Prot. MG 56/15 Inicio la presente reflexión justamente el día de la

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Piccole Suore Missionarie della Carità
(Don Orione)
Casa generale
Via Monte Acero, 5 – 00141 Roma
www.suoredonorione.org
Prot. MG 56/15
QUERIDÍSIMAS HERMANAS,1,
Inicio la presente reflexión justamente el día de la celebración de la Solemnidad de
la Anunciación de María. Una fiesta litúrgica que pareciera, al menos aparentemente,
“distraernos” del clima litúrgico de la cuaresma y de la Pascua.
Pero es sólo un aparente contraste, porque en el Anuncio que el Ángel Gabriel le
hace a María, está concentrado todo el misterio de Jesús y toda su misión redentora en
la tierra; María acoge en su seno a Aquel que “siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de
siervo, haciéndose semejante a los hombres, y apareciendo en su porte como hombre, se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,6-8). ¡María
concibe en la Anunciación a Jesús Resucitado!
Por esto he querido colocar, en el contexto de la Solemnidad de la Anunciación, mi
augurio de Pascua, que este año tiene connotaciones particulares para nosotras,
Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, porque es la Pascua del Centenario de
nuestra Fundación. Para nosotras, la memoria de la Fundación es recordar también una
anunciación y un nacimiento; significa memoria y agradecimiento, pero sobre todo,
“renacimiento” y “resurrección”, y en consecuencia, podemos decir sin dudar, que el
Centenario de nuestra Fundación es la celebración de nuestra Pascua como PHMC.
Quisiera compartir con ustedes algunos pensamientos que les pueden ofrecer una
clave de lectura y de meditación del gran evento de la Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor, también en sintonía y en continuidad con cuanto la Asamblea general nos ha
donado como itinerario de nueva dinámica espiritual y de acercamiento a la fuente viva,
que es Cristo.
¡Es este mi don y mi augurio de Pascua para cada una de ustedes!
HAGAMOS ESPACIO A LA PALABRA …2
Antes de continuar la lectura de estas reflexiones, quisiera invitarlas a realizar un
momento de preparación, una pausa para entrar en el silencio, hacer espacio y acoger la
Palabra con la misma actitud de María.
En el silencio interior de María, la semilla de la Palabra pudo encontrar la “casa”, o
mejor dicho, la “tierra” arada, removida, abonada y fértil. Vivimos con frecuencia en un
mundo de “ruidos”, en la cultura del bullicio, de los “auriculares” que nos hacen sordas y
distraídas al delicado ruido de la brisa, en la cual el Espíritu Santo habla, sugiere,
instruye, motiva… No se puede sembrar en tierra árida, seca, rígida o llena de espinas,
piedras y yuyos … No se puede, por lo tanto, identificar entre mil sonidos, palabras y
estruendos, la “voz” que murmura en el templo de nuestro corazón. Los misterios más
1
Les propongo, en primer lugar, la lectura y experiencia personal de la presente Circular, y luego, en un segundo
momento, programado juntas, una segunda experiencia comunitaria y de condivisión de alguna resonancia y de la
experiencia vivida. Encontrarán algunas preguntas al final de cada parágrafo.
2
En este momento queremos preparar nuestro corazón a la acogida fecunda de la Palabra. Vivir esta “pausa” con
calma, sin inquietud (no menos de 5-10 minutos). Nos puede ayudar, para la concentración, el cerrar los ojos y crear un
ambiente a la luz de algunas velas, poniendo alguna música delicada de meditación.
1
grandes de nuestra fe se dieron en el silencio: el silencio de María... el silencio del
sepulcro!
María nos enseña el silencio y el vaciamiento interior, María nos enseña a escuchar
y a acoger, a confiarnos y a obedecer. De su mano, preparémonos para un momento de
silencio, de pacificación, de abandono interior, sintiendo en nuestro respirar la vida (el
aire) que entra en nosotras gratuitamente, y que gratuitamente donamos.
Permanezcamos en este silencio, en esta paz; gustemos este espacio, en el que ya se
presagia la llegada de la Palabra, la voz del Amado.
Invoquemos lentamente al Espíritu Santo, con aquellas palabras inéditas que salen
de nuestro corazón; el mismo Espíritu que con su sombra cubrió a María y la hizo
“madre” del Verbo. (Nos damos 5-10 minutos)
La Pascua en la Anunciación. Del Evangelio según San Lucas:
“Al sexto mes, fue envioado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María. Y entrando le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El
ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir
en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y
será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,26-33).
LA “PLENITUD DE LOS TIEMPOS”
“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal. 4,4).
