¿Acallar la opinión? Javier Darío Restrepo. Estábamos hacinados

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¿Acallar la opinión?
Javier Darío Restrepo.
Estábamos hacinados en esa pequeña sala de audiencias, ocupando el
menor espacio posible, codo a codo y sin oportunidad alguna de movernos.
Pero valía la pena. A todos nos concernían el tema, el acusado, los
acusadores y, desde luego, el juez.
Periodistas jóvenes y viejos, gente de radio, de televisión o de periódico,
todos sabíamos que poner en peligro la libertad de opinión era tanto como
comenzar a quitarnos el aire o la luz.
A Molano lo veíamos al frente, separado por una baranda, mientras algo les
decía a los de la privilegiada primera fila. Antes le habíamos oído decir sobre
su temor a una decisión judicial que lo silenciara. Un terror que todos
habíamos tenido alguna vez.
Los acusadores también se veían nerviosos. Sabían que a una justicia
congestionada ellos le habían hurtado tiempo y recursos con su demanda, y
podía suceder que en esta audiencia se hiciera evidente la prepotencia y
vanidad que latían detrás de sus acusaciones.
Pero a pesar de ese temor, la audiencia sí era importante, solo que ellos no
podían sospechar el peso que para una sociedad tienen la libertad de opinión
y hombres como Alfredo Molano, columnista y cronista a la vez.
Se encargó de mostrarlo y demostrarlo, este libro de María Teresa Herrán,
abogada y periodista. Antes de llegar a esa audiencia, había reunido una
valiosa documentación sobre el proceso que se le seguía Molano; durante la
sesión reunió nuevos datos y después de ésta se documentó en la audiencia
en la que se leyó la sentencia absolutoria. Unió todos esos elementos a sus
experiencias largas y sus reflexiones constantes sobre el tema, para entregar
finalmente un caso paradigmático y unos puntos de vista de experta, en un
tris de libro.
El relato tiene la fuerza que ostentan los hechos escuetos. Los periodistas lo
sabemos: un hecho vale más que mil discursos, o según la expresión de
Talcott Parsons: el hecho es el mayor persuasor posible. En esa sala se
oyeron discursos buenos, malos y de los otros, pero en medio de ese fárrago
de palabras emergía el hecho: la ostentación de poder, el abuso, la
pretensiosa imposición de la voluntad de una familia sobre los derechos de
los demás, el silencio atemorizado o cómplice y, frente a todo esto, el
columnista inerme, con sus solas palabras como instrumento.
Sin proponérselo, la autora, desde los primeros párrafos comenzó a
desarrollar un proceso de suspenso, planteó una tras otra mil preguntas, hizo
nacer una expectativa. El suspenso, las preguntas, la expectativa son parte
del encanto de una buena novela; pero cuando esos elementos se unen en
una crónica de la vida real, el resultado es una pieza periodística de calidad
en la que, a la contribución de un hecho contado con abundancia de detalles,
se agrega el análisis cuidadoso y sereno.
Hacía falta este tris de libro para hacerle justicia a un columnista como
Alfredo Molano. Su pasión por la justicia, la valentía con que afronta temas y
denuncias que otros callan por “prudencia”; la sabia combinación del rigor
científico del sociólogo con la creatividad del escritor y la agilidad del
periodista, hacen ver a Molano como un cronista y columnista indispensable,
que no podía ser silenciado sin grave daño para los lectores pensantes.
También hacía falta el libro como capítulo necesario dentro de la tormentosa
historia de la libertad de la libertad de expresión y de la indispensable
reflexión sobre los conceptos y matices que hacen distintas la libertad de
prensa, la libertad de información y la libertad de opinión.
Además, es un formato de libro que está respondiendo a un apremio de
nuestro tiempo: decir lo importante de las ideas, de las personas y de los
hechos en pocas palabras, con un lenguaje claro, directo y atractivo. Todo en
un tris de libro que cabe en el bolsillo y en el tris de tiempo de que
disponemos los hombres de hoy para asomarnos a una visión inteligente de
los hechos.
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