FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE El Sr. Cardenal Arzobispo de Santiago pronunció una importante homilía dirigida al Clero de la Arquidiócesis de Santiago en la misa de Jueves Santo, en la Iglesia Catedral. Constituye un documento de particular importancia doc· trinal 11 pastoral relativo al sacerdocio, 11 con su a1TUlbleconsentimiento hemos querido reproduoirlo en TEOLOGIA y VIDA encabezando este número que cierre la serie dedicada a ese te1TUl. o n un mundo centrado en el Hombre, convencido de su grandeza y preocupado de su porvenir, ¿cuál es la función del sacerdote? En la hora de la técnica, del desarrollo de las ciencias y de la conquista del espacio, ¿vale aún la pena ser sacerdote? En una patria abocada al cambio de estructuras, donde los mejores ciudadanos se comprometen en la solución de los problemas sociales, económicos y politicos, ¿qué hace el sacerdote? Nadie ya se resigna a ser el hechicero de tribus marginadas del impulso de la historia. Ni magia, ni religión de enajenación de la vida. En realidad la vida actual del hombre nos impone una reflexión en profundidad sobre nuestra vocación. El Vaticano II ha aportado ricos elementos de doctrina. Nos detenemos en algunos para tratar de iluminar el sentido de esa figura misteriosa que es el sacerdote de Cristo en la ciudad del Hombre. Vamos a presentar aquí algunas luces sugestivas sin la pretensión de desarrollar doctrinalmente su contenido. Lo haremos en tres planos complementarios: el de la fundamentación doctrinal; el de la reflexión espiritual; y el de la sugerencias de renovación en el estilo de vida sacerdotal. o Significado de las siglas empleadas en este artículo: LG SC GS PO = = = = Lumen Gentium, Constitución dogmática sobre la Iglesia. Sacrosanctum Concilium, Constitución sobre la sagrada Liturgia. Gaudium et Spes, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Presbyterorum Aordinis, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros. CARD. RAUL 4 SILVA HENRIQUEZ SERVIDOR DEL HOMBRE El mejor fundamento doctrinal para una reflexión de actualidad sobre el sacerdocio ministerial lo proporciona el Concilio Ecuménico Vaticano II en las grandes líneas de toda su doctrina, que se presenta como el mensaje de respuesta del Evangelio a las ansias contenidas en los actuales signos de los tiempos. Es necesario asimilar este mensaje conciliar si queremos ser portadores d"l la coherencia del Evangelio con la hora en que vivimos. Voy a indicar tr,es aspectos, que creo de especial importancia en este mensaje: la unidad de la historia; la universalidad del sacerdocio; y la sacramentalidaJ eclesial. Los tres aspectos llevan a subrayar la función y la actualidad del sacerdote, presentándolo en definitiva como un indispensable servidor del hombre en su tarea histórica. a) UNIDAD DE LA HISTORIA. El Concilio ha movido todo su esfuerzo de reflexión alrededor de dos categorías: "el Mundo" y "la Iglesia". De ambas ha dado una visión renovada, que trae como consecuencia 1<1 reforma de toda una mentalidad que se había venido superponiendo a la revelaci6n de la salvaci6n (cfr. CS. 2; LC. c. 1). El Mundo y la Iglesia no son dos realidades contrastantes; la naturaleza y la gracia, los compromisos temporales y la vida de fe, la cr,eación y la redenci6n, no se deben concebir en forma dualista. El Concilio ha venido a superar definitivamente una peligrosa visi6n dicotómica de la realidad: "el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época" (CS. 43). El Mundo es el "teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias" (CS. 2); es fruto del amor de Dios Padr,e, que lo cre6 y lo conserva, y lo ama tanto, a pesar del pecado, que envía su Unigénito para salvarlo. La Iglesia es el gran Sacramento de este Mundo, es decir: "la señal e.instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Le. 1). La Iglesia y el Mundo están relacionados entre sí como el fermento y la masa en una unidad diná.nica en construcción. Tal unidad se va realizando en la historia, lugar de encuentro de la naturaleza y de la gracia. La venida de Cristo con su Pascua salvadora ha hecho que la historia universal lleve en sí misma, como fermento de su propia marcha, la historia de la salvación. Por eso la Iglesia y el Mundo están empeñados en una única tarea definitiva: la plena realización de la vocación del Hombre. FIGPRA CONCILIAR