ENCUENTROS EN VERINES 2011 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) La literatura en la era digital Fernando Marías El escritor -cuando está escribiendo- debe ignorar por completo la existencia de la era digital, a menos que esta añada contenido a su discurso creativo. Otra cosa es el proceso de comunicación y comercialización de la obra, en el que la era digital puede convertirse en una herramienta de valor -también de riesgo- importante. Mi intervención podría concluir con estas dos ideas, por otro lado bastante evidentes. No obstante, deseo hacer una observación y, también, contar una experiencia propia. La observación surge por haber sido uno de los últimos participantes en intervenir, lo que me ha permitido verificar que en la mayoría de los discursos previos el protagonista ha sido el mercado editorial (¿cómo afecta la era digital a la venta de libros?) en vez de la literatura (¿cómo afecta la era digital a la creación literaria?). Resulta sorprendente, en un ámbito donde la mayoría de los presentes éramos escritores. ¿Cuál es la causa? Aunque ignoro la respuesta, me parece interesante plantear la pregunta, a modo casi de ejercicio psicoanalítico colectivo. Es uno de los objetivos primordiales del psicoanálisis -y por cierto, también de la literatura de verdad- colgar en el aire preguntas sin respuesta. ¿Tan preocupados estamos los escritores por el mercado que dejamos de lado hablar de literatura? Y otra cuestión: ¿esta preocupación surgió con la era digital o existía antes? Quiero puntualizar que, por supuesto, me interesa como al que más la venta de mis libros -es una de las metas, tan cierto como que no es la principal- y, en consecuencia, la era digital como herramienta para potenciarla. Además, ¿de qué serviría estar contra la era digital? ¿Les sirvió a los comanches oponerse a la llegada del “Caballo de hierro” a las grandes praderas? Acampados en Verines bajo la mirada del sabio jefe Jambrina, somos -en ese sentido- los comanches de la era digital: lanzamos flechas contra la locomotora o nos atrincheramos en nuestra vieja biblioteca, parapetados tras empalizadas de papel impreso. Tanto da: el “Caballo de hierro” está aquí. Sin embargo, no hay que tenerle miedo. No acabará con nosotros. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba a desear hacerlo? Sin escritores no hay libros, al menos de momento. ¿Por qué, entonces, ese miedo generalizado a la era digital? Una de las conclusiones más interesantes del encuentro de Verines es que, a juzgar por lo visto y escuchado, los creadores, editores, periodistas e investigadores estamos perdiendo ese miedo a una revolución tecnológica que, bien manejada, puede amplificar enormemente las relaciones autorlector, aparte de posibilitar divertimentos que hace solo unos años, bien pocos, ni siquiera imaginábamos. Por ejemplo, el universo Facebook. Yo lo frecuento mucho, lo utilizo mucho, incluso muchísimo, y si tuviera que contar las experiencias nuevas que he vivido gracias a esta red social no sería suficiente este espacio. ¿Cuántos lectores que en circunstancias normales tal vez no se habrían acercado a mis dos últimas novelas -las que he sacado después de tener un perfil en Facebook- lo han hecho por tenerme agregado entre sus amigos? No logro tener miedo a la era digital, aunque obviamente va a cambiar muchas cosas o las ha cambiado ya. Tendré, como todos, que establecer una relación personal y exclusiva con la revolución y con sus cambios. Bien, pues lo haré. Pero, mientras esté escribiendo mis novelas, olvidaré que existe ese universo alrededor de mí. Es lo que debe hacer el escritor, lo que ya ha hecho tras todas las anteriores revoluciones que en el mundo han sido: escribir. Por eso, porque soy escritor, me gustaría contar ahora la historia de cómo un novelista -yo- vivió la experiencia de agregar a una de sus novelas el mundo digital como elemento narrativo. La novela que luego se llamaría “El silencio se mueve” no tenía todavía nombre cuando la editorial SM me preguntó si aceptaría escribir una novela juvenil “transmedia“, la