Pobreza en el mundo

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LA POBREZA COMO PRODUCTO DE LA DESIGUALDAD SOCIAL
El mediocre crecimiento económico de América Latina durante el siglo XX, en acentuado contraste con las
economías exportadoras de productos primarios de los países desarrollados, se debió a la inestabilidad
política, las barreras comerciales, la poca solidez de los derechos de propiedad, las deficientes infraestructuras
y la volatilidad en las finanzas públicas.
Asimismo, la mala formación general y técnica y otras barreras a la innovación relacionadas explícitamente
con la generación y gestión de conocimientos contribuyeron a este lento crecimiento. Todo esto se vio
exacerbado por estrategias proteccionistas con industrias de sustitución de las importaciones, que descuidaron
el desarrollo de las fortalezas naturales de los países, desalentaron la innovación y sobrecargaron de impuestos
a sus sectores de recursos naturales.
La apertura comercial, y no el proteccionismo, ha sido decisiva para ayudar a los países a diversificar sus
exportaciones. Por eso, la región no debe dar la espalda a sus recursos naturales, a su proximidad geográfica
general con los Estados Unidos o a su fuerza laboral competitiva. La mejor forma de tener éxito es mantenerse
abierto a la competencia internacional. La consolidación de los esfuerzos de integración regional, como el
Nafta y el Mercosur, será fundamental para ayudar a los países a diversificar sus fuentes de ingreso por
exportaciones y así aumentar los ingresos y hacerlos más estables.
Los países de América Latina y el Caribe no deben volver al pasado, sino aprovechar sus recursos naturales y
la apertura comercial para encaminarse a una economía del conocimiento que genere empleos de alta calidad
y bienestar para los latinoamericanos.
Es realmente asombroso cómo algo puede existir al mismo tiempo de no existir en absoluto. Tal fue el caso
del proceso que condujo a la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible. Después de muchas reuniones
del comité preparatorio teníamos un proyecto para la implementación, un plan falto de imaginación, débil,
carente de visión, que valía menos que el papel en el cual estaba escrito. Era un plan lleno de frases vacías,
con gobiernos peleándose como niños caprichosos por asuntos que no justificaban siquiera el menor
desacuerdo.
Empero, en las negociaciones se trataba más de hacer gestos para la galería que de asumir posiciones de
principios. Así, por un lado, algunos desean renegar sobre el acuerdo básico entre ricos y pobres, sobre cómo
la responsabilidad de proteger el medio ambiente es común pero diferenciada, basada en la capacidad de una
nación y su responsabilidad para el problema. Por el otro lado, algunos gobiernos no quieren aceptar que el
buen gobierno, nacional y mundialmente, es un determinante crítico del desarrollo sostenible.
Lo que Johannesburgo necesita más que nada es un sueño. Y necesita creadores del cambio, que tienen fe en
el sueño. En la Cumbre para la Tierra de Río de Janeiro en 1992, el programa medioambiental ocupó el centro
del escenario gracias a que la sociedad civil había llevado a los gobiernos a emprender medidas. Mas desde
entonces, los grupos ecológicos en su mayoría han seguido la inacción de los gobiernos en determinar el
destino de comas y puntos en los textos de negociación.
Esta gubernamentalización de la agenda del medio ambiente ha sido desastrosa, puesto que se ha convertido
en una causa sin interés... ¡precisamente cuando el mundo desesperadamente necesita un acuerdo global!
Los retos ambientales son ahora retos de desarrollo, tanto mundial como nacionalmente. El proceso de
globalización ecológica es impulsado por el hecho de que los niveles de producción y consumo han alcanzado
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un estado en que lo que se hace en un país dado puede tener importantes impactos sobre sus vecinos, y hasta
sobre el resto del mundo.
Hasta cosas sencillas como el uso de un refrigerador o un acondicionador de aire puede contribuir a la
destrucción de la capa de ozono del mundo; usar un automóvil, o talar un árbol sin plantar otro en su lugar,
puede ayudar a desestabilizar el clima del mundo. El uso de un compuesto orgánico persistente como DDT en
la India puede causar contaminación capaz de poner en peligro la vida de la gente y otras formas de vida en
las remotas regiones polares, a medida que es transportado lenta pero constantemente a esas zonas por las
corrientes oceánicas y las corrientes de aire . Nunca antes ha sido tan grande la necesidad de los seres
humanos de aprender a vivir en un mundo.
