La existencia de valor moral puede constatarse con un hecho empírico presentado únicamente de forma negativa: la ausencia de toda manifestación egoísta. Además, debe añadirse un matiz a esta prueba moral que consiste en que toda acción debe ausentarse de buscar el dolor ajeno, con lo que el egoísmo y la malevolencia son excluidos como los móviles auténticos, originando así un móvil moral genuino: la compasión (cfr. DPF, E2: 15, 203 – 204 [246 – 247]). Partiendo del supuesto de que las acciones de la voluntad siempre tienen que ver con el placer y dolor propios o ajenos, surgen dos clases diferenciadas de acciones. En principio, las que están motivadas por el placer propio o ajeno que carecen de cualquier 77 valor moral y son las propias del egoísmo. El segundo tipo de acciones tienen como valor inmediato el placer o dolor ajenos pero motivados por fines altruistas y pueden tener valor moral (cfr. DPF, E2: §15, 203 – 204 [246 – 247]). Luego lo específico de la acción moral es el altruismo: el interés ajeno. Acá es donde encontramos el tercero de los móviles de la ética y aquel fenómeno originario: la compasión. Este fenómeno acaso puede explicarse con la fórmula tomada de la antigua sabiduría hindú: Tat twan asi (Este eres tú). “Quien sea capaz de decírsela a sí mismo respecto de todos los seres con los que entra en contacto, con claro conocimiento y sólida convicción interior, con ello tiene asegurada la virtud y la santidad y se encuentra en el camino directo a la salvación” (MVR1: §66, 442 [435]). La esencia de la compasión consiste en participar inmediatamente en el dolor ajeno, pues sólo al dolor y no al placer alude la compasión, de tal forma que se logre sentir el dolor de forma directa, pero no como de manera inmediata tenderíamos a pensar de forma propia sino ajena: “Únicamente por el hecho de que yo, aunque ese sufrimiento se me dé como algo exterior a través de la mera intuición o la noticia externa, sin embargo lo consiento, lo siento como mío, pero no en mí, sino en otro” (DPF, E2: §18, 229 [273]). Schopenhauer reconocía que el mayor equivoco en la explicación de la compasión era la “comprensión psicológica”. Esta comprensión supone un engaño a la imaginación sobre quién es quién, pretendiendo copar el lugar de cada cual y anular su individualidad en el acto moral; además, un apropiarse del dolor ajeno en la propia persona; en esta comprensión errática la compasión nace por un engaño instantáneo de la fantasía, al ponernos nosotros mismos en el lugar del que sufre y creer en la imaginación que sufrimos su dolor en nuestra persona. Pero no es así de ninguna manera; sino que a cada momento nos queda claro y presente que él es el que sufre, y no nosotros: y es directamente en su persona, no en la nuestra, donde sentimos el sufrimiento para aflicción nuestra. Sufrimos con él, es decir, en él: sentimos su dolor como suyo y no imaginamos que sea el nuestro (DPF, E2: §16, 211 – 212 [254 – 255]. 78 La verdadera compasión no nace de un error de nuestro conocimiento del fenómeno, de un ánimo apesadumbrado que desemboca en la lastima o de una intención de suprimir otras individualidades y hacerlas mías, por el contrario, la compasión nace de un conocimiento verdadero de la esencia de la vida: Lo único que puede mover a las buenas acciones y las obras de la caridad es el conocimiento del sufrimiento ajeno que se hace inmediatamente comprensible a partir del propio y se equipara a él. Pero de ahí resulta que el amor puro es por naturaleza compasión, sea grande o pequeño el sufrimiento que mitiga, en el cual se incluye cualquier deseo insatisfecho. Por eso no tendremos reparos en oponernos directamente a Kant, que pretendió reconocer como verdadera bondad y virtud exclusivamente la nacida de la reflexión abstracta –en particular del concepto del deber y del imperativo categórico- y calificó la compasión de debilidad y en modo alguno de virtud; así pues, frente a Kant diremos: el mero concepto es tan estéril para la auténtica virtud como para el auténtico arte: todo amor verdadero y puro es compasión, y todo amor que no sea compasión es egoísmo (MVR1: §67, 444 [437]). Mediante la compasión las fronteras de la individualidad que separan a los seres se vuelven meras apariencias, pues tras ellas se esconde una identidad esencial compartida. Para quienes acceden a la compasión, el otro no es ya un “no yo”, sino “otra vez yo”, y el placer y el dolor ajenos son motivos para un querer de igual o mayor relevancia que el propio. La compasión es traspasar el velo de Maya, es decir, acceder al “secreto último de la vida”: “el mal y la maldad, el sufrimiento y el odio, la víctima y el verdugo”, son lo mismo, aun cuando aparezcan diferentes a la representación (cfr. MVR1: §68, 465 [456]). La compasión presenta dos niveles lo suficientemente diferenciados desde los que se establecen las dos virtudes éticas fundamentales: la justicia y la caridad. El nivel inferior de la compasión, la justicia, se limita a frenar el egoísmo propio evitando el sufrimiento ajeno. Este grado inferior de la compasión es en esencia restrictivo y busca limitar todas las potencias antimorales evitando actos injustos. En cuanto al grado superior de la compasión, la caridad, busca fomentar la ayuda a tantos como sea posible lo que lleva a 79 una operación activa que tiene como característica la eliminación del sufrimiento ajeno; instaurada en Occidente por el Cristianismo y malograda por su fusión con el judaísmo, según Schopenhauer, ya las antiguas civilizaciones de Oriente conocían su potencial y alcance (cfr. DPF, E2: §18, 229 – 230 [274 – 275]). En la medida en que la compasión es el resorte de la acción moral, solo las verdaderas acciones que broten de ella podrán tener valor moral. Cuando esta despierta en cada quien nuestra individualidad presta cobijo al bien y al mal que sufren los demás, haciéndolo propio, aunque con distinta intensidad, como si fueran suyos. Schopenhauer busca avales a su principio moral encontrándolos fructíferamente en la experiencia. A partir de esto, confirma Schopenhauer que, la compasión es el “móvil moral más puro” (cfr. DPF, E2: §19, 231 – 233 [276 – 278]). De igual forma, el móvil establecido es el único que puede “gloriarse de una eficacia real y hasta amplia”: “Pues nadie querrá afirmar lo mismo de los demás principios morales de los filósofos; porque estos se componen de proposiciones abstractas, en parte hasta sofísticas, sin otro fundamento más que una artificial combinación de conceptos; de modo que su aplicación al obrar real tendría a veces un aspecto ridículo” (DPF, E2: §19, 233 [278]). En efecto, la compasión se presenta como el móvil moral de mayor eficacia, superior incluso al de la religión, pues no precisa de argumentaciones, explicaciones casuísticas, ni de conocimientos abstractos sino solo intuitivos que tienen validez para casos individuales como generales (cfr. DPF, E2: 19, 236 – 239 [281 -284]. Además, Schopenhauer añade algo a su confirmación del auténtico móvil moral que resulta revolucionaria: la protección a los animales. Schopenhauer recuerda como la tradición filosófica de Occidente ha avalado el trato brutal hacia los animales y apenas los considera seres inferiores al servicio del ser humano (cfr. DPF, E2: §19, 238 - 245 [284 290]). A falta de una autoridad filosófica sobre su fundamento, presente apenas en unas cuantas opiniones de Rousseau, Schopenhauer confirma su fundamento moral con base en las sabidurías Hindú, China, el Cristianismo primitivo y la antigua Grecia (cfr. DPF, E2: §19 [246 – 249]). 80 4.4. El eudemonismo negativo 4.4 Schopenhauer no sólo arremetió contra la filosofía ética kantiana. También su filosofía entera combate otra noción ética fundamental: la felicidad. Hasta Kant todas las filosofías amparadas en las ideas de “bueno”, “bienestar” o “virtud” prometieron la felicidad: De ahí nacieron los sistemas éticos apoyados tanto en doctrinas filosóficas como religiosas. Unos y otros buscaron siempre conectar de algún modo la felicidad con la virtud; los primeros lo hicieron, bien mediante el principio de contradicción o bien mediante el de razón, o sea que, siempre con sofismas, hicieron la felicidad idéntica a la virtud o consecuencia de ella, esto último afirmando la existencia de otros mundos distintos de los que es posible conocer por la experiencia (MVR1: §65, 427 [422]). El equívoco de las doctrinas filosóficas ha sido persistir en ese error: creer que la vida está hecha para ser felices. A Kant, se adeuda el mérito de intentar expulsar esa idea en la ética; sin embargo, como ya señalamos, Schopenhauer con su crítica permite observar cómo fue incorporada disimuladamente la búsqueda de la felicidad en el seno de la filosofía kantiana: “Los antiguos, en particular los estoicos, los peripatéticos y los académicos, se esforzaron en vano por demostrar que la virtud basta para hacer la vida feliz: pero la experiencia gritaba estrepitosamente en contra” (MVR2: Capítulo 48, 692 [659]). En efecto, el más grave “error”, un error que además es innato, consiste en creer que la vida es equiparable a la felicidad. “Vida” nunca puede ser sinónimo de “felicidad”, pues en esencia toda vida es sufrimiento: “Solo hay un error innato: el pensar que existimos para ser felices. Además, es innato porque coincide con nuestra propia existencia, y todo nuestro ser es solo su paráfrasis y nuestro cuerpo su monograma: no somos más que voluntad de vivir; la sucesiva satisfacción de todo nuestro querer es lo que entendemos con el concepto de felicidad”. Persistir en este error, reforzado por las creencias 81 optimistas, conllevan a ver el mundo como “una total contradicción”: “Pues a cada paso, en lo grande como en lo pequeño, hemos de experimentar que el mundo y la vida no se han hecho para contener una existencia feliz (MVR2: Capítulo 49, 729 [692]). Schopenhauer ofrece dos “pruebas” contra la existencia de la felicidad: una a priori y otra a posteriori que conducen a un mismo resultado. La a priori, de carácter metafísico, se basa en el estudio asiduo de los rasgos generales de la vida humana desde un punto de vista general y teórico, llevando a la necesaria conclusión de que en esencia toda vida es sufrimiento. La prueba a posteriori, de carácter experiencial, se basa en casos determinados, imágenes de la fantasía y describir ejemplos de la experiencia humana, los resultados de esta prueba son “fáciles de obtener por todos lados”: Cualquiera que haya despertado de los primeros sueños de juventud, que se fije en la experiencia propia y ajena, y que haya mirado a su alrededor en la vida, en la historia del pasado y de la propia época, y finalmente en las obras de los grandes poetas, conocerá bien el resultado a no ser que algún prejuicio inculcado de forma imborrable paralice su facultad de juzgar: que este mundo humano es el reino del azar y el error, que imperan en él de forma despiadada tanto en lo grande como en lo pequeño, y junto a los cuales esgrimen su látigo la necedad y la maldad (MVR1: §59, 382 [382]). No obstante, Schopenhauer reconsiderara la posición radical que anunciaba inicialmente en El mundo como voluntad y representación en torno a la incapacidad de la filosofía para orientar la vida. Si en su obra capital logró develar el gran misterio y el secreto último de la vida, su filosofía también hace plausible cómo soportar la vida. En efecto, Schopenhauer ofrecerá un ensayo consecuente con su proyecto de un “único pensamiento”, que ya en vida le otorgo la fama y prácticamente carece de antecesores en un “campo inabarcable” (cfr. PP1, AF: 334 [332] y PP1, AF: 431 [420]): Aforismos sobre la sabiduría de la vida. El ensayo es un tratado totalmente asequible, que no exige conocimiento filosófico previo y que trata de temas y situaciones en las que todos, en cuanto mortales, nos podemos reflejar. En este escrito su impecable estilo, su agudo 82 ingenio, su continua mordacidad, así como su gran capacidad de observación se conjugan. En este escrito Schopenhauer aclara y matiza su posición sobre poder orientar la vida desde reflexiones teóricas: el eudemonismo negativo. El concepto de felicidad, como el de placer o justicia son en esencia negativos