estaba bien fundada y todo marchaba bien, pero la salud de la superiora había desmejorado. Era preciso pensar en el relevo. La comunidad no dudó en confiar esta responsabilidad a Coínta, que tenía entonces cuarenta años y una buena experiencia en distintos cargos. Una vez más esta distinción tomó a Coínta por sorpresa; era la primera vez que participaba en una elección de priora; la solemnidad de aquel acto la había sobrecogido, pero fue mayor su asombro al sentirse elegida; experimentó una fuerte resistencia a aceptar, pero no poseía argumentos para negarse a hacerlo. Era muy consciente de la responsabilidad que asumía, sabía bien lo que aquel cambio iba a suponer y sopesaba las consecuencias en aquella comunidad bastante numerosa y en la que no faltarían reacciones diversas. Era preciso andar con prudencia, tener mucha humildad, mantenerse firme, cuando fuera el caso, y ser suave y flexible, sin claudicar. No se sentía preparada para lo que se esperaba de ella. Con todo, no le quedaba otro camino que el de aceptar con espíritu de fe y manifestar en ello todo el amor que sentía por la comunidad que le pedía este servicio. Su primer acto de humildad y prudencia fue hacer saber a la comunidad que, aunque ella fuese ahora la superiora, su antecesora seguiría ocupando siempre el primer lugar en todos los actos de comunidad y continuaría siendo para ella y para todas un punto de referencia, como primera superiora de la casa; no era una simple estrategia, el respeto y admiración con que siempre la había mirado, así se lo pedía. En el ejercicio de su cargo tuvo muy presente lo que Juana de Lestonnac, su fundadora, había dejado escrito en las Reglas de la Madre Primera5; recibió el respeto y aprecio de la comunidad por su sensatez y su coherencia; era para todas y para 5 Nombre que se daba entonces a la superiora del convento. 39 ASÍ NOS TRABAJA DIOS Una superiora querida y admirada