DEL SACERDOTE 5 La Iglesia se presenta así con todos sus elementos institucionales (en particular con ,el sacerdocio ministerial), como la "sirvienta de la Humanidad", según ha dicho el mismo Pablo VI. Todo, en esta tierra, está al servicio del Hombre; todo debe concurrir a la feliz realización de la historia humana. La perdición del Mundo o el fracaso de la historia, sería la derrota de Dios. La Iglesia ha sido instituida para que esto no suceda; por eso ella misma debe estar comprometida en el Mundo con fidelidad a su propia vocación: y por eso el sacerdocio ministerial no será nunca un anacronismo en la vida humana, sino un elemento históricamente indispensable de su marcha. b) UNNERSALIDAD DEL SACERDOCIO. En la constitución dogmática "Lumen Gentium" el Concilio ha definido la Iglesia fundamentalmente como "Pueblo de Dios". Es éste un dato de especial alcance doctrinal, que echa abundantes luces sobre el objeto de nuestras rel1eXÍones. En una Iglesia considerada primordialmente como Pueblo de Dios queda afirmada la primacía de "la vocación" bautismal, al servicio de la cual existen "las vocaciones" eclesiales diferenciadas según los múltiples ministerios y carismas. En particular queda afirmado el valor fundamental del "sacerdocio común"', para cuyo funcionamiento es indispensable el "saoerdocio ministerial". Los sacerdotes jerárquicos están al servicio del Pueblo cristiano: "su ministerio... tiende a que toda la ciudad misma redimida, es decir, la congregación y sociedad de los santos, sea ofrecida como sacrificio universal a Dios por medio del Sumo Sacerdote, que también se ofreció a sí mismo en la pasión por nosotros, para que fuéramos cuerpo de tan grande cabeza (s. Ag.)" (PO. 2). Aparece, ,entonces, toda la actividad ministerial del sacerdocio jerárquico como un especial esfuerzo profético, sacramental y pastoral, para hacer que la vida misma de los bautizados, más aun de todos los hombres, sea incorporada al acontecimiento pascual de Cristo, Sumo Sacerdote, llevando, en definitiva, la historia humana a tener un aspecto litúrgico de alabanza a Dios Padre: "el fin que los Presbíteros persiguen con su ministerio y vida es procurar la gloria de Dios en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciban consciente, libre y agradecidamente la obra de Dios, acababa en Cristo, y la manifiesten en Sil vida entera" (PO. 2). Así el Concilio, después de habernos proclamado que el cristianismo no es una realidad ajena a la historia, sino su fermento que forma una unidad vital con ella, nos presenta la necesidad de impulsar en la historia el aspecto que constituye su sentido supremo: el de llegar a ser la respuesta litúrgica de la Humanidad en el diálogo religioso que inició Dios Padre en la creación. El saoerdodo ministerial se presenta, pues, como una fuerza especial del Pueblo de Dios al servicio de la vocación sacerdotal común de los bautizados; y el sacerdocio común de los bautizados se presenta como la fuerza mística de la historia al servicio de la suprema vocación litúrgica del hombre en el universo: "los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo... para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien CARD. 6 RAUL SILVA HENRIQUEZ las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cfr. 1 Petr. 2, 4-10). Por ello ... han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cfr. Rom. 12,1); han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y, a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cfr. 1 Petr. 3, 15)" (LG. 11). Esta visión de la universalidad radical de la vocación sacerdotal nos lanza más allá de todo peligro de ritualismo y de magia e incorpora nuestra función ministerial en la contextura viva de la historia de todos los días para que el trabajo y el progreso del hombre, sus amores y sus dolores, tengan un verdadero valor litúrgico, en participación de la existencia concreta del Verbo encamado que, al recapitular todas las cosas en sí, las revistió finalmente a todas de un agradable sabor sacerdotal. El sacerdote, pues, no es un hechicero pasado de moda, sino el servidor litúrgico de todo el acontecer humano, de su progreso, de sus derrotas y de sus conquistas. c) SACRAMENTALIDAD ECLESIAL. La tercera consideración conciliar que queríamos proponer como particularmente iluminadora de la figura del sacerdote es la afirmación del aspecto