y significan la mera ausencia de sus opuestos. Lo positivo, lo que realmente se siente y ocurre de forma expedita, es la desdicha, el dolor o la injusticia. En este orden de ideas, ser feliz significa ser menos infeliz; y la búsqueda de la felicidad consiste tan solo en la prevención de la desdicha en la medida en que sea posible: aun a sabiendas de que esta se impondrá en algún momento. Mientras el eudemonismo responde positivamente a la pregunta por la posibilidad de alcanzar la felicidad, el eudemonismo que ofrece Schopenhauer contesta negativamente (cfr. PP1, AF: 431 – 432 [420 – 421]). De esa manera, la regla suprema de toda sabiduría de la vida la toma Schopenhauer del fundador y mayor defensor del eudemonismo: Aristóteles. Enunciada de forma pasajera en la Ética a Nicómaco (VII, 12, 1153a) esta regla dice: “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor”. Las siguientes reglas o aforismos forman igualmente un conjunto amplio de máximas abstractas para conducir nuestra vida. Reglas, que además, no pretenden lograr la virtud sino hacer nuestra existencia más soportable. En la medida en que las reglas contienen motivos abstractos nos conducen a renunciar a la felicidad inmediata a favor de otra más duradera a largo plazo. De esta forma el eudemonismo negativo no pretende alcanzar la felicidad; puesto que es el sufrimiento el sustituto de la virtud, en una ruta subsidiaria y alternativa de aquella santidad que debería conducirnos a nuestra redención, logrando que la voluntad se niegue a sí misma y se aparte del camino equivocado: “Según nuestra consideración la esencia interna de la virtud resultará ser una aspiración en dirección totalmente opuesta a la felicidad, es decir, al bienestar y la vida” (MVR1: §65, 427 [422]). 83 El eudemonismo negativo constituye para Schopenhauer una “sabiduría de la vida”, puesto que es la indicación para una existencia feliz. En contra de los antiguos ideales de la filosofía de alcanzar la “sabiduría” por medio de un apego a la reflexión y a la filosofía, Schopenhauer cree que es el sufrimiento ese sucedáneo de la virtud: El sabio estoico, ni siquiera en su presentación puede ganar nunca vida ni verdad poética, sino que permanece como un rígido muñeco de madera con el que nada se puede hacer, que no sabe él mismo a dónde ir con su sabiduría, cuya perfecta tranquilidad, satisfacción y felicidad contradicen directamente la esencia del hombre y no nos permiten ninguna representación intuitiva. Qué distintos aparecen junto a él los vencedores del mundo y los penitentes voluntarios que la sabiduría hindú nos ha presentado y ha producido realmente, o el Salvador del cristianismo, aquella magnífica figura llena de profunda vida, de la máxima verdad poética y suma significación, que sin embargo, en su perfecta virtud, santidad y sublimidad se presenta ante nosotros en estado de máximo sufrimiento (MVR1: §16, 108 [143]). La posición eudemonista de Schopenhauer en la literatura especializada ha sido presentada como “estoicismo pesimista” (cfr. Copleston, 1946: 189 y ss). Este calificativo es bastante engañoso. Schopenhauer, por una parte, pensaba que el estoicismo era una de tantas doctrinas optimistas de la filosofía occidental que operaba como una “fanfarronería” de aquellos que no renunciaban a ninguno de los placeres de la vida, pero eso sí, “poniendo cara de fastidio” ante ella (MVR2: Capítulo 16, 166 [187 – 188]). Por otra parte, la renuncia estoica a la vida es una posición cínica y se aleja de las renuncias místicas que tanto eran de su agrado y constituyen un ataque al trasfondo de su idea de la negación de la voluntad de vivir: “La indiferencia estoica, que pretende desarmar las desgracias resignándose a todas y despreciándolas: en lo práctico se convierte en la renuncia cínica, que prefiere rechazar de una vez por todas sus remedios y alivios: nos convierte en perros, como a Diógenes en el tonel” (MVR2: Capítulo 46, 663 [632]). 84 4.5. El camino de la salvación: la negación de la voluntad de vivir 4.5 Otro aporte de la filosofía práctica de Schopenhauer es lo que a manera de metáfora llamo la “salvación”; en términos conceptuales se trata de “la negación de la voluntad de vivir”. Con ello quiere dar a entender el “verdadero estado de virtud” y una manifestación de “auténtico comportamiento moral”. El camino de la salvación consiste en que el estado éticamente más deseable es alcanzar la renuncia a la voluntad de vivir: el cese volitivo o la ausencia del querer. Schopenhauer asume que este estado significa una abierta contradicción con la esencia de la voluntad, puesto que es “un querer que deja de querer”. Sin embargo, este estado opera como “aquietador” de todo querer. Este estado existencial es relacionado por Schopenhauer directamente con la concepción budista del Nirvana y se deriva del descubrimiento del verdadero fundamento de la ética. En la medida en que toda compasión es motivada por un vínculo que tiene como fin evitar el sufrimiento propio y ajeno, el sufrimiento se vuelve en una potencia salvadora. “Porque todo sufrimiento, al ser una mortificación y una llamada a la resignación, es potencialmente una fuerza salvadora” (MVR1: §68, 468 [458]). Tal potencia salvadora puede encaminarse a acciones concretas motivadas por la compasión o en un estado de virtud deseable que es la negación de la voluntad de vivir. Esta negación de la voluntad, en tanto que la voluntad de vivir es la esencia de todo cuanto existe, es presentada por Schopenhauer en primera instancia como un tránsito hacia la nada. Se trata, sin embargo, de una nada relativa. Es una nada relativa, porque es simplemente la negación del mundo tal y como lo conocemos, que abre paso a la posibilidad, totalmente incógnita de una nueva realidad. En la filosofía de Schopenhauer no hay, pues, ese nihilismo del que típicamente se le acusa. La negación de la voluntad consiste en definitiva, en que la voluntad pasa de “querer” a “no querer”. La negación de la voluntad de vivir en modo alguno significa la aniquilación de una sustancia, sino el simple acto de no querer: eso mismo que