Cuadernos del Mundial

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Cuadernos del MUNDIAL
NÚMERO 4
Brasil 2014
JULIO DE 2014
Producido por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - CLACSO
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales | Conselho Latino-americano de Ciências Sociais | Latin American Council of Social Sciences
MARACANÁ 2014:
LA EX-GUERRILLERA Y EL DICTADOR
Guillermo Alonso Meneses*
prácticas y significados que se aprenden en sociedad. Acaso por
eso, J. Huizinga en “Homo Ludens” defendió que “el juego existió
antes de toda cultura” y “que la cultura surge en forma de juego,
que la cultura, al principio, se juega”. En su momento resultó revolucionario defender que “lo cultural” no comienza como juego ni
se origina del juego, sino que es, per se, juego.
Pero, por otro lado, el juego (play) y los juegos (games) del
multiverso sociocultural jamás se libraron de las fuerzas e intereses –políticos, económicos, religiosos, ideológicos– que quieren
imponer unas reglas del juego que les permitan dominar el presente. A grandes rasgos, el deporte contemporáneo es el modelo
de juego competitivo reformulado e impuesto por el capitalismo
y, en pleno siglo XXI, deportes como el fútbol-FIFA se han desplegado a imagen y semejanza de un negocio (nec otium o nada de
ocio). Muy pronto los promotores del football en la Inglaterra del
siglo XIX comprobaron que lo mismo aplacaba y entretenía a los
jóvenes estudiantes de las Public Schools como a la clase obrera
de la Revolución Industrial.
* Antropólogo de El COLEF (México), es co-coordinador del libro Offside/Fuera de lugar. Fútbol y migración en el Mundo contemporáneo (2012)
y de En Busca de la poesía del fútbol. Una aproximación a su genealogía, rasgos culturales y sentido (en prensa).
www.clacso.org
NÚMERO 4 | JULIO DE 2014
D
espués de leer y releer los artículos de Fernando Carrión y Pablo
Gentili quedé preocupado, pues no entiendo dónde está la polémica. Es más, en mi opinión ambos artículos se complementan. Por
un lado, cada vez hay mayor evidencia que la FIFA es una mezcla de
multinacional depredadora capitalista (asumo el pleonasmo por razones expresivas), un club de nuevos ricos que en realidad son bantustán deportivo que se rige con un código político del Medioevo y
cuyas prácticas, como ha señalado recientemente el Presidente de la
República Oriental del Uruguay, José Mújica, pueden caer de lleno en
el fascismo, la arbitrariedad y el abuso más antideportivo: ni juego
limpio, ni pedagogía deportiva, ni justicia. De nuevo emerge ante el
observador un paisaje social y una atmósfera cultural contradictorias.
El origen de esta contradicción está, por un lado, en ese
artefacto cultural, en esa heteroestructura simbólica, que es el partido de fútbol, adoptado por miles de millones de personas como
juego, que lo mismo lo practican como lo contemplan. Porque el
fútbol amalgama profundos impulsos biológicos latentes en la memoria filética de la humanidad y del cerebro de cada individuo, con
1
Estadio Jornalista Mário Filho, más conocido como El Maracaná
Cuadernos del Mundial - Brasil 2014 | CLACSO
Expongo todo esto para recordar que el fútbol contemporáneo
lleva en sus entrañas de heteroestructura (hecha de campo, aire, rayas
blancas, porterías, los movimientos del balón; las reglas y el arbitraje,
las jugadas y el sistema de juego) y en la memoria filética de los jugadores (que aparece en la sicomotricidad característica o en las habilidades
intransferibles que se desarrollan) el componente del agón, de la lucha
competitiva, y de la fiesta, la alegría. Todo lo demás es azar y reflexión,
incertidumbre e intuición, “dinámica de los impensado” (Dante Panzieri) y “deep play” (Clifford Geertz). Asumo el esquematismo de esta
síntesis. Sin embargo, este artefacto cultural también fue convertido
en mercancía, en un producto franquicia que, como nos recordó Fernando Carrión, ha llegado a propiciar leyes monopólicas en un Estado
soberano y de creciente credibilidad mundial como Brasil. A priori, no
habrá nada más patético que contemplar juntos a Dilma y Blatter, una
ex guerrillera y un vividor sin escrúpulos, entregando la áurea Copa.
La FIFA tiene una capacidad de corromper y parasitar insospechada
y, ciertamente, como aduce Pablo Gentili, el gobierno brasileño desde
la Copa Confederaciones ha demostrado una nada despreciable capacidad de negociación y credibilidad política. Las potenciales protestas
que vislumbramos hace un año las apaciguaron entre ambos.
Sin embargo, el fútbol, en su multidimensionalidad, como
tantos otros fenómenos analizados por las Ciencias Sociales, no
se deja aprehender fácilmente. Siempre habrá factores polémicos,
desde los errores arbitrales a los errores de jugadores y entrenadores, desde la mordida de Luis Suárez a la reventa especulativa de
entradas, desde el penalti fallado al penalti inventado, desde la acción antideportiva al castigo antideportivo, desde las protestas sociales a los robos a hinchas y los robos de hinchas. Con todo, el problema está en que la FIFA debe democratizarse, transparentar su
gestión, combatir la corrupción y mejorar las condiciones óptimas
del juego. El calor y la humedad habidos en Brasil, los mundiales
asignados a Rusia y Qatar (países que violan los más elementales
derechos humanos sistemáticamente o invaden estados ajenos) o
las prácticas monopólicas para beneficiar a las grandes marcas son
nuevas evidencias de lo mal que está el negocio del fútbol.
