papel nuevo - Fundación FAES

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21/05/2010
Nº 137
INTERNACIONAL
REINO UNIDO: WHAT’S NEXT?
ANDREW PARSONS/ Foto cedida por el Partido Conservador
Celia Resel, coordinadora de Programas para Europa de la Fundación FAES
El primer ministro británico, Cameron, y su viceprimer ministro, Clegg, entran en el nº 10 de Downing Street
Los británicos han optado por el cambio político tras el fracaso del socialismo
laborista de Gordon Brown, que ha sumido al Reino Unido en una aguda
crisis económica y un elevado desempleo. Los británicos han hablado en las
urnas y han rechazado las políticas de déficit público e incremento de la
deuda pública. Han apostado por los conservadores, liderados por David
Cameron, que ha basado su campaña en los recortes del gasto público, el
retorno a la estabilidad presupuestaria, las reformas económicas y el control
de la inmigración ilegal.
El pasado 6 de mayo, el Reino Unido acudía a las urnas. Los británicos decidieron
poner fin a la política fracasada de Gordon Brown. Tras trece años de laborismo, han
votado a favor de un cambio político y del retorno de los conservadores a Downing
Street. Han querido dejar atrás las políticas de endeudamiento y gasto público, seña
de identidad de los últimos años del Gobierno laborista, para depositar su confianza
en las promesas de reformas económicas, austeridad en el gasto público y regeneración política contenidas en el programa electoral del partido conservador, liderado
por David Cameron.
El voto del cambio
El Partido Conservador no ha logrado una mayoría parlamentaria suficiente para gobernar en solitario. Los tories necesitaban arrebatar a los laboristas 116 escaños para
conseguir la mayoría parlamentaria en Westminster. Dos son los factores que han podido llevar a los conservadores a esta mayoría insuficiente para gobernar sin el apoyo
de los “Liberal Democrats”. Por una parte, las encuestas preelectorales quizá tuvieron
un peso excesivo en la manera en la que se presentaron a sus electores. Los titubeos
y la falta de claridad de las propuestas lanzadas por el candidato conservador en su
afán por modernizar su partido y por borrar de las mentes de los ciudadanos la supuesta imagen antipática del nasty party han podido ser una de las causas de este
insuficiente resultado. Por otro lado, los conservadores creyeron que los errores y el
desgaste del partido laborista garantizarían por sí solos una contundente victoria elec-
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“El mundo entero ha sido testigo de las maniobras
de Gordon Brown para aferrarse al cargo”
toral, y no ha sido así. Ambas cosas han impedido aupar en solitario a David Cameron
hasta el número 10 de Downing Street.
Lo que no puede negarse es que la “invitación a formar parte del gobierno” propuesta por el manifiesto firmado por David Cameron responde al anhelo de cambio
del pueblo británico. Con lo que los conservadores seguramente no contaban es
con que esa invitación tendría que ser extendida a un partido rival, sin representación en el Gobierno de la nación desde su creación en 1988. Los liberal demócratas, con Nick Clegg a la cabeza ―la gran estrella mediática de estas elecciones―,
competían con los dos grandes partidos para cambiar el paradigma de las British politics, lo que ha ocurrido para sorpresa de unos y otros pese a su decepcionante resultado tanto en número de votos como de escaños.
La herencia laborista: there is no money left
El contexto en el que se debatían estas tres figuras lo dibuja un país sumergido en
una gran crisis económica, dueño de unas finanzas públicas lastradas por el déficit,
la deuda pública y el desempleo; un país presa de un sistema de subsidios públicos
que se ha demostrado inviable a largo plazo; una “sociedad rota”, con gran carencia en materia educativa, con menor espíritu emprendedor y víctima de un excesivo
intervencionismo del Estado, todo ello fruto del laborismo; una nación donde la inseguridad se ha disparado hasta límites desconocidos y que ha sufrido en suelo propio la amenaza del terrorismo islamista.
La debacle del partido laborista tras la contienda electoral más disputada de la
historia reciente del Reino Unido se ha saldado con un acuerdo histórico de coalición
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“Los conservadores creyeron que los errores
y el desgaste del partido laborista garantizarían por sí solos
una contundente victoria electoral”
entre el Partido Conservador y el Partido Liberal Demócrata. La tarea, aunque resuelta con celeridad, no ha sido fácil, pues en los días posteriores a la votación, el
mundo entero ha sido testigo de las maniobras de Gordon Brown para aferrarse al
cargo, a pesar de haber sido el gran perdedor de los comicios con un recorte de
cerca de cien escaños. El hasta entonces primer ministro de la nación no dudó hasta
el momento de su inevitable dimisión de tratar de burlar la voluntad de los británicos expresada en las urnas y forjar una alianza entre los perdedores en pro de lo que
él calificaba como “interés nacional de vocación progresista”. Afortunadamente, la
sólida democracia británica ha evitado este tipo de alianza y ha demostrado que lo
que “el interés nacional” exige es respetar el deseo de alternancia de los ciudadanos, evitar crisis institucionales y permitir al partido más votado configurar un gobierno capaz de adoptar cuanto antes las medidas necesarias para emprender la
senda de la recuperación.