antes quería, deja ahora de querer (cfr. MVR1: §71, 486 [474]). Y es que para Schopenhauer la realidad es tan rica que la negación de la 85 voluntad de vivir no conduce de ninguna manera a una total aniquilación o a la nada absoluta: En mi filosofía el mundo no colma todas las posibilidades del ser, sino que en éste queda todavía mucho espacio para aquello que nosotros designamos sólo negativamente como “la negación de la voluntad de vivir”, Por eso, porque la realidad no se agota en este mundo nuestro tan real, el “no querer” en qué consiste el acto libre de la voluntad al negarse puede interpretarse también como un “querer de otra manera” (cfr. MVR2: capítulo 50, 739 - 743 [701 - 705]). La negación de la voluntad de vivir es descrita por Schopenhauer con su impecable pluma: Quien ha llegado a ese punto sigue todavía sintiendo, en cuanto cuerpo vivo y fenómeno de la voluntad que es, la disposición al querer de cualquier clase: pero la reprime intencionadamente al forzarse a no hacer nada de lo que querría hacer y, en cambio, hacer todo lo que no querría, aun cuando ello no tenga otro fin que el de servir precisamente a la mortificación de la voluntad. Dado que él niega la voluntad misma que se manifiesta en su persona, no se resistirá cuando otro haga lo mismo, es decir, cuando cometa contra él una injusticia: de ahí que le sea bienvenido cualquier sufrimiento que le sobrevenga de fuera por azar o por la maldad ajena, cualquier daño, afrenta o injuria: él lo recibe contento, como ocasión de darse a sí mismo la certeza de que ya no afirma la voluntad sino que con alegría ha tomado partido hostil al fenómeno de la voluntad que es su propia persona. Por eso soporta tal afrenta con paciencia y dulzura inagotables, sin ostentación devuelve bien por mal y no permite que se reavive en él el fuego de la ira ni el de los deseos. –Igual que la voluntad misma, mortifica su voluntad u objetividad, el cuerpo: lo alimenta con frugalidad para que un exuberante florecimiento y desarrollo dé nueva vida y excite con más fuerza la voluntad, de la que aquél no es más que una expresión y reflejo. Así, recurre al ayuno y hasta a la mortificación de sí mismo, para a través de la privación y el sufrimiento continuos quebrantar cada vez más y matar la voluntad que reconoce y abomina como la fuente de su desgraciada existencia y la del mundo. Cuando por fin llega la muerte para disolver ese fenómeno de la voluntad cuya esencia se había extinguido hacía tiempo debido a la libre negación de sí misma, hasta llegar al débil vestigio que se manifestaba como vida de ese cuerpo, aquella será bienvenida y recibida con alegría como la anhelada liberación. Con ella no acaba en este, como en los demás casos, el simple fenómeno sino que se suprime la esencia misma que aquí solamente tenía una débil existencia en el fenómeno y por él; ese último y débil 86 lazo se desgarra ahora. Para el que así termina, ha terminado al mismo tiempo el mundo (MVR1: §68, 451 – 452 [443 - 444). El encuentro con este estado de virtud no lo logran los conceptos o mucho menos la reflexión, sino los actos, la conducta y la “gracia”: “Como el conocimiento del que nace la negación de la voluntad de vivir es intuitivo y no abstracto, no encuentra tampoco su completa expresión en conceptos abstractos sino solamente en los actos y la conducta” (MVR1: §68, 453 [445]). En efecto, el ejemplo concreto de quienes han logrado el camino de la salvación o la negación de la voluntad de vivir Schopenhauer recomienda encontrarlo en aquellos mártires heroicos de las antiguas guerras europeas que se entregaron sin particular interés, guiados apenas por el bienestar colectivo. De igual manera, las historias de los santos cristianos, que en su gran mayoría muestran el sacrificio propio y la abnegación. Pero aun más efectivo son los ascetas y místicos tanto del Cristianismo como de las milenarias religiones de Oriente, puesto que enseñan el sacrificio de sí mismo, la entrega a los otros, el rechazo a todo placer y deseo, así como la búsqueda infatigable por querer de otra manera: Al conocimiento más cercano y completo de aquello que en la abstracción y universalidad de nuestra exposición expresamos como negación de la voluntad de vivir, habrá de contribuir en gran medida el examen de los preceptos éticos establecidos en ese sentido por los hombres que estuvieron llenos de ese espíritu; estos nos mostraran al mismo tiempo la antigüedad de nuestro parecer, por muy nueva que sea su expresión puramente filosófica (MVR1: §68, 456 [447 – 448]). De igual forma el acceso a la negación de la voluntad de vivir lo constituye el ascetismo y el sufrimiento, su ejercicio y asimilación constante son las que permiten encaminarnos a la salvación: “Si los que han llegado ya a la negación de la voluntad ejercitan el ascetismo para mantenerse en ella, también el sufrimiento en general tal y como es impuesto por el destino constituye una segunda vía para llegar a esa negación” (MVR1: §68, 463 [454]). Una tercera vía para la negación de la voluntad de vivir, en nuestro parecer, la constituye la misma obra de Schopenhauer. Si bien se afinco en que su 87 filosofía era esencialmente descriptiva, no desconocía los logros que ella podía llegar a alcanzar en aquellos potenciales lectores de la posteridad a quienes dirigía sus pensamientos: “Pero todo lo que se puede hacer es iluminar la cabeza, corregir el conocimiento, llevar al hombre a una comprensión más correcta de lo objetivamente existente, de las verdaderas relaciones de la vida” (DPF, E2: §20, 254 [302]). En opinión de Schopenhauer, la vida de aquellos que han logrado acallar la voluntad de vivir solo genera felicidad y sosiego, estando privados de todo, todo sobra porque ya no quieren nada: Ese hombre que tras numerosas luchas margas contra su propia naturaleza ha vencido por fin, no se mantiene ya más que como puro ser cognoscente, como inalterable espejo del mundo. Nada le puede ya inquietar, nada conmover: pues ha cortado los mil hilos del querer que nos mantiene atados al mundo y que, en forma de deseos, miedo, envidia o ira, tiran violentamente de nosotros hacia aquí y hacía allá en medio de un constante dolor. Tranquilo y sonriente vuelve la mirada hacia los espejismos de este mundo que una vez fueron capaces de conmover y atormentar su ánimo, pero que ahora le resultan tan indiferentes como las piezas de ajedrez después de terminada la partida, o por la mañana los disfraces tirados cuyas figuras nos gastaron bromas y nos inquietaron en la noche de carnaval. La vida y sus formas flotan ante él como un fenómeno pasajero, como ante el que está medio despierto flota el ligero sueño matutino a través del cual brilla ya la realidad y que no puede así engañarle (MVR1: 68, 461 – 462 [452 – 453]). 