001 Florid:A - Foro Jovellanos

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José Moñino y Redondo,
Conde de Floridablanca
(1728-1808)
Estudios en el bicentenario de su muerte
JESÚS MENÉNDEZ PELÁEZ (Coord.)
ORLANDO MORATINOS OTERO
MANUEL DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO
RAFAEL ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN
SANTOS M. CORONAS GONZÁLEZ
MOISÉS LLORDÉN MIÑAMBRES
FUNDACIÓN FORO JOVELLANOS DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
Cuadernos de Investigación. Monografías VII
Gijón, 2009
La edición de este libro consta de 1000 ejemplares, corriendo la
misma a cargo de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de
Asturias, con el patrocinio de D. José María Castillejo y Oriol,
conde de Floridablanca.
Título:
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca.
(1728-1808). Estudios en el bicentenario de su muerte.
Coordinación editorial: Orlando Moratinos Otero
© de la presente edición: Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias
© textos e iconografía: sus autores
Ilustraciones:
Archivo Histórico Nacional. Madrid
Banco de España. Madrid
Biblioteca Nacional. Madrid
Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Gijón
Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México DF.
Museo Nacional del Prado. Madrid
Museo Storico Archeologico di Santarcangelo. Rímini
Museos Vaticanos. Roma
Palacio del Senado. Madrid
Palacio Real. Patrimonio Nacional. Madrid
Real Academia de la Historia. Madrid
Edita: Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias
Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón
Administración y Secretaría:
C/ María Bandujo, 11 – bajo
33201 Gijón. Principado de Asturias – España
Teléfono: 98 535 71 56
www.jovellanos.org – foro@jovellanos.org
ISBN: 978-84-936171-4-1
Depósito legal: AS-87-2009
Imprime: Gráficas Covadonga. Gijón
Índice
Jesús MENÉNDEZ PELÁEZ
Presentación ................................................................................................
9
José María CASTILLEJO Y ORIOL
Saluda ..........................................................................................................
19
Orlando MORATINOS OTERO
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca.
Apuntes biográficos .................................................................................
25
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VII.
IX.
Nacimiento, primeros años y estudios ...................................
Abogado en Madrid ..................................................................
Fiscal en el Consejo de Castilla ................................................
Embajador en Roma...................................................................
La España de Floridablanca .....................................................
Relaciones con Francia ..............................................................
Relaciones España-América .....................................................
Confinamiento en Pamplona....................................................
En la Junta Central .....................................................................
25
26
27
31
32
38
41
47
49
Manuel DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO
El conde de Floridablanca y la política de su época ..........................
55
Introducción. La Ilustración o el contradictorio remedio
del Antiguo Régimen.................................................................
55
6
I. La embajada en Roma (1772-1776): la destrucción
de la Compañía de Jesús ...........................................................
71
a. Una decisión reservada........................................................
b. La legación perfecta..............................................................
71
78
II. El protagonismo ministerial (1777-1792):
del autoritarismo al absolutismo .............................................
96
a. El Rey y el reino .................................................................... 96
b. La trayectoria de Floridablanca .......................................... 103
c. La Instrucción reservada de 1787........................................... 120
III. La presidencia de la Junta Central (1808):
el preludio de la tragedia.......................................................... 167
Rafael ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN
El programa económico del conde de Floridablanca......................... 179
I. Introducción ................................................................................ 179
II. El programa de Cambio de Floridablanca ............................. 183
III. Conclusiones ............................................................................... 213
Santos M. CORONAS GONZÁLEZ
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla. (1766-1772).................. 217
I. La fiscalía del Consejo de Castilla ...........................................
II. Alegaciones del fiscal Moñino .................................................
1. La expulsión de los jesuitas y providencias ulteriores
pedidas por los fiscales Campomanes y Moñino .............
2. Alegaciones fiscales en los expedientes del obispo
de Cuenca (1766-1767)...........................................................
3. El eco regalista en la Corte de Familia de Parma
y la reacción pontificia: el monitorio de 30 de enero
de 1768 y las alegaciones fiscales de Campomanes
y Moñino .................................................................................
4. La redacción del Juicio imparcial (1768) y su revisión
por los prelados del Consejo extraordinario
y por el fiscal Moñino (1769)................................................
217
225
225
238
241
249
7
5. La alegación fiscal en el expediente
del obispo de Teruel (1769)...................................................
6. La Instrucción de los fiscales Campomanes y Moñino
sobre el método a observar en el establecimiento
del oficio de hipotecas (1767)...............................................
III. Los fiscales del Consejo y la censura inquisitorial
de libros (1768)............................................................................
IV. El control de la Universidad: la Instrucción particular
de directores y censores regios elaborada por los fiscales
Campomanes y Moñino (1769) ................................................
V. Respuesta fiscal sobre la formación de una hermandad
para el fomento de los Reales Hospicios de Madrid
y de San Fernando (1769)..........................................................
VI. Alegación fiscal en el expediente consultivo
pendiente entre la provincia de Extremadura
y el concejo de la Mesta (1770).................................................
VII. Alegación fiscal sobre la vigencia
del fuero de Córdoba (1770) .....................................................
262
264
271
279
285
286
293
Moisés LLORDÉN MIÑAMBRES
El conde de Floridablanca y América ................................................... 297
Floridablanca ante la independencia
de los Estados Unidos ............................................................... 311
Cronología del conde de Floridablanca.................................................. 321
Bibliografía general.................................................................................... 327
Publicaciones de la Fundación Foro Jovellanos ............................................ 333
8
Ilustraciones
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
Retrato de José Moñino y Redondo. Grabado
Clemente XIV. Anónimo
Carlos III. Anónimo
Ejecución de Luis XVI. 21 de enero de 1793. Grabado
Rendición de Lord Cornwallis en Yorktown. Grabado
Conde de Floridablanca. Francisco de Goya
Iglesia de San Ignacio. Roma
Pío VI. Pompeu Girolamo Batoni
Carlos III. Grabado
Jerónimo Grimaldi. Grabado
Pedro Pablo Abarca de Bolea. Conde de Aranda
Carlos IV. Francisco de Goya
Fernando VII. Vicente López
Godoy, joven guardia de corps. Francisco Folch
Don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca
protector del Comercio. Bernardo Martínez del Barranco
Alberto Lista y Aragón. Grabado
El marqués de la Ensenada. Anónimo
Francisco de Cabarrús. Francisco de Goya
Censo español, 1787
Informe en el Expediente de Ley Agraria. Jovellanos
Conde de Floridablanca. Francisco de Goya
Origen del motín contra Esquilache. Grabado
Pragmática Sanción de Su Majestad. 1767
Juicio Imparcial sobre las letras. 1769
Pedro Rodríguez de Campomanes. Francisco Bayeu
Carlos IV. Grabado
La Luisiana. Mapa. 1762
Bernardo de Gálvez y Madrid. José de Alfaro
Presentación
ecuperar la memoria histórica -sin entrar en las connotaciones políticas que lo promueven- es uno de los propósitos más reivindicativos en nuestra sociedad. Aniversarios
y centenarios suelen ser los segmentos cronológicos que propician
estas celebraciones. El año 2008 fue pródigo en estas evocaciones
conmemorativas encaminadas a recordar efemérides pasadas. Por
ejemplo, en el Principado de Asturias tuvieron un fuerte impacto el
VIII centenario de las reliquias que adornan la Cámara Santa de la
catedral de Oviedo y el IV Centenario de la Fundación de la Universidad de Oviedo, sin olvidar determinados eventos que a modo
de recordatorio pretendían evocar los acontecimientos de la Guerra de la Independencia con esa fecha referencial de 1808. Fue esta
una fecha emblemática también para el jovellanismo que implicó
asimismo a la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, siguiendo los imperativos de sus estatutos que le obligan a
mantener viva la memoria histórica de efemérides directamente
relacionadas con Jovellanos y su tiempo. Para la memoria histórica
quedarán los actos celebrados en Palma de Mallorca y Valldemosa
a lo largo de 2008 con la participación directa de patronos de nuestra Fundación.
En este contexto cobra toda su significación otra no menos
importante efeméride de rango nacional: el bicentenario de la
muerte de José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca (Murcia, 1728-Sevilla, 1808) una de las personalidades más sobresalientes de nuestro Siglo XVIII y figura determinante en la política de
R
10
quien pasa por ser el monarca más ilustrado de la centuria dieciochesca como lo fue Carlos III.
La Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias tomó con ilusión la propuesta del actual Conde de Floridablanca, de
escribir una monografía como homenaje y recuerdo reivindicativo
a su antepasado. La visita a Gijón, con el referido propósito, de José
María Castillejo y Oriol fue un estímulo y un acicate para acometer el referido proyecto que hoy felizmente presentamos. La honrosa coincidencia de que una nómina importante de nuestros patronos forme parte asimismo del claustro de nuestra universidad
asturiana con dedicación docente e investigadora a la centuria ilustrada -y la siempre eficiente colaboración de nuestro Secretario General, Orlando Moratinos-, facilitó su consecución. Como coordinador del proyecto me siento plenamente satisfecho. Un libro es
sin duda el mejor recordatorio para que las generaciones futuras
revivan la historia de tiempos pasados.
¿Y qué es lo que se ofrece? Después de presentar los hitos fundamentales de la biografía de José Moñino, Conde de Floridablanca,
en el contexto de su tiempo, tarea a cargo de Orlando Moratinos, el
lector se encontrará con las facetas más significativas del ilustrado
Floridablanca como político, economista, fiscal y la impronta que
dejó en América.
Floridablanca, político
El Prof. Manuel Abol, especialista en política ilustrada, nos
descubre la personalidad de Moñino como político. Floridablanca,
como hombre político, es un típico ejemplo de gobernante ilustrado.
Autoritario y con evidentes tendencias absolutistas, quiere agilizar
la maquina administrativa y hacerla más eficaz y operativa. Todo
ello descansa sobre la figura del monarca, cuya dignidad indiscutible y omnipresente se enaltece, a la vez que se postergan los órganos
institucionales de representación social. De esta forma el sistema
político se personaliza en el soberano y en los secretarios. Floridablanca promueve la regeneración económica en sentido «burgus»,
11
aunque sin romper radicalmente con el Antiguo Régimen. En las
medidas que promueve en esta materia se descubre lo que después
iba a realizar el liberalismo. El impulso que propone pasa ineludiblemente por el favor dispensado a una clase emergente, la de los propietarios, en menoscabo del cuerpo social. Éste en su conjunto no ve
ventajas apreciables en semejantes mudanzas, y en ocasiones se
encuentra herido en sus ideales.
La superación, no siempre evidenciada en las propuestas de
nuestro personaje, de la sociedad estamental y la de su soporte económico, eran entonces signo de progreso, pero de un progreso con
escasa sensibilidad social.
Floridablanca, al final de su vida, puede vislumbrar la colisión entre el proyecto ilustrado y las propuestas revolucionarias
del liberalismo. Ambos impulsos tienen puntos en común, pero
también sustanciales divergencias que hacen imposible que haya
una continuidad rectilínea entre ellos.
Como la estructura política, merced a la obra de la ilustración, ha quedado reducida a la figura del monarca, sobre la que
gira toda la administración, el sistema va a caer ante la primera crisis. Esta se produce en 1808. La flaqueza institucional y personal de
la realeza ocasiona el derrumbe de todo el aparato administrativo
de aquella expresión caricaturesca de la Monarquía española. Las
propuestas económicas de signo clasista naufragaron ante una
sociedad en pleno, que en aquel año adquirió un protagonismo
inusitado y que ya estaba cansada de tanta experimentación de
laboratorio sobre sus ideales y sus intereses. Floridablanca en el
año de su muerte era un hombre del pasado, de un pasado lleno de
buenas intenciones, pero que entonces resultaba un anacronismo,
tanto respecto al constitucionalismo liberal, como a la renovación
castiza.
Floridablanca, jurista
En este sentido la trayectoria de José Moñino estará muy
unida a Campomanes, una dimensión que pone de relieve el Prof.
12
Santos Coronas, asimismo gran especialista en el ilustrado de Cangas de Tineo y cuya autoridad en el campo de la historia del derecho es bien reconocida. El futuro Conde de Floridablanca será compañero de Campomanes en la fiscalía del Consejo de Castilla durante algunos años decisivos. El 31 de agosto de 1766 Moñino será
nombrado fiscal del Consejo de Castilla en sustitución de Lope de
Sierra Cienfuegos, de talante conservador, que había sido hasta su
promoción a consejero de Castilla la viva antítesis del pensamiento
reformista de Campomanes. En su elección pesó el criterio de este
último, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen del mismo: «Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es uno de los más importantes del reyno y más
arduo de desempeñar. Amor al rey, literatura universal, y fertilidad
de ideas públicas sobre un genio laborioso y de feliz explicación son
prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad y firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo», dirá Campomanes.
A los treinta y siete años de edad, Moñino se sumó al grupo de
hombres decididos que, desde los Consejos, caso de Aranda, Campomanes o Carrasco, o desde la Secretaría del Despacho -Roda, Grimaldi-, trabajaron por la reforma global de la sociedad española.
Cuando Moñino llega a la segunda fiscalía del Consejo de
Castilla no se habían apagado aún los ecos del motín de Esquilache. Como fiscal participó en la depuración de responsabilidades, así como en los graves sucesos subsiguientes: expulsión de
los jesuitas, condena del obispo de Cuenca y en la redacción por
orden del rey de un nuevo Juicio Imparcial sobre el monitorio de
Parma que dulcificara el tono directo y vivo del escrito por Campomanes. Por entonces ya eran patentes al monarca las principales
virtudes de Moñino y que el mismo rey sintetizaba en una fórmula sencilla: «varón prudente y de buen modo y trato»; juicio regio
que comparte Grimaldi considerándolo «hombre religioso, moderado, dulce e instruido». Su paso de la fiscalía del Consejo de Castilla a embajador en Roma (1772) fue el inicio de una larga y fecunda carrera política que le llevó desde la Secretaría de Estado (1777),
que comparte con la de Justicia desde 1782, hasta la presidencia de
la Junta Suprema de Estado (1787-1792). Tras un breve ocaso polí-
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tico en la España de Godoy y de Carlos IV, terminó gloriosamente
sus días en Sevilla como presidente de la Junta Central encarnando el orgullo de la nación frente al invasor francés.
Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto
modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad. Aunque no es posible
ofrecer un cuadro completo de la actuación de estos fiscales, cuyo
número se aumentó a tres a instancias del presidente del Consejo
de Castilla, el conde de Aranda, en virtud del Decreto de 9 de junio
de 1769, se puede rastrear algunos informes y escritos que permiten conocer el pensamiento del fiscal de Moñino, muy influido por
entonces por su mentor Campomanes. Son alegaciones y dictámenes que, a manera de ejemplo, pueden seleccionarse, iluminando
algunos campos de interés entre los muchos vistos y despachados
en la carrera profesional de Moñino entre 1766 y 1772.
Floridablanca, economista
Es esta otra de las facetas más sobresalientes de nuestro biografiado. Una dimensión trazada con la maestría acostumbrada
por el Prof. Rafael Anes. El Rey Carlos III, que, al igual que sus predecesores de dinastía, estaba imbuido de ideas de reforma, llamó a
José Moñino, que era entonces embajador en Roma, para que condujese el proceso modernizador de la vida económica española.
Deja la embajada al terminar el año 1776 y en febrero del año
siguiente el Secretariado de Estado; de esta manera está en disposición de conducir la política económica española para promover
los cambios oportunos. Para mejor dirigir los asuntos que se le
encomendaron, creará la Junta de Estado, por Decreto de 8 de julio
de 1787, y estará al frente de ella.
En España, como en los demás países europeos, excepto Gran
Bretaña, que estaba dando los primeros pasos del proceso industrializador, el sector agrario es la base de la actividad económica, y cual-
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quier proceso de cambio que se quisiera llevar a cabo tenía que
suponer transformaciones en ese sector. Ello no quiere decir que las
actuaciones pudiesen reducirse a las adoptadas en la mejora de la
agricultura y la ganadería. Así, Floridablanca, -como expone en la
«Instrucción reservada que la Junta de Estado… deberá observar»,
de 1787-, tratará de promover el desarrollo de la agricultura, el de
«las artes, el tráfico interior y el comercio exterior». Ello debía ir
acompañado de progresos en las enseñanzas, considerando que lo
que hacía más falta era «el estudio de las ciencias exactas, como las
matemáticas, la astronomía, la física experimental, química, historia
natural, la mineralogía, la hidráulica, la maquinaria y otras ciencias
prácticas», sin olvidarse de «la enseñanza especulativa y práctica del
comercio», por considerarla muy necesaria y útil.
Entre los obstáculos que había para que se pudiese alcanzar
el desarrollo de la agricultura, le preocupa especialmente a Floridablanca la concentración de la propiedad en manos muertas y los
privilegios del Honrado Concejo de la Mesta. De la amortización
de la tierra se ocupa ya en el «Expediente del Obispo de Cuenca»,
de 1767, y se refiere a ella como «enfermedad gravísima», enfermedad que, considera, debe curarse por etapas y «con prudencia y
suavidad». De los privilegios de la Mesta trata en el «Expediente»
que se promueve con motivo del recurso del Diputado de Extremadura, consecuencia de la Real Orden de 20 de julio de 1764. Señala, que en virtud de los privilegios que tienen, los ganados mesteños ocupan las mejores tierras y los mejores pastos y conducen a
que las labores de las tierras estén reducidas y deterioradas la
crianza del ganado estante. Aunque las consideraciones que ahí
hace están referidas a Extremadura se pueden aplicar a otras partes del territorio español, a aquellas que estaban afectadas por las
consecuencias de esos privilegios.
Los terrenos, dice Floridablanca, habrán de dedicarse a los
cultivos y a los disfrutes para los que sean más apropiados y los
vecinos deben tener «una dotación congrua». Si eso era así, añade,
se tendría crecimiento en el sector agrario y crecería la población,
lo que consideraba muy beneficioso. Para alcanzar esos progresos
debía darse, dice, una ley agraria, una ley que no alterase los domi-
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nios pero que tuviese la capacidad de ordenar los arriendos y el
reparto de los terrenos públicos, y para que sirviese de base y de
apoyo de ella habría que crear un Tribunal Supremo, que sería la
Real Audiencia.
Para el desarrollo de la actividad industrial, como se discute
en la «Instrucción reservada», Floridablanca confiaba en la iniciativa privada, que se dedicaría a ella si se daban las condiciones necesarias. Dice, que la Junta de Estado debería observar que «de los
adelantamientos del comercio y tráfico y de la agricultura» salen
«los medios más eficaces de adelantar igualmente las artes y fábricas, y de llegar a su mayor perfección». Según Floridablanca, los
medios experimentados para que hubiese prosperidad en las fábricas, eran la protección de los fabricantes, que fuesen estimados los
oficios mecánicos y los que los ejercían, la libertad de los artistas
para la ejecución de sus ideas, la persecución de los ociosos y desaplicados y la disminución de cargas, gabelas y gravámenes que
pesaban sobre las manufacturas y sobre los artistas. Eso, dice, son
principios que habrían de ser comunes también para los dominios
americanos, y los que se trataron de aplicar para que las manufacturas circulasen dentro del Reino y se vendiesen fuera, exentas de
derechos por el tráfico, la venta o la extracción.
Para que hubiese la recuperación económica que se pretendía
era imprescindible el desarrollo del comercio, tanto del interior como el del exterior, como ya se ha señalado, y ello requería prestar
atención a las obras de infraestructuras. En 1778 es nombrado Floridablanca Superintendente de Caminos y desde ese cargo dará
impulso grande a la construcción de caminos y de canales. En los
años en que Floridablanca tuvo esa responsabilidad se construyeron 1.700 kilómetros de carreteras generales y también hay que
destacar las realizaciones en el Canal de Castilla y el intento de llevar a cabo las obras de un canal que enlazase el río Guadarrama
con el Océano, con un último tramo por el río Guadalquivir.
Para poder llevar a cabo esas obras y otras empresas eran
necesarios recursos públicos, lo que parece aconsejaba la reforma
del sistema tributario. Se piensa establecer en los antiguos reinos
de la Corona de Castilla la contribución única, pero, después de
16
disponer del Catastro necesario, la reforma no se produce. Lo que
se hace es añadir un tributo más al sistema, el de «Frutos civiles».
Para conocer los efectos de la política económica seguida y
tener una mejor base para introducir cambios, era preciso un buen
conocimiento de la evolución de la población, tener buenos censos.
Para ello se ordenó levantar un nuevo censo de población, que
mejorase la información que proporcionaba el de 1768. Se levantará el conocido como Censo de Floridablanca, para 1787, que se
tiene como el mejor de los del siglo XVIII.
Cuando dejan de llegar los metales americanos, al bloquear
los barcos británicos los puertos de salida, como respuesta a la participación de España, junto a Francia, en ayuda de las colonias
inglesas en América del Norte, para atender a las necesidades de
fondos se emite Deuda pública, pero una Deuda especial, con títulos denominados «Vales reales», que tenían la doble condición de
títulos de deuda y billetes, ya que debían de admitirse en los pagos
de cantidades importantes. La primera emisión, de 1780, es suscrita por un consorcio de banqueros entre los que está el de origen
francés Francisco Cabarrús. Después del éxito de la primera emisión hubo otra en 1781 y ello hará que se acepte la propuesta de
crear un banco nacional que presenta Cabarrús al conde de Floridablanca y nace, el 1 de julio de 1782, el Banco Nacional de San
Carlos. El establecimiento, que tendría que formar una caja de
pagos y reducción de «Vales reales», lo que no pudo cumplir por
las reiteradas emisiones que hubo, atendería al Tesoro en las situaciones de apremio, participaría en la realización de obras públicas,
se encargaría de los suministros al ejército y a la marina y de la saca
de plata, sin olvidarse de lo que eran funciones propias de un
banco, entre las que estaba la emisión de billetes.
No ha escrito Floridablanca obras para exponer sus ideas
económicas, pero sí alegaciones, instrucciones y expedientes, y se
pueden conocer los principios económicos que guiaban sus actuaciones. Desde un claro y preciso regalismo, pretendió que hubiese
desarrollo económico y fortalecimiento del Estado y ello aplicando
principios liberales, siempre y cuando ello pudiese ser posible.
17
Floridablanca y América
El Prof. Moisés Llordén, experto en historia económica y
buen conocedor de la impronta española en el Nuevo Mundo, analiza esta dimensión en la política desarrollada por Floridablanca.
Cuando accede al gobierno una de las principales preocupaciones
de Floridablanca se centra precisamente en los dominios americanos de la Corona Española. El Imperio americano había alcanzado
un estadio de desarrollo, pero se situaba entre la dependencia y la
autonomía. Y, si bien había demostrado docilidad, para gobernarlo precisaba una mano hábil como la suya. El monarca sentía gran
interés hacia las Américas, pero no era consciente de las exigencias
propias de las sociedades coloniales, que no reinos americanos, y
la primordial o quizás única preocupación de Carlos III era: que
estos territorios en absoluto satisfacían las necesidades económicas
de la Monarquía. La consecución de los recursos necesarios fue
propiciada por las ideas de los ilustrados regalistas (Campillo,
Ward, Campomanes, Aranda, Gálvez…) quienes veían a América
como parte integrante de la unidad política española de donde se
podría obtenerlos. En consecuencia, además de resaltar y potenciar
el poder absoluto del monarca, éste iba a ser el objetivo principal
del programa de reformas programado y en el que América se
vería muy involucrada en el proceso de cambio, al incluirse proyectos para reconfigurar la estructura y ponerse de manifiesto la
existencia de una visión de América muy diferente de la que había
dominado en los dos siglos anteriores.
En la planificación y ejecución de estos programas de reformas con relación a los territorios de América es José Moñino, conde
de Floridablanca, el ministro que mayor papel desempeña en ellos,
con el fin de convertir los territorios americanos en colonias dependientes de la metrópoli, rompiendo los poderosos vínculos de las
familias locales y la burocracia real, y en paralelo a esta «desamericanización del gobierno de América» conseguirá el máximo absolutismo para el monarca. Sus funciones administrativas y políticas
se desarrollan durante 26 de los 29 años del reinado de Carlos III y
ocupan más de las tres cartas partes del tiempo dedicado por el
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ministro murciano a esa categoría de trabajos. Es además el tiempo
en que los españoles renunciaban a sus viejos ideales de la dinastía
Habsburgo de la monarquía universal y proponen, como magistralmente diseña el Conde de Floridablanca, en 1787, en su Instrucción Reservada, una nueva política en relación con Europa, las colonias españolas de América y a los temidos Estados Unidos de América, joven nación a la que conoce y, por ello, dedica especial atención, pues su acceso a la Secretaría de Estado se produce cuando se
inician en territorio español las negociaciones con los diputados
americanos y también, al firmarse la paz de Paris con Inglaterra,
sentirá temor ante la previsible expansión de los americanos sobre
nuestros territorios fronterizos con las Trece Colonias.
Estas monografías sobre los aspectos más relevantes de la
personalidad del Conde de Floridablanca, aunque breves, ofrecen
una síntesis completa, escrita con rigor y, a la vez, con amenidad
narrativa. Por todo ello, como Presidente de la Fundación Foro
Jovellanos y coordinador del proyecto, me siento plenamente satisfecho de este equipo de colaboradores, renombrados colegas del
claustro de la Universidad de Oviedo. Espero asimismo que esta
publicación satisfaga las expectativas de José María Castillejo y
Oriol, actual Conde de Floridablanca; él hizo posible este logro
merced a su generosa iniciativa para mantener viva la memoria
histórica de su antepasado a quien él hoy representa. Nuestra más
cálida felicitación.
JESÚS MENÉNDEZ PELÁEZ
Presidente de la Fundación Foro Jovellanos
del Principado de Asturias
Saluda
s para mí un honor y un privilegio poder, desde estas líneas,
ofrecer mi más sincero agradecimiento a todas y cada una de
las personas que han hecho posible la existencia de este libro,
y muy en particular a aquellos que han intervenido de una manera
directa en la elaboración del mismo.
Quiero en primer lugar agradecer a Don Domingo Cienfuegos
Jovellanos, que hace unos años se acordó de mí por mi condición de
Conde de Floridablanca, y me invitó para proponerme como patrono a la Junta Rectora y Patronato de la Fundación Foro Jovellanos
del Principado de Asturias, invitación que dicho sea de paso, inmediatamente acepté a la vista de la seriedad y potencial proyección del
proyecto que me presentaba.
Ha sido para mí un orgullo poder formar parte de este fantástico proyecto y haber podido estar puntualmente informado y actualizado en todas y cada una de sus iniciativas y trabajos. Vayan con
estas palabras mi admiración y también agradecimiento para su Presidente, Don Jesús Menéndez Peláez por la labor que está realizando y por la cada vez mayor importancia que el trabajo e investigación que se desarrollan desde la Fundación tienen para nuestra
sociedad actual. Tengo que decir que es para mí un modelo a seguir
y un ejemplo a copiar.
Quiero también agradecer de una manera especial a Don Orlando Moratinos Otero, Secretario General de la Fundación, sin cuya
tenacidad y constancia el proyecto de este libro difícilmente hubiera
llegado a término.
E
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Y por supuesto, de manera muy especial, agradecer y honrar
a los Profesores Don Manuel de Albol-Brasón, Don Santos M. Coronas, Don Rafael Anes y Don Moisés Llordén por el trabajo realizado.
En el momento de presentar este libro, comienzos del año
2009, algo más de doscientos años después del fallecimiento de mi
ilustre antepasado, Don José Moñino y Redondo a quien este libro
recuerda, nos enfrentamos en el mundo con una situación que en
muchas circunstancias guarda un extraordinario paralelismo con la
situación con la que nuestros gobernantes de la época que aquí se
analiza, se tuvieron que enfrentar. No cabe la menor duda que el
mundo de hoy tiene muy poco que ver con el de entonces, y que
cualquier comparación es, desde luego, en cierta forma temeraria.
Sin ir más lejos, es más que evidente para todos que el foco del poder
ha ido girando hacia el Oeste en estos doscientos años que han pasado. De Europa a América del Norte. Y es más que probable que en
los próximos doscientos años, siga girando hacia el Oeste, poniendo
en el centro del foco del poder naciones asiáticas que en los últimos
quinientos años han sido «dragones dormidos». Pero son indudables para mí esos paralelismos a los que hago referencia, en momentos en los que en las diferentes sociedades desarrolladas de nuestro
mundo nos enfrentamos al tambaleo e incluso desaparición de
muchas de las rocas sobre las que se suponía que sustentábamos el
futuro e «interminable» crecimiento de nuestra sociedad, de nuestro
bienestar y de nuestra convivencia.
Floridablanca se caracterizó por su incansable capacidad de
trabajo, por su tenacidad y por una visión del Estado que desde
luego ayudó a consolidar la dinastía Borbón en España, fomentó de
manera importante el avance y enriquecimiento de la nación con
cada una de sus reformas y estableció algunas de las más importantes bases sobre las que España se ha podido sustentar a pesar de
tener que enfrentarse a todas las difíciles situaciones que empezaron
a surgir desde su salida del Gobierno y que se prolongaron durante
todo el siglo XIX y parte del siglo XX.
Confiemos en que Dios Nuestro Señor nos de en estos momentos difíciles también, gobernantes con pulso firme, como en su
momento demostró tenerlo Floridablanca, que sepan pilotar y guiar
21
nuestro mundo y nuestra sociedad en el difícil entorno en el que nos
encontramos, para que se pueda recuperar la confianza entre las personas y las naciones, el espíritu de lucha, el trabajo duro, la constancia y la capacidad de estudio que tan necesarias son ahora para que
el mundo económico, actual motor propulsor del resto de las actividades humanas, sea una vez más garante de estabilidad, paz y progreso.
Muchas gracias a la Fundación Foro Jovellanos del Principado
de Asturias y muchas gracias, una vez más, a cada uno de los autores en particular por este magnífico trabajo que a continuación se
presenta. Espero que disfruten con la lectura del mismo.
JOSÉ MARÍA CASTILLEJO Y ORIOL
Conde de Floridablanca
Madrid, febrero de 2009
1. Retrato de José Moñino y Redondo.
Pompeuo Girolano Batoni y Camilo Tinti.
Grabado. Aguafuerte y buril.
Biblioteca Nacional. Madrid
Iconografía Hispana, 1264-1
Inscripción: “IOSEPHO MOÑINO / RELIGIONIS STVDIO SVAVITATE MORVM
/ DOCTRINA PRVDENTIA ET CONSILIIS EGREGIO APVD CLEM XIV ET
PIVM VI PONTIFICES MAXIMOS CAROLI III REGIS CATHOLICI ...”
José Moñino y Redondo,
conde de Floridablanca.
Apuntes biográficos
Orlando MORATINOS OTERO
I.
Nacimiento, primeros años y estudios
osé Antonio Nolasco Moñino y Redondo nació en el barrio
de San Juan de la capital murciana el 21 de octubre de 1728.
Fue el primogénito de cinco hijos de José Moñino Gómez,
que trabajaba en el Obispado de Murcia como archivista y notario
eclesiástico, y de Francisca Redondo Bermejo. Sus hermanos fueron: Francisco, Fulgencio, Manuela y Florencia.
Cursó sus primeros estudios en Murcia; a los 8 años ingresa
en el Seminario de San Fulgencio, desde donde pasa, como colegial
externo, a estudiar Derecho civil a la Universidad de Orihuela. Antes de cumplir los 20 años es recibido y aprobado como Abogado,
doctorándose en Leyes por la Universidad de Salamanca. Con
anterioridad a su traslado a la Corte, ejerce su profesión durante
algún tiempo en la capital murciana, junto a su padre1.
J
Muchos de los tratados o panegíricos sobre el ilustrado murciano no
aportan demasiados datos sobre los primeros años de su vida, ni el Elogio históri1
26
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
Según Alcázar Molina, «…de estos años, acaso los más trabajosos del lento elevarse por su propio esfuerzo, de lucha continuada, de vicisitudes silenciosas, apenas quedan datos»2.
II.
Abogado en Madrid
El 1 de agosto de 1748 Moñino aprueba el examen de Abogado de los Reales Consejos y se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid3 y ejerce su profesión en la capital de la Corte,
donde comienza a obtener fama y un prestigio de merecido renombre tanto en el ámbito profesional como el personal. El profesional
en el ejercicio libre de la abogacía; el personal a través del padre
Curtis, con los duques de Osuna4.
En 1752, el marqués de la Ensenada le confía la misión de
sancionar a los «dañadores de montes y agresores de uno de los
alcaldes de Puebla de Don Fadrique». Acabó Moñino configurándose un currículo interesante que, a los diez años de esta primera
misión al servicio del Estado, le hace conseguir, con 35 años, el título de alcalde de Casa y Corte, un título que, aunque honorífico,
co de Alberto LISTA (BAE., 59, p. 516), ni Antonio FERRER DEL RÍO en la Introducción
de 1867 a las Obras originales del Conde de Floridablanca, pág. V, ni Antonio RUMEU
DE ARMAS, El testamento político del Conde de Floridablanca, Madrid, CSIC., 1962. Llegados a Vicente RODRÍGUEZ CASADO, La política y los políticos en el Reinado de Carlos
III. Madrid, Rialp, 1962, p. 236, escribe:
«[…] al principio vive con mucha estrechez en el barrio de las
parroquias de San Sebastián y San Justo […]; el bufete que abrió al año
siguiente (1749) se convirtió rápidamente en uno de los más importantes
de la corte […] aquellos años de «vicisitudes silenciosas y en la formación
de Moñino como jurista desempeñó un papel importante la Junta Practica
de Leyes madrileña».
2
ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca (Notas para su estudio), Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1929, p. 14.
3
Asiste con frecuencia a las sesiones de la Junta del Colegio de Abogados
por cuyos trabajos mostraba gran interés.
4
MOYA, Eugenio, «El conocimiento como institución social: la ciencia en la
España de Floridablanca», Revista de Hispanismo Filosófico, núm. 11, 2006, pp. 1-15.
Orlando Moratinos Otero
27
aumentaría su prestigio y con el que iniciaba su brillante carrera
política. Durante estos años pasados en Madrid, el futuro conde
encontró materia de instrucción y de reflexión sobre el derecho
nacional en la pequeña asamblea de letrados poco conformistas,
que constituían la Junta Práctica de Leyes de Madrid. De ahí que,
por carta de 22 de Julio de 1763, Moñino informara a sus miembros
que el Rey acababa de concederle «los honores de alcalde de su
Casa y Corte con el sueldo de 20 ducados», poniendo la presidencia que ostentaba a cargo de sus colegas, quienes le pidieron que
continuase en ella en la sesión extraordinaria celebrada con este
motivo el 24 de Julio de 1763.
III.
Fiscal en el Consejo de Castilla
Un ascenso de mayor calado político se origina cuando Moñino es nombrado Fiscal del Consejo. Este nombramiento no se produce por casualidad. Al mismo contribuye, en gran medida, su alineamiento decidido en la publicación de una Carta Apologética, bajo el
seudónimo de Antonio José Dorre, al Tratado de la regalía de la Amortización que Campomanes había defendido en 1765, y que había sido
criticado por la mayoría de los teólogos del propio Consejo de Castilla e incluso sufrido una refutación de Roma. La carta le sirvió a
Moñino para ganarse la confianza del mismo Carlos III hasta tal
punto que, tras ser cesado el Fiscal del Consejo de Castilla que se
opuso a la ley sobre amortización de la Iglesia, y dadas sus indudables dotes intelectuales y eficacia en el ejercicio de su profesión frente a los tribunales, Moñino es nombrado Fiscal del Consejo al término de 1766. Desde entonces los servicios a la Corona van a sucederse lo mismo que los honores y los beneficios políticos.
Como tal, redactó varios dictámenes trascendentales, especialmente por sus repercusiones históricas; como el referente al extrañamiento de los jesuitas. Resolvió con notable éxito diversos
sucesos que le otorgarían gran experiencia, como el motín contra
Esquilache, como juez comisionado en el juicio de la Corona contra el obispo de Cuenca o el Juicio Imparcial sobre el monitorio de
28
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
Parma, que le mostrarían como un hábil y meticuloso jurista que
comenzaba a brillar con luz propia.
Como fiscal se significó en grandes iniciativas reformadoras
que se llevaron a cabo bajo la presidencia del conde de Aranda. La
política universitaria, las reformas agrarias y las incisivas tesis
regalistas suponían un intento de quitar el lastre que venía padeciendo España y de plantear soluciones a problemas que se arrastraban desde siglos.
A lo largo de su carrera como fiscal destacamos algunas de
sus actuaciones documentadas5:
Memorial ajustado de las ciudades y provincias de Extremadura
con el fin de fomentar en aquella región la agricultura y la cría de ganados. (1766).
Memorial ajustado, hecho de orden del Consejo-pleno, a instancia
de los Señores Fiscales, del Expediente consultivo visto por remisión de
S.M. a él, sobre el contenido, y expresiones de las diferentes Cartas del R.
Obispo de Cuenca D. Isidro de Carbajal y Lancáster6, Madrid, 1768.
Juicio Imparcial contra el Monitorio papal dictado contra Parma
(1769).
Respuesta fiscal en el expediente de la provincia de Extremadura
contra los ganaderos trashumantes (1770).
Sobre los principales dictámenes e informes de los fiscales castellanos,
desde Melchor de Macanaz hasta Juan Pablo Forner vid. CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración y derecho: Los fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII,
Madrid, Ministerio de Administraciones Públicas, 1992; también vid. Consejo Real
de Castilla. El libro de las Leyes del siglo XVIII: colección de impresos legales y otros papeles del Consejo de Castilla (1708-1781), ed. a cargo de Santos M. CORONAS GONZÁLEZ,
Madrid, Boletín Oficial del Estado, 1996.
6
«El obispo de Cuenca, Isidro de Carvajal y Lancaster, era hermano del
anterior ministro de Estado bajo el reinado de Fernando VI. Ambos pertenecían a
la casta de los colegiales. Claramente opuesto a las reformas económicas del
Gobierno en materia eclesiástica y puede sospecharse si alentó los motines que se
produjeron en su diócesis en 1766», Vv. Aa. La España de las reformas: Hasta el final
del reinado de Carlos IV, Ed Rialp, t. X-2, 1989, p. 69.
5
2. Clemente XIV (ca. 1769)
Anónimo
Museo Storico Archeologico di Santarcangelo. Istituto di Musei Comunali. Rímini.
De familia burguesa, Juan Vicente Antonio Ganganelli (n. en Sant’Angelo in Vado,
el 31 oct. 1705) entró en la orden de los Conventuales de S. Francisco de la que fue
nombrado (1741) definidor general. Consultor del Santo Oficio, Clemente XIII, le
hizo cardenal en 1759.
Su pontificado estuvo presidido por la cuestión jesuítica. Maniatado por los compromisos verbales que precedieron a su elección y carente de toda libertad de
maniobra por el estrecho cerco a que fue sometida su gestión por los Borbones. El
Papa Clemente XIV accedió a suprimir la Compañía de Jesús, a pesar de la fuerte
resistencia que le opusieron ciertos medios de la Curia romana, que llegaron a
difundir la opinión de que el Pontífice no tenía poder suficiente para suprimir una
orden religiosa sin la previa aquiescencia de un concilio universal.
Moñino fue recibido por primera vez por el Papa Clemente XIV el domingo 12 de
julio de 1772. El asunto de la extinción se encontraba prácticamente estacionado.
Sin embargo, desde la segunda audiencia que el pontífice le concedió el 23 de
agosto, se tuvo la impresión de que el proceso de la extinción estaba ya encarrilado y que no podía dilatarse mucho la publicación del breve en cuanto el Papa
regresara de sus vacaciones en octubre.
Orlando Moratinos Otero
IV.
31
Embajador en Roma
Cuando el arzobispo Tomás de Azpuru, decepcionado por
no haber obtenido el capelo cardenalicio, presentó su dimisión
como embajador (principios de 1772), fue nombrado para sustituirle el conde de Lavagna, que no pudo tomar posesión de su cargo,
ya que murió camino de Roma. El 24 de marzo se hizo pública la
designación del nuevo embajador ante la Santa Sede: era Moñino,
Fiscal del Consejo de Castilla.
Es inútil subrayar que entre las instrucciones que había recibido en la secretaría de Estado en Madrid figuraba la extinción de
la Compañía de Jesús como objetivo principal a obtener del Papa.
El nuevo embajador, una vez llegado a Roma en julio de 1772, tomó
inmediatamente las riendas del asunto con indiscutible habilidad e
inteligencia. Así lo hace notar García Villoslada: «Moñino, con su
diplomacia brutal, mezcla de franqueza, de finura psicológica y de
violencia dominadora, fue el verdugo de Clemente XIV: le apretaba, le exigía, ora arguyéndole, ora refutándole, ora inspirándole
confianza, atacándole reciamente y sin cesar hasta el último atrincheramiento, siempre dispuesto, como él decía, a usar del garrote;
de suerte que el débil y condescendiente Clemente X1V llegó a
tenerle verdadero miedo.»7
Moñino fue recibido por primera vez por el Papa Clemente
XIV el domingo 12 de julio de 1772. El asunto de la extinción se encontraba prácticamente estacionado. Sin embargo, desde la segunda audiencia que el pontífice le concedió el 23 de agosto, se tuvo la
impresión de que el proceso de la extinción estaba ya encarrilado y
que no podía dilatarse mucho la publicación del Breve en cuanto el
Papa regresara de sus vacaciones en octubre.
Se observaba la táctica clementina de dar largas: se escudaba
en el pretexto de que la emperatriz María Teresa de Austria, muy
afecta a los jesuitas, se opondría con seguridad a la promulgación
GARCÍA VILLOSLADA, Ricardo, Manual de Historia de la Compañía de Jesús,
Madrid, Compañía Bibliográfica Española, 1954, 2ª ed. p. 558.
7
32
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
del Breve de extinción, y así sugería otras medidas no tan drásticas,
como prohibir la recepción de novicios, cerrar el Seminario Romano y enviar severos visitadores a diversas casas e instituciones de
la Compañía. Las continuadas maniobras de distracción no contentaron al Gobierno español, y su embajador estrechó el cerco en
torno a un atemorizado Clemente XIV. «Es necesario estrechar y
amenazar», escribía Moñino a Madrid. Las presiones se hicieron
más violentas, hasta tal punto que el propio embajador contaba a
su secretario de Estado: «Fue mucho lo que el Papa se inquietó y
afligió con mis reflexiones, rogándome que no le angustiase, ni
metiese en dudas y temores.» Por otra parte, María Teresa capituló
incondicionalmente y dejó a los jesuitas a merced de los Borbones,
habida cuenta de su política matrimonial, y sobre todo de la derivada del enlace de su hija María Antonieta con el Delfín de Francia, futuro Luis XVI.
Mucho se ha escrito sobre los sentimientos contradictorios
que embargaban el ánimo de Clemente XIV cuando firmó el Breve
Dominus ac Redemptor, por el que se consumaba la ruina de los «corvinos», como él llamaba a los jesuitas, a quienes en sus confidencias con el embajador español consideraba, según testimonio de
éste, como «hombres abandonados de Dios» y dignos de recibir «el
castigo que merecía su pertinacia». Ni siquiera se sabe con certeza
el día en que el Papa estampó su firma. El Breve Dominus ac
Redemptor se imprimió en la embajada de España del 24 al 28 de
julio de 1773, y aparecía como firmado el 21 del mismo mes.
V.
La España de Floridablanca
Carlos III, a pesar de su personalidad sumamente compleja,
no sólo era el monarca más importante de la dinastía en España,
sino también uno de los grandes reyes de la historia europea. Administrador meticuloso y ejemplar gestor político, con subordinación de la política a la administración. Acertó al elegir a sus ministros, todos con entidad, relevancia y prestigio. Destacan especialmente tres: el asturiano Pedro Rodríguez de Campomanes, el ara-
Orlando Moratinos Otero
33
gonés Pedro Abarca de Boleo, conde de Aranda y el murciano José
Moñino, conde de Floridablanca. En pleno siglo XVIII, pretendidamente liberal e ilustrado, existe en el reinado de Carlos III un elemento gravemente negativo: el tercer Pacto de Familia por el que
España establece una estrecha alianza con Francia, pero a costa de
un enfrentamiento con Inglaterra en el Atlántico, donde se originaron una serie de guerras navales, tratados diplomáticos y proyección de intereses comerciales sobre franjas costeras y territorios
interiores de alta significación económica.
Recién llegado de Roma, el 19 de febrero de 1777, Moñino se
presenta ante la Corte, y Carlos III lo nombra, con cuarenta y nueve
años, secretario de Estado en sustitución de Grimaldi –genovés, al
servicio de la Corona española-. Hasta el 28 de febrero de 1792, que
se le priva del poder, Floridablanca será el Primer Ministro de
España.
Muchas de las decisiones del gobierno de Carlos III provocaron continuos descontentos en el partido de los adversarios de
Moñino acaudillados por Aranda, jefe del partido Aragonés, frente al de los golillas, encabezado por el propio Floridablanca. Decretos como el de la creación de la Junta de Estado o el de disponer los
tratamientos de excelencia a los grandes de España y consejeros de
estado y otras dignidades provocó que Aranda se dirigiera al secretario de la Guerra en carta confidencial contra el último de los
decretos. Simultáneamente aparecieron publicadas en la corte multitud de sátiras todas ellas con alusiones al ministro de Carlos III.
En 1782, a la muerte de su titular Manuel de Roda, se le nombra, además, Secretario de Gracia y Justicia. El 8 de julio de 1787
crea la Junta Suprema de Estado8 con la intención de homogenei-
«Carlos III resolvió que, además del Consejo de Estado, hubiese una Junta
de Estado ordinaria y perpetua que se congregase una vez a lo menos en cada semana, reuniéndose en la primera secretaría de Estado, y sirviéndole de constitución
fundamental, una Instrucción Reservada para que se tuviese presente en la misma
junta, y ésta entendiese cualesquiera de los ramos pertenecientes a las siete secretarías de Estado y del despacho universal.», DÁNVILA Y COLLADO, Manuel, El poder
civil en España: Memoria premiada por la Real Academia de ciencias morales y polí8
34
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
zar y unificar las tareas de gobierno. A lo largo de estos años, Moñino acumuló tal poder que controlaba tanto la política exterior como
la interior. Sus ideas políticas se recogen con bastante exactitud en
la Instrucción Reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por
mi decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los
puntos y ramos encargados a su conocimiento y exámen, redactado por
Floridablanca en nombre del Rey. Su redacción permite establecer
su pensamiento político durante el reinado de Carlos III. Contiene
395 puntos que constituyen un programa de gobierno completo
sobre asuntos eclesiásticos, administración interior, Ejército y Marina, Hacienda, gobierno de colonias y política exterior. También se
recogen aspectos sobre la justicia, las finanzas, el comercio o la
industria. Del conjunto de instrucciones, 25 de ellas se refieren a las
islas y tierras adyacentes del Caribe.
Durante su ministerio con Carlos III desarrolló una política
reformista. Tomó medidas para impedir el acaparamiento y la especulación de grano, derivados de las crisis agrícolas, fomentó la libertad industrial y comercial, y llevó a cabo la reforma en la educación
tras ordenar la expulsión de los jesuitas que acaparaban la mayoría
de las cátedras. Se innovaron las materias y disciplinas a impartir y
se introdujeron modernos métodos pedagógicos aunque lo más destacado es que su control pasó a manos del Estado, así como los colegios mayores y el sistema de provisión de becas.
Otras de sus propuestas reformistas se basaron en la primera
división de España en 38 provincias, una profunda reforma de las
universidades, la apertura de academias científicas y escuelas
superiores, la construcción del Gabinete de Historia Natural y del
Observatorio Real, el establecimiento de escuelas gratuitas para
ticas en el curso ordinario de 1883. Madrid, Imprenta y Fundición de Manuel Tello,
1885-1886, t. IV, p. 181. El título completo dice: «Instrucción Reservada que la
Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día, 8 de julio de 1787,
deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen». FERRER DEL RÍO, Antonio, (Ed.), Obras originales del Conde de Floridablanca y
escritos referentes a su persona, Biblioteca de Autores Españoles, t. 59, Madrid,
Imprenta de Hernando y Cía. 1952, pp. 213-272.
3. Carlos III
Anónimo
Real Academia de la Historia. Madrid.
Orlando Moratinos Otero
37
niños y niñas, la creación de la Junta General de Caridad, de hospitales y centros benéficos.
Con su hijo Carlos IV continuó siendo ministro, aunque dio
un giro radical de su política con el fin de evitar, principalmente,
los efectos de la Revolución Francesa, cuya influencia combatió
desde el poder ordenando un cordón sanitario para impedir la llegada de ideas, personas y libros desde Francia, causas que provocaron su sustitución y destierro por Manuel Godoy en 1792.
Durante su gestión política en estos quince años como primer ministro con los dos monarcas, logró para la Monarquía la
potencialidad perseguida por el reformismo ilustrado de todo un
siglo. El ritmo de transformación adquirió con Floridablanca un
relieve que puede ser apreciado con el trazado y la construcción de
nuevas comunicaciones. Las obras acometidas fueron numerosas,
y tanto su financiación como su ejecución cobraron un nuevo
impulso. Durante este período se llevaron a cabo algunas de las
construcciones más brillantes legadas por la ingeniería ilustrada.
No es de extrañar que Alberto Lista escribiera: «[…] entre
todas las instituciones, ninguna le mereció más afecto y protección
que las Sociedades Patrióticas […] y convencido como estaba de
que los mejores planes, las mejores leyes son inútiles a la prosperidad de la Agricultura y el Comercio para la felicidad pública, si
están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus productos […] él consagró gran parte de su ministerio a la formación
de caminos y canales que facilitasen la comunicación entre las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras que multiplicasen los puntos del comercio exterior9.»
El político murciano fue, igualmente, pionero en implantar
un nuevo sistema de relaciones exteriores con el que trató de consolidar la seguridad de los territorios americanos, una cobertura
diplomática ante Gran Bretaña y la autonomía respecto a Francia.
9
LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del Conde de Floridablanca».
Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Biblioteca de Autores Españoles, t. 59, Madrid, Imprenta de Hernando y Cía., 1952, p. 519.
38
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
Moñino situó la política exterior de Carlos III de forma que la posición española frente a Inglaterra quedaba visiblemente fortalecida.
Floridablanca afrontaba los movimientos de protesta, las
críticas por la actitud de Aranda y las sátiras que se repartían por
los mentideros de Madrid. No era de extrañar, por tanto, que el
10 de octubre de 1788, redactara en San Lorenzo del Escorial una
relación de méritos y realizaciones en el período durante el que
ocupó la secretaría de Estado y que recoge en el Memorial presentado al Rey Carlos III y repetido a Carlos IV, en el que terminaba
rogando se le librara del cargo de ministro. Carlos III le ratificó su
confianza y a los pocos meses moría confiando a su hijo y sucesor
Carlos IV conservara en su puesto a su primer secretario de despacho10.
VI.
Relaciones con Francia
Desde 1789 Floridablanca había tratado las ideas revolucionarias francesas como si se tratara de una epidemia. Aunque Aranda, más moderado, creyó que bastaba con mirar para otro lado y
Godoy hace frente a la revolución como un problema político y no
ideológico que había que afrontar estratégicamente y con frialdad11.
El embajador plenipotenciario francés en Madrid, «embajador de Familia», habitualmente bien informado de cuanto sucedía en la Corte, nos ofrece interesantes datos sobre el proceso de la crisis y las conjuraciones contra Floridablanca que preparan y sirven de antecedente a su derrumbamiento de 1792.
(Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, París. Correspondencia de España,
vol. 620, fol. 100). Igualmente, el propio embajador sugeriría que el mantenimiento de Floridablanca y de su política intransigente llevaría inevitablemente a una
ruptura indeseada y de consecuencias imprevisibles, por lo que un cambio de
dirección sería beneficioso para las partes. Hay historiadores, como Richard Herr
que relacionan directamente la caída de Floridablanca y el ascenso del conde de
Aranda con la llegada a Madrid del nuevo embajador francés.
11
GARCÍA CÁRCEL, Ricardo, El sueño de la nación indomable Los mitos de la
guerra de la Independencia. Ed. Temas de Hoy, Historia, Madrid, 2007, p. 28.
10
4. Ejecución de Luis XVI. 21 de enero de 1793.
El Mercure de France (noviembre, 1951), publicó un interesante artículo en el que
Roger Goulard, basándose en documentos inéditos y particularmente en una
carta de Charles-Henri Sanson, verdugo de París y ejecutor de Luis XVI, precisa
con dramáticos detalles cómo se desarrollaron los últimos momentos del infortunado monarca.
El rey fue llevado en carroza hasta el lugar en donde se alzaba la guillotina y se
negó enérgicamente a dejarse atar las manos a la espalda no cediendo sino ante
los ruegos del Abbé Edgeworth, que le asistía en aquel trance. El verdugo le cortó
los cabellos, que le caían sobre el cuello, y le llevó hasta la guillotina, haciéndole
marchar hacia atrás para que no viera el tremendo aparato.
«El príncipe -escribe Roger Goulard-, forzando la voz, dijo en ese momento: “Pueblo: muero inocente”. Después, volviéndose hacia Sansón y los dos ayudantes,
añadió: “Señores, soy inocente de cuanto se me imputa. Deseo que mi sangre
pueda cimentar la felicidad de los franceses”.» Tales fueron las «últimas y verdaderas palabras de Luis Capeto», escribió Charles-Henri el 20 de febrero, al director del periódico El Termómetro del día, donde su carta se publicó en la siguiente
jornada.
Charles-Henri y su hijo y ayudante tumbaron vivamente al rey boca abajo sobre
la báscula, y necesitaron emplear toda su fuerza para sujetarlo, porque se debatía
enérgicamente. Aunque sólidamente atado con cuerdas, aún se movía, pese a los
consejos del sacerdote, que le recomendaba se calmara.
Unos segundos después, a las diez y veinte exactamente, cayó el cuchillo, «ahogando un gran grito de la desventurada víctima» Bib.: “La ejecución de Luis XVI”.
Ricardo Gullón. Ínsula, Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, Año 7, núm. 72,
diciembre 1951, pág. 8.
Orlando Moratinos Otero
41
El modelo político que habían representado en la España de
Carlos III, Campomanes, Aranda y Floridablanca ofrecía no pocas
grietas en los años ochenta. El adjetivo ilustrado se rebelaba contra
el sustantivo absolutismo12 y el inestable equilibrio nación-progreso
se fragmentará en 1789. El pánico de Floridablanca a las ideas revolucionarias del país vecino, obligó a Capmany y a la inmensa mayoría de los ilustrados a renunciar o al liberalismo o a su conciencia
nacional española y escoger entre el progreso y la españolidad13.
Ante este panorama, no cabe duda de que la Revolución
Francesa representaba para la Corona española un nuevo peligro.
Aparte de lo que significaba en el plano ideológico-político la caída
del absolutismo en el país vecino, la amenaza inmediata de una
guerra contra Francia pareció aumentar la causa de la diplomacia
de mano dura del ministro español, que mostró una actitud inflexible de rechazo frente a la revolución, lo que proporcionó a sus
enemigos políticos una oportunidad para incrementar las intrigas
en su contra, haciendo ver a Carlos IV la posibilidad de que la hostilidad de Floridablanca contra la Revolución Francesa pudiera
inmiscuir a España en una guerra que no estaba en condiciones de
emprender.
VII. Relaciones España-América
Las colonias de América constituyeron, para bien y para mal,
un laboratorio de los problemas y enfrentamientos que desgarraron a la propia metrópoli durante el transcurso del siglo XIX. El
punto de partida lo podemos hallar en la propia crisis del Antiguo
Régimen español a escala atlántica, iniciado al quedar postergados
ministros como Aranda o Floridablanca, experimentados administradores de una monarquía reinante en ambos hemisferios: europeo y americano.
12
13
Ibídem, p. 31.
Ibídem, p. 258.
42
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
El apoyo a la causa de la Independencia de Norteamérica
sitúa a Floridablanca cerca de los valores universales de Libertad,
Igualdad y Fraternidad. Suya fue la decisión de intervenir en la
Guerra de Independencia al lado de Francia y de las colonias rebeldes en contra de Inglaterra (1779-1783), gracias a lo cual se consiguió recuperar Menorca (1782) y La Florida (1783). Moñino fue el
responsable de supervisar el esfuerzo de España en la lucha por la
independencia americana. Estos hechos seguidos de una inteligente política con Marruecos y Portugal lograron optimizar las relaciones exteriores de España.
Descrito por sus partidarios como un hombre astuto e inteligente, y por sus detractores como alguien sagaz y taimado, Floridablanca elaboró una estrategia dominada por la paciencia antes
de llevar a su país a la guerra. Más realista que Charles Gravier,
conde de Vergennes, su homólogo francés, Floridablanca reunió recursos suficientes para construir una armada y un ejército; entretanto, y antes de implicar a España en la guerra americana, procuró aislar a Gran Bretaña por medios diplomáticos. Cuando, el 21 de
julio de 1779, España declaró la guerra a Gran Bretaña, él era el
máximo responsable del esfuerzo bélico español14. A pesar de estas
decisiones, tomó las suficientes precauciones para no reconocer de
inmediato a las colonias británicas rebeldes, con lo que así evitaba
que las colonias españolas recibieran un mensaje equívoco.
El conde de Aranda fue tomando un gran protagonismo en
las relaciones hispano-americanas debido a la decisión tomada por
Floridablanca para que todos los asuntos oficiales con los americanos se tratasen a través del despacho del secretario de España en
Francia, con sede en París. Esta medida llevó a Pedro Pablo Abarca de Bolea a convertirse en una de las personas más importantes
en los esfuerzos de las colonias americanas por conseguir ayudas
antes y durante la guerra. Desde este puesto clave, surge cierta
14
CHAVEZ, Thomas E., España y la Independencia de Estados Unidos. Trad. de
Teresa CARRETERO y Amado DIÉGUEZ, Madrid, Santillana Ediciones Generales SL.,
2006, p. 29.
5. Rendición Lord Cornwallis enYorktown el 19 de cctubre de 1781.
Grabado.
El 19 de octubre de 1781, logró la rendición de Cornwallis Yorktowns en la colonia de Virginia, siendo la batalla definitiva de la guerra de independencia norteamericana. Con el Tratado de Versalles, el 3 de septiembre de 1783 se confirmaría
la vuelta a la Corona española de las dos Floridas. En 1785 es nombrado virrey de
la Nueva España.
Orlando Moratinos Otero
45
corriente de simpatía de Aranda hacia la incipiente nación norteamericana. Sin embargo, al carecer de la paciencia diplomática de
Floridablanca, aquel recomendó una intervención directa de España en las colonias. Floridablanca, practicaba una actitud más conservadora y racional que Grimaldi en sus cálculos de lo que se podía o no se podía lograr en las negociaciones sobre los apoyos a los
americanos. Ejercía, por encima de todo, de patriota y tenía una
idea muy clara del periodo turbulento que se estaba viviendo y de
sus consecuencias.
Otras destacadas figuras que desempeñaron papeles muy
destacados en la historia de la contribución de España a la Independencia de Estados Unidos fueron el marqués de Grimaldi,
predecesor de Floridablanca en el cargo; José de Gálvez15, Secretario de Indias de Carlos III y máximo responsable de las actividades bélicas de España en el continente americano y el mariscal de
campo Bernardo de Gálvez, sobrino suyo. Este último derrotó la
flota inglesa en el golfo del Misisipi con la toma de los puertos
ingleses, incluidas las Floridas y la Luisiana (de la que llegó a ser
gobernador). Realizó incursiones en Mobila y Pensacola. El 19 de
octubre de 1781, logró la rendición de Cornwallis en Yorktown,
en la colonia de Virginia, siendo la batalla definitiva de la Guerra
de Independencia norteamericana. Con el Tratado de Versalles, el
3 de septiembre de 1783 se confirmaría la vuelta a la Corona espa-
José de Gálvez nació en Macharavialla (Málaga), el 2 de enero de 1720.
Pasó sus primeros años en su pueblo natal y durante su adolescencia, el obispo de
Málaga, Diego González Toro, le escogió para estudiar teología. A la muerte de su
protector abandonó sus estudios religiosos e inició Derecho. Adquirió una reputación como abogado, especialista en legislación internacional, en Madrid. Sus éxitos
le llevaron hasta Carlos III quien demostró interés en conocerlo. A partir de entonces, fu ascendiendo puestos en la administración y no tardó en causar impresión a
Grimaldi, a Floridablanca y al conde de Aranda. En 1765 Gálvez es designado inspector general de Nueva España y miembro honorario del Consejo de Indias. En
1776, a la muerte de Julián Arriaga, secretario de Indias, es nombrado para ocupar
el cargo, que desempeñó hasta su muerte. Gálvez se mostraba partidario de la guerra contra Inglaterra. La influencia de Gálvez, gracias a la cooperación de Floridablanca, resultó crucial para el éxito de la empresa bélica americana.
15
46
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
ñola de las dos Floridas. En 1785 es nombrado virrey de la Nueva
España.
El 28 de febrero de 1792, a los sesenta y dos años, Moñino es
exonerado de su cargo y sustituido por Aranda, quien a su vez fue
cesado a los nueve meses, relevado por el propio Godoy. Todo se
reduce a las intrigas, la envidia y lo que es peor, a la falsedad. Sus
servicios a la monarquía16 no sirvieron para amortiguar la voluntad
partidista de una reina contra un súbdito leal.
Estos continuos cambios en tan poco espacio de tiempo responden al desconcierto en los planteamientos de la monarquía española frente al nuevo panorama internacional, especialmente con
los acontecimientos que se suceden en el vecino país. Sin embargo,
parte de la historiografía tradicional, ha querido interpretar estos
cambios en relación a los deseos de la Reina de encumbrar a
Godoy17.
A pesar de todo, no podemos conocer con certeza los motivos exactos de su caída, por lo que es posible que las causas fueran
múltiples. Además de las señaladas, debemos tener en cuenta las
intrigas palaciegas de los seguidores de Aranda, las presiones francesas en contra de su declarado enemigo18, el desgaste de quince
16
«Era exonerado por la ingratitud borbónica, que el día antes de ordenarle salir violentamente de Aranjuez paseaba tranquilamente con él y le daba
una sensación de plena confianza», TRATSCHEWSKY, Alexander, «L’Espagne a l’epoque de la Revolution francaise». Revue Historique, 1886, t. XXXI.
«Curioso caso –que después se repite en la Historia− de un rey Borbón que
pasea con sus ministros, y al día siguiente les destituye. Tal fue el caso de Floridablanca, que a los quince años de servicio como ministro encontraba la exoneración
y el destierro como recompensa». ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934, pp. 140-141.
17
ESCUDERO, José Antonio, Los cambios ministeriales a fines del Antiguo Régimen. Madrid, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1975. (Reeditado en
1997).
18
El sólo hecho de publicar unas notas de reprobación por la coacción y
escarnio a que fue sometido Luis XVI, fue suficiente para que el embajador francés realizara gestiones de presión en contra de Moñino.
Orlando Moratinos Otero
47
años de poder; todo ello unido al descontento popular fomentado
y manifestado en sátiras y pasquines políticos19.
Con la destitución de Floridablanca se disolvió la Junta,
creándose en su lugar un Consejo de Estado, que actuó como un
gobierno colegiado. La ampliación del número de miembros
permitió el acceso de Godoy al centro del poder, y las actas de
las sesiones del Consejo ponen de manifiesto la notable influencia que tenía en él20.
VIII. Confinamiento en Pamplona
El 11 de julio de 1792, cuando Moñino se encontraba en casa
de su hermano en Hellín, le hace llamar el Corregidor y el Alcalde
de Corte, Domingo de Codina quien le arresta. Es trasladado preso
a la ciudadela de Pamplona donde permanecería hasta 1795. Se
decreta el embargo y secuestro de todos sus bienes.
El partido más importante de sus enemigos sufrió un grave
quebranto con la caída del poder de Aranda, y al llegar al Gobierno
Godoy (1795) es quien, para celebrar el triunfo de la paz de Basilea
y borrar, aunque solo en parte, las injusticias cometidas, dispone se
le absuelva de la responsabilidad política de sus procesos y se levantara el embargo y secuestro que se había decretado contra sus
bienes en 1792. Aunque su libertad, con notables restricciones, vigilada y condicionada, se le limitaba su residencia y no podía trasladarse a los Sitios Reales. Floridablanca vuelve a Hellín, donde residía su hermano Francisco, mas tarde se trasladó a Murcia.
Entre los años 1795 a 1808, de los sesenta y cuatro hasta los
setenta y nueve años, reside apaciblemente en la capital murciana,
EGIDO LÓPEZ, Teófanes, Sátiras políticas de la España Moderna. Madrid,
Alianza, 1973.
20
SANTANA PÉREZ, Juan Manuel, «Carlos IV: ¿El último gobierno del Despotismo Ilustrado y el primer fracaso del liberalismo en España? Presente y
Pasado». En Revista de Historia. Año 9. Vol. 9, nº 18. Julio-Diciembre, 2004, pp.
101-118.
19
48
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
alternando meditaciones espirituales21, que le permiten reflexionar
sobre lo transitorio de las vanidades humanas, con actividades
civiles con la dirección de algunas obras y riegos de la región, especialmente los de Lorca. Son quizás los años más felices de sus existencia, porque no hay duda, que mientras construye su casa palacio,
inaugurada en los albores del siglo XIX (cuenta con la factura artística de los innumerables edificios públicos que Floridablanca ha
venido utilizando durante sus años de primer ministro, aparte el
propio Palacio Real de Madrid, edificios como el Ministerio de
Hacienda -una de sus grandes preocupaciones- o la misma Academia de Bellas Artes de San Fernando).
Le llegan noticias que le hacen pensar sobre el futuro de la
Revolución Francesa, la independencia de los Estados Unidos, el
declive del Reino Unido y los impactos de todo ello en el interior
de España, cuya política sufre vaivenes constantes, sin monarca ni
primeros ministros que la sepan gobernar. Floridablanca dedica
también parte de su tiempo a reflexionar sobre su Murcia natal y
dedica parte de sus días a pasear y recorrer su geografía local,
cuando los avatares políticos que vive España le solicitan entrar de
nuevo en la máxima actividad al servicio del Estado22.
«La religión era el objeto de sus pensamientos, el blanco de sus deseos,
la materia de sus conversaciones». ALCÁZAR MOLINA, Cayetano. El Conde de Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934, pp. 140-145.
«Desde el momento que fue separado del Ministerio, a ella (la religión)
consagró todos los afectos de su alma, todos los momentos de su vida. Los ejercicios de una piedad ilustrada, las obras de beneficencia, los consuelos dispensados al infeliz que gemía bajo el peso de las desgracias, las santas obligaciones de la caridad, llenaron todos los días de su retiro. ¡Espectáculo verdaderamente sublime!» ESCRICH MARTÍNEZ, José, Oración que en las exequias celebradas el 10 de marzo de este año de 1809 por el alma del Serenísimo Sr. Conde de Floridablanca, dixo el Doctor D.___. Murcia, imp. de Teruel, 1809; Lista. Elogio histórico.
Pub. en la B.A.E., t. LIX, p. 523.
22
PARDOS PÉREZ, José Luis, Cronología y personalidad del Conde de Floridablanca. Secretario de Estado en el Palacio de Santa Cruz (1776-1792). Ministerio de
Asuntos Exteriores, Centro de Documentación y Publicaciones, 2003, p. 52.
21
Orlando Moratinos Otero
IX.
49
En la Junta Central
Hasta que Carlos IV no abdica en Fernando VII y desaparecen del gobierno Godoy y Maria Luisa, no se reconoce plenamente
la injusticia cometida con Floridablanca. El 28 de marzo de 1808
con Fernando VII en el trono y en vísperas de una guerra, Floridablanca recibe el siguiente correo, «enterado el Rey de que V.E. ha
padecido y está padeciendo injustamente una confinación indebida, se ha servido declararla arbitraria; y en ejercicio de su justicia
se ha dignado levantar a V.S. su confinación, quedando consiguientemente V.E. en libertad de elegir la residencia que más le
acomode, sin excepción alguna»23. Aunque la justicia se demoró en
reconocerse dieciséis años (1792-1808), a Fernando VII no se le
puede negar que uno de sus primeros actos –la disposición está firmada por el ministro Cevallos– fue de plena justicia.
Como ya hemos mencionado, el noble octogenario compartía
sus devociones con los trabajos en las obras de los canales y riegos de
su tierra natal con la tranquilidad y el reposo que encontraba en el
refugio de su celda del convento de franciscanos. Aunque todavía le
aguardaban grandes sucesos antes de que sus días se extinguieran.
Los sucesos de 1808 en España son tan extraordinarios que
no respetan ni el reposo del ilustre murciano. Los hechos de Madrid y el comienzo de la Guerra de la Independencia, despertaban
una España plena de heroísmo. Las juntas provinciales se hacen
cargo de la soberanía que había sido abandonada por el Rey y sus
cortesanos. Cada una de aquellas juntas se convierte en un pequeño estado, con sus tropas, tributos y hasta sus peculiares relaciones
diplomáticas.
El 14 de mayo se conocen las proclamas de Murat24 y el 24,
por la Posta de Cartagena se supo del alzamiento contra Napoleón
el día 2 en Madrid. El mismo día se acuerda convocar a todas las
A.H.N. Madrid. «Papeles de la Guerra de la Independencia».
Joaquín Murat, cuñado de Napoleón. Gran duque de Berg y Cleves,
mariscal de Francia y rey de Nápoles entre 1808 y 1815.
23
24
50
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
autoridades de la ciudad de Murcia, a los párrocos, al Deán y
Cabildo de la Catedral, personas de respeto y entre ellas al conde
de Floridablanca, quien el mismo día asistió a la reunión extraordinaria que se convocó con urgencia. El 25, se acuerda constituir la
Junta Suprema de defensa nacional formada por el obispo de la
Diócesis, el conde de Floridablanca y varias personalidades de la
provincia. Los representantes de la ciudad, interpretando el unánime sentir de los murcianos, habían constitutito la Junta Suprema
de Murcia25. El personaje de más relevancia y prestigio de la misma
era el conde de Floridablanca, que con este hecho histórico, a pesar
de su ancianidad, se incorporaba de nuevo a la vida pública.
Desde todas las capitales españolas surge un reagrupamiento político como defensa ante el invasor. En la noble tarea de unidad, la Junta de Murcia, dirigida por Floridablanca, es escuchada
con el más profundo respeto. El prestigio del antiguo político estaba latente en la memoria de los españoles de 180826.
El 22 de junio de 1808 se redacta un histórico documento: Circular de la Junta de Murcia solicitando la formación de la Junta Central27
suscrito por Floridablanca y sus compañeros de Junta, donde se
defienden los criterios de integración nacional y se propone un
Gobierno central de toda España.
Todas las provincias españolas fueron manifestando su adhesión al espíritu de la proposición de Murcia, Valencia, Galicia, Granada, Mallorca, las Juntas de Castilla, León, Extremadura, Asturias, Aragón, etc. Así nació la Junta Central.
El 14 de agosto, Floridablanca había sido elegido en representación de su ciudad natal y de su Junta Suprema para formar
parte de la Central. Cinco días más tarde, el 19, redacta un documento: Instrucciones del Conde de Floridablanca a la Junta de Murcia,
25
Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España. Por el conde de
Toreno, Imp. de M. Tomás Jordán, 1835-1837, 5 vols. t. I (1805-1808), p. 248 y ss.
