SALUD EXTREMADURA 5 Febrero de 2006 OPINIÓN LA COLMENA Donde habita el olvido E ra un hermoso día de un incipiente verano. Esa mañana ninguna nube en el azul cielo inmaculado de una pequeña y alegre aldea de casitas, de casitas hechas con Jesús Pelazas rudas manos, manos Hernández que arrancan piedras a la cantera de granito como si de un parto laborioso se Médico tratara o que son capaces de transmitir el mayor de los amores con su rasposa caricia. Aún no era mediodía cuando un grito de dolor, de infinito dolor lleno de amor, rompió la paz de aquel hermoso día. Tras él, un llanto virgen. El llanto de quien lo hace por primera vez. Un llanto sin lagrimas que sólo calma el regazo y la voz de quién te tuvo en sus entrañas. Aquel día nació él. Él no lo sabía pero como si de una matriuska se tratara, con él, nací yo, y de mi lo hicieron mis hijos… Nada hizo presagiar lo que 65 años después sucedería… ¿Dónde vas papá?... Eh! ¿Yo?... No te lo vas a creer pero no me acuerdo. Así empezó todo y con ese comienzo nació también el final. De nuevo un hermoso día de un incipiente verano. De nuevo ninguna nube en el azul cielo. Tampoco esta vez había llegado el mediodía cuando un grito de dolor, sordo esta vez, pero también lleno de infinito amor rompió la paz de aquel hermoso día. El llanto que vino después ya no era virgen, otros llantos habían sucedido en el devenir del tiempo. Ese llanto derramó lágrimas. Al principio sólo una, contenida, no deseada, casi abortada… como debió ser abortada aquella maldita palabra. Placer crónico ALZHEIMER. Esas nueve letras estallaron en mi cerebro. Ya no quise contener más tiempo la siguiente lágrima. Ya no deseaba abortarla entre mis párpados. A esta lágrima la siguieron otras hasta convertirse en llanto, en lamento, en desolación. Son sólo nueve letras. Nueve letras como dilección, adoración o idolatría… como arquetipo o autoridad… como antecesor… como patriarca. Aquel día, en aquella fría e impersonal consulta, sentí que “nunca jamás” volvería a ser el niño, el hijo… Aquel día, en aquella fría e impersonal consulta, me fueron transferidos los aperos. El maestro de forma obligada e inconsciente cedía el paso, tomé la alternativa, me tuve que emancipar. Otra vez nueve letras. Emancipar: “libertar de la patria potestad, tutela o de la servidumbre”. Acordé un tratamiento para intentar paliar las carencias que lentamente van apareciendo. Todo sucede como en uno de esos enormes castillos de dominó que una vez derribas la primera ficha poco a poco van cayendo todas, más o menos lentamente, pero van cayendo, una tras otra, de una forma inexorable… sumiendo a todos los que le rodean en una profunda aflicción. Aflicción. Otra vez nueve letras. Hoy me ha sonreído al verme y como si de un niño de dos años se tratara, ha alargado sus temblorosas manos y cogiendo mi cara entre ellas, me ha besado. Es un beso limpio, sin segunda intención pues es incapaz de elaborar ningún pensamiento, retorcido o no. Ya “sólo” siente. Todo en él está lleno de sentimiento: sus sonrisas, sus besos, sus caricias… Él ya no lo sabe pero como si de una matriuska se tratara, con él, nací yo, y de mi lo hicieron mis hijos… A mis compañeras del San Pedro S oy Ascensión Borda Bejarano, Choni, para las personas que me conocen. Mi profesión es Auxiliar de Enfermería, con plaza en propiedad en el HospiAscensión Borda tal San Pedro de Bejarano Alcántara de Cáceres. Hace poco tiemAuxiliar po que he pasado a de Enfermería ser jubilada por enfermedad. Muchas de vosotras, compañeras, ya lo sabéis, pues nos seguimos viendo por las calles e incomparables rincones de Cáceres. Empecé muy joven a trabajar, y he conocido a muchas compañeras: unas que son hoy día amigas; y otras que se marcharon fuera de nuestra región para consolidar su puesto de trabajo, o bien porque