4.6 4.6. El mundo con todos sus soles y galaxias: la paradoja ética El descubrimiento del verdadero móvil de la ética no sólo trae consigo la apertura del gran misterio de la vida y el consiguiente camino a la virtud, trae también, una paradoja: “La verdad ahora expresada de que la compasión, como el único móvil no egoísta, es también el único auténticamente moral, resulta, de una forma extraña y hasta casi incomprensible, paradójica” (DPF, E2: §19, 231 [275 – 276]). Fue tan integra la argumentación de Schopenhauer que no buscaba disimular defectos, esconder errores y 88 es él mismo quien señala a sus lectores algo como de difícil comprensión o hasta paradójico. No es lo mismo ser paradójico que ser contradictorio; lo primero es un recurso estilístico que puede alcanzar cierto tipo desconcertante de hondura o al menos de brillantez, mientras que lo segundo suele ser muestra de debilidad conceptual o de negligencia que pretende pasar por honradez teórica. No hay por lo general mérito alguno en ser contradictorio. La paradoja en cambio, busca una forma sutil de concordancia entre apariencias superficialmente irreconciliables. Schopenhauer no teme a las paradojas y las frecuenta tanto como el uso de las metáforas: En todos los tiempos, la pobre verdad ha tenido que ruborizarse de ser paradójica; y, sin embargo, no es su culpa. Ella no puede adoptar la forma de error universal entronizado. Suspirando dirige su mirada a su dios protector, el tiempo, que le señala su triunfo y su gloria, pero cuyos aletazos son tan grandes y lentos que, mientras tanto, el individuo muere. Y así también yo soy plenamente consciente de lo paradójica que puede ser esta interpretación metafísica del fenómeno ético originario para los occidentales cultos, acostumbrados a fundamentaciones de la ética de tipo totalmente diferente; sin embargo, no puedo reprimir la verdad. Antes bien, todo lo que puedo hacer por mi parte, a ese respecto, es documentar cómo aquella metafísica de la ética era ya hace milenios la visión fundamental de la sabiduría hindú, a la que yo me remito como Copérnico al sistema cosmológico de los pitagóricos que Aristóteles y Ptolomeo desplazaron (DPF, E2: §22, 274 [321]). La paradoja consiste en que todos los fenómenos éticos están ahí, pero un conocimiento correcto de ellos nos conduce hacia el misticismo. En efecto, “cualquier acto caritativo supone todo un misterio”, declarando a la “compasión el comienzo de la mística” (cfr. MB: 135 [137]). Su filosofía práctica se reconoce abiertamente deudora del misticismo, debido a que sólo la mística podría haber llegado a los confines que su reflexión filosófica se propuso explorar: 89 Mi filosofía se diferencia de la mística en que, mientras está se alza desde adentro, aquélla lo hace desde fuera. El místico parte de su propia e íntima experiencia individual, en la que se reconoce como el centro del mundo y la única esencia eterna. Solo que nada de aquello resulta comunicable y, salvo para quien mantenga que se debe creer en su palabra, no puede llegar a convencer. Por el contrario, mi punto de partida son meros fenómenos que resultan comunes a todos y cuya reflexión al respecto se muestra perfectamente participable. Ahora bien, cuando alcanza su máximo cenit, mi filosofía alcanza un carácter negativo, limitándose a hablar tan sólo de aquello que debe ser negado y suprimido, al deber describir cuando se conquista con ello como una nada e indicando el consuelo de que se trate de una nada relativa y no absoluta; mientras el místico sigue un procedimiento enteramente positivo. De ahí que la mística suponga un excelente complemento a mi filosofía (MB: 182 [170]). De esa forma, la filosofía práctica de Schopenhauer nos lleva al borde mismo o a la frontera de lo que le es posible a la reflexión filosófica más profunda: “Hay un límite hasta el que puede alcanzar la reflexión, y hasta allá iluminar la noche de nuestra existencia, aun cuando el horizonte siempre permanezca oscuro. Ese límite lo alcanza mi teoría en la voluntad de vivir que se afirma o niega en su propio fenómeno. Pero querer ir todavía más allá es, a mi juicio, como pretender volar por encima de la atmósfera” (MVR2: Capítulo 47, 679 [648]). Sin embargo, la filosofía práctica de Schopenhauer pretende llevarnos un paso más, a ese límite infranqueable que nadie osaría traspasar, el lugar donde “solo podemos atisbar de lejos la solución del problema, y en cuanto reflexionamos sobre él caemos en un abismo de pensamientos, como dice Hamlet, más allá del alcance de nuestras almas” (MVR2: Capítulo 47, 688 [656]). El destino de la filosofía práctica de Schopenhauer es el término de la propia vida y el límite de toda reflexión: la nada. La práctica de la compasión, así como la negación de la voluntad de vivir son a un tiempo el desvanecimiento y abolición del mundo que es su espejo, por ello no puede ya plantearse el conocimiento y la representación, el pensamiento y el obrar: la filosofía ha alcanzado su límite y no queda más que el misticismo (cfr. Gardiner, 1975: 448 – 451). En cuanto se supone que la conciencia mística implica una retirada cognoscitiva radical del mundo en sus aspectos fenoménicos 90 y nouménicos, el contenido de esta conciencia, cualquiera que sea, ha de estar necesariamente cerrado a la filosofía: Al concluir aquí la caracterización general de la ética y con ella todo el desarrollo del pensamiento único que aquí me