26
ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, op. cit., p. 152
27
Recogido en Derecho parlamentario español. FERNÁNDEZ MARTÍN, Manuel,
Madrid, Imp. de los Hijos de J. A. García, t. I, 1885.
Orlando Moratinos Otero
51
para la erección de la Suprema Central del Reino, comunicadas a la de
Cataluña, y publicadas28, para la erección de la Suprema que iba a
asumir el Gobierno de España.
28
Recogido en Derecho parlamentario español. FERNÁNDEZ MARTÍN, Manuel.
t. I, Madrid, Imp. de los Hijos de J. A. García, 1885, pp. 315-318.
Publicado por primera vez en la Gaceta de Madrid. También se insertó en el
Diario de Barcelona Cautiva, en 1808.
Instrucciones del Conde de Floridablanca a la Junta de Murcia, para la
erección de la Suprema Central del Reino, comunicadas a la de Cataluña, y publicadas.
El Conde de Floridablanca, como primer consejero de Estado y como uno
de los vocales elegidos para la Suprema Junta Central, hace presente a la de Murcia los puntos siguientes:
1. Que convendrá que los vocales nombrados salgan juramentados de
Murcia ante su Junta con la fórmula que acompaña, y que lo mismo se ejecute con
las demás Juntas con dicha fórmula u otra equivalente que ellas adopten; de cuyo
modo podrán luego que se hallen en el lugar señalado para la Central, elegir presidente, el cual haya de hacer el mismo juramento en manos del prelado más
digno que hubiere en el lugar anunciado. Todo esto y lo demás que se dirá, deberá comunicarse sin pérdida de tiempo a las demás Juntas.
2. Que los vocales que llegasen sin haberse juramentado en sus Juntas,
harán el juramento ante los que ya lo estuvieren por las suyas, luego que llegasen
y se presenten en el lugar de las sesiones.
3. Que los vocales lleven certificación de sus Juntas de haber sido nombrados, con expresión de haber hecho o no el juramento; cuyas certificaciones se pongan por ahora en la Secretaría del Consejo de Estado, para entregarlas al Secretario de la Central luego que ésta lo haya elegido.
4. Que para evitar competencias y disputas de precedencia se sortee la que
hayan de tener los vocales en asiento, firma y tiempo de votar, a cuya suerte se
arreglen todos.
5. Que el Secretario del Consejo de Estado avise por ahora de orden del
mismo Consejo a los de Castilla, y Guerra, Inquisición, Indias, Hacienda y Órdenes, y Comisaría General de Cruzada, estar nombrados por las Juntas de las capitales del Reino, los vocales que consten de las certificaciones que le habrán entregado, y también dará igual aviso a los individuos del Consejo de Estado, para que
les conste hallarse formada la Junta Central Gubernativa, para los fines y objetos
que a su tiempo les irán comunicando por el presidente o secretario de la misma
Junta.
6. De todo esto enterará el Conde al Secretario del Consejo de Estado Don
Josef Pizarro, previniéndole que poniéndose de acuerdo con el Excelentísimo
52
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
El documento, que tiene un valor excepcional, prueba el espíritu religioso de Floridablanca, su concepto político sobre el valor
Señor Conde de Altamira, a quien también escribirá el Conde u con otro cualesquiera que sirva la mayordomía mayor, señalen en el Palacio Real aquel salón que
fuere más a propósito para las sesiones de la Junta, pudiendo valerse del mismo
en que tenía la gubernativa que dejó establecida nuestro Rey el Señor Fernando
VII con su Presidente el Señor Infante Don Antonio, a cual se entenderá que sucede en todo la Central del Reino.
7. Que el mismo Pizarro cuide de que se ponga un estrado para las sesiones, decoroso, con bancos y canapés decentes, mesas pequeñas, y escribanías de
plata, una para cada dos vocales, de modo que sin dejar su asiento puedan anotar y escribir lo que les convenga.
8. Que asistan de porteros interinamente, y hasta que los nombre la Junta en
propiedad, los de la primera Secretaría de Estado, a cuyo cargo correrán las prevenciones de papel, lacre y demás cosas necesarias para los despachos de la Junta.
9. Y finalmente que la Junta Central ha de tener su guardia de Alabarderos, y
además la que custodiare a palacio, sea de los regimientos de guardias Españolas, y
Walonas, o sea de la guarnición de Madrid, previniéndolo así a sus jefes respectivos.
El Conde mira con grandísimo respeto el establecimiento de la Junta Central, que ha de ser de mayor autoridad que las Cortes, porque éstas sólo tenían el
derecho de acordar para proponer al Soberano y esperar su resolución; y la Central
ha de tener facultades para decidir en mucha parte de los negocios de la gobernación general del Reino, y resolver las consultas del Consejo, y otros tribunales.
Desea el Conde como lleva dicho que todo se comunique a las Juntas compañeras, y que se persuadan que sólo piensa en la felicidad general, en el honor del
Reino, y sus capitales, y en evitar dificultades y embarazos en la ejecución, renunciando, como renuncia, a otro destino que el de simple vocal, y esperando que entablada la formación de la gran Junta, se le deje retirarse a su casa y celda para cuidar
de su alma, y que es lo que más le urge, estando en los ochenta años de su edad.
Murcia, 19 de agosto de 1808.
El Conde de Floridablanca.
Y enterada esta Junta de todos sus artículos y cláusulas las aprobó por aclamación, como que manifiesta cada una de ellas un celo puro del bien de la monarquía,
un amor desinteresado por el bien de la Patria, y un conocimiento exacto de las medidas y precauciones que deben tomarse para el decoro y seguridad de la Junta Central,
y mandó se imprima inmediatamente y se despache por extraordinario, remitiendo
un ejemplar a cada una de las Supremas del Reino y demás que corresponda.
Murcia, 19 de agosto de 1808.
Clemente de Campos.- Josef Obispo de Cartagena.- Joaquín de Elgueta.Julián Martín de Retamosa
Orlando Moratinos Otero
53
de la Junta Central que se iba a constituir y contiene en germen
todas las discusiones que, posteriormente, mantendría con Jovellanos en relación con la constitución de Cortes.
El 7 de septiembre, la Junta Provincial aprueba el documento y Floridablanca sale de Murcia con destino a Aranjuez a donde
llega alrededor del día 15 y dan comienzo, bajo su dirección, los
trabajos preliminares para la formación de la Junta Central que se
constituyó el 25. En este mismo acto Floridablanca es elegido Presidente de la Junta Central y Gubernativa del Reino.
En octubre, los miembros de la Junta tienen que abandonar
precipitadamente Aranjuez dirigiéndose hacia Sevilla por temor a
una invasión de las tropas francesas que se encontraban a 46 kilómetros de Madrid. La llegada a Sevilla tiene lugar el 16 de diciembre de
1808 ante el fervor popular, alentado por un bando del ayuntamiento el día anterior. El entusiasmo de los vecinos llegó al punto de desenganchar los caballos de la carroza ocupada por su presidente, el
conde de Floridablanca, para llevarlo triunfalmente por las calles de
la ciudad hasta su residencia en el Alcázar. Resulta difícil precisar
que incidencia tuvo tan apoteósico recibimiento en la salud del noble anciano, porque a las pocas horas cayó gravemente enfermo,
falleciendo dos semanas más tarde, el 30 de diciembre de 180829.
Su cuerpo fue enterrado en el Panteón Real de la Catedral de
Sevilla, con honores de Infante y bajo la urna donde se venera el
cuerpo de San Fernando. En 1931, el Ayuntamiento de Murcia recibe los restos de Floridablanca que reposan en una capilla, muy
cerca de los de su padre, José Moñino Gómez, en la iglesia de San
Juan del barrio de su infancia.
Algunos prematuros biógrafos de Moñino lo califican de personaje «poco liberal y antiprogresista». Pero, transcurridos cuarenta años de su fallecimiento (1848) se le reconoce30 como un hombre
MORALES, Alfredo J., «Las honras fúnebres por Floridablanca en Sevilla
y el túmulo proyectado por Cayetano Vélez». En Boletín de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, segundo semestre, 73, 1991, pp. [179]-190.
30
En esta fecha el Ayuntamiento de su ciudad natal le erige un monumento en un jardín que lleva su nombre, frente a la Iglesia de los huertanos del Car29
54
José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos
«reformador y juicioso»31. Floridablanca fue un ministro todopoderoso, no exactamente un ídolo popular pero al menos respetado, en
pie de igualdad con otros ministros de Europa y un buen administrador32.
De hecho en un opúsculo anónimo de la época se dice que
«Los críticos del momento, empapadas sus mentes por las seductoras teorías de los enciclopedistas, excitadas sus cabezas por los
principios que afectaban a la imaginación, con tanto más calor
cuanto era preciso adquirirlos bajo la impresión del miedo y al
abrigo del misterio, fascinados por las mágicas palabras de libertad, igualdad y soberanía popular (sic) disculpable era juzgar severamente a todo hombre que, más cuerdo o más cauto, hubiese visto
a través de esta fraseología, que tenía mucho de metafísica, los
peligros para la sociedad, trastornos y calamidades para el porvenir, que se sucederían tras el fallecimiento del conde de Floridablanca en 1808.»
En 1845 el Ayuntamiento de la ciudad de Murcia, decide erigirle una Estatua, obra del escultor italiano Santiago Baglietto, en
el jardín que lleva su nombre en el barrio del Carmen.
men, trazando una calle, que le dedica y en la que en el «Rollo» se dividirían dos
importantes vías de comunicación, una hacia Cartagena y otra hacia Alcantarilla.
31
Personajes celebres, del siglo XIX por un desconocido, Madrid. Imprenta de
D. Fernando Suárez, Plazuela de Celenque, 3, 1842.
32
Historia de España. Edad Moderna. Crisis y recuperación, 1598-1808. Dirigida por John LYNCH. Barcelona, Ed. Crítica, 2005, p. 533.
El conde de Floridablanca
y la política de su época
Manuel DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO
Universidad de Oviedo
Introducción
La Ilustración o el contradictorio remedio del Antiguo Régimen
l protagonismo de la personalidad política de Don José Moñino y Redondo1, conde de Floridablanca desde 17732, merced a
E
La biografía más conocida sobre Floridablanca: ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado: El Conde de Floridablanca, su vida y su obra,
I, (Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934).
2
La merced nobiliaria de conde de Floridablanca fue concedida el 7 de
noviembre de 1773 a Don José Moñino y Redondo. El 5 de enero de 1809, muerto
ya el primer concesionario, le fue concedido a este título por la Regencia en nombre de Fernando VII la grandeza de España.
AHN (Archivo Histórico Nacional). Madrid, Consejos, 628. Asiento del
despacho de concesión del condado de Floridablanca, con el vizcondado previo
de Moñino, a favor de Don José Moñino y Redondo. (7 de noviembre de 1773);
11759-16. Certificación de la carta de pago de la media annata el día 30 de octubre
anterior, a favor de Don José Moñino y Redondo, por el titulo provisional de Vizconde de Moñino y el definitivo de Conde de Floridablanca. (4 de noviembre de
1773).
1
56
El conde de Floridablanca y la política de su época
la que le fue otorgada la grandeza de España en 1809, no admite discusión alguna y así lo reconoce generalmente la bibliografía. Enmarcado en el fenómeno de la Ilustración, su intervención en los asuntos públicos constituye una de las expresiones más interesantes y
significativas de Siglo de las Luces. Su intención se muestra con toda
evidencia: superar el atavismo arcaizante de la realidad hispánica,
que entonces descansaba sobre dos mundos, sin cambios radicales
ni sustanciales mudanzas políticas, y solo acudiendo a la regeneración administrativa y al fomento y saneamiento de la economía. Su
pensamiento y su ejecutoria son las formas peculiares con que Moñino salió al paso -en las altas responsabilidades que le tocó desempeñar- a los desafíos de su época. Ambos -pensamiento y ejecutoriatienen puntos en común, pero también divergentes, con los de otros
ilustrados. Porque el pensamiento iluminista se expresa con notables
peculiaridades, según los autores y las circunstancias.
Cuando la Corona Católica, sobre todo a partir del reinado
de Carlos III3, quiso reformar la estructura política y la realidad
socioeconómica de España, también manifestó una vigorosa vocación de reduccionismo en el círculo decisorio. Tal exclusividad significaba un patente contraste con la situación anterior, pero también un llamativo modo de modernización. En un siglo en el que las
Sección de Títulos Nobiliarios del Ministerio de Justicia, Grandezas y Títulos del Reino, (Madrid, Ministerio de Justicia. Centro de Publicaciones, 1991), p.
111.
GONZALEZ-DORIA, Fernando, Diccionario heráldico y nobiliario de los Reinos de
España, (San Fernando de Henares –Madrid-, Editorial Bitácora, 1987), p. 137.
3
Sobre el reinado de Carlos III, momento zenital de la actividad política
de Floridablanca, existen obras que se pueden considerar clásicas. Las debidas a
Don Carlos Gutiérrez de los Ríos, VI Conde de FERNÁN NÚÑEZ −afectuosa pero
tendente a la objetividad−, Antonio FERRER DEL RÍO –excesivamente encomiástica
aunque muy documentada−, Don Manuel Dávila y Collado –aportación de
extraordinaria riqueza informativa− o François Rousseau – interesante y útil en
especial para la autoría−.
Un elenco de la bibliografía más representativa sobre esta época: DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pp. 229-232.
6. Conde de Floridablanca
Francisco de Goya. 1783.
Museo Nacional del Prado. Madrid.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
59
realidades políticas entraron en franca crisis, e incluso desde dentro se hacían necesarios proyectos de cambios profundos, resulta
sorprendente esta reacción hacia atrás, con muy pocas excepciones.
El concierto internacional, en cierta medida, anunciaba el agotamiento del Antiguo Régimen y la necesidad de una mayor correspondencia entre el aparato político y la opinión social4.
La herencia medieval-austriaca todavía tenía un peso apreciable en la España que mediaba el siglo XVIII. A pesar de las pérdidas territoriales que le ocasionó la consolidación de la Casa de
Borbón, y del aniquilamiento del sistema político propio de la
Corona de Aragón, la soberanía de nuestros reyes se ejercía, todavía, como lo habían hecho los Austrias.
Las Españas de los siglos XVI y XVII, constituían una realidad
inmensa y plurinacional. En medio de esta variedad casi monstruosa, solo existían dos realidades que eran su denominador común, el
Rey y la Iglesia Católica. Pero por debajo de estas instituciones universales y superiores, se constataba una heterogeneidad que abarcaba las más dispares realidades. El Catolicismo, pese a su dependencia y organización jerárquicas, disfrutaba de una desconcentración
potestativa, tanto por su propia naturaleza, como por el estrecho
vínculo entre el orden civil y el religioso.
El monarca lo era de forma distinta según ejerciera sus poderes en uno o en otro territorio. Aunque se aprecia en los Habsburgo una tendencia a amortiguar esta disparidad gubernativa, sin
embargo, en líneas generales, la respetaron5.
El Rey Católico no era una mera figura representativa o
moderadora; se trataba de un auténtico y efectivo gobernante, que
4
Cfrs.: HERR, Richard, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, Aguilar, 1975.
SARRAILH, Jean, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII,
Madrid, Fondo de Cultura Económica, l974.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Sociedad y Estado en el siglo XVIII, Esplugues de
Llobregat Barcelona, Editorial Ariel, 1976.
5
ESCUDERO, Jose Antonio, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, I,
Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 19-29.
60
El conde de Floridablanca y la política de su época
desempeñaba sus funciones con la colaboración de los secretarios,
el asesoramiento de los consejos, y las limitaciones practicadas por
las cortes, las juntas u otras instituciones similares. Los Reyes Católicos, tras haber impuesto la paz civil a sus estados, sentaron el precedente de someterlos al imperio del Derecho, intención que también comprendía la práctica de la propia potestad soberana. Esta
herencia fue recogida por los Habsburgo, aun en medio de sus flaquezas personales y de sus decaimientos políticos. Su profunda
religiosidad y su bondadoso talante les impidieron configurarse de
hecho como unos soberanos opresivos. De todo esto se deduce que
aunque los reyes fueran jefes absolutos, sin embargo por razones
jurídicas, imperativos morales y condicionamientos de hecho, desarrollaron su labor política con un benevolente respeto hacia sus
vasallos.
El cambio dinástico del año 1700, en principio no tenía que
significar un cambio radical. Pero la realidad fue, que progresivamente se impuso la tendencia de revisar esa herencia política y jurídica. En ello influyeron razones de muy diversa naturaleza: causas
de eficacia práctica, fatiga y agotamiento del régimen institucional
frente a los nuevos tiempos, ocaso cultural, enfriamiento y rutina
en la vivencia religiosa6, empobrecimiento del pensamiento político y jurídico y gradual imitación de los modelos foráneos.
Con todo ello se llega al largo reinado de Carlos III, en el que
se da una tendencia evidente: la concentración del poder soberano
en la persona del propio monarca y de sus áulicos más inmediatos
y el decaimiento de las instituciones colectivas o colegiales que
compartían con él las tareas de gobierno. Este último suceso fue
promovido por la Corona. Todo parece indicar que semejantes
acontecimientos venían motivados por el deseo de agilizar la maquinaria administrativa, pero también por superar los inconve-
Cfrs.: MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura en el siglo XVIII»,
Historia de la Iglesia en España, IV, La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII,
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, pp. 586-743.
CALLAHAN, William J., Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1784, Madrid,
Editorial Nerea, 1989.
6
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
61
nientes que se podían presentar a la ejecución de las providencias
de gobierno. La sociedad y sus estamentos no siempre comprendieron los aspectos positivos de las medidas ilustradas, unas veces
por considerarse afectados en sus intereses, otras por ser aquellas,
heridas a sus ideales políticos o confesionales.
En este marco renovador surgen con predicada publicidad
las grandes figuras de los ilustrados, políticos, economistas, pensadores, investigadores, y literatos que forman la constelación de las
élites del momento frente a una sociedad más inerte que dinámica.
Su época dorada es sin duda el reinado hispánico de Carlos III, al
que la historiografía suele dibujar como la expresión más genuina
de monarca iluminado.
En la dirección suprema de España aparecen individualidades que se perfilan sobre todo por su combate frente al marasmo y
estancamiento político y social. Lo institucional pierde protagonismo frente al gobierno personal. Pocas veces las altas decisiones de
la gestión pública han dependido en tan alta medida del carácter y
las peculiaridades de sujetos, llamados por la misteriosa ley de la
biología o la irresponsable gracia real, a los oficios más altos.
El personaje que ahora nos convoca es una de esas personas
que forma parte de la flor y nata de la Ilustración carlostercista. Su
beligerancia alcanza un rango de particular envergadura en esta
época, para oscurecerse en el siguiente reinado. La parte más notable de su actividad pública se identifica con las iniciativas decretadas por Carlos III, de tal manera que en ocasiones es difícil separar
hasta qué punto el categórico impulso político se debe al fiel servidor real o al propio monarca, o saber en qué medida cada uno de
ellos participa de la autoría decisiva.
Nuestro personaje procedía de una estirpe poco relevante,
pese a los esfuerzos de los escritores por adornar sus ancestros7.
7
FERRER DEL RÍO, Antonio, «Introducción» op. cit. p. V.
RUIZ ALEMÁN, Joaquín, «Estudio» a: Conde de Floridablanca, Escritos políticos. La Instrucción y el Memorial, Murcia, Ediciones de la Academia Alfonso X El
Sabio, 1982, pp. 11-13.
62
El conde de Floridablanca y la política de su época
Hijo de Don José Moñino Gómez, natural de Guadalupe, jurisdicción
de Murcia, y de Doña Francisca Redondo Bermejo, que lo era de
Sigüenza, no podía lucir en sus ascendientes próximos la aureola del
gran mundo. En nota puesta al Elogio histórico de Don Alberto Lista, se
habla de una ejecutoria de la chancilleria castellana de 1397 y de la
relevancia medieval de un linaje de grandes8. Era mucho remontarse
para encontrar algo realmente notable9. Fuera esto cierto o no, la verdad es que el entorno gentilicio de nuestro personaje no supera los círculos de la nobleza provinciana y modesta, y con mucho esfuerzo
acaso podríamos hablar de una prosapia de caballeros. Su padre fue un
oscuro notario y archivero, padre de cinco hijos, de los que el primogénito era José. Era por lo tanto vástago de un profesional del escritorio y de la pluma, sin más, que una vez viudo, se ordenó de mayores10.
Como ocurrió con otras estirpes de este patriciado subalterno, en la
segunda mitad del siglo XVIII, el prestigio del linaje creció rápida y
vertiginosamente11, y así se prueba por los empleos y honores que
alcanzaron sus hijos, y los matrimonios que contrajeron12.
Algunos autores con cierto desdén al hablar del medio social
en el que nace Moñino y otros de su clase, hablan de hidalguía,
LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del serenísimo señor Don
José Moñino, Conde de Floridablanca», en: Conde de Floridablanca, Obras originales, p. 516.
9
Cfrs.: Archivo de la Real Chancilleria de Valladolid. Sala de Hijosdalgo,
213-1: Pleito de hidalguía de Andrés y Lorenzo Pérez Moñino y Treviño, vecinos
de Peñafiel (Valladolid), (año 1618).
10
Sobre datos familiares de la familia de Floridablanca:
AHN. Madrid. Estado. Orden de Carlos III, 1163. Pruebas de Don Antonio
Robles y Moñino. (año 1802). Se trata de un sobrino carnal del I conde de Floridablanca.
AHN. Madrid. Estado. Orden de Carlos III, 1215. Pruebas de Don José
Moñino y Murcia (año 1803). Este caballero era primo segundo del I conde de Floridablanca.
11
Archivo General de Indias. Mapas y Planos. Escudos, 246: Escudo de
armas de Don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. (circa 1777).
12
AHN. Madrid. Ordenes Militares. Expedientillos. 8334 y 18214: Santiago, 7493; Pruebas de l teniente coronel Don Francisco de Salinas y Moñino, natural de Murcia para su ingreso en la Orden de Santiago. (año 1783); Santiago, 7493.
8
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
63
como si esta fuera un patriciado incoloro. Pero no es asi, la hidalguía es la nobleza de sangre, la inmemorial, la heredada y no
adquirida. En el Siglo de Oro, esta era un valor inestimable, todos
querían descender de hazañosos magnates - cuanto más antiguos
mejor- y nadie deseaba forjarse su propia nobleza mediante la gracia soberana. Pero en la centuria en la que nace Moñino, y más
cuando muere, estas cosas se veían de otra manera. El criticismo
filosófico y los imperativos de la época, habían desprestigiado la
singularidad patricia y disminuido su cotización política y material. La condición nobiliaria, en si misma, era un fósil, un resto
arqueológico, que se conservaba por la inercia y el peso de la historia. Las doctrinas que auspiciaban el clasismo social, frente a la
concepción estamental, se abrían paso, no tanto por los cambios
jurídicos, cuanto por la realidad y las necesidades políticas y económicas13. De ahí que Moñino, sin soslayar sus patricios orígenes,
fue sobre todo un hombre de despacho y un administrador, en
suma, un ser útil, a cuyas cualidades personales debió el encumbramiento y el entrar en la Historia por la puerta grande. En el
entorno en el que nació, la casa de un papelista, era muy común
que el deseo de superación social se manifestara por medio de los
estudios jurídicos, que fue precisamente los que cursó14. Tales disciplinas eran un recurso socorrídisimo para triunfar en el setecientos. El Siglo de las Luces fue, sobre todo, una centuria jurídica,
nada teológica y muy poco filosófica, si por esto se entiende algo
más que la censura, el utilitarismo y la secularización15. En los
argumentos de los legistas, más o menos ciertos y convincentes,
estaba cifrada la clave de las grandes batallas políticas. No podía
ser de otra manera en una época en la que hay muy pocos rasgos
de genialidad.
Cfrs.: DOMÍNGUEZ ORTIZ, Sociedad, pp. 345-358.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. V.
RUIZ ALEMÁN, Joaquín, «Estudio», pp. 12-13
15
VALERA, Juan, en el prólogo a la Vida de Carlos III de FERNÁN NÚÑEZ, I,
Madrid, Librería de los Bibliófilos, 1898, Ed. facs., Fundación Universitaria Española, 1988, habla de «filosofía llana y rastrera», p. XIV.
13
14
64
El conde de Floridablanca y la política de su época
De ahí que Moñino recibió la preparación más conveniente
para lo que eran las graves decisiones de la administración y el
gobierno. Si a la oriundez papelista, se añade su formación jurídica, nos encontramos ante un típico burócrata, en cuyos ideales e
intereses pesan relativamente poco la tradición y el pasado. Esta
situación es el preludio de lo que habría de ocurrir en el siglo XIX,
cuando los abogados terminan por abrirse paso en la alta política, en
detrimento de la Iglesia, la nobleza y la milicia. Y es que en el
fondo, hay que reconocer, que acaso los burócratas son la clase más
incombustible, pero también la más necesaria, fuere cual fuere el
perfil del régimen político.
Sin embargo es posible que se haya exagerado en exceso el
origen más o menos oscuro de las personalidades que rodearon a
Carlos III, porque lo cierto es que desde la época de los Reyes Católicos, pero también antes, y aun con los Austrias, las gradas del
trono estuvieron llenas de estos individuos salidos de estratos de
una discreta, cuando no desconocida sociedad. Por eso, lo significativo de la época carlostercista no es que al lado del monarca estén
estos altos empleados, que siempre lo estuvieron, lo que resulta
realmente nuevo es que su mentalidad se encuentra ya notablemente alejada del pensamiento estamental. Eran ante todo unos
funcionarios, cuya influencia dependía menos de su significación
ancestral y más de su actividad administrativa y de la gracia real.
Estamos pues en la antesala de la mentalidad burguesa, eso sí, sin
estridencias ni cambios drásticos, o en cualquier caso rodeándolos
de precedentes históricos, labor en la que Moñino y otros letrados
de su tiempo desplegaron la más esforzada erudición.
Siendo la política que Moñino desarrolló desde sus empleos
una actividad fuertemente individualizada en su propia persona, y
como no podía ser de otra manera en la del monarca, Carlos III, no
se puede prescindir de bosquejar, siquiera de forma sumaria, los
perfiles familiares y temperamentales de este.
Aunque Carlos III ha gozado en grandes sectores de la historiografía de una fama excelente, de corresponderse ésta con una
ejecutoria soberana de más aciertos que yerros, hubiera sido un
verdadero milagro biológico, porque en su herencia genética venía
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
65
un código desastroso. Cierto es que no todo en la psicología procede de los valores heredados. La educación y la experiencia introducen unos condicionamientos que muchas veces tuercen las perversas inclinaciones ancestrales, y en otras malogran las positivas predisposiciones. En casos venturosísimos un legado de virtud excepcional es favorecido por la delicadeza de una vivencia provechosa
y enriquecedora. En último caso, la libertad, opera sobre ambas
realidades, que coexisten en una proporción misteriosa.
La herencia física y moral de las personas reales suele conocerse con bastante exactitud por la evidente publicidad de que suelen disfrutar sus vidas. Y este es el caso del tercero de los Carlos
españoles. De la simple contemplación de su abolorio se puede
deducir el alto grado de decrepitud natural que padecía.
Su abuelo paterno el gran rey francés Luis XIV, al momento
de su muerte en 1715, estaba casi por entero rodeado de cadáveres.
Ya le habían muerto todos sus hijos y todos sus nietos salvo el
duque de Anjou, nuestro Felipe V, y de sus diez y siete bisnietos le
habían precedido en el sepulcro seis16. Con los dos matrimonios del
primer Borbón español, sobre todo el segundo contraído con Isabel
Farnesio, esta tendencia prematura y mortífera se torció, pues la
parmesana aportaba una particular herencia, la de los Neoburgo,
de robusta fecundidad. Tuvo once vástagos de los que ocho llegaron a edad adulta. Sin embargo, aquella morbosidad letal resurgió
en la propia prole de Carlos III – de trece hijos vio morir a ocho - y
en la de Carlos IV –tuvo trece retoños de los que le sobrevivieron
solo seis-17. No se puede decir, por lo tanto, que los Borbones de
España, ni procedieran ni originaran una familia vigorosa.
Los Farnesio, estirpe materna del monarca, por donde le vino
también la sangre de los Medici, era una estirpe acabada. Ambos
linajes se extinguieron en el siglo XVIII, después de unas generaciones monstruosas y caducas.
16
Sobre la cronología y filiación de la primera línea de la Casa de Borbón
y la de la Borbón de España: LE HÈTE, Thierry, Les Capétiens, Paris, Editions Christian, 1987, pp. 37 y 40.
17
LE HÊTE, Thierry, Les Capétiens, , pp. 40-41, 46-47 y 52-53.
66
El conde de Floridablanca y la política de su época
A esto debemos sumar los precedentes y colaterales anormales. Su propio padre Felipe V solía atravesar con cierta frecuencia
verdaderos periodos neuróticos de una enorme gravedad18. Su
medio hermano, Fernando VI, pasó el último año de su vida con
sus facultades mentales perdidas19. Su sobrina la reina María I de
Portugal perdió el juicio, y estuvo los más de sus días completamente desquiciada. Su hijo primogénito, el infante Don Felipe, era
un desgraciado subnormal y un apasionado sátiro, que el rey dejó
en Nápoles y allí murió lejos de sus padres20. Los rasgos geniales
apenas figuran en el entorno inmediato del monarca. Parece que
hay que mencionar solamente al infante Don Gabriel, para recordar a un príncipe inteligente y culto21. Lo demás representa una reiterada medianía, cuando no una pronunciada cortedad mental o
idiotismo.
Este detalle da pié a señalar la limitada capacidad del monarca. Por eso Valera dice que a Carlos III no se le puede «calificar de
grande ni de genio, pero si de bienhechor, de excelente»22. Sus disposiciones personales eran claramente insuficientes para el supremo
gobierno de los pueblos. El mismo conde de Fernán Núñez, que
fue su gentilhombre y le tenía un respetuoso afecto, sin embargo
no deja de reconocer la anormalidad del monarca que le hacia
imposible el detenimiento intelectual.
«Conociendo por experiencia que su familia era expuesta a caer en
la melancolía, y temiendo sus malas resultas, de que había visto que sus
padres y hermanos habían sido victimas, procuró siempre evitarla con
gran cuidado, como lo consiguió. Sabía que el mejor medio, o, por mejor
decir, el único para conseguirlo, era el huir la ociosidad y estar siempre
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, pp. 14-15.
Ibídem, p. 43.
20
Ibídem, p. 44.
MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Ricardo, Los desconocidos Infantes de España.
Casa de Borbón, Barcelona, Editorial Thasalia S.A, 1996, pp. 65-71.
21
MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Los desconocidos, pp. 73-79.
22
VALERA, «Prólogo», p. XVII.
18
19
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
67
empleado, y en acción violenta en lo posible. De aquí resultaba que jamás
estaba un momento inactivo, y acabada una cosa, pasaba luego a otra. Este
principio de conservación era uno de los motivos principales de su ejercicio de la caza, que algunos le vituperaban amaba en exceso. Yo le he oído
decir en el Pardo, estándole sirviendo a la mesa: Si muchos supieran lo
poco que me divierto a veces en la caza, me compadecerían mas de lo que
podrían envidiarme esta inocente diversión. Me dirán muchos: podría
ocuparse en otras cosas más que en la caza. A lo que responderé: lo uno
que ninguna otra ocupación reunía la ventaja del ejercicio; y lo otro, que
no amando la música, y poco el juego, el demasiado estudio y lectura no
era tan conveniente para el fin que se proponía como dicho ejercicio»23
Es lógico que un soberano asi, con una clara propensión
hereditaria a la locura e incapaz de acometer una reflexiva y continua operación intelectual -el demasiado estudio y lectura-, careciera
de una visión objetiva de la realidad, y fuera presa fácil a los deseos
y sugestiones de sus áulicos. De ahí que Escudero diga que poseía
una mediana capacidad de despacho y una recortada aplicación a los
asuntos públicos y que era un tanto crédulo. Domínguez Ortiz, sin
embargo, considera más estimable su dedicación a la política24.
No parece, sin embargo, si atendemos a su horario diario, tal
y como lo recoge Fernán Núñez, que ésta fuera proporcional al
volumen de los negocios de un imperio tan vasto como el español25. Habida cuenta la exigua capacidad del monarca no es extraño que se tardara nada menos que tres meses en leerle la Instrucción reservada», de cien pliegos. No hay que ponderar en exceso la
intervención regia en ella, puesto que la autoría de este papel es de
Floridablanca26.
Religiosamente no pasó de ser un beato, y la estatura de su vida interior la da la de sus confesores, frailes sin ninguna talla inte-
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, Vida de Carlos III, II, Madrid, Librería de los
Bibliófilos, 1898, Ed. facs. Madrid, Fundación Universitaria, 1988, pp. 52-53.
24
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, p. 49.
25
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit. pp. 53-58.
26
ESCUDERO, Los orígenes, I, pp. 437-438.
23
68
El conde de Floridablanca y la política de su época
lectual27. Carecía de profundidad religiosa y sus sentimientos inclinan a pensar en una fe caprichosa, rutinaria, formal y muy poco
ilustrada. Por otra parte estaba imbuido de un absolutismo patológico e inseguro, que se encastilló cada vez más en un férreo autoritarismo, tan extraño en la realidad y tradición españolas28. Esta
mezcla de piedad infantil con la ilimitada autoestima de la realeza
solo podía dar lugar a una imagen deformada del Antiguo Régimen29. Siempre Carlos III se mostró creyente convencido del derecho divino de la realeza con unos ribetes muy poco populares y
sociales. En realidad este autoritarismo extremo, escondía el conocimiento íntimo de lo endeble y precario de la realeza. Si se tiene
en cuenta que todos los reinos, cuya soberanía alcanzó su casa,
España, Parma y Nápoles, -Toscana no lo pudo conseguir- no fueron consecuencia del automatismo sucesorio, sino de la guerra,
esto basta para comprender la inseguridad del monarca y sus
deseos de rodear la potestad regia de unos caracteres mayestáticos
y casi sobrehumanos.
Este fue, en definitiva el monarca al que sirvió Moñino en sus
máximas horas políticas, y tal perfil no se pueden soslayar a la hora
de analizar el comportamiento del propio soberano, ni tampoco el
de su ministro. Las formas blandas y reverenciales del ministro
congeniaron perfectamente con las ideas soberanas elementales y
prácticas.
Fueron confesores de Carlos III, dos franciscanos de escasas luces, Fray
José Calzado o de Bolaños, arzobispo de Nísibi y Fray Joaquín de Eleta, arzobispo de Tebas y obispo de Osma, el más conocido y menos valorado.
Cfrs.: CASTRO, M. de, «Confesores franciscanos de los reyes de España»,
Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Suplemento, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1987, p. 221.
28
Domínguez Ortiz compara la envarada actitud de Carlos III en 1766 a
raíz del denominado motín de Esquilache, con la de paternal y bondadosa de Carlos II, en 1699, en una ocasión semejante.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 70.
29
Ibídem, pp. 51-52.
27
7. Iglesia de San Ignacio. Roma
El Colegio Romano contaba con la pequeña capilla de la Anunciación (del 1562)
como espacio para las celebraciones litúrgicas, con unas pinturas de los Zuccari.
En el primer cuarto del siglo XVII la capilla se había quedado pequeña y la familia de Ludovico Ludovisi, un sobrino del papa Gregorio XV, se compromete a
construir una nueva. Llevará el nombre del recién canonizado Ignacio de Loyola.
En su interior se encuentra el sepulcro de San Ignacio. Tanto el arquitecto, Orozio
Grassi, como el pintor, Andrea Pozzo, eran jesuitas.
La fachada es de estilo barroco. En el interior destaca el techo con un fresco representando el triunfo de San Ignacio al entrar al Paraíso, con las cuatro regiones
misioneras del mundo. En la nave sur se halla el sepulcro de San Luis Gonzaga y
en el norte el de San Juan Berchmans, dos santos jesuitas.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
I.
71
La embajada en Roma: la destrucción de la Compañía de
Jesús (1772-1776)
a. Una decisión reservada
La operación cesárea, es decir matar al hijo -la Compañía de
Jesús- en el seno de la madre -la Iglesia católica-, es una de las decisiones políticas de la monarquía ilustrada que resultan más inexplicables30. No fue España, ni la primera ni la única potencia que
acometió, con independencia de la potestad canónica, semejante
providencia, la disolución o expulsión de un instituto religioso,
hasta entonces generalmente aprobado tanto por la autoridad civil
como por la eclesiástica. Antes lo hicieron Portugal y Francia, después, Parma, las Dos Sicilias y Malta. Es por lo tanto un fenómeno
europeo. La extinción de la orden, responde a unos criterios generales, pero en cada país revistió perfiles diversos, por las particulares circunstancias de las distintas naciones31.
El conde de Fernán Núñez, íntimo y devoto cortesano de Carlos III,
cuando escribe su vida no encuentra explicación al destierro de la Compañía.
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 209: «Yo solo debo decir, en honor de la
verdad que me crié con ellos, por orden y a expensas del Rey, como se ha visto en la Introducción, y que cuantas máximas me enseñaron se fundan en uno y otro, y en verter por
su defensa la ultima gota de mi sangre, si quiero vivir y morir con honor y gozar de gloria en este mundo y en el otro, sin que jamás les haya oído nada que directa o indirectamente lo contradiga.»; p. 211: «Tanto la moderación y obediencia dicha, cuanto la que han
acreditado en Italia los individuos de esta Sociedad (Compañía), y el celo con que, aunque maltratados y echados de su patria, sin recurso de regresar a ella, se han empleado en
defenderla e ilustrarla con sus escritos, prueba a lo menos que la educación que recibían en
este Cuerpo sus individuos no era ni desobediente ni ingrata.»
Ricardo, GARCÍA-VILLOSLADA, «Los papas del siglo XVIII hasta 1779», capitulo II de Historia de la Iglesia Católica, IV, Edad Moderna. La época del absolutismo
monárquico (1648-1814), Madrid, 1991, pp. 128-129 y 148-149
31
Ibídem, pp. 129-152.
MESTRE SANCHIS, Antonio, «Reacciones en España ante la expulsión de los
jesuitas en Francia», Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, Ed. Enrique Giménez
López, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1997, pp. 15-39.
30
72
El conde de Floridablanca y la política de su época
La persecución de los ignacianos no puede aislarse, según los
casos, de otros eventos como las disputas jansenistas, las trifulcas
y rivalidades entre las ordenes religiosas, las luchas por el poder
político, las querellas regalistas, las ideas avanzadas de la Ilustración, los sentimientos antiregulares, la tendencia absolutista de las
monarquías, la dependencia política de unas potencias con respecto a otras o las relaciones entre la Santa Sede y los estados. Por eso
en cada país el acoso y derribo de la Compañía se produce por una
combinación distinta de estas y otras circunstancias32.
En España, a pesar de los ríos de tinta que ha causado el estudio de ésta cuestión, hay que reconocer que estamos muy lejos de
explicar totalmente como un monarca católico de un reino confesional sin fisuras, en el que la Ilustración no se contagió de los principios deístas o de la impiedad, persiguiera con tanto empeño a
una institución religiosa que objetivamente no presentaba ningún
peligro para el sistema político imperante, y que en cualquier caso,
era una defensa, como demostrarían los hechos, del orden establecido. Cuando Carlos III en la célebre pragmática de 176733 extraña
a los jesuitas, guardando en su real ánimo las causas gravísimas que
lo motivan ocultó ¿para siempre? las razones auténticas y verdaderas por las que lo hacía34. Si hay que analizar el comportamiento de
sus áulicos es posible espigar precedentes más claros, al situarlos
en las circunstancias políticas y sociales del momento. Pero en uno
y en otro caso es necesario reconocer que si estos eran sinceros servidores de la Monarquía, según todos los datos lo aseguran, ¿cómo
se puede explicar que el monarca y sus ministros, tomaran una
decisión que habría de afectar, y tan negativamente, a la subsistencia de las realidades institucionales que con tanto ardor defen-
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados de Clemente XIV y Pío VI»,
capitulo III, Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 155-162.
33
Puede verse su texto en: Vv.Aa., Historia de la Iglesia en España, IV, pp.
813-816.
34
EGIDO, Teófanes, PINEDO, Isidoro, Las causas «gravísimas» y secretas de la
expulsión de los jesuitas por Carlos III, Madrid, Fundación Universitaria Española,
1994.
32
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
73
dían?35 ¿Fue un caso de miopía política o una providencia de todavía más ocultas intenciones? Esto último es impensable en Carlos
III, y casi seguro en sus ministros36.
La expulsión en España de la Compañía se hizo por propia
voluntad real de la manera más secreta y clandestina37. A esto se
refiere la vía reservada con la que se llevó a cabo. Es seguro que los
españoles de aquel tiempo no comprendieron la bondad del destierro, se sometieron a él, por servilismo, por obediencia ciega y cadavérica, o por la esperanza de conseguir algunas ventajas inmediatas. En una época en la que los reformistas propugnaban un Derecho penal más humano y racional, al extrañar a los jesuitas se conculcaron todas las reglas, las más elementales, jurídicas, por las que
a los condenados, sin ser juzgados, se les negó la más pequeña posibilidad de exculpación. En una época en la que se defendía la personalidad del delito, y por lo tanto de la pena, se exilió a toda una
colectividad de alrededor de cinco mil individuos, por unas
supuestas conductas, que en el mejor de los casos, solo podían atribuirse a unos pocos. Si hay que poner un claro ejemplo del despotismo ministerial, luego tan denostado por liberales y realistas, no
El conde de FERNÁN NÚÑEZ insinúa que la ruina de la Compañía está en
íntima relación con los trastornos que padeció Europa no trascurriendo mucho
tiempo.
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 209: «Toca a los Soberanos y a sus Ministros decir sui el respeto a la religión y al trono se han aumentado o disminuido desde
entonces (expulsión de los jesuitas) … Todos los innovadores de la nueva Asamblea
Nacional de Francia (no en general la más afecta a la religión ni a los Soberanos) son, o
jóvenes que no han alcanzado la educación de los Jesuitas, o sujetos que no han sido criados por ellos, o tal cual de los expelidos de su Sociedad. Así lo había yo observado, y me lo
han hecho observar varios miembros sensatos de la misma Asamblea, indiferentes por todo
espíritu de partido y adictos solo al de la razón.»
36
Cfrs.: EGIDO, Teófanes, «La expulsión de los jesuitas de España», capitulo VIII de Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 746-750.
CANAL VIDAL, Francisco, La tradición catalana en el siglo XVIII ante el absolutismo y la Ilustración, Madrid, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Percopo, 1995, pp. 191-195.
37
EGIDO, Teófanes, «La documentación secreta de la expulsión», capítulo I
de Las causas «gravísimas», pp. 57-63.
35
74
El conde de Floridablanca y la política de su época
hay duda que éste es el exilio de los jesuitas. Inaugura una propensión al secretismo y a la arbitrariedad que sería la expresión última
de la Monarquía en España, y una de las causas de su caída.
Bien es cierto que no pocos de los ministros del monarca profesaban una más o menos notoria antipatía hacia los ignacianos,
pero no hay que dar excesiva importancia a este dato. El mismo
Carlos III los tenía hasta el tiempo inmediatamente anterior a la
expulsión en su propio palacio y al cuidado de la educación de los
infantes. Su confidente Tanucci era penitente de la Compañía. Y
hasta el mismo fiscal Campomanes, era calificado con un poco convincente «dice no ser Jesuita»38.
De siempre habían existido apasionadas rivalidades entre el
clero regular y secular, e incluso aceradas invectivas contra la Compañía, u otros institutos, y discusiones sobre el régimen estatutario
de algunos de ellos, o críticas sobre el influjo político de los regulares en momentos puntuales y sobre materias ciertas. Nada de esto
era nuevo. Pero lo que ahora ocurre es que a la subsistencia de una
religión se le atribuye una consecuencia política de primer orden.
Los términos tomista y jesuita pierden todo significado teológico o
religioso para convertirse en unos conceptos políticos.
La trayectoria personal de Moñino, antes de ocupar la fiscalía del Consejo de Castilla, nos lo sitúa en ambientes docentes y
profesionales nada afectos a la orden jesuítica39. Se sabe que ejerció
la abogacía en la casa ducal de Alba, cuyo titular Don Fernando de
Silva, al que califica Fernán Núñez de hombre de «gran talento»
pero «altivo» y de «mal corazón»40 era inimicísimo de la orden. No
hay duda que en estos entornos curialescos y cortesanos, aprendió
Moñino toda la literatura y máximas denigratorias de la Compañía. Con este equipaje ideológico no le resultó incómodo secundar
CANAL VIDAL, Francisco, op. cit., pp. 196-200.
IRLES VICENTE, María del Carmen, «Tomismo y jesuitismo en los tribunales
españoles en vísperas de la expulsión de la Compañía», Expulsión y exilio, pp. 4163.
39
RUIZ ALEMAN, Joaquín, «Estudio», pp. 12-15.
40
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, pp. 110 y 154.
38
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
75
con exactitud los deseos del rey, en los que percibió ciertas ventajas para su programa político. De ésta forma unos ministros más o
menos inteligentes, se entregaron a la voluntad de un soberano
cuya visión y capacidad políticas no eran un prodigio de lucidez y
equilibrio, y cuya bondad, entró en crisis cuando tenía que atender
la cuestión jesuítica41.
Se desconoce lo que pasaba en la intimidad moral del monarca ilustrado, aunque no por la sutileza de su vida interior, bastante vulgar y adocenada, sino por el intencionado hermetismo divinizador con que quiso esconder los entresijos de sus decisiones.
Como si además tuviera pudor a mostrar sus sentimientos. Hay un
hecho, no obstante sobre el que los historiadores no han hecho
especial relación, y que describe, acaso el primer enfrentamiento
del futuro Carlos III, con la Compañía. Como se sabe el entonces
infante Don Carlos salió de España para Italia con apenas 16 años,
para hacerse cargo de la herencia de los Farnesio y los Medici, de
tal manera que nunca volvió a ver a su padre, Felipe V, en cuya
corte los jesuitas disfrutaban no solo del confesionario regio, sino
de una preponderancia indiscutible42. Lejos, por lo tanto de tal ascendiente, al fin se coronó en Palermo, como majestad siciliana, en
1734, y ya en ésta época cayó bajo el influjo de Bernardo Tanucci,
tan antijesuita como anticlerical. Y en el primer año de su reinado
napolitano se hubo de enfrentar al cardenal primado de Sicilia,
Álvaro de Cienfuegos, un prelado en el que confluían dos perfiles
decisivos para inspirar antipatía en el joven soberano, era jesuita y
austracista acérrimo. No es el momento de relatar la querella entre
el arzobispo y la corte, pero lo cierto es que Cienfuegos murió en
Roma, sin jurar obediencia al nuevo monarca, y cuando los ministros se aprestaban a arrojarse sobre sus temporalidades, vino una
Ibídem, pp. 211-212. Anque él mismo no está convencido de la justicia de
la expulsión de la orden ignaciana, salva la conciencia de Carlos III.
42
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia del reinado de Carlos III de España, I, Madrid, Imprenta de los Señores de Matute y Compagni, 1856, Ed. Facs. Consejería
de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1988, pp. 201-233.
41
76
El conde de Floridablanca y la política de su época
orden de España, en la que Felipe V, siempre afecto a la Compañía,
mandaba su distribución de otra manera. De la correspondencia que
entonces se giró entre ambas cortes se deduce que los áulicos napolitanos consideraban al primado profeso e imbuido de principios envejecidos y ultramontanos, y que al final el regalismo imperante no
pudo satisfacer sus deseos. No hay duda que este incidente cuando
el novel Don Carlos batía sus primeras refriegas políticas y estaba formando su comportamiento público, quedó grabado en su conciencia
rutinaria e inflexible, y no solo con la nota del resentimiento, sino con
la del afán de desquite, sentimientos todos que debidamente adornados por el jurisdiccionalismo curialesco de Tanucci y compañía cobró
en él una nota permanente en su carácter de rey absoluto43.
Sobre esta vieja aversión, que al parecer Carlos III nunca recordó para justificar su despego por la Compañía, sus ministros
aunaron una ojeriza similar, originaria, o sobrevenida por puro servilismo o para la satisfacción de sus intereses personales o políticos, de tal manera que la orden, por coincidencia de diversos modos se sentir, experimentó un destino adverso.
No hay duda que fue Campomanes el que atizó con mayor
empeño, desde la fiscalía, la ofensiva contra la Compañía y el que
proporcionó, mediante su alegato, los elementos de juicio suficientes –falsos, tergiversados o fantásticos- para cubrir, siquiera formal
y secretamente, la apariencia de cierta legalidad44. En estas circuns-
No existe un estudio detallado sobre este incidente regalista , en el que
intervinieron las cortes de Roma, Madrid y Nápoles, ni una biografía aceptable
sobre uno de los protagonistas el cardenal español Álvaro de Cienfuegos. De lo
primero hay alguna documentación, muy interesante, en el Archivo General de
Simancas. Cienfuegos era un jesuita que había destacado durante el reinado de
Carlos II, y que junto con el último Almirante de Castilla se había pronunciado
por la Casa de Austria, y en contra de Felipe V, huyendo a Portugal. Desde entonces hasta el final de sus días sirvió sin interrupción a los Habsburgo, que lo distinguieron con generosidad.
Cfrs.: LEON SANZ, Virginia, Entre Austrias y Borbones. El Archiduque Carlos y
la Monarquía de España (1700-1714), Madrid, Editorial Sigilo, 1993, p. 186.
44
EGIDO, Teófanes, «La documentación secreta» y «La pesquisa reservada», capítulos I y II de: La causas «gravísimas», pp. 13-107.
43
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
77
tancias, Moñino, ocupa un lugar secundario. Sin embargo, estuvo
al tanto de la operación, y una vez consumada, participó en la persecución de la orden y su memoria, hasta que fue nombrado embajador en Roma. Con razón escribía Carlos III a Tanucci en 1772 que
todo había pasado por sus manos45.
Una de las intervenciones de Moñino en los asuntos jesuíticos más expresivas de la virulencia y apasionamiento con los que
tomó la destrucción de cualquier vestigio que de la orden pudiera
quedar en España, es la del culto de Nuestra Señora de la Luz, en
Lérida46.
Por lo que se sabe el culto mariano bajo esta advocación es
anterior al ataque que en la segunda mitad del XVIII padecieron
los ignacianos. Acaso estos lo acogieron en su apostolado y ministerios para contrarrestar otras luces, las de la Ilustración, en las que
había rastros sobrados de anticlericalismo y de ideas depresivas
para la Iglesia. De todas maneras tal práctica devocional de suyo
nada tenía de heterodoxa ni conllevaba intencionalidad política.
Pero bastaba que fuera promovida por la Compañía para que los
reformistas fueran sus enemigos implacables. Los sentimientos
adversos a una manifestación piadosa tan inocente e inocua, en términos políticos, hay que encuadrarla en la persecución que los novatores emprendieron contra cualquier peculiaridad de la orden,
con respecto a otros institutos, y contra las huellas, muy profundas
y duraderas, que en la sociedad habían dejado los jesuitas47.
Siendo fiscal Moñino, en 1768, y por lo tanto ya desterrada la
Compañía de los dominios españoles, hubo de actuar en un asun-
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, II, Madrid, Imprenta de los señores
Matute y compagni, 1856, Ed. facs. Consejería de Cultura de la Comunidad de
Madrid, 1988, pp. 353-354.
46
GIMÉNEZ LÓPEZ, M., «La devoción a la Madre Santísima de la Luz; un
aspecto de la represión del jesuitismo en la España de Carlos III», Expulsión y exilio, pp. 213-228.
47
Esta aversión responde el mismo desdén que los ilustrados mostraron
por el culto al Corazón de Jesús.
Ver: MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura», pp. 660-664.
45
78
El conde de Floridablanca y la política de su época
to íntimamente relacionado con esta devoción. El incidente comenzó con la denuncia de un inquieto sacerdote de Lérida, Don Domingo Barri, que se decía perseguido por el partido jesuítico, de gran
ascendencia sobre el obispo de la ciudad, Macias Pedrejón, y que
protestaba la existencia en el leridano monasterio de la Compañía de
María, vulgo de la Enseñanza, de un altar dedicado a la Virgen de la
Luz, acompañada de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja
y con notable simbología de la orden expulsa. En la investigación
que promovió el fiscal, el prelado negó las acusaciones del clérigo y
explicó la existencia del referido altar a puras razones devocionales.
La probanza hecha por el alcalde mayor de Lérida, Don Ramón de
Lanes, ofreció la imagen opuesta: en la ciudad todavía pervivirían
las manipulaciones sectarias de los secuaces de los expulsos que, por
este medio, conservaban una gran influencia entre las religiosas de
la Enseñanza y el propio altar de la Virgen de la Luz era el símbolo
y la realidad de la permanencia del jesuitismo. El dictamen de Moñino de 18 de diciembre de 1769, no solo negaba la razón al obispo,
aun reconociendo la indiscreción de Barri, sino también proponía la
retirada del discutido altar y la prohibición de que sacerdotes afectos a las doctrinas de los religiosos exiliados atendieran espiritualmente a las monjas. El auto del Consejo Extraordinario de 4 de febrero de 1770 condescendió con la petición fiscal, y al fin el obispo leridano, cortesanamente servil, se aprestó a su cumplimiento48.
Este incidente, hoy nos hace sonreír, pero también manifiesta con certeza hasta qué punto la monarquía ilustrada deseaba el
dominio íntimo de las conciencias, y a la vez ofrece la absoluta
identificación de Moñino con las órdenes del Amo, y su aversión
por la Compañía.
b. La legación perfecta
Después del exilió de los jesuitas, arrojados a un destino
incierto, sin que fuera de la soberanía del Rey Católico se les per48
GIMÉNEZ LÓPEZ, M., «La devoción», pp. 220-228.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
79
mitiera la defensa, y aun prohibiendo categóricamente cualquier
discusión sobre la materia, Carlos III no quedó satisfecho49. De todas las cortes borbónicas fue la española la que puso mayor empeño en conseguir la extinción canónica del instituto. Y en la persistencia de este odio atroz hay que reconocer que el monarca no necesitó de consejos o influencias externas, fue su iniciativa personalísima, que a veces alcanzó la categoría de una obsesión enfermiza.
Sus antiguos súbditos jesuitas habían obedecido la orden de destierro sin rechistar, y en ocasiones incluso salvando su buena fe y
recta intención. Si el destierro había sido una providencia económica, y civil pura, sin consulta, ni siquiera comunicación previa al
papa –en 1767 era Clemente XIII, gran defensor de la orden– la
disolución requería un acto solemne de la Santa Sede, por lo que el
monarca inmediatamente pasó a obtenerla moviendo todos los
resortes a su alcance50.
Con el papa Clemente XIII es seguro que ésta iniciativa no
hubiera tenido éxito alguno, pero al fallecer éste, los príncipes ejercieron toda su influencia para que el colegio cardenalicio eligiera
un pontífice a su gusto51. Por esto, sin pacto simoniaco, pero con
ciertas seguridades espoleadas por la ambición del pretendiente,
salió elegido un franciscano claustral que tomó el nombre de Clemente XIV52.
Era entonces embajador en Roma, un eclesiástico, Don Tomás de Apuru, y agente de preces, Don José Nicolás de Azara, personajes ambos compenetrados con la política carlostercista. El primero de ellos, al que le correspondía el protagonismo de las gestiones, estaba en el ocaso de su vida y además desde principios de
Vv. Aa., Expulsión y exilio, pp. 259-398.
PINEDO, Isidoro, «Se pronuncia la palabra extinción», capitulo III de: Las
causas «gravísimas», pp. 96-107.
51
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 261-297.
52
PINEDO, Isidoro, «Los jesuitas y el conclave de Clemente XIV», capítulo
V de: Las causas «gravísimas», pp. 130-149.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados de Clemente XIV y Pío VI»,
pp. 163-165.
49
50
80
El conde de Floridablanca y la política de su época
1770 se encontraba gravemente enfermo, con lo que no podía acudir a las obligaciones de su cargo con la diligencia que quería el
monarca53. Algunos sucesos ocurridos fuera de España inquietaron
profundamente a Don Carlos. A finales de 1770 el primogénito de
los Borbones, Luis XV, despedía del ministerio al libertino duque
de Choiseul, un antijesuita furibundo, mientras que la insumergible favorita del monarca Madame du Barry parecía influir en la
rehabilitación de la Compañía54. En 1771 Guillermo du Tillot, primer ministro del ducado de Parma y principal impulsor del extrañamiento de los jesuitas en aquel estado era exonerado por su
señor el Infante Don Fernando y a instigación de la mujer de éste,
la archiduquesa María Amalia, hija de la gran María Teresa55. La
corte de Madrid temió –conocida la sincera piedad del duque y los
sentimientos antiborbónicos de su esposa que pertenecía a una
dinastía que nada tenía contra los jesuitas– que la reacción promoviera la restauración de la orden, a la que Don Fernando mostraba
una particular inclinación56.
Así pues ante las fluctuaciones de la política europea Carlos
III decidió cambiar su embajador en Roma por una persona más
capaz. En principio se habló de Don Pedro Antonio de Cevallos
que había sido enviado a Parma de pesquisidor, pero tal posibilidad
era casi irrealizable pues el ilustre militar había sido un partidario
incondicional de la Compañía. Al pontífice la agradaba la idea57.
Finalmente se nombró al que entonces era embajador en Londres,
un italiano, hermano del príncipe de Masserano, el conde de La
Bagna, que al parecer era también afecto a la orden. De ser asi,
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 299-349.
PINEDO, Isidoro, «La extinción: retrasos y dificultades», capítulo VII de: Las
causas «gravísimas», pp. 163-164.
54
BERNIER, Olivier, Luis XV El Bienamado, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 1996, pp. 322-334.
55
BALANSÓ, Juan, La familia rival, (Barcelona, Editorial Planeta, 1994), pp.
54-65.
56
PINEDO, Isidoro, «La extinción», p. 170.
57
Ibídem, pp. 170-172.
53
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
81
parece que Carlos III no acertaba inexplicablemente en sus nombramientos. Sin embargo oportunamente La Bagna, cuando se dirigía a Roma, falleció en Turín58, por lo que al fin el monarca decidió,
un mes más tarde, mandar a la Ciudad Eterna a Don José Moñino59.
La elección no pudo ser más afortunada.
El 24 de marzo de 1772 el correo de Madrid comunicaba la
noticia de la elección. El nombramiento lo hizo el rey, seguramente con el consejo de Grimaldi, sin que comunicara nada al P. Eleta,
al conde de Aranda, y a Roda. Fue una operación de los golillas
antijesuitas, sin parte del partido aragonés, cuya fobia contra los
regulares no era menor60.
El 4 de julio de 1772 ya estaba Moñino en la Ciudad Eterna.
Dice Fernán Núñez que el nombramiento se hizo en atención a su
talento, dulzura y elocuencia atractiva que le habían distinguido siempre
entre los abogados y los consejeros que le llamaban el melifluo Bernardo61.
Naturalmente el parecido entre el santo cisterciense y el ahora diplomático, no pasaba de ser una forzada comparación, pero el dato
apunta al suavidad cortesana de Moñino, que como veremos, supo
compaginar con una tesonera actividad. El que tuvo un disgusto tremendo fue el papa. Es seguro que estaba ilusionado con Ceballos, e
incluso le hubiera gustado el conde de la Bagna al que Roda calificaba de «idiota tonsurado y untado», pues al fin era eclesiástico, pero el
nombramiento de Moñino, cuya fama le debía preceder, la causo un
serio contratiempo. Cuando se enteró de quien era el nuevo embajador, solo acertó a decir «Dios perdone a Su Majestad Católica»62.
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 243.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit. II, pp. 349-350.
59
Había sido nombrado el 31 de agosto de 1766 fiscal del Consejo de Castilla, y el 5 de mayo de 1772, consejero del mismo.
CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración y Derecho. Los fiscales del Consejo
de Castilla en el siglo XVIII, Madrid, Ministerio para las Administraciones Publicas,
1992, p. 253.
60
PINEDO, Isidoro, «El final de la campaña de extinción», capítulo VIII de:
Las causas «gravísimas», p. 173.
61
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 243.
62
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», p. 170.
58
82
El conde de Floridablanca y la política de su época
Las principales materias que Moñino llevaba a Roma como
embajador consistían además de en la disolución canónica de la
Compañía, la reorganización de la nunciatura de Madrid, la limitación del derecho de asilo en los lugares sagrados y la causa de
canonización del Venerable Don Juan de Palafox y Mendoza. Pero
no hay duda que la primera de ellas excedía a las demás en importancia y en interés que en ella habría de poner el diplomático. Evidentemente también enfatizó en la causa de Palafox, pero no por
motivos espirituales, sino por las consecuencias que de ello se derivaría para infamar todavía más a los jesuitas, con los que el venerable había tenido algunas diferencias63. En realidad no empleó la
misma atención en otras causas que entonces estaban abiertas, y
que por su franciscanismo le tenían que ser muy gratas al rey. Así
por ejemplo en las del sabio franciscano mallorquín, Fr. Raimundo
Lulio y de la consejera de Felipe IV, la concepcionista Sor María de
Jesús, la célebre Madre Agreda. El motivo de la desidia que hubo
en estas cuestiones es que no tenían «nada que ver con la regalía»64.
El embajador se encontró en Roma con uno de los pontífices
de menos carácter y más mediocre que ha tenido la Iglesia. Era un
franciscano conventual, es decir de la rama mitigada y claustral de
la Orden de los Menores, que en España no existían, pues habían
sido extinguidos por Felipe II. Su institución era distinta a la del P.
Eleta, a pesar de pertenecer a la misma familia religiosa. No era
una inteligencia de empaque, ni se distinguía por la fortaleza de
carácter. Si no acudió a un pacto simoniaco para alcanzar la tiara sí,
al menos, dio a entender que no tenía pasión alguna por la Compañía, y que por lo tanto era posible que la extinguiera. No hay
duda que en este hijo laxo del Poverello, pudieron más la fuerza de
la ambición y el orgullo. Pero una vez elegido, no se apresuró a
extinguir la orden, su falta de valentía se lo impedía. Si no hubiera
recibido las extraordinarias presiones de los príncipes, no se hubiera atrevido. Pero la coacción y la amenaza de que fue objeto fueron
63
64
MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura», pp. 659-660.
PINEDO, Isidoro, «El final», pp. 173-191.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
83
tan grandes que no pudo resistir65. Aun así, su espíritu nunca
quedó tranquilo. Cuando Moñino llego a la Ciudad Eterna corrían
toda clase de cábalas y presunciones sobre las maniobras de los
jesuitas para impedir su extinción66.
Tuvo la primera audiencia con el pontífice el 12 o el 13 de
julio. Ya entonces Clemente XIV cometió la imprudencia de sincerarse con el embajador, hablando mal de la Compañía, a la que le
atribuía algunas fechorías en su vida personal y desde fecha tan
temprana como cuando el mismo pontífice había entrado en religión. En ésta primera entrevista Moñino urgió al pontífice declarara la extinción -a lo que el papa contradecía alegando la necesidad
de tiempo, secreto y confianza para hacerlo- y le invitó a que confiase en un rey tan pío y voluntarioso, como el de España. Si Clemente XIV pensaba que con el relato de chismes maliciosos se
habría de contentar el embajador del rey Católico estaba muy equivocado. Ya desde el principio cometió un evidente error con el
enérgico diplomático al manifestarle su convencimiento de los
horrorosos crímenes de los jesuitas. Moñino no comprendía que si
el papa los sabía se mostrara tan renuente a extinguirlos, incluso
reconoce que mayor consideración tendría a un pontífice escrupuloso67.
También en éste mes de julio se entrevistó con el cardenal
Macedonio, secretario de memoriales, que le comunicó que en el
último cónclave el entonces cardenal Ganganelli había opinado
sobre la conveniencia de la extinción frontal o gradual de la orden
ignaciana. El pontífice ahora prefería seguir esta última vía, pero
Moñino no, y Carlos III estaba a punto de perder la paciencia.
Desde el principio se puso en comunicación Moñino con el
general de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, el peruano P.
Francisco Javier Vázquez, cuya ojeriza hacía la Compañía era apa-
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», pp. 165-167.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit.,, pp. 355-356.
67
PINEDO, Isidoro, «El final», p. 175.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 359-366.
65
66
84
El conde de Floridablanca y la política de su época
sionada. Entonces aconsejaba al embajador, como si éste necesitara
semejantes alicientes, que actuara con vigor «para purgar la Iglesia
de la peste que por dos siglos la tiene enferma»68. En realidad uno de los
motivos por los que los agustinos se mostraban tan adversarios de
los jesuitas era la discrepancia de estos con respecto a las obras teológicas de una de las eminencias del instituto el cardenal Noris69.
Como en la abolición canónica de la orden tampoco medió
procedimiento formal alguno y el papa se empeñó en que los trámites se llevaran con el mayor de los secretos, y solo en sus medios
áulicos y cortesanos más inmediatos, Moñino hubo de atacar a este
círculo íntimo. Era confesor de Clemente XIV, un fraile de su
misma orden Fr. Inocencio Buontempi, del que el cardenal Bernis,
embajador de Francia, decía que fue ganado por el embajador
español con toda clase de medios de temor y de esperanza. Al
parecer dominaba por entero a su penitente de tal manera que
Moñino dirigió hacia él sus baterías, según confiesa en una carta
suya del 7 de enero de 1773 a Grimaldi. Este sacerdote que según
Luengo era «un fraile ignorante de misa y olla», y del que las hablillas
en Roma aseguraban que era el amante de Victoria Bischi, esposa
de Nicolás Bischi, no sobresalía por la observancia del voto de
pobreza. Se dejaría cortejar por los favores del embajador, que tuvo
que gastar en él gruesas cantidades para que desplegara su
influencia sobre la conciencia del papa70.
Otro de los colaboradores que el embajador atrajo en Roma
fue el cardenal Marefoschi, cuya promoción a la púrpura por Clemente XIV se había publicado en el consistorio de 10 de septiembre de 1770. En el pontificado anterior, por su antijesuitismo no
mereció grandes consideraciones, pero una vez que ascendió al so-
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», p. 170.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «El jansenismo y el partido jansenista»,
capitulo VI, Historia de la Iglesia Católica», IV, p. 392.
EGIDO, Teófanes, «Regalismo y relaciones Iglesia-Estado (s. XVIII)», capitulo III, Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 133-134, 138, 197.
70
PINEDO, Isidoro, op. cit., pp. 176-178.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 170.
68
69
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
85
lio Ganganelli, se rehabilitó, hasta el punto que el nuevo papa le
encargó que le asesorase en materia de la extinción de la Compañía71.
Pero acaso el prelado con el que Moñino colaboró con más
cercanía fue con Don Francisco Javier Zelada, romano de nacimiento, aunque de origen español. Debió ser personaje de interesantes
inquietudes culturales y muy en la línea de un purpurado ilustrado, aunque su fisonomía moral diste mucho de semejante aprecio.
Su participación en el acoso de la Compañía debió ser puramente
coyuntural y motivada por su afán de medrar con el apoyo de la
corte española72. Por este motivo debió cambiar de bando cuando
la legación de Moñino inclinaba hacia el bando antijesuita el peso
de la política eclesiástica y civil. Roda lo consideraba jesuita de sentimientos, hasta tal punto de que había sido agente en Roma del
cardenal toledano Fernández de Córdoba, al que en 1767 Carlos III
desterrara por protestar de la expulsión de la Compañía. Azara
tenía de él la peor opinión hasta el punto de considerarle infame,
bribón, y jenízaro naturalizado de español. Pero nada de esto importó al embajador que se sirvió de él en los asuntos de la Compañía, y sobre el que derramó toda la largueza de los dineros de España73. En plena campaña contra la orden, en abril de 1773, fue elevado al cardenalato, por lo que su cooperación en la embajada de
Moñino no le pudo resultar más ventajosa.
A la primera audiencia papal, le siguieron otras más –el papa
recibía al murciano los domingos–, y numerosas misivas y billetes
en las que actuaba de mediador Buontempi, ocasiones en las que
se iba estrechando el cerco sobre el timorato pontífice.
En la audiencia del 23 de agosto Clemente XIV le participó su
intención de acosar a la Compañía, sin proceder inmediatamente a
PINEDO, Isidoro, «El final», pp. 175-176.
RUIZ, F. J., «Francisco Javier Zelada», DHEE, IV, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975, p. 2811.
73
PINEDO, Isidoro, op. cit., pp. 178-180.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 171.
71
72
86
El conde de Floridablanca y la política de su época
su supresión. Moñino tenía la idea de que la extinción estaba próxima74. En el mes de septiembre en el curso de un banquete que el
embajador del Rey Católico ofreció nada menos que para festejar la
clausura del seminario romano regentado por los jesuitas, se dejo
decir que en el mes de noviembre se verían grandes cosas75. Pero las
dilaciones papales no hicieron retroceder al embajador que de la
dulzura pasó a la vehemencia76. En otra entrevista de 8 de noviembre, según él mismo confiesa empleó sobre la conciencia del pontífice el suficiente terror acompañado de dulzura y suavidad. Las
cartas que el embajador manda a Madrid indican la violencia que
solía emplear en las audiencias papales para reducir al pontífice77.
Entre las amenazas que el embajador comunicó fue la de la
extinción de todos los institutos religiosos y la de procurar para la
Iglesia una organización episcopalista.
Al apocado y poco sincero carácter del pontífice hay que
sumar la situación, que por su propia voluntad, se colocó en el
curso de las negociaciones con el embajador. Clemente XIV quiso
llevar el asunto con el máximo de los sigilos, sin que intervinieran
en materia tan espinosa los altos consistorios de la Iglesia. Se repite la misma escena ocurrida en Madrid: a los regulares les atribuían los mayores excesos y delitos, y sin embargo, tanto un soberano
como otro, no se atrevían a sacar la causa a la luz.
Por las razones que fueran, pero en cualquier caso entre ellas,
por la debilidad personal y política del pontífice, este terminó por
quedar a merced del inteligente Moñino. Gozó el embajador de
una confianza extraordinaria del papa. Cosa bien extraña de que
una supuesta víctima –no lo debía ser tanto como indica la irreflexiva confianza que ya desde el principio le mostró– se pusiera tan
incondicionalmente en sus manos. Clemente XIV en carta a Carlos
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 383-390.
PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 180.
76
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 394-402.
77
Ibídem, pp. 420-431.
PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 181.
74
75
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
87
III de 8 de julio de 1773 lo denominaba «honestissimo Signore Giuseppe Mognino»78, e incluso solía llamarle «carisimo Pepe»79.
En todas estas agrias negociaciones se mezclaban los asuntos puramente religiosos con los políticos que el diplomático
español solía esgrimir con arrogante audacia. El embajador decía
al papa, de acuerdo con los franceses, en la audiencia del 6 de
septiembre que le serían restituidos Avignon, Benevento y Pontecorvo, si transigía en la extinción, pero a esto Clemente XIV le
replicó «Yo no trafico en este negocio». El siguiente día 5 de noviembre mandó ocupar las ciudades pontificias de Nonciglione y Castro a fin de atemorizar al papa y el día 12 le conminó con suprimir todas las órdenes religiosas en España y romper las relaciones diplomáticas80.
Tales presiones terminaron por surtir el efecto deseado. El
papa extenuado llegó a comunicar al embajador Bernis su voluntad definitiva de suprimir la Compañía81.
