CONSTRUCCION SOCIAL, IDENTIDAD, NARRACION Nuevos enfoques teóricos y el (re)hacer del género Juan Carlos Gorlier ÍNDICE GENERAL PROLOGO CAPITULO PRIMERO Praxis feminista y teoría social Colectivos feministas Autonomía Conscientización Ethos de la auto-ayuda Transformaciones personales Comunitarismo El impacto de la praxis feminista Feminismo y estudios de género La función de las intelectuales La crisis de la sociología Nuevos abordajes teóricos Constructivismo social Identidad Narrativa CAPITULO SEGUNDO Constructivismo social Introducción Conocimiento científico y comunidad (Kuhn) Lenguajes y formas de vida (Wittgenstein) Antecedentes Pragmatismo, acto social y lenguaje (Mead) Los problemas sociales como construcciones (Spector - Kitsuse) El giro posmoderno en las ciencias sociales La crítica a las meta-narrativas (Lyotard) Lenguaje, diferencia y escritura (Derrida) Poder y verdad (Foucault) De la teoría sociológica a las teorías sociales (Seidman) Temas en el constructivismo social contemporáneo ¿La construcción social de qué? (Hacking) La producción pública del pánico (Goode – Ben Yehuda) Emociones, reforzamiento de roles y usos estratégicos (Griffiths) La construcción de la rememoración y el olvido (Shotter) El moldeado del “abuso infantil” (Hacking) i CAPITULO TERCERO Teoría identitaria Introducción La noción de “hegemonía” y la función de los intelectuales (Gramsci) Antecedentes El estadio del espejo en la formación del yo (Lacan) Ideología, interpelación y subjetividad (Althusser) Temas en la teoría identitaria contemporánea Identidad colectiva (Melucci) Primacía de lo político: antagonismo, dislocación y sujeto (Laclau) La identidad de género en cuestión: performatividad, parodia y política (Butler) Identidades múltiples y lealtades divididas (Stryker) Política identitaria (Farred) CAPITULO CUARTO Teoría Narrativa Introducción Las palabras como acciones (Austin) Notas para un análisis estructural de las narrativas (Barthes) Narrativa: entre la descripción y el acto Antecedentes La narrativa como entramado del tiempo (Ricoeur) Virtudes morales y narrativas comunitarias (MacIntyre) Incredulidad, narrativas maestras y micro-narrativas subversivas (Lyotard) Giro narrativo en las ciencias sociales El uso de la narración en la representación de la realidad histórica (White) “Drama social”: matriz subyacente al género narrativo (Turner) Temas en la teoría narrativa contemporánea Disrupciones narrativas: un abordaje desde la psicología (Neimeyer) La función de las narrativas sociales en la formación de la clase obrera (Steinmetz) Las historias personales como prácticas narrativas (Gubrium - Holstein) La tradición narrativa en las ciencias humanas: una revisión (Kreiswirth) CAPITULO QUINTO (Re)Hacer del género Cinco ensayos La construcción social de la domesticidad femenina Ordenamiento doméstico: regularidad en la dispersión La construcción de sujetos femeninos Disrupciones del ámbito doméstico Reordenamientos domésticos y el poder de decidir La difícil reconstrucción del sentido de equidad doméstica ii Conversiones religiosas y cambios en los roles de género La participación de mujeres en cultos de aflicción Conversiones religiosas Comunidades religiosas contra-culturales Conversión religiosa y cambio de roles de género Politización de la maternidad: emociones íntimas, ultraje moral, dilemas éticos Raíces socioculturales de la culpa La socialización del dolor maternal Transformación colectiva de las emociones personales Ultraje moral Politización de la maternidad: algunos dilemas Relatos que hacen historias: periodismo colectivo y praxis feminista Periodismo feminista e “industria editorial” Escribir y leer como acciones colectivas Relatos que hacen historias Asimetría entre “interpretar” y “cambiar” ¿(Re)Hacer identidades con palabras… sin moralizar? (Re)hacer la identidad personal La función moral de la narración personal Para desconfiar del relato: “narrativización” y “meta-narrativa” El poder de narrar BIBLIOGRAFÍA ÍNDICE DE AUTORES iii PROLOGO A