Y los cientos de millones de aficionados al fútbol, además
de ser olvidados por las Ciencias Sociales e instituciones académicas, como se queja con razón Pablo Alabarces, nos enfrentamos al
nauseabundo brete de rescatar al fútbol del Mundial del pestilente
albañal de la FIFA. De momento, Colombia y Costa Rica me han
demostrado que vale la pena esta esquizofrenia. Y mutatis mutandi, por eso mismo le doy un voto de confianza a Dilma. Entiendo
que alguien que se hizo guerrillera y se jugó la vida merece un voto
de confianza; entiendo que la FIFA ha degenerado desde Havelange,
que Blatter es el antifútbol y que algunos estamos condenados –si somos coherentes– a disputarle el fútbol-juego a esa caterva de fascistas, corruptos, mercaderes sin escrúpulos y tramposos empeñados
en que en la FIFA prime el negocio. Después de todo, el fútbol nos
ha enseñado que a veces hay partidos donde recibes patadas arteras,
el árbitro se equivoca, tus compañeros parecen haberse olvidado de
cómo centrar una pelota y, para colmo de males, tu hat trick no evitó
la derrota y eliminación de tu equipo. Así es la vida, así es el fútbol.
Entiendo a quienes protestaron, a quienes boicotean el mundial y el
fútbol, a Dilma; acaso por eso entiendo que los escritos de Fernando
Carrión y Pablo Gentili se complementan sin contradicción.
EL AGUANTE
MUNDIAL
José Garriga Zucal*
L
os que analizamos el fútbol en la Argentina, casi sin excepciones, alguna vez hemos tenido que lidiar con el término aguante: concepto espinoso por su polifonía. En estas líneas retomaremos, una vez más, estos debates pero abordado
desde un doble ejercicio de reflexión que nos permita indagar
qué pasa con el mismo cuando sale de nuestras fronteras.
En el fútbol argentino encontramos dos acepciones del
término aguante: las hinchadas –comúnmente llamadas “barras
bravas”– lo vinculan a la disputa violenta por el honor masculino. Aquí aparece lo que hemos dado en llamar el aguante-violencia. Por el contrario, los espectadores que no son parte de
estos grupos relacionan al aguante con las expresiones de fidelidad y fervor para con su equipo. Emerge aquello que se define como aguante-fiesta. Ya sea como práctica violenta o como
acción fervorosa, el aguante constituye señales de pertenencia,
instituye otredades y sólidos y efectivos “nosotros”. División
válida mas no excluyente. Aquellos que se identifican con el
aguante-violencia tienen también prácticas festivas, relevantes
pero no definitorias en la construcción de su identidad. Asimismo, los fanáticos que se identifican con el aguante-fiesta protagonizan acciones violentas, aunque muchas veces las niegan.
Desde hace un tiempo que los espectadores del fútbol
latinoamericanos tienen sus ojos puestos en la Argentina. Miran y admiran no sólo a los jugadores, no sólo a los grandes clubes, ni a su seleccionado de fútbol sino, también, a sus pares.
Obviamente, que aquí estamos ante la presencia de un fenómeno nuevo e interesante: espectadores que prestan atención a lo
que hacen otros espectadores. Hinchas que miran a hinchas.
La lógica del espectáculo toma una nueva fisonomía, los que
deberían tener roles pasivos son actores relevantes; tan relevantes que sus modos y formas pueden ser motivo de captura
por otros hinchas lejanos. Se captura una forma idealizada del
espectador argentino, interpretado como apasionados, fervorosos y fervientes admiradores de sus equipos: una idealización
construida en la matriz del aguante-fiesta. Las prácticas propias de las tribunas argentinas –saltos rítmicos, movimientos
de brazos, entonaciones de canciones– son admiradas y a veces
repetidas, en Colombia, en México, en el sur de Brasil, etcétera.
El aguante-fiesta se difunde con éxito internacional en cadenas televisivas que trasladan formas de hinchar por buena parte de Latinoamérica. El flujo de información tiene aquí un recorrido inverso al convencional, haciendo de la Argentina un centro
de atención en estos temas; un escenario de circulación que fuera
de estos asuntos encuentra a la Argentina en un lugar periférico.
Por medio de la televisión, internet, revistas y diarios los fanáticos
latinoamericanos se apropian de formas de usar el cuerpo, cánticos y conceptos usados por las hinchadas Argentinas.
Sin embargo, la difusión no sólo trasmite los valores del
aguante-fiesta. Como anticipábamos hace unas pocas líneas las
dos dimensiones del aguante aparecen entrelazadas en el fútbol
argentino y sus difusores muchas veces las confunden. Así las
nociones que traspasan las fronteras combinan –igual que los
simpatizantes argentinos– elementos del aguante-fiesta con el
aguante-violencia. Entre la pasión y el fervor se cuelan, ocultas
y solapadas, formas asociadas a la violencia. Por ello, las formas de hacer de los espectadores argentinos son presentadas
por sus difusores como testimonio máximo de la barbarie y el
sinsentido. Ejemplificadas estas formas de hacer como demostración de la decadencia de los modales y valores de la civilización, son definidas como negativas.
