Follet, Ken - La caída de los gigantes

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- Esta es nuestra última oportunidad -explicó a la chica mientras bebía un cóctel de
champán que estaba consiguiendo de todo menos animarlo-. Si ahora podemos debilitar
con contundencia a los alemanes, cuando están agotados y sus líneas de abastecimiento
ya no dan más de sí, conseguiremos detener su avance. Pero si este contraataque falla,
París caerá.
Ella estaba sentada en un taburete de la barra, y cruzó sus largas piernas provocando
el susurro de sus medias de seda.
- Pero ¿por qué estás tan triste?
- Porque, en un momento como este, los ingleses se baten en retirada. Si París cae
ahora, jamás nos libraremos de la vergüenza que eso supondría.
- ¡El general Joffre tiene que enfrentarse a sir John y exigirle que los ingleses luchen!
¡Tienes que hablar en persona con Joffre!
- No concede citas a los comandantes ingleses. Además, seguramente creería que se
trata de alguna jugarreta de sir John. Y yo me metería en un buen lío, y no es que me
inter ese mucho.
- Entonces habla con uno de sus asesores.
- Supondría el mismo problema. No puedo presentarme en el cuartel general de los
franceses y anunciar que los ingleses están traicionándolos.
- Pero podrías hablar de forma confidencial con el general Lourceau, sin que nadie se
enterase.
- ¿Cómo?
- Está sentado ahí.
Fitz siguió su mirada y vio a un francés de unos sesenta años vestido de civil y
acomod ado en una mesa con una joven de vestido rojo.
- Es muy simpático -añadió Gini.
- ¿Lo conoces?
- Fuimos amigos durante un tiempo, pero prefirió a Lizette.
Fitz dudó un instante. Una vez más consideraba la posibilidad de actuar a espaldas de
sus superiores. Aunque aquel no era momento para andarse con muchos miramientos.
París estaba en juego. Tenía que hacer lo que estuviera en su mano.
- Preséntamelo -dijo.
- Dame unos minutos. -Gini bajó deslizándose con elegancia del taburete y cruzó el
club, contoneándose ligeramente al ritmo de la música ragtime del piano, hasta llegar a
la mesa del coronel. Lo besó en los labios, sonrió a su acompañante y se sentó. Pasado
un rato de animada conversación hizo un gesto a Fitz.
Lourceau se levantó, y ambos se estrecharon la mano.
- Es un honor conocerle, señor -dijo Fitz.
- Este no es lugar para mantener una conversación seria -comentó el general-. Pero
Gini me ha asegurado que lo que tiene que decirme es de máxima urgencia.
- Desde luego que lo es -afirmó Fitz, y se sentó.
III
Al día siguiente, Fitz fue al campamento británico en Melun, a unos cuarenta
kilómetros al sudeste de París, y se enteró, para su desesperación, de que la Fuerza
Expedicionaria seguía batiéndose en retirada.
Tal vez su mensaje no había llegado a Joffre. O tal vez sí le había llegado, y Joffre
había creído, sencillamente, que no podía hacer nada al respecto.
Fitz entró en VauxlePenil, el magnífico castillo de Luis XV que sir John utilizaba
como cuartel general, y se topó con el coronel Hervey en el vestíbulo.
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