LOS PARTIDARIOS DE LA VIOLENCIA A comienzos de 1936 empezó a deambular por todo el suelo español el fantasma del pronunciamiento militar. A lo largo del siglo XIX fueron múltiples los generales que intentaron resolver los problemas nacionales apoderándose del poder civil; en el XX hubo dos casos de golpe militar: el afortunado de Primo de Rivera, el 23 de septiembre de 1923, y el desgraciado de Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932. Cuando Alcalá Zamora, en la crisis ministerial de diciembre de 1935, rehusó entregar el poder a Gil Robles, por no haber éste jurado la Constitución de 1931, al regresar éste a su despacho del Ministerio de Defensa, se precipitó el general Fanjul, subsecretario del mismo, al encuentro del ministro para saber lo que había ocurrido con el Presidente. Enterado de la rotunda negativa dada por Alcalá Zamora, Fanjul se ofreció inmediatamente para dar el golpe militar. Según escribió Gil Robles, sus palabras fueron: «Hay que impedir que se cumplan los propósitos de don Niceto. Si usted me lo ordena, yo me echo esta misma noche a la calle con las tropas de la guarnición de Madrid. Me consta que Varela piensa como yo y otros, seguramente, nos secundarán.» Gil Robles no veía las cosas claras, pues la Guardia Civil y las fuerzas de Asalto no de pendían directamente de Guerra, cuestión que se debía tener en cuenta; sin embargo, no rechazó el ofrecimiento de su subsecretario, ya que le pidió que consultara con el jefe del Estado Mayor Central y algunos generales de su confianza, y que le diera la contestación el día siguiente. Por la noche se reunieron Fanjul, Franco, Varela y Goded para estudiar el asunto; no hubo identidad de criterio, pero al final Franco «les convenció de que no podía ni debía contarse con el Ejército en aquellos momentos, para dar el golpe de Estado». El día 12 de diciembre abandonaba Gil, Robles el Ministerio de la Guerra y el general Molero pasó a desempeñar la cartera de Defensa, en el gobierno Portela Valladares quien disponía del decreto de disolución de las Cortes. El país se ahorró el golpe militar, con gran indignación de Calvo Sotelo, que pronunció su recordada sentencia: «La historia habría de exigirles un día responsabilidades implacables.» Para la celebración de los comicios, fijados para el 16 de febrero de 1936, se formaron dos potentes bloques que representaban la derecha y la Izquierda. La CEDA se alió con los monárquicos y los tradicionalistas; la coalición, en la que igualmente entraron, en algunas listas provinciales, varios elementos radicales, se denominó Bloque Nacional. En la lista de candidaturas para Madrid figuraron en primer lugar Gil Robles y Calvo Sotelo; José Antonio Primo de Rivera quedó excluido de esta candidatura y Falange se presentó sola independientemente. El 15 de enero de 1936 quedó formado el Frente Popular integrado por todas las fuerzas de izquierda, con la sola excepción de la CNT. El programa frentepopulista se limitaba a ofrecer la amnistía general, la reintegración a sus puestos de trabajo a los represaliados por los hechos de octubre, la nueva vigencia de la reforma agraria y del Estatuto de Cataluña. La derecha creía tener asegurado el triunfo, pues si los cenetistas se abstenían de acudir a las urnas perdería el Frente Popular un millón de votos; no se tuvo en cuenta que convocar a elecciones generales, sin haber resuelto la cuestión de la liquidación de los hechos de octubre, significaba ofrecer a la izquierda una carta preciosa en el juego electoral. La CNT públicamente se pronunció por el abstencionismo, de acuerdo con la tradición anarquista; sin embargo, sus líderes hicieron propaganda a favor de acudir a las urnas, ya que una buena parte de los 40 000 individuos encarcelados seguían sin recobrar la libertad. Buenaventura Durruti puso en juego su prestigio cuando en los mítines pedía a las masas obreras: «Votad para sacar a nuestros hermanos de las cárceles.» En la noche del domingo 16 de febrero, los primeros resultados del comicio facilitados por el Ministerio de la Gobernación apuntaban una victoria del Bloque Nacional. Pero pronto las emisoras de radio empezaron a facilitar datos que señalaban el triunfo del Frente Popular. Poco antes de las cuatro de la madrugada se trasladó Gil Robles a Gobernación; Portela se había retirado a descansar, pero