PALABRAS DEL SEÑOR NUNCIO APOSTOLICO MONS. CHRISTOPHE PIERRE, EN EL FORO “ESCUELA EN PASTORAL”, ORGANIZADO POR EL ENCE Y LA CONFEDERACION NACIONAL DE ESCUELAS PARTICULARES. (SABADO 9 DE ABRIL, CENTRO UNIVERSITARIO MEXICO, CIUDAD DE MEXICO). Muy buenas tardes a todos. Me alegra mucho el poder dirigirme a Ustedes en la clausura de este foro: “Escuela en Pastoral”. Agradezco la invitación del Hermano Marista, Lic. Alexandro Aldape, Presidente de la Confederación de Escuelas Particulares, así como a los ponentes que me han precedido. Les felicito a todos. Celebro una convocatoria para pensar cómo la escuela puede ser un lugar en el que no solo se adquieran conocimientos o se desarrollen facultades o habilidades, sino que también se suma la responsabilidad de aprender a construir y buscar el bien concreto de, y para otras personas. ¡Aprender a ser pastores, a ver por los otros, es ayudar a vivir la solidaridad, el bien común y la mejora continua de todos, en todo! ¡Esta es una tarea urgente! Cuando nos proponemos un reto de esta naturaleza, de tan alta dignidad, “damos al clavo” –como dicen ustedes los mexicanos- en el asunto educativo. Educar, es también aprender a hacerse cargo de las realidades humanas, de las personas concretas, de su medio ambiente y desarrollo, de su devenir, pero sobre todo en la comprensión de lo que son y están llamadas a ser. Es coadyuvar con cada una para que pueda vivir en relación, con capacidad de encuentro, diálogo y por supuesto entrega y claro sentido. Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos. “Una escuela en pastoral” debe ser antes que nada una ¡escuela! Una comunidad que privilegie la reflexión, -o mejor aún- el discernimiento: debe ser un espacio de comprensión de lo humano, del cosmos, y por supuesto de Dios. Lo anterior, además de exigir actividades y la planeación de lugares, materiales y procesos, supone el educar en la escuela, la contemplación y el respeto a la realidad dada en el encuentro de la naturaleza y la cultura. Puede ser que la palabra “pastoral”, para muchos sea un sinónimo de actividad, y por supuesto tiene que ver con ello. Pero tenemos que detenernos a reflexionar sobre qué tipo de actividad debe promover la escuela. Ustedes saben que suelo detenerme a conversar con directores y maestros de escuelas, públicas o privadas, cuando tengo la oportunidad. A veces me da la impresión de que están muy ocupados con las cuestiones de la educación, pero no en los destinatarios de ella. En muchas ocasiones las descubro enganchadas con las problemáticas de la administración y la gestión escolar, con aspectos más vinculados al mercado y a las regulaciones oficiales –que ciertamente hay que ser responsables de ellas-, y pocas veces ocupadas de lo fundamental, del alumno y del sentido de la educación que sólo puede darse en el ejercicio del recogimiento, el silencio y las entrega. La “escuela en pastoral” debe entonces poner al centro la persona del educando. ¿Cómo podemos emprender un camino de servicio para educarles más y mejor? ¿Cómo podemos enseñarles a vivir en relación con los demás en una dinámica verdaderamente humana que supone acompañamiento y generosidad? ¿Cómo ayudarle no sólo para que sepa más, sino para que sea más plenamente persona, como diría San Juan Pablo II? ¿Cómo acompañar a los alumnos –e incluso a los maestros- para comprender realidades básicas de la vida como el dolor, el sufrimiento, la frustración, la alegría, el gozo, la belleza, y por supuesto la verdad que viven a diario, en la casa, la miasma escuela y la sociedad que habitan? A ustedes directivos, los invito a bajar a los salones, a dialogar con los maestros y alumnos, cotidianamente, para escuchar qué piensan, qué perciben, que proponen. No es suficiente “echar a andar” diariamente la maquinaria escolar, sino que debemos empeñarnos en, además, atender con detenido celo la función esencial del maestro que es la de acompañar a cada estudiante en su proceso personal, complejo, ¡existencial!, de aprendizaje y desarrollo. La “escuela en pastoral” implica entonces ocuparse cada vez más de la persona concreta del educando, de su camino, de sus tiempos, de sus situaciones familiares, sociales, culturales, pero principalmente de ayudarles a discernir con cuidado las circunstancias de la vida, sus desafíos y por supuesto la valoración de ellas. Queridos directivos y maestros; queridos padres de familia y representantes de la autoridad civil, empresarios y líderes sociales: un mundo nos espera, el mundo del diálogo y el encuentro para educar a los niños y jóvenes en todo espacio formal y no formal. Para educar a un niño, bien se dice que requerimos a toda la sociedad. No es un asunto meramente escolar y/o familiar. Tenemos que romper, en cierto sentido, las bardas de la escuela, para ir más allá. La educación es toda la vida, en todos los aspectos, no solo en la edad infantil o juvenil. La escuela, pública o privada, como institución, tiene mucho que ofrecer. Tiene mucho que servir más allá de sus muros. Integrarla en su entorno social es muy importante. No sólo a través de prácticas sociales asistenciales o filantrópicas, sino principalmente en el área misma de la educación. ¡Cuánta gente no entiende el sentido de la verdad! ¡Cuánta gente no ha sido formada en la generación de belleza o en la búsqueda de la unidad! ¡A cuánta gente le hace falta el sentido de la existencia y la trascendencia! ¡Cuánta gente vive atrapada en su soledad, en sus propios mundos! ¡Cuánto necesitamos enseñar la generosidad y la lógica de la gratuidad –como insistía el querido Papa Emérito Benedicto XVI, y ahora el actual Papa Francisco-! Sí, la escuela tiene mucho que dar. Tiene el gran reto de generar una cultura que, en México, tiene una resonancia particular. Nos decía el querido Papa Francisco a los obispos en la Catedral de la Ciudad de México: unidos a Cristo hemos de contribuir a la unidad de nuestro Pueblo; favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; promover la solución de sus problemas; recordar que la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo; ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias: “motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo”. Creo que esto no sólo es exigible a los Obispos, sino también a ustedes responsables de tantos centros educativos. Estamos llamados a responder a esta realidad llamada México, llamada mundo, -sí, tenemos una responsabilidad muy especial en ella-, somos todos, los que en este Cambio de Época, debemos construir un andamiaje educativo que dé por resultado una cultura más humana, más fraterna, más justa e incluyente. Agradezco y valoro los esfuerzos que hacen en el mundo de la educación. Los animo a redoblar sus esfuerzos y a profundizar siempre más en ellos. Muchas felicidades y muchas gracias.