mistérico de la Iglesia: el Pueblo de Dios es, aquí en la tierra, el Sacramento del Señor resucitado, es su Cuerpo místico. La resurrección y ascensión a los cielos no son una enajenación de Cristo de la historia, sino un modo nuevo de venir a ella; y así el Señor está realmente presente de múltiples maneras (SC. 7) en la vida cotidiana. El signo sensible y eficaz supremo de esta presencia del Señor es la Iglesia misma como comunidad peregrinante. Este aspecto mistérico o sacramental de la Iglesia peregrinante pone al centro de nuestra historia al Señor mismo: El está presente en toda acción salvadora, El es el profeta, el liturgo y el pastor, El es la vida de todos los justos, El es siempre la esencia viva del cristianismo; los bautizados son su "Cuerpo místico", viven de su gracia y están puestos en las naciones como signo e instrumento pala manifestar y comunicar a todos la novedad de su pascua salvadora. En esta sacramentalidad eclesial hay diferentes funciones; entre ellas "la principal, sin duda, es la función sacramental de la jerarquía reservada a algunos elegidos de entre el Pueblo de Dios y consagrados por el sacramento del orden para ser signo e instrumento de la función que desempeña Cristo como "cabeza" de la comunidad eclesial. Se trata de un ministerio orgánico que hace posible en todo tiempo y lugar la venida y la presencia real del único Sacerdote de la Nueva Ley, Jesucristo el Señor. El primer paso, pues, de la Venida de Cristo empieza en el ministerio del sacerdocio jerárquico, que actúa como sacramento iniciador y coordinador de la presencia real del Señor en la tierra. FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE 7 El Vaticano II ha querido subrayar, con particular insistencia, que este aspecto mistérico del sacerdocio jerárquico se realiza en forma colegial. No es ni el Papa solo, en la Iglesia universal, ni cada Obispo solo, en su Iglesia particular, quien constituye el "sacramento" de Cristo-Cabeza; tal sacramento es una pequeña comunidad, un cuerpo, un colegio de ordenados. Aquí, en nuestra Iglesia de Santiago, Cristo-Cabeza de la comunidad, está presente y actúa su salvación a través de un cuerpo sacerdotal constituido por el Obispo y los Presbíteros de la diócesis, que formamos una unidad sacramental, encabezada y orientada por el Obispo que ha recibido la plenitud del sacramento del orden con la misión, dentro del colegio de todos los Obispos, de apacentar esta particular porción del Pueblo de Dios. . Todos los que formamos este cuerpo ministerial somos sacramentalmente "El Sacerdote" que manifiesta y comunica a los habitantes de esta región la actividad salvadora de Cristo-Cabeza. Esto trae toda una renovación en la modalidad de vivir y realizar el ministerio sacerdotal que deberá movernos a más reuniones y más profundo diálogo sobre la renovación de nuestra vida sacerdotal. Debemos vivir colegialmente comprometidos entre dos grandes centros de servicio que impulsan nuestra función mediadora: el pueblo de Santiago, al cual servimos todos en conjunto, y Cristo Sumo Sacerdote, al cual representamos sacramentalmente todos en conjunto. ESPOSO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA El sacerdocio jerárquico desempeña en la Iglesia el ministerio de la comunidad (LG. 20). Cristo ha puesto a los Apóstoles como "fundamento" de su Iglesia, como "roca" sobre la cual está edificada su Comunidad; los ha establecido "pastores" de su grey. Estas diferentes imágenes ("fundamento, roca, pastor") del ministerio de la comunidad, quizás sean todas superadas por otra imagen más humana, que expresa con mayores posibilidades psicológicas la tarea de los Apóstoles en el Pueblo de Dios: ser los "esposos" de la Comunidad. Cristo mismo es presentado en el sagrado texto precisamente como el Esposo de la Iglesia. Así las tareas del ministerio de la comunidad s:., nos presentan con los compromisos, los entusiasmos y los sacrificios de los enamorados, y nos insinúan con mayor facilidad algunas sugerencias de espiritualidad sacerdotal. A la luz de la imagen bíblica de nuestras nupcias con la Iglesia de Santiago, quisiera proponer ahora algunas reflexiones de espiritualidad acerca de la caridad pastoral, de nuestra consagración y presencia en el mundo, y de una especial necesidad de contemplación. 