fines de los sesenta, aparecen en algunos países de Europa y las Américas grupos de mujeres que se forman fuera de las instituciones establecidas. Como tantos otros, este fenómeno pudo ser relativamente insignificante, pero hubo participantes que vieron en él una nueva forma de praxis social. En el campo de las “ciencias sociales” la aparición de nuevos actores suele provocar la crisis de los paradigmas vigentes y la introducción de paradigmas nuevos. Pero el proceso no es inevitable y requiere la intervención de intelectuales “orgánicos”. Pero la experiencia indica que la tarea presentar las prácticas y los valores particulares de un grupo como si fueran generales está plagada de dificultades. Durante los primeros años de la “segunda ola”, las intelectuales feministas consiguieron promover su ideario como si fuera el de las mujeres, pero luego comenzaron a emerger las fracturas internas. Desde ya hace varios años, cada nuevo “Encuentro feminista” multiplica los desencuentros. A esto se suma otro fenómeno: se trata de la aparición de grupos de mujeres que intervienen en el campo sociocultural de maneras que contradicen ese ideario. Como consecuencia de ello, el feminismo va perdiendo la hegemonía que le permitía fijar los términos del debate acerca de la “emancipación de la mujer”. Veo esto como un desenlace positivo. Una visión dominante de los contenidos de esa emancipación y de las prácticas sociales para alcanzarla tiene efectos excluyentes y refuerza las separaciones ya existentes entre distintos grupos de mujeres. La falta de parámetros rígidos permite una exploración más abierta de experiencias que a pesar de ser muy diversas podrían estar indicando la gestación de una praxis de género mucho más compleja y ambigua de lo que el feminismo permite pensar. Pero no hay dudas de que las contribuciones de las académicas feministas trascienden el carácter coyuntural de su agenda de crítica y cambio social, planteando exigencias que están transformando profundamente las ciencias sociales, entre ellas: la necesidad de superar la dicotomía entre un conocimiento personal y subjetivo y un conocimiento impersonal y objetivo; la demanda de atender a la dimensión de los valores; el imperativo de reconectar esas ciencias con las experiencias cotidianas; y la afirmación del pequeño grupo como lugar de articulación de lo personal y lo social, y como instancia decisiva tanto para la reproducción como para la confrontación y la innovación. Estas exigencias han conmovido las grillas conceptuales establecidas, perturbando el trazado de las fronteras que separaban las ciencias sociales de otras disciplinas. En la década de los setenta comienzan a aparecer nuevos enfoques teóricos que importan ideas y vocabularios provenientes de la filosofía, las ciencias del lenguaje y las ciencias políticas, entre otros. Como parte de este reordenamiento, durante los últimos años se han consolidado tres tradiciones nuevas: el constructivismo social, la teoría identitaria y la teoría narrativa, a cuya exposición dedico los capítulos centrales de este libro. Articulando estas tradiciones, ensayo análisis que intentan mantenerse próximos a las experiencias de grupos reales y claramente visibles, sin tratar de erigir “verdades” totalmente separadas de ellas, y aceptando al mismo tiempo que cierto defasaje entre teoría y praxis es inevitable. iv Los análisis en clave constructivista, identitaria y narrativa de las dinámicas internas que animan a infinidad de grupos de mujeres son especialmente productivos. Tomemos las “conversiones” que suelen experimentar participantes en grupos feministas, de derechos humanos o religiosos. Por la discontinuidad que introducen, estos acontecimientos exigen una redefinición de la noción de identidad personal que rectifique los prejuicios naturalistas y sustancialistas de las concepciones establecidas, y las nuevas tradiciones ofrecen las herramientas conceptuales para realizarla. Es posible abordar la identidad personal como una entidad constituida por