Al fin el papa a finales de noviembre comunicó a Moñino su
voluntad de proceder con prontitud a la extinción. Por entonces se
estaban acometiendo por orden papal ciertas providencias de inspección sobre las casas de la orden, medidas planeadas para dilatar la extinción, pero el papa veía que tales tardanzas lejos de enervar el brío de Moñino, lo aumentaban.
El proceso de redacción del Breve muestra a las claras el servilismo en el que cayó Clemente XIV. Aunque primero indicó que
fuera el cardenal Negroni el que redactara las letras, al final por
indisposición de éste, fue elegido Zelada. Aunque no gustó en
principio a Moñino se avino y además le hizo participe que su diligencia en la tarea le aportaría sustanciosos beneficios. La primera
redacción del Breve la hizo el propio Moñino, dándole forma Zelada y añadiendo algunas precisiones el papa, a quien se le presentó
78
79
80
81
PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 181.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. 438.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 171.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 415-440.
88
El conde de Floridablanca y la política de su época
la minuta el 4 de enero de 1773. El embajador la mandó a Madrid,
en donde Carlos III no cabía de satisfacción. El 5 de marzo, con
todo secreto, comunico el borrador a los reyes de Nápoles, Portugal y Francia y a la emperatriz de Alemania. Pero aun así el papa
no terminaba de decidirse, a lo que Moñino, entre la zozobra y la
esperanza, siguió aplicando su vigor e interés82.
Una de las excusas que finalmente puso el pontífice fue la
opinión que sobre la proyectada extinción podía exponer los príncipes católicos, y especialmente la corte vienesa, según comunicaba Moñino a Grimaldi. Pero desde España éste consiguió allanar
todos estos inconvenientes a fin de asegurar al papa que la disolución no iba a provocar nuevos conflictos con las coronas83.
Por fin Clemente XIV firmó el Breve, en Santa María la Mayor, una de las grandes basílicas romanas de antigua vinculación
con España, el 21 de julio de 1773, titulado por sus primeras palabras Dominus ac Redemptor84. A pesar, sin embargo de ésta fecha la
verdadera firma debía producirse el 15 de junio o en alguno de los
días anteriores, pues además ya el 17 de junio lo tenía Moñino en
sus manos. El documento fue impreso en una máquina clandestina
de la embajada española en Roma, que antes había servido a Moñino y a Azara para hacer otras travesuras como escribir libelos contra los jesuitas y hojas para asustar al papa.
Clemente XIV nombró al efecto una comisión compuesta por
cinco cardenales, Marefoschi, Corsini, Zelada, Carraffa Traietto y
Casale y dos asistentes Manfredonio y Alfani. La mayor parte de
ellos no podía ser más del gusto de Moñino.
Antes de que se publicara el Breve celebraron los jesuitas el
día 31 de julio la festividad de su fundador. La solemnidad tuvo
lugar en la iglesia del Gesú, y señal de la soledad que entonces los
jesuitas percibieron en que estaban por parte de las altas jerarquías
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 442-454.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., pp. 171-177.
83
Ibídem, p. 172.
84
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 469-470.
82
8. Pio VI (1775)
Pompeu Girolamo Batoni
Museos Vaticanos. Roma.
En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente XIV, celebrado en Roma el 15
de febrero de 1775, salió elegido el cardenal Gianangelo Braschi, que tomó el nombre de Pío VI, un prelado independiente, que mantendría la disolución de la Compañía.
Logrados los propósitos que le destinaron a Roma, la estancia de Floridablanca en
la ciudad Eterna había llegado a su fin. Por ello solicitó ser relevado de su cargo
y regresar a España. Poco antes de cesar en su embajada pudo escribir “En Roma
no queda pendiente cosa grave”.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
91
eclesiásticas es que a ellas solo asistió el cardenal Carlos Rezzonico, sobrino el papa Clemente XIII. El 16 de agosto se publicó la
supresión, y tres días después las cartas de Azara y Moñino llevaban a la Corte Católica la noticia85. En la tarde del mismo día 16 se
notificó el Breve a la curia general de la Compañía, en la casa profesa del Gesú. Allí se presentaron con compañía de soldados el
secretario de la comisión cardenalicia Manfredonio y su asesor
Alfani, ambos amigos de Moñino, y el último, según el insigne
humanista Cordara hombre pérfido y detestable. En la portería se
leyó el Breve al general Ricci, a sus asistentes y secretario. El superior solo contestó «Yo adoro las disposiciones de Dios; los decretos del
sumo pontífice no necesitan de mi aprobación: son sagrados». Fue confinado en su celda con la custodia de dos granaderos. En el mes de
septiembre siguiente Ricci con otros jesuitas fueron encarcelados
en el castillo de Sant´Angelo, sin permitírseles la más mínima
comunicación con el exterior, y en unas condiciones de estrechez
muy amargas86.
El texto del Breve es un fiel trasunto de lo que pensaba la corte
española. La exposición de motivos histórico-jurídica es un reflejo de
la voluntad de Carlos III. Se le ocurre recordar la prohibición de Inocencio III sobre crear nuevas ordenes religiosas, como si la Santa
Sede desde el siglo XII hasta entonces no hubiera superado aquella
disposición repetidísimas veces y sin que al parecer se le ocurriera
en el momento presente aplicar medidas restrictivas con otro instituto que el de los jesuitas. También refiere que el papa Inocencio XI
había prohibido en 1684 a la Compañía dar el hábito a más novicios,
cuando en realidad lo que hizo este pontífice, que sentía gran estima
por la orden, fue vedar solo a las provincias italianas la recepción de
nuevos religiosos, hasta que los misioneros en Extremo Oriente no
se sometieran a los vicarios apostólicos, en el marco de los conflictos
entre el patronato real portugués y la Congregación de Propaganda
Fide, prohibición que fue derogada en 1689.
85
86
PINEDO, Isidoro, «El final», p. 187.
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 173.
92
El conde de Floridablanca y la política de su época
Aunque reconoce que la Compañía había sido aprobada
repetidamente por los papas y había causado indudables bienes a
la Iglesia, sin embargo no era esta la situación actual.
Su existencia causaba rivalidades con otros institutos, con el
clero secular, con las universidades y con los mismos soberanos, y
no podía ahora, por las crecientes quejas que motivaba su existencia, rendir aquellos beneficios.
En la parte propiamente prescriptiva ordena la extinción de
la Compañía como persona jurídica, la reducción al clero secular
de sus presbíteros, el despido de los novicios y la imposibilidad de
los profesos de votos simples de ascender a mayores. También prohíbe a toda persona, pero especialmente a los hasta ahora jesuitas,
bajo pena de excomunión reservada a la Santa Sede, traten a favor
o en contra de la extinción87.
Moñino cuidó mucho que semejante dureza no se relajara. En
1775 el nuevo papa Pío VI no se atrevió a liberar a Ricci, que permaneció hasta su muerte acusado, pero no sujeto a proceso. Solo le
envió su bendición. El ahora ya conde de Floridablanca velaba
para que no hubiera medida alguna de lenidad. Según escribía a
Roda el 9 de marzo de 1776 «yo estoy en acecho de lo que se piensa y
hace». Falleció el general el 24 de noviembre de 1775 cinco días después de declarar su propia inocencia y la de su orden. Ni entonces
ni después, jamás, se celebró juicio alguno en el que conforme a
Derecho se sustanciara las atribuidas responsabilidades delictivas
a la Compañía88.
Clemente XIV falleció el 21 de septiembre de 1774, al parecer
con toda tranquilidad, a pesar de los desasosiegos e inquietudes
que tuvo tras decretar la supresión. Su gobierno había sido nefasto. El agente imperial Brunati comunicaba a la corte de Viena el
siguiente 2 de octubre el estado de confusión en que quedaba la
Santa Sede tras un pontificado inerte y apático, en el que el papa se
había rodeado de unos pocos privados, versátiles, caprichosos,
87
88
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., pp. 174-177.
Ibídem, p. 173.
9. Carlos III
Grabado
Carlos III se mostró creyente convencido del derecho divino de la realeza con
unos ribetes muy poco populares y sociales. En realidad este autoritarismo extremo, escondía el conocimiento íntimo de lo endeble y precario de la realeza.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
95
ineptos y cínicos. El pueblo romano todo jesuita, según declaraba
Azara prorrumpió en aceradas sátiras y punzantes versos de una
increíble ferocidad contra la administración pontificia89.
Entre los estados en los que no pudo ejecutarse el Breve de
extinción fueron los sujetos a la soberanía de la emperatriz Catalina II de Rusia. La soberana de religión cismática no se consideró
obligada a publicar el mandato de una autoridad eclesiástica que
ella no reconocía. En 1774 enterado Floridablanca protestó con su
acostumbrada energía ante Pío VI, pero de nada le sirvió, pues la
zarina escribió a Carlos III, defendiendo su libertad de conservar a
los jesuitas en sus dominios por motivos que yo se90. Muy pronto la
orden pudo recuperarse, siquiera precariamente, aun en vida de
Carlos III y de su embajador. Cuando uno y otro eran polvo y ceniza, sería restaurada por Pío VII en 181491.
Clemente XIV solo sobrevivió, por lo tanto, poco más de un
año a la extinción de la Compañía. El 5 de octubre de 1774 se abrió
el cónclave que habría de elegir a su sucesor. Tuvo en él Moñino
una intervención constante con el fin de afianzar las conquistas
logradas en el pontificado anterior, aunque el que desplegó mayor
influencia fue el cardenal Bernis. Al fin el 15 de febrero de 1775
salió nombrado el cardenal Gianangelo Braschi que tomó el nombre de Pío VI, un prelado independiente, que mantendría la disolución de la Compañía92.
Poco antes de cesar en su embajada Floridablanca pudo
escribir «En Roma no queda pendiente cosa grave»93. Era la satisfacción
del diplomático que había servido no solo con verdadera voluntad,
sino con reconocido éxito al regalismo de su soberano Amo.
Ibídem, pp. 181-182.
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. 486.
GARCÍA-VILLOSLADA, op. cit., pp. 179-180.
91
Ibídem, pp. 180-181.
92
FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 507-512.
93
Ibídem, p. 513.
89
90
96
II.
El conde de Floridablanca y la política de su época
El protagonismo ministerial (1777-1792): del autoritarismo
al absolutismo
a. El Rey y el reino
Desde finales de 1776 a 1792 el conde de Floridablanca es el
personaje político más importante de España, eso si, después del
rey, si es que a la figura soberana se quiere atribuir, como establecía el ordenamiento de la época, la última y verdadera instancia
de las decisiones. Su antiguo colega, Campomanes, en 1786 sería
nombrado presidente del Consejo de Castilla. En el orden jerárquico este oficio era el inmediato a la Corona, sin embargo tal calidad
no suponía la correspondiente beligerancia en el orden político.
Estamos en una época en la que por encima de la formalidad administrativa va primando la materialidad del efectivo ejercicio del
poder; éste se había desplazado cada vez más desde los consejos al
entorno más inmediato de la realeza, es decir de aquellas instituciones heredadas de la época austracista a los secretarios reales, a
los que los Borbones confirieron un preponderante protagonismo
sobre los viejos consejos. De ahí que Floridablanca pueda ser considerado como el colaborador más influyente y de mayor relevancia en el reinado de Carlos III, a partir de 177694.
La presencia de Floridablanca en la cúspide de la administración, se encuadra, por lo tanto, en el periodo más interesante del
reformismo ilustrado y de la política absolutizante del poder real.
Como se verá, en este tiempo se producen los cambios suficientes
como para asegurar que la administración central se va configurando sobre un auténtico equipo ministerial coordinado mediante
la superación de la vieja organización consiliaria, y que la monarquía autoritaria se perfila cada vez más como un poder absoluto95.
Moñino es sin lugar a dudas uno de los políticos de aquel
tiempo que se muestra más proclive a acentuar estas dos tenden-
94
95
ESCUDERO, José Antonio, op. cit. I, pp. 363-551.
RUIZ ALEMÁN, Joaquín «Estudio», pp. 24-67.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
97
cias. Para ello había causas evidentes, por un lado agilizar, racionalizar y hacer más eficaces los principios rectores de la acción de
gobierno, y por otro, concentrar ésta en la Corona y en su entorno
inmediato, con exclusión o sometimiento de las demás instituciones, civiles y eclesiásticas, y del propio cuerpo social.
La impronta de este pensamiento político será persistente,
aun después de la muerte de Carlos III (1788), y de la exoneración
de Floridablanca (1792). En el reinado siguiente, pese a la bondadosa pero limitadísima personalidad de Carlos IV, y a la desorientación que le caracterizó, se continuó en tal línea. Pero fue una perseverancia precaria y esquizofrénica, que sucumbió ante la primera gran crisis que experimentó el Antiguo Régimen96. Solo veinte
años después de la defunción de Carlos III, España se vio inmersa
en una de las más graves hecatombes que padecería a lo largo del
siglo XIX. La administración que había sido tan receptiva a los
impulsos renovadores dieciochescos –estaba llena de oficiales educados en el despotismo ilustrado− se derrumbó estrepitosamente
ante el ejército francés. Sin embargo, la sociedad, el pueblo, nada
receptivo del reformismo carlostercista, defendió la causa nacional
precisamente manifestando los viejos principios religioso-políticos, ideales que no habían sido manipulados por las ocurrencias
renovadoras97. Estos datos nos tienen que hacer reflexionar sobre
hasta qué punto la Ilustración, en el orden político, dio los pasos en
sentido correcto para modernizar el país, y para enfrentarse a los
desafíos de una nueva circunstancia98.
Normalmente se ha presentado a los ilustrados como sensatos renovadores, frente a los defensores del Antiguo Régimen, a los
que se identifica como puros reaccionarios sin porvenir. Evidentemente entre unos y otros y en unos y otros existe una amplia gama
de matices y modulaciones. En el último partido suelen incluirse
MURIEL, Andrés, Historia de Carlos IV, I-VI, Madrid, Real Academia de la
Historia, 1893-1895.
97
Cfrs.: SARRAILH, La España ilustrada, pp. 110-151.
98
Cfrs.: DOMÍNGUEZ ORTIZ, op. cit., pp. 495-515.
96
98
El conde de Floridablanca y la política de su época
sectores de la Iglesia y la nobleza no identificados con los principios reformistas, y un amplio espectro de la población llana, el
pueblo. Si resulta perfectamente explicable que aquellos resistieran
la implantación de las nuevas ideas, es menos comprensible la renuencia popular, pues, al menos, según la teoría explicada, la renovación tendía a mejorar su circunstancia vital y política con la
superación de la decadente sociedad estamental99. Adjudicar esta
resistencia al dominio político y económico que sobre el pueblo
ejercía la nobleza, o al influjo moral de la Iglesia, no es más que una
interpretación fácil, pero no por repetida, convincente.
Por eso parece más acertado enunciar la lid entre reformistas
y tradicionales no, sobre la diatriba entre los conceptos teóricos de
progreso y reacción, sino sobre los criterios prácticos y los resultados. De ésta forma se verá a quién en realidad favorecían las iniciativas ilustradas, por encima del discurso ideal e irreal de los renovadores.
Basta un ejemplo para darse cuenta de la artificiosidad de la
Ilustración, pero no sobre los muchas veces plúmbeos y farragosos
escritos, sino a partir de las consecuencias prácticas. Una de las
líneas constantes del pensamiento dieciochesco es la de poner límite a la adquisición de bienes raíces por parte de las manos muertas,
en especial la Iglesia. A ella el mismo Floridablanca dedica varios
apartados en la célebre Instrucción reservada. La primera ocasión en
la que se pudo observar como funcionaba esta política tuvo lugar
en tiempos de Carlos IV, con la desamortización de los beneficios
que no tuvieran adscritos curas de almas y de los establecimientos
de beneficencia. Los resultados no pudieron ser más desoladores,
ni se logró la aparición de una clase de pequeños propietarios, ni
se alivió la carga económica que pesaba sobre el fisco, y por el contrario se ocasionó un serio quebranto a la beneficencia, que desde
entonces no levantó cabeza. La ideal operación se saldó con el más
rotundo de los fracasos, y además atrajo las iras populares. Algunos de sus gestores fueron asesinados sin más por un pueblo que
99
HERR, Richard, España, pp. 166-194.
10. Jerónimo Grimaldi
Antonio de Marón
Grabado, 1784.
Biblioteca Nacional. Madrid
De origen genovés, Grimaldi participó en todos los acontecimientos importantes
en los reinados de Fernando VI y de Carlos III.
En 1772, tras la renuncia Aizpuru, el entonces primer ministro de Carlos III, Grimaldi, propone a Floridablanca como embajador en Roma.
A finales de 1776 estaba decidida la retirada del marqués de Grimaldi y su sustitución como Secretario de Estado por el conde de Floridablanca, por lo que el
homólogo francés, conde de Vergennes, esperaba que el nuevo Ministro español
continuara la política de unión que venía existiendo entre las dos Cortes.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
101
vio en ella, no una medida que le favoreciera, sino una maniobra
en la que se enriquecieron unos pocos100. Para enjuiciar con acierto
lo que supuso la Ilustración, no es, por lo tanto suficiente fijarse en
la formalidad de la ley, ni en los enunciados grandilocuentes de
tratados y memoriales que se prodigaron con asombrosa proliferación –tarea por otra parte fácil- sino sobre la efectividad real de las
providencias, o sea, sus resultados prácticos. Entonces la visión por
objetiva, no es tan halagüeña.
Es manifiesto que con el despotismo dieciochesco la sociedad
comenzó a ver en la monarquía una realidad indescifrable. Esto no
quiere decir que con anterioridad estuviera siempre de acuerdo
con las decisiones políticas, ni muchos menos, disentía pero solía
poder elucubrar los motivos… En la segunda mitad del siglo XVIII,
comienza a ocurrir algo completamente distinto: la monarquía es
una esfinge misteriosa y hermética. Este rasgo fue propulsado por
la propia realeza al enclaustrarse en una imposición implacable e
individualista. Es seguro que la mayor parte de los españoles no
comprendieron las razones que llevaron a Carlos III a expulsar a
los jesuitas, y es que además el propio monarca no las quiso decir,
posiblemente, porque pese a los que nos transmiten sus biógrafos,
no quedó muy convencido. La sociedad obedeció porque asi se le
mandaba y sin rechistar, pero sin pensar que eran justas.
También es seguro que tampoco encontraron la correspondencia entre la legalidad y los ideales, en la tan traída y llevada
pragmática de matrimonios desiguales de 23 de marzo de 1776, en
todo disconforme con la tendencia superadora del estamentalismo,
que caracteriza al pensamiento ilustrado101. En el orden público
esta norma modificaba una ley fundamental, la de la sucesión de la
FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La desamortización de la propiedad de la tierra en el
tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo (La desamortización de Carlos IV), Gijón,
Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Caja Rural de Asturias,
2007.
101
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, Madrid, Imprenta de los Señores
Matute y Compagni, 1856, Ed. Facs. Consejería de Cultura de la Comunidad de
Madrid, 1988, pp. 142-148.
100
102
El conde de Floridablanca y la política de su época
Corona, sin el necesario acuerdo de las cortes, pero de forma tan
grosera y zafia que hasta el propio biógrafo de Carlos III, Fernán
Núñez, dudaba, que llegado el caso, supusiera la privación de los
derechos reales al desgraciado infante Don Luis102. Aun hoy no se
conocen las causas por las que el monarca firmó semejante providencia, ni aun más, su comportamiento sobre el matrimonio de su
hermano. Y es que el reinado de Carlos III causa en numerosas ocasiones, sobre todo, perplejidad.
El desenlace definitivo, y con consecuencias muy graves, de este
sospechoso sigilo es la supuesta modificación de la ley fundamental
de sucesión en las cortes de 1789. Pocas veces se hicieron las cosas tan
mal en materia tan importante. La herencia política de Carlos III y sus
colaboradores, con su reserva y con sus contradicciones internas, no
resultó ser la aportación más acertada para que el país se encarara con
la revolución y saliera airoso ante los embates del liberalismo.
Carlos III y sus ministros, entre ellos Moñino, plantearon el
reformismo sobre una base inarmónica y contradictoria. Planificaron
con una perspectiva futurista la reconversión de, prácticamente todas
las realidades e instituciones de la nación, quisieron ahuyentar el marasmo con que se distinguía la sociedad y programaron una nueva
funcionalidad para todas ellas. Este dirigismo trato de conmocionar
todo, o mejor dicho casi todo, porque de una alteración tan generalizada procuraron que se librara la propia monarquía. A la realeza le
aplicaron unos criterios distintos y aun opuestos. Pretendieron robustecer la autoridad real como una instancia implacable e intervencionista, cuyo activismo debía contrastar con la pasividad obediente y
dirigida de las demás instancias. No se trata de una monarquía paternal, sino paternalista. Se puede decir que desde entonces la soberanía
real se transformó verdaderamente en un poder absoluto, al que se
debía una sumisión completa, en cuerpo y en alma.
En consecuencia, el reformismo descansaba sobre una contradicción interna que tendría fatales efectos ¿cómo una sociedad más
culta y revitalizada, al menos según la teoría ilustrada, iba a coexis-
102
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 273.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
103
tir con una monarquía arcaica, e incluso en franco retroceso hacia el
pasado? No hay duda que de haber continuado la dinámica ilustrada aquella terminaría por exterminar a ésta, y no se hubiera contentado con ser una entidad obediente, solo pronta a cumplir los mandatos reales, los considerara buenos o no, fueron legales o no, pero
solo respetables, porque los ordenaba el rey. Semejante voluntarismo no podía tener consecuencias felices. Los hechos futuros se
desarrollarían de otra manera, porque mientras la Ilustración no
pudo redondear su empresa, las perturbaciones de la historia la
zarandeó de tal modo que sus intentos terminaron trágicamente. Al
haber establecido el eje político de forma exclusiva y excluyente, en
la Corona, expuso todo el sistema a la voluntad del monarca, sin
límites ni criterios, con lo que los quebrantos del XIX, eran acontecimientos fácilmente adivinables. Nunca, ni en los tiempos de reyes
tan personalistas y laboriosos, como Felipe II, se había conceptuado
la autoridad monárquica sobre bases tan excluyentes y tan monopolizadoras de la voluntad y la decisión políticas.
Es, en consecuencia en estas coordenadas en las que hay que
encuadrar la actividad ministerial de Floridablanca. Probablemente el fracaso de la Ilustración proceda de haber querido caminar
sobre dos veredas de difícil confluencia, de profesar una desconfianza creciente por el cuerpo social y de confiar enteramente el
engranaje político a la personalidad de la realeza.
b. La trayectoria de Floridablanca
El aristócrata genovés Jerónimo Grimaldi fue sobre todo desde
el año 1772 a 1776, el personaje de mayor influencia pública en España. Carlos III siempre lo había distinguido con su favor, a pesar de
que el príncipe de Lobkowitz no lo consideraba muy trabajador.
Pero el monarca, muy renuente a los cambios, se acostumbró a este
italiano prudente e identificado con las máximas del reinado103.
103
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 311-361.
104
El conde de Floridablanca y la política de su época
La política agresiva del sultán de Marruecos, amenazadora
sobre Melilla y el Peñón de la Gomera, obligó a España a intervenir militarmente en el norte de África104. Uno de los que se mostraron más partidarios de la campaña fue Grimaldi, por eso el fracaso
ante Argel de O´Reilly, lanzó un definitivo ariete a su alta posición.
Floridablanca desde Roma, le escribía explicando el contratiempo
mediante un significado providencialista, fácil recurso para no profundizar en las causas verdaderas del fracaso105. Sin embargo esta
sesgada interpretación no fue la general, y tanto el ministro como
el militar tuvieron que recibir las mayores acusaciones, empezando por las quejas de la propia oficialidad. El partido aragonés, a
pesar de la ausencia de Aranda, aprovecho la ocasión para derribar
al italiano, al que alguna letrilla tachó de traidor.
A principios de 1776 se produjo un reajuste ministerial, pero
el monarca resistía la remoción de su secretario de Estado, que en
la nueva composición ministerial padeció cierto aislamiento. También le abandonó el favor de las cortes extranjeras, y desde el cuarto del heredero del trono, el príncipe Don Carlos, se intrigaba para
desalojarlo. La oposición no solo fue general, sino que adquirió
notas de especial violencia y afrenta personal.
Así las cosas, si Grimaldi ya deseaba retirarse, el monarca no
tuvo carácter para mantenerlo. Presentó su renuncia el 7 de noviembre de 1776, y Carlos III, no tuvo otro remedio que aceptarla
el siguiente día 9. Es fácilmente imaginable, la intima contrariedad
de éste, al tener que ceder a la presión popular, cortesana y política, que le obligaba a prescindir de un colaborador tan estimado.
Como era corriente se barajaron diversos pronósticos sobre quien
iba a ocupar la secretaría de Estado, y comenzó a hablarse como
sucesor al embajador Moñino. Y esto fue lo que ocurrió. La elección
de Floridablanca, descontentó a la nobleza y disgustó a los aragoneses, por razones evidentes. En realidad el nombramiento había
sido pactado entre Carlos III y el ministro saliente, por lo que la
104
105
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 103-140.
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., II, pp. 119-220.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
105
situación que ahora se estrenaba, no podía ser calificada de otra
manera que de continuista. El electo, embargado por una formal
modestia, reconocía la aflicción de animo con que acogía su promoción y la desproporción entre sus fuerzas con el gran peso de los objetos
a que la providencia y la bondad del rey le habían querido destinar. Tres
años después sentía nostalgia por su época de fiscal106.
Floridablanca dejó Roma en diciembre –en cuya embajada le
sucedía Grimaldi−, pero no se dio gran prisa en llegar a la Corte.
Estuvo casi dos meses en Nápoles, por eso llegó a Madrid el 18 de
febrero de 1777. Agradecido al que había sido su antiguo protector,
gestionó para él, la grandeza y el título de duque, que naturalmente el monarca concedió. Nada más hacerse cargo de la secretaria
comenzó con toda vocación al despacho de los asuntos107.
La política internacional, tradicional competencia del
empleo, le ocupó mucho tiempo. El 12 de abril de 1779 se firmó en
Aranjuez un pacto con Francia, que ante las nuevas circunstancias,
la independencia de las colonias inglesas en América del Norte,
significaba la guerra. Carlos III, ya desde su reinado napolitano,
cuando había sido humillado por la armada británica, había cobrado un rencor inextinguible hacia Inglaterra por lo que la nueva
confrontación tenía para él el sabor del desquite. Cuatro años después se firmaba la paz en Versalles, negociada por Aranda, enemigo declarado del secretario de Estado.
Floridablanca demostró en su secretaria un indudable talento político, pero su carácter y su creciente protagonismo le granjearon la animadversión de los aragoneses, que dirigidos desde Paris
por Aranda no cesaban de torpedear sus bases. En éste tiempo, se
consolidó una práctica palatina, que iba a tener en el futuro las más
nocivas consecuencias. El propio heredero del trono, intervenía de
hecho en la alta política con la ayuda desde Francia del enemigo
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 149-163.
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 356-361.
107
FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 163-180.
El Curso de la actividad ministerial de Floridablanca se toma principalmente de
José Antonio ESCUDERO, op. cit., pp. 363-551.
106
106
El conde de Floridablanca y la política de su época
más caracterizado de Moñino, es decir Aranda. La correspondencia entre ambos revela la animosidad que se fraguaba contra él. El
Grande atribuía al murciano el hecho de que Carlos III no le mostrara la consideración que sus cualidades merecían, a la vez que
minusvaloraba las del Secretario de Estado. Aranda, incluso alude
a la cuna distinta en él y en el hijo del escribano, lo que señala que
incluso en aquellos tiempos en los que las preferencias del nacimiento parecían amortiguadas, sin embargo servían de argumento
político. Los escritos de Aranda manifiestan el resentimiento de la
aristocracia ante la predilección que Carlos III demostraba por estos individuos incoloros. También refleja la idea de que el propio
Floridablanca había suplantado la voluntad del mismo monarca,
insinuación peligrosa para un soberano tan celoso de su poder
como Carlos III. Pero lo cierto es que su activismo político fue cada
vez mayor y más intervencionista, incluso en los campos de otras
carteras, como ocurrió con la de Guerra, ocupándola Don Miguel
de Muzquiz, personaje poco familiarizado con esta materia.
El 22 de abril de 1781 el embajador en Paris, remitía al Príncipe de Asturias, un plan de gobierno, que era una poco velada crítica a
la gestión de Floridablanca. En él se le acusaba de mediatizar la
correspondencia entre los embajadores y el rey, de manera que éste
no llegaba a tener conocimiento exacto de lo que aquellos le transmitían. También el aragonés propone una reorganización de la cúspide
administrativa inmediata a la figura regia, en la que desea cobre
nueva beligerancia el Consejo de Estado, entonces escasamente decisorio. En la composición de este organismo Aranda estima que debía
preferirse a los militares y a los diplomáticos, y en menor medida a
los eclesiásticos y togados. Es indudable que tal propuesta iba dirigida muy particularmente contra Floridablanca, cuyo despotismo
excluyente y origen letrado suscitaba el resquemor despreciativo de
Aranda. Este negaba al clero y a la abogacía capacidad política, de
tal manera que o eran anodinos, inservibles o extremosos:
«sus discursos no los forman para discursos políticos, y mas presto los inclinan a sophismas e irresolución, o salen tan despepitados que no
paran en barras»
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
107
Las maniobras de Aranda y las intromisiones del príncipe
Don Carlos, no ocasionaron la más leve duda en la confianza real
con Floridablanca. En agosto de 1782 fallecía el Secretario de Gracia y Justicia, Don Manuel de Roda, gran amigo de Aranda en el
ministerio, y el monarca nombró para sucederle al propio Moñino.
Ciertamente el embajador en Paris no podía recibir más desdenes
de Carlos III.
En 1781 animó Floridablanca el establecimiento de un banco
nacional, propuesta que presentaba a la Corona Don Francisco
Cabarrús. El secretario de Hacienda, Don Miguel de Muzquiz,
conde de Gausa, se encontraba superado por ésta y otras iniciativas, pero al fin el Banco de San Carlos era creado el 2 de junio de
1782.
En el equipo ministerial de que formaba parte Moñino, éste
conservaba un predominio evidente: González de Castejón en
Marina, carecía de una personalidad relevante, Gálvez, en Indias,
estaba absorbido por los asuntos de ultramar, y Muzquiz en Guerra y Hacienda, se encontraba cansado y en algunos casos no daba
muestras de competencia.
A partir de 1783 se abre una edad de cambios ministeriales.
El 19 de marzo fallecía Castejón, y era nombrado para sucederle el
insigne bailío Don Antonio de Valdés y Bazán, que pese a su sincera resistencia hubo de tomar posesión de la cartera el 16 de abril. El
25 de enero de 1785 moría Muzquiz, y fue nombrado para sucederle Don Pedro López de Lerena, o de Lerena a secas, como gustaba
le apellidaran, que se encargó en propiedad del despacho de
Hacienda, y de forma interina del de Guerra. Esta última elección
fortalecía de forma muy clara la posición de Floridablanca, pues el
agraciado había sido escribiente suyo.
Desde principios de 1785 desempeñaba Estado y Justicia, Floridablanca, Indias, Gálvez –al que le tocó un ministerio de agobiante trabajo que desempeñó con especial eficacia−, Marina, Valdés, y
Hacienda y Guerra, Lerena. Este último fue descargado de la última
de sus competencias en junio de 1787, al ser nombrado Don Jerónimo Caballero. Al fallecer el 17 de junio de 1787, Don José de Gálvez,
marqués de Sonora, el ministerio de Indias se dividiría en dos.
108
El conde de Floridablanca y la política de su época
Este último año, 1787, acaso sea el más emblemático de la
actividad ministerial de Floridablanca. Por entonces los diversos
secretarios de Estado y del Despacho mantenían, aunque sin regularidad, lo que podrían llamarse unas juntas ministeriales, especie
de embrión de un consejo de gobierno. El 8 de julio Carlos III promulgó el real decreto que establecía la Suprema Junta ordinaria y perpetua de Estado, lo que representaba la institucionalización de esta
práctica, usual hasta entonces108.
Que fue Floridablanca el que principalmente inspiró esta medida es indudable, aunque después, ante los ataques que recibió,
tratara de evadirse de la responsabilidad al completo. En el Memorial que escribiría en 1788 reafirmaría los objetos de este alto organismo, según el propio decreto de su constitución:
«Los objetos principales de la Junta de Estado, según el real decreto de su erección de 8 de julio de 1787, son dos, a saber, tratarse de los
negocios de que puede resultar regla general, ya sea estableciéndola, o ya
revocándola o enmendándola; y examinarse las competencias entre las
secretarías del Despacho o de los tribunales superiores, cuando no se
hubieren éstas decidido en junta de competencias, o por su grave urgencia
y otros motivos conviniere abreviar su resolución.»109.
La creación de la nueva institución suponía una postergación
del sistema polisinodial, a pesar del mantenimiento del Consejo de
Estado, un robustecimiento de la propia figura de Floridablanca en
su calidad de secretario de Estado y un protagonismo fundamental de aquella en el nombramiento de los altos funcionarios110.
108
Véanse las actas de la Junta Suprema de Estado: ESCUDERO, Los orígenes,
II, Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 161-882.
109
Memorial presentado al Rey Carlos III y repetido a Carlos IV, por el Conde de
Floridablanca, renunciando el ministerio. Este documento se encuentra publicado en:
Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 307-350.
Conde de Floridablanca, Escritos políticos, pp. 287-416.
La referencia presente: Conde de Floridablanca, Escritos políticos, p. 396. Se
cita en lo sucesivo por esta edición.
110
Cfrs.: ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 434-436.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
109
Adjunta al real decreto de 8 de julio de 1787 y con la misma
fecha se dató la célebre Instrucción reservada, de la que nos hemos
de ocupar con detenimiento más abajo y que a decir de Escudero
«constituye quizás el documento más extenso, ambicioso y comprehensivo que jamás haya recibido un organismo de la administración central
española»111.
En el mismo tiempo en que se decidían materias tan importantes, se seccionaba el ministerio de Indias, en dos, aunque de
forma interina, uno que se ocuparía de los asuntos de Gracia, Justicia y materias eclesiásticas, que se conferiría a Don Antonio Porlier, y otro de los de Guerra, Hacienda, Comercio y Navegación,
concedido provisionalmente al secretario de Marina, Valdés. No
parece que la división ministerial fuera la solución que prefería
Floridablanca, partidario de un arreglo más centralizado.
Estos significativos cambios, operados principalmente por la
intervención de Floridablanca, y la presencia, de nuevo, en la corte
del conde de Aranda, que regresaba de su embajada en Paris, abrió
un periodo de hostilidades entre ambos próceres y sus parcialidades. Un decreto sobre honores y precedencias dio lugar a que el
brioso aragonés reiniciara sus ataques en mayo de 1788. Por entonces apareció un papel anónimo titulado Conversación que tuvieron
los condes de Floridablanca y de Campomanes en julio de 1788112, en el
que se atacaba la persona y la ejecutoria pública de Moñino. Parece que en la redacción del panfleto, que circuló profusamente, habían intervenido conocidos militares, por lo que se dio nuevos destinos, para alejarlos, a algunos de ellos como el marqués de Rubí,
Don Antonio Ricardos y el conde O´Reilly. No había duda que Floridablanca, por su creciente protagonismo en la cúspide del gobierno del reino, y acaso también por su carácter arrogante e imperioso, cada vez se granjeaba más enemigos. Por eso la literatura sin
autor en su contra no se contuvo. Un nuevo panfleto, lleno de sarcasmo, apareció para denostarlo, se titulaba Carta de un vecino de
111
112
Ibídem, pp. 436-437.
Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 273-276.
110
El conde de Floridablanca y la política de su época
Fuencarral a un abogado de Madrid, sobre el libre comercio de los huevos113.
Fue entonces cuando Floridablanca se vio obligado a presentar un Memorial justificativo de su conducta. En este documento el
autor trata de defender la ejecutoria que había desempeñado desde
febrero de 1777114, y representa una acabada y enérgica apología. El
repaso que hace de los asuntos políticos es muy completo. Como
era lógico se ocupa con bastante detenimiento de la Junta de Estado, capital innovación en el vértice de la administración115. Lo
mismo trata de las relaciones internacionales116, la beneficencia117,
las sociedades económicas118, la agricultura119, las vinculaciones120 y
la industria, las actividades artísticas y los estudios científicos121,
que de las comunicaciones122, la actividad administrativa123, las
obras públicas124, el banco nacional125, la libertad de comercio126, el
sistema fiscal127, la provisión de los oficios eclesiásticos y civiles128,
la administración de justicia129, diversos aspectos de política religiosa130 o el ejercito y la marina131.
113
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129
130
131
Conde de Floridablanca, op. cit., pp. 277-279.
Memorial, p. 287.
Memorial, pp. 395-405.
Memorial, pp. 287-329, 407-412.
Memorial, pp. 330-333, 334-346.
Memorial, pp. 333-334.
Memorial, pp. 346-352.
Memorial, pp. 352-353.
Memorial, pp. 353-355.
Memorial, pp. 355-358.
Memorial, pp. 361-364.
Memorial, pp. 364-366.
Memorial, pp. 366-373.
Memorial, pp. 374-380.
Memorial, pp. 380-387.
Memorial, pp. 388-390.
Memorial, p. 391.
Memorial, pp. 391-394, y 407.
Memorial, pp. 394-395.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
111
Pero además de defenderse, el Memorial lleva fecha de 10 de
octubre de 1787, aprovechó Floridablanca la ocasión para presentar su dimisión, y al parecer no era la primera vez que lo hacía. No
consintió, sin embargo, el soberano en ello, siguiendo su práctica
habitual de conservar a los ministros de que estaba satisfecho. Pero
quien pronto iba a desaparecer del mundo de la política y de los
vivos era el propio monarca.
Falleció Carlos III en el palacio nuevo de Madrid la noche del
13 al 14 de diciembre de 1788132. El primero de estos días otorgó su
testamento que autorizó Floridablanca como Consejero y primer
Secretario de Estado de Su Majestad y Notario en todos sus reinos y señorías133. Precisamente cuando el ministro le llevó a firmar la escritura, no pudo disimular sus lagrimas, y el monarca le dijo «¿Qué, creías que había yo de ser eterno? Es preciso paguemos todos el debido tributo al Criador»134.
La desaparición del monarca abría unas expectativas impredecibles135. El rey difunto en los últimos meses de su vida había
mostrado el deseo de que Moñino continuara la gestión pública
bajo el heredero. Al parecer le había dicho «No me abandonareis en el
ocaso de mi vida; permaneced, yo os lo ruego, a fin que pueda dejaros como
un legado a mi sucesor». Pero Carlos IV resultaba un monarca muy
distinto a su padre: era más bondadoso, pero menos capaz que él,
dato éste muy significativo que no obligaba a hacer presagios optimistas sobre lo que iba a suceder en el futuro. Otro dato inquietante a recordar es el hecho de que el, hasta ahora, el cuarto del Príncipe de Asturias, había sido un foco de intrigas e incluso de réplica al gobierno de Carlos III. Allí había ejercido su influjo oposicionista el eterno adversario de Floridablanca, Aranda, cuya rudeza y
ambición eran tan grandes como su inteligencia. Y en el aposento
del heredero del trono había una presencia turbadora y casi nece-
132
133
134
135
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 37.
Ibídem, pp. 97-102.
Ibídem, p. 37.
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., I, pp. 471-551.
112
El conde de Floridablanca y la política de su época
saria, porque era su esposa, la princesa Doña María Luisa de Borbón. Se trataba de una parmesana, pero muy española por su rancio casticismo, que una vez que desapareció su suegro, se desmandó. La historiografía ha solido acumular el lodo sobre su figura
pública y privada. Es probable que no fuera tan perversa como se
la pinta, era simplemente estúpida.
Los primeros actos del nuevo monarca confirmaron los oficios de Floridablanca y de los demás secretarios, mientras que la
Junta Suprema continuó funcionando. Afirma, sin embargo Gómez
de Arteche, que en el mismo mes de diciembre de 1788, Floridablanca comunicó al rey su deseo de retirarse a lo que Doña María Luisa
había contestado con un nada esperanzador «aun no era tiempo».
En estos meses de estreno soberano la voluntad de Carlos IV,
es decir la de la reina, era un auténtico misterio. Ni parecía que estuviera dispuesta a mantener sin término a Floridablanca, ni tampoco a decidirse por alzar al partido aragonés, que era sin duda el
otro grupo político de mayor empuje. La soberana, con su afán de
entrometerse en todo comenzó a asistir al despacho con los ministros. El uso presentaba una evidente novedad, pues durante el reinado anterior, la larga viudez del monarca, imposibilitó semejante
práctica, aunque hubiera sido poco probable que la fisonomía de
Carlos III lo hubiera permitido, y la seriedad de la reina María
Amalia de Sajonia, pretendido.
El deseo de arrinconar al murciano pronto se manifestó,
como era común en la época por el medio bajo y rastrero del libelo. El papel se leyó en la corte el 12 de mayo de 1789 y corría bajo
el título de Confesión general del Conde136. Era una acusación tremenda dirigida a Floridablanca de la que no se salvaba ni su política
internacional, ni su gestión administrativa y económica, ni tampoco bastantes aspectos de la vida personal. El panfleto lo habían
recogido Carlos Ruta y un guardia de Corps que pronto figuraría
con particular relevancia, Don Manuel de Godoy. Se lo habían
entregado a los reyes y estos se lo dieron a Floridablanca.
136
Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 280-289.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
113
Moñino se defendió, por una parte mandó se buscase a los
autores del papel, y por otra redactó unas Observaciones defensivas
que aparecieron el 8 de septiembre. Aparecieron algunos sospechosos, y parece que estaban movidos por resentimientos personales,
aunque con algún trasfondo político entre los enemigos del ministro. Lerena, el secretario de Hacienda, parece ser el ministro cuya
situación se volvía más precaria, y sobre el que caían acusaciones,
que en instrumentalizada consecuencia se desplazaban hacia el
mismo Moñino.
Pero Floridablanca, por entonces, vivía un particular drama.
Se daba cuenta de la inseguridad de su propia posición política. El
6 de noviembre de 1789 además de pedir a Carlos IV su retiro, le
rogaba saliese en su defensa, pero el monarca no le hizo caso ni en
una ni en otra cosa.
Por decreto de 25 de abril de 1790, que realizó unos importantes reajustes ministeriales y cuyo texto fue redactado por Floridablanca, Carlos IV suprimió las secretarias del despacho de Ultramar o Indias, modificación según Escudero, más externa que sustancial. En realidad este cambio respondía mejor a los criterios centralistas del ministro. Pero lo que más le afectó es que su secretaria
de Justicia fue adjudicada a Don Antonio Porlier, aunque a él se le
reservó las superintendencias generales depósitos y de las temporalidades de los jesuitas, y la administración de los seminarios de
nobles de Madrid y Valencia.
El 22 de abril de 1791 era relevado de la presidencia de Castilla, su antiguo compañero de fiscalía, el conde de Campomanes,
señal evidente de que los grandes hombres del reinado anterior iniciaban su retiro, bien que en los últimos momentos el asturiano no
le había mostrado incondicional parcialidad.
Muerto Lerena, el 2 de enero de 1792, Carlos IV confirmó la
habilitación para la cartera de Hacienda a Don Diego de Gardoqui,
que pasaba por protegido de Floridablanca.
En medio de estas desconcertantes y erráticas vicisitudes, en
Francia y en España tenían lugar dos acontecimientos solo formalmente parecidos. En 1789 Luis XVI abría los Estados Generales,
que no habían sido convocados desde el año 1614, y que el 27 de
114
El conde de Floridablanca y la política de su época
junio se convertirían en una asamblea revolucionaria. Poco después en septiembre se inauguraban las cortes en Madrid, con unos
signos completamente distintos, la jura del heredero del trono, el
proyecto de mudanza de la ley de sucesión y la brevedad. El parlamento español fue efectivamente manejado por Campomanes, su
presidente, que también lo era del Consejo de Castilla, y por Floridablanca, al que todavía podía considerarse como primer ministro.
De esta manera las cortes resultaron tan inexpresivas como las
anteriores, y a ello contribuyó el profundo y afectuoso monarquismo de los procuradores. Ni el presidente ni el ministro mostraron
mayor interés por que la asamblea en aquel año histórico recuperara alguna muestra de vitalidad. Para Moñino, las cortes en el
orden político, carecían de beligerancia, y en aquellos momentos
eran además una realidad peligrosa. Por eso fueron clausuradas a
toda prisa.
Las noticias que llegaban de Paris eran alarmantes, y la situación de Luis XVI, el primogénito de los Capetos y de los Borbones,
y de la Familia Real, se tornaba cada día más comprometida137. Fuera cual sea la interpretación que merezca la Revolución francesa,
no cabe duda que en ella –al lado de las circunstancias políticas,
sociales y económicas− confluyeron las máximas galicanas y de
nacionalismo eclesiástico, las ideas ilustradas –llevadas al extremo− y las de la Enciclopedia y el jansenismo político y religioso. En
los años sucesivos esta mezcolanza ideológica correrá vertiginosamente hacia la radicalización. Los sucesos fueron recibidos en
España con los lógicos sentimientos de pánico, indignación y
defensa. Floridablanca se ocupó de impedir la propaganda sediciosa dentro de las fronteras y entonces buscó y encontró, la colaboración del Santo Oficio que, en esta ocasión con el apoyo entusiasta
del gobierno, procedió a la recogida de papeles y libros revolucionarios. Entre las consecuencias de esta postura frente a los sucesos
franceses hay que destacar la supresión de las cátedras universitarias de Derecho público y Economía política. A pesar de todo ello,
137
HERR, Richard, España, pp. 197-280.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
115
parece que los impresos corrieron por España con profusión, y que
incluso fueron leídos con avidez. No obstante, tales noticias, pueden pecar de exageradas. Aunque algunos historiadores afirman o
presumen que entonces Moñino se dio cuenta de las imprudencias
de sus ideas políticas, no hay un testimonio seguro de ello. Si es
cierto que su natural autoritario se manifestó sin disimulo: el 24 de
febrero de 1791 se suspendieron todos los periódicos no oficiales.
La Gazeta de Madrid y el Mercurio de España, se siguieron publicando pero con la debida censura.
Las últimas grandes tareas que le tocaron como gobernante
fueron las de reprimir la propaganda revolucionaria y encauzar las
relaciones con la Francia revolucionaria. La celebridad que entonces cobró fue la de un enemigo implacable de los nuevos acontecimientos políticos, por ello el 18 de junio un cirujano francés intentó asesinarlo a la entrada del palacio real de Aranjuez. Nunca se
llegó a saber si detrás del criminal, que pagó con su vida el delito,
existía alguna trama política. La situación de Moñino en la dirección de la política internacional, que ahora se centraba en torno a
los acontecimientos franceses, era a la vez comprometida y poco
categórica. Por un lado temía la guerra con Inglaterra por lo que
aspiraba a anudar una alianza con la revolución, y por otra estaba
en relaciones con las cortes absolutistas para planear una hipotética intervención militar que contuviera los efectos del cambio político en Francia. Moñino ante esta posibilidad se mostraba partidario de la solución más radical, y a la vista de las circunstancias,
menos hacedera: el retorno político de la Monarquía gala a su estado del 20 de junio de 1789. Pero en medio de aquellos planes, ni se
mostró entusiasta con la guerra, ni ahorró sus desaires ante la
Asamblea Nacional. Con ocasión del retorno de Luis XVI a Paris,
tras su frustrada fuga y detención en Varennes, comunicó una nota,
que pese a los retoques del embajador el conde de Fernán Núñez,
fue considerada insolente. Igual ocurrió con el mensaje que la corte
española envió a raíz de que Luis XVI jurara la constitución, en la
que aseguraba que el monarca no había obrado con libertad y que
la guerra a Francia era tan necesaria como la que se hiciera a los
delincuentes y rebeldes.
116
El conde de Floridablanca y la política de su época
En julio de 1791 se ordenó el alistamiento de todos los foráneos residentes en España, y la medida fue completada por tres
cédulas de 1 y 3 agosto y 10 de septiembre, en la que obligaba a los
extranjeros a efectuar el juramento de fidelidad a la Corona, a la
religión católica y a las leyes españolas. Las provisiones fueron
consideradas lesivas por la Asamblea Nacional francesa.
Para Francia, amenazada por todas partes era necesario neutralizar a su vecina del sur, y por ello derribar al ministro que aparecía como más encarnizadamente enemigo de la revolución. Participaron en la operación D´Urtubize, el embajador y otro personaje que
el gobierno galo envió, Bourgoing. Alguno de estos logró hablar con
Carlos IV, al que convenció que la política de Moñino perjudicaba
notablemente a Luis XVI. Parece que también intervino la reina
María Luisa, que venía preparando la futura privanza y ministerio
de Godoy, y si también participó Aranda, dato discutido por los historiadores, lo hizo sin conocer el verdadero fin de la conjura.
Como consecuencia de las intrigas cortesanas y domésticas
que desde hacía mucho tiempo trataban de la destitución de Floridablanca, y de las iniciativas de la diplomacia francesa, deseosa de
lo mismo para conjurar su talante antirrevolucionario, por fin a
Floridablanca le llegó el retiro. Por sendos decretos de 28 de febrero de 1792, se suprimía la Junta Suprema de Estado, era restablecido el Consejo de Estado, y el conde de Floridablanca recibía su
cese. Por entonces corrió la noticia de que la exoneración de éste se
debía a circunstancias íntimas y vergonzosas. Le sustituyó, como
decano interino del Consejo de Estado, el conde de Aranda. El desquite triunfal del aragonés solo sería una situación breve, que prepararía el predominio absoluto de Godoy, personaje de confianza
del rey, y según algunos, y aún más, de la reina.
El fin de la carrera de Moñino no se coronó, sin embargo, con
la gratitud regia y el retiro honroso. En las primeras horas del
mismo día 28 se vio obligado a trasladarse a Hellín, en donde estuvo unos meses al lado de su hermano Don Francisco; después, en
junio se trasladó a Murcia. Aunque los rencores de la corte en estos
lugares tan distantes eran menos abrasivos e incluso Floridablanca
disfrutó visibles consideraciones públicas, no faltaron protestas y
11. Pedro Pablo Abarca de Bolea. X Conde de Aranda
José María Galvan Candela. (1837/1899)
Palacio del Senado. Madrid
Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el castillo de Siétamo en el seno de una ilustre familia aragonesa. Su familia descendía de antiguos judíos conversos al catolicismo. Se educó en el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven
realizó varios viajes por Europa recibiendo una sólida y liberal formación que
pronto hizo que se le identificara con los filósofos y enciclopedistas.
El conde de Aranda pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla a raíz del
motín de Esquilache. El motín había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III, que el pueblo consideraba una victoria. El espíritu de sedición se
había extendido produciendo sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766),
y, más tarde, en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y Guipúzcoa.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
119
críticas a su gestión ministerial. El 11 de junio, vuelto a Hellín, fue
detenido por orden del presidente del Consejo de Castilla, conde
de la Cañada, y llevado preso a la fortaleza de Pamplona. Su antigua situación política le sirvió de poco, pues pronto se vio envuelto en un mal intencionado proceso. Entonces se resucitó, con intento de revisión, la causa contra los libelistas de 1789. Todos estos ataques obligaron a Moñino a defenderse en sendas defensas legales,
en las que acaso también participó Don Francisco Cipriano de
Ortega138. La caída de Aranda debió suavizar la persecución, porque un decreto de 4 de abril de 1794 le permitió, sin detrimento de
su responsabilidad, el retorno a Murcia. El 25 de septiembre de
1795, a raíz de la paz de Basilea, se le absolvió y le fue levantado el
secuestro de sus bienes.
Pero políticamente era nadie. Entonces brillaba en la corte,
ebrio de poder y cargado de honores, Don Manuel de Godoy, cuya
discutida y dominante personalidad, monopolizaba la voluntad de
los reyes y la gobernación del reino. Con circunstancias distintas a
las de la época de Carlos III, el ministro extremeño, representa otra
expresión de las luces y del reformismo. Pero España caminaba
irremisiblemente a la catástrofe. La Familia Real perjudicada por la
división interna y por la falta de genialidad política, no podía ofrecer la imagen de una Corona respetable. La representación íntegra
carlostercista había desaparecido, y les tocaba a las instituciones
responder al desafío de la revolución en armas. Pero lo que en 1808
ocurriría es que los órganos de gobierno, cuya savia política era
bombeada por la Monarquía, carecían de vida propia. Solo quedaba la sociedad, vigorizada por sus sentimientos religiosos y monárquicos.
Cfrs.: «Defensa legal por el excelentísimo señor Conde de Floridablanca, en la
causa contra el marqués de Manca, Don Vicente Saluci, Don Luis Timoni y Don Juan del
Turco, como reos indiciados de ciertos papeles anónimos, satíricos, infamatorios y calumniosos a su excelencia» y »Defensa legal por el excelentísimo señor Conde de Floridablanca, en la causa de su arresto, por el llamado abuso de su autoridad en el tiempo que sirvió
la secretaria del despacho de Estado y demás encargos, etc.» en: Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 359-508.
138
120
El conde de Floridablanca y la política de su época
c. La Instrucción reservada de 1787
La Instrucción reservada de 1787 es uno de los documentos
políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XVIII, y de
los que muestra de forma más clara los criterios renovadores respecto a la organización política y al concierto social139.
Sobre la adjudicación de su autoría a Floridablanca no hay
duda alguna. Más dudoso es establecer el grado de participación
que tuvo en su redacción definitiva el propio monarca. Es posible
que no haya que exagerarse. Moñino leyó al rey un texto, sabiendo
lo que éste quería oír, por lo que hay que suponer que el no muy
aventajado soberano desempeñó un papel secundario, aunque no
tanto porque se le impusieron unas ideas que no eran las suyas,
sino porque Floridablanca dio forma a lo que realmente Don Carlos deseaba.
Las materias eclesiásticas ocupaban en la Instrucción un puesto primordial tanto por la cantidad de preceptos, como por su
intensidad140. No podía ser de otra manera: era ley fundamental de
la Monarquía española la unidad católica que descansaba en la
unanimidad social de creencias y en un ascendiente enorme de la
Iglesia sobre todo el cuerpo de la nación. Por otra parte, tanto el
monarca como su secretario eran católicos sinceros.
Ya se ha dicho como la religiosidad de Carlos III carecía de
grandes alardes y también de místicas profundidades. Era, como
dice Domínguez Ortiz, un cristiano que vivía su fe sin meterse en recovecos teológicos141. Se trataba de un monarca cumplidor exacto e
139
Ha sido publicado en varias ocasiones, por ejemplo:
Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 213-272.
Conde de Floridablanca, Escritos políticos, pp. 95-285.
Seguimos el texto publicado por el profesor Escudero.
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., II, pp. 13-157:Instrucción reservada que la
Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá
observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen.
140
Instrucción, I-XXXIX.
141
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 52.
12. Carlos IV c.a 1799
Francisco de Goya
Museo Nacional del Prado. Madrid
Con Carlos IV, el conde de Floridablanca continuo siendo ministro, aunque dio un
giro radical de su política, con el fin de evitar, principalmente, los efectos de la
Revolución Francesa, cuya influencia combatió desde el poder ordenando un cordón sanitario para impedir la llegada de ideas, personas y libros desde Francia,
causas que provocaron su sustitución y destierro por Manuel Godoy en 1792.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
123
incluso matemático, de los preceptos de la Iglesia. Este talante,
incluso estuvo teñido de un aparente franciscanismo, como prueba
la proclamación del patronato de la Inmaculada Concepción o el
interés que puso en asuntos que eran sumamente afectos a los Menores. Pero es evidente que este franciscanismo carecía de los abismos misteriosos y afectivos, que ésta forma espiritual había cultivado en sus mejores tiempos. Evidentemente la libertad del místico no podía ser simpática al ordenancismo ilustrado142. Por eso la
visión de la Instrucción sobre la Iglesia es una perspectiva plenamente juridicista, sin apenas ánimo espiritual, que no solo es fundamental, sino que forma parte de la sustancia vital de la Iglesia.
Cuando se estudia el reformismo religioso auspiciado por
Felipe II, y secundado con menor intensidad por sus sucesores, y el
defendido por Carlos III, que continuó con su hijo, se observa un
evidente contraste143. Aquel cosechó un éxito esplendido, superó
obstáculos de gran consideración, tanto en España como en Roma,
y dio lugar al momento zenital de la religiosidad, con excelentes y
obvias consecuencias culturales, no solo en nuestra nación, sino en
Europa. El reformismo carlostercista, pese a lo acertado de muchas
de sus iniciativas, al carecer de nervio moral y no pasar más allá de
una visión juridicista y formal, apenas disfrutó de consecuencias
positivas y no se tradujo en logros duraderos y permanentes144.
La religiosidad de Carlos III era puritana, inflexible y llena de
vanidad. Los autores repiten hasta la saciedad las máximas que
salían de su boca y que indican una supuesta modestia y sencillez.
Pero nada más lejos que la realidad. Se puede asegurar con casi
total seguridad que su vida personal estuvo libre de excesos y
licencias, porque no hay que dar el más mínimo crédito a chismes
maliciosos. Pero esta indiscutible rectitud moral no se corresponde
La semblanza que hace el conde de FERNÁN NÚÑEZ de Carlos III muestra la personalidad moral del monarca, rutinaria, conservadora y sencilla.Op. cit.,
pp. 39-60.
143
Vid.: MARTÍ GILABERT, Francisco Carlos y la política religiosa, Madrid, Ediciones Rialp, S.A., 2004.
144
CALLAHAN, William J., Iglesia, pp. 45-76.
142
124
El conde de Floridablanca y la política de su época
con un carácter comprensivo y amable. Incluso su propia familia
no tenía con él la confianza propia de éstos ámbitos... Tal es asi, que
su propio hermano el infante Don Luis, atenazado por una clericatura que nunca había querido, no se atrevió a contarle sus problemas, y cuando el rey se enteró de sus liviandades, reaccionó de tal
manera que lo hizo un desgraciado toda la vida con un matrimonio infelicísimo145. Entre sus peregrinas ocurrencias hay que señalar
la voluntad que puso en la canonización de un oscuro lego franciscano de Sevilla, Fr. Juan de Jesús. Naturalmente de éste humilde
fraile hoy nadie se acuerda, porque su causa no prosperó, pero
para Carlos III tenía un significado especial: le había profetizado
que iba a ser rey, y éste supuesto vaticinio en un soberano tan convencido de su endiosada autoridad tenía un valor superlativo. Con
toda ingenuidad el monarca se lo contaba al cardenal don Francisco de Solis y Folch de Cardona.
Sobre la espiritualidad de Floridablanca no hay tantos datos
y tan pintorescos como de Carlos III, lo que no deja de ser un alivio. Los pocos que hay nos pintan un carácter formalmente religioso, sin alarde, y si hemos de catalogarlo por sus iniciativas políticas, las conclusiones a que se llega son más bien modestas. Los testimonios de su testamento, otorgado en Murcia el 16 de agosto de
1805, y de una memoria, hecha en la misma ciudad el 21 de mayo
de 1808, aseguran la fisonomía moral de Moñino, no solo perfectamente ortodoxa, sino arraigada profundamente en las tradiciones
confesionales. Se trata de las últimas voluntades de un gran señor,
con patronatos y capellanías, cuyos fervores resultan indudables146.
A pesar de las obvias limitaciones de los intervinientes en la
Instrucción, hay sin embargo algunos aspectos que revelan una
auténtica rectitud de intención. Propone la sujeción a la regularidad canónica de los clérigos vagos y residentes en la corte, que
FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., pp. 266-274.
MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Ricardo, Los desconocidos, pp. 45-63.
146
Se pueden ver algunas cláusulas de estos textos en: AHN. Madrid. Estado, 1, P.
145
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
125
constituían un viejo problema de difícil solución, pues los mandatos para incardinarlos no habían tenido éxito147. Otro de estos temas
es el de los límites diocesanos. Por razones históricas estas circunscripciones eclesiásticas mostraban en numerosas ocasiones una
evidente desproporción, de tal manera que había diócesis inmensas como la de Toledo y otras diminutas, como por ejemplo Tuy,
Solsona o Tudela. Las del norte solían tener un espacio más limitado, que las del sur. No era la primera vez que se intentaba la división de la archidiócesis primada, pero el prestigio de esta sede
había impedido una desmembración que repercutiría en su autoridad y prestigio. Floridablanca se muestra partidario de formar diócesis más reducidas, en las que fuera hacedero no solo el cumplimiento eficaz de las obligaciones pastorales, sino también la inversión de las rentas canónicas en los pueblos más alejados de la sede
episcopal148.
Acaso uno de los temas más candentes en lo que se refiere a
la Iglesia, que aborda Moñino, es el de los límites en la adquisición
de bienes raíces por el clero149. La cuestión era una de las más debatidas durante el reinado de Carlos III. Campomanes, como fiscal
del Consejo de Castilla, había protagonizado, junto con Don Francisco Carrasco, que lo era del de Hacienda, a partir de 1765, el intento más serio por cercenar las posibilidades del estamento canónico para adquirir raíces, pero había salido vencido por la oposición mayoritaria en aquel organismo150. La derrota no hizo desfallecer a los reformistas, aunque, acaso tuvieran que manifestarse de
Instrucción, X.
Instrucción, XXXVIII: «La división de los obispados es una máxima que deseo
grabar en el animo de mis sucesores y de los individuos de la Junta. Para todo cuanto llevo
prevenido y para otros objetos y fines, así religiosos como políticos, es muy conducente que
se dividan y subdividan las grandes diócesis que hay en España. Los prelados no pueden
atender el pasto espiritual que exigen unos territorios tan extendidos, visitarlos frecuentemente, conocer bien sus ovejas y pastores inmediatos, velar sobre la conducta de ellos y de
todo el clero, ni atender a todas sus necesidades espirituales y temporales».
149
Instrucción, XI-XIV.
150
CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración, pp. 159-163.
147
148
126
El conde de Floridablanca y la política de su época
forma más prudente y ponderada. Floridablanca considera que la
amortización perjudica los derechos fiscales de la Corona, recarga
a los vecinos seglares y ocasiona el deterioro de las haciendas y el
incumplimiento de los fines benéficos que tienen adscritos151. Para
evitar estos efectos propone dos medios: el primero restringir la
amortización con la licencia real, y el segundo sustituir los bienes
vinculados, manteniendo el fin, por los frutos civiles152. No contempla una ley de carácter general, sino la utilización cumulativa de
medios parciales, como la aplicación de los ordenamientos locales
allí donde existieran153. Tampoco pretende una iniciativa sin contar
con la anuencia del clero y de la Santa Sede. Pero para él, esta actitud solo es una postura estratégica, pues considera que basta la
autoridad soberana, para proceder a la limitación154.
El fervor religioso de la Instrucción, es indiscutible155 pero ya
la propia formalidad de su lenguaje revela un cambio de mentali-
Instrucción, XII: «El menor inconveniente, aunque no sea pequeño, es el de que
tales bienes se sustraigan a los tributos: pues hay otros dos mayores, que son, recargar a
los demás vasallos, y quedar los bienes amortizados expuestos a deteriorarse y perderse
luego que los poseedores no pueden cuidarlos o son desaplicados y pobres, como se experimenta y ve con dolor en todas partes, pues no hay tierras, casas ni bienes raíces más abandonados y destruidos que los de capellanías y otras fundaciones perpetuas, con perjuicio
imponderable del Estado».
152
Instrucción, XIII: «Puede haber dos medios para detener el daño futuro y reparar el pasado: el uno es, que no se amorticen los bienes en lo venidero sin mi licencia y
conocimiento de causa; y el otro, que se puedan y deban subrogar en frutos civiles las dotaciones pías, quedando libres los bienes estables;…»
153
Instrucción, XIV: «Estas providencias pueden establecerse por escala, con prudencia y suavidad, empezando, como se ha hecho, por provincias y pueblos o casos particulares, en que haya fueros o privilegios de población, que impidan la amortización de
bienes.»
154
Instrucción, XI: «La segunda pretensión podrá ser la de que el Santo Padre no
se oponga a la necesidad que hay de detener el progreso de la amortización de bienes, ya
sea a favor de regulares o ya de aniversarios y capellanías u otras fundaciones perpetuas.
Este punto pertenece, según la costumbre antigua y muy fundados dictámenes, a la autoridad real; pero no me ha parecido conveniente tomar resolución por vía de regla, sin tantear primero todos los medios dulces y pacíficos de conseguir el fin.»
155
Instrucción, I.
151
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
127
dad. Apenas se habla del servicio de Dios, de la persecución y castigo de la herejía o de otros fines espirituales, asiduos en documentos políticos de otros tiempos. El léxico es secularizante. Las regalías lo invaden todo, y apenas dejan resquicio a la autonomía en las
cosas eclesiásticas156. Ahora las ideas predominantes son la felicidad157, y el destierro de la superstición158, las devociones falsas, y el
abuso de la religión y piedad159. Si antaño el sacerdote con ser bueno y
cumplir las obligaciones de estado, bastaba para que fuera un
vasallo leal, esto ahora no era suficiente, necesitaba una cualidad
sobreañadida, de ahí que se diga que los eclesiásticos además de
estar revestidos de la sublime cualidad de ministros de la religión debían también tener la de buenos y celosos ciudadanos160.
La Instrucción acoge con verdadero interés la purificación de
las prácticas religiosas, con respecto a desvíos exagerados o caprichosos. En verdad, sobre todo a nivel popular, se habían propagado creencias supersticiosas, milagrerías y fantasías que nada tenían que ver con la verdadera piedad, o que en todo caso la desfiguraban. En este caso, la propia jerarquía eclesiástica de siempre había promovido la desaparición de estas manifestaciones vulgares,
algunas de ellas de origen bien antiguo e incluso pagano. Es evidente que ante la racionalización de la vida social, predicada por
los ilustrados, semejantes costumbres contrastaban aun más con
los principios óptimos de la vida cristiana. Pero el problema que
plantearía el desarrollo de estos principios no residía en estas
expresiones devocionales, respecto a las cuales la Iglesia y el estado, tenían la misma opinión, sino respecto a otras en la que Carlos
III y sus ministros veían una desnaturalización de la fe, o por mejor
decir, una divergencia grave con sus postulados políticos. Cuando
la Instrucción habla de devociones falsas, o utiliza otras palabras simi-
156
157
158
159
160
Instrucción, III, XVII, XXIV y XXVIII.
Instrucción, XXIII.
Instrucción, XXX.
Instrucción, XXXI y XXXII.
Instrucción, XXIX.
128
El conde de Floridablanca y la política de su época
lares, no alude principalmente a ese cúmulo de costumbres demostrativas de una piedad idolátrica o prodigiosa, sino a otros signos de
piedad, a los que de hecho dirigió una politizada persecución. Ya
hemos visto como Moñino, en su calidad de fiscal, había propuesto la supresión del culto a Nuestra Señora de la Luz en Lérida, pero
no era esta la devoción a la que los ilustrados mostraron mayor
enemistad, sino a la del Corazón de Jesús. En este caso la existencia de una práctica piadosa fue discutida por unos motivos muy
poco piadosos, y con una incidencia clara en los aspectos disciplinares de la Iglesia161.
Aunque el culto al Corazón de Cristo –signo y realidad del
amor de Dios a la humanidad– tiene su fundamento en la revelación, aparece ya insinuado en autores tan antiguos como Prudencio o San Isidoro, y está presente en la literatura y vivencia místicas en la España del Siglo de Oro, fue en el XVII cuando alcanzó su
forma definitiva. Fueron las apariciones de Paray-le-Monial a la
visitandina Santa Margarita María de Alacoque, las que le confirieron una presencia creciente y universal. Era su confesor San Claudio de la Colombiere, un jesuita que proporcionó a su orden el
«encargo suavísimo» de propagarlo. Con el tiempo la Compañía terminó por aceptar esta sugerencia providencial y se dedicó con fervor a expandirla por todas las naciones162. A España pronto llegó y
contó con el favor de los monarcas borbónicos: Felipe V había pedido en 1727 a la Santa Sede la concesión de una misa y oficio propios, y su hijo Fernando VI, junto con su mujer la reina Bárbara de
Braganza, fundaban en Madrid el monasterio de las Salesas Reales,
cuya adscripción regular –Orden de la Visitación de Nuestra Señora– señalaba como devoción más axiomática la del Corazón de
Jesús. En un ambiente de alta espiritualidad, en el colegio vallisoletano de San Ambrosio, el venerable jesuita Bernardo Francisco de
los Hoyos, recibe el 14 de mayo de 1733 la denominada Gran Pro-
CALLAHAN, William J., Iglesia, pp. 66-67.
LABOA GALLEGO, Juan María, «La vida interna de la Iglesia», capítulo
VIII de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 480-483.
161
162
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
129
mesa, es decir el vaticinio del mismo Cristo de su especial reinado
en España. Desde entonces la devoción quedó unida a los planes
providenciales sobre la nación como tierra especialmente fiel al
catolicismo. De estos hechos –jesuitismo de la práctica piadosa y
reinado del Corazón de Cristo sobre España, con todo lo que esto
suponía– deriva la persecución de que le hicieron objeto los ilustrados163.
La actitud de la realeza española cambió radicalmente cuando vino Carlos III. En 1765 tanto Grimaldi, como Roda, y el confesor del monarca, el P. Eleta, se mostraron contrarios al establecimiento de una misa y oficios propios, y una vez disuelta la Compañía la Corona mostró especial empeño en acabar con lo que consideraba una muestra de fanatismo, hasta el punto de ordenar la
supresión de las imágenes alusivas164.
Moñino se enmarca en esta corriente anticordiana, evidentemente por razones civiles y políticas. Sus amigos, de los tiempos de
embajador en Roma, el cardenal Maresfochi y el agustino P. Vázquez eran encarnizados enemigos de esta devoción. El primero
había apoyado la obra de Blasi, De festo cordis dissertatio commonitoria (1771), contraria a la práctica, y el segundo no había perdido
tiempo para enviarla a Grimaldi, Roda y Azpuru, con efusivas felicitaciones por su publicidad165.
En este caso los ministros españoles, se encontraban plenamente identificados con los postulados de los jansenistas. Esta postura
hace pensar cuales eran las verdaderas ideas que aquellos profesaban
sobre la naturaleza sobrenatural de la Iglesia. Hoy, es comúnmente
admitido que ni Carlos III, ni sus secretarios, consejeros y demás personajes que cooperaron en la política, eran heterodoxos. Pero la admisión de este aserto no aclara del todo si las opiniones que más o
CABALLERO, J., «Corazón de Jesús (Devoción)», Diccionario de Historia
Eclesiástica de España,, I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1972, pp. 612-614.
164
MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura en el siglo XVIII», capítulo VII de Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 660-664.
165
MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión», p. 663.
163
130
El conde de Floridablanca y la política de su época
menos patentes sostenían, entraban en colisión con la condición espiritual y el fin propio e inalterable de la institución canónica. La devoción al Corazón de Jesús se encuentra en íntimo vínculo con una
forma afectiva y confiada de las relaciones entre el hombre y la Divinidad. Por eso se enfrenta al rigorismo moral y religioso de los jansenistas y a los postulados culturales y organizativos de tinte vigorosamente severo y rígido. No hay duda que el jansenismo o las posturas
jansenizantes incluso en sus expresiones formalmente ortodoxas,
recogen en alguna medida el germen de graves errores sobre la naturaleza de la Iglesia y la vocación propia del cristiano.