8 a) CARIDAD CARD. RAUL SILVA HENRIQUEZ PASTORAL. El alma de la vida sacerdotal y el eje de toda la espiritualidad del mml'ireno en la Iglesia es la caridad pastoral: "para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el cuerpo" (Le. 18). Pues bien: la caridad pastoral tiene como objetivo concreto la triple tarea de congregar por la palabra al Pueblo de Dios, santificarlo y conducirlo por Cristo en el Espíritu a Dios Padre (cfr. PO. 4, 5, 6). Esto hace que la caridad pastoral sea vivida de una forma dinámica que reviste de un especial aspecto "misionero" al ministerio sacerdotal. El afán misionero no es patrimonio exclusivo de los que van a naciones paganas para anunciar el Evangelio, sino que debe ser hoy la manifestación normal de toda caridad pastoral. He aquí un elemento de renovación en nuestra espiritualidad, que, gracias a Dios, se está intensificando en nuestra Iglesia palticular, y que debe ser considerado más a fondo para impulsar y coordinar nuestra apremiante pastoral. La triple función sacerdotal de profecía, de liturgia y de conducción espiritual debe estar empapada de espíritu misionero. El Concilio ha subrayado cierta prioridad y cierta jerarquía en las tres funciones ministeriales; esto hay que tomarlo en cuenta en la intensificación de nuestro espíritu misionero. El Vaticano II hace una afirmación categórica de "prioridad" en la función profética de evangelización: "enh"e los oficios principales de los obispos sobresale la predicación del Evangelio" (Le. 25); "el Pueblo de Dios se congrega primeramente por la palabra de Dios vivo;... los presbíteros, como cooperadores que son de los obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos el Evangelio de Dios ... " (PO. 4). Y, por otra parte, el Vaticano II hace una afirmación explícita de "principalidad" de la función litúrgica en la celebración eucarística: "en el misterio del sacrificio eucarístico los sacerdotes cumplen su principal ministerio" (PO. 13; cfr. Le. 28); "por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, mediador único, que, por manos de ellos, en nombre de toda la Iglesia, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor mismo retorne. A esto tiende y en esto se consuma el ministerio de los presbíteros" (PO. 2). Hay, pues, en el dinamismo misionero de nuestra caridad pastoral una prioridad profética y una principalidad litúrgica que se deben armonizar en una acción pastoral "que comienza por la predicación evangélica, que saca su fuerza y virtud del sacrificio de Cristo, y que tiende a que "toda la ciudad misma redimida, es decir, la congregación y sociedad de los santos, sea ofrecida como sacrificio universal a Dios" (PO. 2). Un auténtico espíritu misionero debe mover más nuestra caridad pastoral llevando hacia una solución armónica ciertos conflictos surgidos entre lo que se suele apellidar "evangelización" y "sacramentalización", no con la preocupación de FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE 9 defender una modalidad ritualista ya definitivamente superada, sino para conglobar todo el esfuerzo ministerial hacia la plenitud de la liturgia, que debe llegar a ser, por la triple tarea ministerial, la expresión suprema de la historia humana, que da su verdadero y definitivo sentido al universo. b) CONSAGRACION y PRESENCIA. Hay en la vida sacerdotal una condición, a primera vista paradójica: por un lado, los sacerdotes son consagrados y como segregados del mundo, y, por otro, deben estar verdaderamente presentes en el mundo para un continuo servicio del hombre."Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y ordenación, son ciertamente segregados ~n cierto modo en el seno del Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del Pueblo mismo ni del hombre, sino para consagrarse totalmente a la obra para que el Señor los llama" (PO. 3)_ El Concilio nos presenta en forma equilibrada la doctrina de esta situación sacerdotal, en la que reconoce la fuerte distinción de los dos aspectos, no para insinuar una antítesis, sino para subrayar una unidad de tensión. Los sacerdotes "viviendo en el mundo, sepan siempre que, según la palabra del Señor, maestro nuestro, ellos no son del mundo" (PO. 17). No es siempre fácil traducir a la vida práctica el equilibrio de esta doctrina. El sacerdote debe encontrar vitalmente una justa actitud de presencia en el mundo: "la misión de la Iglesia se cumple en medio del mundo, y los bienes creados