Tras la dimisión de Gordon Brown y la puesta en marcha del pacto de coalición
entre conservadores y liberal demócratas, arranca no sólo un nuevo Gobierno, sino
una nueva forma de hacer política para el Reino Unido. El primer punto de acuerdo
del nuevo Ejecutivo se construye sobre la profunda convicción de que el Nuevo Laborismo ha envejecido y fracasado, de que las políticas socialistas de endeudamiento público, de incremento del gasto público y de subida de impuestos han sido
extremadamente perjudiciales para el país. Tanto como para sumirlo en un caos del
que posiblemente tardará tiempo en salir. Con un arduo trabajo por delante, ahora
le llega el turno a esta nueva coalición entre conservadores y liberales de revertir las
políticas fracasadas y reconducir al país hacia los principios sobre los que se sustenta la estabilidad y el progreso de cualquier nación: la reducción del déficit, el recorte de la deuda pública, la creación de empleo, el fomento de la iniciativa privada,
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un menor intervencionismo estatal y una mayor responsabilidad individual. Como defendía Cameron a lo largo de su campaña electoral, ha llegado el momento de devolver a los ciudadanos el control sobre sus propias vidas.
¿Y ahora qué?
Para cumplir con estos objetivos, David Cameron y su viceprimer ministro, Nick
Clegg, tendrán que tomar medidas impopulares. Recortar el gasto público, eliminar
subvenciones, reparar la broken society y redefinir el Estado del bienestar, así como
garantizar la seguridad de los ciudadanos, requerirá una gran fortaleza y una mayor
capacidad de liderazgo. Habrá que ver si este Ejecutivo bicéfalo podrá trabajar en
sintonía y superar los escollos derivados de la forma de entender y de hacer política de cada uno. No puede pasarse por alto que las concesiones de David Cameron a Nick Clegg han tenido en un primer momento más que ver con la necesidad
de poner en marcha un nuevo Gobierno que con el diseño de un programa político
a largo plazo que garantice el éxito de su gobierno. La reforma del sistema electoral, el reparto de carteras y la promesa de un fixed Parliament hasta 2015 se han
antepuesto a temas claves para la nación tales como las reformas económicas, la
política migratoria, la defensa, la política exterior y el modo de vinculación a la Unión
Europea.
No obstante, los once puntos que se trazaron después como hoja de ruta del Ejecutivo y la primera reunión del Consejo de Ministros arrojan un halo de esperanza, ya
que parecen haber encauzado en la buena dirección algunas de las prioridades del
nuevo Gobierno. El Gabinete de Cameron ha acordado poner en marcha, sin más dilación, una política de austeridad que propicie la reducción del déficit y de la deuda
pública, ahora en niveles insoportables. La nota cargada de sorna que ha dejado el
número dos del Tesoro en su escritorio tras recoger sus bártulos lo dice todo: “there
is no money left”, o “las arcas están vacías”. Su receta para salir de semejante atolladero está muy en línea con la que proponen los grandes de la Unión Europea: bajada de impuestos y recorte del gasto público. Medidas que, durante los últimos años,
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se han negado a adoptar los Gobiernos socialistas en países donde, precisamente,
la crisis económica adquiere en la actualidad tintes más dramáticos, como es el caso
de España, Grecia y Portugal.
Así las cosas, el Gobierno británico ya se ha puesto manos a la obra. A la luz del
acuerdo en materia económica, no se puede afirmar que ninguno de los dos partidos haya impuesto su postura sobre el otro. Mientras que los conservadores consiguen llevar adelante sus propuestas impositivas, los liberales hacen lo propio en
relación con la reforma del sector bancario y con el impulso a la creación de sociedades mutualistas. Pese a las divergencias, la coalición ya ha conseguido acordar
el recorte del 5% del sueldo a los ministros, la reducción de los impuestos sobre el
trabajo a las rentas más bajas, establecer una comisión independiente que estudie
el sistema bancario y fomentar el crédito para promover la iniciativa privada.