cuando pudo hablar con el Gil Robles le pidió una inmediata declaración del estado de guerra. Por su parte, Franco despertaba al ministro de la Guerra, general Molero, para pedirle en su conversación telefónica que llevara a Consejo de ministros la declaración del estado de guerra. Circularon fuertes rumores sobre un inminente golpe militar; el general Sebastián Pozas, jefe de la Guardia Civil, y el general Núñez del Prado, segundo inspector del Ejército, denunciaron a Portela que los generales Franco y Goded estaban sublevando a las guarniciones. Algo había de verdad en esta denuncia, pues de hecho ahora Franco se inclinaba por el golpe militar. En la tarde del lunes, día 17, los generales Goded, Fanjul y Rodríguez Barrio visitaron a Franco y le propusieron que si el Gobierno persistía en no declarar el estado de guerra, debían intentar un golpe de Estado. Antes de hacerlo, propuso Franco, se debía recabar cual era el estado de animo de las guarniciones; la en cuesta no dio un resultado positivo. Fue entonces cuando Franco pidió a Portela dar el golpe de Estado proclamando la ley marcial en contra de la opinión del presidente Alcalá Zamora. Necesitaban los generales golpistas mantener a la cabeza del golpe a Portela, porque éste, en su calidad de jefe del Gobierno, estaba en posición de mandar a la Guardia Civil y a las fuerzas de Asalto, dos cuerpos sin los cuales no era posible llevar a término un rápido y seguro pronunciamiento. Privado por la edad -contaba entonces 68 años- del vigor que requerían las difíciles circunstancias y desilusionado por el fracaso en formar un grupo centrista que decidiera, en el Congreso, las cuestiones importantes por su inclinación hacia la derecha o la izquierda, Portela no deseaba otra cosa que abandonar el poder. El martes, 18, por la noche recibía Portela a Martínez Barrio a fin de pactar la entrega del poder a Manuel Azaña; se le pidió que siguiera en la presidencia hasta después de celebrarse la segunda vuelta necesaria para completar el número de diputados elegidos. Estaba cansado y su único deseo era marcharse del gobierno. Así, y contra su deseo, Azaña fue Llamado el miércoles, 19, por Alcalá Zamora, quien respetuoso con el resultado que salió de las urnas, le encargó la formación del primer gobierno del triunfante Frente Popular. El 21 se tomó la decisión de alejar a Franco y Goded del hervidero político de Madrid; al primero lo mandó a Canarias como comandante de la zona, y al segundo a Baleares, también como jefe de las islas. Los cálculos de Azaña de que alejados los dos generales de la Península desaparecería la posibilidad de causar daño en la marcha del país, fallaron totalmente como se verá. De la mente de los generales no se apartó la creencia de que era forzoso recurrir a un golpe militar para poner fin a la política extremista practicada por el Frente Popular. Un día antes de abandonar Madrid para hacerse cargo de su destino en Canarias, el 8 de marzo de 1936, Franco asistió a una reunión de generales; en ella no estuvo presente el general Goded, que se hallaba ya en las Baleares, pero estuvo el general Mola, de paso por Madrid antes de incorporarse a la comandancia militar de Pamplona. Otros asistentes a la reunión fueron: Orgaz, Villegas, Fanjul, Varela, Saliquet, Rodríguez del Barrio, Kindelán y González Carrasco. El acto tuvo casi categoría de consejo de guerra, pues se adoptó como causa para un levantamiento la disolución parcial o total de la Guardia Civil, o de las Fuerzas Armadas; además, se estableció un doble plan de campaña para adueñarse del poder: bien se levantarían las guarniciones de la periferia para avanzar e imponerse sobre Madrid, o, de ser posible, pronunciarse en la capital y desde el centro, mediante las órdenes oportunas, pasar a controlar las demás comandancias del país. También se debatió la cuestión de quien encabezaría el movimiento; la vieja pugna existente entre Franco y Goded hacia difícil nombrar a uno de los dos, pues el otro no aceptaría fácilmente la designación; la solución que se encontró y fue aceptada consistió en poner a Sanjurjo, residente entonces en Lisboa, a la cabeza de la conspiración y que éste designara a Mola como representante suyo en España. Por su actividad bélica en Marruecos y por su paso por la jefatura de la Policía en tiempos del gobierno