Recuerdo un canto de Navidad argentino que dice: “la historia madura se ha partido
en dos”, refiriéndose al nacimiento de Jesús como pasaje entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento.
Meditando atentamente la expresión de San Pablo a los Gálatas: “al llegar la
plenitud de los tiempos”, creo que la expresión “se ha partido” no sea la más adecuada
para expresar el evento. Hablar de “plenitud” significa alcanzar el punto máximo de
desarrollo positivo de una cosa. Llegar, por ejemplo, a la “plena comunión” no es “partir
en dos (quebrar)” sino, máxima experiencia a la cual se llega progresivamente.
La “plenitud de los tiempos” en la que María, la “Mujer”, pasa a ser seno de la
Palabra es, por una parte, el “punto de llegada” de una historia de millones y millones
de años, desde el origen de la creación del universo, del progresivo y continuo desarrollo
de la obra creadora de Dios y que ahora ha llegado a la “plenitud”, a la “madurez” con la
entrada humana de Dios en la historia, permitiendo al Creador entrar creaturalmente en
su creación para conducirla, en el “tiempo final” al “nacimiento” del hombre verdadero, en
Cristo, verdadera y plena imagen y semejanza Suya.
Pero esta plenitud no se agota en el “momento fugaz” de la Encarnación y de la vida
terrena de Jesús. Por lo tanto, el “sí” de María no es sólo el punto de llegada en una
historia que se “parte”, sino que es, fundamentalmente, “punto de re-partida” hacia
nuevas plenitudes y madurez; María es al mismo tiempo “plenitud del tiempo” e
“inauguración del tiempo”, del “tiempo mesiánico” en el cual todo será finalmente
“recapitulado” en Cristo, su Hijo.
María no “parte” la historia, sino que la “conduce y acompaña”, pacíficamente,
maternalmente, serena y dulcemente, a vivir el “pasaje” y la “tensión pascual” de la
esperanza; el “ya y todavía no” de una nueva y eterna “plenitud”: “Sí, yo voy a crear un
cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la
memoria, sino que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear” (Is
65,17-18).
2
La Resurrección de Jesús nos empuja a transitar hoy esta “plenitud del tiempo”: “la
creación entera gime hasta el presente dolores de parto” (Rom 8,22). María, “nueva Eva”,
ha concebido y traído al mundo el “nuevo Adán” y en Él, ha inaugurado la modalidad
más “plena” de ser hombres y mujeres, de ser humanidad resucitada. En María se
inaugura la nueva humanidad pascual que, en los “dolores” del parto, se recrea y renace
más relacional y pacífica, sobre la vieja humanidad egoica y bélica, vencida por Jesús en
la Cruz.
La Anunciación de María nos introduce en la conciencia de la presente “plenitud del
tiempo” en el que nos encontramos. María es para nosotras seno; María es para nosotras,
Madre de la creatura nueva que Cristo resucitado quiere plasmar en nosotras. Este es el
“tiempo maduro”, el “tiempo cumplido” del que habla Jesús en Su agonía en la Cruz.
A los pies de la Cruz del Hijo, María acoge una “segunda Anunciación”, esta vez no
por el anuncio del Angel, sino de la boca de su Hijo:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26)
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38)
«Todo se ha cumplido!» (Jn 19,30)
Maria inaugura el “tiempo nuevo” llevando en su seno a la humanidad renacida del
costado abierto del Hijo, y participa como “co-redentora” en la instauración de su Reino.
De esta manera, nosotras somos regeneradas, en este “tiempo mesiánico”, en el seno de
María, en los “nueve meses” simbólicos que darán a luz a la humanidad resucitada:
personas libres, purificadas, transformadas a imagen de Cristo Resucitado. Por lo tanto,
la celebración de la Pascua es el inicio de una nueva madurez humana y espiritual, y de
una nueva responsabilidad histórica.
Hagamos aquí una pausa en la lectura y preguntémonos: ¿Cómo llegamos (llego)
a la Pascua? Si la Pascua no nos encuentra comprometidas seriamente en esta actitud
mesiánica, correremos el riesgo de vivirla como una simple cita litúrgica. Jesús
Resucitado cuenta con nosotras para “completar en nuestra carne lo que falta a Sus
sufrimientos” (cf. Col 1,24) y para la instauración definitiva de todas las cosas en El.
¿Cómo comprometernos en estos “nueve meses” (simbólicos) para hacer nacer en
nosotras al hombre, la mujer nueva, más comunional/relacional y menos egoica/bélica?