se trasladaron a otra provincia al contraer matrimonio. Tengo muy buenos recuerdos de los momentos que he vivido en mi puesto de trabajo, tanto en experiencias vividas con el usuario, como con vosotras. Me quedo con lo mejor que me ha pasado en toda mi trayectoria profesional. Mi enfermedad me impidió ir al homenaje que el Servicio Extremeño de Salud ofreció a los profesionales jubilados en 2005. Cuando recibí la invitación para acudir al evento, no pude agradecer el detalle. Es por ello que aprovecho este espacio para mostrar mi agradecimiento a los responsables y organizadores de este sentido homenaje, y a nuestro Servicio de Salud. No quiero que consideréis estas líneas como una despedida, son simplemente un ¡Hasta pronto! J osefa, Pepi, como la llama Juan, su esposo desde hace 17 años, se ha levantado a las 7:15 a.m., se ha recogido el pelo y dejado unos tirabuzones sueltos como ya hiciera antaño Manuel Jiménez cuando conoció a su Rodríguez marido en una fiesta de cumpleaños de su amiga Lola. Se ha limpiado las cremas Médico y de la noche, pintado psicólogo la raya del ojo, y, de colorete para sus labios ha elegido el rosa fuerte con el que Luís, su compañero de oficina, le suele decir que qué labios tan bonitos tiene. A las 7.45 ha buscado en su bolso marrón grande las llaves del coche y, después de recoger la bandeja que sus hijos dejaron anoche en la cocina y hacer la cama y asomarse a la habitación de los niños, como hace siempre desde que se emanciparan de la cuna, han salido juntos, hablando del sábado, mañana, que se van a Sevilla a ver a su hermana y a salir juntos por la noche, al teatro que tanto le gusta a ella. A las 8:05 llegó Luís a la oficina, con López, el subdirector que siempre van y vienen juntos y la miró con sonrisa de hombre tierno, a sus labios, y le dijo cuán guapa iba hoy, también con su blusa de rosas y su pantalón de pana. La mañana ha estado llena de clientes a los que ha escuchado, sonreído a muchos, despachado diplomáticamente a otros, tantos que apenas si ha tenido tiempo para pensar en la hora, ya las 2:00, p.m. cuando cierran al público y llamó Laura, su hija, para decir que el niño, Andrés, no quería brocha comer porque tenía fiebre. Y ella se puso y le explicó que mamá iría pronto y que le haría las natillas que a él tanto le gustan y lo arroparía mucho para que sudase y se pusiese bueno y vendría Jesús, el médico que viene siempre cuando la abuela se pone malita. Por la tarde salió con Laura a ver unos pantalones de rebajas para las dos. Y se probaron muchos, y Laura vino refunfuñando porque no cabía en la misma talla que antes. También vieron zapatos y unas botas altas que le hacen juego con la falda vaquera. Y al llegar a casa a Juan no le gustó que viniesen tan tarde. Casi hubo bronca. A las 23:30 se fue a la cama, la llevó Juan porque se había quedado dormida con el libro de Ruiz Zafón, mientras él veía En esta casa no hay quien viva. Sintió cómo la arropaba y le daba un beso de buenas noches y le decía que la esperaba mañana, despierta, en Sevilla, que se iba a enterar. Pepi soñó aquella noche. Y se despertó junto a Juan. Y lo abrazó. Se sintió aliviada por su descanso, contenta porque era sábado. Un fin de semana más de una semana más. Hizo la maleta con ganas, eligiendo con cuidado sus trapos preferidos y el tanga que más le gusta a él. Pepi no sabe del fin de éste, su placer crónico. Pepi no sabe todavía que dentro de dos años le dirán que padece fibromialgia. Vive ajena a la otra rutina, a la de tanto esfuerzo para tan poco. A levantarse con la sensación de no haberse acostado, a lo duro de moverse, al poco valor de las cosas, a su cuerpo extraño, como de otro, dolorido y cansado, a la desesperanza, al peregrinaje de promesas que no satisfacen y de profesionales que no comprenden. Antonio Gómez