Debemos reconocer, en primer lugar, que la globalización ecológica es el inevitable resultado del continuo
proceso de crecimiento económico y mundialización − o globalización − que no sólo une las economías del
mundo sino lleva los niveles de producción y consumo nacionales a un punto que pone en peligro los sistemas
ecológicos de la Tierra.
Los convenios multilaterales, desde el clima hasta la biodiversidad hasta el comercio en desechos peligrosos,
son todos partes del rompecabezas de cómo compartir el espacio ecológico (y económico) del mundo. Sus
negociaciones establecen las normas y los reglamentos − en efecto, la constitución de un nuevo acuerdo.
En segundo lugar, debemos reconocer que el Sur, más que nunca, está aprendiendo penosamente el costo que
un medio ambiente sucio significa para la salud. El modelo económico y tecnológico de Occidente es
altamente material, de alto consumo energético, y metaboliza enormes cantidades de recursos naturales,
dejando tras sí una huella de toxinas y ecosistemas altamente degradados y transformados. Y no obstante,
nosotros, en el mundo en desarrollo, estamos siguiendo este modelo de crecimiento económico y social,
creando un extraordinario cóctel de pobreza y desigualdad, codo a codo con economías en expansión,
contaminación y una destrucción ecológica en gran escala.
Los procesos de generación de riqueza a las claras impondrán creciente presión sobre los ecosistemas
naturales y generarán enormes cantidades de contaminación. Literalmente, cada ciudad en el Sur en rápido
proceso de industrialización está muriéndose por respirar aire limpio. Los estudios del Banco Mundial ahora
nos informan que cuando el producto doméstico bruto (PDB) de Tailandia duplicó durante los años 1980, su
carga total de contaminantes aumentó diez veces. Y un estudio conducido por el Centro para la Ciencia y el
Medio Ambiente basado en Nueva Delhi reveló que recientemente, al duplicar la economía de la India, la
contaminación de la industria cuadruplicó, y la contaminación de los vehículos aumentó ocho veces.
Hace falta una importante iniciativa tecnológica mundial para abordar el problema de la contaminación. Los
países en desarrollo necesitan tecnologías eficaces en función del costo para satisfacer sus necesidades de
desarrollo y de prevención de la contaminación. Un enfoque de amplias miras consistiría en alentar a las
naciones en desarrollo a evitar cambios incrementales en las tecnologías e imponer un cambio hacia
tecnologías limpias tales como células de combustible y células solares. Necesitamos un marco mundial para
apoyar esta transición, en el interés de todos nosotros.
En tercer lugar, existen ahora amplias pruebas para demostrar que el proceso de mundialización pasará por
alto o descuidará a miles de millones de personas pobres durante varias décadas, hasta que desarrollen la
capacidad de integrarse a mercados nacionales y mundiales. La calidad de vida para estos pueblos marginados
es francamente abismal. La falta de acceso hasta a necesidades básicas como agua potable limpia, alimento
adecuado y atención de la salud significa que casi un tercio de los habitantes en el mundo en desarrollo tienen
una expectación de vida de apenas 40 años. También es evidente que el problema de la pobreza rural en
grandes partes del mundo en desarrollo no es pobreza económica sino pobreza ecológica − la escasez de
recursos naturales para desarrollar la economía rural. Más de mil millones de habitantes viven en pobreza
absoluta, una gran proporción de los mismos en tierras degradadas. La regeneración de estas tierras jugará un
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papel clave en la tarea de revivir las economías locales, desarrolladas alrededor de la agricultura y la cría de
ganado. Esto a su vez requiere buena gestión de la tierra y del agua a fin de asegurar alta productividad de
árboles, pastos y cultivos.
