Retiro de dos días CEI-Perú

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CENTRO DE ESPIRITUALIDAD IGNACIANA – PERÚ
Subsidio CPAL ANIVERSARIOS 2006
Retiro de 2 días
1. ¿DE QUÉ SE TRATA?:
Se trata de un insumo ofrecido a la CPAL para que pueda ser utilizado
como un material básico para ser procesado por cada Centro de
Espiritualidad, cualquier obra o cualquier Provincia con motivo de los
Aniversarios de los TRES COMPAÑEROS DE PARÍS.
2. ¿QUÉ OFRECEMOS?:
La CPAL ha encargado al Centro de Espiritualidad del Perú elaborar un
RETIRO DOS DÍAS. Ofrecemos 4 fichas que puedan motivar y sostener la
oración y el compartir en cuatro bloques: dos mañanas y dos tardes.
Se puede adaptar a un RETIRO DE 1 DÍA: por ejemplo, repartir cada uno
de los compañeros en tres momentos del día y la sesión 1: los tres
juntos, en la Eucaristía final.
O bien, puede servir cada una de las 4 sesiones en 4 tiempos de oración
en una Semana Ignaciana, o bien en un Taller de Oración, o en
oraciones comunitarias, etc.
3. ¿CÓMO PROCESARLO?:
Es un insumo para facilitar la utilización libre, según sea la modalidad
de uso y el público a quién vaya dirigido. Por ello las preguntas para la
oración y el compartir se añaden según a quiénes vaya dirigido.
Se puede imprimir o editar en el formato que se vea más apropiado.
APASIONADOS POR EL MÁS
1ª Sesión: Los Tres de París: “De compañeros a amigos en el Señor”
“Adonde los primeros llegaron, o más adelante en el Señor nuestro” (Const. 81)
El navarro Francisco Javier y el saboyano Pedro Fabro, ambos nacidos en el
año de 1506 ya estaban en París, cada uno había llegado a este centro del
mundo intelectual, por razones distintas: Javier quería tener éxito, quería
ganarse el mundo, a costa de su talento y de su encanto; Fabro, por su parte,
solo quería estudiar, después de todo, era lo que había soñado desde que era
un pequeño labrador. Pero sus vidas cambiarían cuando sus caminos se cruzan
con el vasco Íñigo de Loyola –quince años mayor que ellos- quien desde
Salamanca, decepcionado porque no podía conjugar sus estudios con sus
deseos de hablar de Dios, se partió para París, solo y a pie. Y ya en París,
encontró compañía. Corría el año de 1529.
Todo empezó en una habitación del piso más alto del Colegio Santa Bárbara,
el piso al que le llamarían “el paraíso”, porque sería el lugar donde nacería
una gran amistad, una amistad sostenida en el Señor, una amistad que tendría
como foco central a la figura de Jesús, al Jesús que los tres estarían
dispuestos a seguir, primero soñando con llegar juntos a Jerusalén para
recorrer los pasos del crucificado; luego sirviendo en la Compañía que llevaría
como nombre el de Jesús. “tuvimos una vida común… teníamos una habitación
común, una mesa común y una bolsa”, dice Fabro recordando esa época.
Los tres de París: Ignacio, Javier, Fabro. Son tres universitarios, tres hombres
en búsqueda, tres ciudadanos del mundo, con historias distintas, con sueños
distintos, que convergen en las aulas universitarias, que sueñan con una
universidad distinta, para luego ampliar su mirada, de París al mundo. De
pronto, dejan de ser tres, son siete, quienes se comprometen en Montmartre
con los votos, que son símbolo de un sueño compartido: ir a Jerusalén. En esta
celebración, Fabro es el único sacerdote. No tienen ningún vínculo jurídico,
no prometen obediencia a nadie, más que a Jesús, al hombre al que todos
quieren seguir, y por el que se sienten llamados. “resultó finalmente que nos
hicimos un corazón, una voluntad, y una sola cosa en el firme propósito de
llevar aquella vida que llevamos ahora los actuales y fieles miembros de esta
Compañía”, palabras del mismo Fabro.
“Llamó a los que él quiso y se reunieron con él” (Mc. 3, 13-19)
Preguntas: según el público: jesuitas, universitarios, promoción vocacional...