primera de estas características enteramente producida en nuestro país. Una novela “transmedia” es, al parecer, aquella que, además del papel impreso, contiene recursos expresivos de otro tipo, y esencialmente digitales. Reconozco que inicialmente, y aunque las nuevas tecnologías y los territorios inexplorados me interesan mucho, traté de eludir el reto, primero pidiendo un adelanto alto -la estrategia, venturosamente para mí, no funcionó- y luego proponiendo como tema central del futuro libro una mirada sobre el conflictivo asunto de los muertos sin tumba de la guerra civil, lo que en teoría debería haber echado atrás a la editorial: los libros juveniles basan parte importante de su expectativa de venta en los centros educativos, y abordar ese asunto podía cerrar bastantes puertas. Pero aún así, los editores decidieron seguir adelante. Un buen editor puede ser el mejor compañero de viaje de un escritor. Sin duda este fue uno de esos casos. Pero, una vez asumido el compromiso, hube de tomar dos decisiones que son las que me parece oportuno traer aquí: Lo primero que vi fue que la novela tenía que preservar su, llamémoslo así, protagonismo frente a los añadidos tecnológicos, que, sin embargo, debían tener un contenido solvente, sólido, algo que sumase a la novela y no fuese un mero adorno dictado por circunstancias transitorias que antes o después se volverían obsoletas. El libro lleva asociadas dos páginas web (www.elsilenciosemueve.com y www.derechosdelosmuertossintumba.com) y un blog (el Blog de Pertierra), y además contiene un largo cómic que juega un papel esencial en la narración. Creo que había sido fácil -y caducoadornar el libro con simples juegos virtuales. Por eso me esforcé por dotar de contenido dramático, literario y emocional a esas conexiones web que, por ejemplo, permiten leer entre líneas datos más o menos crípticos sobre las causas del sentimiento de culpa del protagonista de la novela, Joaquín Pertierra, un supuesto ilustrador que habría desarrollado una gris actividad profesional en los años sesenta y setenta del siglo pasado. En segundo lugar, quiero volver a referirme al tema del libro, los muertos sin tumba de la guerra civil. Mis libros juveniles hablan siempre de memoria histórica, y me pareció que la propuesta “transmedia” podía implicar la tentación de tratar un asunto menos conflictivo, más leve y más cómodo para todo el mundo, y precisamente por eso busqué lo contrario. El deber del escritor, hoy y siempre, con era digital o sin ella, es radicalizar día a día su propio discurso, hacerse cada vez más militante de sí mismo. El resto está en el libro, y hablar más de él podría exceder el tema que nos ocupa, sin embargo sí quiero relatar la curiosa “respuesta” de la red a nuestras proposiciones “transmedia”. Como he dicho, el libro contiene un cómic que habría sido dibujado por Joaquín Pertierra en los años setenta del siglo XX. Queríamos promover la idea de que Pertierra existió realmente, jugar con el lector a la ficción/realidad. El dibujante Javier Olivares fue el verdadero autor del cómic y, para dar fuerza a nuestro juego, aceptó con gran generosidad no firmar su trabajo y, además, se ocupó personalmente de alimentar durante meses el Blog de Pertierra, añadiendo supuestas ilustraciones de Pertierra que habría ido rescatando de diversos lugares. Pronto empezó a recibir cartas de coleccionistas de todo el mundo que querían adquirir obra de Pertierra, e incluso dos editores españoles le han pedido que ilustre sendas portadas de libros que van a publicar, pero quieren una ilustración firmada por el Pertierra inexistente en vez de por el Olivares real. Toda esa respuesta desde la red a nuestro juego de identidades falsas nos ha decidido a escribir un libro sobre cómo un personaje de ficción acaba por existir realmente por “culpa” de la era digital, y desplaza en su trabajo y, de alguna manera, en su vida, al creador que lo inventó. ¿La era digital se convierte en autora y nos utiliza a autores reales como meras herramientas? ¿Por qué no? ¿Por qué no dejarse seducir?