proponía comunicar, no quiero en modo alguno encubrir un reproche que afecta a esta última parte de la exposición sino, antes bien, mostrar que se encuentra en la esencia del tema y es estrictamente imposible de remediar. Es este: después de que nuestra investigación nos ha llevado a reconocer en la santidad perfecta la negación y supresión de todo querer, y con ello la salvación de un mundo cuya existencia se nos presentaba en su totalidad como sufrimiento, todo eso se nos aparece como un tránsito al vacío de la nada (MVR1: §71, 483 [471]). Schopenhauer considera que su contribución especial es haber desarrollado la tradición central de la filosofía occidental hasta el punto en que llega a estas ideas últimas, y lo hace de un modo propiamente filosófico, es decir, sin ninguna referencia a Dios, ni llamamiento alguno a la fe religiosa, ni pretensión alguna de comprensión personal única, sino avanzando mediante conceptos a cuya formulación ha llegado por medio del argumento racional justificado, apoyado en el corpus de nuestro conocimiento científico sin jamás contradecirse. Comprende que ha dejado atrás algunos problemas filosóficos que otros podrán esclarecer. Pero no queda ninguna otra meta hacia la que la filosofía posterior a él pueda dirigirse. Esto no se debe a que haya explicado toda la realidad, sino que ha alcanzado los límites de la inteligibilidad, siguiendo caminos y razonamientos comprensibles: Pero precisamente por eso [su filosofía] deja muchas preguntas sin responder, en concreto la de por qué lo demostrado fácticamente es así y no de otra manera, etc. Pero todas esas preguntas o, más bien sus respuestas, son propiamente trascendentales, es decir, no se pueden pensar por medio de las formas y funciones de nuestro intelecto, no se asimilan a ellas (MVR2: Capítulo 50, 736 [699]). Schopenhauer cree que con el término de su filosofía, la filosofía práctica, ha explicado el mundo del único modo posible, interpretando el código que revela el modo en que 91 todo posee significación en relación a lo demás, y cuál es esa significación: “El modo verdaderamente filosófico de considerar el mundo, es decir, aquel que nos da a conocer su esencia interna y nos conduce así más allá del fenómeno, es precisamente el que no pregunta por el de dónde, adónde y por qué, sino exclusivamente por el qué del mundo” (MVR1: §53, 323 [330]). De esa manera el punto final de su filosofía es la “nada”: nada más puede decirse qué sea el mundo. No obstante, ha de recordar que “nada” es una idea relativa, su sentido para el que la emplea, depende de quién es él y dónde está. Una nada a la que no hay que temer como los niños a la oscuridad, ni como la meta final de toda existencia. Es, por el contrario, una nada que nos abre a la forma correcta de comprender el mundo. En últimas, “todo este mundo nuestro tan real, con todos sus soles y galaxias, es nada” (MVR1: §71, 487 [475]). 92 Conclusión CONCLUSIÓN En este trabajo hemos reflexionado sobre el sentido de la crítica de Schopenhauer a la ética kantiana. Desde un itinerario que, en principio, nos conduce por presentar la relación entre Kant y Schopenhauer, para luego ofrecer una interpretación de la ética del primero, así como las correlativas críticas por parte de Schopenhauer a ese esquema moral. Así mismo hemos considerado su filosofía práctica como respuesta a la insuficiencia de la propuesta moral kantiana. A manera de conclusión puede afirmarse que la crítica de Schopenhauer tiene una alta validez, tanto por asentarse en un examen minucioso de todos los postulados de Kant y mostrar que inevitablemente conducen al fracaso, son nocivos o son falsos, como por el hecho de ofrecer una filosofía práctica a manera de respuesta altamente sólida desde el punto de vista argumentativo, acorde con los hechos del hombre, e igualmente invitar a ejercitarla. Sin embargo, el valor de la filosofía práctica de Schopenhauer no sólo estriba en ser una respuesta altamente efectiva ante las insuficiencias de la ética de Kant. La legitimidad de su filosofía práctica tiene validez por sí misma. Esto significa que de dónde proviene y a dónde conduce, las nociones operativas y conceptos con que funciona, así como la inevitable invitación a la acción que lleva implícita son hechos estimables que no se miden conforme con respecto a la doctrina moral de Kant como antagonista o espejo. De igual forma, la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant abre horizontes para la relectura de Kant, de quien puede decirse que ha tenido una incidencia enorme en asuntos prácticos. Basta corroborar como las relaciones humanas se fundan en buena parte bajo normatividades y el cobijo jurídico para sentir la presencia latente de la ética 93 de Kant. En tanto que lectura profunda de su obra, la filosofía práctica de Schopenhauer puede abrir caminos y espacios para reorientar en la vida práctica muchos de los postulados que se han arraigado de la ética de Kant, y con los cuales, muchos se sienten molestos. No obstante, esta filosofía práctica también tiene aspectos que merecen meritoria atención y cuando menos unas valoraciones críticas: su alcance público, el significado descriptivo de su moral, dos reproches contra la teoría de la negación de la voluntad de vivir y la conclusión paradójica en que desemboca su filosofía. La forma pesimista que ofrece Schopenhauer con respecto a la teoría ética considerada como una forma de servicio público merece evaluarse. El juicio moral y la teoría moral tienen ciertamente aplicación en asuntos públicos, pero son notablemente infructuosos para cambiar directamente el destino del mundo. Cuando hay intereses poderosos en juego es muy difícil cambiar algo mediante argumentos, no importa qué tan convincentes sean, que apelen a la decencia, al humanitarismo, a la compasión o a la justicia. Estas consideraciones tienen que competir además con los sentimientos morales más primitivos de honor, retribución y respeto por la fuerza. Las condiciones en las cuales los argumentos morales pueden ejercer una influencia en lo que se hace son más bien especiales. No basta que la injusticia de una práctica o lo equivocado de una política se evidencien de manera palmaria. La gente debe estar lista para escuchar, y eso no lo determinan los argumentos. Afirmamos esto, con el apoyo de Schopenhauer, para subrayar el hecho de que la labor filosófica, incluso en los temas públicos, seguirá siendo teórica, y no puede evaluarse mediante sus posibles efectos prácticos. Es probable que esta labor sea infructuosa; y si es teóricamente menos irrelevante para problemas de la sociedad, no puede pretender una importancia superior simplemente en virtud del carácter público de sus preocupaciones. Quizás es más importante cambiar el mundo que comprenderlo. Pero la filosofía se juzga mejor por su contribución a la comprensión y no por lo que puede hacer con respecto al curso de los sucesos. 