La negatividad es cuestionada, reinterpretada y puesta
en escena. La reinterpretación no tiene sólo como objeto cambiar la validez negativa por una positiva sino, también, amoldarla a los valores locales. Aquí podemos apreciar la agencia
* Antropólogo, UNSAM/CONICET, Argentina.
de estos actores para con los objetos-productos que reciben. Los
espectadores ensamblan las dos dimensiones del aguante con sus
experiencias vitales. Que a miles de kilómetros de la Argentina se
entonen canciones haciendo referencia al aguante no significa que
los mexicanos y colombianos tomen los mismos sentidos del término, sino que han tomado el concepto para ajustarlo a las temáticas
propias de su tierra. Por ello, las dos formas del aguante son tomadas por los espectadores latinoamericanos y reconfiguradas según
los elementos culturales y sociales de cada país. En el sur de Brasil
las disputas entre las “torcidas” tienen dimensiones étnico-raciales
que poco y nada aparecen en la Argentina. Así mismo, “los parches” colombianos, nombre que toman las parcialidades organizadas, muestran la impronta argentina en sus canciones y en sus
prácticas, donde usan términos y conceptos acuñados bajo la lógica
del aguante. Ahora bien, esos conceptos son manipulados para dar
cuenta de una realidad social diferente a la que acontece entre los
fanáticos argentinos. Por ello, entre los espectadores colombianos
la división entre las dos dimensiones del aguante no tiene la misma
relevancia, exhibiendo que las formas que definen a cada hincha
son el resultado de legitimidades social y espacialmente definidas.
El ensamble de experiencias cambia según las regiones –tomando
fisonomías diferentes de clase, género y edad– formando un producto que tiene un aire de familia pero que nunca puede ser definido como igual. Los conceptos de los espectadores se configuran al
calor de las diferentes relaciones sociales que las moldean.
En un escenario muy distinto, como en el mundial de fútbol, una mirada sobre aguante nos permite otra reflexión, vinculado
a lo que veníamos tratando. En esta Copa del Mundo observamos
que espectadores argentinos identificados con diferentes clubes
comparten espacios en los estadios y, ante la sorpresa de muchos,
no se producen incidentes. Hinchas de Morón con una bandera saltan y cantan junto a espectadores con camisetas de Platense, los
fanáticos de Boca comparten espacios con los de Independiente.
Esta contigüidad puede resultar aún más sorpresiva cuando en la
Argentina actualmente sólo puede asistir a los estadios el público
del equipo local. La interpretación del otro como peligroso ha llevado a la lenta exclusión del público visitante por parte de las autoridades encargadas de la seguridad. Interpretación errada –que
termina creando los miedos que define– hace imposible que veamos
a dos espectadores con simpatías diferentes en un mismo espacio.
Decíamos que las dos dimensiones del aguante están entrelazadas,
aunque se presenten fuertemente diferenciadas. En el mundial, el
fervor de los cánticos, de los saltos se impone por sobre la violencia
entre todos los espectadores, miembros de las barras o no. Por el
contrario, en las tribunas argentinas prima la faceta violenta, aun
para los que se identifican con el aguante-fiesta.
Dos cuestiones a modo de cierre. Por un lado, la contextualidad de lo legítimo. Las definiciones de lo legítimo para con el
aguante son construcciones que se ajustan a diferentes contextos.
Los mismos actores sociales que en un contexto protagonizan hechos violentos, en otros espacios no lo hacen. De esta manera, las
lógicas de lo legítimo son espacialmente definidas. Por otro lado,
pero directamente vinculado con lo anterior, debemos mencionar
que la violencia es un recurso que los miembros de las barras usan
como marca distintiva y el resto de los espectadores con fines varios. Recurso que ambos grupos usan en algunas interacciones,
donde la legitimidad construida grupalmente lo valida. Entender
al fervor, la pasión y a la violencia como recursos nos permite desandar el camino de las particularidades presentadas como naturales. Y así, el mundial de fútbol masculino nos nutre de elementos
para afirmar, una vez más, que no existen violentos, sino actores
que protagonizan hechos violentos. Y que las pasiones se ponen
en escena según lógicas grupalmente construidas.
LA SELECCIÓN MEXICANA DE FÚTBOL:
ALGUNAS IMÁGENES, PREGUNTAS
Y CAVILACIONES
Primera imagen: en una breve conferencia de prensa que se convirtió en noticia nacional y abrió la puerta a debates que aún no
concluyen, Miguel “el Piojo” Herrera, técnico del Seleccionado
Nacional masculino, con la pelota Brazuca a su lado derecho, un
pequeño monitor a su lado izquierdo y un retablo de logotipos estratégicamente colocados al fondo, reveló a los más de 80 medios
de comunicación presentes la lista de los 23 jugadores convocados
para representar a México y “dar resultados seguros” en la gran
fiesta mundialista de Brasil.
Segunda imagen: escoltado por los futbolistas Héctor Moreno y Javier “el Chicharito” Hernández, el vocalista kitsch de Moderatto (grupo pop que vive de parodiarse a sí mismo), asumiendo
el rol de un aficionado incondicionalmente entregado a la selección
mayor, avanza por un oscuro pasillo tocando cáusticamente su guitarra mientras entona con voz perfectamente chillona los siguientes versos: Desde lejos vine tras de ti/cual perfil verás que puedo/ esta
vez no te me escaparás/ si te he jugado mal/ lo siento.// He esperado
tanto tiempo este momento/ he entrenado tanto cada movimiento/ estoy listo para rematar/ solo hay que esperar el centro//. Como un crack
reparto el juego/ no lo dejo para luego/ voy a llegar hasta el área/ y la
llenaré de fuego//. No voy a parar/ y sé que al final/ voy a ganar/ no voy
a parar / y sé que al final/ voy a ganar //.
Tercera imagen: como parte del Tour Copa Mundial de la FIFA
(patrocinado por la empresa Coca Cola), Enrique Peña Nieto, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, acogió en la
residencia oficial de Los Pinos a la Copa FIFA (que representa a dos
figuras humanas sosteniendo a la Tierra), se acercó a ella, la acarició y levantó –para beneplácito de los fotógrafos– por 12,5 segundos
exactos, y en presencia del embajador de Brasil deseó éxito a esa
nación sudamericana y, luego de reconocer que México pasó un proceso difícil para llegar a Brasil, expresó sus deseos de que la Copa “regrese a nuestro país de la mano de la Selección Nacional de Fútbol”.
