1 Homilía Fiesta de San Ignacio Luis Felipe Gómez, S.J. Rector Pontificia Universidad Javeriana Cali 2016 El Evangelio que acabamos de escuchar tiene mucho que ver con nosotros. Jesús hace a sus discípulos la pregunta que muchos años después Ignacio de Loyola hará a San Francisco Javier en París: “¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Hoy quiero hacer algunas reflexiones sobre esta pregunta, que Javier reconocerá fundamental para transformar su vida. Ante todo es una pregunta práctica y cotidiana, que encierra una visión del mundo y nos propone un valor, un principio para la acción. Es una pregunta concreta que nos puede iluminar la consciencia de nuestro presente. Tratemos de imaginarnos el contraste que debió suponer para San Pedro y los discípulos lo que sucedió en esta escena del Evangelio. Ellos descubren que son el equipo del Cristo de Dios, digamos, un equipo poderoso, el equipo ganador, y en ese momento Jesús les aclara que pertenecer a ese equipo consiste en entregar la vida por los demás y los enfrenta con la inutilidad de ganar el mundo entero. Preguntémonos hoy, como integrantes de la comunidad educativa javeriana, si esta pregunta tiene para nosotros esa capacidad transformadora que tuvo para San Francisco Javier. Si estamos acomodados en una institución ganadora, que nos supone la posibilidad de ganar el mundo, es decir, dinero, posición, honores, poder; o estamos conscientes de la oportunidad para entregarnos por los demás que tiene nuestro proyecto educativo, es decir, de inspirar la vida de los jóvenes, de pensar los problemas pertinentes para nuestra región, de transformar la realidad de las comunidades concretas que nos rodean. Para proyectar la pregunta de Jesús a nuestra realidad, yo diría, por ejemplo: ¿de qué nos sirve publicar en revistas indexadas si el conocimiento que creamos se usa para incrementar la brecha entre ricos y pobres?, ¿de qué nos sirve ser los mejores en el Saber Pro si no somos capaces de concientizar a nuestros egresados de su valor y su responsabilidad en el posconflicto? El gran reto que tenemos en la universidad es optar por la vida permanentemente en todo lo que hacemos, de manera que nuestro trabajo nos sirva para salir de nosotros mismos. Tomemos consciencia de los sentimientos que surgen en nosotros si dijéramos: “no somos los mejores profesores del mundo, somos los mejores profesores para nuestros estudiantes”, o si dijéramos “no somos los mejores investigadores del mundo, somos los mejores investigadores para las necesidades de nuestra sociedad”. La manera como elijamos ese “para” es lo que nos proyecta en el servicio, es lo que evita que nos encerremos, es nuestra opción por la vida, lo que hará que no nos perdamos. Sin 2 ese “para”, el mundo es simplemente un contexto en el que nosotros somos el referente, pero estaríamos encerrados como referencia. Los invito a enfrentar esta pregunta de Jesús en un continuo discernimiento del para qué y del para quiénes realizamos nuestro trabajo. La pausa ignaciana, la pausa diaria con la que comenzamos la Jornada Intersemestral de Reflexión de este año, es una manera de hacerlo, una herramienta invaluable que nos enseñó San Ignacio. Hoy quiero agradecer la vida de tantos jesuitas, entre ellos mis hermanos de Comunidad, que por el mundo entero celebran a San Ignacio, el carisma de la Compañía y su misión en el mundo de hoy, y que se esfuerzan por ser una comunidad que se proyecta en el servicio en medio de un mundo que se caracteriza por el egoísmo y la inmediatez. Junto con ellos quiero agradecer a tantos hombres y mujeres que colaboran en la construcción del Reino de Dios. Juntos somos ese cuerpo apostólico que hoy sigue encendiendo el fuego de la vida desde la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria. En sintonía con esta gratitud le pido al Señor que nos ayude a todos, laicos y jesuitas a descubrir la alegría del discernimiento. En el salmo repetíamos este estribillo: “dichoso el hombre que reflexiona en el amor del Señor día y noche”. Eso quisiera para todos nosotros: esa alegría del evangelio a la que se refiere el Papa Francisco, en su exhortación apostólica. Enfrentarnos con la pregunta de Jesús nos debe conducir a la alegría que, como dice el Papa, “llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.