son absolutamente necesarios para el provecho personal del hombre" (PO. 17). Pero debe conservar en el mundo su característica de consagrado "y rechazar cuanto dañare a su misión" (PO. 17). Sin duda una de las grandes fuerzas renovadoras del Vaticano II es, como ya dijimos, la nueva manera de ver las relaciones mutuas de la Iglesia y del mundo. Esto significa que en toda la espiritualidad cristiana y, en particular, en la espiritualidad sacerdotal se impone una reestructuración de la formación y de los métodos de vida espiritual. Es este un punto delicado, de extraordinaria importancia. Ciertas visiones doctrinales que influyen en la espiritualidad, cierta manera de orar, cierta metodología ascética, no están de acuerdo con la nueva modalidad de presencia de la Iglesia en el Mundo de hoy. Esto produce una crisis en la espiritualidad de los sacerdotes que puede ser calificada, sobre todo, de inseguridad doctrinal, despreocupación de la oración personal, olvido de la mortificación y de las ascesis. El sacerdote debe estar presente en el Mundo como "consagrado"; y la consagración tiene sus exigencias ineludibles, aunque se deba hoy cultivar con una metodología renovada. Ciertas maneras de orar y de mortificarse implicaban claramente una visión dualista de la Iglesia y del Mundo. 10 CARD. RAUL SILVA HENRIQUEZ La renovaClOn del Concilio, al suprimir esa dicotomía, no nos convida a suprimir o a menguar la oración y la ascesis, sino a realizarlas en conformidad con el nuevo mensaje conciliar. He aquí un tema abierto a la reflexión y a las discusiones sacerdotales: el robustecimiento de nuestra oración y de nuestra ascesis en conformidad a la renovación del Vaticano 11. Al sugerir estos debates de espiritualidad quiero recordar un elemento de particular importancia para el planteo mismo de la cuestión; se trata del valor santificante, ascético y místico, de la misma acción pastoral. En ella hay una fuerte presencia de Cristo salvador, que suministra especiales posibilidades para la oración y para la ascesis. Lo importante es saber captar, con la energía de la fe, todo el contenido salvador de la acción apostólica: "al ejercer el ministerio del Espíritu y de la justicia, como sean dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y guía (los sacerdotes), se afirman en la vida del espíritu; y es así que por las mismas acciones sao gradas de cada día, así como por todo su ministerio entero, que ejercen unidos con el Obispo y los Presbíteros, ellos mismos se ordenan a la perfección de vida" (PO. 12). e) NECESIDAD DE CONTEMPLACION. Todo lo que acabamos de insinuar exige con urgencia una entrega de todo el cuerpo sacerdotal de Santiago en su conjunto y de cada sacerdote por sí mismo a una peculiar actividad de contemplación, que es oración, reflexión, estudio, discusión y programación. Como nunca, quizás, ha habido más necesidad entre los pastores de una intensa labor contemplativa. El Concilio ha venido a volcar tantas posiciones supuestamente intangibles; esto trae necesariamente una especie de desconcierto. La obra renovadora y profética del Concilio ha sido fruto de una prolongada contemplación en la Iglesia; así pues, su aplicación auténtica a nuestra Iglesia particular de Santiago no puede ser sino fruto también de una seria' contemplación llevada a cabo con constancia y sacrificio. No es fácil contemplar; pero es de primera necesidad hacerlo para ·la suhsistencia y eficacia de nuestra vida sacerdotal de hoy. La reflexión, el estudio, la discusión y la programación deben estar vivificadas continuamente por una insistente oración; se trata de adentrarse en el meno saje salvador de Dios para encontrar su precisa sintonía con las necesidades del mundo de hoy. Nuestro próximo sínodo diocesano debiera ser como la expresión comuni. taria principal de esta actividad de contemplación. Pero no basta decirlo para que lo sea; es necesario dedicarse con todo un conjunto de esfuerzos que haga de la contemplación la tarea primordial de nuestra actual preocupación de pastores. FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE 11 Bastaría recordar que la Iglesia es "misterio" para captar inmediatamente la primacía de la contemplación en toda espiritualidad cristiana. CREADOR DE UN NUEVO ESTILO Después de un concilio que ha sido considerado como un "nuevo Pentecostés" para toda la Iglesia, el sacerdote