Desgraciadamente, los estudios de pobreza ecológica son muy escasos, debido a que la mayoría de los
economistas no comprenden la gestión del medio ambiente ni la ordenación de los recursos naturales, y la
mayoría de los ambientalistas no comprenden la pobreza. En un mundo interdependiente, todos los habitantes
deberían poder disfrutar del derecho humano más fundamental − el Derecho a la Supervivencia. El desempleo
y la pobreza asolan a gran parte de la humanidad y la obligan a sufrir privaciones que no pueden tener
justificación moral, legal o socioeconómica alguna. Y sin embargo, los vastos números de desempleados o
personas insuficientemente empleadas, sobre todo en el Sur rural, nos brindan una extraordinaria oportunidad
para llevar a cabo una masiva empresa mundial para la regeneración ecológica y la restauración de la base de
recursos naturales de la cual los pobres dependen para su supervivencia. Si se les ofrece la oportunidad, las
comunidades de aldea en todas partes de América del Sur, África y Asia podrían sobrevivir mejorando su
medio ambiente y sus sistemas agrarios locales mediante la forestación, el desarrollo de pastizales, la
conservación del suelo, sistemas locales de cosecha de agua y desarrollo de energía de pequeña escala.
Necesitamos un programa mundial de gran envergadura para generar empleo para la regeneración ecológica a
fin de detener la pobreza y la degradación ecológica, dos de los peores males que asolan al mundo, y en última
instancia abolirlos por completo. Estos son los factores básicos del sueño que debería impulsar las
negociaciones en Johannesburgo. Para que la Cumbre pueda convertirse en un éxito − y es imprescindible que
sea un éxito − los líderes del mundo deberán reunirse no en desacuerdo sino para redactar el preámbulo de
esta nueva constitución mundial. Esto es lo menos que podemos hacer para nuestro futuro común .
LA POBREZA COMO PRODUCTO DE LA DESIGUALDAD SOCIAL
Diversos autores y tratadistas desde hace mucho tiempo atrás vienen abordando la problemática de las
desigualdades sociales. Las percepciones son obviamente distintas, dependiendo ello del punto de partida de
carácter filosófico, ideo−político y/o religioso. Sin embargo, en general, se considera que la desigualdad
social es la desigual distribución entre los grupos y clases sociales, sexos y razas de una sociedad nacional, de
por lo menos, lo siguiente: ingresos y consumo de alimentos, propiedad, derecho al trabajo, acceso a los
servicios básicos, poder político, movilidad social, estatus. Siendo la distribución desigual, el resultado es que
hay quienes tienen más y quienes tienen menos. Conocer cuánto más y cuánto menos, implica referirse a una
estructura social concreta en que hay diversidad de grados cualitativos.
La desigualdad se ha debatido históricamente desde el punto de vista ético, filosófico, pcrlítico. Los acentos o
énfasis en determinados aspectos relevantes de la problemática en referencia están asociados a la evolución
del pensamiento humano en lo ideológico, a la concepción del desarrollo y a las características propias de los
momentos histórico−culturales en la marcha de la humanidad.
Hay "lágrimas de cocodrilo" en torno a la desigualdad social a nivel de personas, instituciones y países. En el
fondo de la cuestión se plantea el problema permanente de la naturaleza humana y su vocación de poder y
dominación. Es un debate bastante antiguo y siempre actual. Los énfasis varían en relación con sus
componentes, algunos de los cuales son requerimientos y necesidades de los tiempos históricos que se viven.
En lo esencial, el problema de la desigualdad existe y es un desafío permanente para los hombres, los pueblos
y los sistemas socio−económicos vigentes.
En Occidente −y más específicamente en América Latina hay un largo proceso de búsqueda de la igualdad,
aunque en los tiempos en que vivimos hay en nuestra región un abismo entre el perfil real de las situaciones
nacionales y el perfil ideal, multifacético y difuso por la diversidad de percepciones, necesidades y
aspiraciones que se generan en el mundo convulsionado y tenso que vivimos. Esta diferencia abismal, está
motivando que en América Latina y el Caribe la mayoría de las, sociedades nacionales busquen por lo menos
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la equidad, que podría ser definida como "la seguridad de cada persona de contar con bienes y servicios en
proporción suficiente como para tener una vida libre de hambre y enfermedades y con razonable confort y
bienestar"'.
En el tercer mundo la mayoría de la población es pobre; y un cuarto de la población de los países altamente
industrializados está comprendida en una situación de pobreza. En ambos casos se reconoce, éticamente, que
tal situación debe ser superada y eliminada. Este planteamiento convergente (a pesar de la diversidad de
expresiones culturales, sistemas sociales y enfoques ideológicos) se debe al hecho de que, desde cualquier
perspectiva de análisis, la pobreza es el resultado o producto de algo que es sustancialmente desigual. La
desigualdad es "éticamente mala, socialmente injusta y económicamente no óptima'.