AGUA VIVA BROTARÁ DE TI
«Si alguno tiene sed venga a mí y beba, el que crea en mí; como dice la Escritura: de
su seno correrán ríos de agua viva » (Jn 7,37-38).
Estas palabras de Jesús nos transportan espontáneamente cerca del Pozo de Jacob,
donde Jesús, en diálogo con la mujer Samaritana, le revela que quien bebe de Su agua,
no solamente será saciado, sino que “el agua que yo le dé se convertirá en él, en fuente de
agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,14).
El misterio de la Anunciación nos encamina en esta grande y profunda dinámica
pascual del agua viva. María acoge en su seno, no sólo el “agua viva”, sino la misma
“surgente”, la misma “fuente”, en un misterioso intercambio entre el Creador y la
creatura. Maria acoge en la pequeñez de su seno la “fuente que brota para la vida eterna”,
en su libertad “creyó” y “ríos de agua viva” brotaron de su corazón y de su seno.
La sed y la fe pueden hacer brotar agua de la roca. Como Moisés en el desierto: sed
y fe, y de las rocas brotaba agua para sostener el árido caminar del pueblo de Dios.
El milagro no se produce sin la sed, el deseo, la nostalgia, que se transforman en
búsqueda incansable, en apertura y confianza, en amor y oración. La sed que hace
experimentar el vacío haciéndonos más humildes, acogedoras, dóciles y, en
consecuencia, capaces de disolver toda resistencia al “divino” que quiere entrar, al agua
viva que quiere llenar nuestra vida.
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Y el milagro no se produce sin la fe, el abandono filial, la confianza en la Palabra
y en su fecunda potencia. La fe que hace experimentar la confianza en el Misterio, frente
a lo irracional, a la falta de evidencia y de luz y, por lo tanto, la fe nos hace capaces de
acoger, de esperar contra toda esperanza, de adherir en el silencio y amar.
El anuncio del Angel encontró en María la sed y la fe: «El Espíritu Santo descenderá
sobre ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer
será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Es la misma sed y la misma fe que
mantuvieron despiertas a las mujeres ante el sepulcro de Cristo: sed de amor y de
presencia, fe en Su Palabra.
Entonces, la “plenitud del tiempo” significa este “paso” (“pascua”): de la sed
fe, llegar a ser “surgente”, “agua viva”. El hombre nuevo es el hombre de la sed
fe, pero sobre todo, es el hombre que habita las surgentes y que, habitado
surgente que es Cristo, llega a ser él mismo, como María, surgente y canal.
hombre de esperanza que sabe “ver” en la roca de su vida, en la roca
acontecimientos humanos, la surgente de vida latente que espera ser liberada.
y de la
y de la
por la
Es un
de los
Hagamos aquí una pausa en la lectura y preguntémonos: la celebración de la
Pascua nos quiere hacer mujeres sedientas y mujeres de fe; mujeres pascuales que,
habiendo descubierto la “surgente” corren, como María Magdalena, a anunciarlo a los
demás, porque no se puede “parar” un río o obturar una surgente! ¿Cuál es nuestra (mi)
sed? ¿Cómo es nuestra (mi) fe? ¿De qué manera somos mujeres que habitamos las
surgentes y llegamos a ser surgentes? ¿Qué “aguas” ofrecemos a los otros y a las otras?
EL PODER DE
“DECIDIR”
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38). “La Palabra
se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).
María es invitada por el Ángel a tomar una “decisión”. El “sí” de María es su
“decisión” personal y determinada, de acoger cuanto Dios ha pensado para Ella. María,
no obstante no haber “entendido” todo el misterio que encerraba el anuncio del Angel,
“creyó” y “decidió”; por eso, su “sí” nace de su profunda libertad.
Toda la historia de la humanidad se desarrolla y se orienta a partir de las
“decisiones” de los hombres. Las “decisiones” son la consecuencia de nuestra libertad.
La “decisión” de una sola persona puede transformar la historia de un pueblo, de una
nación, de un grupo, de una familia... La “decisión” de una sola persona puede activar la
guerra o la paz, puede derivar en unidad o en división, puede permitir nacer y vivir o no
nacer y morir. Con la capacidad de “decidir”, las personas, ponemos en movimiento la
libertad y la responsabilidad sobre nosotras mismas y sobre los demás.
Este es el gran misterio del amor de Dios, que prefiere arriesgar con su creatura,
pero no le quitará jamás la libertad que le ha dado. En este sentido, Dios deja en
nuestras manos este “poder de decidir” y, cuando nuestra libertad se confronta y se
pone al servicio de su Palabra, el “sí” de la creatura transforma y conduce la historia
según el plan divino: la libertad se convierte en decisión, y la decisión en
“obediencia”! “Así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos” (Rm
5,19).