no puede seguir reeditando toda una modalidad estereotipada de vivir su vocación y realizar su ministerio. Le pasa a él lo que ana16gicamente le sucede al economista o al político en sus tareas. Es preciso tener más iniciativa creadora, más imaginación para desempeñar convenientemente su propia "función en la sociedad actual. No se trata de cambiar la esencia de las cosas, pero sí su estilo. La creación de un nuevo estilo entraña peligros, pero es indispensable. El nuevo estilo no puede surgir milagrosamente de la noche a la mañana, ni puede ser obra de un sacerdote aislado. Es tarea común de todos. Quisiera aquí simplemente recordar dos orientaciones conciliares que han de proporcionar múltiples luces a una sana imaginación creadora: la fraternidad sacramental y el peculiar testimonio del Reino que deben caracterizar nuestra vida sacerdotal. a) FRATERNIDAD SACRAMENTAL. El estilo de vida y de ministerio del sacerdote de hoy debe ir revistiéndose siempre más de una modalidad concreta de "hermandad" en toda su actuación. Es, ésta, una consecuencia de la colegialidad del sacramento del orden y de la primacía del sacramento del bautismo que hace del ministerio sacerdotal un servicio en el Pueblo de Dios. Tres son los niveles en que se debe vivir esta fraternidad sacramental: a nivel de las relaciones entre los presbíteros y su obispo; a nivel de las relaciones de los presbíteros entre sí; y a nivel de las relaciones de los presbíteros con los laicos (cfr. PO. 7, 8, 9). A nivel de las relaciones de los presbíteros con el obispo es importante subrayar que el Concilio habla preferentemente de "colaboración" más bien que de "subordinación" (LG. 28), expresando tales relaciones en término de "comunión" más bien que de "dependencia", llamando a los presbíteros "hermanos" del obispo más bien que sus "hijos" (PO. 7). Esta perspectiva no cambia la esencia de la obediencia, ni tanto menos la suprime, pero exige sin duda un nuevo estilo en su realización que mueva más la iniciativa de los sacerdotes, que les haga sentir su responsabilidad paternal y corporativa en el ministerio preocupándolos cada vez más de una verdadera pastoral de conjunto. "Esta obediencia, que conduce a la más madura libertad de los hijos de Dios, exige por su naturaleza que, al excogitar prudentemente los presbíteros, en el cumplimiento de su ministerio, movidos de la caridad, nuevos métodos para el mayor bien de la Iglesia, propongan confiadamente sus proyectos y expongan insis- 12 CARD. RAUL SILVA HENRIQUEZ tentemente las necesidades de la grey que les ha sido confiada, prontos siempre a someterse al juicio de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno de la Iglesia de Dios" (PO. 15). La simple insinuación de esta fraternidad, vinculada al aspecto de colegialidad fruto objetivo del sacramento del orden, obliga a toda una vida de diálogo, de convivencia, de fraterna caridad que, bajo la guía del obispo, sea una actitud de generosa docilidad a Dios en el servicio de los hombres. He aquí una gran tarea por hacer, en la que debiéramos bosquejar una nueva figura de obispo y de presbítero, en un esfuerzo continuo de superación de mentalidades y actitudes que se nos han entregado desde otra época ya realmente superada. A nivel de las relaciones de los presbíteros entre sí recordemos que " . .. aunque se entreguen a diversos menesteres, ejercen, sin embargo, un solo ministerio sacerdotal en favor de los hombres. Y es as~ que todos los presbíteros son enviados para cooperar a la misma obra, ora ejerzan el ministerio parroquial o supraparroquial, ora se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ora trabajen con sus manos, compartiendo la suerte de los obreros mismos donde, con aprobación desde luego de la autoridad competente, pareciere conveniente; ora, en fin, lleven a cabo otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado. Todos conspiran, ciertamente, a un mismo fin, la edificación del Cuerpo de Cristo... de ahí que sea de gran importancia que todos los sacerdotes, diocesanos o religiosos, se ayuden mutuamente, a fin de ser siempre cooperadores de la verdad" (PO. 8). Se es sacerdote "colegialmente" y no "individualmente". Ciertas modalidades de antaño parecían desconocer esta realidad sacramental, que hoyes indispensable traducir en nuestra vida concreta. Aquí sólo recuerdo esta perspectiva tan