Cuarta imagen: Antonio Vázquez Alba, el barbudo personaje del antiguo barrio de Santa María la Ribera –conocido como el
* Maestro en Comunicación y Doctorante en Letras Modernas, por la Universidad Iberoamericana Ciudad
de México, donde desde el 2003 es profesor-investigador del Departamento de Comunicación
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ALGUNAS IMÁGENES EXTRAÍDAS DEL OCÉANO
AUDIOVISUAL
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José Samuel Martínez López*
Selección Nacional de México.
“Brujo Mayor”– realizó una rueda de prensa a la que asistieron múltiples medios ante los cuales lanzó conjuros, leyó sin complicaciones
el futuro y predijo que, aunque será goleada por Brasil, la Selección
Mexicana de fútbol alcanzará los cuartos de final del Mundial 2014.
Luego de afirmar que el “Piojo” ha integrado un “verdadero equipo,
sin estrellas y con mucha armonía”, de inferir que según sus cálculos
astrológicos “hay un 70 por ciento de posibilidades de que México
llegue al quinto partido” y prometer que combatirá estoicamente
la energía negativa que le envíen los brujos de otras selecciones a
“los nuestros”, el “Brujo Mayor” manipuló frente a los reporteros un
amuleto llamado el “mil manos” para que la portería azteca “esté
muy bien protegida” y evite recibir goles.
Quinta imagen: con el objetivo de conectar –mediante la
técnica del product placement– a los consumidores mexicanos con
la marca global de P&G, el cómico mexicano Eugenio Derbez aparece en varios spots (de los productos Oral B, Ariel, Salvo, Gillete,
entre otros), actuando como un coach que habla sarcásticamente a
los aficionados al fútbol de hueso colorado: el llamado Fan Trainer,
personaje que mediante juegos de lenguaje explica y reparte puntillosos consejos para lograr que estos seguidores se conviertan en el
fan #1 y queden #MasQueListos para gozar del Mundial.
Cuadernos del Mundial - Brasil 2014 | CLACSO
ALGUNAS PREGUNTAS OBLIGADAS SOBRE
EL TRICOLOR
Extirpadas del monstruoso océano audiovisual de informaciones
futbolísticas, las cinco imágenes arriba compartidas son una pequeña pero clara evidencia de la versatilidad temática, la elasticidad simbólica, la ramificada emotividad y la porosidad metonímica
del “equipo nacional”; de ese emblemático grupo conformado por
atletas profesionales cuya disposición estética, raigambre cultural,
vigoroso dinamismo económico, formidable poder de persuasión
y eficiente capacidad de interpelación política desborda las añejas
teorías aristocráticas del pan y circo, las miradas simplistas y mono-disciplinares, los sospechosismos anacrónicos y prejuiciados,
las elucubraciones mecánicas y las explicaciones maniqueas.
Nos referimos al alegórico “equipo de todos”, al combinado
nacional (configurado por la estandarizada industria local del fútbol-espectáculo) que en el Mundial de Brasil, por cierto, está siendo
transportado por un autobús patrocinado por Hyundai que lucirá el
romantizado slogan de “siempre unidos, siempre aztecas”.
El mismo y a la vez diferente representativo nacional del
que, desde mediados de la década de 1920 en que tuvo sus primeras
disputas a ras de pasto, se han visto y hablado tantas cosas; aquel
del que cíclicamente se han producido tantos relatos y consumido
tantos clichés que hoy, por ser un entretenimiento que ya forma
parte de la vida cotidiana y de los hábitos de consumo mediático
de millones de mexicanos, se ha convertido en un tema de enorme interés a la vez que en algo “normal” e impensado, en un tema
trascendente pero engañosamente simple y ordinario, en un tema
cuya atracción nos parece obvia, necesaria, consanguínea y hasta
natural pero que justo por haber establecido un sintomático lazo
irreflexivo y sentimental exige un ejercicio momentáneo de desbloqueo para continuar posibilitando gozo.
En períodos como el actual, donde por el aluvión mediático
crece el interés y la tensión psíquica, se eleva al límite la fiebre futbolera y se acumula incontenible la ansiedad de los aficionados al
fútbol (homo soccers), vale la pena inquirir: ¿qué es exactamente la
Selección Mexicana de Fútbol?, ¿qué funciones cumple? y ¿qué tipo
de textos y discursos posibilita?
ALGUNAS CAVILACIONES SOBRE EL DENSO Y
PARADÓJICO SÍMBOLO NACIONAL
Equipo deportivo conformado por 23 hombres adultos que por haber nacido (la mayoría de ellos) dentro del espacio territorial de la
República Mexicana comparten primitivos lazos de sangre, la Selección Mexicana de Fútbol (la selección “mayor”, la que se oferta
como la “importante”, la “seria” o la “verdadera”) representa en las
competencias futbolísticas de carácter internacional a la comunidad nacional imaginada, a esa suma de fragmentos que genera la
totalidad social que llamamos México.
Si bien el Tricolor es un equipo de fútbol conformado por
jugadores profesionales de élite que, además de laborar como empleados dentro de la industria del fútbol espectáculo y de ser expuestos mediática y publicitariamente como prototipos, fueron
convocados y elegidos verticalmente –entre un universo no mayor a
500 futbolistas– por una organización privada de origen civil y sin
fines de lucro (la Federación Mexicana de Fútbol, asociación que
por ser propietaria de este equipo lo usufructúa); por las virtudes de
una operación metonímica que genera paralelismo y verosimilitud
entre este equipo y la nación, la Selección Mexicana de Fútbol –aun
cuando no depende del Estado ni es un bien público– se ha erigido
para muchos mexicanos (especialmente para los que son aficionados al fútbol) en un relevante y denso símbolo nacional.