2ª Sesión: Ignacio de Loyola: “Aquel peregrino era un loco por Jesucristo”
“Ignacio seguía al Espíritu, no e le adelantaba. De este modo era conducido con suavidad a
donde no sabía. Poco a poco se le abría el camino y lo iba recorriendo sabiamente ignorante,
puesto su corazón en Cristo.” (Jerónimo Nadal)
La expresión con mayor fuerza en el lenguaje ignaciano es el “Seguimiento de
Jesús”. La espiritualidad de Ignacio, plasmada en los Ejercicios Espirituales,
tiene como centro a Jesús. Este peregrino, que recorrió los caminos de la
Europa del siglo XVI y la Tierra Santa bajo dominio de los turcos, sólo tenía
algo en claro: quería seguir las huellas de Jesús. Por eso llega hasta Jerusalén,
navegando y a pie. Y años después, quiere volver con los compañeros que
conoció en París. Entonces comprende que no se trata de pisar los mismos
caminos que pisó Jesús en su vida terrena, sino que se trata de seguir a Jesús
en la realidad circundante, en el mundo que le rodeaba, en medio de la
gente.
Ignacio vive una profunda experiencia de Dios, que lo lleva a escribir los
Ejercicios Espirituales, una verdadera pedagogía del “sentir y gustar”. Ignacio
profundiza en su sensibilidad. No se trata de conocer mucho, ni de
profundizar intelectualmente, para eso están los estudios. El encuentro con
Dios es una experiencia del “sentir”, que luego lleva al sujeto al “discernir” el
movimiento de los espíritus, encontrar la voluntad de Dios, a dónde es
llamado, invitado; para terminar en la “confirmación”, que es el
reconocimiento de la orientación que el Espíritu nos marca.
“Y la mayor consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual
hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello que sentía en sí
un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor”, describe el mismo
Ignacio en su autobiografía. La consolación que encuentra en la
contemplación lo lleva al servicio. El amor se pone más en las obras que en las
palabras, diría él mismo en la “Contemplación para alcanzar amor” de los
Ejercicios Espirituales. Dios le trató como un maestro de escuela a un niño,
enseñándole; luego sería Ignacio el que compartiría su propia experiencia de
Dios con otros, con Fabro, con Javier, y los primeros compañeros. Es ahí
donde se gesta la Compañía de Jesús, en la misma experiencia de oración, de
contemplación, y de seguimiento de Jesús. Ahí surge un cuerpo para la
misión, para mayor servicio y alabanza de Dios...y en todo amar siempre.
“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada
día con su cruz y me siga; porque si uno quiere salvar su vida, la perderá;
en cambio, el que pierda su vida por mí, la salvará” (Lc, 9, 18-27)
Preguntas: según el público...
3ª Sesión: Francisco Javier: “Un corazón más grande que el mundo”
“En el caso de Javier, el temperamento base, sobre el cual el Señor iba a modelar al apóstol,
era extraordinariamente rico: impetuoso, sí, pero al mismo tiempo afectuoso. De una
ternura que nada tiene que ver con la debilidad.” (Xavier, Leon-Dufour)
Francisco Javier nació en el Castillo de Javier en 1506, en una familia
acomodada y vivió parte de su vida como un hombre de éxito, en los estudios,
en los deportes. Tenía grandes ambiciones intelectuales. Quería tener éxito y
poder. Al mismo tiempo, tenía una gran afectividad. Un hombre de emociones
fuertes, de temperamento activo e impetuoso. Siempre quiso llegar lejos, y lo
hizo, llegó hasta tierras donde no habían estado otros cristianos
evangelizando. Y quiso llegar más allá, con los más alejados, más olvidados,
más distintos. En ese intento, murió, con su mirada puesta en la China, en la
madre de la civilización oriental, a la que tanto admiró, y que hoy, 500 años
después, vuelve a convertirse en el foco de atención del mundo entero.
Javier, según dice de él, André Ravier, era el tipo perfecto del misionero en la
época de descubrimientos de nuevos mundos. Y Javier fue eso, “el Misionero”
por excelencia. Pronto tuvo que dejar Europa, su tierra, sus amigos, para ir al
encuentro de otros mundos, de nuevas culturas. Y siempre lo hizo con la
misma pasión. La India, las islas Molucas, Malasia, hasta el Japón y,
finalmente, el viaje a la China. En esas tierras gastó su vida, sus energías,
aprendió las lenguas nativas, y no paró de evangelizar, de hablar de aquello
que lo apasionaba, de Jesús, siempre buscando el más, amando más, sirviendo
más.
