San Francisco de Asís (1182 − 1226) Cuando nació San Francisco, la edad media terminaba para dar paso a los siglos del gótico. La caballería con sus ideales no solo era un pensamiento, sino una verdadera institución y Francisco aspirara a la vida caballeresca con los honores que ello ofrecía. Las cruzadas ofrecían, además, para el hombre piadoso una formidable oportunidad para luchar literalmente por Cristo. Por otra parte, aunque la Iglesia es la fuerza disciplinaria y expansiva de su tiempo, en la plebe se propaga la herejía lenta pero profundamente. Existen dos grandes potencias en esta época: la Iglesia y el Imperio, pero comienza una tercera potencia: El Común, es decir, los núcleos de población que viajan, trabajan, producen, trafican y manejan dinero, y con el dinero el Poder. A fines del Siglo XII hay un doble apremio: uniformar la vida más estrechamente al evangelio y convertir las palabras en hechos. En ese momento llega San Francisco de Asís con la perspicacia, la adaptabilidad del mercader heredados de su padre, y de su madre la sensibilidad, la grandeza de ánimo y la Misión. En la perspectiva histórica, San Francisco predicaba mucho de lo mismo que hacían los herejes cátaros, patarenos y valdenses de su tiempo. San Francisco al igual que ellos quería seguir el Evangelio al pie de la letra, incluyendo − y en esto hace una diferencia fundamental con los herejes− lo que se refiere a la autoridad de Pedro, de los Apóstoles y de sus sucesores. Los herejes querían pobreza y castidad, pero la nota herética estaba fundada en la soberbia de su propia virtud. Francisco, al contrario, se dice a sí mismo el último de los hombres: besa la tierra donde pisa un sacerdote. Los herejes pretendían ser evangélicos, pero eran sectarios, con todo los defectos de orgullo, exclusivismo y rebelión propios de las sectas. San Francisco tiene una adhesión total a la iglesia y una humildad inexistente en los herejes. No es raro que los cardenales de su tiempo le vieran con desconfianza. Pero Francisco lograba un cambio fundamental en la Iglesia: predicaba con el ejemplo. Esta noción tan común y familiar en nuestros días, no pertenecía a los siglos XII y XIII. El papa Inocencio III percibía la necesidad de una expansión más espiritual de la Iglesia, que había tenido en los últimos años una actividad más política y de "árbitro" entre los imperios que de labor apostólica, y Francisco es la respuesta a sus plegarias. San Francisco de Asís, se convirtió entonces en el gran transformador de la Iglesia Católica, y este hecho fue piedra fundamental para la construcción del catolicismo que conocemos hoy. Francisco no era un religioso de inmovilidad, sino de acción, y este es el secreto y esencia de toda la religiosidad moderna. Indispensable a la vida moderna es la acción. Hoy en día, nadie concibe a una religión en la que el predicar está alejado del actuar. Francisco cambia el apostolado de la plegaria y la expiación a la acción, no solamente reza o hace sacrificios, también actúa: va con los pobres, ayuda a los necesitados, trabaja. No es únicamente un santo contemplativo, aunque él quizá en un principio hubiera preferido darse a la contemplación de las cosas divinas (y su época en muchos modos lo ayudaba a ello), de manera sobrenatural sabe que tiene que hacer algo y no solo contemplar a Dios. En lugar de aislarse o apartarse, desciende a las ciudades. Al entender que esto no era nada común en su tiempo, entendemos porqué la gente lo veía como un loco y se reía de él. Nadie había visto antes bajar de un monasterio o de algún centro religioso a alguien que les predicara en las plazas o las calles. San Francisco enseña algo fundamental y absolutamente original para su tiempo: Cada quien puede ser un religioso aún en medio del mundo, porque entiende que celda es el corazón y no monasterio apartado. Al mismo tiempo conserva toda la experiencia religiosa del pasado: espíritu de expiación, amor a la soledad de los anacoretas, el amor del rezo litúrgico, el anhelo de la contemplación, el hábito del trabajo y la oración. 1 Una de las características esenciales de cualquier santo es el Amor. Lo importante y lo que distingue a cada uno es el modo de amar. El modo de San Francisco es concreto, es renuncia, tiene su desarrollo en la acción y en la pobreza. El más pequeño de los hijos de Dios responde a las dos grandes exigencias de su época: reforma evangélica y revalidación cristiana de la acción. Inicia un auténtico renacimiento, no el de la concepción del mundo clásico, sino el renacer del hombre a un orden nuevo, a una vida nueva, instalada en Cristo, pero en una forma nueva. San Francisco deja al mundo como legado el dar sentido al mundo de algo que con frecuencia no logra comprender: la felicidad sobrenatural del Evangelio. 2