Paradójico símbolo laico (de gran carga emocional) proveniente de la industria del entretenimiento, el representativo nacional más que un equipo de fútbol es un artefacto cultural que hace
posible el despliegue de hipérboles sumarias.
La Selección Mexicana de Fútbol es, por decirlo así, una
tecnología para la convivencia y la producción de conversaciones;
es una entidad significante que por haber sido investida con los colores de la bandera y estar asociada al nombre de México y por
proyectarse profusamente a nivel mediático, ha adquirido un poder
simbólico inusitado que lo ha convertido en un ambiguo elemento
productor de communitas.
Símbolo laico sentimentalmente articulado al nacionalismo
lúdico y light que promueven las marcas, la Selección Mexicana
de Fútbol es un viscoso lugar común desde el que se mide el rendimiento y el éxito y se sanciona el fracaso; en un artefacto que a ojos
de muchos ciudadanos (y para escándalo de muchos intelectuales)
hace más inteligible al país; es un “objeto” que como pocos artefactos estimula imaginaciones, pasiones y narrativas que repercuten
en los relatos con los que el grueso de los mexicanos nos auto-percibimos localmente y nos proyectamos a nivel internacional.
Es de forma inevitable un símbolo que al mismo tiempo concretiza la imagen idealizada de nuestro país pero que también vehiculiza la imagen deformada y exagerada. De hecho, por estar asociada a
la idea de nación y por formar parte del arsenal simbólico con el que se
promueve la liturgia patriótica, la Selección Mexicana de Fútbol, además de ser una fuente de orgullo patriótico y un elemento nodal para
la autoestima nacional, hoy es un símbolo clave en la renovación de la
axiológica nacional neoliberal asociada al éxito económico, a la idea de
triunfo como única meta, a la eficiencia laboral y a la productividad.
Si bien es verdad que los encuentros atléticos de la Selección Mexicana de Fútbol son rituales laicos y actos cívicos-nacionalistas que ocupan un lugar protagónico en la topografía ceremonial
del país, es muy importante recordar que por pertenecer al ámbito privado y a la industria del deporte-espectáculo este equipo
es manejado gerencialmente desde la racionalidad económica y la
lógica comercial como una “marca”, y por lo mismo es ofertado en
el competido campo del ocio y el entretenimiento como una “mercancía simbólica”: un influyente “producto” con el que básicamente
se busca vender ideas, servicios y productos de diversa índole, además, claro, de emocionar y divertir a quienes lo consumen.
Al igual que otras selecciones nacionales, el Tricolor es hoy un
artefacto de gran rentabilidad simbólica, una tecnología que suscita
la emotividad comunitaria vía los sonidos y la escópica. Enmarcado
en el gran texto de la cultura mexicana, el Tricolor es un símbolo poroso y maleable que lo mismo se asocia al himno y la bandera, que a
héroes patrios y arquetipos tan pretéritos como la Virgen Guadalupana, pero también a jabones y refrescos, a bancos y teléfonos, a automóviles y aerolíneas, a payasos, supermodelos en tanga y a políticos.
Pero la fuerza del Tricolor no solo radica en que cumple
funciones comerciales, políticas o de entretenimiento, sino también
en su función pedagógica y moralizante, ya que es un símbolo que
educa la sensibilidad, que a su manera civiliza, que advierte determinados valores y formas de comportarse, que provee de un modelo ejemplar de competitividad y genera experiencias estéticas que
favorecen la reelaboración y actualización del imaginario nacional.
Y por ello, a pesar de su uso evidente instrumental por parte de políticos y empresarios (por ejemplo cuando se le hace aparecer como un símbolo público del Estado-nación, cuando en realidad pertenece al ámbito privado y comercial), a este símbolo y a los
jugadores-prototipos que lo conforman los cada vez más exigentes
aficionados mexicanos, haciendo un proselitismo laico y renovando
cíclicamente su esperanza, le reclaman buenos resultados deportivos. Le demandan que se comporte a la altura, que sea un equipo
exitoso. Le exigen subrepticiamente que aporte alegrías y contribuya
a aliviar el pesimismo. Lo instan a que sea un digno representante, a
que sostenga la ilusión de la unidad nacional sin fracturas y ayude a
romper el círculo de la tragedia y el victimismo. Le solicitan desmesuradamente que satisfaga los anhelos históricos de un país desigual,
injusto y empobrecido, pero hambriento de reconocimiento, ávido
de redención, de actos heroicos y de satisfacciones que hagan sentir
que vale la pena ser mexicano.
De algún modo, lo que muchos aficionados no se atreven (por
distancia social, por falta de una cultura democrática, por desconfianza o por franco escepticismo) a demandarle abiertamente a los
partidos políticos, en buena medida se lo exigen indirectamente en
sus conversaciones y especulaciones futboleras a la Selección Mexicana de Fútbol.
Y de ahí la ambigua y poderosa relevancia ganada por este
artefacto, esta tecnología, este texto hoy central en la cultura mexicana contemporánea; por este símbolo laico polifónico, abierto,
sostenido centralmente por la iniciativa privada para fomentar el
consumo y la diversión, y usado instrumentalmente por el gobierno
federal para animar la cohesión socio-semiótica y escenificar la impresión de unidad nacional.
La Selección Mexicana de Fútbol es pues un texto totalmente vertical en su planeación y producción racionalizadas, pero heterogéneo todavía en su consumo y lectura emocional.