94 Sin embargo, pese a la poca incidencia práctica de los argumentos no debemos renunciar a que los resultados obtenidos en la labor filosófica deban tener una validez práctica. Quien se dedica a escribir o enseñar filosofía es una persona afortunada, al poder dedicar su vida a la reflexión acerca de los problemas que atraviesan la vida del ser humano y la realidad que lo rodea. Pero la reflexión filosófica, por estimulante y grata que sea, es también parte del mundo y su conjunto; un mundo en que la pobreza, la ignorancia, la esclavitud, o, por lo menos, la falta de libertad son también el destino de una gran parte de los seres humanos. La crítica al alcance público de la teoría moral por parte de esta filosofía práctica es sensata, pero no por ello debemos acatarla, puesto que pesa a negar desde un principio su capacidad de incidencia pública directa, el desarrollo mismo de esta filosofía, como los argumentos en los que toma apoyo, e incluso la manifiesta invitación al obrar que suscita, son todos ellos evidencia para nosotros de no renunciar a la pretensión de que la filosofía tenga que decirle algo al mundo. En cuanto al alcance descriptivo de la filosofía práctica de Schopenhauer ésta debe tenerse en alta estima. Por una parte, durante siglos las escuelas y doctrinas filosóficas, pese a ser diferentes unas de otras, coinciden en el hecho de que la acción meritoria de elogio moral es un tipo de acción orientada por la razón: el discernimiento, la deliberación, el cálculo de intereses, la escogencia del mayor bienestar, el deber de obrar por razón, etc. Cualquiera de las técnicas usadas por las diferentes corrientes filosóficas coinciden en el uso de la razón. A este punto, Schopenhauer mediante una ética enteramente descriptiva aporta una crítica mordaz a esta pretensión y en nuestro parecer un avance con respecto a estas escuelas y doctrinas: la intuición moral. Schopenhauer demuestra que la mayor parte de las veces carecemos de los medios razonables para escoger aquello qué está bien o está mal. No obramos correctamente porque tengamos una comprensión teórica acertada de lo que efectivamente sucede. Ante esto debemos confiar en nuestras intuiciones, en particular en aquellas que nos dicen que algo está mal, incluso aunque no sepamos qué es lo correcto; solamente 95 necesitamos creer que nuestra comprensión moral no puede extenderse más allá de nuestra capacidad para explicar detalladamente los principios que la sostienen. Schopenhauer reconoce que la intuición puede aparecer contaminada por la costumbre, el interés personal o por compromisos con alguna teoría, pero no es preciso que lo esté, y con frecuencia las intuiciones de una persona le dotan con la evidencia de que su comprensión moral se está olvidando de algo, o que de hecho son injustos los acuerdos y arreglos que ha llegado a considerar como naturales. La insatisfacción intuitiva es un recurso básico en la teoría moral. Puede decirnos que algo está mal sin necesariamente decirnos cómo repararlo. Es una respuesta razonable incluso para las versiones más ideales de la práctica moral habitual, y es además, una respuesta correcta en una consideración teórica: nos dice que aún no hemos llegado a la verdad. De esta manera puede ayudarnos a cultivar una saludable insatisfacción con lo habitual, lo familiar, sin caer por ello en actitudes utópicas o carentes de crítica. Por otra parte, el carácter descriptivo de la filosofía práctica de Schopenhauer no pretende ser un discurso moralizador: su problema no es decir lo que los hombres deben o no hacer, sino que su competencia es describir el alcance de lo que hacen. La teoría ética no debe erigirse como un juez y pretender obligar a cada cual a seguir su propio punto de vista. Contrariamente a los sistemas éticos que consideraron el recto obrar como producto del juicio y al hombre como consecuencia de su conocimiento, Schopenhauer se encamina a afirmar que el ser del hombre es su voluntad; más aún que somos presos de ella. Luego el hombre no puede decidir tener ese u otro carácter, ni cambiar el que ya tiene, sino que por medio de un “eudemonismo negativo” o una “sabiduría de la vida” puede lograr una conquista de sí mismo. Es decir, en ser más coherentes con lo que en verdad somos, conocer nuestros límites y fuerzas, de limitar nuestras fantasías respecto de nosotros mismos y el alcance de nuestras cualidades. De manera que renunciar por completo a prescribir la vida humana y optar por describirla puede conducirnos, si la efectuamos correctamente, a modificar por nosotros mismos nuestra concepción de la vida y a descubrir, al hacerlo, otra manera de existir. 