Conferencia de prensa Día Mundial del Refugiado 2013 La hospitalidad en situaciones de emergencia, el caso de la República Democrática del Congo Danilo Giannese, responsable de advocacy y comunicación del JRS Grandes Lagos de África (2011-2013) Al llegar al África de los Grandes Lagos – formada por Burundi, Ruanda y la República Democrática del Congo – la primera sensación que te sorprende es el contraste entre, por un lado, la absoluta belleza del paisaje de sus montañas, plantaciones de té y, por supuesto, la inmensidad de sus lagos y, por otro, la violencia. Violencia del pasado y del presente. En Ruanda y Burundi esta violencia parece ser ya cosa del pasado. Lamentablemente, no puede decirse lo mismo del Congo, cuya estabilidad es esencial para la estabilidad a largo plazo de la región. Aunque el Congo raramente es noticia en nuestros medios de comunicación, la emergencia es continua y no da tregua, y este contraste entre belleza y violencia es aún más evidente en el norte y el sur de Kivu. Antaño conocida como la Suiza de África, con sus magníficas montañas, el ganado paciendo en sus ricos y verdes pastos, se ha transformado en un infierno viviente para sus habitantes. Esta región es demasiado estratégica y demasiado rica en recursos minerales para que la dejen en paz. Aquí encontramos el coltán para fabricar nuestros teléfonos móviles y ordenadores portátiles; aquí conseguimos los diamantes para los anillos de boda; aquí tenemos el cobre para nuestras casas y coches. Es también un lugar donde casi la mitad de las mujeres han sido violadas durante el conflicto. Es un lugar donde el ejército es débil y las milicias de malhechores son fuertes. La región ha sido devastada por docenas de grupos rebeldes de base étnica, que quieren controlar estos recursos, bajo la tutela de poderes nacionales y de países vecinos. A esto se suma un ejército nacional mal equipado y sin disciplina y un gobierno estatal congoleño débil y ausente. El caos reina. La guerra está causando estragos en el Congo desde 1995, tras el genocidio de Ruanda. Hoy en día el número de desplazados internos en el país ha llegado a 2,6 millones, de los que más del 60 por ciento están en Kivu Norte y Sur. Me han pedido que hable acerca de las condiciones de vida de estas personas. Muchas viven con las secuelas físicas y psicológicas de la violencia sexual. En algunos casos se ofrece apoyo individual, como terapia psicológica. Sin embargo, dada la amplitud del problema – que afecta hasta el 40 por ciento de las mujeres en el este del Congo – esta ayuda no puede considerarse más que una gota en el océano. Nacidos durante la guerra, la mayoría han conocido lo que es la violencia, las matanzas, las amenazas a su seguridad personal, los ataques a sus aldeas y la huida del peligro. Las condiciones de vida de estos hombres, mujeres y niños son desastrosas. He conocido a un sinnúmero de familias que, sólo en un par de años, se han visto obligadas a huir ¡por lo menos cinco o seis veces! Estas personas podrían estar ya habituadas a la guerra, pero no se resignan a una vida de violencia. No he conocido a un ningún desplazado que no espere poder regresar algún día a su propia aldea. Quieren recuperar su tierra, reconstruir sus hogares y volver a ser libres para trabajar y alimentar a sus familias. Pero si no respondemos a sus esperanzas y temores, es muy fácil que sucumban a los sentimientos de desolación y desesperación. Los problemas son evidentes a primera vista. Sus casas están hechas paja y, en el mejor de los casos, cubierta por láminas de plástico. Son demasiado pequeñas, muy juntas unas de otras y las condiciones sanitarias son en el mejor de los casos precarias. No hay trabajo y las familias no tienen medios para proporcionar alimentos o pagar las cuotas escolares de sus hijos. Viven en un estado constante de inseguridad, ya que incluso los campamentos que están allí para protegerlos son inseguros. La gente con frecuencia se ve obligada a huir de los campamentos en los que pensaban que estarían a salvo. Hospitalidad. Es en el marco de la esperanza que el concepto de hospitalidad, tema central de este evento, tiene una importancia primordial. La hospitalidad en el Congo puede ser vista como estar con los desplazados o acompañándolos. Muchos campamentos se encuentran en zonas remotas del país, en cimas de montañas escarpadas, accesibles sólo tras horas de viaje por carreteras en mal estado. La gente vive lejos de sus hogares, en condiciones peligrosas y el riesgo es que se sientan solas y abandonadas a su suerte. Los visitantes que llegan a los campamentos son recibidos con gran alegría. Son la señal de que no les han olvidado. A pesar del peligro, un clima de unidad cimienta el futuro, abriendo un camino de esperanza que permite salir de la resignación y la apatía. La hospitalidad y la esperanza se manifiestan en los campamentos de muchas maneras: vivienda, alimentación, educación. Hospitalidad y refugio. Obligados a huir de sus hogares, lo primero que las personas necesitan es un techo sobre sus cabezas. Por desgracia, pueden pasar días antes de que la ayuda humanitaria de las principales ONG se ponga en marcha. El que puede, entonces, se las ingenia para construirse una choza con lo que pueden encontrar en el bosque. Por eso, junto a los campamentos oficiales de la ONU, proliferan los llamados campamentos no oficiales, que no reciben ningún tipo de asistencia humanitaria. En septiembre de 2012, un campamento fue atacado por una milicia. La mayoría de las chozas fueron quemadas y sus habitantes huyeron. De veinticinco años, Hakizimana estaba entre ellos. Aunque iba en silla de ruedas, consiguió