Berenguer, poseía Mola la experiencia militar y política que se precisaba para dirigir y controlar una sublevación. Los servicios de información con que contaba Azaña fallaron doblemente, ya que poco supo de los acuerdos que tomaron los generales en la reunión del 8 de marzo y no se enteró que Mola estaba situado en un puesto ideal, que era Pamplona, para dirigir todos los hilos del complot. Creyó Azaña que alejados Franco y Goded de la metrópoli, y contando con un buen servicio policial, seria fácil controlar desde Madrid los movimientos de estos temidos generales; por otra parte, el general Carlos Masquelet, que desempeñaba las funciones de ministro de la Guerra, como antiguo amigo de Lerroux, no era partidario de tomar medidas drásticas, ya que prefería la negociación amistosa y la componenda. Entre los asesores militares de Azaña abundaba el criterio que no pasaría nada grave; se recordaba el fracaso de Sanjurjo y se señalaba que todas las conspiraciones militares en tiempos de Primo de Rivera y Berenguer no llegaron a buen fin, porque para dar un golpe militar con éxito es requisito primordial lograr la colaboración decidida de los mandos. Predominaba así el criterio que mientras figuraran generales adictos a la República en los altos mandos poco se tenia que temer, pues toda rebelión emprendida desde abajo estaba condenada al fracaso. Alcalá Zamora fue apartado de la presidencia de la República y el 10 de mayo de 1936 fue elegido para sustituirle Manuel Azaña. Para la jefatura del Gobierno, que quedó vacante, Azaña, en funciones de presidente, designó a su amigo Casares Quiroga; éste tenía fama de ser un hombre duro y enérgico, lo que pronto confirmó en su discurso de presentación al declararse beligerante en su lucha contra los elementos fascistas. Hubo un intento de iniciar un movimiento de convivencia política a base de una colaboración ministerial entre Prieto y el ex ministro de Agricultura Jiménez Fernández, del ala moderada de la CEDA; pero Largo Caballero se opuso a este intento de convivencia porque sus miras eran otras: sostenía que el proletariado tenía derecho a gobernar España por ser una fuerza mayor que los republicanos. Azaña, un año más tarde y en plena guerra civil, enjuició bien lo que representó el fracaso del intento de convivencia; en La velada de Benicarló se lee esta sentencia: «Ninguna política puede fundarse en la decisión de exterminar al adversario,» No era un secreto que existía malestar entre las fuerzas armadas y menudeaban los incidentes motivados, en gran parte, por el trato que recibían los oficiales cuando aparecían en público, En el desfile militar que tuvo lugar en Zaragoza por el aniversario del 14 de abril, se registraron graves accidentes cuando unos oficiales reaccionaron con energía contra los insultos; el ministro de la Guerra impuso algunas medidas disciplinarias a varios de los oficiales que intervinieron en el enfrentamiento. Mola, por la vía jerárquica, hizo llegar al ministro de la guerra una carta solidarizándose con la actitud de los oficiales de Zaragoza. El ministro envió a Pamplona al general García Caminero para que le hiciera un informe; en el que redactó el citado general se pudo leer: «Era imprescindible relevar a Mola, porque la guarnición de Pamplona, demasiado numerosa, estaba influida por él y podía constituir un peligro,» Y a la carta de Mola siguió, el 23 de junio, la que Franco escribió al jefe del Gobierno Casares Quiroga, cuyo contenido ha sido objeto de varias interpretaciones; sin embargo, la misiva encerraba una clara advertencia de que algo ocurría porque el Ejército estaba descontento a causa del reingreso de oficiales sentenciados por su participación en los hechos de octubre de 1934 y la destitución de oficiales meritorios y su sustitución por otros mediocres. Casares Quiroga tenía que esclarecer lo que significaba la carta de Franco, pero llevado por una ceguera mental la dejó sin respuesta, renunciando al dialogo que le ofrecía el general en un momento de vacilación; tal vez si Casares hubiese llamado a Franco en consulta a Madrid, las cosas hubieran seguido otro rumbo, ya que su despedida «Su afectísimo subordinado, Francisco Franco» puede interpretarse de varias formas. La conspiración seguía su marcha; todo espíritu de convivencia había desaparecido, Calvo Sotelo se permitió en el