VI La paternidad y el deseo Breve análisis de la ópera Rigoletto En el libreto aparecen de entrada dos padres y uno maldice al otro. Monterone es un padre que se muestra y desafía el poder del Duque en defensa de su honor que considera ofendido por el seductor de su hija. Rigoletto es un padre que no se muestra, tiene escondida la hija por temor del poder que Monterone desafía. La máscara del bufón oculta el rostro del padre y en ese ocultamiento se produce una complicidad con el poder que atrae la maldición del padre manifiesto, su derrota está sellada de antemano; la maldición es un presentimiento de tragedia que se repite constantemente : "aquel viejo me maldijo!" hasta que se convierte en grito desgarrado que pone punto final a la obra : ¡LA MALEDIZIONE!. Monterone pierde la vida en defensa del honor de su hija, no conspira se enfrenta directamente al duque como el Comendador que se bate con Don Juan y perece defendiendo a Doña Anna, en la ópera de Mozart. Rigoletto pierde la hija, él no se bate, conspira y urde la venganza que el destino, la maldición, vuelve contra él mismo. Pero los dos padres han fracasado ante el Duque porque no es el poder político ni el poder económico o militar el que triunfa sobre ellos; es el poder del deseo que se encarna en el personaje del Duque, ese poder ha seducido a la hija de Monterone en la corte, lo mismo que a la esposa del conde Ceprano, a Gilda la hija de Rigoletto, la seduce con el ropaje de estudiante pobre en la Iglesia y ella así lo prefiere pero no se le negará tampoco en su real esplendor cuando es llevada al palacio porque se dirige a ella invocando "el potente amor", el deseo que lo impulsa y nada más. Gilda es una mujer, ama a su padre pero no quiere encerrarse en la infancia protegida que él le designa como destino. Además le pregunta por el nombre, y Rigoletto no tiene nombre que transmitir; su omnipotencia que se burla de toda ley bajo el amparo del poder del príncipe y suscita contra él todos los odios, tampoco reconoce la ley del orden simbólico que le impediría tratar de ser todo para la hija, que le exigiría devolverla al mundo protegida por la ley de la cultura y no por su persona, no puede darle un nombre a la hija que lo reclama. Para Magdalena, la hermana y señuelo del sicario, el Duque se transforma en oficial de caballería y no sólo la conquista, la convierte en la aliada que desbarata los planes de su hermano, provocando así el desenlace trágico. Sparafucile es una comparsa siniestra de las figuras paternas en la obra, que vende su puñal mercenario para una venganza que se demuestra imposible. La oposición, la venganza, o el combate contra el poder del deseo es imposible porque es la misma función paterna la que lo pone en acción. Esa función separa los hijos de la madre; el hijo renuncia a la mujer que le prohiben, se identifica con el padre como inspirador de un deseo cuyo objeto originario veta y en esa aceptación le quedan prometidas todas las demás mujeres, ninguna otra es la madre, las puede seducir, poseer, declararlas equivalentes, abandonar unas para amar otras, es Don Juan, es el Duque de Mantua. La hija se separa de la madre (ni Gilda , ni Magdalena tienen madre, son huérfanas) y dirige la líbido hacia el padre, pero la función paterna tampoco le permite quedarse ahí porque entonces el padre se convierte en madre (madre omnipotente porque representa los dos poderes) puesto que el contacto sexual está prohibido por la misma ley que prohibe la madre. La hija se separa también del padre, se identifica con la madre en su deseo del hombre, de todo hombre que no sea el padre, todo hombre que la desee con ardor imperioso demuestra ser el no padre que la puede poseer. Si un padre como Monterone se opone al deseo de su hija por otro hombre y le da a esa oposición el nombre de deshonor, se coloca en una posición de omnipotencia y su función paterna es burlada, perece en ese combate inútil. Si un padre como Rigoletto quiere ser también la madre de su hija y aislarla de todo deseo, es burlado y la hija perece en ese combate contra la omnipotencia. .En ningún caso el deseo muere, su canción resuena, alegre, libre, en el momento mismo en que se revela la miseria de la omnipotencia paterna que quiere matarlo. Ningún espectador de la ópera odia al Duque, todos los hombres lo envidian, todas las mujeres lo admiran, todos sentimos lástima por Rigoletto, pesar por Monterone, amamos a Gilda y deseamos a Magdalena. Todo eso se siente en la música y en la historia que cuenta Rigoletto, la ópera de Verdi que al igual que Don Juan de Mozart nos habla con los significantes más directos de la sensualidad, aquellos que Kierkegard denominaba "estadios eróticos inmediatos", es obra musical que a pesar de escenas de intensidad dramática y sentimental que podrían hacer un llamado a las lágrimas suscita una repercusión emocional afirmativa y vital. Como toda obra que porte en sí el tema del deseo y de su triunfo, eternamente renovado por la vida.