Entre los principios que la Instrucción enuncia en cuestiones
eclesiásticas es el de la estricta sumisión a la Santa Sede «de manera
que en las materias espirituales, por ningún caso ni accidente dejen de
obedecerse y venerarse las resoluciones tomadas en forma canónica por el
sumo Pontífice»166. El principio de suyo, así redactado dejaba un
amplio campo al intervencionismo regio en tales cuestiones, pero
tampoco de ello se deduce que la Corona estuviera dispuesta a
reconocer la competencia exclusiva de la Iglesia en asuntos puramente morales. La corte carlotercista tuvo la perseverante manía
de politizar los asuntos puramente religiosos. Poco importa que en
ésta materia reconociera la competencia de la Santa Sede, bastaba
que de hecho se le atribuyera una derivación, más o menos lejana,
política para que el poder civil interviniera. Tal había sucedido en
1761 cuando el monarca mando recoger el decreto de la Inquisición
que publicaba la condena de la Exposición de la doctrina cristiana de
Mesenghi, sentencia definitiva que había promulgado la Congregación del Índice con la autoridad de Clemente XIII. Para ello, solo
bastó que se atribuyera la proscripción a una maniobra de los jesuitas para que el rey mediara. De nada sirvió que el inquisidor general Quintano Bonifaz alegara que la obra tocaba al «dogma de la doctrina cristiana»167. Este mangoneo en cuestiones puramente espiri-
Instrucción, II.
EGIDO, Teófanes, «Regalismo y relaciones Iglesia-Estado (siglo XVIII)»,
capitulo 3 de Historia de la Iglesia en España, IV, p. 198.
166
167
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
131
tuales fue constante en la corte española, hasta el punto de permitirse opinar sobre cuestiones tan complejas como las de auxiliis,
para las que ni el propio rey ni sus ministros tenían suficientes
conocimientos. Es seguro que no las comprendían, pero les sirvieron para atacar a la Compañía y subsidiar sus intereses políticos.
Uno de esos aspectos en los que se observa con mayor claridad la impertinente intromisión de la Corona en aspectos propios
e internos de la disciplina eclesiástica son los apartados que la Instrucción dedica a los regulares. Son los puntos XV al XIX. Cierto es
que los reyes españoles tuvieron siempre un protagonismo primordial en el régimen particular de los institutos de vida consagrada y
de la vida eclesiástica en general168, pero eran otras las circunstancias, y otra también la mentalidad con que lo acometían169. En estos
capítulos se programa la reforma de las propias corporaciones, la
conveniencia de dotarlos de un superior residente en España170, y la
participación de la autoridad civil en las elecciones de los superiores canónicos171. En todo el texto no hay una sola palabra en concreto que recuerde las obligaciones procedentes de los votos canó-
168
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Felipe II y la Contrarreforma católica»,
séptima parte de Historia de la Iglesia en España, III-2º, La Iglesia en la España de los
siglos XV y XVI, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1980, pp. 3-106.
169
GARCÍA ORO, José, «Conventualismo y Observancia. La reforma de las
ordenes religiosas en los siglos XVI y XVII», cuarta parte de Historia de la Iglesia en
España, III, 1º, La Iglesia en la España de los siglos XV y XVI, Madrid, Biblioteca de
Autores Cristianos, 1980, pp. 211-349.
170
Instrucción, XV: «La tercera pretensión con la curia romana podrá ser la de
reducir todas las familias religiosas a una disciplina más conforme a su instituto, y al bien
del Estado, y obtener que todas tengan superior nacional dentro del reino, el cual pueda
cuidar de cerca de la misma disciplina, ser responsable de sus negligencias y relajaciones,
evitar extravíos y gastos de viajes a países extranjeros con motivo de recursos y capítulos,
y tener amor y celo por mi servicio y por el bien de la patria.»
Cfrs.: Instrucción, XVI.
171
Instrucción, XVIII: «A este propósito, me ha parecido instruir a la Junta de lo
conveniente que es y será que la autoridad real intervenga, por vía de protección, en la elección y nombramiento de estos superiores regulares, y que no se elijan los que no sean gratos al Soberano o propuestos de su orden para ser nombrados.»
Cfrs.: Instrucción, XIX.
132
El conde de Floridablanca y la política de su época
nicos o la apremiante necesidad de revitalizar la vida interior y
espiritual, verdadero cimiento sobre el que descansa la regularidad
estatutaria. Se trata, simplemente de un intento de reforma externa
y formal, y de un plan dirigido a trastornar la estructura y organización propia de los institutos172, a aflojar los lazos de los profesos
con sus naturales superiores jerárquicos, y en particular con la
Santa Sede173, y a someterlos a la omnipotente potestad real y a sus
intereses políticos o partidistas174. Acaso el precedente de los jesuitas, al negarse en 1762 −ante los ataques que recibían en Francia y
que al final ocasionarían su expulsión– a establecer un vicario
general en aquella nación sea el ejemplo más claro de la resistencia
a este reduccionismo político-religioso175.
El nacionalismo que llevaba a Floridablanca a establecer autoridades canónicas españolas no era nuevo. Felipe II lo había expresado con toda evidencia en la segunda mitad del siglo XVI176. Entonces la Corona española era el principal motor de la renovación
de los regulares, incluso frente a las condescendencias laxas de los
propios prepósitos generales y de los papas y a la práctica retardataria predominante en otras naciones177. Solo mediante el interés y
Instrucción, XVI y XVII.
Instrucción, XVI: «La curia romana se ha prestado a estas pretensiones cuando se ha tratado de nombrar superiores nacionales, con títulos de vicarios, independientes
de generales extranjeros, que no fijan su residencia en Roma, como ha sucedido, a mi instancia, con los trinitarios calzados y los cartujos; pero en la hora que se ha solicitado lo
mismo para otras órdenes regulares, cuyos generales suelen residir en aquella capital del
orbe cristiano, se ha resistido la curia con mil efugios, y asi se experimenta con el orden de
san Francisco y el de san Agustín, por cuya causa no se ha permitido a los vocales que
vayan al capitulo general de los franciscos, y se ha pedido la prorrogación del comisario
general de esta orden y demás oficios.»
174
Instrucción, XVIII: «Por medio de tales superiores, como agradecidos y afectos, se
pueden insinuar y difundir en las familias regulares las buenas ideas útiles al Estado, siendo
esto de mucha consecuencia an estos reinos, por el respeto y devoción que mis vasallos tienen
a las ordenes religiosas, y por la impresión que pueden hacerles en todos casos y ocasiones.»
175
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Los papas», p. 132.
176
GARCÍA ORO, José, «Conventualismo», pp. 317-340.
177
STEGGINK, Otger, La reforma del Carmelo español. La visita canónica del general Rubeo y su encuentro con Santa Teresa (1566-1567), Roma. Institutum Carmelitanum, 1965.
172
173
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
133
calor que entonces empleó la realeza en estas cuestiones se produjo la extraordinaria prosperidad que constituye el punto zenital de
las órdenes religiosas, no solo en España, sino en Europa. Ningún
país aventajó al nuestro en la altura moral cultural y científica que
acaeció como consecuencia de la purificación auspiciada por el
poder civil178.
Pero ahora –segunda mitad del siglo XVIII- las circunstancias
no eran las mismas. Las órdenes no se encontraban en el grado de
postración a que algunas de ellas llegaron en el reinado de Felipe
II, ni tampoco las iniciativas reales estaban investidas de los conceptos de reforma interna y externa que primaban armónicamente
en el siglo XVI. Sí es cierto que los institutos habían perdido en
alguna medida la efervescencia espiritual de antaño y que la rutina o la laxitud se habían apoderado de ciertas prácticas constitucionales, pero en general su estado era decoroso y digno. La Instrucción habla de «reducir todas las familias religiosas a una disciplina
más conforme a su instituto», pero no explicita como se debe conseguir esto. En el sentido propio de las mismas corporaciones ello
exigiría el cumplimiento estricto de sus propias leyes, pero no
parece que fuera esta la dirección del documento. A lo largo del
texto se menciona el «celo por mi servicio», el «bien de la patria», las
«buenas ideas útiles al Estado», y en suma a los superiores «gratos al
Soberano o propuestos de su orden para ser nombrados», es decir una
estatalización completa de la organización y los fines de las corporaciones. Es una visión limitada y utilitarista del ser y la vida de los
institutos, y por otra parte muy poco original.
Para entonces ésta política ya la había promocionado el
emperador Jose II en sus estados patrimoniales de la Casa de Austria, y su hermano el duque Pedro Leopoldo en Toscana179. Esta formulación hispana es en realidad una copia de tales disposiciones.
178
ANDRÉS, Melquíades, La teología española en el siglo XVI, I-II, Madrid,
Biblioteca de Autores Cristianos, 1976.
179
LABOA GALLEGO, Juan María, «Las estructura eclesiástica en la época
moderna», capitulo 4 de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 241, 245 y 247-248.
134
El conde de Floridablanca y la política de su época
No es éste el momento de analizar las consecuencias de las medidas
que se acometieron en el sentido apuntado por la Instrucción, pero sí
de reconocer que los institutos experimentaron más contrariedades
que ventajas, y los frutos fueron escasos, cuando no perjudiciales. El
desenlace final de los propósitos de Floridablanca vendría con el
nombramiento el 10 de septiembre de 1802 del cardenal primado de
Toledo, Don Luis de Borbón y Vallabriga, como visitador y reformador apostólico de las órdenes religiosas en España. Se trataba de un
nombramiento del papa Pío VII, hecho a instancias del rey Carlos IV.
En el plan de reforma que el prelado intentó aplicar, se observa la
impronta de la Instrucción, que era en realidad la del reformismo
ilustrado, tan utópico, como desconocedor de la idiosincrasia de los
propios institutos. De ahí que el balance final de tales iniciativas no
fuera positivo. En el fondo y en la forma los políticos iluminados, pretendían aplicar una reforma que las ordenes no necesitaban, y respecto a lo que tenían precisión para levantar los decaimientos de su
observancia no les interesaba lo más mínimo180.
En la línea de anular cualquier voz institucional con que la
Iglesia pudiera ser interlocutora de la Corona la Instrucción se inclina por no restablecer ni las congregaciones del clero ni la celebración de los concilios provinciales y nacionales, y en caso de que
estos se reunieran vigilar muy de cerca las materias que trataran y
las conclusiones a que llegaran181.
MARTI GILABERT, Francisco, La Iglesia en España durante la revolución francesa, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1971, pp. 191-218.
181
Instrucción, VII: «Aunque el clero y prelados han mostrado su fidelidad y amor
al Soberano, y más particularmente en estos últimos tiempos, se debe considerar que son
muchos en número para reunir sus dictámenes, y que no son pocos los que están imbuidos
de máximas contrarias a las regalías. Estas consideraciones han obligado a suspender las
congregaciones del clero, por medio de sus diputados en la corte, y convendría no volver a
restablecerlas. Otro tanto encargo en cuanto a los concilios nacionales, y aún para los provinciales o diocesanos se deberá estar a la vista, por medio del Consejo, de lo que se intentará tratar para impedir el perjuicio de las regalías y el de mis vasallos y su quietud. Asi
pues en caso de duda sobre el buen suceso en materias eclesiásticas, hallará tal vez la Junta
más facilidad en tratar con el Papa, cuyo nombre y autoridad allana en estos reinos las
mayores dificultades.»
180
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
135
La denominada Congregación del Clero de Castilla y León era
una vieja institución que al parecer había tenido sus orígenes en el
siglo XIV. Confirmada por la autoridad de los papas y autorizada por
los reyes tuvo su edad dorada bajo los Austrias. En la segunda mitad
del siglo XVII entró en decadencia, de tal manera que desde que se
reunió en 1666 no volvió a celebrarse hasta el año 1717. Tenía agentes
en Madrid y en Roma, y su presidencia correspondía a los canónigos
diputados del cabildo primado de Toledo. Sus fines consistían en promover el culto y la disciplina de la Iglesia y en defender los derechos
e inmunidad del estamento. Los Borbones contribuyeron a su ineficacia y pasividad, y como se dice en la Instrucción, solo era conveniente
la presencia de los agentes en la corte. Aun asi en el Archivo General
Diocesano de Toledo se guarda entre otra documentación, precisa de
un estudio monográfico, la correspondencia de Don Francisco Manso
(1692-1702) y Don Pascual Beltrán de Gayarre (1727-1732), agentes de
la Congregación en Roma. Es evidente que una institución de tal arraigo e influencia molestara a la corte carlostercista182.
Respecto a los concilios nacionales y provinciales se puede
decir tres cuartos de lo mismo de lo que se ha escrito de la Congregación, y de lo que se dirá de las cortes. Desde la Edad Media no
se había vuelto a reunir en España ninguna asamblea conciliar que
pudiera denominarse nacional. El Concilio de Trento, cuyos decretos eran ley civil, urgía la reunión de concilios provinciales cada
tres años, pero este precepto hacía muchos años que no se cumplía183. Acaso la única provincia que conservaba con cierta vitalidad
esta práctica era la Tarraconense, cuyos prelados se reunieron entre
1712 y 1757 nada menos que nueve veces184. Claro está que entre las
GUTIERREZ, M., «Congregación del clero de Castilla y León», Diccionario
de Historia Eclesiástica de España, , Suplemento, pp. 224-225.
183
TEJADA Y RAMIRO, Juan, El sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, Madrid, Imprenta de Pedro Ontero, 1853, pp. 334-337. El capítulo II del Decreto sobre
reforma de la sesión XXIV establecía la celebración de los concilios provinciales
cada tres años.
184
Varios autores, «Concilios nacionales y provinciales», Diccionario de Historia Eclesiástica de España, I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1972, pp. 537-576.
182
136
El conde de Floridablanca y la política de su época
decisiones que tomaron fue la de pedir el oficio propio para la fiesta del Corazón de Jesús, y esto como se sabe no era del gusto de los
ilustrados, entrometidos en los más íntimos aspectos de la espiritualidad185. Los sínodos diocesanos también estaban en franca decadencia y a su resurgimiento no contribuyó el asfixiante regalismo. Una real cédula de 10 de junio de 1786 ordenaba que sus decretos no se publicaran sin que antes les diera la conformidad el Consejo de Castilla. En estos casos las autoridades reales muy difícilmente podían simular que en realidad deseaban la renovación de
la Iglesia. Como se ve las apelaciones que suelen hacer los ilustrados a la observancia de la disciplina eclesiástica y de los cánones,
son selectivas e interesadas, solo cuando conviene a sus intereses
políticos.
Uno de los aspectos de la Instrucción que mejor significan la
manipulación que el poder civil deseaba ejercer sobre funciones
propias e intransferibles de la Iglesia, y la voluntad de dominar el
cuerpo social hasta en los repliegues más íntimos de las conciencias, es su insistencia en establecer una moral pública oficial. No
sería la última vez que la autoridad secular pretendiera tal aberración, pero acaso en esta ocasión la pretensión se esmalte de mayor
complejidad, aunque hoy no sea tan difícil de comprender.
Resulta verdaderamente sorprendente la pertinacia de Floridablanca en dirigir las cuestiones morales. Cuando se ocupa de los
cónclaves papales afirma que los elegidos han de ser de «mucha
doctrina»186. Al tratar de la instrucción de los eclesiásticos escribe
que han de ser educados «con buenos estudios»187. En los centros civiles y religiosos de enseñanza debe imperar «la sana moral»188. En las
escuelas de la Iglesia se debe «promover la sólida y verdadera piedad…combatiendo la moral relajada, y las opiniones que han sido causa a
ella, y destruido las buenas costumbres189». Y en la selección de los cali-
185
186
187
188
189
CANAL VIDAL, Francisco, La tradición, pp. 178-181.
Instrucción, VIII.
Instrucción, XXVI.
Instrucción, XXVII.
Instrucción, XXX.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
137
ficadores del Santo Oficio ante la carencia de «la doctrina que se
requiere para tan importantes y graves cargos» se debe consultar a la
Corona para así «evitar que se nombre alguno que sea desafecto a mi
autoridad y regalías, o que por otro justo motivo no me sea grato»190. Cierto que en estas expresiones vienen mezcladas las ideas regalistas
con las éticas, pero son estas últimas las que indican con mayor claridad el totalitarismo estatal. Después, a lo largo del texto solo en
una ocasión hace una referencia explicita a esta ética laxa, cuando
menciona la opinión que legitima «el contrabando y todo género de
fraudes en el fuero de la conciencia», por lo que propone que se solicite a la autoridad eclesiástica su proscripción191.
No hay elementos de juicio para considerar a Moñino especialista en cuestiones teológicas, ni incluso en grado divulgativo.
La moral que él considera defendible y enseñable es la contraria a
la que se atribuía a los jesuitas. Precisar el sistema que en concreto
propugnaba es imposible, pues no es verosímil que tuviera conocimientos suficientes para establecerlo. En un siglo fundamentalmente jurídico, y nada teológico, encontrar un hombre público
competente en estas materias era una auténtica rareza.
Su afán por establecer un método ético no está guiado por la
mejora de las costumbres, sino por destruir cualquier rastro de
jesuitismo con miras políticas. Floridablanca, con ello se inscribe
entre los enemigos de la moral asignada a la Compañía. El origen
de estas ideas se puede fijar en una pura polémica teológica, las
famosas disputas de auxiliis, en las que principalmente contendieron dominicos y jesuitas. En ellas se polemizó sobre unos argumentos tan profundos y engorrosos como el misterio de la libertad
humana y la gracia divina. Es decir una materia en principio nada
política. La cuestión, sin embargo se embadurnó de otros perfiles,
cuando el jansenismo formuló, supuestamente sobre la doctrina de
San Agustín, ciertas tesis recreadas sobre los errores de Calvino. La
Compañía defendió con denuedo la doctrina ortodoxa, y al final la
190
191
Instrucción, XXXIII.
Instrucción, CCXXXIV y CCXXXV.
138
El conde de Floridablanca y la política de su época
Santa Sede condenó las tesis que defendían los jansenistas. La célebre bula Unigenitus, de 13 de septiembre de 1713, situó definitivamente fuera del catolicismo a los rigoristas. La victoria de la Compañía le atrajo la indeclinable aversión del parlamentarismo francés, profeso de galicanismo, y de otras ordenes religiosas, por celos
y envidias de escuela. Entonces a los jesuitas se les atribuyó un
dominio escandaloso y engañador sobre el pontificado y la profesión de una moral laxa. Todo ello era incierto, pero serviría para
atribuirles opiniones y conductas disolventes: el tiranicidio, la
sedición contra el poder real, la defensa de la potestad pontificia en
detrimento de la civil y el deseo de dominar todos los centros de
poder. Todo éste cúmulo de calumnias sirvieron a un amplio sector
de la Ilustración para atacar a la Iglesia, y al instituto que aparecía
más estrechamente ligado a la Santa Sede. De esta forma una pura
disputa teológica -de una entraña difícil de entender a los que no
fueran profundos conocedores del discurso científico- se convirtió
en una batalla política.
Floridablanca se daba perfectamente de la instrumentalización de esta disputa, y en los campos públicos en los que se movió
la utilizó. Como se ha dicho, durante su estancia en Roma, uno de
los pareceres y apoyos que recabó fue el del general de los agustinos, el P. Vázquez. Esta orden estaba dolida con la Compañía por
la condenación de las doctrinas de una de sus más insignes figuras,
el cardenal Enrique de Noris, en las que se encontraron ciertas opiniones sospechosas de mano de un exagerado agustinismo. El aliado de Moñino frecuentaba uno de los círculos jansenizantes de
Roma, el del Archetto, llamado asi porque sus contertulios se reunían en la casa del subprefecto de la Biblioteca Vaticana Giovanni
Bottari, unida por un archetto, arquito, con el palacio Corsini en el
Transtévere. En este foro, cuyo anfitrión era íntimo del célebre cardenal Passionei, se cultivaba el odio a la Compañía y la simpatía
por ciertas ideas jansenistas192. Es indudable que Floridablanca ni
GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «El jansenismo y el partido jansenista»
capítulo 6 de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 393-394.
192
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
139
entonces, ni ahora cuando redacta la Instrucción, descendió con
rigor a la complejidad de las doctrinas morales, que no le interesaban lo más mínimo y que seguramente no comprendía. No parece que el propio Moñino, profesara en su vida personal los ásperos
criterios teóricos del jansenismo, pero si que le resultaran simpáticas algunas de sus derivaciones políticas y político-religiosas: el
episcopalismo, el disfraz juridicista de los argumentos teológicos y
el desprecio por la filosofía escolástica.
En el documento de 1787 se traslucen estas ideas, algunas de
ellas viejas, pero todas reformuladas con agresividad por los jansenistas o jansenizantes.
Asi, por ejemplo, al mismo tiempo que reconoce el cometido
propio de la Inquisición –era una realidad evidente y legal– asegura, sin embargo, que son los obispos los «principalmente» encargados de velar por la pureza de la fe, tesis ortodoxa, pero que expresaba la idea de fortalecer la potestad de los prelados ordinarios,
que entonces se quería contraponer a la autoridad pontificia193. Sin
embargo, tal tendencia presentaba una contradicción con el postulado de ahogar cualquier iniciativa personal o corporativa del episcopado. Y de esta manera defiende la conveniencia en algunos
casos de dialogar antes con el Papa que con otras potestades canónicas194. En el fondo a Moñino le molestaba, cualquier opinión de
una Iglesia libre, viniera de donde viniera, y según los casos la cercenaba. En conjunto, su doctrina no presenta una armonía interna.
Considera Floridablanca que la instrucción del clero debe
contener el estudio de la Biblia, la Patrística, los concilios generales
primitivos, la moral, diversas disciplinas jurídicas y las ciencias
exactas y experimentales195. Tal elenco de materias, enriquecía sin
duda la formación de la clerecía, destinada a servir los intereses del
Estado, pero las ausencias que se aprecian en esta lista son muy
graves. No hay una sola mención a la teología escolástica ni a la
193
194
195
Instrucción, XXXII.
Instrucción, VII.
Instrucción, XXVII.
140
El conde de Floridablanca y la política de su época
mística. La primera omisión se debe sin duda a la animosidad que
los ilustrados mostraron por la filosofía genuinamente católica,
vinculada al Derecho común, entonces en franca decadencia y muy
denostado por los renovadores. La segunda nacía del arrinconamiento, cuando no la negación, de la naturaleza espiritual de la
Iglesia. Los ilustrados rara vez tuvieron la finura espiritual de comprender, y mucho menos de asimilar, la vivencia sobrenatural de
los cristianos.
Perfectamente explicable es la alusión a los concilios generales primitivos. Floridablanca era de los que fantaseaban con una
extraña arqueología eclesiástica. Creía encontrar en la antigua disciplina las razones suficientes para desterrar los abusos –unos reales y otros no – de la curia romana. En su deseo de cercenar la jurisdicción papal, y los derechos económicos de la corte romana, manifiesta la nostalgia por la Iglesia de los primeros siglos, en los que
apreciaba mayores competencias en el episcopado. Era un poco la
moda del tiempo, que al final sería condenada por Pío VI, en 1793,
en la bula Auctorem fidei196. Cabe preguntarse hasta qué punto las
tesis ilustradas sobre la constitución de la Iglesia eran una formula
propiamente teológica, o simplemente un alegato ocasional y oportunista. Lo más probable es que Moñino, por el año 1787, no tuviera una clara conciencia de lo primero pero si de lo segundo. En su
embajada en Roma, había amenazado al papa con romper las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, y la advertencia de una Iglesia nacional se encontraba en el trasfondo de las relaciones entre
ambas potestades.
En suma, la actitud que en materia eclesiástica refleja la Instrucción se resume en un incisivo intervencionismo del poder civil,
en un sometimiento completo de las personas e instituciones canónicas a los postulados políticos nacionales y en el intento de acallar
cualquier manifestación personal o corporativa de la Iglesia. Con
ello se establecían los precedentes que conducirían a los días acia-
LABOA GALLEGO, Juan María, «La estructura», p. 250.
MARTÍ GILABERT, La Iglesia, pp. 481-486.
196
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
141
gos que habría de conocer la clerecía en el siglo XIX. No se trataba
de relegar a la Iglesia a la mera función religiosa, y mucho menos
transigir con el libre ejercicio de la jurisdicción canónica -constante
desde los tiempos más antiguos- a los efectos congruentes a su función espiritual. Si ello fuera así, no se hubieran producido los altercados y los enfrentamientos que sucedieron. Lo que deseaba Floridablanca era someter las personas e instituciones eclesiásticas a los
fines contingentes y variables de la política y de los políticos, como
si el clero fuera una parte de la burocracia.
Trata Floridablanca en la Instrucción los problemas derivados
de las conversiones al catolicismo197. En primer lugar reconoce el
interés del Estado y la Iglesia en promoverlas, pero aun así, hay
que reconocer que este tiempo se caracteriza por la decadencia en
las obras misionales, aspecto en el que no está ajeno el regalismo
borbónico. Es más, con el exilio y la posterior disolución de la
Compañía, en las que, como hemos visto, tuvo tanto protagonismo
la Corona española, se asestó un golpe tremendo a las misiones. En
1767 salieron de América los jesuitas, cuando la Compañía tenía en
los dominios hispánicos de ultramar 89 colegios y 19 seminarios.
La extinción de 1773 produjo catastróficas consecuencias en las
obras de propagación de la fe, pues era la orden ignaciana sin duda
la corporación que mayor ascendiente tenía en esta clase de apostolado. La época, por razones diversas, se caracterizó por el ocaso
en las labores misioneras, que no es, por lo tanto, un fenómeno
exclusivo de nuestra nación198.
Como la Instrucción revela un evidente desdén por los regulares, contempla su sustitución en las doctrinas por el clero secular,
Instrucción, XXXV-XXXVII.
LABOA GALLEGO, Juan María «Actividad misionera», capitulo V de Historia de la Iglesia Católica, IV, p. 293.
GIMÉNEZ LOPEZ, Enrique y Mario MARTÍNEZ GOMIS, «La secularización de
los jesuitas expulsos (1767-1773), Expulsión, pp. 287-303.
Vv.Aa., Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, I-II, Madrid,
Biblioteca de Autores Cristianos-Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo,
1992.
197
198
142
El conde de Floridablanca y la política de su época
pero semejante cambio –como reconoce el mismo documento–
chocó con inconvenientes muy graves, entre ellos la falta de inquietud apostólica de los sacerdotes199. Por otra parte, también esta
cuestión aparece en la concepción de Floridablanca radicalmente
politizada. Así aconseja que las doctrinas o misiones de un mismo
entorno geográfico no se encarguen a un mismo instituto, a fin de
prevenir «los inconvenientes de la dominación, y el partido»200, según
habían ocurrido con los jesuitas. Se ve que todavía, al menos en
apariencia, se seguía pensando que la Compañía había contribuido
a la formación de un estado prácticamente independiente en Paraguay -como recogía Campomanes en su dictamen fiscal- una de las
mendaces fantasías más notorias entre los cargos hechos a la orden.
También Floridablanca, urgiendo el subsidio de la Inquisición, el episcopado y la Santa Sede, propone la supresión de las
discriminaciones que existían sobre los nuevamente convertidos y
sus descendientes y la enseñanza, para que la sociedad abandone
la aversión que les profesa. Incluso reconoce que en esta materia se
debe seguir el ejemplo de Roma, que como se sabe, siempre había
sido reticente ante las prácticas excluyentes españolas. Considera
que la situación presente es contraria a la revelación y a la utilidad
del Estado, y que para superarla ha mandado establecer una junta201.
En realidad la causa de los denominados estatutos de limpieza, que afectaban a los oficios civiles, a los eclesiásticos y a otras
muchas realidades geográficas e institucionales, era una polémica
pasada –en los siglos XVI y XVII– pero todavía en el último cuarto
199
Instrucción, XCI: «Están vistas y experimentadas las grandes dificultades que
hay para remover enteramente a los regulares de las doctrinas, y sustituir clérigos aptos y
bien dotados, que quieran confinarse a parajes incultos y distantes. Por mas instancias que
han hecho algunos obispos, se han tocado después muchos inconvenientes y estorbos insuperables para ejecutar enteramente las providencias en este punto de doctrinas, y así conviene conducirse en el con pulso y despacio, manejando diestramente a los regulares, y
usando de ellos con provecho espiritual y temporal».
200
Instrucción, XCII.
201
Instrucción, XXXVI y XXXVII.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
143
del XVIII conservaban su vigencia, por razones evidentes, más formales y rutinarias que efectivas. Aunque pervivía el sentimiento
popular anticonverso, en las élites se acostumbraba a censurar la
exclusión como anacrónica y antievangélica202. El propio Carlos III,
parece que no profesaba excesivos prejuicios sobre el colectivo que
atraía mayor horror, es decir, el judío. En 1732 los hebreos del puerto italiano de Liorna lo habían recibido con auténtico entusiasmo y
siendo rey de las Dos Sicilias en 1740 había revocado la orden que
prohibía su estancia203.
Lo cierto es que la pervivencia de los estatutos era un auténtico fósil. El transcurso del tiempo los había hecho tan innecesarios
como inocuos, y por ello el rastro de los conversos casi había pasado a formar parte de la leyenda y la fábula. Acaso la medida más
significativa del deseo de la Corona por superar la exclusión sean
las cédulas de los años 1782, 1785 y 1788 a favor de los chuetas
mallorquines. No obstante, con generalidad el requisito de la cristiandad vieja siguió pidiéndose, aunque en 1786 una cédula había
reformado las informaciones de limpieza para los beneficios eclesiásticos a fin de que fueran más baratas y de que consideraran
como pruebas los actos positivos anteriores. Las consecuencias del
reformismo de Floridablanca en esta materia y en algunos casos
fueron paradójicos: en la nueva Orden de Carlos III se impondría
la exclusión de los descendientes de los confesos. En cualquier caso
la práctica discriminatoria estaba en franca decadencia y su agresividad era escasa204.
La Corona, según la Instrucción, resulta ser un poder absoluto. A lo largo de ella no desarrolla ningún punto doctrinal que
explique sus límites morales y jurídicos. Aunque habla de los cercenamientos de las potestades eclesiásticas y real, mientras los de
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Los judeoconversos en la España moderna,
Madrid, Editorial Mapfre, 1992, pp. 103-135.
203
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, pp. 22 y 38.
204
CARO BAROJA, Julio, Los judíos en la España Moderna y Contemporánea, III,
Madrid, Ediciones Istmo, 1978, pp. 13-160.
202
144
El conde de Floridablanca y la política de su época
aquellas las recuerda a cada paso, sobre los que pudieran concernir a la potestad civil, solo añade a renglón seguido que en efecto
no hay ninguna: «El clero…sabe dar a esta (la Corona) y al bien público toda la extensión que corresponde»205. No es que el murciano niegue
que el poder se pueda extralimitar en sus actos, pues como afirma
«el abuso suele acompañar a la autoridad»206. Ni tampoco que, al menos
en el orden teórico, sea contrario a una potestad sujeta al orden
jurídico. En la misma Instrucción escribe: «Todo poder moderado y en
regla es durable; pero el excesivo y extraordinario es aborrecido, y llega un
momento de crisis violenta, en que suele destruirse»207 y «La ambición
unida al gran poder, no tiene límites, y es preciso muy de antemano, y con
mucha previsión, detener y evitar el aumento de poder, para refrenar los
progresos de la ambición»208. Lo que aquí resulta destacable, y a la vez
sorprendente, es que aquel peligro y este pesimista vaticinio –cumplido con los Borbones en España– lo aplica a cualquier ejercicio
gubernativo salvo al de la Corona. No hay duda que Moñino
emborrachó los sentimientos de superioridad mayestática del propio Carlos III.
El pensamiento político oficial de la Ilustración rompió con la
doctrina del Siglo de Oro, mucho menos aduladora y más exigente con la conducta de los monarcas. No le podían agradar sus postulados sobre el derecho de resistencia ante el déspota de origen o
de ejercicio, y mucho menos la teoría del tiranicidio que había
explicado el jesuita P. Juan de Mariana209.
No resulta sorprendente que a lo largo del documento Floridablanca no dedique el más mínimo detenimiento a las Cortes.
Instrucción, XXVI.
Instrucción, XXXIII.
207
Instrucción, XXXIII.
208
Instrucción, CCXCI.
209
MARTIN, La teología, II, pp. 469-472 y 480-485.
EGIDO, Teófanes, «El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo
XVIII», capítulo III, Primera parte de Historia de la Iglesia en España, IV, La Iglesia en
la España de los siglos XVII y XVIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979,
pp. 226-232.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., pp. 95.
205
206
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
145
Solo en dos ocasiones las cita de pasada. Una de ellas cuando
recuerda que habían pedido la moderación de los fueros210 y otra cuando concedieran a la Corona la administración del estanco del tabaco, con el del cacao y chocolates211. Las instituciones parlamentarias
españolas no disfrutaban de la simpatía de Floridablanca, ni casi,
en general, de los ilustrados.
Las de la Corona de Aragón habían desaparecido a raíz de
los decretos de Nueva Planta, y las únicas que subsistían eran las
de Castilla, en un estado de creciente postración, y las de Navarra,
en este caso con perseverante beligerancia en el ordenamiento jurídico del reino. Es evidente que el interés de Moñino por estas instituciones es el de relegarlas a un cometido ceremonial y apático,
más todavía que el que entonces les caracterizaba. Ya se ha visto
como fue su conducta con respecto a las cortes de 1789, en las que
no quería ver ni un órgano judicial ni soberano. En el mejor de los
casos las cortes de Castilla podían conservar su autoridad en materia de ley fundamental, pero ni aun así Carlos III estaba dispuesto
a reconocérselo, como probó con la célebre pragmática de matrimonios desiguales.
Respecto a los consejos propone una serie de medidas que
deben caracterizar la elección de sus miembros y sus presidentes.
Aquellos no solo debían ser letrados, sino también poseer experiencia gubernativa212. Estos habrían de escogerse entre personas
sabias, morigeradas, activas, respetables y experimentadas, sin ser
Instrucción, L.
Instrucción, CCXIX.
212
Instrucción, XLIV: «Es preciso absolutamente que los consejeros no sean solamente letrados, sino políticos y experimentados en el arte de gobernar. Por esta razón, conviene que una gran parte de ellos sean de los que han servido las presidencias y regencias
de audiencias y chancillerías, así en estos reinos como en los de Indias, y que algunos
hayan servido corregimientos y varas, por el conocimiento que da el gobierno inmediato de
los pueblos. También conviene que de clase de fiscales pasen muchos a consejeros, porque
la multitud de los negocios que han pasado por sus manos, el interés que están acostumbrados a tomar por mi servicio y regalías y por el bien público, y la particular aptitud que
regularmente se busca para estos empleos, son cualidades muy importantes y útiles para
servir después dignamente las plazas de Consejo y Cámara».
210
211
146
El conde de Floridablanca y la política de su época
conclusivos ni la nobleza ni los méritos militares213. Casi parece que
en ésta exclusión quería señalar a su enemigo Aranda. Brinda también el proyecto de modificar las instrucciones por las que se regían estos organismos214. En el fondo y en la forma propone la postergación de la vieja maquinaria consiliaria, cuya tendencia retardataria ya se había manifestado en varias ocasiones.
El afán por disminuir las competencias de los consejos de Castilla e Indias, en aras de las de los secretarios, se manifiesta cuando
propone que las materias de patronato y regalías se pasen a la Junta,
pues en ellas «debe entrar también la razón de estado». Es decir que a las
razones puramente jurídicas se debían añadir las de la conveniencia
coyuntural. El principio no podía ser más peligroso, sobre todo, en
manos de un monarca absoluto, pero las intenciones de Floridablanca no dejan el más leve resquicio a una interpretación más compartida del ejercicio de la soberanía:
«…pero no pudiendo, por lo común, entrar los sujetos consultados
en todas las consideraciones y combinaciones de estado que pueden y
deben templar la substancia y el modo de resolver, corresponde que la
Junta se haga cargo de todo, reflexionando que no es lo mismo que una
cosa sea justa, y que la consideren tal mis tribunales y ministros, que el
que atendidas las circunstancias, sea conveniente y de fácil o posible ejecución, sin exponerse a consecuencias perjudiciales o peligrosas»215.
Mucho se ha hablado, y escrito, sobre el criterio superador
del orden estamental profesado por los ilustrados. A pesar de la
Instrucción, XLV: «La elección de los presidentes y gobernadores de mis consejos es y será siempre el medio más efectivo de que estos tribunales tengan toda la actividad
que necesitan y produzcan todo el bien para que fueron instituidos, y así cuidaré de informarme bien, y de preguntar a la Junta en los casos que ocurrieren; y esta tendrá presente
que ni el nacimiento o grandeza, ni la carrera militar, ni otra cualidad accidental de esta
especie, deben ser el motivo de estas elecciones; pues solo deben recaer, siempre que se
pueda, en los hombres más sabios, morigerados y activos que pueden hallarse, y que sean
respetables por su edad, condecoración y experiencia en el gobierno».
214
Instrucción, XLII, XLIII y XLVII.
215
Instrucción, IV.
213
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
147
indiscutible disolución que experimentaba, seguía legalmente vigente en la segunda mitad del siglo XVIII216. Los renovadores no
ahorraron críticas de más o menos enjundia a tal división social217.
Sin embargo, a pesar de ellas y del talante desdeñoso, cuando no
contrario, de los políticos por su mantenimiento, perseveró en la
realidad española hasta los primeros años del reinado de Isabel II,
con las breves excepciones del primer y segundo ensayo constitucional en la época Fernandina. En este caso, como en otros de reformismo dieciochesco, fue más el ruido que las nueces.
Este aspecto no podía ser ignorado por Floridablanca en su
Instrucción, bien que las opiniones en ella vertidas producen más
perplejidad que convencimiento. Resulta evidente que Moñino
profesaba profundas reticencias hacia la parte más elevada del
patriciado, perfectamente explicable en atención a sus orígenes
sociales y a su trayectoria personal.
Por una parte el documento respira un palmario despego por
la preferencia legal y fáctica que predominaba en los criterios jurídicos o sociales. Así en la elección de presidentes y gobernadores de
los consejos, virreyes, capitanes generales y gobernadores de las provincias, establece que ni el nacimiento, ni la grandeza, a los que engloba bajo la consideración de cualidad accidental, deben ser criterios
determinantes218. Al tratar de los señoríos –que no solo eran de titularidad nobiliaria– auspicia su incorporación a la Corona, sin utilizar
una provisión general, sino bajo el amparo de las leyes. Y lo mismo
sugiere con respecto a los oficios públicos privatizados219 Pero luego
al momento de analizar otros aspectos se puede observar que el
cambio no es tan progresista como se le ha querido presentar.
216
ANES, Gonzalo, «De hidalgos y padrones», Economía y empresa en Asturias. Homenaje a Ignacio Herrero Garralda, Marqués de Aledo, Madrid, Editorial Cívitas, 1994, pp. 69-103
217
IGLESIAS, María Carmen, «La nobleza ilustrada del XVIII español. El
conde de Aranda», Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, Ediciones
Nóbel, 1996, pp. 253-255.
218
Instrucción, XLV.
219
Instrucción, XLIX.
148
El conde de Floridablanca y la política de su época
Floridablanca manifiesta lo perjudiciales que son, por una
parte, la opinión social que desestima los oficios manuales y, por
otra, la práctica estatutaria que excluye a sus ejercientes y descendencia de los honores civiles y eclesiásticos. En efecto esta era la
realidad coetánea220, por lo que el secretario propone moderar y
reducir las ordenanzas que la establezcan, y desarraigar el dictamen
vulgar que las funda. Sin embargo al exponer estas cosas desliza la
afirmación de que es menester cancelar «la envejecida preocupación
de que hay oficios viles, y de que todos los mecánicos perjudican a la nobleza y a la estimación social», y hace predominar en todo el discurso la
idea de alguna contradicción entre ciertos oficios y el disfrute del
patriciado221. Eran verdaderos los prejuicios de la población sobre
algunas actividades profesionales, pero lo que es enteramente falso
es que éstas fueran en detrimento de la condición nobiliaria. Resulta asombroso que un jurista como Moñino realizara esta clase de
asertos. Para el Derecho era intranscendente la ocupación profesional de los nobles, cuya cualidad y privilegios podían coexistir con
cualquiera de ellas. Así, además lo afirmaba la literatura jurídica
española, siguiendo un amplio criterio que no compartían otros
ordenamientos como el francés o el portugués. La opinión social,
como en tantas otras circunstancias, si era más rígida y excluyente
que los preceptos legales222.
Esta propuesta de Floridablanca, coincidente con la mayoría
de las expresiones del movimiento ilustrado, se encuentra en la
misma línea de la pragmática de 18 de marzo de 1783, en donde los
errores de la Instrucción se habían mostrado todavía más palpables.
Este texto afirma que el ejercicio de determinados oficios no debe
perjudicar el goce y prerrogativas de la hidalguía, aunque si los descendientes de los favorecidos, abandonaran el oficio de sus ancestros, entonces, deben padecer la discriminación. De esto se deduce
Instrucción, LXXXII.
Instrucción, LII.
222
ÁLVAREZ RUBIO, Julio, Profesiones y nobleza en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Consejo General del Notariado, 1999.
220
221
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
149
que la norma lejos de superar los criterios tradicionales, se muestra todavía más restrictiva. En primer lugar la afirmación de que la
nobleza persevere a pesar de ciertas ocupaciones laborales era
innecesaria, por no formar parte de nuestro ordenamiento. Y en
segundo lugar el establecer la exclusión para los descendientes
ociosos de los nobles dedicados a actividades deshonrosas, impone
una exigencia en donde no existía.
Lo que la pragmática y la Instrucción, parecen confundir es el
estatuto nobiliario, con el de limpieza de oficios. Para aquel resultaba irrelevante éste, y donde se exigían las ocupaciones honorables,
era en la caballería –las órdenes militares- y en otras muchas corporaciones civiles y eclesiásticas. Pero, como afirmaba la doctrina,
el estatuto ecuestre es distinto al nobiliario, y el de las demás instituciones se inscribe en requisitos puestos o sobreañadidos a la simple condición nobiliaria223.
Pero si a pesar de las incorrecciones teóricas, Floridablanca al
explicar su deseo de una nueva configuración social, no siempre se
muestra congruente con ello. Por aquel tiempo y a instancias del
Estado los monasterios gallegos habían establecido escuelas para
la educación de los hijos de los pobres. El secretario pone como
ejemplo esta realidad, y además añade:
«vistiendoles (a los alumnos) como labradores o artistas, y alimentandoles como corresponde a su pobreza y estado, para que no se acostumbren a otro metodo de vida, y se conserven en la clase de subditos trabajadores y útiles»224.
Pocas veces con tanta claridad se puede manifestar un inmovilismo social tan reaccionario. Es decir que los hijos de los pobres
o de los labradores y oficiales manuales estaban condenados a
seguir la actividad de sus padres. No existe en la exposición de Floridablanca posibilidad alguna de superación social y económica.
223
224
Ibídem, pp. 274-279.
Instrucción, LXI.
150
El conde de Floridablanca y la política de su época
En esta formulación las luces lejos de hacer evolucionar al Antiguo
Régimen progresivamente lo hace más retrógrado. ¡Cuantos personajes eminentes de la Iglesia, el Estado o las letras habían tenido su
origen en hogares de modestos y hasta míseros agricultores u oficiales mecánicos, hidalgos o no! Y como si esto no fuera suficiente,
añade que el Estado se debe hacer cargo de los hijos, cuya instrucción fuera descuidada por sus padres, proporcionándosela según su
nacimiento y posibilidades225. O sea, que si la cuna no debe decidir la
provisión de los altos empleos civiles, eclesiásticos y militares, sin
embargo si ha de determinar la clase de educación que deben recibir los menores, en el fondo, para que no salgan de su circunstancia socio-económica.
Pero si la movilidad social en Floridablanca no deja de ser un
proyecto sujeto a importantes limitaciones, donde se muestra más
categórico es en mostrar los inconvenientes del soporte económico
de la nobleza, es decir la institución del mayorazgo.
En primer lugar, vuelve a mostrar su tesis de discriminación
social. Como la facultad de reservar no era exclusiva de la nobleza
–es decir según el significado que le quiere dar Floridablanca el
patriciado opulento− considera nocivo que la disfruten los labradores, comerciantes, u otras gentes inferiores, por que por ello las familias abandonan sus oficios y se aplican al rentismo o a lo que él precisa, la ociosidad226. El hecho era cierto, pero la expresión ya de por
si manifiesta el concepto que tenía del orden social. Reconoce que
los grandes mayorazgos son el vivero de la élite civil y militar de
la Monarquía, por lo que son útiles, a pesar de los inconvenientes
Instrucción, LXIII.
Instrucción, LIV: «Asi como conviene borrar tales preocupaciones, es preciso
disminuir los incentivos de la vanidad. La libertad y facilidad de fundar vínculos y mayorazgos por todo genero de personas, sean artesanos, labradores, comerciantes u otras gentes inferiores, presta un motivo frecuente para que ellos, sus hijos y partes abandonen los
oficios. Envanecido con mayorazgo, o vínculo, por pequeño que sea, se avergüenza el poseedor de aplicarse a un oficio mecánico, siguiendo el mismo ejemplo el hijo primogénito y
sus hermanos, aunque carezcan de la esperanza de suceder, y asi se van multiplicando los
ociosos».
225
226
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
151
que aun así tienen, pero se muestra refractario a admitir los vínculos de escasa cuantía227.
A pesar de lo que nos explican sus datos biográficos, Floridablanca profesaba una escasa simpatía por las reservas patrimoniales. Prefiere que los bienes objeto de la reserva sean frutos civiles,
más que inmuebles228, que antes de gravarlos con censo se enajenen
algunos de ellos229; establece que el mayorazgo pueda sacar para
sus herederos los nuevos plantíos, riegos y edificios230, y defiende
que el orden de sucesión vincular sea solo familiar231.
La educación y la beneficencia son dos materias a las que la
Ilustración dedicó ímprobos esfuerzos y de ello da fe la Instrucción.
El fomento de la educación para todos, nobles y plebeyos232, y el
cuidado racional y ordenado de los más desfavorecidos, distinguiendo al delincuente del menesteroso233, son los criterios rectores
frente a los límites y carencias de los centros de enseñanza y a la
decadencia de los de caridad. Floridablanca señala una mayor preocupación del Estado, por estas materias, hasta el momento confiadas en manos de los particulares, los municipios o la Iglesia.
Los aspectos económicos y fiscales ocupan un lugar tan preferente en la Instrucción que no solo figuran a lo largo de toda ella,
sino también monopolizan los apartados CXCII a CCLXXXVII. El
fomento de las fuentes de riqueza y el de los ingresos de la Real
Hacienda fueron dos cuestiones que atrajeron preferentemente el
interés de los ministros ilustrados.
No se olvida de casi nada que pueda hacer más feraces los
diversos ramos de las actividades económicas: la protección del
banco nacional234, el comercio y las comunicaciones235, los canales,
227
228
229
230
231
232
233
234
235
Instrucción, LV.
Instrucción, LVI.
Instrucción, LVIII.
Instrucción, LVII.
Instrucción, LIX.
Instrucción, LX y LXII.
Instrucción, LXIII-LXVIII.
Instrucción, LXXII.
Instrucción LXXI y LXXIII.
152
El conde de Floridablanca y la política de su época
pantanos y plantíos236, la conservación de los montes y la reforestación237 y las actividades artesanales y fabriles238. Recurre con mucha
frecuencia a la educación, con las Sociedades económicas, el establecimiento de las cátedras de comercio o la academia de las ciencias, para ofrecer a la sociedad saberes prácticos e instrumentales
que mejoren la productividad. En los cambios que sugiere se observan medidas que contrastaban vigorosamente con la realidad española del momento: la libertad del comercio de granos239, la circulación de la manufactura nacional sin cobranza alguna240 y la privatización de terrenos baldíos, incultos o eriales de pasto común241.
Floridablanca aborda el saneamiento del Fisco sobre las posibilidades de aumentar la economía social, con lo que no considera
deseable una mayor presión fiscal, si los españoles no disponen de
una progresiva mejora en su situación material242. De ahí que el
fomento de las actividades productivas sea la antesala para aumentar el gravamen de los tributos. Sugiere la creación de un
fondo, separado de la tesorería general que ha de contener las partidas ordinarias y extraordinarias243, con el que se modernizaría la
agricultura244 y las actividades artesanales y fabriles245 y se fomentaría el comercio246. Para aliviar el peso de la deuda pública también
Instrucción, LXXIV, LXXVI y LXXVII.
Instrucción, LXXVII.
238
Instrucción, LXXI y LXXXII.
239
Instrucción, LXXV.
240
Instrucción, LXXXIII.
241
Instrucción, LXXVIII-LXXXI.
242
Instrucción, CXCIV: «Recelo que se han empleado siempre más tiempo y desvelos
en la exacción o cobranza de las rentas, tributos y demás ramos de la real hacienda ,que en el cultivo de los territorios que los producen, y en el fomento de sus habitantes, que han de facilitar
aquellos productos. Ahora se piensa diferentemente, y este es el primer encargo que hago a la
Junta y al celo del ministro encargado de mi real hacienda; esto es que tanto o más se piense en
cultivarla que disfrutarla, por cuyo medio será y más seguro el fruto. El cultivo consiste en el
fomento de la población con el de la agricultura, el de las artes e industria y el del comercio».
243
Instrucción, CXCIV y CXCV.
244
Instrucción, CXCVI.
245
Instrucción, CXCVII.
246
Instrucción, CXCVIII y CXCIX.
236
237
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
153
plantea la formación de otro fondo destinado a «extinguir las deudas
de la corona, y disminuirlas con sus réditos e intereses».247
Las propuestas de la Instrucción se caracterizan por la prudencia y el pragmatismo. Se nota que su autor no solo es un teórico, un jurista, sino también un experimentado hombre de gobierno
que conoce las dificultades, las diversas mentalidades sociales y la
idiosincrasia propia de los españoles, a los que cualquier aumento
impositivo era sumamente odioso. Por eso las reformas que propone son moderadas y de inteligente ejecución.
Sabedor de que es imposible una modificación sustancial y
completa del sistema fiscal, heterogéneo, confuso y desordenado,
plantea modificaciones puntuales para los diversos ingresos de la
Real Hacienda248. Así propone medidas de saneamiento para las
aduanas y los aranceles249, la renta del tabaco250, con un particular
detenimiento en la persecución del contrabando251, las rentas de las
salinas252, las siete rentillas253, el estanco del aguardiente254 o las rentas provinciales255, es decir las alcabalas y cientos, las tercias reales
y los millones o sisas256.
Uno de los principios más axiomáticos de la Ilustración fue el
establecimiento de la única contribución. Este es el ideal que persigue Floridablanca y a tal fin considera que deben orientarse las
Instrucción, CC.
Instrucción, CCL: «En el otro punto de la exacción o de recolección de frutos
de la misma hacienda real, se ha trabajado cuanto se ha podido en estos últimos tiempos,
y hay muy poco o nada que añadir a las providencias que he tomado. Sin embargo me ha
parecido reunir aquí todos los objetos de mis cuidados en materia de hacienda, y encargar
muy estrechamente a la Junta la vigilancia y la mayor actividad sobre todos ellos, ayudando al Ministro de Hacienda con todas sus luces y experiencias».
249
Instrucción, CCII-CCXV.
250
Instrucción, CCXVI-CCXX.
251
Instrucción, CCXXI-CCXXXV.
252
Instrucción, CCXXXVI-CCXXXVIII.
253
Instrucción, CCXXXIX.
254
Instrucción, CCXL.
255
Instrucción, CCXLII.
256
Instrucción, CCXLIV-CCLXVI.
247
248
154
El conde de Floridablanca y la política de su época
mudanzas que ha expuesto en el sistema fiscal existente257. Pero
también percibe los inconvenientes y la resistencia social, si se establece de inmediato258. Para justificar esta precaución alega los casos
de otras naciones, Inglaterra, Francia o los Países Bajos259, y lo que
él llama las «tres experiencias nacionales», es decir los intentos y proyectos en España260. El realismo de Floridablanca le lleva tanto a
desconfiar de las «razones especiosas de los escritores y proyectistas»261
como del espejismo de una carga con «igualdad matemática y aritmética sobre los bienes de los súbditos»262.
En virtud de todo ello brinda un medio paulatino para establecerla, merced una cobranza diversificada, que parezca menos
opresiva263. A este efecto propone la división de la sociedad en seis
clases264: propietarios de bienes raíces, estables o perpetuos265, colonos o arrendadores de bienes inmuebles266, fabricantes y artesa-
Instrucción, CCLXVII: «No hago a la Junta particular encargo sobre lo que
hasta ahora se ha denominado única contribución, porque con los reglamentos vigentes, y
con las enmiendas hechas, y otras que mostrará la experiencia, vendrán poco a poco a simplificarse los tributos, de modo que se reduzcan a un método sencillo de contribuir único
y universal, en las provincias de Castilla, que es a lo más que se puede aspirar en esta
materia.»
258
Instrucción, CCLXVIII: «El establecer de repente una contribución única por
reglas de catastro sobre las tierras y bienes raíces o estables, que es lo que se ha declamado
en muchos papeles y en las operaciones antiguas, causaría un trastorno general en la
monarquía, con riesgo evidente de arruinarla.»
259
Instrucción, CCLXX.
260
Instrucción, CCLXXII-CCLXXV.
261
Instrucción, CCLXXVI.
262
Instrucción, CCLXIX.
263
Instrucción, CCLXXVII: «La contribución, pues, que puede llamarse única, es
la que se establece por una regla común, igual, universal y sencilla, aunque la cobranza se
distribuya en muchas pequeñas partes y en diferentes ramos, que la suavicen y faciliten.
A esto he mirado en los reglamentos hechos, en los cuales se pueden y deben hacer, con el
tiempo y la experiencia, todas las enmiendas y mejoras que a dejo insinuadas a la Junta, y
otras más, que puede reducir esta materia a la perfección, igualdad geométrica o de proporción y sencillez de que sea susceptible.»
264
Instrucción, CCLXXVIII.
265
Instrucción, CCLXXIX.
266
Instrucción, CCLXXX.
257
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
155
nos267, comerciantes mayoristas y minoristas, entre los que no se
comprenden los banqueros268, los asalariados de la real hacienda,
empleados públicos y profesionales liberales269, y finalmente los
exentos, especialmente el clero270. Esta última proposición suponía
una evidente superación de la sociedad estamental.
También se ocupa la Instrucción del ejército y la marina. Respecto al primero se conforma con su estado actual271, si bien propone aumentar la infantería272, disminuir la caballería273, promover y
conservar las milicias provinciales para la defensa y seguridad interiores274, reordenar el generalato y la oficialidad275, perfeccionar los
aspectos científicos de la táctica militar y mejorar los cuerpos facultativos, incluso con el estudio de lo que se hace en otros países276.
La idea del establecimiento de los regimientos provinciales,
que ya estaban erigidos con anterioridad, y del aumento de los
cuerpos de extranjeros (irlandeses, italianos, walones y suizos),
inclina a pensar que ya en las altas instancias de la Monarquía
había una sensación de que el orden ya solo se podía guardar
mediante la fuerza, y no por los sentimientos de religioso acatamiento de antaño. Recuérdese la antipatía de la población madrileña por la guardia walona que a las claras se manifestó en el motín
de 1766 y el hecho tan significativo, en aquella ocasión, del conde
de Revillagigedo de rodillas ante Carlos III ofreciendo su dimisión
antes de ordenar hacer fuego contra el pueblo. Con razón dice
Domínguez Ortiz que el monarca entonces sufrió «una conmoción de
la que nunca se recuperó por completo»277.
267
268
269
270
271
272
273
274
275
276
277
Instrucción, CCLXXXI.
Instrucción, CCLXXXII-CCLXXXIII.
Instrucción, CCLXXXIV.
Instrucción, CCLXXXV.
Instrucción, CXLIX.
Instrucción, CLIII.
Instrucción, CLIV.
Instrucción, CL.
Instrucción, CLV y CLX.
Instrucción, CLVIII-CLIX.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 68-69 y 81.
156
El conde de Floridablanca y la política de su época
Las providencias que se proponen para la marina pasan,
entre otras, por la selección esmerada de los generales278, la promoción de la factura, incluso por los particulares, de los buques necesarios a una potencia marítima como era España279, la inspección
rigurosa de los departamentos marítimos280, la mejora de las ordenanzas281 y el fomento de la educación de la oficialidad con las
escuelas de náutica y pilotaje282.
América y los territorios de ultramar ocupan un lugar preferente en la Instrucción, como no podía ser menos en una Corona
como la de España, cuyos dominios en su mayoría estaban situados fuera de Europa283. Reducida la Monarquía Católica en el Viejo
Mundo a los territorios ibéricos, y a pesar de la recuperación de
algunos estados italianos para infantes españoles, las Indias orientales y sobre todo occidentales, atraen repetidamente la atención
de Floridablanca, tanto por razones puramente políticas y de soberanía, como por las económicas y estratégicas.
Propone una reorganización de la alta maquinaria administrativa de aquellos territorios284, y el saneamiento del régimen fiscal
para evitar abusos y descontentos285.
Siempre había sido muy difícil defender aquellas tierras, tan
extensas y abiertas, frente a la expansión de otras potencias europeas. A estas alturas del siglo XVIII el título pontificio de soberanía
carecía de general respeto y autoridad como para defenderlas con
eficacia, de ahí que a lo largo del texto no se le mencione ni una
sola vez. Por eso la conservación de los territorios ultramarinos
debía efectuarse acudiendo a los medios defensivos militares, portuarios y castrenses286 y a las convenciones internacionales. La acti278
279
280
281
282
283
284
285
286
Instrucción, CCLXVIII.
Instrucción, CLXIX-CLXXII.
Instrucción, CLXXIII-CLXXIV.
Instrucción, CLXXXIII.
Instrucción, CLXXXV-CLXXXVI.
Ver especialmente: Instrucción, LXXXV a CXLVII.
Instrucción, CXLIV-CXLVII.
Instrucción, XCV-XCVI.
Instrucción, CIV-CVII, CIX-CXI y CLII.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
157
tud de Floridablanca carece de ambiciones territoriales relevantes,
salvo el deseo que muestra de la recuperación de la isla de Jamaica287 y del desalojo de los ingleses en Centroamérica. Todavía subsistían puntos conflictivos de límites entre España y Portugal, pese
a la concordia que reinaba entre ambas naciones288, y al interés
nuestro de mantener la cooperación lusa, tanto para la defensa
externa de aquellos reinos, como para apaciguar las posibles sediciones interiores289. En consecuencia se insiste en ejecutar de forma
justa y conveniente a España los tratados de 1750 y 1777 que fijaban las fronteras entre las dos potencias290. Mayor peligro representaban las ansias expansionistas de otros países para las que la Instrucción arbitra los instrumentos para conjurarlas, así con respecto
a Inglaterra291, Rusia292, e incluso Francia293.
Floridablanca se daba perfecta cuenta no solo de la flaqueza
externa de la América española, sino también del peligro que corría
el general sentimiento de sumisión y fidelidad a la Corona por
parte de sus habitantes. Un medio conducente para contribuir a la
lealtad de los españoles de ultramar es la cuidadosa selección de
las autoridades294, asi en el fuero civil, como en el eclesiástico. De
Instrucción, CXXXIX-CXL.
Instrucción, CXV:«Por la parte de nuestros confines con los dominios portugueses de la América Meridional, hay menos que recelar y que temer en cuanto al poder;
pero hay mucho que precaver en cuanto a la negligencia y ansia de extenderse de nuestros
vecinos, para aprovecharse así de los terrenos como del comercio y producciones de nuestras provincias internas»
289
Instrucción, CXXVII:«Como aquella garantía no es solamente contra invasiones
extranjeras, sino aun contra las insurrecciones y revoluciones internas de la misma América
Meridional, nos será siempre muy útil, atendidas las experiencias pasadas, contar con los portugueses, como vecinos inmediatos, no sólo para muchos auxilios, sino para que no los hallen
los indios rebeldes en ellos, ni en otros por su medio, como podrá suceder si no conservamos
y cultivamos su amistad, ya estipulada y establecida solidamente entre las dos cortes.»
290
Instrucción, CXVI-CXXVI.
291
Instrucción, CXII-CXIV.
292
Instrucción, CXXIX.
293
Instrucción, CXLII-CXLIII.
294
Instrucción, LXXXV-XCIV.
287
288
158
El conde de Floridablanca y la política de su época
ahí que se aconseje escoger, como obispos, sin desprecio de los nativos295, a eclesiásticos criados en España296, y como virreyes y gobernadores a quienes en la metrópoli habían destacado por sus
cualidades políticas297, y en ambos casos sin miramientos a la
posible resistencia de los electos. En general la Instrucción respira una evidente desconfianza por la población indiana: del clero
tiene la peor opinión como relajado y necesitado de reforma298; al
ocuparse de los seglares habla de «espiritus inquietos y turbulentos»299, y al tratar de las milicias fijas en aquellos territorios, señala la reserva que se ha de tener con los naturales, por su envidia
295
Instrucción, LXXXVIII, «Si en Indias sobresalieren o se distinguieren algunos
clérigos por su sabiduría y virtudes, conviene también que su premio allí mismo sea también distinguido y sobresaliente; pero cuando solo tuvieren una mediocridad de doctrina y
costumbres, que es lo más común, será mejor atender a los que se pueda en España; de
manera que evitándose la queja de ser olvidados, se eviten igualmente otros inconvenientes y consecuencias.»
296
Instrucción, LXXXVI: «La elección de obispos criados en España con las máximas de caridad, recogimiento, desinterés y fidelidad al Soberano, que es común en nuestros prelados, es un punto el más esencial para la seguridad y fidelidad del gobierno de
Indias. No importa que para ello se saquen obispos actuales de otras diócesis de España,
donde hayan acreditado con la experiencia las buenas cualidades de un pastor necesario
para el bien y reforma de algunas iglesias de América, aunque sea preciso obligarles a aceptar. El buen pastor se ha de sacrificar por las ovejas, y esta causa es la más canónica para
las traslaciones.»
297
Instrucción, XCIII: «Las elección de los virreyes y gobernadores principales,
que es otro punto esencial para el buen gobierno de las Indias, se ha de hacer siempre en
hombres muy experimentados y acreditados por su desinterés, probidad, talento militar o
político. En este punto se requiere todo el discernimiento y la aplicación del ministro
encargado del despacho de Indias y de los demás de la Junta, que le ayudaran con sus noticias, luces e informes. Si en España hubiere dado algún sujeto pruebas de aquellas cualidades en capitanías generales de provincias o gobiernos, se les transferirá, aunque lo rehúsen, a los virreinatos y gobiernos de Indias, poniéndose de acuerdo sobre esto en la Junta
los respectivos ministros, como prevengo en el decreto de creación de este día. Ninguno que
sirve al Estado puede substraerse a las cargas de él, ni frustrar el derecho que tiene el
mismo Estado de valerse de sus talentos y virtudes.»
298
Instrucción, LXXXVII y XC.
299
Instrucción, CIX.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
159
y oposición a los europeos300. Ni al mencionar al ejército se libra
de esa desconfianza301.
Se ocupa del tráfico de negros sin otras consideraciones que
las económicas302, a pesar de que ya desde el siglo XVI existía una
corriente teológica-jurídica que lo condenaba aunque hubiera
licencia legal303. Resulta indudable el interés primordial de Floridablanca por las cuestiones económicas en ultramar, signo de la secularización de su pensamiento político304.
Un aspecto poco conocido de los principios de Floridablanca
es el concerniente a las relaciones exteriores. Es probable que la
importancia de sus iniciativas en el orden nacional haya postergado el interés que se pudiera tener en su estudio. Por otro lado, la
España de Floridablanca, ya no es un país de primer orden y sus
relaciones internacionales se encontraban mediatizadas por la beligerancia dominante de Gran Bretaña y Francia. Aquella imperaba
300
Instrucción, XCIV: «En aquellas regiones, las milicias y cuerpos fijos, aunque
útiles y aun necesarios para defender el país de invasiones enemigas, no lo son tanto para
mantener el buen orden interno; pues, como naturales nacidos y educados con máximas de
oposición y envidia a los europeos, pueden tener alianzas y relaciones con los paisanos y
castas, que inquieten o perturben la tranquilidad; lo que debe tenerse muy a la vista, y
mucho más cuando los jefes de aquellos cuerpos sean también naturales y aun de las castas de indios mestizos y demás de que se compone aquella población.»
301
Instrucción, CLII: «Esta prudente desconfianza debe servir para que jamás se
deje de tener tropa veterana, española, en los puntos principales y que sean de más cuidado en Indias, con el fin de que contenga y apoye los cuerpos fijos y milicias en los casos
ocurrentes, debe inclinar a nombrar y preferir para jefes y oficiales mayores y menores de
aquellos cuerpos todos los europeos que se puedan hallar, y debe también obligar a que se
mude y renueve la misma tropa española de tiempo en tiempo, no sólo con la que vaya a
relevarla de Europa, como se hace, sino pasándola con la frecuencia posible de unos territorios a otros, de unas razas de indios a otras, para cortar las relaciones, amistades y otras
conexiones que destruyen la disciplina y favorecen la deserción allí mas que en España.»
302
Instrucción, CVIII.
303
GUTIÉRREZ AZOPARDO, Ildefonso, «La Iglesia y los negros», capítulo 17 de
Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (siglos XV-XIX), I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos-Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo, 1992,
pp. 321-337.
304
Instrucción, XCVII, XCVIII y CXXXIII-CXXXVIII.
160
El conde de Floridablanca y la política de su época
en los mares, como bien lo había padecido Carlos III cuando era
rey de las Dos Sicilias, y ésta mantenía la hegemonía continental en
Europa, tratando de servirse de España para sus intereses. De esta
manera a la Monarquía Católica le tocaba mantener su posición en
el concierto internacional entre dos naciones que sí eran primeras
potencias, y de cuyos movimientos dependía en mayor o menor
medida.
La Instrucción expone con pormenor cuales eran los principios en los que Floridablanca pensaba debían cifrarse las relaciones
con otras naciones305. Es un plan político de paz306 y amistad, más o
menos intensas, según los casos. Afirma que España apenas tiene
pretensiones territoriales con algunas salvedades, la ya señalada
de Jamaica y el desalojo de los ingleses de Campeche y Honduras,
Gibraltar y Portugal. La política internacional que expone la Instrucción es la de una nación, consciente de su debilidad, que no
quiere mezclarse en litigios y conflictos sobre los cuales no tiene un
interés directo. Aunque juega con cierto oportunismo sobre las
alianzas o enfrentamientos entre las potencias, sin embargo no deja
de reconocer que la verdadera política debe fundarse en la religión
y la moral307.
Gibraltar desde principios del siglo XVIII era una vieja herida en la integridad de Castilla. España nunca había renunciado a
recuperarlo, si bien hasta el momento los intentos habían fracasado. Por eso Floridablanca afirma que esta plaza debe adquirirse
bien por vía de negociación o bien por la fuerza, aprovechando la
Instrucción, CCLXXXVIII-CCCXCV.
Instrucción, CLXIII:«Deseo con todo mi corazón que libre Dios a mis amados
vasallos de los horrores de la guerra y encargo a la Junta emplee todo su celo y conato para
impedirla y precaverla con decoro;…»
307
Instrucción, CCCXXXIII:«En oposición de la conducta francesa, no soy de
parecer de que trabajemos por debilitar aquella potencia ni por suscitarla guerras y enemigos, como ella ha hecho con nosotros. La grande y verdadera política está y debe estar fundada sobre las máximas de la religión y sobre las de la rectitud natural, propias de un soberano de España.»
305
306
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
161
ocasión de una guerra308. Moñino no valora en exceso su valor
estratégico, así respecto a los vecinos del norte de África309, como en
lo que toca al acceso del Mediterráneo310, pero aun asi el detenimiento con que se ocupa de esta materia prueba el quebranto
moral que le ocasionaba la soberanía anglosajona en aquella parte
de Andalucía311. En consecuencia, propone mantener la incomunicación de la plaza con el continente, para asi asfixiar las posibilidades de mantener en ella la guarnición militar, la población y el
comercio312. Entre los medios que propone para recobrar la plaza se
encuentran el de la compra313, el de la permuta por Oran314, o el de
la oferta a Inglaterra de algunas ventajas comerciales y de la neutralidad en el Mediterráneo315.
Cuando se ocupa de Portugal, Floridablanca, expresa con
toda claridad la nostalgia de la unidad ibérica316, y por tanto la
esperanza de que aquel reino se incorpore al de España317. Propone
Instrucción, CCCXXXVIII: Nuestros tratados con Inglaterra miran o al arreglo de nuestras posesiones en España e Indias, o al comercio respectivo de las dos naciones. Por lo tocante a España hemos cedido, por ahora, en el asunto de Gibraltar, cuya plaza
conviene adquirir siempre que se pueda, por negociación o por fuerza, en el caso de un
rompimiento. Para la conquista tengo ya dicho a la Junta lo que se puede hacer, cuando la
he manifestado en esta instrucción lo que nos conviene, en caso de guerra. Para la negociación se requiere muchas sagacidad, constancia, tiempo y gasto.»
309
Instrucción, CCCXL.
310
Instrucción, CCCXLI-CCCXLIII y CCCXLVI.
311
Instrucción, CCCXLVII: «Para el dinero (de la compra de Gibraltar) se
prestarían con gusto a cualquiera contribución o arbitrio todos los vasallos, por el dolor
y la vergüenza con que sufren el deshonor del dominio inglés en aquel punto de la península.»
312
Instrucción, CCCXXXIX.
313
Instrucción, CCCXLVII.
314
Instrucción, CCCXLVIII.
Cfrs.: Instrucción, CCCXLIX.
315
Instrucción, CCCLI.
316
Instrucción, CLXIII.
317
Instrucción, CCCLXXV: «Mientras Portugal no se incorpore a los dominios de
España por los derechos de sucesión, conviene que la política le procure unir por los vínculos de la amistad y del parentesco».
308
162
El conde de Floridablanca y la política de su época
se mantenga la paz y concordia con la Monarquía lusa, pero sin
concluir con ella un tratado de alianza318. Con vistas a la unión,
entre otros fines, plantea la conveniencia de seguir con la política
de enlaces matrimoniales entre ambas casas reales319.
En Italia, España tenía intereses espirituales y familiares. Ya
al principio de la Instrucción desgrana las relaciones que se había
de tener con el Pontificado, como institución religiosa. Ahora se
ocupa de él como realidad temporal: «Por lo que toca a los asuntos e
intereses políticos del Papa, en calidad de soberano de los estados que
posee la Santa Sede, no tiene ni puede tener en el aspecto de la Europa
otras relaciones con mi corona y súbditos, que la de comercio y correspondencia igual a la de los demás soberanos de Italia»320.
Respecto a los pequeños principados italianos, con los que se
debe mantener la paz y amistad321, afirma que se ha de conservar,
en combinación con otras potencias europeas, una especie de protectorado322. La principal causa de tal protección se debe a las pretensiones del emperador de Alemania sobre aquella península, y
en especial sobre las Dos Sicilias323. En lo que respecta a estos reinos
reconoce la existencia de especiales vínculos familiares y la presencia allí de importantes intereses materiales de los españoles324.
Francia era entonces la potencia amiga y aliada por antonomasia en virtud de los pactos de familia, sin embargo los juicios de
Floridablanca están llenos de suspicacia y de deseos de indepen-
Instrucción, CCCLXXV-CCCLXXVII.
Instrucción, CCCLXXVIII.
320
Instrucción, CCLXXXIX.
321
Instrucción, CCXCII-CCXCV.