fecunda en renovación sacerdotal. A nivel de las relaciones de los presbíteros con los laicos, la fraternidad sacramental se funda en el bautismo. Por cierto, los sacerdotes desempeñamos en el Pueblo de Dios "un oficio excelentísimo y necesario de padres y maestros" (PO. 9); nos corresponde la funaión de "cabeza"; no podemos renunciar a ella so pena de traicionar a todo el "cuerpo". Sin embargo todos los sacerdotes, obispos y presbíteros, "son, jU!1tamente con todos los fieles, discípulos del Señor. .. y, regenerados como todos en la fuente del bautismo, son hermanos entre hermanos, como miembros de un solo y mismo cuerpo de Cristo, cuya edificación ha sido encomendada a todos" (PO. 9). Esto trae muchas consecuencias para una sana imaginación creadora, que quiera "reconocer y promover la dignidad de los laicos y la parte que les corresponde en la misión de la Iglesia" (PO. 9). b) TESTIMONIO DEL REINO. Otra orientación conciliar muy rica en sugerencias para un nuevo estilo de vida sacerdotal es la peculiar consagración al Reino. Los sacerdotes "consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden, se convierten en instrumentos FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE 13 vivos de Cristo, sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano" (PO. 12). Por su consagración, los sacerdotes deben ser especiales testigos del Reino, sobre todo con su estilo de vida casto y pobre. Acerca de la castidad de nuestra vida sacerdotal, que el Concilio ha vuelto a confirmar que es de celibato, es menester tomar en cuenta la realidad del mundo en que vivimos y la valoración positiva del matrimonio y del sexo. Por un lado vivimos en un mundo fuertemente erotizado y peculiarmente peligroso en el ámbito de la castidad. Por otro lado hay una valoración positiva de todo el amor humano, afirmada claramente en varios documentos conciliares. El peligro de la erotización y la presentación positiva de los valores del sexo y del amor humano, no deben llegar a ser argumentos de debilitación de nuestro celibato, sino exigencias nuevas para instaurar un estilo más auténtico de vivir hoy el celibato sacerdotal. No pretendo -aquí entrar en una problemática difícil y delicada acerca de posibilidades futuras de ordenar como presbíteros a algunos fieles casados; me refiero, más bien, al hecho concreto de nuestro celibato como "esposos" definitivamente comprometidos con la Comunidad cristiana de Santiago. Permitidme, antes que nada, expresar una queja contra cierta literatura y ciertos tipos de argumentación que van apareciendo, no ya para ayudar a una sana imaginación creadora que haga vivir a los sacerdotes con estilo nuevo y mayor claridad y seguridad su particular testimonio del Reino, sino, de hecho, para insinuar dudas o falsas perspectivas. No es lo mismo discutir sobre la posibilidad de ordenar de sacerdote a determinados "casados", que discutir sobre la posibilidad de que los sacerdotes se casen. El presentar, aunque sea en forma de estadísticas, defectos, fallas y caídas no es argumento apodíctico que vaya en contra de la conveniencia de un determinado estado. El hombre es pecador en cualquier estado; las fallas de los casados o de los religiosos, no van, de suyo, en contra de la vida matrimonial o religiosa; debieran más bien llevar a reflexionar sobre una renovación en la manera de enfocar, preparar, vivir y seleccionar para un determinado estado. Para nosotros sacerdotes de esta Iglesia particular de Santiago y para nuestros seminaristas aspirantes al sacerdocio, la Iglesia Universal hoy, a través del Concilio Vaticano Il, nos recuerda que por varias razones enumeradas con claridad y que "se fundan en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que primero sólo se recomendaba a los sacerdotes, fue luego impuesto por ley en la Iglesia latina a todos los que habían de ser promovidos al orden sagrado. Esta legislación, por lo que atañe a quienes se destinan al presbiterado, la aprueba y confirma de nuevo este sacrosantoConcilio, confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan en armonía con el sacerdocio del Nuevo Testamento, será liberalmente dado por el Padre, con tal que quienes participan, por el sacramento del orden, del sacerdocio de Cristo, y hasta la Iglesia entera, lo pidan humilde e instantemente... y cuanto más imposible se reputa por no pocos hombres la