VAIAS, XINGAMENTOS E APUPOS:
NACIONALISMOS ESPORTIVOS À FLOR DA PELÉ
escassez, asseveram alguns, viria do perfil predominante, que identifica o “torcedor de copa”, chamado jocosamente de “torcedor coxinha”
identificado muitas vezes como sendo pertencente aos estratos da elite
branca e de pouca tradição e assiduidade nos estádios.
Para quem está de fora das arquibancadas fica difícil precisar se as intenções dos torcedores brasileiros, mais contidos e sem
muito brilho se comparados a outros agrupamentos sulamericanos,
encaminham tal performance sob o signo dos mesmos significados
chulos que remetem de maneira negativa à homossexualidade, nítida conotação preconceituosa ou se estivemos diante de uma reação
estetizada e contrastiva vinda do lado das arquibancadas brasileiras, uma vez que o substantivo puto na fala comum por aqui ganha
corriqueiramente outros significados e deslocamentos sintáticos
como intensidade ou qualidade, por exemplo, estar puto da vida ou
presenciar um puto jogo de futebol.
Torcidas adversárias de um conhecido clube brasileiro, o São
Paulo Futebol Clube, gastam repertório extenso de termos para atribuir aos torcedores desse time a condição de subalternidade de gênero que o campo da feminilidade historicamente e dramaticamente
fora submetido. Com menor impacto midiático são paulinos retrucam
torcedores organizados da Gaviões da Fiel do Corinthians Paulista os
chamando de galinhas (similar ao bambi, que recebem dos corinthianos) e por aí tais expressões e nomes se espalham pela onomástica esportiva num bailado verbal alegre entre as rivalidades regionais, locais
* Antropólogo, pesquisador do LELuS (laboratório de práticas lúdicas e sociabilidade, Universidade Federal de São Carlos - SP).
NÚMERO 4 | JULIO DE 2014
A
s vaias, assim como os xingamentos, universalmente associados
aos descontentamentos, intimidação, mas também às ironias e
jocosidades são poderosos instrumentos de vocalização de vontades
e juízo esportivo entre torcedores. Mesmo sob o julgo do “padrão
FIFA”, que tenta disciplinar velhas tradições na sociabilidade esportiva, vicejam aqui e acolá e têm sido tema de inquietação na mídia.
Gostaria de articulá-los a alguns dos eventos que se seguiram nos
primeiros momentos da Copa 2014, sobretudo aqueles em torno dos
significados mais atrelados a noção de nacionalismo esportivo.
A FIFA ameaçou coibir com advertências ou atitudes mais
severas o comportamento daquelas torcidas que ostentassem, física
ou verbalmente, qualquer inclinação à intolerância racial ou de gênero neste megaevento. Os gritos de “puuuuuuto” vindos sobretudo
das arquibancadas mexicanas, entoados no momento em que goleiros
contrários repunham a bola no tiro de meta, cuja conotação seria atribuir ao adversário a condição supostamente fragilizada e moralmente
condenável de gay, maricón ou “bicha” para usarmos um termo comum entre torcedores brasileiros, foi o indício dessas preocupações
ainda na primeira fase do torneio. Por sua vez, a torcida brasileira
também esteve na mira da FIFA na medida em que, ao menos no jogo
contra os mexicanos, incorporou essa “contribuição” ao já minguado
repertório de cantos e xingamentos exibidos até o momento, reduzido
praticamente a um único e piegas “sou brasileiro com muito orgulho
e muito amor”, expressão pouco popular em tempos que correm. Tal
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Luiz Henrique de Toledo
e nacionais atestadas pela quase ausência ou anuência crítica vinda de
todos os lados, a começar da imprensa e dos poderes públicos.
Certa vez, nos anos oitenta, num jogo em que o São Paulo enfrentava o já citado Corinthians no estádio do Morumbi e ao ganhar
as arquibancadas, tempos em que se ficava à mercê da superlotação
em estádios brasileiros, um policial ao me empurrar desajeitadamente
ficou “puto” quando o repreendi para que ele que não me tocasse e
rapidamente saiu de perto de mim balbuciando que a torcida do São
Paulo era mesmo de “bichinhas”. Ao se recompor e reconhecer o excesso, o policial desviou seu olhar do meu espanto, mas sobretudo, do
riso que me tomou diante da inusitada irritação. Depois temi por ter
chamado sua atenção, ele poderia simplesmente ter disparado o cassetete sobre meu corpo anônimo e sem qualquer consequência usar
aquele artefato em punho que está sempre à espreita nessas ocasiões.
Níveis de intolerância física vazaram pelos poros de quase
todos os agentes que frequentam estádios no Brasil, de torcedores a
policiais, acompanhados dos xingamentos. No mais, é sabido que inúmeros exemplos como esse espalham-se no contexto sulamericano de
futebol nesses jogos de rivalidades e hierarquias de gênero que servem
de combustível para alimentar a falação torcedora e seus palavrões.
Cuadernos del Mundial - Brasil 2014 | CLACSO
A intensidade das agressões
verbais e corporais presentes na sociedade brasileira trazem
evidentes sinais e conotações de gênero muito pouco coibidos até bem
pouco tempo
A intensidade das agressões verbais e corporais presentes na
sociedade brasileira trazem evidentes sinais e conotações de gênero
muito pouco coibidos até bem pouco tempo. Hoje a presença e visibilidade das experiências afetivas homoeróticas pelas ruas das capitais, das mobilizações políticas de grande repercussão, tais como
as paradas LGBT ou o simples e cada vez mais contínuo desfilar
de casais homossexuais de mãos dadas no cotidiano, preenchem a
paisagem com uma diversidade até bem pouco tempo ausente nos
espaços públicos brasileiros, trazendo outros sinais e nítida mudança na sensibilidade urbana, agora à revelia dos intolerantes. Os
estádios não estão imunes aos tempos, mas é notório como ainda
mantêm armadas as barricadas dos preconceitos e o quase silêncio
da crônica esportiva, salvo quando o alvo é um ou outro jogador.