322
Instrucción, CCXC: «Un interés general e indiscreto respecto a la Italia entera puede ocupar en algún tiempo los cuidados de la España, si alguna potencia poderosa
intentaré invadir y subyugar los estados de los principados y repúblicas que ahora posee
aquella hermosa porción de Europa. En tal caso, tanto el Papa como los reyes de las Dos
Sicilias y Cerdeña, potentados de Toscana, Parma y Modena, repúblicas de Venecia, Génova, Luca y otras, merecerían la protección y auxilios de la España, combinada con otras
cortes que pudieren ayudar a los mismos.»
323
Instrucción, CCXCI y CCXCVII.
324
Instrucción, CCXCVI.
318
319
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
163
dencia. Si es el mejor país amigo de España, también puede ser su
más encarnizado y peligroso enemigo325. De la importancia de estas
relaciones internacionales da cuenta la extensión con que se ocupa
de ellas en la Instrucción. Persuadido de lo conveniente que es mantener la paz con el rey cristianísimo326, sin embargo sugiere que
tanto en los aspectos comerciales327, como en los políticos328 y militares329 España debe defender sus propios intereses, sin dejarse
mediatizar por los de Francia, habida cuenta la experiencia que
había de su insincera lealtad.
Con Inglaterra los motivos de reserva y recelo eran múltiples. Con ella siempre se ha de estar «atentos, vigilantes y desconfiados»330, dice Floridablanca, aunque añade que no conviene su ruina
para así evitar la omnipotencia de Francia331. Un punto fundamental que aborda la instrucción es el necesario arreglo con Gran Bretaña de las diferencias que hay en materia de comercio y navegación332. Moñino fiel a su absolutismo monárquico afirma que el régimen parlamentario anglosajón es una de las causas que avala la
escasa fiabilidad que le inspira Inglaterra333.
A lo largo de la Instrucción se percibe una profunda aversión
hacia el emperador de Alemania –la Casa de Austria- «príncipe
bullicioso y altivo»334, al que se pretende separar de Rusia, pues de
Instrucción, CCCXXXIV.
Instrucción, CCCII, CCCIII y CCCX,
327
Instrucción, CCCVI-CCCVII, CCCIX, CCCXI y CCCXXXI,
328
Instrucción, CCCXVI, CCCXVII.
329
Instrucción, CCCXIV, CCCXVIII, CCCXIX, CCCXXI y CCCXXIII.
330
Instrucción, CCCXXXVI.
331
Instrucción, CCCXXXVII.
332
Instrucción, CCCLIII-CCCLXII.
333
Instrucción, CCCXXXV: «Mientras la nación inglesa no tenga otra constitución o sistema de gobierno que el actual, no podemos fiarnos de tratado alguno, ni de
cualesquiera seguridades que nos de el ministerio británico, por más que sus individuos y
el Soberano estén llenos de probidad y otras virtudes. La responsabilidad que aquel gabinete tiene a toda la nación, ya separada o ya unida en su Parlamento, le hace tímido,
inconstante y aún incapaz de cumplir sus promesas.»
334
Instrucción, CCCLXV, CCCLXVII, CCCLXVIII
325
326
164
El conde de Floridablanca y la política de su época
semejante alianza se espera la esclavización de Europa335. En justo
paralelismo se aconseja favorecer las pretensiones del rey de Prusia en el marco de la confederación germánica336. En lo que toca a
Rusia se percibe el peligro que corren las posesiones españolas en
América, ante la expansión de los Romanov desde el norte337.
Respecto a las potencias islámicas se aconseja conservar la
paz con el imperio otomano338 e incluso suscribir un tratado de paz,
si bien a esto se opone, la mala fe de los musulmanes, su voluntad
de acabar con las potencias cristianas y el escándalo que produciría en la católica España339.
Gran preocupación por evidentes razones de seguridad, le
producen a Floridablanca las regencias islámicas del norte de África, especialmente la de Argel, «la más poderosa y más perjudicial de
todas las regencias»340, hasta tal punto que propone, en caso de la
desaparición del imperio turco, que España se establezca en aquellas latitudes341. La política que propone se ha de seguir con estos
enclaves es la de conquistarlos342, pese a la dificultad que entraña,
o la de llegar a tratados favorables con ellos343. Con el rey de
Marruecos la actitud es distinta y de casi completa confianza en
atención a las ayudas que había brindado a España, tanto en tiempo de paz, como de guerra344. Por eso añade que se debe gratitud a
«este príncipe moro», pero de no perseverar en esta conducta se ha
de pensar en ocupar parte de la costa norafricana; sin «esto no tendremos seguridad en el estrecho de Gibraltar, ni en su entrada y salida, ni
podrán florecer nuestro comercio y navegación»345.
335
336
337
338
339
340
341
342
343
344
345
Instrucción, CCCLXIX, CCCLXXX, CCCLXXXI, CCCLXXXIII y CCCLXXXIV.
Instrucción, CCCLXVII.
Instrucción, CCCLXXIII.
Instrucción, CCCLXXIX.
Instrucción, CCCLXXXII.
Instrucción, CCCLXXXVII.
Instrucción, CCCXCI.
Instrucción, CCCLXXXVIII.
Instrucción, CCCXC.
Instrucción, CCCXCII.
Instrucción, CCCXCIII.
13. Fernando VII.
Vicente López.
Palacio Real. Patrimonio Nacional. Madrid.
El 28 de marzo de 1808, el nuevo y flamante rey, Fernando VII, procedió al levantamiento del destierro del conde de Floridablanca, que entonces cumplía en Murcia, ocupado en una subalterna comisión oficial. Al mismo tiempo también fueron
rehabilitados personajes injustamente postergados en años anteriores como Jovellanos, Urquijo y Saavedra.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
167
Con los Estados Unidos, a cuya independencia había contribuido España tanto, se propone una relación amistosa y de favor,
incluso concediéndole en materias comerciales el trato de nación
preferente, pero siempre que antes se hayan arreglado las cuestiones de limites de las Floridas y la exclusión de su salida por el río
Misisipi. Al final Floridablanca añade esta cláusula: «En lo demás,
las discordias que reinan en aquellos estados por la inquietud y amor de
sus habitantes a la independencia, nos son favorables y siempre serán
causa de su debilidad»346.
Tal es el resumen del ideario de Floridablanca, y la forma en
la que él lo puso en boca del rey. Si el respeto por la estructura político-social del Antiguo Régimen coexiste con algunas propuestas,
sobre todo en materias económicas, que anuncian los principios
liberales, resulta patente la falta de paralelismo entre lo político y
el fomento de la riqueza y la producción.
III.
La presidencia de la Junta Central (1808): el preludio de la
tragedia
Los gravísimos sucesos que acaecieron en España a partir del
año 1808, no arruinaron el sistema político de la Monarquía tradicional española. Esta ya no existía. El Antiguo Régimen que se desmoronó primero, ante el ejército napoleónico, y que después pudo
ser cancelado por la obra constitucional de Cádiz, era solo una caricatura de la genuina expresión del monarquismo hispánico. Las
reformas dieciochescas, sobre todo las que se acometieron a raíz
del reinado de Carlos III, habían reducido el cuerpo político a un
esqueleto enclenque de puro mandonismo hermético. La Corona
había tomado con especial empeño el cuidado de pulverizar la opinión social, entre ella la expresada por los cauces institucionales,
que se habían convertido en canales vacíos u ornamentales. Coetaneamente la jefatura del Estado terminó por encarnarse en una rea-
346
Instrucción, CCCXCIV.
168
El conde de Floridablanca y la política de su época
leza decrépita. Como el edificio político no tenía más pilar que la
figura del monarca, carcomida por dentro, a la vez que sucumbió
la propia institución regia, se desengoznó toda la maquinaria política que giraba sobre este eje347.
La contestación social –desestamentalizada y sin conexión
institucional– a la invasión napoleónica evitó la muerte de una nación secular. La misma réplica a la iniciativa constitucional terminaría por desautorizar al régimen liberal que se decía sustentado
por la población.
La España que surgió en 1814 de las ruinas de la guerra y la
revolución tenía que ser muy distinta a la que desfalleció seis años
antes. Por eso unos y otros –liberales y realistas– tratarían de proponer un plan de renovación, queriéndolo vincular a tiempos más
antiguos que los inmediatos precedentes. Sin embargo el tránsito
pacífico del Antiguo Régimen a uno nuevo en el que los españoles
se encontraran identificados en sus ideales e intereses no fue posible. Faltaron muchas cosas, pero principalmente una realeza apta
para sacudir de si, el marasmo caprichoso y arbitrario de que la
había revestido el Despotismo ilustrado. Pero hablar de esto es
adelantar acontecimientos, y sobre todo salirse del arco cronológico de la vida de nuestro personaje, Floridablanca falleció a finales
de 1808, cuando el destino de España se presentaba lleno de incógnitas e incertidumbres, y para él, que seguía apegado al modelo
carlostercista, de peligros.
Desde que en 1792, fue despedido, con pocos miramientos,
experimentó una suerte muy distinta a la que sus merecimientos le
debían haber hecho acreedor. Padeció el destierro, la cárcel y el
procesamiento y en lo que quedaba de reinado de Carlos IV no volvió a figurar en la corte. Extraño e inexplicable premio para el que
había asistido a la monarquía con tanto denuedo348.
Cfrs.: ARTOLA, Miguel, La España de Fernando VII, Madrid, Espasa, 1999,
pp. 41-105.
348
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 551-554.
RUIZ ALEMAN, Joaquín, op. cit., pp. 86-88.
347
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
169
Su total rehabilitación le llegó tardíamente, ocho meses antes
de morir. El 28 de marzo de 1808 el nuevo y flamante rey, Fernando VII, procedió al levantamiento de su destierro, que entonces
cumplía en Murcia, ocupado en una subalterna comisión oficial.
Por este tiempo también fueron rehabilitados otros personajes
injustamente postergados en los años anteriores como Urquijo y
Saavedra. La última ilustración agónica y espasmódica había sembrado el campo de rencores políticos349.
El siguiente día 29 el ministro de Estado, Don Pedro Ceballos
le comunicó por escrito la gracia a Floridablanca350. Solo apenas
unos días habían transcurrido desde la abdicación de Carlos IV y
la asunción de la Corona por parte del príncipe heredero Don Fernando. El ciclo dinástico estaba lleno de irregularidades, de hecho
y de derecho, pero ante la celeridad y la furia de los acontecimientos, nadie se atrevió a imponer el imperio de la legalidad. La presencia de un ejército extranjero, en calidad de aliado, significaba un
raro pacto entre la revolución en armas y una monarquía absoluta.
El nuevo reinado no podía tener unos inicios más enfermos ni un
porvenir más contradictorio.
Acaso por ésta situación tan sombría y compleja Floridablanca no se tomó la molestia se salir de su tierra y presentarse en
la corte. Por su carta fechada en Murcia el 2 de abril se lo comunica a Ceballos con la excusa de ocuparse de las obras y riegos de
Lorca, Totana y Murcia. En la contestación éste, un ministro insumergible que a pesar de su parentesco con el odiado Godoy, consiguió salvar su situación tras la defenestración del odiado favorito, le notificó el recibo de la carta con la comunicación del agrado
del rey, pero sin tan siquiera, por formularia cortesía, testimoniarle la intención de utilizar en el futuro sus servicios. Parecía evidente que Floridablanca era un muerto político, él mismo se debía dar
cuenta de su putrefacción y la misiva de Ceballos se lo había confirmado.
349
350
Ver la documentación contenida en: AHN. Madrid, Estado, 1, P.
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., I, p. 554.
170
El conde de Floridablanca y la política de su época
Pero los sucesos en aquellos meses se desarrollaron con vertiginosa rapidez. En el mes de mayo a la vez que el carcamal
monárquico protagonizaba en Bayona las vergonzosas abdicaciones que rubricaron su ruina, el pueblo comenzaba en España una
auténtica revolución en sentido inverso a la que parece la común
dirección de todo proceso convulso, es decir aferrado a los viejos
principios de la religión y la monarquía. La maquinaria administrativa se desquició, anulada por la obediencia al formalismo sucesorio. Fernando VII había renunciado a la soberanía que recayó en
Jose Bonaparte. El traslado monárquico, incluso se había hecho con
respetable apariencia. El nuevo rey venía cobijado bajo una constitución y una asamblea de notables, no menos representativa que
las cortes fantasmagóricas de los últimos Borbones. La metamorfosis regia se había producido con coberturas más aparentes que la
abdicación de Carlos IV, en la que no habían intervenido ni los consejos ni las cortes. Si el monarca lo era todo, como lo había predicado la Ilustración política, es evidente que los atropellados eventos
del año ocho eran dificilmente rechazables.
La orfandad de la España patriota pronto se reflejó en una
resistencia sin orden ni concierto, manifestada en juntas soberanas.
En Murcia, la cuna de Floridablanca, el 25 de mayo, se produjo el
levantamiento contra los franceses y la formación de una junta que se
proclamó soberana, considerando el poder político residenciado en el
pueblo y representado por los ayuntamientos351. La zozobra, por lo
tanto, era absoluta e indiscutible. Las instituciones que entonces surgieron subvierten los principios hasta entonces vigentes y manifiestan el rompimiento profundo con respecto a la política ilustrada. Pero
inmediatamente se hace necesario un órgano supremo que aúne la
contestación y comienza a hablarse de la convocatoria de las cortes.
La Junta de Murcia se inclina por una y otra propuesta.
Floridablanca por este tiempo no permaneció impasible. Pese
a su ancianidad se incorporó a la Junta de Murcia. Se sabe que
mantuvo correspondencia con Lord Holland, aunque no hay cono-
351
ARTOLA, Miguel, La España de Fernando VII, p. 94.
14. Manuel Godoy, joven guardia de corps.
Francisco Folch de Cardona.
Al llegar al Gobierno Godoy (1795) es quien, para celebrar el triunfo de la paz de
Basilea y borrar, aunque solo en parte, las injusticias cometidas, dispone se absuelva a Floridablanca de la responsabilidad política de sus procesos y se levantara el
embargo y secuestro que se había decretado contra sus bienes en 1792.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
173
cimiento literal de las cartas del aristócrata anglosajón. Pero es fácil
adivinar sus indicaciones para la encrucijada de España a la que
quería dotar de una constitución libre mediante la convocatoria
parlamentaria. Opiniones ambas que Moñino tuvo que oír con evidente horror352.
La Junta de Granada en el verano reconocía una realidad
obvia: el país se había atomizado políticamente en diversas instituciones soberanas e independientes; y proponía la formación de un
órgano federativo que correspondiera a los derechos primitivos y
esenciales de los pueblos.
El sesgo de los acontecimientos no podía agradar a Floridablanca, formado en la escuela de Carlos III353. Opinaba que no convenía una institución federativa, y si una junta con los vocales de
las que hasta entonces se habían creado, solución que al final fue
adoptada354. Un informe que rubricó en Murcia el 19 de agosto de
1808 testimonia cuales eran sus ideas políticas, ancladas en el despotismo ilustrado y sin percepción de los trastornos presentes. Era
un imposible programa de volver al pasado. Entre instituir una
junta central y unas cortes, se inclina con toda claridad por aquella, y su argumento es claramente inerte y anacrónico. Según él, la
junta tendría poderes de decisión y gobierno, mientras que las cortes solo servirían para ejercer la función representativa355. Es decir,
continuaba anclado en el esquema carlostercista, como si en los
meses anteriores no hubiera sucedido nada, como si la realeza indígena, la única que consideraba legítima, no hubiera dejado de existir. No se daba cuenta que la sociedad –o mejor dicho, al menos los
gerifaltes de algunos órganos predominantes en su nueva configuración política de hecho– se consideraba, de derecho, en la plenitud
de poderes para ejercer y conferir la soberanía.
SUÁREZ, Federico, El proceso de la convocatoria a Cortes, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A, 1982, p. 158.
353
ARTOLA, Miguel, op. cit., p. 293.
354
SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 339.
355
ARTOLA, Miguel, op. cit., p. 295.
352
174
El conde de Floridablanca y la política de su época
No es el momento de recordar los numerosos pareceres y opiniones que entonces se cruzaron. La ebullición de las ideas fue enorme y variopinta. Hasta qué punto los criterios formulados por las
elites revolucionarias y patriotas eran compartidas por el común de
la sociedad lo demostrarían los acontecimientos sucesivos.
Floridablanca y el marqués del Villar fueron elegidos por la
Junta de Murcia para que la representaran en la Central, y a Aranjuez marcharon el 7 de septiembre. Por fin, y tras la victoria de Bailen, el 25 de septiembre pudo inaugurarse en el real sitio la Junta
Central y Gubernativa del Reino. Fue elegido como presidente Floridablanca356, y se componía de 35 vocales357. Puede llamar la atención que se escogiera para la jefatura a un viejo ministro de Carlos
III, pero no es sorprendente si se profundiza en las circunstancias
de aquel tiempo. A pesar del carácter vanguardista del movimiento patriota, no por ello prescindió de los antiguos notables, así civiles como eclesiásticos, pues tal era la permanencia, aun precaria, de
los principios jerárquicos del inveterado orden. Para aquellos dirigentes del colapso nacional, al recuerdo nauseabundo del reinado
de Carlos IV, se oponía el luminoso de su padre, voluntarismo político que pronto se mostraría infecundo. Casi parece que pretendían asirse, de momento, a un precedente político, para no caer en la
anarquía o en el vacío histórico, éste sumamente impopular. Floridablanca, tras los resentimientos de un reinado, en el que fue marginado, representaba al político inmaculado que no había sido
herido por las refriegas cortesanas. Después del colaboracionismo
de las autoridades con los franceses estaba investido de la puridad
del patriota. Solo por todo ello pudo ser electo presidente de la
Junta Central, un personaje cuyos principios pronto serían desbordados.
AHN. Madrid. Consejos, 5522, expediente 4. Expediente instruido en
virtud de un oficio de la Junta Central por el que se comunica haber sido nombrado el conde de Floridablanca su presidente. (2 y 3 de octubre de 1808).
357
ARTOLA, Miguel, op. cit., pp. 298-299.
SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 33.
356
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
175
Su actuación no fue especialmente brillante. Toreno afirma que
las únicas personalidades relevantes del organismo eran Floridablanca y Jovellanos. Pero no hay duda que mientras el primero solo
manifestó su agrio carácter y sus intenciones retardatarias, el segundo aportó un pensamiento político sumamente interesante. El asturiano defendía que la Junta delegada de las provinciales ejercía una
función política limitada por las Leyes Fundamentales y abría las
puertas, aun con escrúpulos tradicionales, para la convocatoria de
las cortes. Moñino, sin embargo era partidario de aplazar las resoluciones de fondo y se mostraba desconfiado ante la institución parlamentaria358. Afirma Toreno que era de los que se encontraba atracado en el «estado de cosas de los reinados anteriores». Tras él, se situaron
consejeros de Castilla, eclesiásticos y algunos diplomáticos359.
No hay duda que para el estudioso de las ideas políticas la
aportación jovellanista significa una formula que enriquece una
época no especialmente original, pero también hay que reconocer
que Floridablanca, propugnando la detención de las novedades,
era más práctico y congruente con lo que necesitaba la nación.
Resulta muy difícil defender que en aquellas circunstancias críticas
–el rey cautivo y el ejército más poderoso de Europa en el país– se
planteara la obra de configurarlo políticamente, más allá de lo que
se precisaba para la vigorosa defensa frente al invasor. Cuando al
final los liberales emprendieron la obra constituyente sacrificaron
el patriotismo al partidismo. Y no sería la última vez que lo harían.
Era un riesgo innecesario propiciar la división de opiniones, cuando cualquier fractura perjudicaba una causa común.
La Junta Central lanzó un manifiesto a la nación, en el que considerándose depositaria interina de la autoridad suprema compelía a los
españoles a la defensa de la patria frente al invasor. El documento
contiene un análisis sumamente negativo de la última época de la
monarquía borbónica, y en particular de la privanza de Godoy360.
SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 41
SUÁREZ, Federico, op. cit., pp. 118-119.
360
Ver la respuesta de Godoy con alusión a Floridablanca: Manuel de
GODOY, Memorias, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, pp. 25-30.
358
359
176
El conde de Floridablanca y la política de su época
Respira un apasionado Fernandismo, y apela a los sentimientos y principios tradicionales, monárquicos y confesionales. Pero no se queda
ahí, introduce un plan de reformas para el futuro: habla de unas leyes
fundamentales enfrenadores del poder arbitrario, de las alteraciones de
nuestras antiguas leyes constitutivas exigidas por la diferencia de las circunstancias, y de la consagración de un modo solemne y constante de la
libertad civil. Con toda evidencia ya no se postula un puro retorno a la
monarquía ilustrada361. Las ideas de Floridablanca tenían que resultar, en aquellas circunstancias, anacrónicas.
En los últimos días de su vida, y pese a la carga de los años,
no se mantuvo al margen de los acontecimientos como revelan sus
escritos, ya redactados con letra temblorosa, y en los que se muestra especialmente dinámico.362 La Junta se instituyó en Sevilla el 17
de diciembre, y en éste mismo mes el murciano caía enfermo. La
dolencia interesó vivamente a particulares y corporaciones. El cabildo catedral hispalense según comunica el día 26 al secretario de
la Junta, Don Martín de Garay, resolvió ordenar la celebración en
su propio templo y en los demás de la ciudad de un novenario de
rogativas por su salud. Pero las oraciones no fueron escuchadas,
porque el siguiente día 30 a las seis de la mañana fallecía. La muerte fue sentidísima, lo que sirvió a la Junta para recordar los indudables méritos pasados y presentes del finado. Se acordó que se
celebraran las honras fúnebres en la catedral bética el viernes 31 a
las diez de la mañana y que el periodo de luto durara nueve días.
Como por su oficio Floridablanca tenía el tratamiento de Alteza
Serenísima se le tributaron honores de infante363.
Así terminó la vida pública de nuestro personaje. En el orden
ceremonial y honorífico no podía haberla concluido con mayores
consideraciones, las debidas casi a la misma soberanía. Pero políti-
Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 509-512: Primer manifiesto
de la Suprema Junta Gubernativa del Reino a la Nación Española. Aranjuez, 26 de octubre de 1808. Acuerdo de la Junta Suprema, 10 de noviembre de 1808.
362
Ver estos documentos en: AHN. Madrid. Estado, 1,P.
363
ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 555-556.
361
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
177
camente su intervención en los sucesos del año ocho no perseveraría. La posición como político ilustrado carecía de futuro. La vía
dieciochesca era un procedimiento sin horizontes. Ni prosperó en
el agónico reinado de Fernando VII, ni pudo sostenerse en los tiempos calamitosos o del comienzo del de Isabel II. El pensamiento
político de Floridablanca, en los instantes de su mayor beligerancia, no se correspondería ni con el constitucionalismo de 1812, ni
con el realismo renovador de 1814. Acaso de encontrar alguna zigzagueante continuidad habría que establecerla en expresiones del
moderantismo decimonónico. En el orden económico-social, sin
embargo, si puede hallarse cierta linealidad en el proyecto liberal.
Pero uno y otro pensamiento desconocieron los valores y provechos secundados por el cuerpo de la sociedad. De ahí los penosos
vericuetos de nuestra historia decimonónica.
El programa económico
del conde de Floridablanca
Rafael ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN
Universidad de Oviedo
I.
Introducción
os Borbones, desde que acceden al trono de España, dan
muestras de que están imbuidos de un espíritu reformador
y que el centro de su política será la realización de los cambios que consideran se deben llevar a cabo para alcanzar la modernización que pretenden. Las reformas afectarán al ámbito de la
administración, al de la actividad económica, al de la sociedad y,
también, al de la cultura. Si han sido muy importantes las medidas
político-administrativas de Felipe V, de que se lleven a cabo gran
parte de los cambios se ocuparán los ilustrados en la segunda
mitad del siglo XVIII, y de modo muy especial en el reinado de
Carlos III, que es cuando se ven gran parte de los resultados de esa
política. Es entonces cuando se tiene el fruto de la labor realizada
por los Patiño, Campillo, Ensenada, Aranda, Grimaldi, Jovellanos,
Campomanes1 y, creemos hay que añadir, Floridablanca.
L
RUMEU DE ARMAS, Antonio, El testamento político del Conde de Floridablanca, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962, p. 15.
1
180
El programa económico del conde de Floridablanca
Los ilustrados querían hubiese la mayor felicidad posible
para el pueblo, que mejorase el nivel general de bienestar general,
para lo que era preciso que mejorase el nivel general de renta, pero
sin que por ello se viesen afectadas las bases sobre las que se asentaba el Estado, como era la monarquía absoluta y los derechos privativos de los soberanos sobre determinadas regalías, esto es, sobre
los derechos y prerrogativas de los reyes que conllevaba la soberanía, y, por supuesto, la propiedad privada. También querían que
España recuperase la posición que había tenido en el contexto
internacional.
Los ilustrados que propugnan y defienden el programa
modernizador, tratan de que ese se llevase a cabo sin derramamiento de sangre. No obstante ello, Floridablanca, refiriéndose a
los primeros sucesos revolucionarios de Francia, en escrito al cardenal Bernis, que era embajador de ese país en Roma, le dice que
tal vez esos sucesos sirviesen para reestablecer el orden, como
había pasado en España en 1866 con el Motín de Esquilache, que
condujo a que Aranda comenzase una revolución desde arriba2.
Los ilustrados para dar respuesta a la demanda de cambio
confiaban en la difusión de las ideas y, sobre todo, en la capacidad
que daba el poder. Así, desde las proximidades del Gobierno o
desde el centro de él, trataron de emplearlo para llevar a cabo el
cambio, lo que no podía resultar fácil, tanto por la inercia social
existente como por la resistencia que ofrecían los poderes fácticos,
especialmente la Iglesia3.
En el programa reformador que ofrecen los ilustrados estaba
la modificación del marco jurídico, la mejora de la formación de los
súbditos y la remoción de los obstáculos al cambio, a la moderni-
Carta de Floridablanca a Bernis, fechada el 20 de mayo de 1788, tomado de ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde Floridablanca. Su vida y su obra, Murcia, Universidad de Murcia, Instituto de Estudios Históricos, 1934, p. 39.
3
GONZÁLEZ, Manuel Jesús, «La aportación asturiana a la modernización
del antiguo régimen», Actas del I Coloquio sobre cultura y comunidades autónomas:
Asturias y Cataluña, Oviedo, Universidad de Oviedo, Vicerrectorado de Extensión
Universitaria, 1983, pp. 15-33.
2
15. D. José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, protector del Comercio.
Bernardo Martínez del Barranco
Museo Nacional del Prado. Madrid.
En este lienzo el conde de Floridablanca aparece pintado junto a Mercurio y Plutón, en alusión a su protección a las comunicaciones y el comercio, tanto por tierra como por mar donde reinan ambas divinidades respectivamente. El plano que
se extiende sobre la mesa nos recuerda todos aquellos proyectos auspiciados y
dirigidos por él.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
183
zación, que había, siempre dentro de los límites que imponía el
racionalismo. El programa tenía que defender principios propios
del liberalismo económico, de un sistema económico de mercado,
lo que no era fácil hacer compatible con el marco institucional y
con los intereses económicos dominantes.
II.
El programa de cambio de Floridablanca
El Rey Carlos III debe atender prioritariamente a los asuntos
externos en los primeros años de su reinado, entre 1759 y 1866,
pero desde ese año serán los cambios en la estructura del Estado
los que ocupen lugar principal. La voluntad de modernización será
lo que determine las actuaciones de la monarquía y las reformas se
llevarán a cabo hasta el final del reinado. Para conducir el programa reformista desde el puesto de Secretario de Estado, el Rey hace
venir a Floridablanca de Roma, donde estuvo de embajador desde
julio de 1772, en que llega a ocuparse de la embajada, hasta diciembre de 1776 en que termina su estancia allí, encontrándose el 19 de
febrero de 1877 en El Pardo, donde la Corte hacía su habitual jornada4. Será, pues, Floridablanca, donde desde 1776, quien debe
conducir la política española para promover los cambios que desde
1866 se quieren alcanzar5.
En el ámbito económico lo primero que debía ocupar la atención del Secretario de Estado era la actividad agraria. No se puede
olvidar que España, al igual que los demás países, excepto Gran
Bretaña, que había comenzado el proceso de revolución industrial,
tenía en la segunda mitad del siglo XVIII una actividad económica
en la que la agraria constituía la base de esa actividad, por lo que
reorganizar el sector agrario suponía reorganizar la esfera econó-
ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca. Siglo XVIII,
Madrid, M. Aguilar, Editor, s.a., pp. 10-12.
5
HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Gestión política y reformismo del Conde de Floridablanca, Murcia, Universidad, Secretaría de Publicaciones, 1983, p. 15.
4
184
El programa económico del conde de Floridablanca
mica de la vida del país. En el sector agrario lo primero era tratar
acerca de la concentración de la propiedad en manos muertas eclesiásticas y laicas, no porque el tamaño grande de las propiedades
determinase rendimientos bajos, sino porque esa propiedad estaba
en poder de personas, físicas o jurídicas, incapacitadas legalmente
para enajenarlas, con lo que no podían entrar en el mercado. Las
primeras, las eclesiásticas, comprendían a la iglesia, a los monasterios y al resto de comunidades eclesiásticas, tanto del clero regular
como del clero secular, e incluían a hospitales, a casas de misericordia, a casas de enseñanza, a hermandades, etc., mientras que en las
segundas, las laicas o civiles, estaban los mayorazgos y las vinculaciones, así como los bienes públicos comunales y de propios.
Además, tanto unos propietarios como otros trataban, como era
lógico, de cobrar las rentas más altas posibles, mientras que los precios de los productos eran de tasa, y los beneficios que obtenían no
los reinvertían. El cambio que se pretendía era la formación de una
gran masa de pequeños propietarios, que explotasen directamente
la tierra y que, al ser muchos, no pudiesen controlar el mercado y
determinar el precio de los bienes. Junto a esa situación de la propiedad estaban los privilegios del Honrado Concejo de la Mesta,
que limitaba la capacidad de actuación de los propietarios y, por
ello, el mejor aprovechamiento de las tierras. Pero que el sector
agrario fuese el más importante de la actividad económica no
podía llevar a que si se quería completar un programa reformista
las actuaciones quedasen exclusivamente circunscritas a él. Por ello
Floridablanca quiso promover el desarrollo de la agricultura y,
también, el de «las artes, el tráfico interior y el comercio exterior»6.
No obstante esa intención de llevar a cabo una actuación general,
CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá
observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen»,
FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Tomo 59, Librería de los
Sucesores de Hernando 1924, pp. 213-272. Reeditado por Ediciones Atlas, Madrid,
1952.
6
16. Alberto Lista y Aragón
Grabado. Biblioteca Nacional. Madrid
Alberto Lista escribió de Floridablanca: “[…] entre todas las instituciones, ninguna le mereció más afecto y protección que las Sociedades Patrióticas […] y convencido como estaba de que los mejores planes, las mejores leyes son inútiles a la
prosperidad de la Agricultura y el Comercio para la felicidad pública, si están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus productos […] él consagró
gran parte de su ministerio a la formación de caminos y canales que facilitasen la
comunicación entre las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras
que multiplicasen los puntos del comercio exterior”.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
187
como ha escrito Alberto Lista y Aragón en el «Elogio» que le dedicó, «Floridablanca limitó su solicitud paternal por la España a la
legislación civil» y sus desvelos a «la prosperidad de la agricultura
y el comercio», siendo consciente de que «los mejores planes, las
mejores leyes son inútiles a estos dos ramos de la felicidad pública,
si están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus
productos», por lo que «consagró gran parte de su ministerio a la
formación de caminos y canales, que abriesen la comunicación
interior de las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras, que multiplicasen los puntos del comercio exterior, ello
«mientras las sociedades económicas y los sabios de la nación
meditaban nuevas mejoras para la agricultura» y «nuevos aumentos para la industria»7.
De la amortización se ocupa Floridablanca en el «Expediente
del Obispo de Cuenca»8, refiriéndose a ella como enfermedad gravísima, enfermedad que nadie puede negar y que no la habían contenido los innumerables remedios aplicados. El fiscal señala que ha
observado que, en las leyes eclesiásticas y en la conducta del clero
respecto a las manos muertas, estaba comprobado el daño y que no
habían «bastado, ni los remedios que se coligen de las disposiciones canónicas, ni los que ha promovido la potestad temporal».
Anota diferentes formas de incorporación de bienes a esos patrimonios, de forma que «el término final de los mayorazgos y otras
sucesiones perpetuas viene a ser regularmente el llamamiento de
una mano muerta, de que el Fiscal ha visto mucho en las diferentes fundaciones de casi todas las provincias de España, que ha
reconocido en la carrera de su profesión para la defensa de varias
LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del Serenísimo Señor Don
José Moñino, Conde de Floridablanca, presidente de la Suprema Junta General
Gubernativa de los Reinos de España e Indias», FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras
originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, p. 519.
8
CONDE DE FLORIDABLANCA, «Expediente del Obispo de Cuenca , en 23 de
mayo», FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, pp. 1-68. También, ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde
de Floridablanca. Siglo XVIII, Madrid, M. Aguilar, Editor, s. a., pp. 41-57.
7
188
El programa económico del conde de Floridablanca
sucesiones». Añade que «las riquezas de América, adquiridas bien
o mal por los que pasan a buscarlas en aquellas remotas regiones,
vienen todos los días para emplearse a beneficio de todo género de
obras pías» y que «en el Consejo hay por incidencia algunas disputas respectivas a este punto».
Comprueba el Fiscal que es muy fácil la incorporación de
bienes al patrimonio de las manos muertas, pero que, por el contrario, resulta muy difícil que salgan de esa situación. Así, no ha
sido resuelto ese problema aunque, como dice, «las Cortes claman
desde el reinado del señor Carlos I contra la adquisición de manos
muertas, anunciando la próxima destrucción del Reino si no se atajaba, poniéndolas prohibiciones absolutas de adquirir y aún obligándolas a vender a seglares los bienes raíces sobrantes, reduciendo en los claustros a un justo número sus individuos». Añade, que
el remedio no se puso, sino que, por el contrario, «en tiempo de
Felipe II se multiplicaron los conventos a título de reformas, las
fundaciones y las capellanías», lo que «fue arrancando de sus
hogares considerable número de vecinos pobladores, que se habrían conservado en ellos si, en lugar de dejar las tierras a las comunidades los fundadores y dotadores de éstas, las hubiesen ellos
heredado de sus cercanos parientes, deudos y amigos, como la
Escritura y los Santos Padres lo aconsejan».
No se plantea el Fiscal de forma directa lo que suponía la
amortización para que hubiese un sistema económico de mercado,
aunque indirectamente si lo haga. A lo que se refiere es a como incide en que haya menos recursos para el Erario Público y en como
hace que la población se vea afectada y limitada en su crecimiento,
lo que era muy importante para quien hacía depender del crecimiento de la población el crecimiento económico. Abundando en
ello, la amortización la ve inconveniente para la buena marcha del
mundo eclesiástico. En concreto dice, que «una ley prudente y
equitativa para contener la amortización es convenientísima y aun
necesaria al Estado y a la mejor disciplina eclesiástica». En la «Instrucción reservada para la Junta de Estado», refiriéndose a la amortización de bienes, señala Floridablanca que «puede haber dos
medios para detener el daño futuro y reparar el pasado». Uno,
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
189
«que no se amorticen los bienes en lo venidero» sin licencia y conocimiento de causa«, y otro, «que se puedan y deban subrogar en
frutos civiles las dotaciones pías, quedando libres los bienes estables, de manera que con censos, juros, acciones de banco, efectos de
villa, derechos o rentas enajenadas de la Corona y otros réditos
semejantes, que no estén sujetos a deteriorizaciones, reparaciones
y cultivos, como las casas y tierras, se aseguren la subsistencia y
cargas de las fundaciones perpetuas». Esas providencias propone
se establezcan «por escala, con prudencia y suavidad», comenzando por las «provincias y pueblos o casos particulares en que haya
fueros o privilegios de población que impidan la amortización de
bienes». También propone que se prohíba «que los bienes se hagan
perpetuamente inenajenables o invendibles sin Real licencia», con
lo que también se evitaría «el perjuicio que igualmente causan los
mayorazgos o vinculaciones»9.
En la «Respuesta» de José Moñino, Fiscal del Consejo, en el
«Expediente causado con motivo del recurso hecho a Su Maj. por
el Diputado de la Provincia de Extremadura»10, consecuencia de
la Real Orden de 20 de julio de 1764, se analiza cual es el estado
del sector agrario en la referida provincia, partiendo de que la «la
crianza y la labranza» son los «manantiales de la subsistencia y
poder del Estado». Respecto a la agricultura de Extremadura,
señala que está deteriorada y casi extinguida y que la crianza de
sus ganados se encuentra en la mayor decadencia. Se acusa al
ganado trashumante y a los abusos de los privilegios de la Mesta
de ese estado de la agricultura y de la ganadería y procede la
«inspección, que depende de considerar las circunstancias de los
hechos, que resultan justificados, y combinarlos con la constitución, y progreso de este Cuerpo, que se llama Concejo de la
CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada», pp. 214-215.
«Respuesta de el Señor D. Joseph Moñino», Memorial ajustado, hecho en
virtud de Decreto del Consejo, del Expediente consultivo que pende de él, en fuerza de Real
Orden comunicada por la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda, con
fecha en San Ildefonso de 20 de julio del año de 1764, Por D. Joachin Ibarra, Impresor
de Cámara de S. M. y de la Real Academia de S. Fernando, Madrid, MDCCLXXI.
9
10
190
El programa económico del conde de Floridablanca
Mesta». Lo primero que se observa es que los ganados trashumantes ocupan los más y mejores pastos y tierras de Extremadura, que las labores de la tierra están reducidas, deteriorada la
crianza de ganado estante y «lleno de maleza aquel feracísimo y
dilatado territorio». Hechas las comprobaciones necesarias, el
Fiscal del Consejo concluye que ha sido la posesión y ocupación
de los pastos por los trashumantes y sus abusos lo que estrechó
los plantíos de viñas, las labores y las cosechas de granos, disminuido el ganado vacuno, tan necesario para el cultivo y beneficio
de la tierra, empobrecido a los vecinos y destruido sus granjerías.
Reafirma que «si se considera bien lo que es la posesión privilegiada, que se ha introducido a favor de los trashumantes, y los
efectos, y extensión que se le ha dado, se conocerá fácilmente que
ella, y su uso privativo, con exclusión de los demás ganados, ha
sido el primero y más principal origen de todo el mal que se experimenta». Con todos los privilegios que habían ido adquiriendo
los ganados trashumantes, porque «han tenido abiertas todas las
puertas para adquirir las posesiones de pastos» y «fuertes cerraduras para negar la entrada a otros», era inevitable «que se apoderasen de todos los pastos del Reino, que extinguiesen las labores y que sucesivamente se arruinasen labradores y ganaderos
estantes». Era inevitable sucediese eso porque, además, los dueños de las dehesas, «que han creído ser la víctima de los trashumantes, por la ley que les daban en los precios, y por la libertad
que les quitaban, se han hecho ganaderos». De otra parte, la
extensión de la ganadería llevaba a que los ricos montes fuesen
quemados para que aprovechasen «los tallos tiernos los ganaderos». Consecuencia de todo eso era la despoblación, por «la facilidad de arrojar y despojar los colonos de sus tierras arrendadas,
haciéndose los dueños de ellas granjeros y apoderándose, en perjuicio de la Corona, de los términos realengos y públicos», con lo
que se han «extinguido en Castilla la Vieja más de 1.500 pueblos,
que a 20 vecinos cada uno, hacen 30.000 vecinos menos en las
provincias de que se compone». Concluye el Fiscal del Consejo,
que los intereses de los trashumantes y de los granjeros, cuando
se «exceden», son diametralmente opuestos «al aumento de la
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
191
agricultura, de la población, de las manufacturas y de la paga de
contribuciones».
Analizada la situación, en el que califica de prolijo y difícil
Expediente, el Fiscal del Consejo propone que se prefiera a los
naturales del país a los forasteros en el aprovechamiento del terreno, para lo que se les debe dotar «por medios constantes y permanentes de las necesarias tierras y pastos, fundándose este concepto
en reglas de derechos y de equidad intergiversables». De ello resulta la aplicación de los terrenos a los cultivos y disfrutes para los
que eran más adecuados, por lo que había que alzar las trabas e
impedimentos que la legislación mal entendida de la Mesta les ha
puesto, de lo que dimanó «estrecharse las labores y los pastos mismos, volviéndose en selvas montuosas los que deberían ser campos amenos y fructíferos, o dehesas cuidadas, con abundante y
provechosa hierba, corrigiendo el beneficio la lozanía espontánea y
desaliñada del terreno». Para que aumentase la población, y con
ello hubiese crecimiento económico, todo vecino debía tener «una
dotación congrua para ser útil al Erario y al Estado», por lo que
debía promulgarse una ley agraria, una ley que, sin alterar los
dominios, pusiese orden en el repartimiento de los terrenos públicos y en los arriendos de los particulares. Reitera el Fiscal, con claras ideas poblacionístas, que la población es el principal objeto de
todo buen gobierno. Por ello, la labranza debía tener «el primer favor» y como «la labranza sin ganado rinde pocas ventajas al labrador», se sigue que el labrador debe ser dotado de pastos, con preferencia a cualesquiera otros habitantes, para lo que debe haber
reglas claras, reglas que no puedan ser susceptibles de controversias ni de disputas, por lo que el Consejo debía fundarse para establecerlas en cálculos y observaciones hechos por personas ilustradas. Se debía preferir en los arrendamientos hechos por los particulares a los vecinos y que la Mesta reconociese ese derecho. Dada
esa preferencia y la distinción de los terrenos, en cuanto a su naturaleza y destino, no podía haber duda acerca de lo que convendría
ordenar, ni respecto al modo como debía procederse, por lo que la
ejecución sería fácil, teniendo siempre presente «el mejor servicio
del Rey y felicidad pública».
192
El programa económico del conde de Floridablanca
Todo llevaba a la necesidad de crear, como base y apoyo de
la ley agraria que se preparase, un Tribunal Supremo que removiese los obstáculos. Ese sería la Real Audiencia, encargada de ejecutar la Ordenanza municipal que se estableciese y de hacer florecer
a Extremadura. La Ordenanza sería la resultante de lo que se concluía en el Expediente y reduciría la actuación de los jueces de la
Mesta a las causas que hubiese entre los miembros del Honrado
Concejo, sin intervenir en los asuntos de los pueblos y sus vecinos,
ni en los de los ganaderos estantes.
Aunque el expediente se refería a Extremadura y, consiguientemente también las conclusiones a las que llegaba, estas se
podían extrapolar. Ello porque conducirían al «sólido establecimiento del derecho público de la Nación, tocante a la población y
al fomento de la labranza y crianza». Si las normas que se preparasen se hiciesen atendiendo a principios de justicia, serían «acomodables a otras Provincias en mucha parte». Por ello, se recomendaba que el Consejo consultase y acordase con el Rey lo que
estimase más acertado, guiándose por lo que se debía haber
hecho y no por las providencias que se habían tomado sin conocimiento de causa y sin proceder al «examen menudo y circunstanciado» que contenía el Expediente, todo ello con «formal
audiencia instructiva de partes».
Respecto a la industria, dice Floridablanca en la «Instrucción
reservada» que la Junta de Estada debería observar que «de los
adelantamientos del comercio y tráfico y de la agricultura» salían
«los medios más eficaces de adelantar igualmente las artes y fábricas, y de llegar a su mayor perfección». Además de eso, «los medios aprobados y experimentados generalmente para la prosperidad de las fábricas» eran, según Floridablanca, la protección de los
fabricantes, tanto naturales como extranjeros, la estimación de todo
oficio mecánico y del que lo ejerciese, así como la libertad de los
artistas para la ejecución de sus ideas y la persecución de los ociosos y desaplicados, todo ello sin perjudicar a la nobleza con «la disminución de las cargas, gabelas y gravámenes de las manufacturas
nacionales y de los artistas». Esos principios, que habrían de ser
comunes a los dominios de las Indias, son los que se han tratado de
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
193
aplicar, para que toda manufactura nacional circulase dentro del
Reino y saliese de él, sin que se cobrase derecho alguno por el tráfico, venta o extracción11.
No obstante esas reflexiones, parece que se contemplaba el
desarrollo en la producción de manufacturas como medio para
sustituir importaciones. Así, en la «Respuesta» al recurso presentado por el Diputado de la provincia de Extremadura, dice el Fiscal
José Moñino que las lanas finas se vendía «al fiado a los extranjeros a los plazos que llaman de Medina», de modo que ellos podían
beneficiar la lana y traer las manufacturas, «para sacar de nosotros
el dinero» antes de que pagasen su importe. Añade, que «las ventas de lanas son tardas, por el mucho aumento que ha tenido la
cosecha de este género», quedando en manos de las naciones
industriosas de Europa la fijación del precio y la determinación de
las salidas, mientras que en España estaba dañada la cría de ganados estantes, «que son aquellos que ayudan a fertilizar y cultivar
las tierras». Era consciente el Fiscal de que había que darles salida
a las lanas finas sobrantes, mientras en el Reino no se restableciesen las manufacturas necesarias para beneficiarlas12.
Esa recuperación de las manufacturas parece la dejaba Floridablanca a la iniciativa privada, no dudando la hubiese una vez
que se diesen las condiciones necesarias. Para que las manufacturas españolas se colocasen al nivel de las extranjeras era preciso
hubiese mercados, confiándose en los de las Indias para las salidas
y en la mejora de las vías de comunicación para los consumos
internos. Además, se facilitó la entrada de técnicos y de técnicas y
se dieron incentivos para que la iniciativa privada crease nuevas
plantas y se trata de obstaculizar la entrada de productos del exterior que compitiesen con ventaja con los nacionales. Esto no es con-
CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá
observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen»,
p. 225.
12
«Respuesta de el Señor D. Joseph Moñino», pp. 66 vuelta y 67.
11
194
El programa económico del conde de Floridablanca
tradictorio con la defensa de ideas propias del liberalismo económico, pues mientras no hubiese capacidad para competir era preciso ser consciente de ello si no se quería tener la demanda desatendida.
Para que se diese la recuperación de la actividad manufacturera, y de la económica en general, era preciso que el comercio desempeñase papel principal. Así, respecto al comercio con las Indias,
desde 1765 se va permitiendo comerciar desde los distintos puertos españoles, de forma que en 1768 prácticamente todos esos
puertos podían comerciar con aquellos territorios. En cuanto al
comercio interior, se defiende que lo que es bueno para uno también es bueno para otro y se trata de reducir las trabas que lo dificultaban. Se señala que Floridablanca, siguiendo consejos del banquero Francisco Cabarrús , elaboró un programa para el comercio
que lo defendía de la competencia del exterior, mientras no se
pudiese alcanzar la liberalización plena13.
Una de las grandes preocupaciones de los ilustrados era el
fomento de los intercambios, porque con ello mejoraría la productividad y habría crecimiento económico. Para favorecer esos intercambios, y con ello la especialización, se requería, entre tras cosas,
que hubiese mejoras en las comunicaciones. Las obras públicas,
por tanto, tenían que ocupar lugar importante en las preocupaciones de Floridablanca, y del progreso en esas realizaciones hacía
depender, en gran medida, el adelanto en otros ramos de la actividad económica. Consideraba que disponer de una red de caminos
y de canales era cuestión de importancia principal. Ya antes de que
Floridablanca alcance el alto puesto que tuvo en el Gobierno hubo
muy grande desarrollo en ese ámbito, pero fue, sin duda, con él
con quien ha tenido crecimiento especial, aunque no haya sido
tanto como ha señalado.
Antes de Floridablanca accediese a el alto cargo de la administración que ocupó se expide el Decreto de 10 de junio de 1761,
13
HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Gestión política y reformismo del Conde de Floridablanca, p. 17.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
195
con Reglamento de 2 de diciembre, que hace al Estado responsable
del impulso dado a la red viaria y tiene como finalidad la realización de caminos rectos y sólidos en España, para facilitar las comunicaciones y el comercio entre las provincias y que da prioridad a
las de Andalucía, Cataluña, Galicia y Valencia. Además de que se
buscase facilitar esas comunicaciones, también se quería mejorar
las que había con los puertos que se veían como principales para el
comercio con América.
En el Decreto hay lamentaciones acerca del mal estado en
que se encontraban los caminos, lo que dificultaba el tráfico siempre y lo impedía algunos meses del año. Eso no sólo era un obstáculo grande para el intercambio de mercancías entre los diferentes
lugares del territorio peninsular e insular sino que también frenaba el comercio exterior, además de hacer subir los precios de modo
importante, por la escasez y por los altos costes del transporte.
Floridablanca también se ocupó desde 1778 de la Superintendencia de Caminos y se toma este año como el de partida para ver
las realizaciones que hubo durante su mandato. Se señala que
desde el año 1779 la red de caminos española tuvo un crecimiento
no superado, excepto en los primeros años del siglo XIX, hasta la
década de 1840-1850. En los años en que Floridablanca tuvo esa
responsabilidad son construidos 1.700 kilómetros de carreteras
generales: 500 en la de Madrid a La Junquera; 400 en la de Madrid
a Cádiz; 350 en la de Madrid a La Coruña; 300 en la de Madrid a
Irún; 100 en la de Madrid a Badajoz, y 50 en la de Madrid a Barcelona. Esos kilómetros construidos eran el 46,6% del total de los
caminos que había, que alcanzaban la cifra de 3.650 kilómetros. A
esos kilómetros construidos se pueden sumar otros 300 de la red
transversal14. Sin duda eso supuso un impulso grande a la red viaria española y ello tuvo que favorecer al comercio y al crecimiento
económico en general.
14
MADRAZO, Santos, El sistema de transportes en España, 1750-1850, Vol. I. La
red viaria, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos/ Ediciones Turner, 1984, p. 165.
196
El programa económico del conde de Floridablanca
Como decimos, no han sido sólo las realizaciones en la red
viaria las que han ocupado la atención de los gobernantes. También en el reinado de Carlos III se llevó a cabo un importante plan
de canalizaciones de redes fluviales. Una de las realizaciones fue la
del Canal de Castilla, con el que se pretendía acabar con el aislamiento de la Submeseta Norte, para lo que era preciso, además,
vencer el obstáculo físico de Reinosa, para comunicarla, vía Santander, con el mar, y el de Guadarrama, para conectarla con la Submeseta Sur. Aunque ninguno de los canales que son proyectados
quedan totalmente terminados, si bien en 1792 se une el canal del
Norte con el de Campos, la empresa fue muy importante para acabar con el aislamiento castellano. El Canal Imperial de Aragón,
impulsado en un principio por el conde de Aranda, se construye en
el último tercio del siglo XVIII, intensificándose la construcción
entre 1776 y 1792. La caída de Floridablanca llevó a la paralización
de las obras. No obstante eso, las construcciones han beneficiado a
muy importantes extensiones de tierras.
Tal vez merezca mención especial el proyecto de unir por
medio de una vía navegable el Guadarrama con el Guadalquivir.
La idea se debió a la Dirección del Banco de San Carlos, que el 7 de
mayo de 1785 presentó un escrito al conde de Floridablanca solicitando permiso para la realización del proyecto15. Se aducía, como
se expone el la Memoria leída en la que fue Cuarta Junta General
del Banco, que lo que obtenía el establecimiento en las operaciones
de descuento, con los suministros al ejército y con la extracción de
plata, debían ser medios que sirviesen para fortalecerlo, hasta el
punto de emprender las grandes operaciones a las que estaba destinado, operaciones que promoverían la felicidad pública. Con esa
vía circularía mejor la riqueza, se abaratarían los bienes y, también,
la construcción del canal daría trabajo a una cuarta parte de los
15
Representación que hizo a S. M. la Junta de Dirección del Banco nacional de
San Carlos por mano del...Conde de Floridablanca...para emprender la obra del nuevo
canal desde el río Guadarrama a Madrid...: descripción del mismo... tabla de las excavaciones y terraplenes, Madrid, en la Imprenta de Benito Cano, 1787.
17. El marqués de la Ensenada
Copia anónima de un original de Jacopo Amigoni.
Museo Naval. Madrid.
Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, (Hervías, La Rioja,
1702 - Medina del Campo, Valladolid, 1781). Procedente de una familia de hidalgos, fue incorporado al servicio de la Monarquía por Patiño, quien le reclutó como
oficial del Ministerio de Marina durante la preparación de una expedición a Ceuta
(1720). Ascendió progresivamente en la carrera burocrática hasta el puesto de
comisario de Marina en El Ferrol (1730). Pero lo que le encumbró políticamente
fue su eficaz labor como organizador de la escuadra española destinada a reconquistar Nápoles para el príncipe Carlos (el futuro Carlos III) durante la Guerra de
Sucesión de Polonia (1733); sus servicios fueron premiados con el título de marqués de La Ensenada en 1736.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
199
vasallos del Rey que estaban desocupados y se dedicaban a la mendicidad.
En la Junta de accionistas celebrada en diciembre de 1785 se
presenta la propuesta de construir un canal navegable del Guadarrama al Océano, lo que entraba dentro de lo que contemplaba la
Cédula de fundación del Banco como actividades propias del establecimiento. Para hacer el diseño del proyecto y ocuparse de la
dirección de las obras es designado el ingeniero Carlos Lemaur,
militar francés, que fue nombrado ingeniero en 1744, ingresó en el
ejército español en 1750 y «recibió las patentes de ingeniero ordinario y capitán»16. El proyecto que preparó contemplaba la construcción de un canal desde el Guadarrama hasta Espeluy y Sevilla. La
obra que proyecta el ingeniero tendría, de llevarse a cabo, 771 kilómetros de longitud y un desnivel máximo de 800 metros. Recordemos que en noviembre de 1751 Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, encomendó a Lemaur comenzar los
trabajos preparatorios de los canales de navegación y riego de Castilla, y en junio de 1752 remitió a Ensenada los planos del Canal de
Campos, en julio el de un segundo tramo, de Medina de Rioseco a
las proximidades de Zamora, en agosto el del denominado Canal
del Norte y a comienzos de 1753 terminó el proyecto del tramo de
Grijota a Segovia pasando por Valladolid17.
Comenzarían las obras en el canal que se había empezado a
construir en Madrid, sobre el Manzanares, en las proximidades del
Puente de Toledo, en dirección a Guadarrama y a Aranjuez. Terminado el canal desde Guadarrama hasta Aranjuez se continuaría por
la vía del Tajo al valle del Guadiana y después se aprovecharía la
corriente del Jalón para enlazar con el Guadalquivir y llevar la
navegación hasta Sevilla. El presupuesto de la obra alcanzaba los
110,6 millones de reales y la Dirección acordó añadir un 50%, sin
16
Sobre el Canal de Guadarrama, SÁNCHEZ LÁZARO, Teresa, Carlos Lemaur
y el Canal de Guadarrama, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y
Puertos, Colección de Ciencia, Humanidades e Ingeniería, nº 48, Madrid, 1995.
17
Ibídem, p. 31 y ss.
200
El programa económico del conde de Floridablanca
incluir los intereses de los desembolsos que se hiciesen. La inversión se haría en diez años y el reembolso en veinte. El proyecto y la
aplicación del 1,5% de la extracción de plata para su financiación
fue aprobado por Real Orden de 10 de mayo de 1786. Del ambicioso proyecto quedó el canal del Guadarrama al Manzanares18.
Era consciente Floridablanca, como expone en la «Instrucción reservada», de que para la realización de todo su programa se
requerían recursos y se piensa en llevar a cabo una reforma tributaria, que además de permitir disponer de los fondos que se necesitaban avanzase por el camino de la justicia con tanto rigor que
quedasen los tributos cargados con igualdad matemática o aritmética sobre los bienes de los súbditos. También se anhelaba evitar
gastos de administración y formalidades de la cobranza. Esos
deseos, diría Floridablanca, «han deslumbrado a los hombres más
justificados para trabajar por la formación» de la contribución
única, «pero tales deseos, que especulativamente son laudables,
están sujetos en la práctica a tantas dificultades e inconvenientes
que no se ha podido ni podrá jamás verificar la ejecución»19. Se
había pensado en aplicar en los antiguos reinos de la Corona de
Castilla, como se había hecho en los de la Corona de Aragón, la
contribución única y se levantó el conocido como Catastro de Ensenada, pero, como vemos, Floridablanca no sólo no consideró conveniente su aplicación, sino que estaba convencido de que nunca se
aplicaría.
Aduce Floridablanca que no hay ninguna nación, «de las más
activas e iluminadas» que hubiese establecido ni cobrase sus tributos por ese medio de la contribución única, en el sentido que la
tomaban, dice, «los especuladores franceses, ingleses, holandeses».
Añade que todos los Estados de Europa se han visto obligados «a
Ver TEDDE DE LORCA, Pedro, El Banco de San Carlos (1782-1829), Madrid,
Banco de España/Alianza Editorial, 1988, pp. 141-153.
19
CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto en este día, 8 de julio de 1787, deberá
observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen»,
p. 253 y ss.
18
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
201
dividir, clasificar y multiplicar los tributos internos, gravando
todas las especies del consumo ordinario y otras que pertenecen al
lujo, para exigir completa la cuota de las tributaciones precisas
para las obligaciones del Estado», así como «facilitar y suavizar su
exacción». El rechazo a la contribución única provenía de que no
era suficiente que los tributos se cargasen con justicia e igualdad si
no se facilitaba la cobranza, sino que se consideraba que era «más
fácil y más suave toda exacción de tributos, aunque sean graves,
por partes pequeñas o menudas, distribuidas diariamente y en
muchos tiempos o casos, que la de una contribución moderada que
se haya de cobrar de una vez o reunida en un solo tiempo». Añade,
como razones adicionales a su negativa a establecer la contribución
única, tres experiencias propias y nacionales: una, que había hecho
todo lo que había podido para «ejecutar el plan de única contribución, propuesto en el reinado precedente y continuado en éste, y
ello después de inmensos gastos, juntas de hombres afectos a este
sistema, exámenes y reglas de exacción, ya impresas y comunicadas», lo que ha provocado «tantos millares de recursos y dificultades, que han arredrado y atemorizado a la sala de única contribución»; otra, es el Catastro de Cataluña, «que fue menester rever,
enmendar y aumentar muchas veces», para al final tener que
«recurrir a cargar a aquellos vasallos con tributo personal para asegurar la cuota de contribución, y a dejar el tributo...de la bolla y
plomos de ramos, que era una alcabala de un quince por ciento en
los géneros fabricados, y los derechos de puertas sobre varias especies en Barcelona y otros pueblos principales, y la tercera experiencia, era la de los pueblos encabezados de Castilla,»que en sustancia
están reducidos a pagar por concierto una especie de única contribución«.
Si no era conveniente el establecimiento de la única contribución había que mantener las rentas provinciales que se administraban en las provincias de Castilla y León y que, como muy bien
explica Floridablanca, se reducían a tres clases: 1) las tercias reales,
que eran los dos novenos de los diezmos eclesiásticos, habiendo
quedado otro noveno a favor de las parroquias para los gastos «de
su fábrica, material y formal»; 2) las alcabalas y cientos, que se
202
El programa económico del conde de Floridablanca
cobraban o podían cobrar hasta el catorce por ciento del precio en
que se vendían los bienes, muebles o raíces, frutos y mercaderías,
y 3), las «llamadas millones, sisas o tributos, sobre las cuatro especies de vino, aceite y carne y sus agregados de sebo, pescado, cacao
o chocolate, azúcar, etc.», que se adquirían.
Plantea Floridablanca a la Junta si no sería conveniente simplificar las rentas provinciales, dividiendo a los contribuyentes en
seis clases: 1) propietarios de bienes raíces; 2) colonos o arrendadores de bienes raíces; 3) fabricantes y artesanos; 4) comerciantes,
tanto al por mayor como al por menor, sin incluir a los banqueros
y los que giraban con su propio caudal, a los que se dice sería más
justo cargarles los tributos en proporción a sus gastos y familia; 5)
asalariados de la Real Hacienda y empleados en tribunales, oficios
y encargos de la Corona, abogados, escribanos, procuradores,
médicos, cirujanos, etc., y 6) los exentos, esto es, el clero. Con esta
división se piensa podían simplificarse las contribuciones y si el
producto de los tributos que pesaban sobre propietarios, colonos y
comerciantes daban una renta suficiente, rebajar en proporción los
derechos cargados a los consumos.
Como los ingresos obtenidos por la Real Hacienda no eran
suficientes para atender los requerimientos del gasto público, al no
modificarse el sistema tributario existente sólo cabía introducir
nuevos tributos. Floridablanca, redactará un Dictamen, teniendo
presente el proyecto de Francisco Cabarrús y la propuesta del
conde de Gausa, contraria en gran medida a él. El proyecto de Floridablanca, en el que discrepa de lo propuesto por Cabarrús respecto a que los bienes raíces y artificiales determinasen la cuota del
tributo, se fundamentaba en que los tributos habrían de ser proporcionales a las necesidades del Estado y estas a la capacidad de tributar de los súbditos, que no había que introducir novedades en el
sistema sin dar a los tributos nuevos el aspecto de justos, que los
nuevos tributos habrían de recaer sobre las personas más ricas y
hacendadas y que la nueva contribución debería tener la condición
de interina. Teniendo en cuenta esos principios propuso Floridablanca que se gravasen los frutos civiles, entendiendo por tales los
que se producían por: el arrendamiento de tierras, casas y demás
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
203
propiedades, con un tanto por ciento semejante al porcentaje que
se cobraba como alcabala en los arrendamientos o venta de hierbas,
y lo que producían los mesones, ventas, tiendas, molinos de pan,
aceite, papel, batanes y otros artefactos análogos; los productos de
las alcabalas, tercias, diezmos secularizados y otras rentas jurisdiccionales; los réditos de los censos y los de las acciones de las compañías públicas y efectos de villa, y las pensiones, mercedes y sueldos, tanto de los oficios enajenados como de los que provenían de
la Corona. Era pues el tributo de frutos civiles equivalente a las
alcabalas y cientos que pagaban los vasallos por los frutos naturales o de la industria. El Dictamen de Floridablanca dio lugar a la
promulgación del Decreto, sobre arreglo por provincias y partidos
de las rentas provinciales, de 29 de junio de 1785, al que siguió la
Instrucción provisional de 14 de diciembre de ese mismo año20.
Los ingresos que la Hacienda obtenía de los metales preciosos que venían de América servían para cubrir el déficit presupuestario y para saldar el de la balanza comercial. Por ello, era necesario que hubiese regularidad en las llegadas de las flotas. Así, cuando España, junto a Francia, entra en guerra con Gran Bretaña, para
defender la independencia de las colonias británicas en América
del Norte y los barcos ingleses bloquean los puertos de las colonias
españolas en América, esas dificultades se presentan con toda su
gravedad. Al no llegar la plata americana, que el Tesoro necesitaba
para atender sus apremios, es preciso emitir, el 1 de octubre de
1780, Deuda pública por un total de 9,9 millones de pesos (1 peso
= 15 reales). Para que tuviesen aceptación en el mercado los títulos,
que se llaman «Vales reales», éstos son copia de los «Billetes de
Estado» franceses, que tenían la condición de títulos de Deuda y de
billetes, esto es, tenían un interés de 4% y debían ser aceptados en
los pagos del comercio al por mayor. La emisión de esos títulos, de
un nominal de 600 pesos, cubría el empréstito de 9 millones de
20
ANES, Gonzalo, «La Contribución de frutos civiles entre los proyectos
de Reforma Tributaria en la España del siglo XVIII», Hacienda Pública Española, nº
27 (1974), pp. 21-45.
204
El programa económico del conde de Floridablanca
EMISIONES DE VALES REALES
Fecha de emisión
01/10/1780
01/10/1781
01/07/1782
01/02/1794
15/09/1794
15/03/1795
10/04/1799
TOTAL
Valor en circulación
en 1808
De 600 pesos
De 300 pesos
De 150 pesos
16.500
17.667
49.333
53.333
10.000
15.000
44.257
85.757
72.345
80.000
140.000
88.517
208.850
176.479
220.000
195.896
Valor en reales de
vellón y maravedís
149.082.352-32
79.813.270-30
222.869.082-12
240.939.670-20
271.058.823-18
451.764.705-30
799.763.576-16
2.215.291.482-22
1.893.422.682-12
FUENTE: Pedro Tedde de Lorca, «Crisis del Estado y Deuda Pública a comienzos del siglo XIX»,
Hacienda Pública Española, nº 108/109 (1987), pp. 169-195.
pesos hecho por un consorcio de banqueros, entre los que estaba
Francisco Cabarrús, de origen francés aunque asentado en España,
donde desarrollaba su actividad bancaria.
Al continuar las necesidades del Erario público, y dado el
éxito de la primera emisión de Vales reales, hay otra el 1 de octubre de 1781, por 5,3 millones de pesos, en esta ocasión de títulos
con un nominal de 300 pesos, para que pudiesen emplearse más
como billetes. Se dice, para justificar esa emisión, que era para
atender los gastos en que se incurría al tratar de recuperar Gibraltar y Menorca. Circulaban, pues, «Vales reales» por la cantidad de
15,2 millones de pesos, lo que exigía hubiese una oficina para su
gestión y para tratar que su cotización no disminuyese. Esa oficina
podía ser un banco nacional, que se ocupase de la circulación y
amortización de los «Vales», sin que ello interfiriese en el desarrollo de las operaciones propias de un establecimiento de esa naturaleza, incluida la emisión de billetes.
La necesidad que había de esa oficina llevó a que fuese aceptado el proyecto de creación de un Banco Nacional presentado por
Francisco Cabarrús al conde de Floridablanca, que lo avalará. Así,
al día siguiente de la tercera emisión de «Vales reales», que tiene
18. Francisco de Cabarrús (1788)
Francisco de Goya.
Banco de España. Madrid.
Financiero español de origen francés (Bayona, Francia, 1752 - Sevilla, 1810). Hijo
de un comerciante, vino a instalarse en España en 1771 y se naturalizó español
diez años más tarde. No tardó en establecer buenas relaciones en la corte: amigo
de Campomanes, entró en contacto con Floridablanca, ingresó en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y ejerció como consejero y prestamista del
rey Carlos III.
La necesidad que había de esa oficina llevó a que fuese aceptado el proyecto de
creación de un Banco Nacional presentado por Francisco Cabarrús al conde de
Floridablanca, que lo avalará.
Carlos IV le nombró conde en 1789 por los servicios prestados a la Hacienda; pero
enseguida cayó en desgracia, en medio de los temores despertados por la Revolución francesa: perseguido por la Inquisición, víctima de algunos errores cometidos y acusado de malversación de fondos por el ministro de Hacienda, acabó
encarcelado en el castillo de Batres en 1790.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
207
lugar el 1 de julio de 1782, por un total de 14.799.900 pesos, se firma
la Cédula de creación del Banco Nacional de San Carlos. El Banco
nacía, entre otras cosas, para formar una caja general de pagos y
reducción de «Vales reales» y otros efectos públicos, lo que no
pudo cumplir, porque las emisiones de «Vales» se repitió, hasta el
punto de que con la emisión de 10 de abril de 1799 había en el mercado títulos por un total de 147 millones de pesos, por lo que un
año antes, en 1798, es creada la Caja de amortización de «Vales reales»21.
Si la independencia de las colonias británicas en América del
Norte había ocasionado esas dificultades y había traído esas consecuencias, también llevó a que se reflexionase sobre posibles efectos
a más largo plazo, efectos con consecuencias económicas si no se
preveían. Así, al firmarse el Tratado de París por el que se reconocía esa independencia de dichas colonias, Pedro Pablo Abarca de
Bolea, conde Aranda, presenta al Rey una Memoria secreta22, en la
que dice que la independencia reconocida a las colonias inglesas es
para él «motivo de dolor y de temor», por las dificultades que veía
para que España conservase los dominios americanos, ya que
«jamás unas posesiones tan extensas, colocadas a tan grandes distancias de la metrópoli, se han conservado por mucho tiempo»,
decía. Cabría pensar que el temor provenía que el ejemplo de las
colonias británicas fuese seguido por las españolas, pero, sin negar
que eso pudiese suceder, el peligro que contempla es otro, el poder
que podía alcanzar la república federal norteamericana, el poder,
señala, de la «nueva potencia que acabamos de reconocer». Añade,
que esa «República federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha
tenido necesidad de apoyo y de la fuerza de dos potencias tan
Sobre la creación del Banco de San Carlos, TEDDE DE LORCA, Pedro, El
Banco de San Carlos (1782-1829), Capítulos 2 y 3.
22
Memoria secreta presentada al Rey de España por S. E. el Conde de Aranda
sobre la independencia de las Colonias Inglesas después de haber firmado el tratado de
París de 1783, Biblioteca Nacional, MSS. 12966 (33). Reproducida en FRANCO PÉREZ,
Antonio-Filiu, «Las visionarias variaciones del conde de Aranda respecto del ‘problema americano’ (1781-1786)», CES. XVIII, nº. 15 (2005), pp. 65-93.
21
208
El programa económico del conde de Floridablanca
poderosas como la España y la Francia para conseguir su independencia», pero llegará el día «en que será un gigante, un coloso terrible en esas comarcas» y «olvidará entonces los beneficios que ha
recibido y no pensará más que en enriquecerse». Cuando esa
potencia se hubiese enriquecido, considera Aranda, el primer paso
que dará «será apoderarse de las Floridas para dominar el Golfo de
Méjico» y después de haber hecho con ello difícil a la metrópoli el
comercio con Nueva España, «aspirará a la conquista de este vasto
imperio, que no nos será posible defender contra una potencia formidable».
Propone el conde Aranda que España se deshiciese de todas
las posesiones que tenía en América, conservando sólo las islas de
Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y alguna otra que pudiese convenir en la parte meridional, con el fin de que sirviesen de
depósito de escala para el comercio. En los demás territorios, se
constituirían tres reinos, el de Méjico, el de Perú y el de Costa
Firme, poniendo como Rey en cada uno de ellos a un infante,
tomando el Rey de España el título de Emperador. Esos soberanos
y sus hijos habrían de casarse con infantas de España y los príncipes españoles se casarían con princesas de los reinos de Ultramar.
Para compensar esa cesión, el Reino de Nueva España pagaría
cada año una renta en marcos de plata, el de Perú lo mismo en oro
y el de Costa Firme haría el pago en efectos coloniales, especialmente tabaco. Esos pagos, considera, importarían más a España
que la plata que entonces sacaba de América y, además, aumentaría la población, al cesar la emigración que había.
Razona el conde Aranda, que esos reinos de América, «una
vez ligados por las obligaciones que se han propuesto», no tendrían en Europa potencia que pudiese hacer frente a su poder en
aquellos países, «ni el de la España y Francia en nuestro continente», y que sería posible «evitar el engrandecimiento de las colonias
americanas o de cualquiera otra potencia que quisiera establecerse
en esta parte del mundo». Con la unión de esos reinos, el comercio
de España cambiaría los productos naturales por los efectos coloniales que se necesitasen para el consumo, la marina mercante y la
militar «se harían respetar sobre todos los mares», las islas que se
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
209
conservaban, bien administradas y en buen estado de defensa, serían suficientes para el comercio, sin necesidad de otras posesiones,
y, en definitiva, dice, se gozaría de todas las ventajas que daban las
posesiones de América, sin tener que sufrir ninguno de los muchos
inconvenientes que tenían.