perfecta continencia en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a los que la piden, empleando, 14 CARD. RAUL SILVA HENRIQUEZ a par, todos los subsidios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos" (PO. 16). Hace realmente falta que presentemos con mayor entusiasmo las riquezas de este don que nos hace aparecer en forma más clara y asequible a todo el pueblo como los esposos de la Comunidad cristiana, con una castidad que sea concretamente "signo y estímulo a par de la caridad pastoral y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo" (PO. 16). El decreto sobre la formación de los sacerdotes les recuerda a los seminaristas un aspecto peculiar del celibato; les dice: "sientan profundamente con cuánta gratitud han de abrazar dicho estado, considerándolo no ya sólo como precepto de la ley eclesiástica, sino como don precioso de Dios, que han de impetrar humildemente; don al que deben apresurarse a corresponder libre y generosamente con el estímulo y ayuda de la gracia del Espíritu Santo" (OT. 10). La caridad pastoral por la que, como dijimos, nos volvemos "esposos" de la Comunidad cristiana de Santiago, debe impulsamos a descubrir las riquezas de este don y a defenderlas, sobre todo si pensamos que no es tanto un "don individual" para cada uno de nosotros, sino un "carisma de la comunidad", otorgado a cada uno de nosotros para la autenticidad escatológica de la porción del Pueblo de Dios que peregrina en nuestra ciudad: "la misión del sacerdote está íntegramente consagrada al servicio de la nueva humanidad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo y que trae su origen no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón, sino de Dios" (PO. 16). Acerca de la pobreza de nuestra vida sacerdotal el Concilio trae también una especial invitación en un doble nivel. - El primer nivel es el recto uso de los llamados "bienes eclesiásticos" que deben ser administrados según determinados fines, que son "para la ordenación del culto divino, para procurar la honesta sustentación del clero y para ejercer las obras del sagrado apostolado o de la caridad, señaladamente con los menesterosos" (PO. 17); y, además, el recto uso de los bienes adquiridos con ocasión del ejercicio del ministerio que, después de servir para la sustentación y el cumplimiento de los propios deberes han de ser empleados "en favor de la Iglesia o en obras de caridad". - El segundo nivel es la invitación "a que abracen la pobreza voluntaria, por la que se conformen más manifiestamente a Cristo y se tomen más prontos para el sagrado ministerio ... y también cierto uso común de las cosas, a ejemplo de aquella comunidad de bienes que exalta en la historia de la primitiva Iglesia, allana muy bien el camino de la caridad pastoral; y, por esa forma de vivir, pueden los presbíteros llevar laudablemente a la práctica el espí:ritu de pobreza que Cristo recq· mienda" (PO. 17). Esta invitación del Concilio debiera servir para fundamentar todo un nuevo estilo de vida en nuestra habitación, en nuestro tr~to, en nuestras actividades prácticas, que nos deben presentar siempre más explícitamente como servidores de los hombres, sobre todo de los más necesitados, y como testigos del Reino de Dios. ¡Qué densa y hermosa tarea para nuestro presbiterio de Santiago! FIGURA CONCILIAR DEL SACERDOTE 15 He aquí, hermanos, algunas reflexiones sobre la figura conciliar de nuestro sacerdocio ministerial. Las he meditado en presencia de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y os la~ antrego para vuestra propia meditación hoy, Jueves Santo, día en que conmemoramos la institución de nuestro orden sacramental. Es preciso que contemplemos en profundidad el aspecto del mensaje del Concilio que se refiere particularmente a nosotros, y que lo llevemos a la práctica. El resultado positivo de nuestro próximo Sínodo depende en gran parte de este esfuerzo, porque, como ha dicho el Concilio, "la deseada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes" (OT. proemio). ¡Que Cristo, cuyo misterio sacerdotal celebramos con particular intensidad en esta Semana Santa, nos envíe con abundancia su Espíritu para que guíe nuestra meditación y mueva nuestros corazones a una concreta renovación de nuestra vida y ministerio sacerdotales! Santiago de Chile, marzo de 1967. Cardo Raúl Silva HenTÍquez Arzobispo de Santiago de Chile