Esto fue el “sí” libre y obediente de María: escondido, silencioso, anónimo, ordinario
y ferial. Y el “sí” de esta pequeña sierva del Señor ha llevado la historia a la “plenitud
del tiempo”: “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; de su plenitud, todos
nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia” (Jn 1,14;16).
El “sí” de María transformó el universo y la historia, como dice un antiguo y lindo
canto brasilero: “Um dia Maria deu o seu sim, mudou-se a face da terra” (un día María dio
su sí, cambió la faz de la tierra)
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La lógica de Dios es la lógica del grano de mostaza. La obra de Dios, Su reino, viene
en el silencio y en la pequeñez, en la nulidad y en la inadecuación. Toda la potencia
creadora de Dios, de Su Espíritu, explota y se desencadena a partir de la aparente
impotencia de un “sí” personal, libre, consciente, lúcido y determinado, potente y eficaz:
«mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza » (2Cor 12,9).
La lógica de Dios es aquella de una “minoría que decide”, hecha de hombres y
mujeres frágiles y limitados que, confiados en la eficacia de su Palabra, “encuentran en ti
su fuerza y deciden en su corazón el santo viaje” (Sal 84,6), o sea, el “viaje” hacia la
interioridad, hacia el corazón para transformarse, y el “viaje” hacia el otro/otra, hacia la
historia: “pasando per el valle de lágrimas, lo cambia en una surgente” (Sal 84,7).
Vivimos en una cultura global, que no favorece el crecimiento de las personas en la
libertad y en la responsabilidad. Las elecciones personales son casi “obligadas”,
“forzadas” (condicionadas) por la cultura de la imagen, del bienestar, del tener, del
aparentar, del prevalecer... pero no conducen a una felicidad y realización duraderas. Se
elige, se decide para “este momento”, en una sociedad “líquida”, sin fundamentos y sin
demasiados compromisos con los demás. Pero también este “clima” es fruto de la
decisión bien estudiada de alguien.
La lucha de Jesús en las tentaciones del desierto nos ayuda a entender esto. La
firme “decisión” de Jesús que no cede a las propuestas materialistas y “light” del
demonio, orientan su libertad únicamente hacia el Padre, y lo conducen a asumir en
plenitud las consecuencias personales e históricas de su sí. En la oración del Huerto,
esta firmeza se hace evidente: «Abba, Padre! Todo es posible para ti, aleja de mí este cáliz.
Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya » (Mc 14,36).
El “sí” de Jesús y el “sí” de la Madre, al pie de la Cruz, en su aparente
infecundidad, en el aparente fracaso y derrota, escondían la “potencia” de Dios. En su
“sí” a la “muerte”, han generado el “sí” a la vida, a la Resurrección.
Hagamos una pausa en la lectura y preguntémonos: Vivir la Pascua hoy, ¿es
para nosotras un renovar la capacidad de “decidir”? Reveamos, mirando los misterios de
la Salvación, nuestra fe en el “grano” de mostaza. Mirando nuestras “decisiones”
cotidianas personales: ¿qué coniencia tenemos (tengo) del “poder” de una pequeña
elección, de una decisión y de la responsabilidad histórica que se puede generar?
Mirando nuestra (mi) libertad: ¿con quién o con qué cosa la confronto, para que se
convierta en “obediencia” gozosa al Padre? ¿Qué actitudes y disposiciones interiores
sentimos que tenemos que madurar aún más, para poder decir que hemos vivido la
cuaresma y la Pascua “en espiíritu y en verdad”?
QUERIDISIMAS HERMANAS: ¡FELICES PASCUAS!
¡Coraje! Cristo ha vencido la muerte y, en El, también nosotras hemos resucitado!
Compartamos estas reflexiones comunitariamente y abandonémonos, sin miedo, a la voz
y a las sugerencias del Espíritu Santo, que quiere hacer nuestra vida, personal y
fraterna, cada vez más nueva y pascual. Con Maria, acojamos la “Anunciación en la
Pascua”, el anuncio que Dios renueva cada día, esperando el renovado “sí” de nuestra
personal adhesión para la transformación del mundo.
Abrazo a cada una con afecto fraterno; nos unimos en la oración y en la alegría de
la Pascua!
Sor. M. Mabel Spagnuolo
Superiora general
Roma, Casa general, 25 marzo 2015.
Solemnidad de la Anunciación
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