Floridablanca no compartía los planteamientos de Aranda
respecto a América, tal vez porque «no contempló, inicialmente, de
forma relevante, el poder expansivo y la cohesión interna de las
Colonias, y lo que esto podría representar en las relaciones con el
nuevo Estado»23. Así, en carta que le dirige, expone que, «por más
que chillen los indianos y los que han estado allá, crea V. E. que
nuestras Indias están mejor ahora que nunca, y que sus grandes
desórdenes son tan añejos, arraigados y universales que no pueden
evitarse en un siglo de buen gobierno, ni la grande distancia permitirá jamás el remedio radical»24.
No obstante esas disparidades, la conveniencia de que hubiese unas relaciones distintas entre la metrópoli y las colonias fue
sentida desde la independencia de las británicas en América del
Norte y durante mucho tiempo. Ya en el siglo XIX, Álvaro Flórez
Estrada, en el Cádiz de 1812, vuelve sobre esa cuestión25. Como
concluye Pérez-Prendes en el Estudio preliminar de la reedición de
la obra de Flórez Estrada, lo que concebía era «una nación de naciones, una comunidad iberoamericana de países libres, iguales,
reconciliados y unidos por vínculos de la sincera cooperación26.
HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Aspectos de la política exterior de España en la
época de Floridablanca, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 1992, p. 164.
24
«Carta de Floridablanca al Conde de Aranda», El Pardo, 6 de abril de
1786. Tomado de FRANCO PÉREZ, Antonio-Filiu, «Las visionarias variaciones del
Conde de Aranda respecto del <problema americano> (1781-1786)», p. 86.
25
FLÓREZ ESTRADA, Álvaro, Examen imparcial de las disensiones de la América
con la España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones, Cádiz, Imprenta de D. Manuel Ximénez Carreño, Calle Ancha, 1812. Reimpresión, con «Estudio preliminar» de PÉREZ-PRENDES Y MUÑOZ-ARRACO, José Manuel,
Madrid, Servicio de Publicaciones, Secretaría General del Senado, Madrid, 1891.
26
PÉREZ-PRENDES Y MUÑOZ-ARRACO, José Manuel, «Estudio preliminar» a
Álvaro Flórez Estrada, Ibídem, p. 74.
23
210
El programa económico del conde de Floridablanca
Volviendo a lo que nos ocupa, que es el programa del conde
de Floridablanca, digamos que el conocimiento del estado de la
población era imprescindible, tanto para saber cuales habían sido
los efectos de la política económica del pasado inmediato como
para adecuar esa política a ese estado si ello era preciso. Por eso,
como se dice en el preámbulo del Censo que se levantó, «varios
cuerpos políticos y personas respetables del Reino han hecho presente al Rey cuan necesario sería repetir la enumeración de gente
que se hizo en el año de 1768». Como el Rey, comprendía muy bien
lo precisa que era esa operación, tanto para conocer «la fuerza interior del Estado», como para saber como había aumentado por el
fomento dado a la agricultura, a las artes y oficios y al comercio,
ordenó el levantamiento de un nuevo censo. Se quería un censo fiable, para lo que había que poner en ello todas las energías, pues se
era consciente de que los pueblos eran temerosos de las quintas y
del aumento de las contribuciones, por lo que había muchas ocultaciones y, sobre todo en tiempo de guerra, disminuía el número de
los habitantes declarados.
El Censo de 1787, que se conoce como Censo de Floridablanca, que es el que se levanta, es, después del de 1768, el segundo que
comprende todas las provincias. El Censo de Floridablanca, que se
considera como el mejor de todos los que se levantaron en el siglo
XVIII»27, da como población de España la de 10.409.879 habitantes,
1.108.151 más que los que presentaba el de 1768, con un aumento
de 2.289 pueblos con 866 parroquias, lo que muestra las inexactitudes que presentaba aquél. Otras pruebas de eso, tampoco necesarias, son, que en 1787 había, según el Censo, 11.044 religiosos y religiosas y 17.213 clérigos, beneficiados, sacristanes y sirvientes de
Iglesia menos que en el de 176828.
Ver ANES, Gonzalo, Las crisis agrarias en la España moderna, Madrid, Taurus Ediciones, 1970, p. 138.
28
Censo español executado por orden del Rey comunicada por el Excelentísimo
Señor Conde de Floridablanca, Primer Secretario de Estado y del Despacho, en el año de
1787, Marid, en la Imprenta Real, 1787.
27
19. Censo español, 1787
En el preámbulo del Censo que se levantó se recoge: “varios cuerpos políticos y
personas respetables del Reino han hecho presente al Rey cuan necesario sería
repetir la enumeración de gente que se hizo en el año de 1768”. Como el Rey,
conocía muy bien lo precisa que era esa operación, tanto para conocer “la fuerza
interior del Estado”, como para saber como había aumentado por el fomento
dado a la agricultura, a las artes y oficios y al comercio, ordenó el levantamiento
de un nuevo censo. Se quería un censo fiable, para lo que había que poner en ello
todas las energías, pues se era consciente de que los pueblos eran temerosos de las
quintas y del aumento de las contribuciones, por lo que había muchas ocultaciones y, sobre todo en tiempo de guerra, disminuía el número de los habitantes
declarados.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón
III.
213
Conclusiones
Sin trabajos en los que exponga sus ideas económicas, hay
que seguir los escritos que desde sus altos puestos dentro de la
Administración salen en forma de alegaciones, instrucciones, expedientes, etc., para aproximarse a los principios económicos que
guiaban las acciones de Floridablanca. Con ideas liberales, y profundamente regalista, buscó el fortalecimiento del Estado y el desarrollo económico. Éste, requería actuaciones en el sector principal
de la vida económica, el sector agrario, la base de la subsistencia
del Estado, con preocupación especial por la acumulación de tierras en manos muertas y por los privilegios de la Mesta. Se considera es necesaria una Ley agraria y años más tarde se encargará a
Jovellanos su preparación. No se olvidaba Floridablanca de la
necesidad del progreso de la industria y para alcanzarlo confiaba
en la iniciativa privada. La mejora en la actividad económica requería, a su vez, mejoras importantes en las infraestructuras y son
muy importantes las actuaciones en la red viaria y en los canales.
Como el comercio es esencial para que los productos lleguen a los
consumidores, ocupó lugar preferente en el ámbito de las preocupaciones, tratando de liberalizarlo hasta donde era posible. El
comercio con América fue objeto de atención especial y se logró
que los principales puertos españoles pudiesen comerciar con las
colonias. Como la Administración pública tenía papel importante,
había que acrecentar los ingresos tributarios. Al no confiar en los
beneficios del establecimiento de la única contribución, seguirán
las rentas provinciales como base del sistema y se añadirá el tributo de «Frutos civiles». Al aparecer graves dificultades en la llegada
de los metales americanos, al bloquear los británicos los puertos de
las colonias españolas en América, fue aceptado el proyecto de
crear un banco nacional. Este atendería a los nuevos títulos de
Deuda pública emitidos, los «Vales reales», y acudiría en ayuda del
Erario público en las situaciones de apremio de éste, sin olvidarse
de la financiación de las obras públicas y dedicándose a las actividades propias de un banco. Ese programa, que no dejaba sin atender ningún apartado principal de la vida económica, se fundará,
214
El programa económico del conde de Floridablanca
desde 1787 en un muy buen censo de la población, que permitía
conocer los efectos de la política económica seguida y hacía posible
el planteamiento de acciones sobre bases más seguras. Tampoco se
olvidó Floridablanca de la educación, pues consideraba imprescindible la mejor formación de los ciudadanos. Las actuaciones sobre
todos esos campos, creemos respondían a un programa, esto es,
estaban perfectamente coordinadas, dentro de las posibilidades
que había.
20. Informe en el Expediente sobre la Ley Agraria
Melchor Gaspar de Jovellanos
Madrid, en la Imprenta de Sancha, 1795.
Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Fondo Antonio Valdés y
González Roldán. Gijón
Floridablanca, con ideas liberales, y profundamente regalista, buscó el fortalecimiento del Estado y el desarrollo económico. Éste, requería actuaciones en el sector principal de la vida económica, el sector agrario, la base de la subsistencia del
Estado, con preocupación especial por la acumulación de tierras en manos muertas y por los privilegios de la Mesta. Se considera es necesaria una Ley agraria y
años más tarde se encargará a Jovellanos su preparación.
José Moñino, fiscal del
Consejo de Castilla (1766-1772)
Santos M. CORONAS GONZÁLEZ
Universidad de Oviedo
I.
La fiscalía del Consejo de Castilla
ajo el signo del reformismo borbónico que instauran los
primeros reyes de la nueva dinastía Felipe V, Luis I, Fernando VII y Carlos III, ministros y magistrados emprenden la modernización de España. Animados por el antiguo espíritu regalista y del nuevo ilustrado, algunos ministros pretenden
continuar la feliz revolución del reinado de Carlos III (1759-1788)
como si fuera en su caso una simple secuencia de la obra precedente de la corte de las Dos Sicilias. Sin embargo, después de los motines de 1766 o motín de Esquilache (que sacudió con fuerza hasta los
cimientos la constitución del Estado), la monarquía volvió la vista al
tradicional gobierno por consejo, y los Consejos de la Monarquía,
especialmente el Consejo de Castilla, consiguieron renovar sus viejas funciones gubernativas, judiciales y legales (despacho de los negocios consultivos, instructivos y contenciosos), ensayadas desde el
medievo. En su papel de promotores de la justicia y el bien público, los fiscales de los Consejos vivieron un papel nuevamente estelar como voz autorizada del mismo rey.
B
218
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
La cabeza visible del movimiento carolino de reformas fue el fiscal del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez Campomanes (17231802). En sus alegaciones fiscales, en sus discursos e informes, en sus
tratados y obras doctrinales, se condensó un pensamiento renovador
que, utilizando la palanca administrativa del Consejo, pretendió
hacerse realidad. Si Feijoo, su maestro admirado, pudo transformar el
panorama cultural español en menos de medio siglo, también él,
siguiendo su ejemplo, quiso hacer eficaz el espíritu crítico de la época
aplicándolo a la reforma global de la sociedad española. Su magna
obra, dispersa en alegaciones, dictámenes, consultas y obras varias de
erudición histórica y jurídica, forjó una nueva imagen de España,
reformista y crítica, precedente claro de la España contemporánea.
Compañero de Campomanes en la fiscalía del Consejo de Castilla durante algunos años decisivos, fue José Moñino y Redondo, el
futuro conde de Floridablanca.1 Natural de Murcia (1728), hijo de un
modesto escribano, se educó en el Seminario de San Fulgencio de esa
ciudad y más tarde cursó leyes en la Universidad de Orihuela. A los
veinte años obtuvo licencia del Consejo para ejercer de abogado ante
los reales Consejos y Audiencias del reino, primeramente en Murcia y
después en Madrid donde llegó a ser, como antes Roda y Campomanes, abogado del duque de Alba. Prestigiado como abogado de renombre, recibidos los honores de alcalde Casa y Corte (1763), se supone
generalmente que su Carta apologética sobre el Tratado de la regalía de
amortización del fiscal Campomanes fue decisiva para su sorprenden-
Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona,
Colección hecha e ilustrada por FERRER DEL RÍO, Antonio, Madrid, 1867, BAE, vol.
59; ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado. El Conde de
Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, 1934; Ídem, «España en 1792. Floridablanca, su derrumbamiento y sus procesos de responsabilidad política», en Revista de
Estudios Políticos, 71, 1953, pp. 91-138; RUMEU DE ARMAS, A., «La gestión política
del Conde de Floridablanca», en Primera semana de Estudios Murcianos. Murcia,
1961; HERNÁNDEZ FRANCO, M., Gestión Política y reformismo del Conde de Floridablanca. Murcia, 1983; Floridablanca. Escritos Políticos. La instrucción y el Memorial. Edición, estudio y notas biográficas de RUIZ ALEMÁN, J., Murcia, 1982; LÓPEZ DELGADO, J. A., La biblioteca del Conde de Floridablanca (Papeletas bibliográficas y notas para
su estudio y reconstrucción), Murcia, 2008.
1
21. Conde de Floridablanca. (1783)
Francisco de Goya.
Banco de España. Madrid.
La figura de la izquierda es el propio Goya. A la derecha el Plan del Canal de Aragón y debajo el libro de Palomino Práctica de la pintura. Es claro el carácter alegórico de la composición (Floridablanca promotor de obras públicas y protector de
las artes) (CASO GONZÁLEZ, José Miguel, Vida y obra de Jovellanos, Caja de Asturias
y El Comercio, Oviedo, 1993, p. 165).
Este primer retrato que realizó del conde de Floridablanca, fue muy importante
para Goya: retratar al primer ministro de Carlos III podía abrirle muchas puertas
en la vida oficial madrileña.
Santos M. Coronas González
221
te encumbramiento a este cargo en 1766,2 aunque sin duda en su elección debió pasar el buen concepto que de él tenía formado Grimaldi.
El 31 de agosto de 1766 fue nombrado fiscal del Consejo de Castilla en sustitución de Lope de Sierra Cienfuegos, de talante conservador y que había sido hasta su promoción a consejero de Castilla la viva
antítesis del pensamiento reformista de Campomanes. En su elección
pesó el criterio de este último, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen del mismo: «Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es uno de los más importantes del
reyno y más arduo de desempeñar. Amor al rey, literatura universal,
y fertilidad de ideas públicas sobre un genio laborioso y de feliz explicación son prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad
y firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo»3. A los treinta
y siete años de edad, Moñino se sumó al grupo de hombres decididos
que desde los Consejos, caso de Aranda, Campomanes o Carrasco, o
desde la Secretaría del Despacho -Roda, Grimaldi- trabajaron por la
reforma global de la sociedad española.
Cuando Moñino llega a la segunda fiscalía del Consejo de
Castilla no se habían apagado aún los ecos del motín de Esquila-
[José Moñino], Carta apologética sobre el tratado de la amortización de el Sr.
Campomanes, en CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., In memoriam Pedro Rodríguez Campomanes, Oviedo, 2002, pp. 361-376.
3
Informe de consulta, Madrid, 3 de agosto de 1766, cit. por GÓMEZ-RIVERO, R., Las competencias del Ministerio de Justicia en el Antiguo Régimen, número
monográfico en Documentación Jurídica XVII, 65-66, 1990, p. 192; en general, CORONAS GONZÁLEZ, Santos M. «Los fiscales del Antiguo Régimen en España» (siglos
XIII-XIX), en VV. AA., Ministerio Fiscal Español, Madrid, 2007, pp. 25-76; Ídem.,
«Campomanes, abogado y fiscal del Consejo de Castilla», en MATEOS DORADO, D.
(ed.), Campomanes doscientos años después. Universidad de Oviedo, 2003, pp. 183210; VALLEJO GARCÍA-HEVIA, J. M., la Monarquía y un ministro, Campomanes, Madrid,
1997; Ídem., Campomanes y la acción administrativa de la Corona (1762-1802), Oviedo,
1998. En los valiosos estudios de VALLEJO o los previos de CASTRO, C. de, Campomanes. Estado y reformismo ilustrado, Madrid, 1996, o los de LLOMBART, V. Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid, 1992, que han resucitado el antiguo
interés campomanista, dan noticias paralelas de Moñino especialmente en su
etapa política que se inicia con su nombramiento como embajador plenipotenciario en Roma (1772) y su nombramiento como conde de Floridablanca (1773).
2
222
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
che.4 Como tal fiscal participó en la depuración de responsabilidades, así como en los graves sucesos subsiguientes: expulsión de los
jesuitas, condena del obispo de Cuenca, y aún redacción por orden
del rey de un nuevo Juicio Imparcial sobre el monitorio de Parma
que dulcificara el tono directo y vivo del escrito por Campomanes.
Por entonces ya eran patentes al monarca sus principales virtudes, que el mismo rey sintetizaba en una fórmula sencilla: «varón prudente y de buen modo y trato»5; juicio regio que comparte Grimaldi
considerándolo «hombre religioso, moderado, dulce e instruido».6 Su
paso de la fiscalía del Consejo de Castilla a embajador en Roma (1772),
fue el inicio de una larga y fecunda carrera política que le llevó desde
la Secretaría de Estado (1777), que comparte con la de Justicia desde
1782, hasta la presidencia de la Junta Suprema de Estado (1787-1792).
Tras un breve ocaso político en la España de Godoy y de Carlos IV terminó gloriosamente sus días en Sevilla como presidente de la Junta
Central encarnando el orgullo de la nación frente al invasor francés.
Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto
modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad. Aunque no es posible
ofrecer un cuadro completo de la actuación de estos fiscales, cuyo
número se aumentó a tres a instancias del presidente del Consejo
de Castilla, el conde de Aranda, en virtud del Decreto de 9 de junio
de 17697, se puede rastrear algunos informes y escritos que permite conocer el pensamiento del fiscal de Moñino, muy influido por
4
CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., «El motín de 1766 y la Constitución del
Estado», en Anuario de Historia del Derecho español XLVIII, vol. I, 1997, pp. 707-719
5
ALCÁZAR, Cayetano, El Conde de Floridablanca y el siglo XVIII. Madrid,
1929, p. 26.
6
ALCÁZAR, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado, cit. p. 100
7
«En calidad de por ahora» se creó la tercera plaza de fiscal del Consejo
de Castilla, según consta en el decreto de nombramiento de Juan Félix de Albinar
«para que con los otros dos fiscales pueda dar curso sin retardación a los muchos
expedientes y causas pendientes y que de nuevo sobrevengan». La nueva fiscalía
22. Origen del motín contra Esquilache
José Amador de los Ríos y Cayetano Rosell
1860-1864 Litografía en negro y al cromo.
En la litografía se trata de recoger los momentos previos al motín de Esquilache
de 1766. Los madrileños cambian a regañadientes su capa larga y sombrero chambergo por la capa corta y el sombrero de tres picos.
Santos M. Coronas González
225
entonces por su mentor Campomanes. Son alegaciones y dictámenes que, a manera de ejemplo, pueden seleccionarse, iluminando
algunos campos de interés entre los muchos vistos y despachados
en la carrera profesional de Moñino entre 1766 y 1772.
II.
Alegaciones del fiscal Moñino
1.
La expulsión de los jesuitas y las providencias ulteriores
pedidas por los fiscales Campomanes y Moñino
Carlos III, por Decreto de 27 de febrero de 1767, mandó extrañar de sus dominios de España, Indias e Islas Filipinas a los regulares de la Compañía y ocupar sus temporalidades por gravísimas
causas relativas a su obligación como rey de las cuales hizo explí-
nacía sin competencias precisas, delimitadas en todo caso con carácter residual
por aquellas bien definidas del fiscal de lo civil y de la Cámara (Campomanes) y
del fiscal de lo criminal, ocupado asimismo con algunos negocios del Consejo
extraordinario (Moñino); por eso, el nombramiento de Albinar se hizo «para todos
los negocios y dependencias que se os destinaren», aunque al tiempo de mandaba al Consejo pleno proponer la clase de negocios que considerase conveniente
para dotación de esta tercera fiscalía. A los pocos días, por Resolución de 19 de
junio de 1769, Carlos III aprobó una distribución por territorios o departamentos
que respetaba en esencia la antigua demarcación judicial de las Coronas de Castilla y Aragón, asignando además a cada fiscalía el conocimiento indistinto de toda
clase de negocios fiscales, contenciosos, gubernativos y criminales, dentro de su
territorio (Novísima Recopilación de las leyes de España 4, 16, 7). A Moñino, como
segundo fiscal, correspondían todos los negocios fiscales de las provincias de Castilla la Nueva, comprendiendo el territorio de la Chancillería de Granada y
Audiencias de Sevilla y Canarias. Esta Real Resolución, recogiendo la tradición de
la defensa fiscal conjunta en los negocios de incorporación o reversión a la Corona u otros que el Consejo estimara de gravedad (1739), dispuso que el los reinos
de Castilla vieran y defendieran estos negocios los dos fiscales de sus provincias
o departamentos, (Campomanes y Moñino) y en los de la Corona de Aragón su
fiscal juntamente con el más moderno de Castilla (Albiñar y Moñino, por entonces). En caso de mayor gravedad e importancia, el Consejo podría acordar oír el
dictamen de los tres fiscales. Ver CORONAS GONZÁLEZ, Ilustración y Derecho. Los fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII. Madrid, 1992, pp. 44-54.
226
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
cita la de mantener «en subordinación, tranquilidad y justicia» sus
pueblos reservando en su ánimo otras «urgentes, justas y necesarias». Para la ejecución uniforme de estas medidas, dio plena y privativa comisión y autoridad al conde de Aranda, presidente del
Consejo de Castilla, con la facultad de proceder a tomar las providencias correspondientes8. La pragmática sanción en fuerza de ley
de 2 de abril, publicada con trompetas y timbales por voz de pregonero público, hizo notoria la determinación del extrañamiento
del reino de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades, así
como las penas contra los que quebrantaran sus disposiciones prohibitivas (regreso al reino de los jesuitas; correspondencia con ellos
y ruptura del silencio impuesto sobre dichas providencias)9.
Pragmática Sanción en fuerza de ley para el extrañamiento de estos Reynos a los regulares de la Compañía, de 2 de abril de 1767, en Novísima Recopilación
de la leyes de España 1, 26, 3. En su virtud, el conde de Aranda remitió a lo largo del
mes siguiente cartas circulares con pliego reservado a todos los pueblos en que
existían casas de la Compañía, con una Instrucción de lo que deberían ejecutar los
comisionados pare el extrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los
regulares (días 1 y 20 de marzo), al tiempo que, para que los tribunales superiores
de la provincias se hallasen enterados de la providencia general y pudiesen auxiliarla, escribió a sus presidentes una carta reservada (20 de marzo); a la vez que se
elaboraron sendas listas de casas, colegios y residencias de los jesuitas en España,
Indias e Islas Filipinas y se dieron advertencias a los alcaldes de Corte y al Comisionado director del viaje de los jesuitas de la Corte hasta Cartagena (31 de marzo)
Colección General de los providencias hasta aquí tomadas sobre el extrañamiento y ocupación de las temporalidades de los regulares de la Compañía que existían en los dominios de
S.M. de España, Indias e Islas Filipinas a conseqüencia del Real Decreto de 27 de febrero y
Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767. Madrid, 1769, Parte primera, pp. 1-3. Ver El
libro de las leyes del siglo XVIII. Colección de impresos legales y otros papeles del Consejo
de Castilla. Edición y estudio preliminar de S. M. CORONAS GONZÁLEZ, Madrid,
BOE, 1996 [vol. I-IV+ Libro Índice], Madrid, 2003 [vols. V-VI].
9
A instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, esta pragmática fue
comunicada a los interesados «por ser justo se hallasen enterados los Jesuitas de
todo, con la formalidad debida para lo que hubiese lugar y evitar cualesquier
genero de equivocaciones», Real Cédula de 11 de abril de 1767, ibídem, pp. 62-64;
igualmente, a propuesta de los fiscales, se dictó la Real Cédula contra los regulares
prófugos de la Compañía que sin licencia real entraran en estos reynos, de 18 de octubre
de 1767; según su informe, habiendo obtenido divisoria de la Curia romana o del
8
23. Pragmática Sanción de Su Majestad en fuerza de ley para el estrañamiento
de estos reynos á los regulares de la Compañía, ocupación de sus temporalidades y prohibición de su restablecimiento en tiempo alguno, con las demás precauciones que expresa.
Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1767.
Archivo Histórico Nacional. Madrid.
La Pragmática Sanción en fuerza de ley de 2 de abril, publicada con trompetas y
timbales por voz de pregonero público, hizo notoria la determinación del extrañamiento del reino de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades, así como
las penas contra los que quebrantaran sus disposiciones prohibitivas (regreso al
reino de los jesuitas; correspondencia con ellos y ruptura del silencio impuesto
sobre dichas providencias.
A instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, esta pragmática fue comunicada a los interesados “por ser justo se hallasen enterados los Jesuitas de todo, con
la formalidad debida para lo que hubiese lugar y evitar cualesquier genero de
equivocaciones”.
Santos M. Coronas González
229
La pragmática fue el punto de partida de una intensa actividad de los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, orientada
a hacer efectivas sus medidas. Así, el 7 de abril, se dirigió a los Jueces Comisionados una Instrucción sobre el modo con que debían
hacer los inventarios de los papeles, muebles y efectos de los jesuitas e interrogatorio por el cual debían ser preguntados sus procuradores, con el fin de cuidar de la administración de los bienes de
la Compañía. Con este motivo, Campomanes , en pedimento de 5
de abril, había expuesto la necesidad de formalizar inventario de
todos los bienes del respectivo colegio casa de la Compañía por los
comisionados nombrados por esconde de Aranda, para cuidar provisionalmente de su administración (I); de hace recuento formal
con testigos autorizados , uno laico y otro eclesiástico, de todos los
caudales (II); de interrogar a los padres procuradores generales y
particulares a tenor de unas preguntas concretas de cuya declaración deducir el cobro de papeles y caudales (III), poniendo en arcas
su importe (IV); de despedir los dependientes asalariados, pagándoles de los caudales de la comunidad (V); de suministrar a los
religiosos la ropa que necesitaran (VI); de inventariar los libros y
bibliotecas de cada Casa, reservándose el fiscal proponer el método oportuno en relación con los manuscritos e igualmente con las
boticas, tabernas, almacenes, panaderías «y otras oficinas sórdidas,
impropias de lugares religiosos» (VII); de cerrar provisionalmente
sus iglesias par evitar irreverencias (VIII) y, por último, de recobrar
de todas las personas tenedoras en confianza de caudales de la
Compañía los mismos, so pena de confiscación de bienes y castigo
ejemplar (IX). A este pedimento fiscal acompañaba el pliego de
preguntas que debían hacerse a los padres procuradores generales
y particulares por los jueces delegados del Consejo Extraordinario
a fin de conocer el estado de sus caudales y su manejo; diez concisas preguntas destinadas a descubrir el monto de dichos caudales
General, se había introducido en España, en especial en Barcelona y Gerona, un
número considerable de sacerdotes y legos, sin permiso real en abierta infracción
de ley (art. IX Pragmática Sanción).
230
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
y aun su destino. En este sentido, «teniendo presente lo pedido por
nuestro fiscal» se ordenaba a los jueces comisionados proceder sin
pérdida de tiempo conforme a dicha Instrucción para, una vez ejecutado, remitir dicha información al Consejo por mano de su presidente o fiscales.
En los meses siguientes se sucedieron los pedimentos del fiscal Campomanes sobre la necesidad de inventariar con método los
libros y papeles existentes en las Casas que fueran de la Compañía,
con una notable Instrucción digna de su bibliofilia para los jueces
comisionados10; asimismo, sobre la conveniencia de reducir todos
los caudales de la Compañía a un depósito general para su resguardo y manejo por lo que de acuerdo con el tesorero general,
Bermúdez de Castro, hubo de redactar una nueva Instrucción sumamente prolija (con seis capítulos y medio centenar de artículos)
destinada a agilizar la actividad de los jueces comisionados, reembolsando a la Real Hacienda de los gastos considerables que había
hecho para el transporte de los jesuitas al Estado pontificio.
Igualmente, a instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, se ordenó a los delegados residentes en los pueblos donde
hubiera casas de los jesuitas, fijar edictos en los pueblos respectivos
para que las personas que tuvieren en confianza o en depósito o
debieran cantidades a dichas Casas, las declararan ante ellos, remitiéndose luego las diligencias por lo tocante a los pueblos de la
Corona de Castilla por mando del fiscal de lo civil del Consejo,
10
Así lo hizo el 22 de abril, presentando un pedimento en el que exponía
la necesidad de ejecutar «con el debido método, distinción y claridad» el inventario de los libros y papeles de las Casas de la Compañía, y siendo así «que el
método de ordenar los papeles no es dado a otras personas, que a las versadas en
negocios y literatura», rechazaba de plano entregar esta diligencia al cuidado de
los escribanos «agenos por lo común de literatura y el idioma latino y demás lenguas en que se hallan los mejores libros», por lo que conceptuaba indispensable
formar una Instrucción que presentó dividida en 24 artículos que reflejaba su
alma de bibliófilo. Esta Instrucción fue remitida por R. Cédula de 23 de abril a los
jueces comisionados para que se arreglaran a ella «literal y puntualmente para la
formación del Índice». Colección general de las providencias, pp. 65-73.
Santos M. Coronas González
231
Campomanes y lo respectivo a los pueblos de la de Aragón, por la
de Moñino, segundo fiscal11.
Ambos fiscales expusieron al Consejo asimismo la necesidad
de reglar la recaudación de los productos de los bienes raíces y rentas poseídas por los jesuitas, uno de cuyos ramos consistía en los
réditos de censos, pensiones, feudos, cánones y tributos que anualmente les pagaban diferentes pueblos del reino, pidiendo que
dichas cargas se pagasen en adelante a los administradores o tesoreros de la provincia, partido o lugar correspondiente. Y así, en su
virtud, por Decreto de 25 de junio se ordenó a la Contaduría General de Propios y Arbitrios comunicar las órdenes subsiguientes a
todos los Intendentes del Ejército y Provincia para que las contadurías respectivas formaran una relación exacta de dichos censos, tributos o derechos, entregando cada pueblo los caudales que les
correspondieran en las tesorerías del ejército, provincia o partido
respectivo, de donde serían trasladados a la Depositaría General
con el fin de acudir con ellos al pago de las pensiones asignadas a
los jesuitas expulsos o a otros fines, a tenor de la pragmática de 2
de abril12.
En esta misma línea de resolver los problemas que planteaba
la ocupación de las temporalidades de los jesuitas, se trató en el
Consejo Extraordinario de las dudas suscitadas en la aplicación de
la orden comunicada por el fiscal Campomanes en 12 de junio
sobre el pago habitual de cuota de diezmos a los arrendadores de
dichas temporalidades; concretamente, si debía pagarse el diezmo
íntegro, como cualquier particular, o si debía seguirse en ello las
costumbres o concordias que tenían ajustadas los regulare con la
iglesias. Ambos fiscales, Campomanes y Moñino, eran del dictamen de que se satisficiese íntegramente el diezmo; en apoyo del
cual se recibió una oportuna representación del deán y cabildo de
Real Cédula de 2 de mayo de 1767, Ibídem, pp. 74-90.
Real Cédula de 7 de julio de 1767 que prescribe el modo con que han de
pagar los pueblos los censos, deudas y cánones que pagaban a los jesuitas, Colección general de las providencias, pp. 93-98.
11
12
232
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
la Iglesia primada de Toledo, a nombre del clero del reino, en la que
se manifestaba el perjuicio y daños que habían padecido las iglesias en la percepción de los diezmos de los bienes de los jesuitas
por los privilegios papales que, desde su institución en 1559, había
gozado la Compañía; fuente permanente, de pleitos seculares y
concordias y que ahora tras «la justa providencia» de extrañamiento, faltando el fin y la causa de dichos privilegios, entendían que
sus bienes debían pagar por entero el diezmo a las iglesias, verificándose por este medio «las piadosas intenciones» de Felipe III así
como la de los diputados de las Cortes y clero del reino. Pasada
esta representación a Campomanes, expuso en su vista tres días
más tarde que las exenciones de diezmos habían sido mal vistas en
todo tiempo» por detraer al clero jerárquico aquellos efectos que
hacen el fondo de su propia dotación»; que fijadas reglas y limites
por el Concilio lateranense, de cuya disposición se formara el cap.
Super, De decimis, tres siglos antes de la fundación de la Compañía, el clero secular había adquirido un derecho indubitable para
no permitir que se dispensase por una disposición conciliar y canónica, de tal modo que apenas lograra la Compañía sus privilegios,
ya los reclamaran las iglesias de España antes los reyes Felipe II y
Felipe III, quienes remitieron su instancia al Consejo para retenerlos; a todo lo cual se sumaban los perjuicios irrogados a la regalía
de la Corona «por ser los diezmos pertenecientes al Real Patrimonio, y gozarlos a su nombre las Iglesias», al margen de estar algunos ya secularizados como las tercias de la Corona, quarta décima,
tercio diezmo y provincia de Aragón. Que, sin embargo, la prepotencia de los regulares había tenido modo de detener el recurso de
protección y retención de privilegios, «en unos tiempos débiles y
llenos de otros cuidados», debiendo las iglesias litigar su justicia
con unos rivales que contaban con la protección de la Curia o firmar concordias «hechas por artificio y seducción» y nulas de pleno
derecho, de donde derivó insensiblemente el dejar de pagar los
diezmos. Por todo y considerando conforme a la equidad y justicia
la pretensión de la iglesia de Toledo y trascendental a todas las
iglesias la regla que se tomase, el fiscal era del parecer de deferir a
su solicitud consultando al rey que los bienes de la Compañía que-
Santos M. Coronas González
233
daran sujetos al pago de diezmos y primicias sin disminución alguna por aquellos a quienes de derecho tocara su percepción, como
se hizo por Real Provisión de 19 de julio de 176713.
En relación con los problemas suscitados por las temporalidades, a finales de julio se remitió una carta circular pidiendo
informe a los comisionados sobre la división «en suertes pequeñas e iguales» de las haciendas de los jesuitas, en la que se adivina una vez más el pensamiento reformista de Campomanes,
secundado por Moñino: «Es uno de los objetos que con preferencia ocupan la atención del Consejo facilitar por todos los medios
posibles el progreso de la agricultura, fomentando y arraigando a
muchos vecinos y labradores útiles, que faltos de terreno propio
emplean precariamente su sudor a beneficio de los dueños de los
terrazgos, con notable perjuicio suyo y del Estado. Para proporcionar este medio oportuno de que reyne en estos dominios la
abundancia, de que penden los artes subalternos de comercio, la
población y en fin, la felicidad pública, se ha creído que será muy
conveniente dividir las haciendas, así de viñas y olivares, como
también de tierras labrantías, que poseían los Regulares de la
Compañía, en suertes pequeñas e iguales, con el fin de distribuirlas precisamente a labradores no hacendados, baxo el canon o
anual tributo conveniente». Para su debida instrucción, los comisionados deberían tratar de las medidas a tomar oyendo a los
prácticos «y aún más que esto, desinteresados y amantes del bien
público» y al personero del común del lugar donde existieran las
haciendas, teniendo presente el espíritu y reglas de la real provisión de 12 de junio de 1767 que prescribía la distribución en suertes de las tierras concejiles de Andalucía, Extremadura y la Mancha. De esta forma, al aire de la nueva situación se ensayaba un
Real Provisión de su Majestad a consulta del Consejo, en el Extraordinario, en la qual se reducen los frutos que se cogieren en las haciendas de las casas
que fueron de los Regulares de la Compañía, a la paga integra de diezmos a los
partícipes a quienes toque su percibo por derecho. Madrid, 19 de julio de 1767 (Ibídem, pp. 99-113).
13
234
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
plan de reforma agraria de corte ilustrado que tuvo continuidad
más tarde en otros proyectos y realizaciones14.
Por lo demás, en la misma circular se prescribían reglas para
formar el inventario de los manuscritos existentes en los colegios y
casas de los regulares, complementarias de la instrucción anterior
de 23 de abril, así como nuevos informes sobre la aplicación de los
bienes de la Compañía en obras pías y en especial en Seminarios
conciliares y casas de misericordia, en algunos de los cuales podría
situarse, por ser fábrica muy grande, seminario de pensionistas
nobles para su educación o de señoritas acomodadas (que sólo
podrían existir en capitales de provincias grandes)15.
Nuevas provisiones, como la de 5 de octubre de 1767 por la
que se reintegraban a los maestros y preceptores seculares en la
enseñanza de las primeras letras, gramática y retórica, monopolizada hasta entonces por los jesuitas; nuevas cartas circulares de
Campomanes para que se hicieran inventarios de los peltrechos de
las imprentas que tenían los regulares de 14 de octubre; o reales
cédulas como la de 18 de octubre contra los regulares prófugos que
sin licencia entraran en el reino, fueron completando la serie de
medidas destinadas a ejecutar el extrañamiento de los jesuitas. En
este sentido tuvo especial importancia la Real Cédula de 14 de
agosto de 1768 que declaraba, «a conseqüencia de las leyes fundamentales del Reyno, disposición de los Concilios, observancia
inmemorial y continua de la regalía de mi Corona», devuelto a dis-
Novisíma Recopilación de las leyes de España, 7, 25, n. 11; Cf. Real
Cédula de julio de 1767, que contiene las reglas a observar en las nuevas poblaciones de Sierra Morena y fuero de sus pobladores. Nov. Recop. 7, 22, 3; se recoge
íntegra en Santos Sánchez, Colección de cédulas, pp. 66-80; cf. Nov. Recop. 7, 22, 4.
5. 6. 7. 9
15
Carta circular de 29 de julio de 1767 (colección general de las providencias, pp. 113-119). En esta petición de informes se incluían las boticas que siendo
de corto valor deberían convertirse en alivio de los pobres, aplicándolos bien al
Hospicio, Hospital o Casa de Misericordia. La Real Provisión de 22 de septiembre
del mismo año, a consulta del Consejo, aplicó las boticas existentes en las casas de
los Regulares de la Compañía a Hospitales, Hospicios y Casas de Misericordia
que estuvieran bajo la real protección.
14
Santos M. Coronas González
235
posición del rey como cabeza del Estado, el dominio de los bienes
ocupados a los regulares de la Compañía y la protección de los
establecimientos píos a que se sirviera destinarlos. Sin embargo,
según se indica en su parte expositiva, se habían ofrecido algunas
dudas sobre las agregaciones previstas en la Pragmática Sanción
por lo que el rey había decidido nombrar cinco obispos para que
concurriesen con los ministros del Consejo Extraordinario a la deliberación del destino que debía darse a dichos bienes, acordando el
Consejo que pasara a los fiscales Campomanes y Moñino para que
propusieran lo que tuvieran por conveniente.
En su dictamen, los fiscales creyeron que el primer paso
debería ser fijar por una declaración solemne la autoridad regia
exponiendo a este fin en 13 de enero de 1768, una documentada
respuesta sobre el dominio adquirido por la Corona en uso de sus
regalías sobre los bienes ocupados a los regulares, los cánones y
lamisca constitución y esencia de la soberanía confieren a el Monarca». Esta legislación, remontada al Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo
en la terminología al uso recogida por los fiscales) en cuya ley 9, 2,
9 se sancionaba la libre disposición por el rey de los bienes de los
eclesiásticos extrañados; que refrendaban los c. 9 y 10 del XVI Concilio de Toledo, conformando así una «máxima nacional del Estado
e Iglesia de España». Dejando a un lado los abundantes ejemplos
históricos de su aplicación y ciñéndose al curso legal de este principio, lo reencontraban formulando en la legislación castellana
bajomedieval, recogida en la legislación recopilada del reino16. Pero
además, probada la vigencia de este principio fundamental, los fiscales destacaban el del consentimiento o concesión del rey para
poder adquirir bienes las iglesias conforme al derecho común de
los romanos, y aun el nacional, habiendo perdido los jesuitas sus
bienes por justas causas de ocupación, una de las cuales era la contravención al pacto de no poseer bienes más que los necesarios a
los colegios pro studentibus. Otro medio de fundar la autoridad real
Fuero Real, 1, 2, 1; Partidas, 4, 2, 4, 5; Ordenanzas de Castilla 2, 2, 1; N.
Recop. 4, 3, 13; 1, 3, 18.
16
236
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
para disponer de los bienes, la ofrecía el hecho de que, perdidos los
bienes de los jesuitas extrañados del reino, pudieran reputarse
como vacantes y de incierto dueño, sobre los cuales resultaba indudable la potestad del rey, por la disposición de los derechos civil y
real. Ahora bien los fiscales recordaban que «los afectos a la curia
romana» podrían oponer que se trataba de bienes exentos sujetos
al pontífice, siendo esta autoridad la que hubiera que intervenir en
su aplicación, como ocurrió en la famosa causa de los templarios;
argumento a su juicio equivocado por tratarse de bienes no exentos sino perdidos «conforme a las leyes fundamentales del Estado
y de la sociedad por las justísimas causas que dieron motivo a la
ocupación de sus temporalidades». En la misma línea clarificadora, dictaminaban no ser bienes confiscados en su sentido etimológico por cuanto no se aplicaban a la Cámara y fisco regios, sino
simples bienes de dominio regio dimanado de extrañamiento, pérdida de temporalidades y ocupación de ellos como vacantes, sobre
los que además poseía el rey derechos indudables a su aplicación
en virtud de la regalía del Patronato.
En consecuencia de todo ello pedían los fiscales que los bienes de los jesuitas expulsos quedaran bajo el real Patronato, procediendo con este concepto a su aplicación y sirviendo esta declaración de preliminar a las deliberaciones sucesivas del Consejo. Sentado el derecho de la Corona a estos bienes, los fiscales continuaron proponiendo los destinos píos a que se podían aplicar, conforme al espíritu de la pragmática sanción en sucesivas respuestas de
2 de febrero y 19 de marzo de 1768. Sobre ellas recayeron consultas
del Consejo en el Extraordinario con asistencia de prelados, exponiendo la conveniencia de erigir seminarios Conciliares, casas de
enseñanza para estudios comunes y útiles al Estado y otras para
educación de las niñas, hospitales y casas de misericordia, que fueron aprobados por el rey.
Finalmente para facilitar el uso y la consulta pública de las
providencias tomadas sobre extrañamiento y ocupación de las temporalidades de los jesuitas de España e Indias, pareció necesario al
Consejo en el Extraordinario que se celebró en 15 de agosto de 1762
a instancia del fiscal, acordar la reimpresión de la legislación susci-
Santos M. Coronas González
237
tada (Pragmática sanción, reales decretos, cédulas, provisiones e
órdenes circulares) en un volumen por orden cronológico. Asimismo en la introducción preliminar a la Parte III, de la Colección general de dichas providencias, se ampliaba esta motivación, apuntando
las nuevas razones de dar prueba de la diligencia del Consejo en el
cumplimiento de los encargos de la pragmática de expulsión y de
instruir a la nación de la serie de destinos dados a las casas y colegios de los jesuitas en la Península e islas adyacentes.
Así llego a hacerse una relación sucinta de los principales sucesos (inventarios, ventas de bienes raíces, destino pío de los edificios de
la Compañía previa declaración fundada en derecho del patronato y
autoridad real para disponer de los bienes ocupados), a la que siguió
la serie de dictámenes fiscales, hechos suyos por el Consejo y confirmados por el rey, sobre los destinos de los bienes pertenecientes a la
enseñanza, (de 2 de febrero de 1768), casas de hospitalidad y misericordia, (de 19 de marzo de 1768), cuidando en este sentido de instruir
proceso particular sobre el destino de cada casa o colegio de los jesuitas de España e Indias, el fiscal de lo civil por lo tocante a las provincias de Castilla, Toledo y Andalucía, y el de lo criminal por lo correspondientes a la de Aragón (prefigurando de este modo, la ulterior
división territorial de competencias de la fiscalía del Consejo), con
informes del diocesano y del juez comisionado de temporalidades.
En esta relación, no se olvidó el Consejo de destacar la «armonía y uniformidad en los dictámenes y la actividad en evacuar
un asunto tan importante», siguiendo el ejemplo de un monarca
que sin fatiga había excedido a todos en atender al despacho del
«prodigioso número de consultas que ha producido este vastísimo
negocio» cuyas últimas resoluciones se publicaron en el Consejo
Extraordinario de 4 de junio de 176917. De su simple lectura se
extrae la prueba del papel fundamental del fiscal del Consejo Campomanes, secundado por el nuevo fiscal Moñino, en la conformación de esta política uniforme y activa del Consejo refrendada por
la monarquía frente a los jesuitas expulsados.
17
Colección general de la providencias, parte III, Madrid, 1769, p. 8.
238
2.
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
Alegaciones fiscales en los expedientes del obispo de
Cuenca (1766-1767)
Una carta del obispo de Cuenca, Isidro Carvajal y Lancaster,
en la que denunciaba la persecución de la Iglesia, «saqueada en sus
bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad»
y a la que atribuía además la ruina y perdición de España, se hizo
llegar al rey por medio de su confesor P. Eleta en abril de 1766. A
instancia del rey, el obispo de Cuenca remitió reservadamente una
representación que se hizo pasar a examen del Consejo por orden
de 10 de junio de 1766 para formar la ulterior consulta regia18.
La representación, una sórdida muestra de lo temporal eclesiástico (»resumido todo se ve que las amarguras del R. Obispo
versan sobre intereses pecuniarios», diría, en su alegación, Campomanes),19 iba dirigida contra la proyectada ley de amortización y
más aun a contrarrestar cualquier otro intento desamortizador,
como el pretendido por el fiscal del Consejo de Hacienda, Carrasco. Su denuncia se centraba en los fiscales y ministros del rey, por
este orden, apuntando con claridad hacia quienes iban dirigidos
sus dardos: «Después que los fiscales y ministros de V.M. se han
dedicado a buscar arbitrios para gravar el estado eclesiástico, poner en ejecución las gracias del escusado y novales…, establecer la
ley de amortización, exigir tributos de las manos muertas, y aminorar el número de eclesiásticos, sobre la escasez que hay de ellos
en muchas provincias del reino, han hallado a su parecer medios
copiosos y justificados para aumentar las rentas reales y van consi-
ALONSO, J., Colección de las alegaciones fiscales del Excmo. Sr. Pedro Rodríguez Campomanes, 4 vols. Madrid, 1841- 1843; vol. II, p. 378 y ss. «El compendio de
las quejas del Obispo se reduce a que la Iglesia está saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad», diría Moñino en su alegación fiscal, Obras originales del Conde de Floridablanca, cit. pp. 1-61. Sobre el eco de
esta representación en altas círculos de la administración y del clero, contrarios a
la política de reformas, C.C. Noel, «Opposition to Englightened Reform in Spain:
Campomanes and the clergy (1765-1775)», Societas 3, 1973, pp. 21-43, 32.
19
Colección de alegaciones fiscales, p. 389.
18
Santos M. Coronas González
239
guiendo que el pueblo trate al clero como a miembro podrido de la
república y a enemigo y tirano de ella20.
Los fiscales, a la vista de los papeles remitidos por el Consejo, solicitaron en su primera respuesta de 19 de noviembre de 1766,
varios documentos e informes complementarios necesarios para
instruir debidamente el expediente. Una vez completado el mismo,
pasó de nuevo a los fiscales, quienes expusieron su parecer de una
manera sucesiva, dejando de lado Campomanes en su respuesta de
16 de julio de 1767, aquellos aspectos tratados antes por su compañero, José Moñino, cuyo informe anterior de 12 de abril del mismo
año examinó ordenadamente los hechos y reflexiones de carácter
económico, con un notable informe sobre la administración de las
gracias del excusado.
Una primera reflexión sobre el derecho que asistía a todos los
súbditos de representar al trono cuanto estimaran conveniente al
bien público y a la recta administración de justicia, «procediendo
con la sinceridad, verdad, moderación y oportunidad que exige el
príncipe Soberano», llevaba a destacar la inoportunidad política de
la representación « en un tiempo en que los jesuitas estaban divulgando por el reino una infinidad de impresos anónimos y especies
que consternaban la piedad de la nación», y aun la ligereza culpable con que el obispo había divulgado sus quejas contra el rey y sus
ministros, incluso ante la Santa Sede, de modo que no podía por
menos de considerar insincera su conducta, deduciendo aún del
conjunto de las cartas y representaciones del obispo, la existencia
de «un agregando de especies inconexas…de una aversión decidida contra el gobierno». De este modo, a juicio de ambos fiscales, la
mutación y el trastorno del gobierno era el objeto último de la
representación del obispo y de los tumultos del año 1766, resonando unas mismas voces en las cartas de queja y en los tumultos, así
como una misma desinformación en sus actuaciones.
Frente al método de exposición deficiente del obispo, los fiscales proclamaban su intento de ceñirse a los hechos que resultaran
20
Ibídem, p. 371.
240
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
probados, exponiendo sus reflexiones con el orden posible21. A tal
fin y tras una consideración preliminar sobre el comportamiento
pasivo del obispo de Cuenca en el desarrollo de los motines de su
ciudad, ocurridos al tiempo de la primera representación, Moñino
y Campomanes pasaron a hacerse cargo de las cartas del obispo. La
primera, de 15 de abril, la consideraba un alegato sedicioso, subversivo y herético contra la autoridad del rey, en la que ya figuraban los cuatro puntos de queja que desarrollaría luego el obispo en
sus representaciones ulteriores: persecución de la Iglesia, de sus
bienes, de sus ministros y de su inmunidad. No hallándose, sin
embargo que el dogma católico, el ejercicio libre de la religión ni el
culto externo estuvieran impedidos para suponer persecución
alguna en la Iglesia, deducían los fiscales que el principal medio de
prueba lo tomaba de las presuntas vejaciones hechas al clero con
excusados, novales, subsidios, diezmos y otras contribuciones debidas al erario por las nuevas adquisiciones posteriores al Concordato de 1737, aunque en este caso, al pedir el rey lo que en virtud
de concesiones pontificias le pertenecía, no hacía sino exigir lo
suyo. De esta forma, desmontando los argumentos de la representación del obispo, Moñino y Campomanes dieron un nuevo repaso
al estado de la Iglesia en España, país en el que el abuso de adquirir por las manos muertas había invertido el orden de las cosas,
haciendo de las comunidades que renunciaban al mundo, casas de
labranza y de los vecinos, casas de mendicantes (»rico el que profesa pobreza y pobre aquel que necesita bienes para mantener su
familia….y sufrir las cargas de la república»). Concluyendo su respectivas exposiciones, de gran dureza estilística y conceptual en el
caso de Campomanes y ajustada a la historia y al Derecho canónico y real de España en el previo de Moñino, se pudo considerar en
la apretada síntesis los papeles del obispo «libelos famosos, llenos
21
«El examen justo y puntual que el fiscal debe hacer de los hechos y reflexiones en que se funda el reverendo obispo, exige que se vaya reconociendo separadamente por el orden mismo con los que propone», diría el fiscal Moñino en su
alegación de 12 de abril de 1767, Obras originales del Conde de Floridablanca, p. 3.
Santos M. Coronas González
241
de falsedades, injurias y suposiciones, con el depravado fin de turbar el reino, aprovechándose de la oportunidad que prestan los
bullicios pasados». Así, el fiscal de lo criminal, Moñino, y el fiscal
de lo civil, Campomanes, coincidían también en pedir en Consejo
pleno una satisfacción pública de las «imposturas» del obispo de
Cuenca, haciéndole saber que si reincidiese en tales excesos sería
tratado con todo el rigor de las leyes. Visto el expediente por el
Consejo pleno, acordó una consulta al rey sustancialmente idéntica a la propuesta por los fiscales, con la que se conformó el rey por
Resolución de 18 de septiembre de 1767, de la que se dio traslado
para advertencia general a los prelados del reino22.
3.
El eco regalista en la Corte de Familia de Parma y la reacción pontificia: el monitorio de 30 de enero de 1768 y las
alegaciones de Campomanes y Moñino
En este ambiente de reforma y oposición de una Iglesia que
se veía «saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad» y que ya sin tapujos denunciaba la responsabilidad de los fiscales del Consejo de Castilla, especialmente
de Campomanes «cuyo celo arrebatado e indiscreto ha causado y
causará imponderable daño en la disciplina regular y secular si
S.M. (A.G.G.) por su innata piedad y devoción no provee pronto y
eficaz remedio»23, se iban a plantear los graves sucesos de Parma
Nov. Recop. 1, 8, 10, n. 7.
Memorial ajustado, hecho de orden del Consejo pleno, a instancias de los señores fiscales, del expediente consultivo, visto por remisión de S.A. a él, sobre el contenido y
expresiones de diferentes cartas al rey del obispo de Cuenca D. Isidro Carvajal y Lancaster, Madrid, 1768 (parcialmente recogido en J. ALONSO, Colección de alegaciones fiscales del Excmo. Sr. D. Pedro Rodríguez Campomanes, Madrid, 1841-1843, 4 vols.) vol.
II, pp. 378 y ss; así como en las Obras originales del conde de Floridablanca, ed. FERRER
DEL RÍO, B.A.E, LIX, pp. 1-61). Coincidiendo con un nuevo momento crucial de la
política española, abierto tras la dimisión de Grimaldi y el posterior arresto de
Olavide por la Inquisición en el mes de noviembre de 1776, se producirían nuevas
denuncias anónimas coincidentes en el fondo y en la forma con las aquí recogidas.
22
23
242
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
que enfrentaron a la Santa Sede con una corte borbónica unida por
estrechos lazos familiares con las monarquías reinantes de España,
Francia y Nápoles24.
La ambición maternal de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, apoyada en sus derechos dinásticos al ducado de
Parma y unida, tal vez, a un difuso intento imperial de recomponer el antiguo dominio italiano de los Austrias españoles, llevó a
una costosa política de intervención militar saldada al cabo, tras un
sinfín de avatares bélicos y diplomáticos, con el reconocimiento de
los derechos sucesorios de los infantes de España, el primogénito
Carlos y su hermano Felipe de Borbón, a los ducados de Parma,
Toscasna y Plasencia. Por el segundo Tratado de Viena de 16 de
marzo de 1731, el futuro Carlos III fue proclamado soberano de
Toscana y Parma, entrando un año más tarde en Florencia pese a la
protesta formal de la Santa Sede que pretendía a la reversión de
estos ducados al patrimonio de San Pedro en virtud de antiguos
derechos históricos. Por un nuevo tratado de alianza entre España
y Francia, el primer Pacto de Familia concertado en el Escorial el 7
de noviembre de 1733, Luis XV garantizó los derechos de Carlos a
sus Estados italianos de Parma, Plasencia y Toscaza, al tiempo que
se comprometía a apoyar la reivindicación de Nápoles y Sicilia
para el segundo hijo de Isabel de Farnesio, el infante Felipe. Sin
embargo, habiendo ocupado Nápoles en 1734 el infante Carlos y
Ver DEFOURNEAUX, M., Regalisme et Inquisition. «Une campagne contre Campomanes en Melanges a la memoire de Jean Sarrailh», París, 1966, I, pp. 299-310 ; M.
AVILÉS FERNÁNDEZ, «Regalismo y Santo Oficio» ; «Campomanes y la Inquisición»,
en PÉREZ VILLANUEVA, J. y ESCANDELL BONEST, B., Historia de la Inquisición en España
y América, I, Madrid, 1984, pp. 1276-1285.
24
BÉDARIDA, H., Les premiers Bourbons de Parme et l’Espagne (1731-1802)
Inventaire analytique des principales sources conservées dans les Archives espagnoles et á
la Bibliothéque Nationale de Madrid, París 1928, obra fundamental que completa las
anteriores de F. CANO, I primi Borboni a Parma. Parma, Ferrari e Pellegrini, 1890 y
de E. CASA, Memorie Storiche di Parma dalla morte del duca Antonio Farnese alla dominazacione dei Borboni di Sagna (1731-1749), Parma, 1894. Para un período posterior,
vid. PALACIO ATARD, V., «Política italiana de Carlos III: La cuestión del Placentino»,
en Hispania, 4, 1944, pp. 438-463.
Santos M. Coronas González
243
cedidos por su padre Felipe V sus derechos dinásticos sobre Nápoles y Sicilia, Luis XV le reconoció inmediatamente como rey de las
Dos Sicilias, recuperando de este modo Nápoles sus antigua condición de reino independiente. Al tiempo y aprovechando la guerra
de Sucesión austriaca que propició la intervención española en el
norte de Italia, el infante Felipe logró ver reconocido sus derechos
a los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla, cedidos por su hermano Carlos en el Tratado de Aquisgrán de 20 de octubre de 1748
que puso fin a dicha guerra.
El matrimonio del infante español Felipe, con Luisa Isabel de
Francia, primogénita de Luis XV, dio un marcado carácter borbónico a la nueva corte ducal que hubo de enfrentar a lo largo de su
gobierno, desde 1749 a 1765, y aún tras la sucesión de su hijo Fernando, la enemiga de la Santa Sede que, sin reconocer el Tratado de
Aquisgrán, siguió protestando por la usurpación de su antiguo
dominio feudal. Este rechazo político se convirtió en abierta hostilidad cuando el primer ministro y hombre fuerte de Parma, Guillermo Du Tillot inició hacia 1764 una política de reformas eclesiásticas paralelas a las emprendidas por entonces en España y Francia25. Culminando una serie de medias legislativas de reforma y
desamortización eclesiástica, un Decreto de 16 de enero de 1768 firmado por el nuevo duque, el joven infante Fernando, sobrino de
Carlos III, prohibió a sus súbditos llevar sus procesos ante tribunales extranjeros, ordenando además que los beneficios eclesiásticos
se confiriesen en sus Estados sólo a los naturales del país e implantando el placet regio para las bulas pontificias. Esta política acabó
por motivar al fin la airada replica de Roma que, siguiendo el
modelo de edictos anteriores, promulgó el 30 de enero de 1768 su
H. SAGE, Dom Philipe de Bourbon, Infant des Espagnes, Duc de Parme, Plaisance el Guastalla (1720-1765) et Louise Elisabeth de France, fille ainée de Louis XV (Madame
Infante), París, 1904 ; BENASSI, U., GUGLIELMO, «Du Tillot. Un Ministro reformatore
del secolo XVIII (Contributo alla storia dell ‘epoca delle riforme)», en Archivio storico per la provincie parmensi, vol. XV (1915) a vol. XXV (1925); el vol. XXIV (1924) es el
dedicado a su política eclesiástica; VENTURA, F., Settecento riformatore, II, La chiesa e la
republica dentro i loro limite (1758-1774), Torino, 1976, p. 214 y ss.
25
244
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
famoso Breve declarando ilegítimos al gobierno de Parma y a sus
resoluciones, e incursos en las censuras de excomunión previstos
en la bula In Coena Domini a cuantos hubieran tomado parte en la
formación del Decreto y le obedecieran en adelante26.
En este trance, las cortes de Madrid, Versalles y Nápoles no
abandonaron a la corte filial de Parma, que en los meses siguiente se
26
Sanctissimi Domini nostri Clementes PP. XIII. Litterae in forma Brevis, quibus, abrogantur et casantur ac nulla et irrita declarantur nonnulla Edicta in Ducatu Parmensi et Placentino edita, libertati, immunitati et jurisdictioni Eccleisasticae proejudicialia. Romae MDCCLXVIII. Ex typographia Reverendae Camerae Apostolicae. Ver
también su texto en Codicis Iuris Canonici Fontes, cura P. GASPARRI, vol. II (Romani
Pontifices A. 1746-1865), typ. Polyg. Vaticanis 1948, pp. 614-620. Estas Letras o
Monitorio se fundaban principalmente en las censuras anuales llamadas in Coena
Domini, suplicadas y reclamadas en los Estados Católicos en todo cuanto ofendían la soberanía y la jurisdicción de los tribunales y magistrados reales. La Bula de
la Cena, así llamada por leerse el día de jueves Santo, pretendía proteger a la Iglesia de los ataques contra su inmunidad y jurisdicción. De origen medieval, leída
en Roma desde la época de Urbano V (1363), su publicación anual ordenada por
Pío V en 1567 para toda la Cristiandad, fue por lo general resistida por los monarcas católicos que la consideraban contraria a sus regalías, en especial, por aquellas
cláusulas que condenaban a los que hicieran leyes contra la inmunidad eclesiástica, impusiesen tributos al clero, ocupasen territorios de la Iglesia o estorbasen la
jurisdicción de los obispos, haciendo comparecer a los eclesiásticos ante los tribunales civiles, cuya absolución se reservaba el romano Pontífice. Cf. J.L. LÓPEZ, Historia legal de la Bula llamada «in Coena Domini», Madrid, 1768; V. LAFUENTE, La retención de Bulas de España ante la Historia y el Derecho, (2 vols.) Madrid, 1865. Por lo
que se refiere al texto en sí, es difícil precisar el concepto heurístico del Breve, más
conocido como Monitorio (de Parma) que en general, puede definirse como un
advertencia pública dirigida bajo pena de censura canónica y cuyo origen remonta a las decretales de Alejandro III (1170 Decr. 1. II, XXI, c. 1-2). La larga nómina
de los actos pontificios, Bulas, Breves, Constitutiones, Rescripta, Epistolae, Litterae Monitoriae, Responsa, Decreta, Decretalia Constituta, Sententia, Interdicta,
Statuta..., así como la posibilidad de refundirse entre sí aunando caracteres de
unos y otros, hace válidas aquellas palabras de Martínez Marina de considerar
obra de talento metafísico definir y fijar la precisa significación de las normas del
Antiguo Régimen. Ver A. VAN HOVE, De legibus eclesiásticis, Malinas. Roma 1930;
J. M. González del Valle, «Los actos pontificios como fuente del Derecho Canónico» en Ius Canonicum XVI, n.º 32, 1976, pp. 245-292. En general, L. PASTOR, Historia de los Papas en la época de la monarquía absoluta (trad. de M. Almarcha) vol.
XXXVI (Clemente XIII) (1758-1769) Barcelona, 1937, p. 521 y ss.
Santos M. Coronas González
245
vio asistida diplomática y militarmente por los embajadores y ejércitos de aquellos reinos. Considerándolo un insulto contra los Borbones, el Breve pontificio fue prohibido en sus Estados al tiempo que
se acordaba una acción conjunta para pedir su revocación y el reconocimiento de la soberanía del infante don Fernando (Memorias de
15 y 16 de abril de 1768). La negativa del Papa Clemente XIII a ceder
en una cuestión temporal, elevada a principio de libertad e inmunidad de la Iglesia por el cardenal Torrigiani, su Secretario de Estado,
llevó a que el 14 de junio las tropas napolitanas ocuparan Benevento y Pontecorvo y el 19, los franceses, Aviñon.
En línea con estos hechos, se sucedieron por entonces en
España las medidas en apoyo de la causa del duque de Parma con
importantes consecuencias internas. El Consejo extraordinario, formado de orden del rey en 1767 con ministros del Consejo de Castilla y de la Cámara y su primer fiscal, Campomanes para entender
de las turbaciones del motín de 1766 y de las medidas a adoptar
(entre ellas la expulsión de los jesuitas), ampliado a fines de aquel
año con los arzobispos de Burgos y Zaragoza y los obispos de Tarazona, Albarracín y Orihuela, convocados para deliberar, con asiento y voto, sobre la futura aplicación de los bienes de los jesuitas
expulsos, fue el encargado de dictaminar sobre la propuesta del
ministro francés, Choiseul, de remitir un memorial conjunto de las
tres monarquías borbónicas al Papa, manifestándole su asombro
por haber publicado, sin previo aviso o negociación, el monitorio
de Parma, ofensivo e injusto a la vez, ya que lanzaba la excomunión por un asunto puramente temporal. Al no permitir los intereses de la Casa de Borbón pasar por alto esta injuria se pedía una
formal y solemne revocación del Breve, procediéndose en caso contrario a una ruptura de relaciones diplomáticas y a la incautación
de plazas injustamente conservadas por la Santa Sede. El dictamen
del Consejo, en consulta de 22 de febrero de 1768, declarando nulo
el Monitorio fue bien recibido por el rey Carlos III, quien, como
hizo saber Grimaldi a Campomanes, había oído complacido las
sanas doctrinas y sólidas razones con que el Consejo probaba que
el duque de Parma no había ofendido la inmunidad de la Iglesia
con sus leyes y edictos, siendo la Curia Romana la que había exce-
246
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
dido los límites de la caridad y de la moderación a que era acreedor el soberano de Parma, así como los justos medios que proponían para obligar a revocar el Monitorio.27
Como era de suponer la carta de agradecimiento del rey se hizo
pública en la corte al igual que el Monitorio, resultando de su cotejo
graves murmuraciones, en especial contra los prelados del Consejo.
Por ello, consideraba indispensable Azara, nombrado en 1765 del
importante puesto de Agente general y procurador del rey en Roma,
la rápida publicación de un decreto que recogiera el Monitorio, justificando la medida en debida forma. Además en esta pugna abierta
con los contradictores de la política real, pugna dialéctica de argumentos y razones, se estimó oportuno difundir aquellas noticias que,
aún procediendo del extranjero, sirvieron para justificar la actuación
de rey en apoyo de la causa de su sobrino, el duque de Parma, a cuyo
fin venía trabajando Campomanes en la redacción de un discurso justificativo, como anteriormente hiciera con la regalía del patronato
universal, del exequatur o de la amortización eclesiástica.
»Sin necesitar del estímulo de su oficio», los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, recurrieron a mediados de marzo al
Consejo de Castilla reclamando contra el mal ejemplo y perjuicio a
las regalías que inducían las Letras de la Curia Romana de 30 de
27
La consulta del Consejo extraordinario de 22 de febrero de 1768 en AGS
Estado, Leg. 5114; esta consulta provocó gran alborozo entre los regalistas: «Dios
bendiga a S.M. y a cuantos han tenido parte en ella. Si me hubieran dado medio
reino no estaría más contento…. Que mutación tan divina ha habido en España en
tan poco tiempo», exclamaba Azara quien al ser informado del Edicto de 16 de
marzo de 1768 que condenaba el Monitorio prorrumpió en vivas: «Viva el Consejo con la condenación del forma Brevis. Viva la resurrección de la Pragmática de
1762. Vivan los buenos libros que se darán al público… y viva nuestro Amo que
nos saca de la ignorancia y barbarie en que nos han tenido esclavos. Ustedes, por
Dios, continúen como han empezado y darán al rey un reino de hombres, por otro
de bestias que han tenido hasta aquí». J. Martín, El espíritu de Azara descubierto en
su correspondencia con don Manuel de Roda, Madrid, 3 vols. 1846, I, p. 37 (Roma, 31
de marzo de 1768); C. CORONAS BARATECH, José Nicolás de Azara. Un embajador español en Roma, Zaragoza, 1948, p. 83; OLAECHEA, Las relaciones hispano-romanas, II, pp.
399-400.
Santos M. Coronas González
247
enero de 1768, al censurar a un príncipe soberano que había usado
de sus derechos en puntos iguales en buena parte a los establecidos
y practicados por las leyes, costumbres y tribunales de España. Los
fiscales entendían dirigirse esta tentativa a ver cómo se recibía en los
Estados soberanos de Europa, para atacar luego las regalías en materia de disciplina externa, sabiendo por expediente reservado que no
hacía mucho tiempo se buscaban papeles y arbitrios en Roma para
dar por nulo el Concordato de 1753. Tampoco prescindían de que el
Papa se titulase soberano de un Estado temporal, como el de Parma,
«que por derecho de sucesión, de conquista y los tratados más
solemnes reunidos en Aquisgrán se hallaba en la familia reinante de
Parma». Sin embargo, al denunciar los vicios de obrepción y subrepción con que estaban concebidas las Letras pontificias, achacaban
toda la responsabilidad a los curiales por la simulación con que habían pintado los hechos al Papa, influidos por los jesuitas: «el espíritu
que mueve esta máquina es el régimen de los regulares de la Compañía y los parciales que tienen en aquella Curia» quienes, al envolver su causa con las pretensiones de Roma, pretendían turbar las
providencias tomadas por los soberanos de la Casa de Borbón para
expeler de sus dominios «una sociedad peligrosa al gobierno y a la
pública tranquilidad». En definitiva, el Consejo podía conocer la
necesidad de recoger las Letras por los vínculos y garantías entre
estados que empeñaban especialmente al rey Carlos III a no consentir una usurpación tan manifiesta de los derechos de un príncipe de
la sangre y familia de España, al margen de no mediar ofensa ni
agravio en los edictos de Parma por coincidir la regulación de sus
regalías con la de los demás Estados de Europa. Así, no debían
admitirse Monitorios, que escandalizaran a los pueblos, relajando su
obligación de obedecer a los soberanos y autorizándolos para la
insurrección, «que es uno de los más perniciosos ejemplares que
podría correr», ejerciendo el derecho a resistir por recurso de fuerza
o retención estas censuras fundadas en la bula In Coena Domini no
aceptada por los Estados Católicos»28.
28
Alonso, J., Colección de alegaciones fiscales, II, pp. 41-51.
248
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
El Consejo pleno por Auto-acordado y consiguiente Real Provisión de 16 de marzo de 1768, mandó recoger, como pedían los fiscales, todas las copias impresas o manuscritas del Breve expedido
por la Curia romana contra el ministerio de Parma, así como cualquier otro papel, letra o despacho que pudiera ofender la regalía.
Al tiempo, por circular del Consejo de la misma fecha, se remitió a
los prelados diocesanos y regulares un ejemplar de la provisión
citada, previniéndoles la prohibición de publicar los monitorios In
Coena Domini que debían considerar como retenidos y sin uso en
cuanto ofendían la regalía. En este sentido, diversos «exemplares»
o antecedentes, la constante tradición de los jurisconsultos del reino y la práctica de los tribunales superiores demostraban la ninguna fuerza de las censuras de dicho Monitorio en cuanto perjudicaban la autoridad independiente de los soberanos en lo temporal. El
paso siguiente fue restablecer por Pragmática de 16 de junio de
1768 el regio exequatur o exigencia de previa presentación en el Consejo de las bulas, breves, rescriptos y de despachos de la Curia
romana a excepción de los de penitenciaría. En esa misma fecha, y
como final de un proceso de denuncia de los fiscales Campomanes
y Moñino sobre los manejos del Nuncio apostólico con la Inquisición para lograr la introducción de Breves pontificios relativos a los
jesuitas y al ministerio de Parma, se fijaron nuevas reglas de procedimiento al tribunal de la Inquisición para la formación de Edictos
e Índices prohibitivos y expurgatorios de libros. La respuesta fiscal
de Campomanes, inserta en la consulta del Consejo extraordinario
de 3 de mayo de 1768, fue delatada a la Inquisición contra el deber
de secreto que amparaba sus deliberaciones, como ocurriera medio
siglo atrás con Macanaz, dando lugar a una dura representación de
Inquisidor general «sobre las siniestras y voluntarias imposturas»
del fiscal que, en esta ocasión sin embargo, se saldó con la apertura de una investigación oficial sobre la delación, zanjada sin mayor
resultado a fines de ese año.
Santos M. Coronas González
4.
249
La redacción del Juicio imparcial (1768) y su revisión por
los prelados del Consejo extraordinario y por el fiscal
Moñino (1769)
En este ambiente de exaltación regalista, apareció publicada
sin nombre de autor, la obra titulada Juicio imparcial sobre las Letras
en forma de Breve que ha publicado la Curia romana en que se intentan
derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma y
disputarle la soberanía temporal con este pretexto (Madrid, J. de Ibarra,
1768) cuya impresión, de dos mil ejemplares, terminada hacia
mediados de agosto, comenzó a ser distribuida con gran celeridad
a fines de ese mes a todas las autoridades civiles y eclesiásticas del
reino, peninsulares e indianas, y también a las cortes extranjeras,
con carta de oficio impresa y firmada por Campomanes. Este hecho, unido a la fama de Campomanes como defensor de oficio y
por convicción de las regalías del rey, supuso la atribución generalizada de su autoría al fiscal. Suyo era, en efecto, el plan que, sin
embargo, extendió en sus primeros borradores el abogado Fernando Navarro, muy conocido en la corte por otros escritos, por más
que luego la «revisara, ampliará, declarara e ilustrara en lo tocante
a regalías, con el fin de asegurar la justicia de la causa de Parma»,
Campomanes, como confesara en carta a Roda de 18 de octubre de
1768, en pleno auge de la campaña inquisitorial urdida contra él.
