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LA POBBEZA COMO PRODUCTO DE LA DESIGUALDAD SOCIAL
Diversos autores y tratadistas desde hace mucho tiempo atrás vienen abordando la
problemática de las desigualdades sociales. Las percepciones son obviamente distintas,
dependiendo ello del punto de partida de carácter filosófico, ideo-político y/o religioso.
Sin embargo, en general, se considera que la desigualdad social es la desigual
distribución entre los grupos y clases sociales, sexos y razas de una sociedad nacional,
de por lo menos, lo siguiente: ingresos y consumo de alimentos, propiedad, derecho al
trabajo, acceso a los servicios básicos, poder político, movilidad social, estatus. Siendo
la distribución desigual, el resultado es que hay quienes tienen más y quienes tienen
menos. Conocer cuánto más y cuánto menos, implica referirse a una estructura social
concreta en que hay diversidad de grados cualitativos.
La desigualdad se ha debatido históricamente desde el punto de vista ético, filosófico,
porlítico. Los acentos o énfasis en determinados aspectos relevantes de la problemática
en referencia están asociados a la evolución del pensamiento humano en lo ideológico, a
la concepción del desarrollo y a las características propias de los momentos históricoculturales en la marcha de la humanidad.
Hay -como lo expresa Malcolm Adiseshiah- "lágrimas de cocodrilo" en torno a la
desigualdad social a nivel de personas, instituciones y países. En el fondo de la cuestión
se plantea el problema permanente de la naturaleza humana y su vocación de poder y
dominación. Es un debate bastante antiguo y siempre actual. Los énfasis varían en
relación con sus componentes, algunos de los cuales son requerimientos y necesidades
de los tiempos históricos que se viven. En lo esencial, el problema de la desigualdad
existe y es un desafío permanente para los hombres, los pueblos y los sistemas socioeconómicos vigentes.
En Occidente -y más específicamente en América Latinahay un argo proceso de
búsqueda de la igualdad, aunque en los tiempos en que vivimos hay en nuestra región
un abismo entre el perfil real de las situaciones nacionales y el perfil ideal, multifacético
y difuso por la diversidad de percepciones, necesidades y aspiraciones que se generan
en el mundo convulsionado y tenso que vivimos.
Esta diferencia abismal, como lo plantea Hugo Fernández, está motivando que en
América Latina y el Caribe la mayoría de las, sociedades nacionales busquen por lo
menos la equidad, que podría ser definida como "la seguridad de cada persona de contar
con bienes y servicios en proporción suficiente como para tener una vida libre de
hambre y enfermedades y con razonable confort y bienestar"'.
En el tercer mundo la mayoría de la población es pobre; y un cuarto de la población de
los países altamente industrializados está comprendida en una situación de pobreza. En
ambos casos se reconoce, éticamente, que tal situación debe ser superada y eliminada.
Este planteamiento convergente -a pesar de la diversidad de expresiones culturales,
sistemas sociales y enfoques ideológicos- se debe al hecho de que, desde cualquier
perspectiva de análisis, la pobreza es el resultado o producto de algo que es
sustancialmente desigual. La desigualdad es "éticamente mala, socialmente injusta y
económicamente no óptima'12.
Hay algunos intentos de categorización de las desigualdades sociales. En una propuesta
tentativa de Aldo Solari, en relación con América Latina y el Caribe, se consideran
cuatro categorías:
i. Desigualdades estructurales, que dependen de la naturaleza y características de los
correspondientes sistemas socio-económicos;
ii. Desigualdades sexuales, en cuanto desigual distribución de derechos y oportunidades
que en sus respectivas sociedades nacionales tienen mujeres y hombres;
iii. Desigualdades físicas, concernientes a la ubicación y condiciones geográficas, así
como a la diversidad y riqueza de recursos naturales; y
iv. Desigualdades por origen racial.
Así planteada la problemática global en cuestión, la pobreza es una de las
manifestaciones de la desigualdad. De esto se deriva, lógicamente, que en el supuesto de
eliminarse la pobreza en un espacio físico y social determinados, ello no conduciría
automáticamente a la igualdad, si concurrentemente no se cumplieran otras condiciones,
cuyo dimenscionamiento depende de los distintos niveles de percepción y de las
opciones que se asuman.
De conformidad con los datos de la CEPAL4 al promediar la década del 80 unos 85
miuone de personas del sector rural vivirán a nivel de subsistencia en América Latina,
representando el 70% de la población agrícola de la región.
