“Repara mi Iglesia, que amenaza ruina”: tras las huellas de Francisco y Clara Asís -el entorno geográfico de este “pequeño gran hombre”- es un pueblo en las montañas de la Umbría, a dos horas de distancia de Roma. Aunque sin mucha imaginación, habiendo visto alguna película, se puede dibujar fácilmente en el interior el marco externo en que vivió gran parte su vida, antes y después de su conversión. Chole, Verónica y yo hemos tenido la suerte de pasar tres días de oración en esta ciudad de paz y dejarnos empapar por el espíritu evangélico de sencillez y amor a todas las criaturas, de san Francisco y santa Clara. Si pensamos un instante en una persona que nos atraiga por su modo de vivir el Evangelio, por su sencillez y alegría en la máxima pobreza; si pensamos en alguien que nos transmita un encuentro vivo con Jesús, una relación descomplicada y profunda, hasta el punto de mover toda su vida, tal vez -muchos de nosotros- pensemos intuitivamente en Francisco de Asís. Francisco de Asís, *1182-†1226. No necesita ser presentado más, aunque su experiencia interior de Cristo no es tan conocida como su “figura externa”. Interior de la basìlica de San Damiano A las afueras del pueblo, se encuentra la pequeña iglesia en la que, mojado, desfigurado, desnudo y desde la cruz, Jesús hizo sentir en el corazón de Francisco su voz firme y clara: “Francisco, reconstruye mi iglesia, ¿no ves que amenaza ruina?” Los ojos grandes y de mirada penetrante de este Cristo, no pudieron dejarle indiferente, al descubrir cómo el Señor de todas las cosas, el Dios grande y Fuerte, se había hecho indefenso y quedado desnudo. Asís de que no son las circunstancias, la casualidad, la nada… los que reciben nuestra vida y nuestra entrega, sino Él. Sólo así se puede vivir como un pajarillo, seguro en la rama, cruzando el cielo, o picoteando la tierra para encontrar un gusanillo que comer… La vida vivida desde la radicalidad evangélica o, dicho de otro modo, desde el abandono en un Dios que es providente, renueva el rostro de la Iglesia a imagen de Cristo. Rostro del Cristo de San Damiano Sin embargo, esos brazos abiertos y extendidos le invitaban, primero de todo a él mismo, al abandono total en Dios: sólo la santidad es capaz de renovar la Iglesia. Francisco comprendió que, antes de quererse configurar con el Crucificado, el Cristo pobre, Él, ya se había configurado con Francisco: Él asumió su/nuestra humanidad para que pudiéramos ver en cada circunstancia la participación en los misterios del mismo Cristo. La oración ante este Cristo también me ha tocado a mí: esos brazos largos que lo reciben todo, me dan la certeza En una de las predicaciones de Pascua, el Papa hablaba de que los santos son el camino de renovación de la Iglesia, pues en ellos vemos cómo se puede vivir el Evangelio. Ellos son el quinto Evangelio, si dejamos que nos sigan hablando, si dejamos que su experiencia de Dios también sea la nuestra, sin poner límites. Al contrario, la pobreza de san Francisco revela nítidamente que se ha dejado poseer totalmente por el encuentro con este Cristo del que vivió profundamente enamorado. Por razones de espacio, ya no podré seguir hablando de santa Clara. Ella merecería tanta o más atención por ser una mujer que desafió su época, su posición social y su destino como mujer. Y todo, por quedarse con Cristo pobre y abandonado como única riqueza. ¿Por qué sus vidas nos atraen tanto? ¿Por qué cuando pensamos en alguien que haya vivido con radicalidad el Evangelio, pensamos en ellos? Mª Mercedes