En este punto, Campomanes se mostraba convencido de la firmeza doctrinal de la obra: «estoy muy seguro de la solidez de quanto
concierne a la regalía a que como magistrado y fiscal debía salir para convencer a los opuestos y partidarios de la Curia», así como de
su carácter respetuoso con el dogma que deducía de la simple omisión de estas cuestiones, «en lo teológico nada trata de dogma», y
del silencio de los prelados del Consejo extraordinario a quienes
facilitara su lectura con anticipación. Ambas notas, defensa de la
regalía y respecto al dogma, enmarcan una obra de difícil ponderación historiográfica por los juicios contradictorios que ha merecido
desde la misma fecha de su publicación, aunque tal vez pudiera
suscribirse este juicio global de un contemporáneo: «La intención
de este libro es laudable por muchos motibos: porque instruie sin-
250
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
gularissimamente; porque quanto dize lo apoia con la verdad de
los sagrados textos, santos Padres, concilios, cánones e historiadores citados en sus propios lugares i referidos a la letra muchos
pasages... i porque da al Cesar lo que es del Cesar i a Dios lo que es
de Dios»29.
La novedad de un juicio laico expresado con rotunda libertad
de estilo sobre cuestiones controvertidas de la Iglesia: su constitución monárquica o aristocrática; su régimen pastoral y disciplinar
enfrentado escandalosamente con el de la Iglesia primitiva; sus privilegios, de inmunidad y exención… horrorizó tanto o más que las
afirmaciones canónicas del anónimo autor proclives a una iglesia
episcopal, conciliarista, humilde y pobre, alejada de la realidad del
siglo. Pese a las inevitables referencias dogmáticas, la obra pretendía moverse en un estricto plano temporal, enjuiciando la actuación del Papa como soberano de un Estado sometido, como los
demás, a las leyes generales de los pueblos. Sin embargo, al margen de este propósito y en la relación con las formas al uso guardadas con la Iglesia, el Juicio Imparcial se ha presentado como una
obra polémica, enfrentada a las máximas y principios de la Curia
romana, escrita con estilo fogoso, poco meditado e irrespetuosa
hasta el escándalo. Su base pretendía ser la ilustración de unos
tiempos capaces de encarar los textos divinos y las fuentes auténticas de la tradición canónica frente a una práctica curial desvirtuada por los siglos. Así, la referencia a la ley divina, a los santos Padres, a los concilios generales y nacionales, es una constante de la
exposición que, siguiendo el viejo método dialéctico de leges, rationes et auctoritates, se acrece con la cita de leyes canónicas y civiles
de argumentos y de autores, especialmente españoles, «para libertarnos de la nota de que abrazamos singularidades extranjeras»,
que le dieron un cierto tono erudito y académico.
Aunque el Juicio Imparcial en lo teológico nada trataba del
dogma, según Campomanes, éste, antes de comunicar la obra y
29
Pedro RODRÍGUEZ CAMPOMANES, Escritos regalistas. Estudio preliminar,
texto y notas de S. M. CORONAS GONZÁLEZ, Oviedo, 1993, pp. XXXIX-LX.
24. Juicio imparcial (1768) y su revisión por los prelados del Consejo extraordinario y por el fiscal Moñino (1769).
Biblioteca Nacional. Madrid.
En este ambiente de exaltación regalista, apareció publicada sin nombre de autor,
la obra titulada Juicio imparcial sobre las Letras en forma de Breve que ha publicado la
Curia romana en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante
Duque de Parma y disputarle la soberanía temporal con este pretexto (Madrid, J. de Ibarra, 1768) cuya impresión, de dos mil ejemplares, terminada hacia mediados de
agosto, comenzó a ser distribuida con gran celeridad a fines de ese mes a todas las
autoridades civiles y eclesiásticas del reino, peninsulares e indianas, y también a
las cortes extranjeras, con carta de oficio impresa y firmada por Campomanes.
Santos M. Coronas González
253
por mayor seguridad, la dio a conocer con tres semanas de anticipación a los cinco prelados que asistían al Consejo Extraordinarios con asiento y voto en él como los restantes ministros. Su
silencio, como diría luego en carta a Roda, le hizo creer en su
aprobación, procediéndose sin más a la impresión, costeada por
el gobierno, de dos mil ejemplares, que fueron distribuidos desde
primeros de septiembre con gran celeridad y carta de oficio firmada por Campomanes a las autoridades civiles y eclesiásticas
de España y América y aún a los ministros de España en cortes
extranjeras.
Ya por entonces el obispo de Tarazona escribió a Roda para
hacerle saber que, aunque sólo había leído una pequeña parte de la
obra, el Juicio Imparcial le tenía atravesado el corazón de dolor y
que en conversación con algunos prelados compañeros los había
visto igualmente asombrados ante tal novedad y en «en dictamen
que nos obliga nuestro carácter a representar rendidamente al rey
por el remedio». Al cabo y tras conferir largamente entre sí, los
cinco prelados del Extraordinario instaron a Roda, por medio del
mismo obispo, permiso del rey para representar contra una obra
que les llenaba de horror «por el espíritu que descubre», en la que
«hay errores muy groseros, unos por mala explicación y otros porque son frutos propios del árbol que los produce», Campomanes,
un hombre de quien se «oye decir y tiene por cierto no se hombre
para tal cargo y menos para publicar obras». Este era, en conjunto,
el dictamen de la jerarquía. Salvo algunas cartas aprobatorias de la
obra recibidas en contestación a la impresa de remisión, entre ellos
la matizada del cabildo de Toledo y la más laudatoria del superior
de los agustinos de Roma, el Juicio Imparcial fue generalmente
impugnado por los obispos y aún, con algo de retraso por la dificultad de hacerse con un ejemplar, por la Inquisición, que a finales
de octubre representó al rey contra la publicación de un libro «cuyo
contenido, dicen, ha llenado de escándalo a los fieles que consumo
desconsuelo admiran que se permita correr en reino tan católico un
libro que contiene proposiciones escandalosas, cismáticas, sumamente injuriosas al honor con que Cristo nuestro Redentor fundó
su Iglesia, depresiva de la autoridad que depósito en la cabeza visi-
254
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
ble de ella y que abiertamente coinciden con los errores de Juan
Hus, Wiclef, Lucero, Calvino y otros»30.
Roda, que desde las primeras críticas de los prelados al Juicio Imparcial y con el fin de atajar su descontento les había ofrecido hacer su corrección oficiosa, comunicó confidencialmente a
Campomanes la situación. Este, en su respuesta de 18 de octubre
de 1768, clave para la comprensión del proceso de redacción del
Juicio Imparcial, le hizo saber, recapitulando las circunstancias de
su autoría, defensa de las regalías y oposición de los prelados, que
estando presto a defender la doctrina regalista del Juicio frente a
toda clase de personas, estimaba contrario al servicio del rey entrar
en disputas con los prelados, siéndole por lo demás indiferente que
fuera corregido, adicionado o suprimido en todo o en parte de lo
que se estimara conveniente sobre la exposición de los prelados.
«Porque a la verdad una discordancia tal como se presenta en
dicha reservada no podría dexar de atraer graves perjuicios a la
tranquilidad pública y al servicio del rey. Tengo mui poco amor
propio en la cosas que corren por mí y la suficiente docilidad para
acomodarme al dictamen ageno, debiendo por tan poderosas razones preferir en las circunstancias este medio al de la contestación…. Pero como la Providencia tiene determinado a cada cosa su
tiempo y éxito, en habiendo puesto de mi parte lo que debo al Rey
y al oficio, sería contra toda cordura entrar en contiendas eclesiásticas. Yo espero lo haga presente V.S. a S.M. en nueva confirmación
de mi respeto y sumisión a su soberana voluntad que miro como
pauta segura del acierto que es el obgeto que me animó a escribir
y el que me estimula a no empeñarme a sostener nada de los escrito más allá de Real beneplácito»31.
Consecuente al parecer con esta actitud conciliadora del
autor y tras la suspensión cautelar de la venta de la obra «que ni se
30
Representación del Inquisidor general sobre las siniestras y voluntarias imposturas del fiscal Pedro Rodríguez Campomanes en relación con la conducta de los tribunales de la Inquisición, Madrid, 29 de octubre de 1768, en AHN., Consejos, leg. 5.530
31
AHN., Estado, leg. 2.831, nº 127.
Santos M. Coronas González
255
había determinado ni se hacía», la Real Orden de 19 de noviembre
de 1768 comunicada por el Secretario de Justicia, Roda, al presidente de Consejo de Castilla, el conde de Aranda, hizo saber que el
rey entendía hallarse en el Juicio Imparcial «doctrinas menos sanas
y proposiciones dignas de censura teológica», pero que al ir encaminado a impugnar el monitorio de Roma y a defender los edictos
de Parma, cuestiones en las que se implicaban los derechos de la
soberanía y la satisfacción pedida al Papa por las tres Cortes borbónicas, no cabía mandarlo recoger simplemente, por considerar
tal medida perjudicial a la causa que en él se defendía y a las regalías de la Corona, por lo que se hacía necesario publicar un escrito
semejante que diera a conocer los verdaderos límites entre el Sacerdocio y el Imperio, disipando la preocupación creada por la falsa
piedad y la ignorancia. A este fin y siguiendo el parecer de Campomanes que hallaba «por indispensablemente necesario» la presencia del fiscal, «ya que han de ser clérigos los que juzguen de las
regalías», se ordenaba a los cinco prelados del Consejo Extraordinario que corrigiesen la obra con intervención del segundo fiscal,
Moñino, eliminando todo aquello que pudiera causar daño a la
religión y a la piedad, y, aún en el caso de encontrarlo totalmente
vicioso, elaborar otro escrito defendiendo con buenas razones las
causas indicadas. De este modo, con el doble fin señalado de la
censura religiosa y defensa de las regalías, se pusieron las bases de
la segunda edición del Juicio Imparcial que, tras meses de intenso
trabajo, se consideró ultimada el 22 de julio de 1769.
Comunicada la Real Orden citada a los prelados del Consejo
extraordinario y al fiscal Moñino para su debida ejecución, iniciaron sus tareas confiriendo largamente entre sí sobre el alcance de
su labor hasta que, de común acuerdo, decidieron enmendar la
obra. Con este propósito y a partir de las observaciones y censuras
apuntadas por los prelados a Moñino, se reunieron muchos días a
lo largo de los nueve meses siguientes a cuyo término pudieron
comunicar al rey que, por la considerable de las enmiendas y adiciones, el Juicio Imparcial podía considerarse obra nueva. Estas
enmiendas, como indicara Moñino en carta al presidente del Consejo de Castilla, no sólo no ofendían las regalías sino que los prela-
256
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
dos se habían prestado con celo a la inserción de algunas adiciones
que, aclarándolas, daban nuevo vigor a la justicia de la causa. Por
su parte, los prelados, mencionando también estas adiciones, resaltaban sin embargo su labor depuradora del texto original, templando y omitiendo aquellas expresiones contrarias a la pureza de
la fe y de las costumbres y aún el verdadero límite entre las potestades civil y eclesiástica, procurando la paz y armonía necesarias
para su mutuo auxilio. Les quedaba, sin embargo, el dolor del daño causado por la antigua redacción, repartida con profusión dentro y fuera del reino y en forma que podría reputarse autorizada
por el ministerio público, aunque no por esto dudaran de la sana
intención del autor, «a que no ofenden sus equivocaciones y descuidos», en línea con la afirmación de Moñino de presumir la total
aquiescencia del mismo con las proposiciones corregidas. Al recordar ahora este hecho solicitaban de nuevo la providencia oportuna
para remediar sus efectos.
Remitida la censura de la obra, la representación de los cinco
prelados y el papel de Moñino dando cuenta del cumplimiento de
la Real Orden, se expidió una nueva Orden seis días más tarde en
la que, haciendo constar la satisfacción del rey por la nueva obra,
se mandaba imprimirla y comunicarla por la Secretaría de Estado
a todos aquellos a quienes se había distribuido la antigua, recogiendo los ejemplares que se les repartieron, a cuyo fin Campomanes, practicando igual diligencia que con la anterior, debía remitirles carta impresa encargándoles su devolución.
Aunque Campomanes cumplió la orden de recoger los ejemplares del Juicio Imparcial, elaborando una minuta de carta impresa que sometió al conocimiento previo del Secretario de Justicia,
Roda, así como una lista de los ejemplares que se habían repartido,
sabiendo seguramente que su recogida y depósito en la Secretaría
de Estado se hacía con la finalidad oculta de quemarlos, el hecho
debió producir una honda impresión en su carácter. Años más
tarde, en su correspondencia con el antiguo compañero, Moñino,
convertido ahora en Secretario de Estado y conde de Floridablanca, le decía, a propósito del expediente sobre dispensa de preces:
«Espero que V.M. se hará cargo que soy ya viejo y acuchillado, más
Santos M. Coronas González
257
dispuesto a la timidez y a la pusilanimidad que a grandes acciones.
Vuelvo a decir que es indiferente que se desprecie mi reparo: he
perdido casi el amor propio y he aumentado en proporción de
encogimiento. Así espero de la bondad de V.M. me disimulará
estas nimiedades que me dicta mi conciencia y estado».32 La desigual batalla dialéctica del Monitorio que hubo de enfrentarle, casi
sin apoyos, a las fuerzas combinadas de la Iglesia y de la Inquisición, se saldó al cabo con la victoria regalista de la causa defendida por Campomanes en el Juicio Imparcial, pero con la derrota
moral de su autor que vio primero su posición combatida y finalmente corregida y desautorizada por parte de sus últimos beneficiarios, el rey y la alta administración del reino.
Entre tanto, el Juicio Imparcial, ya enmendado, fue remitido
el 29 de julio de 1769 a Miguel de Nava, ministro del Consejo y
juez de Imprenta, para que dispusiese su impresión por el mismo
impresor del primer texto (Ibarra), aumentando Moñino la materialidad de las citas que por las prisas se omitieron al remitir el
texto al rey. Además, conforme a la conveniencia de una explicación pública sugerida en su papel de remisión, Moñino procedió
a redactar una Advertencia explicando a los lectores como el celo
regalista del autor del Juicio Imparcial, en su celeridad por cortar
las preocupaciones que pudieran nacer de los principios adoptados por la Corte de Roma en su Breve o Monitorio de 30 de enero
de 1768, había deslizado algunas doctrinas y proposiciones dignas de censura, a juicio de los prelados que asistían al Consejo
extraordinario, por lo que el rey les había encomendado la corrección de la obra, salvaguardando las regalías de la Corona y la
causa de Parma, todo con intervención del fiscal Moñino; hecha
la corrección, los prelados no hallaban en la nueva edición «cosa
digna de censura teológica ni que perjudique a la verdadera y
sólida piedad», por lo que el lector de la edición antecedente debía «limitarse y entender lo dicho en ella por lo corregido y explicado en esta».
32
Carta de 30 de agosto de 1778, AHN, Estado, leg. 3540.
258
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
Exactamente un año después de la primera entrega, en septiembre de 1769, y con una nueva carta de remisión impresa de Campomanes, se repartieron los ejemplares enmendados del Juicio Imparcial,
cuya doctrina, autorizada ahora y publicada a costa del gobierno,
pasó a tener un cierto valor oficial». De este modo, la defensa inicial
de los edictos de la corte de Parma se vio revestida por una declaración formal en apoyo de su causa y, en general, de las regalías de la
Corona de España y de las restantes monarquías33.
Al respetar los prelados y el fiscal Moñino la tesis central de
la nulidad e incompetencia de lo actuado por Roma contra la Corte
de Parma por la publicación de unos Edictos que pudieran reputarse comunes en la tradición legal de los Estados cristianos, hasta
el punto de favorecer las leyes fundamentales de España su promulgación; y obviando las correcciones meramente estilísticas o
declaratorias y aún las destinadas a confirmar las regalías, elimi-
Editado en 1768, sin nombre de autor, por Joaquín de Ibarra, se reeditó
un año después en la misma oficina de Ibarra, de quien se hace constar ahora que
es impresor de Cámara de S.M., una versión corregida, llevada a cabo de Real
Orden por los prelados del Consejo extraordinario y el fiscal del Consejo de Castilla, José Moñino. Habiendo sido recogidos los ejemplares de la primera edición
y depositados en la Secretaría de Estado con el fin secreto de quemarlos, no resultaba fácil ya por entonces encontrar impresos de esta versión, de la que curiosamente se conserva un manuscrito de su Apéndice de documentos listo para su
publicación en la Biblioteca Universitaria de Oviedo (ms. n. 400).
Elogiosamente recordado por uno de los primeros panegiristas de Campomanes en 1803, el Juicio Imparcial fue reeditado en su versión original de 1768 por
José Alonso en su Colección de alegaciones fiscales de Campomanes, tomo III, Madrid,
1842, pp. 210-497, y asimismo, con manifiesta impropiedad, por Antonio FERRER
DEL RÍO, entre las Obras originales del conde de Floridablanca, Madrid, 1867, pp. 69205, induciendo a confusión a algunos estudiosos que creyeron ver en ella la edición corregida de 1769.
Desde entonces no ha vuelto a ser editado, a pesar del interés que suscita
como expresión del pensamiento regalista español y aún europeo del siglo XVIII.
Nuestra edición en el tomo II de los Escritos regalistas de Pedro RODRÍGUEZ CAMPOMANES, (Oviedo, Junta General del Principado, 1993), reproduce la príncipe de
1768, cotejada con la corregida de 1769, cuyas variantes de texto y notas se recogen al final de cada capítulo para evitar confusiones con las notas de la primera
edición.
33
Santos M. Coronas González
259
nando aquellas frases o conceptos que pudieran considerarse lesivos para la esencia absoluta del poder monárquico con referencias
a una soberanía compartida, siquiera en punto a responsabilidad,
por Consejos y Tribunales, en la fórmula tan querida por Campomanes, la mayor parte de las enmiendas introducidas fueron de
carácter dogmático o doctrinal, dirigidas a suprimir o modificar las
expresiones tenidas por inconvenientes desde una óptica ortodoxa
curial, oficial o vaticana.
En esta parte relativa a la fe y enseñanza de la Iglesia, supuestamente orillada en el Juicio Imparcial según Campomanes, la
labor de enmienda de los prelados se vio auxiliada por la censura
de algunos religiosos, cuyo dictamen aparece unido al de expediente de la obra. Es el caso de la muy moderada censura de Juan
de Aravaca de 26 de septiembre de 1768 y de la adversa e implacable de Juan de Albiztegui, secretario del Consejo de la Inquisición
de 17 de diciembre de ese año. La primera, tras destacar la necesidad de ocurrir a la fuerte impresión que causara en los ánimos el
monitorio de Parma, que «obligó a uno de los reales ministros a
darse prisa en desempeño de su oficio y publicar este Juicio, usando de suma concisión…., indicando por mayor las razones y las
fuentes de donde sacaba las pruebas de sus conclusiones», justificaba la mayor parte de los reparos puestos a la obra por su misma
brevedad y por la oscuridad de algunas de sus proposiciones. Para
ello «no siendo justo que un escrito tan docto y útil a los intereses
de la monarquía sufra la nota de menos pío o poco ajustado a las
puras máximas de la católica doctrina de la justicia y de la verdad»,
se limitó a proponer el verdadero sentido de las proposiciones notadas, aclarando su concepto conforme a la mente del autor: cuerpo de la iglesia puramente espiritual; autoridad real en los concilios; carencia de potestad coercitiva ni contenciosa en la Iglesia primitiva, ejemplos antiguos del fausto episcopal considerado lesivos
para su dignidad, etc.34.
Archivo Privado de Campomanes 38-13; ALONSO, J. Colección de alegaciones fiscales II, 61-71.
34
260
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
Muy distinta fue la actitud de Albiztegui35, acusando al anónimo autor del libro desde el primer párrafo de su detenida censura, de causar escándalo en el pueblo cristiano y arruinar la religión
de sus mayores; y ello por considerar doctrina herética y capaz de
trastornar toda la Iglesia, la afirmación del gobierno paternal y
puramente directivo de la misma, con unos fasces pontificios reducidos la cátedra y al púlpito y con su imperio cifrado en la fuerza
del ejemplo y de la persuasión al modo evangélico y primitivo. Del
mismo modo, eran errores debidos «en las fuentes corrompidas de
los herejes luteranos y calvinistas», atribuir a los obispos como sucesores de los Apóstoles, la misma autoridad que al Papa, negando supuestamente la primacía del romano pontífice, así como afirmar la autoridad del rey sobre los concilios nacionales o mantener
un concepto puramente espiritual de la Iglesia. También consideraba doctrina «sabrosa de herejía» y «pestilencial» la limitación del
clero secular y regular y de toda clase de celibato, que daba a
entender «que la perfección evangélica altera y pone de mala condición a los Imperios», o que el gobierno civil podía arreglar las
materias temporales eclesiásticas, y aún que las máximas del cristianismo preferían la amonestación y advertencia a la delación,
proposición temeraria e injuriosa a la Inquisición que permitía suponer que el autor «querría en una palabra que corriesen libremente los libros más corrompidos» con general perjuicio para la nación,
en cuyo caso, «en que vendría a parar el Santo y necesario Tribunal
de la Inquisición y las costumbres de España». Así, un libro de tal
clase, aconsejaba por último al Inquisidor general, debía ser recogido sin pérdida de tiempo.
Sin embargo, escarmentado por el destierro temporal que le
acarreara años atrás la prohibición del catecismo de Mesenguy y el
grave problema institucional creado a fines de 1768 por la revelación, autenticada por dos individuos del Consejo extraordinario,
de ciertas cláusulas de una respuesta fiscal de Campomanes teni-
35
73-93.
AHN., Consejos, leg. 5530; ALONSO, J. Colección de alegaciones fiscales II,
Santos M. Coronas González
261
das por lesivas para la dignidad del Santo Oficio, que obligaban «a
buscar el origen de tan feo delito en el mismo expediente y papeles que deben parar en el Inquisidor General o en el Consejo de la
Inquisición», el Inquisidor general, Quintano Bonifaz, se abstuvo
de tomar tal medida, limitándose a poner en conocimiento de los
prelados del Consejo extraordinario esta censura del secretario del
Consejo de Inquisición.
Con estas y otras ayudas doctrinales, los prelados llevaron a
cabo su labor de enmienda del texto, suavizando las expresiones
más duras e irreverentes pero sin alterar sustancialmente el fondo
de la doctrina que, siglo y medio más tarde, seguía siendo inaceptable para el P. Lesmes en línea con las proposiciones condenadas
por el Syllabus y la encíclica Quanta cura de Pío IX36. Los apasionados juicios de algunos historiadores del período de Carlos III,
inducidos en parte por la confusión de Ferrer del Río de publicar
como obra de Floridablanca la primera edición del Juicio Imparcial
y no la segunda corregida por éste y los cinco prelados, han proyectado su valoración negativa hacia una obra más denostada que
leída como verdadero símbolo que fue del regalismo dieciochesco.
Un año después de la publicación del famoso Monitorio, la
muerte de Clemente XIII (2 de febrero de 1769), el tenaz defensor
del monitorio de Parma cuya causa terminó por enredarse con la
de los jesuitas hasta el punto de exigir los monarcas borbónicos la
supresión de la Compañía de Jesús pocos días antes del fallecimiento del Papa, propició al cabo el arreglo de la situación creada
por el enfrentamiento de las cortes de Madrid, Versalles, Parma y
Nápoles con la Santa Sede. La elección de Clemente XIV, seguida
de la revocación del Monitorio y de la extinción de la Compañía de
Jesús, supuso el final de un tenso período de las relaciones con la
Iglesia marcado por el triunfo de la tesis más regalistas defendidas
por el autor del Juicio Imparcial.
LESMES FRÍAS, P., «El almacén de regalías de Campomanes», en Razón y
Fe, 64, 1922, pp. 323-343; 447-463.
36
262
5.
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
La alegación fiscal en el expediente del obispo de Teruel
(1769)
La Real Provisión de 16 de marzo de 1768, expedida con
motivo del monitorio de Parma para que no se propagara en el
reino, acompañada de una circular del Consejo que con la misma
fecha se dirigió a la justicia y prelados eclesiásticos para que no se
publicaran ni alegaran los monitorios anuales de la bula In Coena
Domini, que debía considerarse retenida y sin uso por ofender la
regalía, suscitó un proceso de revisión de las constituciones sinodales que regían en las diferentes diócesis de España. Con este proceso se generó un problema que, al fin, planteó el obispo de Teruel en
una representación elevada al rey el 26 de octubre de 1769. En ella
se denunciaba el nuevo método de indicción de los sínodos diocesanos y, en concreto, «el darme reformado ya el supremo Consejo
el sínodo y deducidos los puntos que en él debo establecer»37. En
efecto, por Real Cédula de 8 de diciembre de 1768 se había encargado al obispo que en el plazo de seis meses celebrase sínodo diocesano, teniendo presentes las prevenciones que en ellas se le hacían: guardar algunas constituciones antiguas del obispado, excusar
otros contrarios al concilio de Trento, a las leyes del reino, regalías
y derechos del monarca y de sus súbditos y promover en general
la observancia del mismo Concilio, así como las leyes y regalías38.
Remitida, por Real Orden de 14 de noviembre de 1769, esta
representación al Consejo para que consultase lo que se le ofreciese al respecto en su cumplimiento, pasó luego el expediente a los
fiscales con los antecedentes del mismo para su informe. Eran estos
que comunicada al obispo de Teruel la orden de remitir las constituciones sinodales, lo había hecho en 11 de junio de 1768, y que
pasadas al fiscal, había expuesto en su dictamen lo conveniente a
la Iglesia, a las regalías y a los súbditos del rey, señalando las expresiones que se debían tachar, añadir o declarar de acuerdo con las
37
38
Colección de alegaciones fiscales, vol. II, pp. 128-139.
Nov. Recop. 1, 8, 5, n. 4.
Santos M. Coronas González
263
leyes del reino, usos y costumbres y disciplina externa del clero;
posteriormente habiéndose conformado el Consejo con este dictamen, se expidió la Real Cédula a que se refería el obispo de Teruel,
comprensiva de 28 capítulos iguales o semejantes a los que en su
día se formaran para los prelados de Astorga y Orense. Recibida la
Real Cédula el 23 de diciembre, el obispo de Teruel tomó a su cargo
hacer que tuviese efecto en su diócesis cuanto se le mandaba, a lo
que siguieron varias peticiones de prórroga del plazo que se le
había señalado para la celebración del sínodo, añadiendo todavía,
en agosto de 1769, ciertas dudas y dificultades respecto a los capítulos de la Real Cédula que fueron resultas por el Consejo. Con
estos antecedentes, se llegó a la representación directa al rey por
parte del obispo, informada en un primer momento por el fiscal.
Albinar, pero que el Consejo remitió más tarde, junto con representación del obispo, al mejor criterio de los tres fiscales, el propio
Albinar, Campomanes y Moñino, el 16 de noviembre de 1769. El
informe de los fiscales, de fecha 26 de octubre de 1771, fue claro y
contundente: cotejado el recurso del obispo al rey con sus anteriores cartas y representaciones al Consejo, manifestaba unas inconsecuencias «tan claras y poco decentes» al mismo obispo que sólo
podían atribuirse a las artes de personas mal intencionadas que le
habrían «preocupado o sorprendido el ánimo», dirían los fiscales
sorteando de este modo el escollo de la acusación directa al obispo.
Reducida a su síntesis fundamental la representación del
obispo, (hacer en el sínodo lo que el Consejo mandaba en su Cédula, destruyendo el procedimiento habitual de convocatoria y celebración, así como la santa libertad de tratar y examinar lo más conveniente al servicio de Dios, del rey, y de la Iglesia), los fiscales
excusaban ponderar la ofensa que tales ideas inferían al Consejo y
aun cierta sátira irreverente visible en algunas de sus expresiones,
para centrarse en lo que a su juicio era más grave: el ataque a las
regalías y el falseamiento de la verdad, suponiendo que en el sínodo sólo debería hacerse lo mandado por el Consejo. Antes bien,
repasando el contenido de la Real Cédula remitida a dicho obispado encontraban los fiscales que unos capítulos miraban a que se
guardasen algunas constituciones sinodales antiguas del mismo
264
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
obispado de Teruel; otros, a que se excusasen las contrarias al Concilio de Trento, a las leyes del reino, a las regalías de la Corona y a los
derechos de los súbditos; otros, por último, a promover la observancia del mismo concilio y sagrados cánones y la ejecución puntual de
algunas leyes reales: «y así no se puede afirmar, sino por una especie
de invectiva que en la cédula de S.M, se da hecho el sínodo»39.
Por lo demás, dando un repaso a la historia de los concilios,
desde el tomo regio visigodo al último testimonio de los prelados
que asistieron al Consejo extraordinario para ayudar con sus dictámenes a la formación de la Real Cédula para la celebración de los
concilios provinciales de América, se descubría que el obispo pretendía impugnar la regalía que competía al rey para indicar su voluntad a los sínodos, por lo que creían los fiscales debiera corregirse esta
actitud, con alguna grave demostración que evitara las consecuencias de un ejemplo tan pernicioso. Finalmente los fiscales estimaban
que debía consultarse al rey en estos términos y en su consecuencia
que se dignara mandar se procediese a la celebración del sínodo conforme a los encargos hechos en la Real Cédula, nombrando ministro
autorizado que asistiere a él en su real nombre.
Hecha la consulta en los términos propuestos por los fiscales, el rey se conformó «en todo» con el parecer del Consejo por
Resolución de 17 de febrero de 1773, en la que se hacía entender
al prelado el desagrado causado al rey por su conducta en esta
materia, esperando su corrección sin necesidad de nueva advertencia40.
6.
La Instrucción sobre el método a observar en el establecimiento del oficio de hipotecas (1767)
El 14 de agosto de 1767 firmaban los fiscales del Consejo de
Castilla, Campomanes y Moñino, la Instrucción formada de orden
39
40
Ibídem, p. 134.
Nov. Recop. 1, 7 5, n. 4.
Santos M. Coronas González
265
del Consejo para el método y formalidades que se debían observar
en el establecimiento del Oficio de hipotecas en todas las cabezas
de Partido del reino al cargo de sus escribanos de Ayuntamiento.
Con ella se pretendía facilitar la ejecución de una antigua legislación sobre el registro de instrumentos de censos y tributos, rentas
de bienes, cifrada en las pragmáticas de Carlos I y Felipe II de 1539
y 1558, «ley tan importante al público y bien del reino» en su propia estimación, que disponía la presencia de un registrador en cada
lugar cabeza de jurisdicción con un libro registro de contratos y tributos, cuyas anotaciones harían fe en los juicios para evitar los
fraudes y pleitos que ocasionaba la ocultación por los vendedores
de los censos e hipotecas que tuvieran casas y heredades41.
Pese a ello, no se habían terminado los pleitos y perjuicios
ocasionados por la ocultación de dichas cargas al admitirse en los
juzgados tantas escrituras debidamente registradas y fiscalizadas
como las que no cumplían estos requisitos. De aquí que, en la activa etapa del Consejo de la reforma Macanaz, se elevara consulta al
rey el 11 de diciembre de 171342 sobre los medios de hacer observar
esa legislación patria con unos términos en los que resuena el propio pensamiento del fiscal general: «y más a vista de estar prohibido por leyes de estos reinos el decir que ésta y otra cualquier ley de
ellos no se debe guardar por no estar en uso». Estos medios eran,
de un lado, coercitivos con la privación del oficio y pago de una
fuerte multa al juez o ministro que fuera contra su tenor y, de otro,
técnicos con la reubicación del oficio registral en los Ayuntamientos para mayor seguridad de las escrituras, corriendo a cargo de los
escribanos de los Ayuntamientos su registro y expedición bajo la
supervisión de los jueces ordinarios. Habida cuenta «que de la
guarda y custodia de estos registros depende la conservación de
N. Recop. 5, 15, 3. Una sucinta exposición de la evolución de la contaduría de hipotecas en J. GONZÁLEZ, Estudios del Derecho Hipotecario (orígenes, sistemas y fuentes), Madrid, 1924, pp. 114-119; MENCHEN BENÍTEZ, B., «Antecedentes de
la registración de bienes en Derecho histórico español», en Leyes hipotecarias y
registrales de España, Fuentes y evolución, tomo I, Madrid, 1974, pp. 29-38.
42
Nueva Recopilación 3, 9, auto 21.
41
266
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
los derechos de todo el reino y de los vasallos» corría su custodia a
cuenta y riesgo de las justicias y regimiento, así como el nombramiento del oficial encargado del mismo, que no habrían de admitir «sin el más riguroso examen y sin las finanzas convenientes».
Estas prevenciones y penas del auto acordado de 1713 resultaron una vez más insuficiente para evitar las contravenciones a la
ley por lo que habiéndose iniciado a instancia del contador de
Madrid un nuevo expediente consultivo sobre este asunto en el
Consejo de Castilla, con informes de Chancillerías y Audiencias,
ciudades y dictamen de sus fiscales, se aprobó por nueva Resolución , a consulta del Consejo de 14 de agosto de 1767, la Instrucción
formada por los fiscales Campomanes y Moñino que debería observarse en mayor declaración de la legislación fundamental antes
comentada. Al considerar precisamente esta Instrucción que la
inobservancia de la legislación dimanaba de no haberse facilitado
los medios de su ejecución, establecía para obviar este inconveniente una serie de medidas que serían sancionadas luego por la
Real Cédula de 31 de enero de 176843.
Los escribanos de Ayuntamiento de las cabezas de Partido
tendrían obligatoriamente, en uno o en varios libros, registros
separados de cada uno de los pueblos del distrito, con la inscripción correspondiente; de modo que con claridad se tomase razón
del pueblo en que se situaran las hipotecas, distribuyendo los
asientos por años para hallar fácilmente la noticia de las cargas.
Estos libros registros se encuadernarían y foliarían en la misma
forma que los protocolos notariales (I). Remitido algún documento
hipotecario por el escribano originario al del cabildo encargado de
su registro, éste debería tomar la razón en el plazo de 24 horas, o
siendo anterior a la normativa registral complementaria aprobada
por la Real Cédula de 7 de agosto de 1768, en plazo de tres día
Pragmática sanción de su Majestad, en fuerza de ley, en la qual se prescribe el establecimiento del Oficio de hipotecas en las cabezas de partido al cargo
del escribano de Ayuntamiento para todo el reyno, y la Instrucción que en ello se
ha de guardar, para la mejor observancia de la ley 3 tit. 15, lib 5 de Recopilación,
con lo demás que se expresa. Madrid, 1768. Cf. Nov. Recop. 10, 16, 3.
43
Santos M. Coronas González
267
desde su presentación, so pena de las allí previstas (II). El instrumento que se habría de exhibir en el oficio de hipotecas sería el original o a su falta, copia autorizada por juez competente (III). La
toma de razón se reducía a referir la fecha del instrumento, los
nombres de los otorgantes, su vecindad, la calidad del contrato u
obligación (imposición, venta, fianza, vínculo u otro gravamen) y
los bienes raíces hipotecados del instrumento con expresión de sus
nombres, situación y linderos en la misma forma que se expresara
en el instrumento, debiendo entenderse por bienes raíces además
de aquellos inherentes al suelo los censos, oficios y otros derechos
perpetuos que pudieran admitir gravamen o constituir hipotecas
(IV). Una vez registrado el instrumento, el escribano pondría la
nota siguiente en él: «tomada la razón en el oficio de hipotecas del
pueblo tal, al folio tantos, en el día de hoy» y debidamente firmada lo devolvería a la parte (V). Si se llevara a registrar instrumento
de redención de censo o liberación de la hipoteca o fianza en el caso
de hallarse dicha imposición en los registros del oficio de hipotecas, se pondría la nota correspondiente, a su margen o a continuación, de estar redimida o extinguida la carga» pero en el caso de no
hallarse registrada la obligación principal se tomaría razón de la
redención en el libro registro de la misma forma como se debía
hacer la imposición (VI). Por lo demás, el oficio de hipotecas podría
expedir certificaciones y notas simples de las cargas que constaran
en sus registros para ahorrar costas (VII); debiendo contar con un
libro índice o repertorio alfabético de las personas y lugares para
facilitar el hallazgo de las cargas (VIII). Los derechos de registro
serían de dos reales por escritura que no pasara de doce hojas y, en
pasando, a razón de seis maravedis cada una (IX). Todos los escribanos del reino estaban obligados a advertir sobre los plazos del
registro de los instrumentos: seis días, si el otorgamiento fue en la
capital, y un mes, si fuera en pueblo del partido (X). Más difícil de
observar sería la obligación impuesta a los escribano de los lugares
del partido de enviar al corregidor o alcalde mayor un índice anual
de los instrumentos protocolizados para que se guardara en la
escribanía del Ayuntamiento, pudiendo reconocerse por él si hubo
alguna omisión en registrar algún instrumento (XI). El escribano
268
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
del Ayuntamiento a cuyo cargo debía correr el oficio de hipotecas
sería nombrado y, en su caso, siendo dos, elegido por la justicia y
regimiento de las cabezas de partido (XII), guardándose igualmente los libros registro en las casas capitulares (XIII). Las Chancillerías y Audiencias en sus respectivos territorios formarían listas
impresas de las cabezas de partido donde hubieran de establecerse los oficios de hipotecas, quedando a su arbitrio en caso de gran
extensión de los partidos, señalar algunas cabezas de jurisdicción
(XIV). Los jueces para castigar las contravenciones a la ley y a la
Instrucción, serían la justicia ordinaria del pueblo, el corregidor o
alcalde mayor del partido y el juez en cuya Audiencia se presentara el instrumento (XV). Por último, para que nadie pudiera alegar
ignorancia de la nueva legislación registral, se debía conservar
copia de la Real Cédula o Instrucción en todas las escribanías
públicas y de Ayuntamiento, sin que quedara arbitrio a ningún
juez para alterarlos o modificarlos, «porque de tales disimulos
resulta, por consecuencia necesaria, la infracción y desprecio de las
leyes, por útiles y bien meditadas que sean»44.
El oficio de hipotecas representó, en este sentido, un avance
notable en el desarrollo del principio de publicidad registral, un
principio ratificado por la nueva resolución de 11 de julio de 1774
que completó la pragmática45.
44
En libramientos de despachos para el uso y ejercicio del oficio de escribano se recordaba «la precisa calidad de que haya de tener y tenga obligación de
prevenir en todo los instrumentos que otorgare, de la naturaleza de compras, censos y tributos, se tome la razón de ellos en el oficio de hypotecas que se mandó
establecer en todas las cabezas de partido del reyno a cargo de sus escribanos de
ayuntamiento por Real pragmática de 5 de febrero de 1768; baxo las penas en ella
impuestas». ESCOLANO DE ARRIETA, Pedro, Práctica del Consejo en el despacho de los
negocios consultivos, instructivos y contenciosos, Madrid, 1796, II, p. 263.
45
GONZÁLEZ, J., Estudios de Derecho hipotecario, p. 118.
25. Pedro Rodríguez de Campomanes. Conde de Campomanes. (1777)
Francisco Bayeu
Real Academia de la Historia. Madrid.
Santa Eulalia de Sorriba (Asturias), 1723-Madrid, 1803.
Campomanes en 1786 fue nombrado presidente del Consejo de Castilla.
En la elección de Floridablanca para Fiscal del Consejo de Castilla pesó el criterio
de Campomanes, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen
del mismo: “Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es
uno de los más importantes del reyno y más arduo de desempeñar. Amor al rey,
literatura universal, y fertilidad de ideas públicas sobre un genio laborioso y de
feliz explicación son prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad y
firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo”, dirá Campomanes.
Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo
Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad.
Santos M. Coronas González
III.
271
Los fiscales del Consejo y la censura inquisitorial de libros
(1768)
A mediados del siglo XVIII, la Inquisición, extinguidas las
fuentes originarias de su instituto con la expulsión de los moriscos
y la decadencia de las persecuciones por judaísmo, representa la
sombra ominosa de un pasado que lucha por imponerse a un tiempo que domina cada vez más la luz de la Ilustración46. En su celos
actitud de guardián de las esencias de la sociedad tradicional española, utilizaría su arma más eficaz, la censura de libros capaces de
difundir los nuevos aires de razón y de libertad47.
Si en esta materia, el control de las licencias de impresión de
libros correspondía al Consejo de Castilla, conforme a una vieja
tradición legislativa que remontaba al tiempo de los Reyes Católicos confirmada por sus sucesores hasta Fernando VI,48 no por ello
declinó la fuerza «la impresión sobre el alma religiosa de la nación», diría Campomanes, de los Índices de la Inquisición, dos de
los cuales aparecieron en la primera mitad del siglo, en 1707 (con
un apéndice en 1739) y 174749. En ambos, pero sobre todo en el
segundo, se había hecho notar de manera escandalosa el influjo
46
KAMEN, H., La inquisición española, Madrid 1973, pp. 263 ss; A. Álvarez
Morales, Inquisición e Ilustración (1700-1834). Madrid, 1982; J. Pérez Villanueva y B.
Escandell Bonet, Historia de la Inquisición en España y América, I, Madrid, 1984, pp.
1204-1305.
47
DEFOURNEAUX, M., L’Inquisición espagnole et les livres français au XVIII siecle. París, 1963.
48
Analiza esta legislación ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo, I, p.
406 y ss.; cf. SERRANO Y SANZ, M., «El Consejo de Castilla y la censura de libros en
el siglo XVIII», en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1, 1906, pp. 242-259, 387402 y 16, 1907, pp. 108-116; 206-218. En general, vid. RUMEU DE ARMAS, A., Historia
de la censura literaria gubernativa en España. Madrid, 1940.
49
PINTO, V., «Los Índices de libros prohibidos», en Hispania Sacra, 35, 1983,
pp. 161-192; A. Sierra Corella, La censura de libros y papeles en España y los índices y
catálogos de libros prohibidos. Madrid, 1947; M. de la Pinta Llorente, «Aportaciones
para la historia externa de los Índices expurgatorios españoles», en Hispania, 57,
1952, pp. 253-300.
272
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
creciente de la Compañía de Jesús sobre el Santo Oficio, perceptible desde la época del padre Nithard, en la menor edad de Carlos
II, pero que llegaría a su apogeo en tiempos del P. Ravago, confesor de Fernando VI50.
Prevalidos de su influjo, los padres de la Compañía, Casani y
Carrasco, fautores materiales del Índice de 1747 no dudaron en
incluir obras de algunos de sus oponente doctrinales, incluido el
cardenal agustino Noris, así como el mismo catálogo de libros jansenistas copiado de la Bibliothéque janseniste del jesuita belga P.
Colonia, obra condenada por la congregación romana del Índice y
el Papa Benedicto XIV en 1745. De este modo, convertido el último
expurgatorio en una obra de facción jesuítica, la suerte de la Inquisición quedó unida estrechamente a la de la Compañía. Como diría
años más tarde Campomanes «no puede disimular el fiscal que en
el día los tribunales de Inquisición componen el cuerpo más fanático a favor de los regulares expulsados de la Compañía de Jesús;
que tienen total conexión con ellos en sus máximas y doctrinas; y
en fin que necesitan reformación…51.
Esta reforma, tras los sucesos de la detención de la beatificación del Venerable Palafox y de la condena, sin mediar permiso real,
del catecismo del teólogo francés Mesengury, causa última del restablecimiento del regio exequatur (Pragmática de 18 de enero de 1762)52
fue ensayada a principios del reinado de Carlos III por los consejeros Cantos Benítez y Ric Egea, en el tiempo en que Wall ocupaba la
Secretaría del Despacho de Estado53. A él remitieron unas primeras
«Prebenciones» con las que pretendían terminar con la independencia efectiva de la Inquisición en base a impedir el nombramiento
50
51
DEFOURNEAUX, Marcelín, L´Inquisition p. 27 ss.
LLORENTE, Historia crítica de la Inquisición de España, Madrid, 1822, t. V,
p.238.
SANTOS SÁNCHEZ, Colección de Pragmáticas, Cédulas, Provisiones, Autos
Acordados y otras Providencias generales expedidas por el Consejo Real en el reynado del
señor Don Carlos III, Madrid, 1803, pp. 26- 27.
53
ÁLVAREZ MORALES, A., «Planteamiento de una reforma de la Inquisición
en 1762», en Actas del III Symposium de Historia de la Administración, Madrid, 1974,
pp. 511-525; también en Inquisición e Ilustración, p. 93 y ss.
52
Santos M. Coronas González
273
autónomo de sus empleos, a las que siguieron luego nuevos informes sobre el establecimiento de la Inquisición y de su jurisdicción.
Acogidas favorablemente por Wall en febrero de 1763 y entregadas
por éste al rey, pasaron finalmente a dictamen de reforma en un
momento de cambio del clima político con la Corte pontificia que
trajo consigo no sólo la supresión del exequatur por Decreto de 5 de
julio de 1763 sino también la propia retirada de Wall.
Fallido este intento, ocurrió otro nuevo, algunos años después al calor de la reacción gubernamental contra los jesuitas, presuntos inductores de los motines de la primavera de 1766. Según
Llorente, al examinar el Consejo extraordinario convocado por
Carlos III, los asuntos relativos a los jesuitas y conexos con ellos,
«les fue forzoso tratar de la Inquisición, especialmente sobre libros», oyendo sobre esta cuestión a los fiscales Campomanes y
Moñino. Estos, en su dictamen de 3 de mayo de 1768, denunciaron
los últimos manejos de los nuncios apostólicos con al Inquisición
para lograr la introducción de breves pontificios relativos a los
jesuitas, así el de 16 de abril de 1767; o sobre los asuntos del duque
de Parma, de 30 de enero de 1768, claramente lesivos a las regalías
de la Corona; hechos que serían utilizados junto a otros para sentar ciertos principios contrarios a la censura del Santo Oficio. Así
que en los quince primeros siglos de la Iglesia no había habido en
España tribunal de Inquisición, corriendo por los Ordinarios el
control de las doctrinas y por los tribunales reales el castigo de los
herejes; que el abuso de las prohibiciones de los libros por la Inquisición era «uno de los manantiales de la ignorancia que ha inundado mucha parte de la nación»; y que, en fin, los obispos, cuya jurisdicción provenía de la autoridad nativa de su dignidad y oficio
pastoral, verdaderos jueces en las controversias de la doctrina y
costumbre de los fieles, carecían de influjo e intervención en las
prohibiciones de libros y en el nombramiento de los calificadores,
con lo que «la materia de libros está tratada con sumo abandono y
son continuas en esta parte las quejas de los hombres sabios»54.
54
Reproduce los puntos principales de esta respuesta fiscal, LLORENTE,
Historia crítica de la Inquisición, V, pp. 234-239.
274
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
Además, los fiscales señalaban que esta jurisdicción debía ejercerse guardando las normas de Inocencio VIII y Benedicto XIV, que
mandaban a la Inquisición proceder conforme al orden del derecho
siendo una norma elemental del mismo la audiencia de las partes,
y aun del interés público el que no se prohibiera «por pasiones y
fines particulares» los libros útiles a la instrucción general. El fiscal
en este punto renunciaba expresamente a probar el abuso permanente de autoridad del tribunal de la Inquisición «prohibiendo
doctrinas que Roma misma no se ha atrevido a condenar… y así el
expurgatorio de España es más contrario a las regalías del rey y a
la instrucción pública que el índice romano, porque en aquella
curia hay más diligencia en la elección de calificadores y más miramiento en las prohibiciones».
Por estas razones, los fiscales pedían que se mandara a la
Inquisición, por Real Cédula, oír a los autores antes de prohibir sus
obras conforme a la bula Sollicita ac provida de Benedicto XIV;55 limitar sus prohibiciones a los errores contra el dogma, a las supersticiones y a las opiniones lazas, absteniéndose de prohibir obras en
que se defendieran las regalías; no recoger asimismo libros no prohibidos con título de expurgación que debían dejar a cargo del
dueño de ellos; y presentar, por último, al rey en minuta los edictos prohibitorios antes de publicarlos y al Consejo todas las bulas
y breves que vinieran para la Inquisición.
Habiéndose conformado el Consejo con este dictamen y también el Secretario de Estado de Gracia y Justicia, Manuel de Roda,
sancionó el rey la Real Cédula de 16 de junio de 1768 por la que se
fijaban nuevas reglas de procedimiento al tribunal de la Inquisición para las prohibiciones de libros.56 En su prólogo, de neta afirmación regalista, se indicaba como la Inquisición, «a consequencia
de lo prevenido y mandado por mis gloriosos predecesores», tenía
a su cargo la formación de edictos e índices prohibitivos y expur-
Benedictus XIV, cons. «Sollícita ac provida», 9 iul. 1753. Codicis iuris
canonici fontes. Cura Emn. P. Card. Gasparri. 1948. vol. II, pp. 404-402.
56
Novísima Recopilación de las leyes de España 8, 18, 3.
55
Santos M. Coronas González
275
gatorios de libros, para cuyo correcto ejercicio se había dictado la
Cédula de 18 de enero de 176257 que, en síntesis, mandaba al Inquisidor general no publicar edicto alguno dimanado de bula o breve
apostólico, sin orden del rey, y tratándose de prohibición de libros,
que se observara la forma prescrita en el auto de 1713; igualmente
que el Inquisidor no publicara edicto alguno, Índice general o
expurgatorio sin consentimiento regio; y finalmente, que antes de
condenar la Inquisición los libros, oyera las defensas de los interesados, conforme a la regla prescrita a la Inquisición de Roma por
Benedicto XIV en la bula Sollícita ac provida. Aunque posteriormente, por Decreto de 5 de julio de 1763, se había mandado recoger esta
Cédula «para aclarar algunas de sus cláusulas y reducirlas a su
genuino sentido», pareció luego conveniente tras el serio y maduro examen de los del Consejo en el extraordinario con asistencia de
los cinco prelados que tenían asistencia y voto en él, volver a fijar
«con toda claridad y orden» el modo de procede del tribunal de la
Inquisición, para evitar motivos de crítica en la condenación y
expurgación de libros.
A este fin se señalaba que, se ordenaba no embarazar el
curso de los libros en el tiempo de su calificación, determinando
en los que hubiera e expurgar, los párrafos o folios censurados para que el mismo dueño del libro pudiera hacerlo. En tercer lugar,
recogiendo el tenor casi literal del dictamen fiscal, limitaba las
prohibiciones del Santo Oficio a los fines declarados de desarraigar los errores y supersticiones contra el dogma y las opiniones
lazas contrarias a la moral cristiana. Por último, los apartados
cuarto y quinto venían a reproducir el contenido final de la Real
Cédula de enero de 1762, sobre la no publicación del edicto, breve
o despacho de Roma, incluso tocante a la Inquisición o a la prohibición de libros que careciesen del pase regio, «requisito preliminar e indispensable».
Como ha destacado Defourneaux estas disposiciones eran de
extrema gravedad para la Inquisición, al restarle autonomía en un
57
SÁNCHEZ, S., Colección de pragmáticas, p. 27.
276
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
campo en el que el gobierno no había intervenido nunca.58 Por ello,
el inquisidor general Quintano Bonifaz, se apresuró a elevar al rey
una representación el 19 de agosto de dicho año, sobre el alcance
de dicha Cédula que, remitida luego al Consejo, dio lugar a una
nueva respuesta de los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino de 20 de noviembre de 1768 base, a su vez, de la posterior consulta del Consejo de 30 de noviembre del mismo año y de la Resolución Real de 28 de febrero de 176959. En esta respuesta, el documento más importante para la historia de la censura inquisitorial
en el siglo XVIII, a juicio de Defourneaux60, se destacaban los viejos
abusos de la Inquisición en materia jurisdiccional denunciados ya
en la consulta de 12 de mayo de 1696 por la Junta de Ministros de
los Consejos de Estado, Castilla, Aragón, Italia, Indias y Ordenes61
así como en los anteriores pedimentos de Macanaz de suprimir la
censura inquisitorial de libros62.
DEFOURNEAUX, Marcelín, L’Inquisition espagnole, p. 26.
Respuesta de los señores Fiscales y Real Resolución sobre la representación que
hizo el arzobispo de Farsalia Inquisidor general en 19 de agosto del mismo año, con motivo de la Real Cédula de 16 de junio de el propio en que se prescriben las Reglas para la
expurgación de los libros. Biblioteca Nacional. Madrid, ms. 1704. cf. ms. 10863.
60
DEFOURNEAUX, Marcelín, op. cit., p. 62.
61
Consulta de 12 de mayo de 1696 hecha por el Señor Don Joseph de
Ledesma al Rey N. S. Don Carlos Segundo, por una Junta de Ministros de los Consexos de Estado, Castilla, Aragón, Italia, Indias y Ordenes sobre el modo de contener el procedimiento de los tribunales de la Santa Inquisición, en lo que perjudican a la jurisdicción real ordinaria. B.N. ms. 5.547. (sin paginar). Habiéndose
formado por cada uno resúmenes de los casos en que parecieran haber excedido
los tribunales de la Inquisición con perjurio de la jurisdicción real, se presentó éste
poco halagüeño resultado: «Reconocidos estos papeles, se halla ser muy antigua
y muy universal en todos los dominios de V.M. a donde hay tribunales del Santo
Oficio la turbación de las jurisdicciones por al incesante aplicación con que los
inquisidores han porfiado siempre en dilatar la suya con tal desreglado desorden
en el uso, en los casos y en las personas, que apenas han dejado ejercicio a la jurisdicción real, ordinaria, ni autoridad a los que la administran».
62
Consulta sobre jurisdicción de la Inquisición, de 3 de noviembre de
1714, en Archivo Campomanes 16-17. Analiza brevemente su contenido ÁLVAREZ
MORALES, Inquisición e Ilustración, pp. 72-76.
58
59
Santos M. Coronas González
277
Recogiendo el espíritu regalista de estos informes y consultas
que hacían de la Inquisición una institución emanada de la autoridad real cuyos abusos podía corregir el rey como patrón fundador
suyo, los fiscales del Consejo pedían que la Inquisición quedara
sometida a la regalía de impresión y prohibición de libros, claramente afirmada en la legislación regia desde la pragmática de los
Reyes Católicos de 1502 o de las reales ordenes de impresión de los
primeros Índices españoles, dados por Carlos V y Felipe II; así como, desde el punto de vista jurisdiccional, se guardara el respeto
debido a las personas, bienes y reputación de los súbditos del rey,
al margen de la potestad doctrinal de la Inquisición en materia de
religión63.
Un simple repaso a las dudas planteadas por el inquisidor
general, utilizadas como medio para proponer al rey una lectura
restrictiva de los nuevos modos de censura, llevó a que los fiscales
en su respuesta pusieran de manifiesto, con Fran fuerza dialéctica,
la distancia que mediaba entre el estilo moderado y paternal de
Benedicto XIV y, a su influjo, de la Inquisición romana, y el áspero
y poco respetuoso estilo de la española64. A este fin le recuerdan los
términos exactos de diversos puntos de la constitución «Sollicita ac
provida» frente a la omisión de alguna palabra clave por el arzobispo de Farsalia como fuente de inspiración de la defensa de las
garantías procesales de los autores cuya obra fuera objeto de
expurgo o prohibición, conforme a la Real Cédula de 1768. Así los
defensores deberían ser competentes en la materia a censurar,
DEFOURNEAUX, Marcelín, op. cit., pp. 62-63.
TELLECHEA IDÍGORAS, J. I., «Inquisición española e Inquisición romana,
¿dos estilos?», en J. A. ESCUDERO (coord.), Perfiles jurídicos de la Inquisición española, Madrid, 1989, pp. 17-48. En la Consulta sobre jurisdicción de la Inquisición de
la época de Macanaz se recoge este comentario: «Y aunque no ha faltado en la desgracia de este tiempo quien con temeraria osadía haya dicho que en estas cosas de
prohibición de libros y papeles es mayor la autoridad de la Inquisición de España
que la potestad de la Santa Sede, este es un delirio tan detestable que no merece
entre los católicos más satisfacción que un lastimoso y compasivo desprecio» (fol.
80 r.).
63
64
278
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
juristas y no teólogos por ejemplo si se trataba de obras referidas a
la jurisdicción real65; y en todo caso imparciales, ajenos a una u otra
escuela filosófica o teológica. Por lo demás sobre la nueva obligación de dejar circular los libros en tanto que no hubiese calificación
de Santo Oficio –cuestionada por el inquisidor general- recuerdan
los fiscales los límites propios de la intervención inquisitorial, aquellos casos en que el libro figurase en sus Edictos o Índices, o
cuando hubiera sido debidamente calificado y censurado, pues de
lo contrario existía una presunción favorable a su circulación avalada por la licencia del Consejo.
Otras cuestiones, como la peligrosa posibilidad legal ofrecida
a los particulares de proceder por su cuenta a la expurgación de
sus libros o la necesidad de fijar el alcance de ciertas expresiones
tocantes a la moral, llevaron a los fiscales a recordar una vez más
los límites de la jurisdicción del Santo Oficio en torno al círculo de
la fe (herejía, apostasía, superstición) y no de la moral66. Por último,
cerrando su intervención, decían con cierta sorna: «los fiscales en
los varios documentos que han reconocido en el archivo del Consejo y en otras partes, han visto multitud de competencias y casos
ruidosos de la Inquisición con los obispos y cabildos, Audiencias y
Chancillerías, corregidores, intendentes, ayuntamiento y todos
géneros de personas, tribunales de justicia, hacienda; sobre materias aun de las más extrañas han visto repetidos Reales Decretos y
consultas del Consejo, de Juntas muy autorizadas y de personas
graves. Sobre arreglar estos puntos y contener tantas diferencias
65
TOMÁS Y VALIENTE, Francisco, «Expedientes de censura de libros jurídicos a finales del siglo XVIII y Principios del XIX», en Anuario de Historia del
Derecho español 34, 1964, pp. 417-462.
66
Como recordara años más tarde, Floridablanca en su Instrucción para la
Junta de Estado (1787) ap. XXXIII: «debe la Junta concurrir a que se favorezca y proteja este Santo Tribunal, mientras no se desviare de su instituto, que es perseguir
la herejía, apostasía y superstición… pero como el abuso suele acompañar a la
autoridad por la miseria humana… conviene estar muy a la vista de que, con el
pretexto de la religión, no su usurpen la jurisdicción y regalías de mi Corona», edición de J. A. ESCUDERO, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, II, p. 26.
Santos M. Coronas González
279
entre estos asuntos graves, puede justamente emplear su celo el
M.R. Arzobispo Inquisidor, promoviendo con S.M. que se lleve al
fin deseado de fixar los límites y las reglas que eviten disensiones.
Las autoridades templadas y con regla son amadas y permanentes»67.
Al margen de la efectiva vigencia de la Real Cédula de 16 de
junio de 1768, más bien escasa a la luz de las reticencias del Inquisidor general, el camino de la reforma de la Inquisición estaba marcado y en los años siguientes menudearon los proyectos, nacidos
incluso en el seno de la propia institución68.
IV.
El control de la Universidad: la Instrucción particular de
directores y censores regios (1769)
Tras la expulsión de los jesuitas del reino el 2 de abril de
1767, se abrió un activo proceso de intervención del Consejo en la
vida universitaria del reino que se manifestó tanto en el control
de las enseñanzas como en el régimen gubernativo de la institución69. La Real Provisión de Carlos III de 23 de mayo de 1767 pro-
Biblioteca Nacional, ms. 1704, fol. 63 vº-64.
Caso del proyectado en 1793 por el propio inquisidor general Manuel
La Sierra (DEFOURNEAUX, Marcelín, L’ Inquisition, p. 75); aparte de los planteados
luego por Jovellanos en 1798 (Representación al rey Carlos IV sobre lo que era el
tribunal de la Inquisición, en Obras completas, B.A.E. T. 87, pp. 333-334) y Urquijo en de 1799. Estas y otras medidas, llevaron por entonces al Consejo de la Inquisición a quejarse al rey del «desprecio y deshonor» en que había caído la institución. A. BORROMEO, «Inquisición y censura inquisitorial», en Carlos III y la Ilustración, I, 1989, pp. 247-254.
69
En general Santos M. ver los trabajos de M. PESET y J.L. PESET, El reformismo de Carlos III y la Universidad de Salamanca, Salamanca, 1969; de los mismos, La Universidad española (siglos XVIII-XIX) Despotismo ilustrado y revolución liberal, Madrid
1974; Gregorio Mayans y la reforma universitaria, Salamanca 1975; A. ÁLVAREZ DE MORALES, La Ilustración y la reforma de la Universidad en la España del siglo XVIII, Jaén, (Edersa), 1979; L. M. ENCISO, «La reforma de la universidad española en la época de Carlos III», en I Borbone di Napoli e i Borbone de Spagna, II, Nápoles 1985, pp. 191-239.
67
68
280
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
hibiendo enseñar en las universidades y otros centros de estudio,
ni aún con título de probabilidad, la doctrina del regicidio y tiranicidio70, marcó el nuevo clima regalista en el que habría de desarrollarse la reforma de los planes de estudio de las Universidades literarias, iniciada a partir del audaz ensayo renovador de
Olavide en la Universidad de Sevilla en 176971, secundado con
cierta reticencia por otras Universidades mayores y menores del
reino, como Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares en 1771,
Santiago en 1772, Oviedo en 1774, Granada en 1776 y Valencia en
1786.
El nuevo control regio se canalizó por la vía gubernativa del
Consejo, nombrándose para cada Universidad a un ministro suyo
como director, por auto acordado de 20 de diciembre de 1768. En
aplicación de su cometido, los fiscales del Consejo, Campomanes y
Moñino, formaron una Instrucción particular de los directores de
las Universidades, que expusieron en su dictamen de 7 de febrero
de 1769 con el que se conformó el Consejo, y posteriormente, en
consulta, el rey por Real Cédula de 14 de marzo de 176972.
La Instrucción, dividida en 40 capítulos, contenía un proyecto completo de regeneración de la vida universitaria, dinamizada
por la nueva actividad de su director73. En principio, éste debía
aclarar el régimen legal de la Universidad a su cargo, recopilando
sus estatutos, capítulos de visita o reforma, decretos generales y
Novísima Recopilación de las leyes de España 8, 4, 3. Por Real Resolución d Carlos III a consulta de 1 de julio de 1768; 1 de julio de 1769; Cédulas del
Consejo de 1 de julio y 12 de agosto de 1768; 29 de julio de 1769 y 4 de diciembre
de 1771, (Nov. Recop. 8, 4, 4) se suprimieron en las universidades y Estudios las
cátedras de la Escuela llamada jusuítica, prohibiendo usar de los autores de ella
para la enseñanza. Sobre los problemas ideológicos en la Universidad, vid. A. Jara
Andreu, Derecho natural y conflictos ideológicos en la Universidad española (17501850), Madrid, 1977, p. 50 y ss.
71
OLAVIDE, Pablo de, Plan de estudios para la Universidad de Sevilla, Estudio
preliminar de F. AGUILAR PIÑAL, Barcelona, 1969.
72
Novisíma Recopilación de las leyes de España 8, 5, 1. ESCOLANO DE
ARRIETA, Práctica del Consejo I, p. 92 y ss.
73
Nov. Recop. 8. 5. 2; Escolano de Arrieta, Práctica del Consejo I, pp. 94-100.
70
Santos M. Coronas González
281
cédulas reales, encargando la formación de un índice, cronológico
y sistemático, de los papeles de su archivo (I-IV). Igualmente, se le
encomendaba arreglar el régimen y ejercicio efectivo de la jurisdicción académica, formando un índice similar de los procesos ventilados en sus tribunales por clases y orden de tiempo (V-VI). Finalmente se fijaba el nuevo régimen gubernativo de la institución, con
remisión mensual por parte de los rectores de los acuerdos del
claustro y tenencia de un libro de registro de documentos y papeles recibidos por el director (VII-IX). Ordenadas estas tres funciones básicas, se encargaba al director enterarse del estado de la Universidad a su cargo, indagando sobre el origen y causa de su decadencia; arreglando, por si fuera una de las causas, su mutación
anual y la elección de rector, que debería recaer en profesor de
edad provecta, acreditado por su talento, prudencia y doctrina, y
disipando el espíritu de facción o partido. (XIII-XXI). Otros preceptos de esta detallada Instrucción, típica manifestación del reglamentismo ilustrado, encargaban al director la averiguación de las
rentas de la Universidad y el arreglo de su economía (XX-XXI); la
dotación de su biblioteca (XXII) y un largo elenco de cuestiones de
régimen interior (relación de cátedras, vigilancia del cumplimiento docente con prohibición expresa a los catedráticos de ir a la
Corte o salir de su residencia bajo ningún pretexto, control del
alumnado restableciendo los repasos públicos y explicaciones extraordinarias en detrimento de las pasantías particulares que convendría suprimir al igual que los estudios privados; conocimiento
de los ejercicios literarios de la Universidad, etc.).
Cuando parecía hallarse debidamente incardinada la Universidad en el sistema gubernativo general del reino, unos sucesos
ocurridos en la Universidad de Valladolid a fines de 1769 y principios del 70 vinieron a probar la falta de control efectivo sobre la
doctrina allí impartida, especialmente en el campo siempre sensible de la defensa de las regalías74. El 21 de noviembre de 1769 el
doctor José Isidro de Torres, del gremio y claustro de aquella Uni-
74
ALONSO, J., Colección de alegaciones fiscales de Campomanes, II, p. 176 y ss.
282
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
versidad, se quejaba ante el Consejo de que los decanos de las
facultades de Cánones y Leyes no le permitían defender unas conclusiones en las que sentaba que la inmunidad o exención de los
clérigos tenía su origen en gracia o beneficio de los príncipes seculares. Por entonces el Consejo, oído al fiscal Campomanes, mandó
sin más al claustro que no impidiese al citado doctor de la defensa
de sus conclusiones75. Sin embargo, apenas dos meses más tarde, el
31 de enero de 1770, volvió a recurrir al Consejo el doctor Torres
denunciando, como ofensivas a las regalías, unas conclusiones sustentadas en la misma Universidad, con acuerdo de las Facultades
de Cánones y Leyes, por el bachiller Miguel Ochoa con el título
«De clericorum exemptione a temporali servitio et saeculari jurisdictione». En esta ocasión, para instruir el expediente, se remitieron las tesis a la censura del Colegio de Abogados de Madrid
quien, tras fundar por extenso su dictamen contrario a las mismas,
concluía en su informe de 8 de julio de 1770, solicitando la formación de un reglamento de las opiniones tocantes a la regalía, a las
leyes patrias, al gobierno y de cualquier modo ofensivas al Estado,
así como la creación de censores regios en las Universidades, «para
asegurar la observancia de tan importante providencia»76.
Pasado este informe con las demás representaciones, quejas y
peticiones de las partes implicadas en el expediente, a los fiscales del
Consejo, Campomanes y Moñino, éstos expusieron en su respuesta de
25 de agosto del mismo año77. En ella decían que, mereciendo el asunto la atención del Consejo, debían tomarse en consideración las actitudes contrapuestas adoptadas por los decanos y aún por la Universidad en la defensa de las tesis referidas: de abierta oposición a las conclusiones del doctor Torres sobre las regalías en materia de jurisdicción y protección de los eclesiásticos, en un caso; y de claro apoyo a la
«El fiscal más antiguo en su respuesta de 11 de diciembre del mismo
año (1769), manifestó sin entrar en materia la regularidad de dichas conclusiones,
y así lo estimó el Consejo» Ibídem, p. 179.
76
El texto del Informe en J. ALONSO, Colección de alegaciones fiscales II, pp.
182-237.
77
Ibidem, pp. 177-182.
75
Santos M. Coronas González
283
tesis antiregalistas del bachiller Ochoa, en otro. En este punto, los fiscales consideraban excusado entrar en el análisis de las consecuencias
contrarias a la potestad real y de sus tribunales superiores que resultaban de las conclusiones de Ochoa por ver la materia «tratada magistralmente y con conocimiento de las fuentes puras de los derechos» en
el Informe del Colegio de abogados. Por ello, centraban su atención en
contradecir el argumento formal de que la defensa de semejantes conclusiones en las Universidades no perjudicaba las regalías al hacerse,
para hallar la verdad, con el encuentro y discusión de las opiniones.
Ante todo, porque habiéndose intentado defender las contrarias favorables al derecho real, se había opuesto el decano de la facultad de
Cánones y toda la Universidad78. Después, por la inoportunidad del
momento elegido para la exposición de la tesis antiregalistas una vez
que, con permiso del Consejo, había defendido las suyas el doctor
Torres a favor de las mismas regalías. Finalmente, por la inconveniencia de ejercitar la enseñanza combatiendo las regalías de la Corona en
las Universidades del reino, que de este modo podrían convertirse,
aún a título de ejercicio, en baluartes antiregalistas propagando máximas contrarias a la sociedad política y pública tranquilidad, como
parecía probar la obra del profesor de la misma Universidad Mariano
José Díaz de Iglesias, intitulada Ars methodica iuris que abundaba en el
mismo tipo de opiniones. Así deducían los fiscales del expediente, la
responsabilidad del bachiller Ochoa y del decano de la facultad de
Cánones quienes debían dar satisfacción pública, defendiendo el primero y presidiendo el segundo, conclusiones en que se vindicara la
autoridad real y sus regalías, para cuyo cumplimiento proponían
igualmente la creación de un censor regio que previamente viera todas las conclusiones sin permitir su defensa contra las regalías de la
Corona y dando cuenta al Consejo de cualquier contravención para su
castigo. Por último, considerando que esta providencia podría ser útil
«De suerte, que si corriere la objeción resultaría que en aquel Estudio
general se reputa por ejercicio pernicioso e inconducente defender las regalías y
por útil impugnarlas y destruir los títulos del Soberano para la autoridad que las
divinas letras, cánones y leyes del reino le reconocen y apoyan respecto de las personas y negocios eclesiásticos con las distinciones oportunas». Ibídem, p. 180.
78
284
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
en las demás Universidades, proponían al Consejo consultara al rey
para hacerla general.
Acordada por el Consejo esta propuesta, se creó por Real Provisión de 6 de septiembre de 1770, un censor regio en cada Universidad,
en principio el fiscal de la Audiencia correspondiente al núcleo universitario, o bien, donde no hubiera Audiencia, personas designadas
al efecto por el Consejo, con el deber de examinar las conclusiones de
la tesis a defender antes de imprimirse79. Sancionada la Instrucción de
los directores de Universidad y creados los censores regios, todavía el
Consejo, a instancia de Campomanes señaló por auto de 19 de septiembre de 1770, los martes de cada semana para el despacho de los
negocios académicos de las Universidades del reino,80 y aun acordó,
por punto general meses mas tarde, que en la fórmula de los juramentos de los grados universitarios, se añadiera la siguiente cláusula:
«etiam juro me nunquam promoturum, defensurum, docturum directe neque indirecte quaestiones contra auctoritatem civilem regiaque
regalía»81. Con ello parecía cerrarse el círculo del control regio sobre las
Universidades con el paralelo control de los Colegios mayores, manifestado en las Reales Cédulas de 22 de febrero y 3 de marzo de 1771
que, anunciando su arreglo, reservaban ya al rey el cuidado y administración de sus rentas, hacienda y modo de gobierno, así como el
conocimiento de todas sus causas y negocios, reforma que sería llevada a cabo, tras la última visita que cerraba el ciclo de las iniciadas en
1635, por la Real Cédula de 12 de abril de 1777 que vino a fijar el
nuevo método de gobierno de los Colegios mayores de Salamanca,
Valladolid y Alcalá, derogando todas las leyes, estatutos, acuerdos,
capillas, usos y costumbres de los mismos82.
Nov. Recop. 8,5, 3.
ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo, p. 101.
81
Carta orden del Consejo a de la Universidad de Salamanca de 22 de
enero de 1771, Nov. Recop. 8, 5, 3, nº 2.