Los bajos ingresos y aún su distribución desequilibrada no son, ciertamente, la única
característica de la pobreza rural. Esta es un fenómeno multifactorial5, algunas de cuyas
expresiones son las siguientes:
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-desigual distribución del ingreso
-desequilibrio entre estructura económica y demográfica
-desempleo y subempleo rural
-bajos salarios agrícolas
-mecanización agrícola
-falta de organización de los trabajadores agrícolas
-el uso de la tierra
-el acceso a la tecnología
-el acceso a los servicios de comercialización
-acceso limitado a los servicios básicos, que conlleva restricciones en la utilización de
los servicios de salud, educación, vivienda, incluyendo también el suministro deficiente
de agua potable y alcantarillado, así como de los servicios de electricidad.
Al iniciarse la década de los ochenta, según las referencias de CEPAL, había en
América Latina 147 millones de pobres, de los cuales 80 millones correspondían a las
poblaciones de las áreas rurales y 67 millones correspondían a las poblaciones de las
áreas rurales y 67 millones a las áreas urbanas. Esta fría y objetiva comprobación, está
indicando que la pobreza en América Latina es un fenómeno plenamente vigente y que
no ha sido reducida sustancialmente pese a los esfuerzos que se han realizado hasta
ahora.
Esta situación -que vive causando cada vez más agudos conflictos sociales- está
planteando a los gobiernos de los países de la región la urgente einsosloyable necesidad
de definir acciones para eliminar la pobreza o por lo menos reducirla.
A través de los pronunciamientos de los países en los foros regionales e internacionales,
la pobreza no es fenómeno accidental ni se da en forma homogénea en todos los países
de América Latina y el Caribe y ni siquiera dentro de un determinado país. Los
diferentes niveles de percepción se dan cuando se trata de identificar las razones de tal
fenómeno y de proyectar acciones específicas orientadas a su eliminación o reducción.
Independientemente de las distintas concepciones acerca de la pobreza, es un hecho real
el fenómeno de la pobreza rural. Es un hecho también que en el fenómeno concurren
una serie de factores que se interrelacionan entre sí y que son interdependientes y cuyos
efectos de interrelación e interdependencia son muchos mas agudos que la simple suma
aritmética de sus componentes.
En la experiencia de América Latina, tal como lo refiere Hugo Fernández, se pueden
identificar dos grandes enfoques estratégicos para encarar el problema de la pobreza:
i. Enfoque estratégico-estructural y global, orientado a modificar sistemáticamente y
con acción multi sectorial, la complejidad de causas y manifestaciones de la pobreza.
II: Enfoque estratégico de carácter reformista, orientado a superar la pobreza en una
forma parcial y fragmentaria, ya sea en específicas áreas geográficas PRE-seleccionadas
o mediante la eliminación de una o más manifestaciones de la pobreza de un sector
poblacional determinado.
En la perspectiva del primer enfoque estratégico, las sociedades nacionales deben
definir e implementar cambios estructurales profundos, en cuyo contexto la pobreza
rural es asumida como parte de una estrategia global de desarrollo económico, que
incorpora a la población adulta al proceso productivo y hace accesible los beneficios del
desarrollo a todos los trabajadores.
En relación con el segundo enfoque estratégico, las sociedades nacionales deben definir
e implementar algunos cambios que sean necesarios, pero que sean también coherentes
con la naturaleza y características del vigente sistema socio-económico. No puede
esperarse, por tanto, cambios estructurales profundos, sino mejorar cualitativas y de
optimización de las opciones asumidas por la prevaleciente estrategia de desarrollo
económico.
En el panorama regional: Cuba, Perú -en lo que llamó "la primera fase de su Proceso
Revolucionario" (1968-1975)- y más recientemente Nicaragua, en la intencionalidad
política del Proceso de la Revolución Popular Andinista, instaurado el 19 de julio de
1979, son países que asumieron el primer enfoque estratégico. La gran mayoría de los
gobiernos de los países de América Latina y el Caribe han asumido el segundo enfoque
estratégico, aunque ciertamente es pertinente subrayar la diversidad de matices en el
orden de perfiles culturales y sustentaciones ideo-políticas.
Una de las alternativas más caracterizadas, en relación con el segundo enfoque
estratégico, es lo que se ha dado en llamar el desarrollo rural integrado.
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