Hay algunos intentos de categorización de las desigualdades sociales en relación con América Latina y el
Caribe, se consideran cuatro categorías:
i. Desigualdades estructurales, que dependen de la naturaleza y características de los correspondientes
sistemas socio−económicos;
ii. Desigualdades sexuales, en cuanto desigual distribución de derechos y oportunidades que en sus respectivas
sociedades nacionales tienen mujeres y hombres;
iii. Desigualdades físicas, concernientes a la ubicación y condiciones geográficas, así como a la diversidad y
riqueza de recursos naturales; y
iv. Desigualdades por origen racial.
Así planteada la problemática global en cuestión, la pobreza es una de las manifestaciones de la desigualdad.
De esto se deriva, lógicamente, que en el supuesto de eliminarse la pobreza en un espacio físico y social
determinados, ello no conduciría automáticamente a la igualdad, si concurrentemente no se cumplieran otras
condiciones, cuya dimensión depende de los distintos niveles de percepción y de las opciones que se
asuman.Los bajos ingresos y aún su distribución desequilibrada no son, ciertamente, la única característica de
la pobreza rural. Esta es un fenómeno multifactorial, algunas de cuyas expresiones son las siguientes:
• −desigual distribución del ingreso
• −desequilibrio entre estructura económica y demográfica
• −desempleo y subempleo rural
• −bajos salarios agrícolas
• −mecanización agrícola
• −falta de organización de los trabajadores agrícolas
• −el uso de la tierra
• −el acceso a la tecnología
• −el acceso a los servicios de comercialización
• −acceso limitado a los servicios básicos, que conlleva restricciones en la utilización de los servicios
de salud, educación, vivienda, incluyendo también el suministro deficiente de agua potable y
alcantarillado, así como de los servicios de electricidad.
Al iniciarse la década de los ochenta, según las referencias de CEPAL, había en América Latina 147 millones
de pobres, de los cuales 80 millones correspondían a las poblaciones de las áreas rurales y 67 millones
correspondían a las poblaciones de las áreas rurales y 67 millones a las áreas urbanas. Esta fría y objetiva
comprobación, está indicando que la pobreza en América Latina es un fenómeno plenamente vigente y que no
ha sido reducida sustancialmente pese a los esfuerzos que se han realizado hasta ahora.
Esta situación −que vive causando cada vez más agudos conflictos sociales− está planteando a los gobiernos
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de los países de la región la urgente necesidad de definir acciones para eliminar la pobreza o por lo menos
reducirla.
A través de los pronunciamientos de los países en los foros regionales e internacionales, la pobreza no es
fenómeno accidental ni se da en forma homogénea en todos los países de América Latina y el Caribe y ni
siquiera dentro de un determinado país. Los diferentes niveles de percepción se dan cuando se trata de
identificar las razones de tal fenómeno y de proyectar acciones específicas orientadas a su eliminación o
reducción.
Independientemente de las distintas concepciones acerca de la pobreza, es un hecho real el fenómeno de la
pobreza rural. Es un hecho también que en el fenómeno concurren una serie de factores que se interrelacionan
entre sí y que son interdependientes y cuyos efectos de interrelación e interdependencia son muchos mas
agudos que la simple suma artirmética de sus componentes.
En la experiencia de América Latina, tal como lo refiere Hugo Fernández, se pueden identificar dos grandes
enfoques estratégicos para encarar el problema de la pobreza:
i. Enfoque estratégico−estructural y global, orientado a modificar sistemáticaMente y con acción
multisectorial, la complejidad de causas y manifestaciones de la pobreza.
ii: Enfoque estratégico de carácter reformista, orientado a superar la pobreza en una forma parcial y
fragmentaria, ya sea en específicas áreas geográficas pre−seleccionadas o mediante la eminiación de una o
más manifestaciones de la pobreza de un sector poblacional determinado.
En la perspectiva del primer enfoque estratégico, las sociedades nacionales deben definir e implementar
cambios estructurales profundos, en cuyo contexto la pobreza rural es asumida como parte de una estrategia
global de desarrollo económico, que incorpora a la población adulta al proceso productivo y hace accesible los
beneficios del desarrollo a todos los trabajadores.
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