CELEBRACIÓN DE LA PUERTA SANTA INICIO DEL AÑO JUBILAR DIOCESANO Río Gallegos, 10 de abril de 2011 Queridos hermanos y hermanas: ¡Bienvenidos todos a esta celebración! Quiero darles a cada uno el abrazo de paz en el Señor y agradecerles cordialmente la presencia, que tanto aprecio. En cada uno de ustedes quiero saludar a todos los miembros de las diversas parroquias, capillas, comunidades de toda nuestra querida Diócesis de Río Gallegos. ¡Bienvenidos a este encuentro, que marca un paso adelante hacia la unidad en el Espíritu, en el que “hemos sido bautizados”! El bautismo que hemos recibido es único. Crea un vínculo sacramental de unidad entre todos los que por él somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros. Por eso, esta tarde estamos rodeando un mismo altar desde todos los puntos geográficos de nuestra extensa Diócesis soñada por San Juan Bosco. Sabemos que entre dos altares no hay distancias. El agua purificadora que hemos recibido en el bautismo, “agua de vida”, nos permite pasar a través de la única “puerta” que es Cristo: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, se salvará.” (Jn 10,9). Cristo es la puerta de la salvación, que lleva al encuentro, a la reconciliación, a la paz y a la unidad. Él es “la luz del mundo” (Jn 8, 12) y nosotros, identificándonos plenamente con Él, llevamos esa luz dentro de nosotros y estamos llamados a llevar esta luz a todos los que viven con nosotros. El humilde símbolo de la puerta que se abre, tiene una extraordinaria riqueza de significado: proclama a todos que Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Y lo es para todas las personas, sin excepción. Pero este anuncio llegará con mayor fuerza a todas partes cuanto más unidos estemos entre nosotros, cuando nos reconozcan como discípulos de Jesús al ver que nos amamos los unos a los otros como Él nos ha amado (Jn 13, 35; 15, 12). Se darán cuenta que estamos celebrando nuestro Jubileo por el amor que nos tenemos. ¡Y esto es maravilloso! El Jubileo Diocesano debe ser el Jubileo del amor! Hemos cruzado el umbral de la puerta de nuestra catedral, madre de todas las parroquias y capillas de la Diócesis, diciéndole a Dios que queremos pasar del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, del desánimo a la esperanza, de la indiferencia a la sensibilidad, de la intolerancia a la comprensión, de las cotidianas esclavitudes a la ansiada libertad, de la apatía al compromiso evangélico de la opción por los más pobres. El Papa Benedicto XVI nos ha dicho al inicio de su pontificado: “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada, absolutamente nada, de lo que hace a una vida libre, bella y grande… ¡No tengan miedo a Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí! Abran, abran de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la vida verdadera.” (24 de abril de 2005) Por eso, les repito una vez más: ¡abramos las puertas a Cristo! Podríamos decir que el rito de esta tarde asume una dimensión muy familiar. Hoy la familia diocesana comienza su camino jubilar! Lo hemos preparado con varios años de anticipación, a través de distintas y variadas iniciativas y actividades. Esto testimonia que somos concientes de la misión que nos corresponde vivir en esta tierra patagónica y del ejemplo de fe y de amor que debemos dar y que la providencia de Dios nos ha confiado. Sabemos que se trata de un servicio que tiene su raíz en tantos hermanos nuestros, (laicos, sacerdotes, religiosos, obispos) que abrieron caminos de santidad en nuestra querida Diócesis. Nuestra admiración y reconocimiento por ellos debe acompañarnos en el deseo de seguir sus pasos y aceptar el desafío de construir el Reino de Dios entre nosotros. Como Iglesia debemos permanecer firmes en su testimonio y debemos defender celosamente su memoria. Queridos hermanos, el Año Santo Jubilar nos invita también a nosotros a continuar por este camino. Nos invita a responder con alegría y generosidad al llamado a la santidad, para ser cada vez más signos de amor y de esperanza. El Año Jubilar Diocesano es un tiempo excepcional, en el que Dios, nuestro Padre Bueno, derrama abundantes gracias y bendiciones para que las recibamos y las compartamos. Este es el sentido de las indulgencias que tanto buscamos a lo largo de la vida y sobre todo en este año santo. La vida es una búsqueda permanente de encuentro, de abrazo, de comprensión, de perdón, de amor. Las indulgencias, que son regalo de Dios, son expresión de la ternura de Dios, son gracia de Dios confiada a nosotros para que nos trasciendan y lleguen a todos. Las indulgencias, que son personales y para nuestros seres queridos fallecidos, son portadoras del amor de Dios para todos nosotros. Por eso, son amor desde su corazón a nuestro corazón, y desde nuestro corazón al corazón de todos y cada uno de los demás. Jubileo es tiempo de amor. Las indulgencias son gracia de Dios multiplicada y multiplicadora. Gracia de Dios derramada para ser compartida y repartida, amor de Dios que nos renueva el sentido y el horizonte de nuestras vidas. No estamos solos. La Santísima Virgen María está con nosotros. Este año que comenzamos, tendremos la mirada puesta en Ella, así como antes nos hemos preparado acentuando nuestra mirada en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y en opción por los pobres. Ella es la mujer que aceptó con generosidad los grandes desafíos de la vida: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38). Es la mujer de una profunda y sincera fe, que supo mirar siempre con los ojos de Dios toda la historia, y por eso recibió el saludo: “feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1, 45). Es la mujer humilde y sencilla que reconoce el paso de Dios que “visita a su pueblo” (Lc 1, 68) y por eso canta que “miró con bondad la pequeñez de su servidora” (Lc. 1, 48). Ella es la maestra que nos enseña y nos dice: “hagan todo lo que (Jesús) les diga” (Jn 2, 5). Queridos hermanos, les deseo días intensamente felices, llenos de la presencia siempre nueva de Dios. Que Él los mire a los ojos y los ilumine. Que derrame el perfume de su paz en sus corazones. Que acaricie sus almas con la ternura de su amor. Que a lo largo de este año jubilar nos ayude a vivir todos juntos nuestro lema: “celebramos y anunciamos que el Señor ha visitado a su pueblo” (Lc 1, 68) Los bendigo y los abrazo de corazón. + Juan Carlos Romanín, sdb Padre Obispo de Río Gallegos