llegar a un centro de formación del JRS donde se le dio refugio durante unos días. Hakizimana corría peligro porque pertenece a un grupo étnico diferente del de los milicianos armados que les atacaron. En el centro del JRS se sentía seguro y protegido de cualquier daño. Sin embargo era obvio que no podía quedarse allí para siempre. El personal del JRS hizo todo lo posible para trasladarle a un campamento en Goma, la capital de Kivu Norte, a cuatro horas de distancia en coche. No obstante, para ser transferido de un campamento a otro, se requiere la aprobación oficial de la ONU, seguido de proceso burocrático para encontrarle un lugar y construirle una casa. Por último, gracias a la ayuda de otras ONG, se consiguió la autorización para trasladarle, a bordo de uno de nuestros vehículos, al campamento Goma. Unos días más tarde le visité en su nuevo refugio, donde vive con su madre y su hermana. "No sé cómo voy a ganarme la vida", me comentó. Y es que había perdido sus herramientas de reparación de calzado en su huida del campamento. "Pero al menos aquí me siento seguro, mi vida ya no corre peligro", dijo buscando el aspecto positivo y viendo su nuevo techo de paja como un medio de protección. Pero sin trabajo, los campamentos no pueden responder por todo. Hospitalidad y alimentación. Otro gran reto diario para los desplazados es la búsqueda de alimentos. La ayuda alimentaria proporcionada por las agencias humanitarias es insuficiente, y los altos niveles de inseguridad dificultan su distribución periódica. Las familias desplazadas se ven obligadas a abandonar los campamentos de buena mañana para buscar trabajo como jornaleros en las granjas vecinas. Si tienen suerte, ganarán unos francos para comprar alimentos; de lo contrario, se quedarán sin comer, a veces durante días. Entonces recuerdan que antes tenían sus pequeñas granjas con las que podían alimentar a sus familias. A menudo surgen redes de solidaridad informales entre los desplazados que se ayudan mutuamente para salir adelante, ofreciendo apoyo psicosocial y material. Sin embargo, los que más sufren son los que se encuentran en las circunstancias más vulnerables - ancianos, personas con discapacidades y enfermos – y que no tienen la posibilidad de conseguir alimentos por sí mismos. Las comunidades se unen para ayudar a los más vulnerables, y a veces los derivan al JRS para que les ayuden. Es estimulante ver cómo las comunidades desplazadas, que viven en condiciones extremadamente difíciles, cuidan de sus ancianos y enfermos. Esto ayuda a forjar un sentido de pertenencia a una comunidad, aun cuando todos han sido desarraigados. Así que la distribución de los alimentos se convierte en una celebración en la que ancianos y jóvenes se mezclan y en la que las autoridades del campamento apenas pueden mantener el orden. La distribución de alimentos genera un sentimiento agridulce. Es emocionante ver la celebración alrededor de la comida, a las mujeres mayores que regresan a sus hogares con una cazuela de arroz y verdura; la comida y la hospitalidad se convierten en un signo de esperanza. Pero también es trágico ver cuán grande es la necesidad de algo tan esencial. Hospitalidad y educación. No hace falta decir que el desplazamiento interrumpe la educación de los niños. Tras haber perdido todas las fuentes de ingresos, las familias difícilmente tendrán dinero para enviar a sus hijos a las escuelas locales. Las ONG y líderes de la comunidad hablan con los directores y maestros de las escuelas locales, para que comprendan la situación. Si los niños desplazados tienen suerte, se les dará la oportunidad de asistir a la escuela con los estudiantes locales sin tener que pagar los gastos de matrícula. Ofrecer a estos niños la oportunidad de asistir a la escuela supone ayudarles a recuperar un sentido de normalidad en sus vidas, después del trauma de quedar sin hogar y tras la experiencia de la guerra. Todavía me acuerdo de Claude, un alto muchacho de 18 años en Mweso. Vivía en un campamento donde no todos los días se tenía la oportunidad de comer. En su último año de escuela secundaria, sabía que quería ser psicólogo y decía que la idea de terminar la escuela le daba esperanzas. Gracias a la escuela Claude pudo proyectarse hacia el futuro. La idea de un futuro mejor lo mantuvo vivo y lo apoyó para encarar los desafíos que aparecían en el camino, que para los estudiantes locales en el este de Congo son muchos. Las incursiones rebeldes o los combates con el ejército suelen obligar a que la gente abandone sus hogares, campamentos o refugios, aunque sólo sea temporalmente. Obligados a buscar refugio en la selva, los estudiantes no pueden continuar sus estudios hasta pasado el peligro. Ir a la escuela también ofrece una alternativa a los menores para que no se involucren en grupos armados. Las milicias están llenas de jóvenes armados con Kalashnikovs. La escuela es un lugar donde los niños pueden aprender sobre la paz. La escuela también es especialmente importante para las mujeres, que históricamente han sido excluidas de la educación y marginadas. A su vez las mujeres educadas son modelos positivos para las niñas. Es fácil desesperarse, la situación es desesperada. No tenemos derecho a abandonar. No tenemos derecho a decir que no se puede hacer nada. Todo está por hacer. No es heroísmo; es nuestro deber humano. Tenemos que alimentar la esperanza, una esperanza que se concreta a través de la educación, la formación, la defensa de los derechos humanos, la solidaridad y la paz. Mientras esta emergencia interminable y silenciosa siga destruyendo las vidas de personas inocentes, debemos trabajar por una alternativa.