Sendo assim, a FIFA acredita que sua voraz capacidade civilizacional possa fazer redescobrir em nós mesmos, aqui do país sede, o
significado original do termo puto ao sinalizar que a verborragia tão assumida no campo da ludicidade esportiva, e em outras esferas da vida,
possa detonar processos psíquicos e sociais de alguma consciência no
campo da sociabilidade futebolística. No mais é de espantar que não
antecipemos em parte esse movimento que já está presente nas ruas,
mas praticamente ausente no comportamento das arquibancadas.
“(...) cada nome feio que a vida extrai de nós é um estímulo vital irresistível”, escreveu Nelson Rodrigues na crônica Bocage
no Futebol, de longe aquele entre os cronistas esportivos que no
Brasil elevou os palavrões à condição sublime da prática do torcer. Palavrões libertam a alma das amarras do normativo, xingar
é terapêutico, diria alguns, o núcleo criativo investido no uso dos
palavrões estiliza e enriquece qualquer língua e o campo da ludicidade é recheado de termos vindos do baixo corporal ou dos estereótipos morais e das condições fenotípicas para denunciar abusos,
evidenciar poderes corruptos, embaralhar hierarquias, fortalecer a
subalternidade diante dos desmandos políticos. Enfim, a vida e a
literatura (acadêmica, inclusive) são fartas desses insights.
Mas o que se coloca no momento é quais seriam os limites e
eficácia semântica de alguns palavrões? Até onde se pode xingar uma
pessoa que ocupa a presidência da república num estádio de futebol,
tal como se pode notar na abertura da Copa do Mundo, quando uma
ruidosa plateia mais abastada e socialmente mais distante da caracterização de “torcedores comuns” insistiu numa expressão chula (“vai
tomar no c...”) para apupar a presença de Dilma Rousseff no estádio
do Itaquerão, em São Paulo? É claro que nesse caso o xingamento não
visou a pilhéria, o riso ou a ironia, mas a explicitação banal de uma
controvérsia ideológica difusa em relação a conjuntura política, ideológica e administrativa. E a despeito das instabilidades de seu governo,
nem mesmo a própria classe política recebeu bem tais iniciativas dada
a natureza do jogo dinâmico da parlamentarização, que tende excluir
os palavrões da arena pública em nome de decoros e protocolos.
E aí caberiam outras perguntas: quando os palavrões deixam de exibir ou nomear (com ou se gracejo) grupos passando a
embaralhar ou obstaculizar o fluxo de novos significados? Quando
perdem, enfim, a graça, mesmo entre aqueles que detém o poder de
uso e gerenciamento desses significados diante de outros que são
seus alvos historicamente preferenciais?
Parece mesmo que a FIFA, tão criticada por razoáveis razões
que todos conhecem, traz à luz uma questão que a transcende. Não
se trata somente de reivindicar o politicamente correto ou a profilaxia verbal e estética nos estádios. Quando algumas experiências distantes se aproximam, quando temos que conviver com a diferença
dentro de casa e não mais jogamos com ela ou contra ela a partir de
um exterior inexpugnável temos a possibilidade de repertoriar e renovar nossas experiências. Os palavrões não estão imunes a esse movimento e nessa esteira podemos inventar e inventariar outros risos,
ou, quais sejam, outros preconceitos. Puto ou bicha parecem “pegar”
menos hoje, ou ao menos perdem ainda que pouco a pouco a potência catártica que costumeiramente produziu o riso indiscriminado
mesmo entre aqueles a eles ferozmente submetido.
** ** **
Salto dos palavrões às vaias, e tomo aquelas sistematicamente impostas pela torcida brasileira ao jogador da seleção espanhola Diego Costa da Silva e que repuseram um certo sentimento nacionalista entre os brasileiros, até então conspurcado nessa copa.
Todo movimento organizado ou difuso de críticas à FIFA e
aos governantes do país durante o processo de organização da Copa
e que se intensificaram no período entre julho de 2013 e meados de
2014 foi interpretado na mídia como poderoso veneno contra as
noções ingênuas de que por aqui desarticulamos futebol e política,
ou seja, noções que conferem alguma ideia de nação, por um lado, e
por outro a autoestima futebolística brasileira. Enfim, fora suposto,
a nação havia despertado para um problema atávico que a alienava em torno do futebol e agora poderia se manter mais crítica até
mesmo diante de um evento que há muito tempo se ansiava, uma
outra copa do mundo. E prestar contas com a história e refazer os
caminhos que levaram ao malogro esportivo em 1950 pareciam não
justificar os investimentos a qualquer preço.
Situação quase inimaginável se tomarmos como fronteira o
período anterior aos grandes movimentos políticos de rua inaugurados em meados do ano de 2013 que, como verdadeiros arrastões e
vórtices, levaram de roldão ou escancararam as mazelas administrativas, e a Copa passou a vilã, pois concentrou e catalisou tais críticas
devido a espetacularização dos gastos que frequentaram por meses as
páginas dos jornais. E arranhada pela corrupção, pelos desmandos
dos políticos e pelos investimentos condenáveis, estádios ao invés de
hospitais, o nacionalismo esportivo se viu acuado dentro de sua própria casa. Ao invés de festeiros e alegres, traços aderentes ao estereótipo que se faz amiúde dos brasileiros mundo afora, o que se notou foi
tensão, quietude e certo desprezo e crítica generalizada ao torneio.