Congreso proclamar: «La democracia en España, al menos en estos momentos, es imposible.» El 6 de julio, Mola comunicaba al general Fanjul, jefe en Madrid de la conspiración, la lista de los jefes y el lugar donde actuarían: Queipo de Llano, en Andalucía; Franco, en África; Mola, en Navarra y Burgos; Villegas, en Madrid; González Carrasco, en Cataluña, y Goded, en Valencia. Entretanto se gestionaba en Londres el alquiler del avión que volaría a Canarias para recoger a Franco y trasladarlo a Marruecos. La historia del Dragon Rapide es bien conocida: Juan March puso el dinero, Luca de Tena dio el encargo a Luis Bolín, corresponsal del ABC en Londres, y Juan de la Cierva, inventor del autogiro y conocedor de los medios aeronáuticos, encontró el aparato que pilotado por C. W. H. Bebb partió el 11 de julio de Inglaterra rumbo a las Canarias, vía Francia, Portugal, Tánger y Casablanca. El domingo, 12 de julio de 1936, fue asesinado el teniente de Asalto José Castillo cuando se dirigía a tomar servicio; actuaba de instructor de las milicias de las juventudes unificadas. Sus compañeros se reunieron en el cuartel de Pontejos y decidieron tomarse venganza: el plan adoptado consistía en liquidar los jefes de la conspiración antirrepublicana que estaba en marcha y cuyos nombres eran Goicoechea, Gil Robles y Calvo Sotelo. Salieron tres camionetas con guardia de Asalto con destino a cada uno de los domicilios de los personajes citados, Goicoechea no durmió en su casa y Gil Robles se había marchado a Biarritz; el único que se hallaba en Madrid era Calvo Sotelo, quien se entregó cuando el jefe del grupo de guardias de Asalto que acudió a su domicilio le exhibió su carnet de capitán de la Guardia Civil, de nombre Fernando Condes. Calvo Sotelo fue ejecutado en la misma camioneta y su cadáver depositado en el cementerio del Este. Estos dos actos terroristas desencadenaron un escándalo extraordinario y la gente entendió que algo inusitado iba a ocurrir; los dos asesinatos coincidieron también con la última etapa de la acción de Mola, pues sus planes habían entrado en la fase ejecutiva: los generales que seguían las ordenes de Mola sabían que el alzamiento estaba fijado entre el 10 y 20 de Julio. La muerte de Calvo Sotelo influyó en el ánimo de algunos generales para decidirse a favor del pronunciamiento. Respecto a Franco, Heleno Saña, en su libro El franquismo sin mitos, recogió esta declaración de Serrano Suñer: «Es este acontecimiento (el asesinato de Calvo Sotelo) el que decide a Franco a abandonar su actitud dilatoria y comprometerse de firme en el alzamiento. Si no se hubiera producido la muerte de Calvo Sotelo, a lo mejor no hubiera habido 18 de julio.» Cinco días después del asesinato de Calvo Sotelo, el viernes 17 de julio de 1936, a las cinco de la tarde empezó la sublevación en Melilla; los legionarios y las fuerzas moras controlaron militarmente Marruecos y se aguardó la llegada del general Franco para entregarle el mando. El golpe militar se puso en marcha, y mientras Casares Quiroga no daba al alzamiento la importancia que tenía, los generales Queipo de Llano y Miguel Cabanellas, que contribuyeron a la implantación del régimen republicano, se sumaron desde Sevilla y Zaragoza al movimiento y facilitaron, de esta manera, que Andalucía y Aragón se convirtieran en bases para el triunfo de los generales rebeldes. Por su parte, a las cinco de la mañana del 18 de julio, Franco declaró el estado de guerra en las islas, y Canarias se sumó igualmente al alzamiento; a las cinco de la tarde del mismo día, partía Franco, a bordo del Dragon Rapide, para Tetuán, con escala en Casablanca para pasar la noche, y llegar a su destino a las siete de la mañana del día 19. Aquel mismo domingo se decidiría en Barcelona y en Madrid la suerte del golpe militar, donde fueron derrotados y cayeron prisioneros los generales Goded y Fanjul. Los planes que Mola había elaborado cuidadosamente no pudieron llevarse a cabo totalmente y lo que tenía que ser un nuevo pronunciamiento militar en la historia española se transformó en su más cruenta guerra civil, que no terminó hasta abril de 1939, o sea que durante casi tres años se olvidaron los españoles que eran hermanos e impulsados por sus odios buscaron por la violencia aniquilar a los que entendían que eran enemigos suyos. Fue una gran tragedia.