96 Con respecto a la idea de la negación de la voluntad de vivir asumimos dos serios reproches. En primer lugar, dos de los aportes capitales de la filosofía práctica de Schopenhauer se contradicen mutuamente: es claramente imposible preocuparse compasivamente por otra persona sin la actividad de la voluntad. Dicho de otro modo, si he renunciado a toda voluntad, entonces la felicidad y la desdicha ajena ha de serme indiferente como la mía propia. Si realmente es cierto que toda moral se basa en la compasión, entonces el cese de la voluntad ha de ir acompañado de una indiferencia total ante las consideraciones morales. Un segundo reproche a su teoría de la negación de la voluntad de vivir parte de una distinción capital en la filosofía moral conocida como la distinción hecho/valor. La idea es que los hechos son una cosa, pero el modo en que los juzgamos es diferente. Siempre es posible estar de acuerdo en cuanto a los hechos, pero diferir en cuanto a cómo hemos de evaluarlos. Es lo que sucede en cuanto a nuestra actitud frente a Schopenhauer y su teoría de la negación de la voluntad de vivir. El que el noúmeno sea uno e indiferenciado o no lo sea, es un hecho o no lo es, pero el que sea algo detestable es una valoración. Compartimos muchos de los análisis de Schopenhauer sin compartir sus valoraciones: mucho de lo que dice sobre la naturaleza descriptiva de la realidad es atinado, sensato y profundo. Pero su hostilidad frente a la realidad o a la vida se acerca a lo patológico. El hecho es que se puede aceptar la filosofía de Schopenhauer, sin compartir sus actitudes emocionales. Aunque carecemos de soluciones más globales para este asunto, esta consideración justifica que digamos de Schopenhauer, lo que él mismo dijo, citando a Voltaire, de Kant: “Es privilegio del verdadero genio, y sobre todo del genio que abre un camino, cometer impunemente grandes faltas”. Por último, la inevitable conclusión paradójica a la que lleva la filosofía práctica de Schopenhauer debe tomarse como un significativo mérito. Quizás debemos confiar más en los problemas que en las soluciones, en las intuiciones antes que en los argumentos, y 97 en el desacuerdo plural por encima de la armonía sistemática. La sencillez y la elegancia, propias de una pluma como la de Schopenhauer, nunca son razones para pensar que una teoría filosófica sea por ello mismo verdadera; por el contrario, por lo común son fundamentos para pensar que es parcialmente correcta. Si los argumentos o las consideraciones teóricas sistemáticas conducen a resultados que intuitivamente parecen no tener sentido, si una solución escrupulosa para un problema no elimina la convicción de que éste sigue ahí, o si la solución de que determinada pregunta es irreal y nos deja aún con el deseo de plantearla, entonces algo anda mal con la explicación y necesitamos esforzarnos más en su comprensión. Como el rey Midas, la filosofía práctica de Schopenhauer es privilegiada con un don aparentemente envidiable que le sume en una inhumana desventura: pensar hasta los límites el mundo. Puede ser que existan problemas filosóficos carentes de solución. En tal caso, la comprensión que podemos alcanzar depende de que nos mantengamos aferrados al problema sin abandonarlo, y de que entendamos por qué fracasaron otros intentos de solución en el pasado. Los problemas carentes de solución no son por ello irreales. La inevitable paradoja a la que llega la filosofía práctica de Schopenhauer no es asunto para desestimarla; por el contrario, es altamente consecuente con su posición metafísica y ética; además, es un estimulo para pensar que la comprensión del mundo ofrecida por Schopenhauer exige nuevos caminos, esfuerzos y explicaciones que no desemboquen en resultados que racionalmente pocos estarían dispuestos a aceptar. Ignorar la dimensión mística y paradójica de la filosofía de Schopenhauer es ignorar algo fundamental en el conjunto de su filosofía. El hecho de que todos los seres humanos sean fenómenos diferenciados de un Uno indiferenciado significa que en lo más profundo de nuestro ser somos idénticos. Esto explica la compasión, nuestra propensión a identificarnos los unos con los otros, de sentir con los demás, cosa que si fuéramos totalmente independientes los unos de los otros no tendría razón de ser, y la compasión, y no la racionalidad como había dicho Kant sería el fundamento de la ética. 98 Nuestra intuición moral fundamental de que tratamos a los demás como desearíamos que nos trataran a nosotros está basada en la paradoja metafísica de que todos somos Uno. Estas ideas constituyen un gran paso adelante en relación con Kant y con la tradición de la filosofía moral occidental, si es que efectivamente es un paso en la dirección correcta, y hemos de pensar que Schopenhauer así lo creía, independientemente de lo que creamos los demás. A esto sólo nos gustaría añadir, tímidamente, que nosotros también creemos que es un paso en dirección correcta. Para terminar recordamos una fábula de Paul Deussen, a quien en filosofía debemos buena parte de la existencia de los escritos de Nietzsche y Schopenhauer, y a quien la humanidad adeuda algunos estudios profundos sobre música y religiones orientales. Este solía contar la fábula que sigue en sus sesiones un tanto místicas en torno al “pensamiento único”. Nosotros, paradójicamente, creemos que simbolizan la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant. Un labriego en trance de muerte, dice a sus hijos que en su tierra hay un tesoro escondido. Ahondan y revuelven sin encontrar nada. Pero la cosecha siguiente se triplica con la tierra removida. No darán con el tesoro, pero el mundo removido por nosotros será tres veces más fecundo para el espíritu. De forma análoga al labriego de esta fabula, la filosofía práctica de Schopenhauer ofrece unas cuantas onzas de oro, las cuales aunque más pequeñas son de mayor valor que una joya guardada; pero ello no debe ser obstáculo ni motivo de conformidad para seguir buscando un mayor tesoro en este mundo, incluidos todos sus soles y galaxias. 99 Bibl iog rafía BIBLIOGRAFÍA Obras de Schopenhauer: SCHOPENHAUER, Arthur (2005). El mundo como voluntad y representación. Madrid: Trotta. Edición, notas y traducción de Pilar López de Santamaría. SCHOPENHAUER, Arthur (2003). El mundo como voluntad y representación. Complementos. Madrid: Trotta. Edición, notas y traducción de Pilar López de Santamaría. SCHOPENHAUER, Arthur (1996). Manuscritos berlineses. Valencia: Pre – Textos. Selección, estudio introductorio, traducción y notas de Roberto Rodríguez Aramayo. SCHOPENHAUER, Arthur (2007). Los dos problemas fundamentales de la ética. Madrid: Siglo XXI Editores. 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