As passeatas e manifestações ruidosas de julho de 2013 nos
grandes centros urbanos do país foram fenômenos que receberam
expressiva participação popular e midiatização, e somadas ao silêncio de outras multidões menos sensibilizadas pela ação política direta, mas atentas aos resultados desses movimentos, criou-se
um anticlímax de Copa que alcançou as experiências mais singelas.
Ouviu-se de donos de bares que não iriam enfeitar seus estabelecimentos temendo represálias da parte daqueles que quase em estado de vigília permanente tomariam conta das ruas, intimidando
quem aderisse ao evento futebolístico; a hesitação comunitária em
pintar os espaços públicos com as cores verde amarelo, atividade
intergeracional de sociabilidade muito comum nas grandes cidades, enfim, compuseram o mosaico de indícios e medos, exagerados diga-se de passagem, de que a Copa “dentro de casa” estaria
senão fadada ao fracasso, ao menos bastante arrefecida no que se
referia à participação popular, se comparada a outras mobilizações
esportivas anteriores. “Não vai ter copa” foi um movimento que
se manteve mesmo em dias de jogos, a despeito da baixa presença e certo esvaziamento popular, muito em função também, creio,
da instrumentalização de partidos de esquerda e radicalização dos
chamados black blocs, ativistas que em princípio se colocam à mar-
gem da representação política e privilegiam a ação (depredações
de fachadas de bancos, uso das barricadas, etc).
A essencialização ou naturalização dos nacionalismos levou
muitos povos às experiências mais tiranas, perversas e dramáticas
de produção das identidades. Claro que o Brasil sempre esteve mais
distante das instrumentalizações políticas que fizeram dos esportes poderosa arma científica e simbólica dessas experimentações e
aventuras de projetos políticos mais ambiciosos. Mas futebol como
“ópio do povo” ressoou aqui e acolá a partir de grupos políticos mais
à esquerda, sobretudo nos anos setenta do século passado, mas tal
investida sempre fora criticada por setores igualmente ditos de vanguarda e não foram poucos os intelectuais que discordaram dessa
tese, afirmando que o futebol ao invés de alienar seria um poderoso
instrumento simbólico de aprendizado social em vários planos.
Porém, alguma forma de tirania parece que se impôs nesse
caso específico de Diego Costas se atentarmos para a lógica do “todos
contra um” que pintou de cores sombrias a nostalgia nacionalista. O
selecionado começou a copa titubeando, futebol pouco vistoso, erro de
árbitro que favoreceu o Brasil e um sentimento de distanciamento e
desconfiança da torcida que seguiu redimensionando nesses primeiros
momentos de copa o nacionalismo esportivo. Em princípio, sinais de
maturidade e pluralidade num país que segue em meio à copa tentando ainda digerir todos os movimentos recentes de autorreflexão política vinda das ruas, mas bastou que o técnico espanhol escalasse Diego
Costa, aquele que a pouco “renegara” a seleção brasileira, que não escutara o chamamento de Felipe Scolari (retórico ou não, pouco importa) para que a reação verde amarela se manifestasse com intensidade e
fizesse aflorar o nacionalismo esportivo. Vaiado compulsivamente em
nome da pátria que traíra, Diego pouco fez pelo seu selecionado.
Claro que falamos apenas de apupos e manifestações dentro
do estádio e vozes a defender a opção e escolha de Diego Costa espocaram em todos os lugares, porém o simbolismo das vaias não deve
ser subestimado. Estoico, o jogador vaiado impiedosamente nos dois
primeiros jogos da Espanha, fato que se soma à pífia performance em
campo, seguiu com firmeza na sua escolha e, sereno, ainda afirmou
que mesmo assim torceria pelo Brasil no transcorrer do torneio.
A natureza do nacionalismo é culturalizar (essencializar e
instrumentalizar) determinados sentimentos, atitudes e tomadas
de posição política que continuamente se forjam e se espalham
pela sociedade. Porém, tal dinamismo produz suas zonas de intensidade e conflito, quer dizer, nem tudo é nacionalizado do mesmo
modo, num mesmo ritmo histórico e nem serve de signo estanque
dos mesmos agrupamentos sociais que o reivindicam. O futebol
é um lugar onde podemos captar esses princípios dinâmicos da
reificação. Quase sempre tomado como reduto de um patriotismo reativo, monolítico e renitente, ele, ao contrário, também é
exposto ao jogo das “atomicidades” do nacionalismo, e numa mesma ocasião pudemos constatar a vaia pessoalizada a uma suposta
má administração, momento em que certos setores da sociedade
censuraram os princípios éticos e morais que norteiam a conduta
de uma presidenta da república, para logo a seguir com a bola
rolando aplaudir efusivamente a vantagem esportiva conquistada
de modo espúrio (um pênalti mal assinalado pelo árbitro para o
selecionado brasileiro diante da Croácia). Na sequência do torneio
veríamos as vaias àquele considerado um “mau” patriota (fato que
não ocorreu com outros brasileiros que igualmente defenderam
outras seleções estrangeiras), que ousou exercer o livre arbítrio e
equacionar sua carreira esportiva de outra maneira a ter que atender um chamamento de caráter nacionalista.
Vaias e xingamentos nos estádios apontam para o protagonismo esportivo dos torcedores diante dos poderes constituídos dentro
das arenas esportivas. A rotinização de certas expressões e a densidade das mensagens que veiculam vão depender sempre do jogo político
estabelecido entre muitos atores sociais cujas demandas extravasam
em muito os propósitos do nacionalismo esportivo. Ficar atentos a essas demandas é reposicionar o futebol numa sociedade em mudança.
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