Francisco Javier es un hombre de acción. Recorre caminos, enseña la doctrina
cantando, bautiza multitudes, sueña siempre. Es un hombre que se puso bajo
la bandera de Jesús y lleva a todas partes la Cruz de Cristo. “Quien no conoce
a Dios ni a Jesucristo, ¿qué puede saber?”, dice el mismo Javier en una de sus
cartas, en las que además comenta con frecuencia los Ejercicios Espirituales,
especialmente la meditación de las Dos Banderas. La misión de Javier está
basada en su experiencia de Dios.
Tiene urgencia por anunciar la Buena Nueva. Por eso dice que está dispuesto a
gritar como loco por las aulas de la Sorbona, pidiendo más misioneros para
evangelizar. Javier es un adelantado a su tiempo. Se deja enseñar por la
gente con la que se encuentra. Se da cuenta que tiene que aprender de las
culturas en las que desea integrarse. Está en un mundo completamente
diferente al suyo. Después de iniciales resistencias, está dispuesto a recoger
elementos culturales distintos. Debemos aprender de Javier, como dice el
Padre General: “Nuestra evangelización debe tener en cuenta el respeto de
las conciencias y las culturas, las exigencias del diálogo del desarrollo, los
desafíos del pluralismo religioso y la indiferencia religiosa”.
“Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos para
consagrárselos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo” (Mt. 28, 16-20)
Preguntas: según el público...
4ª Sesión: Pedro Fabro: “Un espíritu abierto”
“El cuarto año, terminado el curso de Artes, Ignacio le propuso a Fabro hacer los Ejercicios
Espirituales, a los cuales se entregó con todo esmero; penetró muy a fondo en el propio
conocimiento de Dios y de sí mismo, y adquirió una gran paz interior, siendo así que antes
era llevado su espíritu como por distintos vientos.” (Juan Polanco)
A diferencia de su gran amigo Javier, Pedro Fabro nació en medio de una
familia sencilla en la Alta Saboya en 1506. Desde pequeño tuvo interés en
estudiar, tanto así que su familia decidió enviarlo a estudiar, dejando de lado
el pastoreo y la labranza, a la que se dedicaban sus padres. Josep Rambla
afirma que Fabro era un joven de gran pureza, de carácter inestable y espíritu
turbado, dedicado a los estudios desde pequeño y con una temprana llamada
al sacerdocio.
Fabro conoció a Javier en París; y luego a Ignacio; como estaba más
adelantado en estudios iniciaría a Ignacio en los vericuetos de Aristóteles, y
entre lección y lección le fue abriendo su conciencia, en el tono de “la
conversación espiritual”, en este trato aprendería progresivamente a ser un
verdadero maestro en el discernimiento de espíritus y el acompañamiento
espiritual. Fue uno de los que mejor asimiló el espíritu de Ignacio. El primero
en dar los Ejercicios Espirituales. El primer sacerdote del grupo de primeros
compañeros. “Ministro de Cristo Consolador”, afirma Rambla de él.
No tenía las dotes de gobierno de Ignacio, ni el empuje de Javier para
emprender grandes empresas, según lo afirma el mismo Padre General. Pero
se convierte en el hombre que aplica claramente la “cura personalis”,
realizando la trilogía de ministerios: Confesiones, Conversaciones, Ejercicios
Espirituales... y para nuestro continente, con tan fuertes conflictos,
podríamos añadir un rasgo fundacional al cual se dedicó intensamente: “la
pacificación de los desavenidos”.
Pedro Fabro se queda a cargo de los primeros compañeros, cuando Ignacio
vuelve a sus aires natales. Luego será enviado a predicar por distintos lugares.
Es una figura importante en la Contrarreforma. Asiste a distintos encuentros
de diálogo con los protestantes, siempre aconsejando, siempre orientando,
aprovechando para dar Ejercicios Espirituales (de ahí surge la vocación de
Pedro Canisio). Es un misionero también. Recorre distintos países de Europa:
Alemania, España, Portugal, marcado por la obediencia. Antes que den frutos
visibles sus trabajos, era enviado a una nueva misión. Y él iba, poniendo toda
su confianza en el Papa y en Ignacio. Pero fundamentalmente es un hombre
de Dios, de recogimiento, de fervor espiritual; que pasa por muchas
tribulaciones interiores, sin embargo siempre está en constante búsqueda de
Dios y consigue dejar como huella de su paso una sensación de dulzura y paz.
Lo que les digo de noche, díganlo en pleno día, y lo que escuchan al oído,
pregónenlo desde la azotea” (Mt, 10, 24-27)
Preguntas: según el público...
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