Sin embargo, las diferencias más palpables entre los dos partidos pueden venir
de la mano de cuestiones como la política energética, en la que con auténtica flema
británica las partes han acordado, literalmente, estar en desacuerdo. Mientras que
los tories vinculan el desarrollo del país a la energía nuclear, los liberales se oponen
ferozmente a que este tipo de energía constituya la base del mix energético, y apuestan en su lugar por las energías renovables. Para llevar a la práctica el “acuerdo de
desacuerdo” los conservadores se reservarán el derecho de presentar iniciativas legislativas ante las que los liberal demócratas podrán abstenerse.
Los retos de la coalición: ¿amor verdadero o matrimonio de conveniencia?
Otros posibles escollos en el camino son la políticas migratorias, de defensa y exterior. Los conservadores ponen el énfasis en la reducción drástica de los cupos de inmigración que proceden de países no europeos, de cientos de miles a decenas de
miles, mientras que los liberal demócratas defienden la creación de centros regionales de gestión de la inmigración que vinculen los flujos migratorios con la demografía y las necesidades del mercado laboral en las diferentes zonas del país.
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“Como defendía Cameron a lo largo de su campaña electoral,
ha llegado el momento de devolver a los ciudadanos el control
sobre sus propias vidas”
La visión de las relaciones entre el Reino Unido y el resto del mundo es otro posible punto de conflicto. Las propuestas de política exterior de David Cameron están
marcadas por las necesidades estratégicas de seguridad y defensa. Por su parte,
Nick Clegg apostaba en su programa electoral por incrementar la presencia en organismos multilaterales y por fortalecer los programas de cooperación para el desarrollo. La coalición ha acordado ya la creación de un Consejo de Seguridad Nacional que tiene como primer objetivo gestionar la delicada situación de las tropas
británicas en Afganistán.
No cabe duda de que la actitud de David Cameron en política exterior vendrá definida por los acontecimientos que le afecten en el cargo y, muy especialmente, en relación con las amenazas del terrorismo global. Está por ver si la política real hace que
la tímida apuesta electoral por la Alianza Transatlántica evolucione hacia propuestas
conservadoras relacionadas con la defensa del interés nacional o con la visión multilateralista en la que parecen coincidir Barack Obama y Nick Clegg. No podemos olvidar que los británicos están sufriendo en suelo propio los ataques del terrorismo
yihadista, y necesitan de la cooperación con Washington para combatirlo.
En política exterior, más allá de la retórica de la campaña electoral, encaminada
a captar el voto duro de cada partido, el Reino Unido tiene dos opciones que no
deben excluirse entre sí: mirar a los Estados Unidos y mirar a la Unión Europea; pero
en ningún caso quedarse aislado. Aunque la afinidad anglosajona haría pensar en
que la relación con los Estados Unidos es más fácil, las medidas de Cameron para
resolver la crisis económica se alejan de las concebidas por sus primos hermanos
norteamericanos. Desde un punto de vista ideológico, las propuestas de Cameron
de reducción del gasto público, bajada de impuestos y confianza en la economía de
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“Para la supervivencia del proyecto europeo y para la resolución rápida
de la crisis económica, el entendimiento entre el Reino Unido y la Unión
Europea es un campo minado, pero se antoja imprescindible”
mercado y la iniciativa individual están más cerca de las de sus homólogos en Alemania y Francia, por ejemplo, que de las del intervencionismo estatal, subida de los
impuestos e incremento del gasto público propugnados por Barack Obama.
La desvinculación del Reino Unido respecto de los problemas de Europa ha sido
usada por David Cameron a la hora de atraer a los votantes más euroescépticos, lo
que hace prever grandes desencuentros con los Lib-dems. Cameron se presentó a
las elecciones con el programa más euroescéptico desde la época de Margaret Thatcher y, por el contrario, Clegg es un europeísta convencido, a favor de una mayor cooperación e integración. De momento, y para garantizar el preacuerdo de Gobierno,
parece haberse llegado a un ten con ten. Los liberales han cedido en sus propuestas de incrementar la transferencia de competencias a la Unión Europea y los conservadores han “suavizado” su negativa a la adhesión al euro. La grave crisis que
atraviesa Europa ha podido reafirmar al ya de por sí euroescéptico pueblo británico
en sus reticencias frente a la Unión, pero cabe esperar que la alianza con los liberales y la afinidad con las políticas defendidas por los grandes líderes de la Unión,
tales como Angela Merkel o Nicolas Sarkozy, animen a los conservadores a suavizar
su recelos con respecto a Europa. Para la supervivencia del proyecto europeo y para
la resolución rápida de la crisis económica que atraviesa el país, el entendimiento
parece un campo minado, pero se antoja imprescindible.
papeles@fundacionfaes.org
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