Vida de fe Rebeca Reynaud “Creo en el sol, aunque no brille; creo en el amor, aunque no lo sienta; creo en Dios, aunque él se calle”, decía una inscripción encontrada en una bodega donde los judíos se escondían de los nazis[1]. La fe es la respuesta amorosa al amor de Dios manifestado en Jesucristo. Juan Pablo II dijo que la prueba más grande de que Dios nos ama es ésta: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Ioh 3, 16). Le preguntaron al Dr. Antonio Aranda, teólogo español: ¾¿Cómo ayudar a que las personas sean cristianas a fondo? Respondió: ¾Muchos viven en un marco cultural cristiano pero no se identifican del todo con su condición de cristianos porque la fe exige reflexionar. Para pensar desde la fe antes hay que pensar la fe. La fe no acepta pasivamente lo que se le da. La fe es vida, seguimiento, vida nueva que ha traído el Hijo de Dios… Jurídicamente se es cristiano por el Bautismo, pero ser cristiano es algo a lo que se llega por decisión personal; ser alter Christus, saberse uno de los Suyos. “Los que me has dado” dice Jesús al Padre. La fe cristiana no es sólo confesión del Credo. La fe no es un contenido, es una Persona. Mi adhesión a la verdad pasa por la adhesión a Cristo. La fe lleva contenidos intelectuales pero es inseparable de la adhesión personal a Cristo. El cristiano debe comprender que la fe entra en diálogo con todo. Aporto la unidad que hay dentro de mí. Dios ha hecho en mí la maravilla de hacerme hijo de Dios; luego, yo lo aporto a lo exterior. Por tanto, ha de ser una fe que se hace pensamiento, que se hace cultura. Tener una buena formación teológica no es sólo tener doctrina. Si no hay pensamiento y esfuerzo, tenemos poco que decir. Para influir en el mundo hace falta el pensamiento teológico. No basta el Magisterio de la Iglesia para iluminar las realidades humanas; hace falta que la fe se haga cultura. Para dar a conocer a Cristo hay que estudiar y pensar. Poseemos un patrimonio espiritual riquísimo y hemos de hacerlo mensaje cultural que transforme el mundo. Hay cuatro elementos presentes en la vida de Cristo: la gloria del Padre, la venida del Reino, la salvación de los hombres y el cumplimiento de la misión recibida. Por eso Cristo acepta la Cruz, y por eso también nosotros la deberíamos de aceptar. ¿Qué hay de nuevo después de Cristo? Ha traído consigo lo suyo propio: la filiación divina para nosotros. Su Persona es pura filiación; es Hijo con mayúscula. Entra en la historia y trae de nuevo el sentido filial. Una característica de ser hijo es el consentir, el aceptar lo que viene de Dios. Eso es crecer en filiación divina. No esperar certezas. Es un poco aburrido tener certezas de todo. Delante de Dios la docilidad es la que importa. Obedecer entendiendo o sin entender. El Señor sabe perfectamente lo que me pasa. Sabía lo que le pasaba a Tomás apóstol, por eso le dice: “Toma tu dedo...”. Hace unos años, el Cardenal Ratzinger decía que la fe cristiana brilla con dos grandes testimonios. El primero es la santidad, la caridad heroica de los santos. Y el segundo es la belleza del arte cristiano que rodea la liturgia. Los dos son signos de Dios y llevan a Dios. El Señor le dijo a una mujer que está en proceso de beatificación, Josefa Menéndez: El mundo está lleno de odio y vive en continuas luchas: un pueblo contra otro, unas naciones contra otras, y los individuos entre sí, porque el fundamento sólido de la fe ha desaparecido de la tierra casi por completo. Si la fe se reanima, el mundo recobrará la paz y reinará la caridad… Déjate convencer por la fe y serás grande, déjate dominar por la fe y serás libre. Vive según la fe y no morirás eternamente (18 junio 1923). Y es que donde no hay fe, desaparece la paz, y con ella la civilización y el progreso, introduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos, la lucha de clases y, en los individuos, la rebeldía de las pasiones, y así el hombre pierde su deidad, que es su verdadera nobleza. Una fe viva, verdadera, vivida hora tras hora en una ofrenda continua, haría inflamar un incendio purificador en toda la Iglesia; sería capaz de aplacar la divina Justicia y detener la hemorragia de almas encaminadas a la perdición eterna. Pero vivir de fe no es fácil, por eso dice el Papa Benedicto XVI: «La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días». «Pedro, que había prometido fe absoluta, experimenta la amargura y la humillación del que reniega: el orgulloso aprende, a costa suya, la humildad», indicó, mostrando la clave que hizo de Pedro un apóstol. (Audiencia 24 mayo 2006).