una multiplicidad de identificaciones que están organizadas en una formación jerárquica y que se refuerzan o debilitan mutuamente. En lugar de ser fenómenos ilusorios, las conversiones suponen reorganizaciones profundas en la jerarquía de identificaciones constitutivas de la subjetividad. Desde una perspectiva identitario constructivista todo lo que está adentro del sujeto antes estuvo afuera; esto vale no sólo para las identificaciones sino también para las emociones y las valoraciones ancladas en ellas. Al desplegarse en formas de sentir y de valorar, esas identificaciones constituyen la identidad, lo que una es, como un núcleo duro y resistente -el “efecto-sujeto”. Puede entonces conjeturarse que las reorganizaciones en las jerarquías de identificaciones están marcadas por cambios significativos en las formas de sentir y valorar. Dirijamos la atención a las emociones, considerando los procesos de modelado y control socio-cultural que fijan qué es lo que hay que sentir y cómo y en qué circunstancias debe expresárselo: es notorio que esos estándares emocionales se distribuyen siguiendo clivajes de género, mantenidos a través de dinámicas intra e intergrupales que refuerzan los roles establecidos. Hay sujetos que al insertarse en nuevos grupos experimentan una resocialización que les permite acceder a emociones que antes no sentían; pueden entonces aparecer el orgullo y el júbilo, pero también la indignación y la furia. La puesta en acto de estas emociones profundiza las transformaciones personales y suele tener efectos en cadena, provocando la aparición de mutaciones microsociales de contornos imprevisibles. Hay ocasiones en las que el caudal emocional valorativo investido en el mantenimiento de roles femeninos tradicionales abandona el ámbito de la intimidad doméstica para irrumpir en el ámbito público, en la forma de una nueva constelación ético afectiva: el ultraje moral. El uso de herramientas conceptuales provenientes de la tradición narrativa suplementa y profundiza las posibilidades ofrecidas por las tradiciones social constructivista e identitaria. Hay tres maneras de abordar las narraciones en general y los relatos personales en particular: como modos de representación, como modos de ser y como modos de hacer cosas con palabras. Sin descartar ninguna de estas alternativas, mis indagaciones tienden a centrarse en la última. La idea de analizar los relatos autobiográficos como prácticas narrativas me parece especialmente fecunda. Propongo la práctica narrativa como una actividad que hace lo que dice en el acto mismo de decirlo. Sin duda, hay muchas cosas que no pueden hacerse sólo con palabras, pero lo que llamo “identidad personal” es inseparable de la tarea de desplegar ante otros y a través de relatos quién soy, cómo y porqué llegué a ser ésta que soy, y hacia dónde deseo dirigirme. v Lejos de desenvolverse en el vacío y ser completamente libres y espontáneas, las autobiografías obedecen, no tanto a los “hechos pasados”, sino a exigencias impuestas por los contextos del presente, por las audiencias locales y por los recursos socioculturales, que no son ilimitados. Mucho antes de tener la posibilidad de constituirse en autor de su propia vida, el sujeto es distintos personajes en las vidas de otros. Esto hace que la narración autobiográfica se desenvuelva a partir de otras narraciones personales, familiares y sociales, tejiendo una trama singular dirigida a desplegarse como una respuesta, más o menos extensa, a la pregunta por la propia identidad. Para tener validez, esa respuesta debe ser plausible y convincente; por eso siempre es posible seguir inquiriendo quién es realmente el que habla a través de las autobiografías. Desde este marco conceptual las crisis personales no ocurren “adentro” de los sujetos, sino que aparecen como disrupciones narrativas, marcadas por relatos personales fracturados, autobiografías en las que hay eventos decisivos que “no tienen sentido” y que hacen que los sujetos en crisis se presenten ante otros sin poder “nombrar lo que me está pasando” y sin saber “quién soy”. El uso de este marco abre un nuevo abanico de análisis. Tomemos ahora el caso de los cambios de valores conectados a las conversiones personales. Las crisis extremas pueden llevar a la bancarrota de la identidad personal; con todo, también pueden crear las condiciones para encarar cambios radicales. Las autobiografías -lo mismo puede acaso afirmase de las narraciones en generaldesempeñan una función moral. Narrar la propia vida es tratar de desplegarla como si fuera una totalidad coherente en la que las decisiones y las acciones personales tienen sentido y están encastradas en otras narraciones que también lo tienen –esto no significa que toda historia sea, inexorablemente, la historia “del triunfo del bien sobre el mal”; si fuera así no habría nada que narrar. La constitución del sentido de “ser alguien” es inseparable del despliegue de relatos personales cuyo autor - protagonista central toma posiciones en el seno de otros relatos estructurados como gestas morales. En condiciones normales, las valoraciones personales se adecuan a las expectativas sedimentadas en los guiones socio-culturales dominantes. A través de la activación de estas valoraciones el sujeto ocupa posiciones que ya lo están esperando. En definitiva, ejecuta las prácticas significantes que lo constituyen y al hacerlo perpetúa las colectividades en las que está inserto. A cambio de ello, esas colectividades lo autorizan y reconocen como sujeto moral. Las crisis crean una brecha en este ensamble autobiografía - sentido - moral, y al hacerlo dislocan las identidades sedimentadas. Ampliando lo que dije más arriba, el sujeto en crisis manifiesta una marcada dificultad para juzgar eventos significativos en su vida, no consigue desplegar un relato de vida que tenga un corolario moral, y ya no sabe realmente para qué vive. Desde el abordaje que estoy sugiriendo, los fenómenos de conversión se conectan con la inserción de la persona en una comunidad narrativa organizada en torno a un nuevo centro evaluador. Esta inserción le brinda la oportunidad de reconstituirse como sujeto moral. Por más catastrófica que sea una crisis y por más profundo que sea la fisura que presenta el testimonio de conversión, la tarea de forjar una nueva autobiografía es extraordinariamente ardua, porque demanda una radicalización, no sólo de la vi discontinuidad, sino también de la continuidad: usualmente, las comunidades que auspician estas conversiones, exigen que el sujeto no sólo corte con su “vida pasada”, sino que se despliegue a sí mismo como una persona con un nuevo pasado. Concluyo con algunas ideas más generales sobre la tarea teórico interpretativa que estoy proponiendo. Fenómenos como los que he ejemplificado no tienen nada de arcano. Para comprenderlos no es necesario elaborar una gran teoría, porque no hay nada que descubrir. Todo lo que es relevante para este análisis puede verse y oírse, porque está “ahí”, en nuestras vidas cotidianas. Las opresiones tampoco son algo oculto, sino que las ubico en las prácticas sociales realizadas por sujetos actuantes que, como ya sugería, se producen a sí mismos al realizarlas. Desde esta perspectiva, las emancipaciones están indisolublemente ligadas a mutaciones de la subjetividad, y requieren la transformación de las prácticas que la constituyen. Pienso que el compromiso ético con esa tarea requiere el rechazo de las teorías generales y de las ideologías, pues no es el compromiso con algo, ni siquiera con un sentido que, al parecer, es siempre un sentido moral. Con todo, no me parece deseable, ni siquiera factible, ponerse totalmente “en contra de la moral”. En definitiva, creo que hay que apostar a introducir micro-descentramientos en el efecto-sujeto, con la esperanza de que se muestre algo que es visible a todos: me refiero a la discontinuidad – continuidad, o si se prefiere, a la incoherencia – coherencia, de las actividades de producción de la subjetividad. Cambridge, Massachusetts, 9 de octubre del 2005 vii