82
Nov. Recop. 8, 3, 6, 7 y 8. Cf. R. Olaechea, «El anticolegialismo del
gobierno de Carlos III», en Cuadernos de Investigación Histórica, II, 1976, pp. 53-90;
L. SALA BALUST, Visitas y reforma de los Colegios mayores de Salamanca en el reinado de
Carlos III, Valladolid, 1958.
79
80
Santos M. Coronas González
V.
285
Respuesta fiscal sobre la formación de una hermandad
para el fomento de los Reales Hospicios de Madrid y de
San Fernando (1769)
De 1756 a 1760 Pedro Rodríguez Campomanes había desempeñado la Asesoría y Judicatura del Real Hospicio de San
Fernando, uno de los dos existentes en la Corte. De nuevo, su
fecunda entrega a los asuntos públicos y conocida probidad se
manifestó en la mejora general de la administración del hospicio, por aquél momento saneando su hacienda (en el texto, posiblemente autobiográfico que respalda la concesión del título de
conde de Campomanes (1780), se recuerda el acto de reintegración del crecido alcance que resultaba contra el tesorero de la institución y el establecimiento del arca de tres llaves como garantía de una rigurosa intervención de sus caudales)83 y, en general,
favoreciendo su desarrollo fabril, clave de su autosuficiencia.
Desde que, en 1752, el buen regente de la Audiencia de Asturias,
Isidoro Gil de Jaz, promoviera la reforma de la beneficencia
pública con la fundación de un Hospicio General del Principado llamado a ser casa de maternidad, fábrica para los jóvenes y
asilo para los ancianos, reuniendo en un mismo establecimiento
a los que la vida había unido con un lazo común de abandono y
pobreza, se había forjado un nuevo modelo de asistencia y
fomento social sostenido por la suma de arbitrios de la beneficencia real y municipal, así como por la caridad concentrada de
laicos y eclesiásticos84.
Con esta y otras experiencias, Campomanes, prevaliéndose
de su asesoría del Real Hospicio de San Fernando y como fiscal del
Consejo, junto con el fiscal Moñino, instó al desarrollo de esta polí-
RODRÍGUEZ CAMPOMANES, Pedro, Título de Conde de Campomanes. Edición
y glosario de CORONAS GONZÁLEZ, S.M., Oviedo, 2002.
84
CORONAS GONZÁLEZ, S. M., «Un magistrado navarro-aragonés: Don Isidoro Gil de Jaz, regente de la Audiencia de Asturias (1749-1754)», en M. A. GONZÁLEZ DE SAN SEGUNDO, Un jurista aragonés y su tiempo. El Doctor Juan Luis López,
primer Marqués del Risco, Zaragoza, 2007, pp. 189-238.
83
286
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
tica separando los mendicanti validi, vagos y mendigos holgazanes
propensos a la delincuencia (como demostraran los motines de la
primavera de 1766) de los auténticos pobres, huérfanos y desamparados que había que ayudar facilitándoles los medios de subsistencia y trabajo. Las ideas principales de estos dos fiscales, que
giraban sobre el trabajo y el afecto público manifestada en forma
de Hermandad en las casas de reclusión, indicando los posibles
fondos económicos y su primer esbozo de ordenanza gubernativa,
expuestas en la Respuesta fiscal de 28 de agosto de 1769, dieron
lugar a una importante legislación reglamentista85.
VI.
Alegación fiscal en el expediente consultivo pendiente
entre la provincia de Extremadura y el concejo de la Mesta
(1770)
Por Real Orden de 20 de julio de 1764 se remitió al Consejo
de Castilla una representación de la provincia de Extremadura
para que, reconociéndose con particular atención su contenido en
Consejo pleno y oyendo a los fiscales, se consultase al rey su parecer. El objeto de la misma era demostrar los perjuicios que causaba
a la agricultura y cría de ganado la extensión de los ganaderos trashumantes y el abuso que suponían los privilegios del Concejo de la
Mesta86, proponiendo los medios para fomentar una y otra, corrigiendo estos abusos.
85
VALLEJO GARCÍA-HEVIA, José María, Campomanes y la acción administrativa de la Corona (1762-1802), Oviedo, 1998, pp. 127-137.
86
Memorial ajustado hecho en virtud de decreto del Consejo del expediente consultivo que pende en él…. Entre D. Vicente Paino y Hurtado como diputado de las ciudades de voto en Cortes, y toda la provincia de Extremadura y el Honrado Concejo de la
Mesta general de estos reynos, en que intervienen los señores fiscales del Consejo y Pedro
Manuel Sáenz de Pedroso y Ximeno, Procurador general del Reyno: que se pongan en
práctica los diez y siete capítulos o medios que en representación puesta en las Reales
manos de S.M. propone el Diputado de las ciudades y provincia de Extremadura, para
fomentar en ella la agricultura y cría de ganados y corregir los abusos de los ganaderos
Santos M. Coronas González
287
Pasado a los fiscales Campomanes y Moñino, este último orilló en su alegación d 24 de octubre de 1770 toda erudición molesta
y oscurecedora de la representación del diputado de la provincia
de Extremadura, fijando como regla de su extensa alegación (349
puntos): «unos principios llanos, sólidos y perceptibles»87. Por el
contrario, Campomanes, que según propia confesión, había dedicado seis años a la meditación y estudio de este negocio con el
deseo de reducirlo a un sistema de «principios justos y patrióticos», no omitió nada en su largo dictamen de 18 de septiembre,
dividido en 665 puntos.
Tras reconocer el expediente consultivo causado por la real
Orden citada en virtud de las quejas dadas al rey por la provincia
de Extremadura proponiendo los medios de restablecer en ella la
agricultura y cría de ganados y vista la exposición del Concejo de
la Mesta y los informes de los magistrados públicos de la provincia, alcaldes mayores, intendente, comandante general, y sobre
ello, lo expuesto por el Procurador general del reino, el fiscal más
antiguo del Consejo pudo decir que le parecía ocioso recomendar
una materia de la dependía la conservación de la provincia de
Extremadura, cuyo interés estratégico y militar como «frontera
mas importante de la monarquía» había hecho patente la última
guerra con Portugal, además de poner de manifiesto su «miserable
estado y decadencia», con la consiguiente dificultad de abastecer
las tropas. Así, una doble razón de simple estrategia y pública utilidad llevaba a preferir la población y cosechas de Extremadura a
«la montuosa situación en que la tiene constituida actualmente la
Cabaña trashumante», de tal modo que ya de entrada se declaraba
el objeto del dictamen que era el demostrar que la conservación y
aumento de una «la buena razón política y de Estado» acomodada
trashumantes (Madrid, 1771). Cf. M. BUSTOS RODRÍGUEZ, «Campomanes y la Mesta.
La nueva coyuntura del siglo XVIII», en Hispania, XL, 144, 1980, pp. 129-152; N.
MICKUM, La Mesta du XVIII siécle. Estude d’histoire sociale et economique de L’Espagne
au XVIII siécle. Budapest, 1983.
87
Memorial ajustado, fol. 1-25 Vº. (in fine).
288
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
a la justicia y a las leyes fundamentales del reino. A este fin, Campomanes redujo su dictamen a probar de un lado, la necesidad de
poner remedio a los abusos atribuidos al Concejo de la Mesta, y de
otro, a determinar estos medios conforme a la justicia y la utilidad
pública. Para mayor claridad, clasificó ante todo las personas que
intervenían en la causa para fijar sus respectivas posiciones: en primer lugar, la provincia de Extremadura que pretendía la restitución del despojo padecido en los pastos y tierras por el abuso de la
posesión; en segundo lugar, los hermanos o individuos del Concejo de la Mesta, «clase tan fugitiva como sus ganados», formada por
habitantes de la Sierra, más de 40.000 distribuidos en 121 cuadrillas, pero también por vecinos de Madrid y comunidades, quienes
a pesar de su corto número, tan sólo 56 ganaderos, poseían una
cuarta parte del ganado trashumante; finalmente, los magistrados
públicos de Extremadura «clase imparcial, distinguida por sus
empleos y por el interés público que toca con la experiencia» merecedora de toda atención y crédito siendo ellos quienes debían
«guiar el concepto del Consejo en tan importante negocio».
Hechas estas precisiones, Campomanes pasó a analizar las
quejas contra la Mesta que aunque no eran nuevas, si lo era el vigor, la imparcialidad y la diligencia con que se trataba la materia en
el Consejo. De nuevo y para una mejor comprensión de los perjuicios padecidos por la provincia, distinguió entre los causados a tierras, pastos y montes. En relación con los primeros, las máximas de
buen gobierno contenidas en las Partidas alfonsinas, le llevan a
fijar la obligación del rey de atender la solicitud de tierras labrantías de los vecinos de Extremadura, máxime tras afirmar que la
población nace del buen repartimiento de las tierras y de establecer buenas leyes agrarias «tenudo es el rey» dicen las Partidas 2, 11,
3 para luego añadir, «el rey non debe quere que (la tierra) finque
yerma ni por labrar».
De los informes de los magistrados de Extremadura deducía
una primera medida a adoptar capaz de paliar la decadencia de la
provincia: dotar a todas las yuntas, presentes o futuras, de cincuenta fanegas de tierra necesaria para su labranza, con la distinción de
año y vez. Para ello consideraba indispensable formar una ley
Santos M. Coronas González
289
agraria en virtud de la cual todo vecino tuviera al menos repartimiento de tierras para una yunta, impidiendo a la vez su amortización. Aunque una ley semejante pudiera reputarse coercitiva del
dominio «el legislador lo puede y lo debe hacer para promover la
felicidad pública»88. Enfrentando en este punto a la cuestión de los
privilegios de la Cabaña pudo desmontar con cálculos precisos sus
principales argumentos, demostrando la mayor ocupación y utilidad pública que se seguiría de la labranza de los vecinos que del
pastoreo. Así, concluyó esta parte de su dictamen con un estilo
declaratorio que anunciara ya en un principio, con el fin de excitar
«la compasión y el auxilio que merecen los Extremeños o por mejor
decir la causa general del Estado»: ¿Qué hombre patriota y reflexivo puede mirar con tibieza la despoblación de Extremadura; la
decadencia de la fuerza del Estado; y una serie de tantas injusticias,
estando a la mano los medios fáciles de repoblar aquel país, reintegrando la agricultura en su natural libertad y favor? (nº 121).
El mismo planteamiento siguió luego al exponer los perjuicios ocasionados por la Mesta a los naturales en la cría de ganados
al despojarles de los baqueriles o prados, dehesas, boyales y novilleros, contra los propios fines de su instituto que no era el de criar
otros animales, sino «ganados lanares finos en pastos sobrantes».
Intentando orillar en este punto los antiguos privilegios de la
Mesta, recordaba un expresivo texto de Partidas referido al rey hacedor de leyes que endereza o enmienda sus propios yerros: «el
hacedor de las leyes… non debe haber vergüenza en mandar o
enmendar sus leyes, quando entendiese o le mostraren razón por
que lo deba facer»89. Finalmente la decadencia de los montes por la
quema irregular de los mismos para mejorar sus hierbas, cierra
88
En dos extremos estaba forzado el legislador a establecer una ley agraria: a) cuando una región estaba yerma como sucedió con Sierra Morena, que
desde abril de 1767 se estaba poblando a costa del Erario público, dotando a cada
familia de la tierra necesaria para una junta, y b) cuando el país se estaba despoblando por los vicios intrínsecos de su administración interna, como en el caso de
Extremadura, Respuesta fiscal, nº 89 y 90 Cf. N. Recop. 3, 5 15.
89
Partidas, 1, 1, 11.
290
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
este puntual extracto de los perjuicios que los abusos de la Mesta
ocasionaba en la provincia de Extremadura, cuyos efectos se hacían extensivos, por los demás, a toda Castilla (nº 391).
De todo lo dicho resultaban una serie de proposiciones: ante
todo, la justa causa de implorar al rey la solución de los males de
la provincia; así mismo, la obligación del soberano de reparar el
daño; el derecho de la Cabaña a un justo aprovechamiento de lo
sobrante, una vez dotadas la provincia y sus naturales y, por último la necesidad de dotar a todo vecino del terreno preciso para el
cultivo. Sobre estos principios, expondría luego los medios prácticos para obtener la repoblación de la provincia, teniendo en cuenta que las providencias que el Consejo acordara consultar al rey
debían ser tales que pudieran mirarse en adelante «como unas
leyes municipales de la provincia de Extremadura, que acercando
las cosas a sus antiguos fueros de población, en quanto sea posible,
pongan a aquellos naturales en una sólida prosperidad civil» (nº
473). Entre estos medios figuraba el de señalar pastos a los serranos y, sobre todo, la necesidad ya apuntada por el procurador
general del reino y el corregidor de Cáceres, de crear una Audiencia «por ser cosa cierta que a haber existido dentro de la provincia
una Audiencia real con facultades oportunas para contener agravios y opresiones, no habría sido posible que las cosas hubiesen llegado a la extremidad y languidez que hoy tienen»90. Así, la Audiencia estaría «encargada de ejecutar la ordenanza municipal (ley
agraria) que se establezca y de hacer florecer esta Extremadura»,
suprimiéndose la figura de los alcaldes entregadores de la Mesta, y
quedando reducidos los de «cuadrilla» a las causas entre hermanos
de la Mesta.
En síntesis, como indicaba el propio Campomanes, todo el
complejo de este «prolixo y difícil expediente» se reducía a preferir
los naturales del país a los forasteros en el aprovechamiento de
Respuesta fiscal nº 519, «Sin una administración de justicia cercana y continuada, no pueden prosperar los pueblos y provincias, siendo uno de los arbitrios mas seguros para acelerar su felicidad política sólidamente (nº 521).
90
Santos M. Coronas González
291
aquel terreno, dotándoles de las necesarias tierras y pastos, fundadas en reglas de derecho y equidad. Una última reflexión del fiscal
animaba a los miembros del Consejo a encarar su responsabilidad
en la decisión: «La fatiga que el Consejo ponga para acertar con los
remedios políticos que necesita Extremadura, dará sustancialmente a la Corona una nueva provincia y coincidirán en el sólido establecimiento del derecho público de la nación, tocante a la población y al fomento de la labranza y crianza, haciéndose todo ello por
medios justos y que serán acomodables a otras provincias en mucha parte». Preparando así el camino de una futura reforma agraria, terminaba su dictamen Campomanes recomendando al Consejo guiarse por lo que resultaba del expediente y no por providencias tomadas en el pasado.
Por su parte, el fiscal Moñino, tras una consideración previa
sobre la gravedad de la materia a tratar, la crianza y la labranza que
formaban el objeto del expediente, estimaba que el fin que debía
proponerse el Consejo era impedir el agotamiento de estos
«manantiales de la subsistencia y del poder del Estado».
Fijados por el diputado de la provincia de Extremadura las
causas de los males que la aquejaban: extensión inmoderada de los
ganaderos trashumantes; abuso de los privilegios de Mesta y escasez de tierras y pastos para los naturales de la provincia, el fiscal
pasó a exponer los principios orientadores de su dictamen contrarios a toda erudición oscurecedora de su línea argumental, a partir
de la simple constatación de una serie de hechos ciertos y probados: daños en Extremadura, agricultura deteriorada y casi extinguida y decadencia de su ganadería. Así, consideraba una primera
cuestión a resolver, a la luz de los hechos que resultaran probados
y en combinación con la creación y progreso del Concejo de la
Mesta, si el origen de estos males eran los ganaderos trashumantes
y el abuso de sus privilegios. De los hechos del expediente y de los
propios informes del Consejo, podía deducirse que estos ganaderos ocupaban la mayor y mejor parte de los pastos y tierras de
Extremadura, en tanto que se veía deteriorada la cría de ganados
estantes y apenas sin cultivo su feraz y dilatado territorio. En este
sentido tras analizar distintas situaciones dañosas, llegaba a la con-
292
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
clusión de que «el mal estado de aquella fértil Provincia se puede
atribuir, como a causa muy principal, a la cabaña trashumante o a
sus abusos» (nº 30). Del mismo modo, ejemplificando con nuevos
casos las perniciosas consecuencias de los privilegios de los trashumantes consideraba preciso concluir «que el estado, constitución y
progresos de el Concejo de Mesta, en quanto a los diferentes
medios de adquirir y conservar su posesión privativa, es igualmente dañoso a Extremadura» (nº 76), conclusión que le daba pie
para reflexionar sobre la inutilidad pública de tales privilegios y el
necesario equilibrio político y económico que exigía el bien de la
sociedad y del Estado.
En todo caso, una cuestión a dilucidar y que Moñino plantea
con toda crudeza, era la del fundamento legal de tales privilegios
cuyo origen, como él mismo adelanta, podría deberse a intrusión,
maña o delito (nº 81). Así, no los halla recogidos en las leyes antiguas, ni en los privilegios reales de la época de fundación de la
Mesta, ni aún en la legislación posterior recopilada, ni siquiera en
las Ordenanzas privativas o leyes del Cuaderno, mandadas guardar por Real Provisión de 10 de agosto de 1525, pues las únicas
referencias a posesión de hierbas y pastos que se contienen en el
título VI de estas Ordenanzas, tenían según la Real Provisión citada, una aplicación restringida a sólo los hermanos del Concejo de
la Mesta.
A partir de esta afirmación, el fiscal Moñino plantea sus objeciones al mantenimiento de la vieja política comercial de exportar
lanas, considerando mas útil fomentar su industria siguiendo el
modelo de otros países en base al hecho innegable de que «aquella
nación que hila, tiñe, tuerce, teje, conduce, negocia y vende el tejido se lleva casi todo el precio» (nº 151). Así, no dudad en declarar
con rotundidad su mayor aprecio por la agricultura, cuya utilidad
social debiera atraer la primera atención de un «gobierno sabio y
poblador», de tal modo que la tierra destinada a pastos debiera ser
la que no fuera buena para cultivar granos y otros frutos. En la
misma línea de socavar los privilegios de la Mesta, el fiscal declara su enemiga a la jurisdicción de los alcaldes entregadores y jueces de Mesta que hace derivar de una «queja universal y antigua»
Santos M. Coronas González
293
(nº 196) y que, en todo caso se había ido extendiendo más y más
«por intrusión y abuso» (nº 205).
Combatidos los principales privilegios que pudieran servir
de estorbo para la búsqueda del remedio adecuado a los males
denunciados, Moñino pasó a glosar, por último, los que él mismo
proponía para facilitar su observancia: creación de una Audiencia
«que examinase los recursos que hubiese en el establecimiento que
se sirva acordar el Consejo (nº 343); y el mantenimiento en la Corte
de un diputado de la Provincia, como hacía el reino de Galicia,
para promover los derechos de sus habitantes.
Así, combinando la fuerza de los dictámenes fiscales, con la
de los informes de los magistrados públicos de Extremadura, se
intentó poner fin al antiguo régimen de la Provincia de Extremadura, basado en el privilegio abusivo de los ganaderos trashumantes.
La creación de una Real Audiencia en el territorio del antiguo convento jurídico lusitano, vino a hacer efectiva esta reintegración de
una provincia entera a la Corona como a principios de siglo ocurriera con la de Asturias91, aunque además ahora se fijaron unas
reglas de derecho público en lo tocante a la población y al fomento
de la labranza y crianza que sirvieron de modelo para otras provincias, permitiendo iniciar con paso firme la ansiada reforma agraria.
VII. Alegación fiscal sobre la vigencia del fuero de Córdoba
(1770)
Por Real Orden de 24 de julio de 1765, se remitió por la Secretaría de Gracia y Justicia al Consejo de Castilla un memorial de un
vecino de Cieza sobre el valor de un testamento otorgado en la ciudad de Córdoba que dejaba los bienes del testador a un convento
de predicadores de la ciudad. Formado el oportuno expediente ins-
91
Carlos IV por resolución a consulta de 4 de diciembre de 1775, 16 de
junio de 1778 y 21 de diciembre de 1784. Pragmática Sanción de 30 de mayo de
1790. Novísima Recopilación de las leyes de España 5, 6, 1.
294
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
tructivo, pasó luego a informe de los fiscales que, en su alegación,
dijeron ser insubsistente y nulo dicho testamento por haber sido
otorgado en contravención de lo dispuesto en el fuero de la ciudad
y del antiguo reino de Córdoba, así como del auto del Consejo de
12 de diciembre de 1713, acordado a instancia Macanaz, por el que
se anulaba las mandas hechas en la última enfermedad a favor de
los confesores, de sus comunidades o parientes92.
Este fuero, otorgado a mediados del siglo XIII por Fernando
III, prohibía la adquisición de bienes raíces a toda comunidad y
mano muerta, a excepción de la Iglesia catedral, tanto por causa
onerosa como lucrativa, con la expresa determinación del perdimiento de dichos bienes y de su paso a los parientes más cercanos.
Así, alegaban los fiscales que contra lo literal y expreso del fuero no
podía ir el privilegio otorgado posteriormente al convento beneficiario por el que podían recibir lo que dejasen los fieles en su última disposición, pues esta cláusula debía entenderse contraída, a
tenor del fuero, a limosnas y bienes muebles, para atender sus necesidades religiosas.»A lo que se llega que siendo dicho fuero por
su naturaleza negativa prohibitivo, no se puede alegar contra su
tenor, excepción de inobservancia, costumbre en contrario, ni pres-
Colección de alegaciones fiscales, vol. IV, p. 78 y ss. Novísima Recopilación
de las leyes de España 5, 10. auto 3. El fiscal de la Real Chancillería de Valladolid,
Antonio Robles Vives, envió a Campomanes hacia 1770-1771 su Discurso sobre la
autoridad de los fueros municipales de España (B.N. ms. 21.706 (15) reflexionaba sobre
el alcance que debía darse a la prueba de su uso, exigido por la legislación para su
aplicación afectiva, que a su juicio dimanaba de la simple voluntad real. Como
posterior fiscal del Consejo de Hacienda tuvo ocasión de extender la validez de
esta doctrina. Ver S. M. CORONAS GONZÁLEZ, «Constitucionalismo histórico y neoforalismo en la historiográfica del siglo XVIII», en Notitia Vasconiae 1, 2002, pp. 83111; este Discurso sobre la autoridad de los fueros, está editado en pp. 112-118; cf. M.L.
ALONSO, «Un caso de pervivencia de los fueros locales en el siglo XVIII . El derecho de troncalidad a fuero de Sepúlveda en Castilla la Nueva a través de un expediente del Consejo de Castilla», en Anuario de Historia del Derecho español 48,
1978, pp. 593-614. En general vid. A. GARCÍA-GALLO, «Crisis de los derechos locales y su supervivencia en la Edad Moderna», en Cuadernos del Instituto de Derecho
Comparado de Barcelona, 10-11, 1955, pp. 69-81.
92
Santos M. Coronas González
295
cripción alguna, ni la tolerancia que puede haber habido en la
adquisición de bienes y raíces por manos muertas en algún caso
particular puede debilitar su fuerza y vigor y hallándose por otra
parte dispuesto por diferentes leyes reales y capítulos de Cortes
que los pleitos y causas se determinen por los fueros particulares
de las ciudades, villas y lugares de estos reinos, y que dichos fueros prevalecen a la ley, cuando expresa y literalmente no se hallan
derogados, no cabe duda en que la presente disputa se debe resolver por dicho fuero de Córdoba»93.
Así, los fiscales del Consejo eran del dictamen de que el Consejo consultase al rey que se declarase el testamento referido nulo
y de ningún valor; ni efecto, como así se hizo el 25 de septiembre
de 1770 ordenando que se librase, además, cédula con inserción del
fuero de Córdoba para que las justicias de aquella ciudad y su
reino le guardasen, con prohibición expresa a los escribanos de otorgar cualquier instrumento de enajenación de bienes raíces a
manos muertas, excepto a la Catedral, bajo la pena de privación de
En un escrito de juventud, Reflexiones sobre la jurisprudencia española,
redactado en 1750, Campomanes se mostraba mucho menos seguro de esta afirmación. Aparte de no incluir, salvo el Fuero Real «probándose el uso tiene también vigor de ley» y el Fuero Juzgo, de dudosa interpretación respecto a su original latino, entre las leyes principales del reino de indisputable autoridad, todavía
la vigencia de algún fuero municipal tan famoso como el de Sepúlveda le planteaba serias dudas: «El Fuero de Sepúlveda está mandado guardar en cuanto a la
sucesión troncal por la ley 6 de Toro, y tampoco se halla, como debía, inserto en
ella; y aunque algunos intérpretes copien tal cual fragmentos de ambos, siendo un
Cuaderno de leyes sólo el de Sepúlveda ¿qué fe podrá merecer en los juicios sin
mostrarse todo auténtico con aprobación del Príncipe?» (ed. A. ÁLVAREZ DE MORALES, El pensamiento político y jurídico de Campomanes, Madrid, 1989, pp. 140-141. El
orden de prelación de fuentes fijado en el Ordenamiento de Cortes de Alcalá de
Henares de 1348, (ley I, tit. 28) recogido en las Leyes de Toro (ley 1ª) y posteriormente en las recopilaciones oficiales de la legislación real (Nueva Recopilación;
Novísima Recopilación de las leyes de España), señalaba la foral o municipal de
los pueblos después de la real, sometida además a la interpretación auténtica de
los reyes. Pese a todo, la «colección a un cuerpo de todos los antiguos fueros de
Castilla» le parecía a Campomanes, «la obra más precisa», para conocer el origen
de los tributos y la variación de los juicios, costumbres y gobierno.
93
296
José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772)
oficio y declaración de nulidad del instrumento; cédula que debería publicarse y copiarse en el libro-registro del ayuntamiento de
dicha ciudad y dirigirse asimismo a la Chancillería de Granada
para que, por su parte, contribuyese a su ejecución y observancia.
La Real Resolución y Cédula del Consejo de 18 de agosto de
1771 mandó guardar el capítulo del fuero tal y como en el se contenía
y declaraba sin permitir su contravención en manera alguna94.
Nov. Recop. 1, 5, 21. Años más tarde, una Real Cédula del 15 de junio de
1778, dada en virtud de una representación hecha por la Chancillería de Granada,
declaró en la misma línea de rescatar del olvido el derecho real, incluso aquél de
ámbito municipal, que los tribunales deberían arreglarse al Fuero Juzgo en materia
de sucesión intestada de bienes y otros asuntos semejantes, «sin tanta adhesión como
manifestáis a la de Partida, fundada únicamente en las auténticas de derecho civil de
los romanos y en el común canónico» (F. CANELLA, «De la enseñanza del Derecho
Civil», en revista de los Tribunales, I, 1878, p. 89 y ss., 171 y ss., 310 y ss., 435 y ss.; p.
44). De ese modo, por la vía del rescate de antiguos preceptos desamortizadores contenidos en la legislación municipal del reino, destacada en su momento por Campomanes en su Tratado de la regalía de amortización (cap. XI), así como por la de afirmar su vigencia supletoria en defecto de la legislación real con preferencia a la de
Partidas como disponía el orden prelativo tradicional de fuentes en Castilla, los fueros tuvieron un tardío y fugaz renacimiento como representantes genuinos de ese
alma civil y popular, sustentadora última de las regalías de la Corona. A manera de
última manifestación, ya anacrónica, de las cartas de población medievales, la real
Instrucción de 25 de junio de 1767, hecha por Campomanes para el establecimiento
de alemanes y flamencos en Sierra Morena, vino a combinar el viejo espíritu animoso de los pobladores de aquel tiempo con el nuevo, mas minucioso y preciso, de los
hombres de la Ilustración que pretendieron salvar del olvido lo mejor de aquella
experiencia histórica. Así, el viejo molde de los fueros de población recibió el aporte
de las nuevas ideas que, en algunos puntos de amortización, prevención contra los
ganaderos trashumantes, labores de interés comunal, mantenimiento de casa poblada, enlazada con facilidad con las antiguas prácticas. La Real Cédula de 5 de julio de
1767 que recoge la Instrucción citada, en Nov. Recop. 7, 22, 3. Sobre su aplicación a
los colonos griegos por R.C. de 1 de mayo de 1768, vid. Nov. Recop. 7,22, 4. Esta línea
foral que se quiebra ya en parte en las repoblaciones ulteriores de la provincia de
Ciudad Rodrigo (R. C. de 28 de noviembre de 1769, Nov. Recop. 7, 22, 5) y de la
nueva villa de Encinas del Príncipe (R.C. de 23 de diciembre de 1778, Nov. Recop. 7,
22,7), desaparece ya en la provisión de Carlos IV de 15 de marzo de 1791 que fijaba
las reglas que debían observarse para la repoblación de la provincia de Salamanca
(Nov. Recop. 7, 22, 9).
94
El conde de Floridablanca
y América
Moisés LLORDÉN MIÑAMBRES
Universidad de Oviedo
n el transcurso del reinado de Carlos III (1759-1788) se llevaron a cabo un conjunto de reformas que resultaron capitales en las transformaciones que provocaron en la Monarquía española, y cuyo principal, aunque no único objetivo, era
potenciar y resaltar el poder absoluto del monarca, al mismo tiempo que se iban eliminando los obstáculos que lo impedían. América, parte integrante de esta unidad política, se vería profundamente involucrada en este proceso de cambio. La reflexión de las élites
ilustradas no ignoró aquellos territorios, por el contrario, la preocupación por reformar la Monarquía incluyó proyectos para reconfigurar la estructura del Imperio, que pondrían de manifiesto la
existencia de una visión de América muy diferente de la que había
dominado en los siglos XVI y XVII.
El Imperio heredado por Carlos III había alcanzado un estadio de desarrollo, pero se situaba entre la dependencia y la autonomía, pues ni era una conquista reciente ni tampoco una nación o
conjunto de naciones. Aunque era dócil, necesitaba una mano hábil
para gobernarlo y, a pesar del interés que el rey sentía hacia las
Américas, no era en absoluto consciente de las propias exigencias
E
298
El conde de Floridablanca y América
de las sociedades coloniales y su única preocupación consistía en
que no satisfacían sus necesidades económicas ni se conformaban
a sus intereses internacionales.
Para llevar a cabo un cambio en la política americana se necesitaba el apoyo del rey, las ideas e iniciativas de sus ministros y la
respuesta de la opinión política. Aunque raramente se suelen presentar estos requisitos simultáneamente, en las décadas de 1760 y
1770 coincidieron y dieron a luz un nuevo proyecto colonial que
abarcaba todos los aspectos de las relaciones políticas, militares y económicas entre España y América. También en estas décadas
comienza a tener protagonismo político nuestro hombre: José Moñino y Redondo, desempeñando el cargo de Fiscal del Real y Supremo Consejo de Castilla entre 1766 y 1772. Alcanzaba este puesto en
los momentos revolucionarios del Motín de Esquilache, de Campomanes, de Aranda (presidente del Consejo). Luego sería nombrado
Embajador en Roma y, finalmente, a comienzos, de 1777, sustituiría
al marqués de Grimaldi como Secretario de Estado. Un año después
se promulgaría el decreto estableciendo la libertad de comercio con
América1, cuyos efectos favorables fueron esgrimidos por Floridablanca como uno de los grandes logros del reinado de Carlos III: «El
establecimiento del comercio libre de Indias… ha triplicado el de
nuestra nación, y más que duplicado el producto de las aduanas y
rentas de S. M. en unos y otros dominios».
Veamos como se desarrolló este proceso y cuál fue la participación de Floridablanca en el mismo. El debate sobre el Libre
Comercio con América es fruto de una propuesta oficial que hacía
de las Indias y su comercio una de las piedras angulares de la recuperación económica de España. La nacionalización de la Carrera a
Indias, desde Narciso Feliu de la Peña, en 1683, y Jerónimo de
Uztáriz hasta los pensadores liberales de finales de siglo, la soluciones liberalizadoras se suceden desde el reinado de Felipe V,
donde serían plenamente apuntadas por Álvaro Navia Osorio, III
R. D. de 2 de Febrero de 1778. E. C. de 6 de Mayo de 1778 y Reglamento de 12 de Octubre de 1778.
1
26. Carlos IV
Grabado. Aguafuerte. Cayetanus Merchi y Antón Martínez. Joannes Brunetti,
1799.
Carlos IV resultaba un monarca muy distinto a su padre: era más bondadoso, pero
menos capaz que él, dato éste muy significativo que no obligaba a hacer presagios
optimistas sobre lo que iba a suceder en el futuro.
Moisés Llordén Miñambres
301
marqués de Santa Cruz de Marcenado, en su Rapsodia económicopolítica monárquica2, donde nos dice que el comercio es «la verdadera piedra filosofal para enriquecer el Reino, y hacer al Rey nuestro
Señor el más poderoso Príncipe del Mundo. Con el Comercio se
mantendrán en la Monarquía los tesoros propios, se adquirirán los
ajenos; y circulando unos y otros desde el Rey a los Vasallos (por la
continua precisión que el soberano tiene de gastarlos y el súbdito
de retribuirlos) se conservará perenne el manantial que hoy se
agota con el poco tráfico nuestro, y excesivo de los Extranjeros, que
no dejan de parar los caudales en España más tiempo que el necesario para sacarlos en la red de su comercio, transportando a sus
países las riquezas de nuestras Indias»3, o por, el también asturiano, José del Campillo Cosío, en cuya obra: Nuevos sistema económico de gobierno para la América, escrita en 17434, aparece con claridad
la idea de un imperio basado en la preservación y no en la expansión de sus límites. También introdujo novedosas ideas, como
plantear la necesidad de incorporar tanto económica como socialmente a los indígenas, considerándolos consumidores potenciales
que enriquecerían el mercado español; la idea de las visitas generales para conocer los territorios americanos, su gente sus recursos,
y la necesidad de establecer intendentes en América. También en
sus ideas estaba la recomposición de la minería americana, el libre
comercio y la eliminación de los monopolios. La influencia de Campillo quedó explícita en las obras y acciones de Bernardo Ward,
NAVIA OSORIO, Álvaro, Rapsodia Económico-Política-Monárquica. Comercio
suelto y en compañía, general y particular; en México, Perú, Filipinas y Moscovia; Población, Fábricas, Pesquerías, Plantíos, Colonias en África: Empleo de pobres y vagabundos
y otras ventajas que son fáciles a la España, con los medios aquí propuestos, extractados o
comentados, en Madrid, en la Oficina de Antonio Marín, año 1732.
3
Ibídem, p. 10.
4
En este año falleció Campillo, quedando sin publicar su obra hasta 1762,
cuando se publica como segunda parte del Proyecto económico de Ward, vid., Bernardo Ward, Proyecto económico, edición de J. L. CASTELLANO, Instituto de Estudios
Fiscales, Madrid, 1988. La primera edición como texto independiente fue hecha en
la Imprenta de Benito Cano de Madrid, en 1789. Sin embargo, desde 1743 circulaba profusamente en forma manuscrita.
2
302
El conde de Floridablanca y América
Pedro Rodríguez Campomanes5, Pedro Pablo Abarca de Bolea,
conde de Aranda, José de Gálvez, José Moñino, conde de Floridablanca…, pues todos se vieron implicados de una u otra manera en
la cuestión americana.
En los programas de reforma para América, que se inicia en
el período 1760-1766 en base a ordenamientos legislativos elaborados bajo los auspicios de Carlos III con el intento de reglamentar el
libre comercio con América, liberalizando el comercio interior de
cereales y controlando la adquisición de bienes por parte de la Iglesia, con unas propuestas e que crean tensiones y el rechazo de las
reformas al afectar fundamentalmente a grupos privilegiados residuales, pero de alto control social, siendo junto con la crisis de subsistencias y el alza de los precios agrícolas, uno de los causantes de
la crisis de 1766. Sin embargo, superadas las algaradas que afectaron a toda la Península, el gobierno carolino pudo potenciar las
reformas iniciadas, venciendo así la resistencia de los sectores más
tradicionales de la nobleza y el clero.
Según Fontana, la génesis del sistema de comercio libre procede del Nuevo sistema de gobierno económico para la América de Campillo «a cuyos escritos se han atribuido unos méritos y unas consecuencias que no tienen»6. De esta obra, sin embargo, surgirá, entre
5
Josep FONTANA rechaza la versión tópica de considerar que el comercio
libre con América deviene de la obra de Campillo Cosío, Nuevo sistema de gobierno
económico para la América, pues ésta «no cuadra, ni con la evolución de la política
de los Borbones respecto del comercio americano, ni siquiera con el texto» ni con
la coyuntura concreta del comercio colonial en esos momentos, mientras sí tiene
que ver con ella «el extenso manuscrito que Campomanes, nombrado fiscal del
Consejo de Castilla, escribe este mismo año (1762) con el título de Reflexiones sobre
el comercio español a Indias», Josep FONTANA, «Presentación: En torno al comercio
libre», en VV. AA., El comercio libre entre España y América Latina, 1765-1824, Fundación Banco Exterior de España, Madrid, 1987, pp. 8-9.
6
FONTANA, Josep, «La crisis colonial en la crisis del Antiguo Régimen
español», en Heraclio Bonilla, Ed., El sistema colonial en la América española, Crítica, Barcelona, 1991, p. 308. Según Fontana, Campillo «insiste en que hay que prohibir, en lo posible, el comercio interior en las Indias, y que el poco que se tolere
lo deben practicar, exclusivamente, ‘españoles domiciliados en España, no en
Indias’».
Moisés Llordén Miñambres
303
otras, el establecimiento de un servicio regular de correos marítimos y la reducción e incluso supresión del monopolio portuario
gaditano en el tráfico a Indias. Posteriormente, ya en el reinado de
Fernando VI, proseguirían los intentos renovadores de la política
marítima, en la que tendrá un papel importante el marqués de la
Ensenada y las influencias del economista Bernardo Ward quien
reproduce el pensamiento de Campillo. Se efectúa entonces la suspensión del sistema de flotas y galeones para Nueva España, cuando ya antes se había eliminado la línea de Tierra Firme, compensándose con la mayor implantación de navíos de registro. En 17487
también se intentó liberalizar el comercio indiano habilitando a
varios puertos españoles para la navegación con América, pero los
intereses de los comerciantes gaditanos, al reaccionar violentamente ante el proyecto, provocaron su suspensión.
En la segunda mitad del siglo XVIII se produce una especie
de «segunda colonización», cuyo objetivo final era convertir los
territorios americanos en meras colonias dependientes de la metrópoli. Para ello se requería lograr una mayor uniformidad institucional y legal entre América y la península. La creación de los intendentes podía ayudar a lograr este objetivo, pero en el fondo
todo dependía de la necesaria sustitución de las elites criollas por
españolas, pues había que romper el poderoso vínculo establecido
entre las familias locales y la burocracia real, un vínculo que en el
pasado había favorecido la independencia de los territorios americanos. Se aplica entonces una serie de medidas para favorecer lo
que algunos historiadores han denominado la «desamericaniza-
7
Ya a comienzos del segundo tercio del siglo XVI, la «Real Provisión de
15 de enero de 1529», había autorizado a los puertos de La Coruña, Bayona, San
Sebastián, Bilbao, Cartagena, Málaga y Cádiz, para que pudieran salir de los mismos «con sus personas y navíos y mercaderías y otras cosas, alas dichas Indias,
Islas y Tierra Firme del Océano… hacer sus viajes directamente a las Indias… y
con que a la vuelta que hiciesen sean obligados a volver directamente a Sevilla y
presentes todo lo que trajesen a los oficiales de la Casa de Contratación, sin tocar
en otra parte alguna, como ahora se hace…», Aurora GÁMEZ AMIÁN, Málaga y el
comercio colonial con América (1765-1820), Málaga, 1994, p. 22.
304
El conde de Floridablanca y América
ción del gobierno de América». Entre ellas cabe mencionar la sustitución de la burocracia indiana por españoles, así como el relevo
de los oficiales criollos jubilados por hombres de la península y, tal
como deseaba Floridablanca, uno de los más firmes defensores de
esta nueva política con respecto a América, el relevo de los principales cargos de la Iglesia por clérigos españoles, la expulsión de los
jesuitas, etc.
Hasta el reinado de Carlos III, los servicios españoles con las
Indias habían recorrido un largo espectro que iba, desde «el cazador furtivo» de los finales del siglo XVI y principios del siglo XVII,
hasta las flotas de galeones, pasado por los navíos de permisión y
continuando con los de aviso y registro, siendo estos últimos los
que obtuvieron mayor ventaja de la situación. En 1773 se creaba la
Junta Interministerial, integrada por los secretarios de Estado,
Hacienda e Indias, además de una Junta Técnica de especialistas,
con el objetivo básico de llevar a cabo una política de garantía y seguridad de las Indias. Como consecuencia de ello se decide impulsar la construcción naval para fortalecer la Armada, adoptándose
también una serie de disposiciones respecto al futuro de América,
como una más restrictiva regulación impositiva, al mismo tiempo
que el Consejo de Indias seguiría perdiendo su anterior grandeza,
reflejada en la Casa de Contratación. Las reformas emprendidas
entonces en el sistema de comunicaciones trasatlánticas tienen
gran importancia. El gran impulso reformador tuvo lugar entre
1767 y 1775, teniendo al regalismo como línea directriz para la
reducción de la oposición al poder real8 y a la vez se iniciaron reformas tendentes a dotar de estabilidad al gobierno9. Por ello, a partir
de 1776, aunque prosigue la política de reformas, éstas lo hacen a
un ritmo más lento y próximo al orden tradicional. Las tendencias
Se expulsó a los jesuitas, reduciendo la influencia de sus acólitos los
antiguos colegiales mayores, se alejó de los puestos claves al sector más reaccionario del clero, etc.
9
En este sentido, la reforma agraria emprendida en 1770, no pretendía
cambar la titularidad y distribución de la propiedad, sino únicamente asegurar el
aumento de la producción agrícola para prever los riesgos de crisis de subsistencias.
8
27. La Luisiana: cedida al Rei N. S. por S. M. Christianisima, con la Nueva Orleans,
é Isla en que se halla esta Ciudad. (1762)
Tomás López; Jean-Baptiste Bourguignon d’ Anville; Jacques Nicolas Bellin.
Biblioteca Nacional. Madrid.
En el margen izquierdo se encuentra el título y mención de responsabilidad. Bajo
éste Explicación de los números que están en el Plano de la Nueva Orleans,
haciendo una relación por clave alfabética de iglesias, conventos, cuerpo de guardia...
Incluye, ocupando toda la parte superior de la hoja: “Plano de la Nueva Orleans
según el de M. Bellin”.- Orientado con rosa con lis con el N. al NE. de la hoja. Representa, con gran detalle, la ciudad de Nueva Orleans, delineada como una
cuadrícula en torno a la Plaza de Armas. “Suplemento del Río Misissipi, hasta
donde se conoce su curso”.
Moisés Llordén Miñambres
307
burocráticas del equipo gubernamental (Floridablanca y Campomanes) impregnarían su gestión, que persigue consolidar unas
reformas que hagan posible la plena ‘autoridad real’ y la presencia
del Estado en todas las instancias de la nación10.
En 1764 se promulga el «Reglamento Provisional que manda
S. M. observar para el establecimiento del nuevo correo mensual
que ha de salir de España a las Indias Occidentales», en el que se
fijaban los requisitos para el buen quehacer del navío-correo que
debía zarpar el primer día de cada mes del puerto de La Coruña
con destino a La Habana, con escalas en Santo Domingo y Puerto
Rico. La repercusión más acusada sobre las actividades marítimas
comerciales de esta época ilustrada surge de la Real Instrucción de
16 de octubre de 1765 que autorizaba la salida y llegada directa
desde los puertos españoles de Santander, Gijón, La Coruña, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona, además de los ya establecidos
de Sevilla y Cádiz, hacia las islas de Barlovento, Trinidad, Margarita, Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Incrementándose más
tarde la relación de puertos de partida con la inclusión de las Canarias (1772) y destinos americanos como Luisiana (1768), Campeche
y Yucatán (1770), Santa Marta (1776). En febrero de 1778 se autorizó la navegación a los virreinatos de Perú, Chile y Buenos Aires
desde los citados puertos españoles y la pragmática de 12 de octubre de 1778, además de fijar un Reglamento y Aranceles reales para
el comercio con las Indias, aumentaba el número de puertos habilitados para su ejercicio. Este Reglamento de 1778 vino acompañado de un fuerte incremento de la presión fiscal sobre el tráfico mercantil entre España y sus dominios americanos.
La necesidad de un Estado fuerte obligaba a situar a la Monarquía en el camino de la prosperidad. La dificultad era hacer
provechoso un imperio construido sobre la agregación de territorios, cómo transformar esa estructura en una unidad política acabada y económicamente eficiente. Pero, para ello era necesario lle-
HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, «Floridablanca entre la reacción y la revolución (1787-1792)», en Estudios románicos, núm., 6, 1987-1989, pp.1659-1672.
10
308
El conde de Floridablanca y América
var a cabo una reforma completa de su estructura y tradicional
mecánica de funcionamiento11. Dentro de este esquema general, a
los territorios americanos se les confería un papel central12. La recuperación de la Monarquía se conseguiría mediante el comercio de
las Indias con la metrópoli y, a partir de ahora, su desempeño se
equipararía al de las posesiones coloniales de Francia o Inglaterra.
Un proveedor de materias primas, un mercado y, sobre todo, una
fuente de recursos impositivos.
Así, la idea de la América española como «reinos» llegaba a
su fin bajo el reinado de Carlos III. La ius commune, que algunos
historiadores han calificado de «monarquía compuesta»13, basada
en la idea de reinos federados, sería paulatinamente sustituida por
un nuevo modelo, en el que la metrópoli debía obtener un control
activo sobre las posesiones americanas, ejercido mediante la racionalización de las tareas de gobierno, la centralización y la creación
de nuevos cargos. También sería preciso establecer criterios de supervisión de las funciones atribuidas a los distintos oficiales públicos; la obligación de cumplir la ley; y la ampliación de la prerrogativa regia a expensas de la Iglesia y de las élites criollas.
Por otra parte, una nueva teoría económica que se puede
calificar de «tardo-mercantilismo» será la que inspire las reformas
en materia comercial para América española. En consecuencia,
parece claro que los esfuerzos de las sucesivas administraciones de
los reyes Borbones españoles se encaminaron a la creación de un
Estado fuerte mediante la instrumentación de una política inspirada en la «mueva teoría imperial de tipo nacional»14 o, para evitar la
GONZÁLEZ ADÁNEZ, Noelia, «Liberalismo, Republicanismo y Monarquía
absoluta: los proyectos de reforma para América en la Segunda mitad del siglo
XVIII», en Revista de Estudios Políticos, Núm. 113, 2001, pp. 359-378.
12
NOEL, Charles S., «Charles III of Spain», en H. M. Scott (ed.), Enlightened
Absolutism. Reform and Reformers in Later Eighteenth-Century Europe, Macmillan,
London, pp. 123-124.
13
H. ELLIOTT, John, «A Europe of Composite Monarchies», en Past and Present, num. 137, 1992.
14
K. LISS, Peggy, Los imperios transatlánticos. Las redes del comercio y de las
Revoluciones de Independencia, FCE, México, 1898, p. 116.
11
Moisés Llordén Miñambres
309
posible confusión de ‘nacional’ con ‘nacionalista’, «teoría imperial
centralizadora»15, según la cual, cada una de las partes de las que
se componía la Monarquía iba a ser unificada «desde arriba» para
configurar una estructura homogénea16.
La naturaleza esencialmente fiscal del ordenamiento arbitrado entre 1765 y 1796 en relación con el comercio americano y la explotación de los dominios americanos, de la que se derivarán
buena parte de las características fundamentales del tráfico entre
los puertos peninsulares e Indias durante las últimas décadas del
siglo XVIII, como las siguientes:
1. Aumento de los volúmenes movilizados, pero escasa alteración de su composición. Tendencia a la agrarización de
las exportaciones, predominio de las reexportaciones en los
manufacturados y semimanufacturados, bien como tales o
camuflados bajo la etiqueta de ‘nacionales’. Concentración
de las importaciones en torno a los metales preciosos y del
comercio en general sobre sus áreas productoras.
2. Negativo impacto de los cambios en la oferta sobre los
precios diferenciales, contribuyendo al derrumbe de las
industrias autóctonas americanas. A su vez, rápida saturación del mercado para exportaciones metropolitanas,
como se puso de manifiesto con la crisis de 1787.
3. Consolidación del comercio de comisión y de los hábitos
mercantiles preexistentes, ya que excepto en el área catalana, no se aprecian cambios significativos ni en los métodos, ni en la organización de los agentes del comercio
(marina, redes de distribución, mercado de capitales, etc.)
GONZÁLEZ ADÁNEZ, Noelia, op. cit., p. 365.
FERNÁNDEZ ALVADALEJO, Pablo, «La Monarquía», en Actas del Congreso
Internacional sobre Carlos III y la influencia de la Ilustración, Tomo 1, El Rey y la
Monarquía, Ministerio de Cultura, Madrid, 1989.
15
16
310
El conde de Floridablanca y América
durante este período. Tampoco se pueden apreciar transformaciones relevantes en los sectores productivos más
directamente relacionados con el comercio americano, con
la excepción de la potente marina catalana.
4. Las mismas características de la organización y naturaleza de los intercambios han contribuido al hundimiento
definitivo del sistema imperial español. En primer lugar,
por el impacto negativo del comercio colonial sobre las
economías americanas, en especial sobre la manufactura
indígena, en una secuencia que empieza con los ‘repartimientos forzosos’ y culmina con la penetración masiva de
manufacturas europeas en sus mercados, legal e ilegalmente. Las tensiones sociales resultantes del enfrentamiento con los grupos privilegiados criollos, la presión
sobre la minería, etc., son factores que contribuyen a erosionar el peculiar sistema colonial español, que nunca
pudo basarse en la superioridad de las estructuras productivas de la metrópoli. El lastre dejado por esta etapa en
las economías americanas explica su dramática trayectoria después de la separación y de su captura en las redes
del colonialismo informal.
5. El ordenamiento mercantil de Carlos III triunfó en su objetivo básico: aumentar las recaudaciones de aduanas. Los
costes, sin embargo, fueron enormes, ya que aquél propósito central implicó un incumplimiento drástico de los
esgrimidos legitimadoramente en el preámbulo del Reglamento de 1778. Pero, a su vez, la no resolución de los acuciantes problemas de la hacienda incapacitó al Estado
español para hacer frente con garantías a la propia crisis
interna y a las amenazas externas sobre sus vastos dominios de ultramar.
En consecuencia, el «Reglamento no consiguió más que lo que
en el fondo se proponía. Mejorar los rendimientos fiscales deriva-
Moisés Llordén Miñambres
311
dos del dominio colonial. Pero consiguió mucho menos de lo que
la historiografía académica le atribuyó hasta fecha reciente, pues
en modo alguno constituyó un instrumento adecuado para el crecimiento económico»17.
Sin embargo, a partir de 1797 se permitiría el comercio de neutrales y también la salida de buques nacionales o extranjeros desde
puertos neutrales o peninsulares con géneros foráneos no prohibidos,
pero con la obligatoriedad de retornar a un puerto español, lo que provocaría que cada vez fuese menor la participación española en el abastecimientos a los dominios americanos, ya que otras potencias como
Inglaterra y los Estados Unidos, la habían paulatinamente sustituido18.
Floridablanca ante la independencia de los Estados Unidos
A finales de 1776 estaba decidida la retirada del marqués de
Grimaldi y su sustitución como Secretario de Estado por el conde
de Floridablanca, por lo que el homólogo francés, conde de Vergennes, esperaba que el nuevo Ministro español continuara la política de unión que venía existiendo entre las dos Cortes. Buscando
la seguridad de las posesiones americanas, la cobertura frente a
Inglaterra y la independencia respecto de Francia, desde el mes de
abril de 177519 los rebeldes americanos estuvieron recibiendo perió-
TINOCO, Santiago y José M. FRADERA, «A modo de primeras conclusiones»,
en El comercio libre entre España y América Latina (1765-1824), op. cit., pp. 323-324.
18
En 1795 las exportaciones e importaciones estadounidenses hacia y
desde las colonias españolas representaban unos saldos de 1,39 y 1,74 millones de
dólares, respectivamente, mientras que seis años más tarde (1801), aquéllos habían ascendido a 8,43 y 12,80 millones de dólares, respectivamente.
19
En un Despacho del Secretario de Hacienda, Miguel Muzquiz a Grimaldi se expedía de conformidad una carta libramiento por el tesorero general ordenando a Ventura de Llovera, tesorero extraordinario de S. M. en París, para que
pusiese a disposición del embajador conde de Aranda un millón de libras tornesas, debiendo el embajador ponerse en contacto con el secretario de Estado francés para ver en que socorros convenía emplear aquella cantidad, cit. Por Juan
YELA UTRILLA, op. cit., p. 99.
17
312
El conde de Floridablanca y América
dicamente ayuda española en dinero y en armas. El conde de Floridablanca llega a Madrid, procedente de Roma, el 18 de febrero de
177720, siendo recibido al día siguiente por el rey Carlos III. A partir de entonces se hará cargo de la Secretaría de Estado e intervendrá directamente en el asunto de la rebelión de las Colonias británicas en Nueva Inglaterra. Su preocupación respecto a su posible
desenlace quedaría expresamente manifestada en la exposición siguiente: «un acontecimiento como la independencia de América
sería el peor ejemplo para otras colonias y convertiría a los americanos en los perores vecinos, en todos los sentidos, que podría
tener las colonias españolas»21.
Los objetivos de guerra de España en América eran expulsar
a los británicos del golfo de México y de las orillas del Mississippi
y conseguir la desaparición de los asentamientos británicos en América Central. La campaña de Florida de 1780-1781 demostró la
capacidad de España como potencia colonial, cuando se daba una
coyuntura favorable. Durante las primeras fases de la guerra, las
autoridades españolas tuvieron que recurrir a los recursos coloniales y fue el ejército de Cuba el que capturó Mobile. También fue
una fuerza conjunta de unidades españolas y cubanas, formada
por 7.437 hombres, la que condujo Bernardo de Gálvez a Pensacola, obligando a los británicos a rendirse el 10 de marzo de 1771. Sin
embargo, España libró la guerra de 1779-1783 con un éxito moderado; recuperó terreno perdido y reestableció sus credenciales imperiales, si bien en el plazo de pocos años perdió terreno en una
zona de tradicional influencia española (Marruecos y Argelia). Fue
este un período en el que las decisiones se tomaban dentro de un
círculo reducido de consejeros completamente dominado por Floridablanca y que sólo respondía ante el monarca.
Había desembarcado en Antibes (Francia) el 23 de enero de 1777, saliendo para España al día siguiente, Ver Antonio FERRER DEL RÍO, Estudio sobre el Conde
de Floridablanca, BAE, Tomo LIX, Rivadeneira, Madrid, p. XVII.
21
Comentario de Floridablanca con el embajador inglés, Grantham a
Weymouth, 26 de mayo de 1877.
20
28. Bernardo de Gálvez y Madrid, Conde de Gálvez, 1746–1786
José de Alfaro (mediados de siglo XVIII) c. 1785–86.
Fototeca del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Ciudad de
México. Foto Gabriel Figueroa.
El pintor mexicano José de Alfaro representa a Gálvez a la edad de treinta y ocho
años, vestido con elegancia, con su bastón de mando en la mano y con la medalla
de la Orden de Carlos III en el bordado de la casaca.
En el fondo del cuadro aparece un solo buque, que representa sus éxitos navales.
Tiene la mano izquierda apoyada en su escudo de armas, que divide en dos a la
leyenda en la que está la lista de sus muchos títulos y logros.
Bernardo de Gálvez estudió en la Academia Militar de Ávila. A los dieciséis años
participó en su primera batalla en la campaña Española contra Portugal, antes de
partir para Nueva España. Después de su primera misión americana en México,
en la ciudad de Chihuahua, Gálvez regresó a España en 1772 y participó en la
expedición de Argel. En 1776 es nombrado gobernador de la provincia de Luisiana, cargo que ejerció durante siete años. Durante su administración disminuyó el
contrabando británico y aumentó el libre comercio con los aliados. Gálvez fue
esencial en la derrota de los ingleses durante el asedio a Mobile, y ese mismo año
dirigió con éxito el asalto por tierra y por mar contra Pensacola, la capital británica de la Florida Occidental. Designado Virrey de Nueva España en 1785, se dio a
conocer rápidamente por su audaz planeamiento urbano y sus avanzados proyectos de construcción.
Moisés Llordén Miñambres
315
La expedición al Río de la Plata en 1776 no sólo permitió a
España conquistar Colonia do Sacramento y conseguir el dominio
indisputado sobre la región, sino que desembocó directamente en
la creación del virreinato del Río de la Plata dos años después.
Igualmente, mientras los británicos perdían Florida, una serie de
expediciones religiosas y militares españolas consolidaban la ocupación de la Alta California. El pensamiento estratégico del rey y
de sus ministros en los años posteriores a 1783 estuvo teñido de
cierta fantasía, Carlos III, Floridablanca y Gálvez consideraban que
la guerra aún no había terminado y planeaban un nuevo conflicto
para poner fin a la guerra colonial y saldar cuentas de una vez por
todas. Los puntos de conflicto seguían siendo Gibraltar y la Costa
de los Mosquitos, y de vez en cuando Floridablanca estallaba en un
ataque de ira ante el embajador británico por lo que consideraba
duplicidad británica, aunque, de hecho, no era sino impotencia
española: «Veía claramente que era imposible que siguiéramos
siendo amigos; que no tardaría en llegar el momento en que tendríamos que ser enemigos violentos e implacables; que si se confirmaban sus sospechas de que Gran Bretaña estaba engañando a España sobre la evacuación de la Costa de los Mosquitos proclamaría
nuestra doblez ante las corte de Europa; que la causa de España
debía ser considerada como la causa común de todas las naciones
y que, en cualquier caso, era mejor morir con las armas en la mano
que llevar una vida de mezquindad y de desgracia»22. En la «Instrucción reservada» de 1787, Floridablanca dirá: «No propondremos la destrucción total del poder inglés»23.
Floridablanca era «el abogado arquetípico cuya mentalidad
no había cambiado al acceder al poder»24. La muerte de José de Gálvez en 1787 fue causa de que desapareciera el otro único ministro
de talla y permitió que la influencia de Floridablanca fuera mayor
que nunca, convirtiéndose éste en «algo más que la mano derecha
22
23
24
Carta de Liston a Carmarthem, 20 de abril de 1785.
Obras originales del conde de Floridablanca, pp. 263, 264-265.
LYNCH, John, La España de siglo XVII, Crítica, Barcelona, 2004, p. 293.
316
El conde de Floridablanca y América
del rey; era su guía, su mentor y el autor de su política», adquiriendo un aura de hombre distante, raramente visto, difícil de encontrar, pero omnipresente en el gobierno.
Desde su ministerio, José de Gálvez había auspiciado la
puesta en marcha del libre comercio con América, la extensión del
sistema de intendencias, la creación de virreinato del Río de la
Plata y la comandancia de las provincias internas. A su muerte, en
1787, Floridablanca dividió la secretaría de Indias en dos, Gracia y
Justicia, que ocuparía Antonio Porlier, y Guerra y Hacienda, ocupada por Antonio Valdés y Bazán.
También en este año, en su «Instrucción Reservada», Floridablanca recogía los pensamientos del propio Carlos III acerca de cómo
debían conducirse los asuntos de gobierno. Sus propuestas para mejorar la situación en América podrían resumirse en: 1) los oficios
públicos debían ser ocupado por «sujetos de probidad», en particular los funcionarios de la hacienda que debían someterse a criterios
de transparencia en el desempeño de sus cargos; 2) la exigencia de
que se disciplinara al clero; y 3) que se mantuviera la legislación que
en materia comercial culminó en el decreto de 177825.
»Floridablanca fue el artífice de una reacción que contó con
su inicial punto de partida en la realización de un programa de
reformas inamovibles, como el plasmado en la Instrucción Reservada. De una tímida reacción se pasó a una reacción enérgica, pues la
Revolución Francesa desmontaba el exclusivismo absolutista y los
privilegios socio-económicos del grupo dominante. La reacción era
la propia de una persona, que en razón del cargo de primer ministro que desempeñaba y de instancia humana protectora de la sacralizada figura del rey, debía defender la esencia del absolutismo y
del grupo de dominio político-social que englobaba»26.
Conde de FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de estado
creada formalmente por mi decreto de este día 8 de julio de 1887, deberá observar
en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen», en Gobierno
del Señor Rey Don Carlos III. Editado por Andrés Muriel, Madrid, 1839, pp. 195-212.
26
HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, «Floridablanca entre la reacción y la Revolución (1787-1792)», Estudios románicos, núm. 6, 1987-1989, p. 1671.
25
Moisés Llordén Miñambres
317
Al iniciarse la guerra de independencia de las 13 colonias de
Nueva Inglaterra, el conde de Aranda, en su memoria del 13 de
enero de 1777, propuso se estableciera una alianza pública con los
Estados Unidos que implicase una decidida e inmediata ayuda económica y militar a su causa. Esta acción era para Pedro Pablo Abarca de Bolea la política más acertada para España, pues además de ser
la única de asentar un duro golpe a Gran Bretaña, supondría que los
estadounidenses se mostrarían especialmente agradecidos por la
ayuda española en su hora de mayor necesidad, lo que ofrecía al
mismo tiempo una oportunidad irrepetible para negociar ventajosamente con la naciente potencia americana, y obtener garantías que,
al menos temporalmente, resguardasen las posesiones españolas en
Norteamérica frente a las previsibles ansias expansionistas de la
nueva república. Sin embargo, correspondió al conde de Floridablanca manejar el timón de la diplomacia y lo hizo de forma mucho
más cauta hacia un política intermedia más pragmática, aunque no
exenta de riesgos27. Además de optar por dar largas, conceder ayuda
disimulada y prepararse para la guerra, pero con tentativas de
mediación con Inglaterra hasta última hora.
Floridablanca sugería la adopción de ciertas medidas destinadas a asegurar la frontera norte, puesto que una vez producida
la independencia de la Trece Colonias, surgió el temor a que los
recién creados Estados Unidos amenazaran la integridad territorial
de las posesiones españolas en América. Una política de aislamiento traería consigo un doble beneficio: «no sólo se podrá defender
de enemigos aquellas vastas e importantes regiones de la parte septentrional, sino que serán tenidos en sujeción los espíritus inquietos y turbulentos de algunos habitantes»28. Pero la habilidad inglesa haciendo la paz con los Estados Unidos y reconociéndolos como
nación libre, dejo fuera de juego a España, que en Versalles firmo
la paz con Inglaterra en 1783 y, si bien no consiguió Gibraltar, sí
obtuvo Menorca y Florida, aunque encontrándose con una fuente
27
28
HILTON, Silvia L., Spain and North America, 1763-1821, Madrid, 2007.
Ibídem, p. 225.
318
El conde de Floridablanca y América
de conflictos con los Estados Unidos, debido a la navegación del
Mississippi29.
Cuando se firmó la paz con Inglaterra, el conde de Aranda
elevó su Exposición al Rey Don Carlos III sobre la conveniencia de crear
reinos independientes en América en 1783. Inmediatamente después
de firmar el acuerdo de paz con Inglaterra y proceder al reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, Aranda afirmaba: «la independencia de las colonias inglesas queda reconocida y
éste es para mi un motivo de dolor y temor»30. Al igual que Floridablanca, Aranda estaba convencido de que la «ideología revolucionaria» que llevó a las Trece Colonias a reclamar su independencia, podría extenderse a las posesiones españolas en América del
Sur. Y también mencionaba Aranda otros factores como potenciales amenazas a la integridad territorial de los dominios españoles:
1) la idea ampliamente aceptada de que la distancia entre aquellas
tierras y la metrópoli hacia insostenible el mantenimiento de los
vínculos imperiales por mucho más tiempo31; 2) las dificultades
para proveer a América de los recursos, o socorros, necesarios; 3)
los abusos cometidos por ciertos oficiales públicos; 4) la falta de
coordinación entre las decisiones adoptadas en la metrópoli y las
necesidades a que debían darse satisfacción en América, dado el
problema de la distancia32. Pero además, también se tenía en cuenta las rebeliones de Túpac Amaru en Perú y de los Comuneros del
Con la adquisición de ambas Floridas, el dominio español en América
del Norte se incrementaba además con el país al este del Mississippi, extendiéndose meridionalmente del océano Pacífico al Atlántico. Sin embargo, esto sólo duró
hasta 1803 en que, a petición de Napoleón, España se vio obligada a devolver la
Luisiana a Francia, quien inmediatamente la vendió a los Estados Unidos, Ramón
Ezquerra Abadía, «Prólogo a la presente edición, (1988)» de Juan F. YELA UTRILLA
(1925), España ante la Independencia de los Estados Unidos, Madrid, 1988, p. 22.
30
Conde de Aranda, «Exposición del Conde de Aranda al rey Don Carlos
III sobre la conveniencia de crear reinos independientes en América», en Andrés
MURIEL, Historia de Carlos IV. Tomo II, BAE, Vol. 115, Madrid, 1959, p. 399.
31
«Jamás ha podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas,
colocadas a tan gran distancia de la metrópoli», Ibídem.
32
Ibídem.
29
Moisés Llordén Miñambres
319
Socorro en Nueva Granada, que inquietó en los años 1781 y 1783
los ánimos no sólo en España, sino también entre las mismas elites
criollas, por lo que se comprende la preocupación del conde de
Aranda y la radicalidad de su propuesta33.
Aranda había sugerido la creación de tres reinos separados
en América: México, Tierra Firme y Perú, que serían ocupados por
los Infantes de la Casa Real española, de forma que Carlos III sería
proclamado emperador. Como consecuencia, y para garantizar y
poner a salvaguardia el comercio con América, debían firmarse
acuerdos con la rama francesa de los Borbones, permitiendo a los
franceses tomar parte en el comercio, pues estaba convencido de
que España no podía, por sí sola, proveer a las Américas de todos
los recursos requeridos34. Según Aranda, este plan permitiría disfrutar de «todas las ventajas que nos da la posesión de América sin
ninguno de sus inconvenientes»35. Parece claro que el aragonés pretendía revitalizar la vieja idea de la Monarquía como «reinos federados» para conciliarla con los nuevos objetivos: el sostenimiento
de de un intercambio comercial altamente beneficioso para la
Monarquía, en virtud de la cual América desempeñaba de hecho la
función de una colonia.
Su plan implicaba adicionalmente la enajenación de un amplio territorio que, aproximadamente, se correspondía con el Virreynato del Río de la Plata recientemente creado, pues pretendía
formar una unidad territorial compacta lo más resistente ante posibles amenazas externas. En definitiva, el conde de Aranda procuraba preservar, a cualquier precio, la integridad de una Monarquía
que, años antes había descrito en los términos siguientes: «La
Corona se compone de dos porciones, la de Europa y la de Améri-
Las rebeliones complicaron la introducción de las reformas y tuvieron
una influencia notable en el conjunto de los dominios españoles y, aunque fueron
finalmente reprimidas, mostraron que Madrid no tenía controlada la situación en
América, vid. Jaime E. IZQUIERDO, La independencia de la América española, Fondo de
Cultura Económica, México, 1996, pp. 40-41.
34
Conde de Aranda, op. cit. p. 400.
35
Ibídem, p. 401.
33
320
El conde de Floridablanca y América
ca; y tan vasallos son unos como otros. El monarca es sólo uno y el
gobierno ha de ser uno en lo principal, dejando únicamente las
diferencias para las circunstancias territoriales que lo exigieran»36.
La idea de la Monarquía compuesta por los territorios a ambos
lados del Atlántico se añade, en síntesis compleja. A la necesidad
de transformar las posesiones españolas en América en colonias, al
menos a efectos comerciales y con toda la carga de subordinación
que ello implicaba.
En el «Plan de gobierno para el Príncipe» que Aranda envió desde París
al Príncipe de Asturias en 1781, citado por Joaquín OLTRA y María Ángeles PÉREZ
SÁMPER, El Conde Aranda y los Estados Unidos, Promociones y Publicaciones Universitarias, Barcelona, 1987, p. 233.
36
Cronología del conde
de Floridablanca
1728 Nace en el barrio de San Juan de la capital murciana. Primogénito de cinco hijos de José Moñino Gómez y Francisca
Redondo Bermejo.
1736 A los ocho años ingresa en el Seminario de San Fulgencio,
Murcia.
1748 Es recibido y aprobado como abogado por la Universidad de
Orihuela y obtiene licencia para ejercer en los consejos y tribunales de la Corte.
1752 Le comisionan para proceder contra los «dañadores de montes y agresores del Alcalde de La Puebla de Don Fadrique».
1758 Es nombrado fiscal. Como tal, redactó una serie de dictámenes trascendentales y, especialmente, por sus repercusiones
históricas, el referente al extrañamiento de los jesuitas.
1764 Es nombrado Fiscal del Consejo de Castilla.
322
Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808)
Escribe, en colaboración con Campomanes: Memorial ajustado
de las ciudades y provincias de Extremadura para fomentar en la
región la agricultura y la cría de ganados. En él se propone
repoblar dehesas y baldíos mediante la redistribución de la
tierra entre pequeños labradores.
1766 Gracias a su relación con personajes influyentes de la Corte,
como el duque de Alba o el presidente del Consejo de Castilla, Carlos III le nombra Fiscal Supremo del Consejo de Castilla y pasa a ser hombre de confianza de Grimaldi. Son
momentos en los que aumentan las acusaciones contra la
Compañía de Jesús, atribuyéndoles proyectos de conspiración contra la Corona.
1767 A través de Floridablanca, Carlos III sanciona el Real Decreto de 27 de febrero por el que establece la Real Pragmática
Sanción el 2 de abril, derogando las funciones de los jesuitas
de España y sus colonias, así como su posterior expulsión.
1768 El 30 enero el Papa publicó el breve Alias ad apostolatus, más
conocido como el «Monitorio» de Parma en el que se afirmaba que el ducado era posesión pontificia, anulaba todos los
edictos del gobierno en materia mixta desde 1764. Este documento causó enorme sensación en Madrid, considerado
como un insulto a la «augusta» dinastía. Motivo por el que,
entre los ilustrados españoles, emerge un movimiento de
protesta reflejado en el Consejo de Castilla, desde el que
Campomanes encargó a Floridablanca rebatir jurídicamente
las afirmaciones del «Monitorio».
En colaboración con Campomanes, escribe el «Memorial
ajustado sobre diferentes cartas del obispado de Cuenca».
1770 Escribe la «Respuesta del fiscal en el Expediente de la provincia de Extremadura contra los ganaderos trashumantes» en
la que muestra su preocupación por la cuestión agraria en
España.
Cronología del conde de Floridablanca
323
1772 Tras la renuncia Aizpuru, el entonces primer ministro de Carlos III, Grimaldi, le propone como embajador en Roma. Le
correspondió canalizar las tensas relaciones entre Carlos III y
el Papa Clemente XIV. Inició las negociaciones para que el
papado suprimiera la Compañía de Jesús.
Al lado de Campomanes defiende las prerrogativas del
poder civil frente a los excesos de Aranda.
1773 Carlos III le concede el título de conde de Floridablanca por
sus gestiones diplomáticas en Roma.
1777 Asciende a Secretario del Despacho de Estado.
1778 A sus responsabilidades de Secretario de Estado, añade las
derivadas de un nuevo cargo que asumía, la Superintendencia General de Caminos y Posadas. Es el responsable de la
ampliación de la libertad comercial con América hasta su
total liberalización.
1782 Funda el Banco Nacional de San Carlos, predecesor del
actual Banco de España, con un capital de 300 millones de
reales. Ocupa interinamente la Secretaría de Gracia y Justicia
entre 1782 y 1790.
1783 Goya pinta su retrato más conocido.
1785 Realiza intentos de gravar todos los frutos de los productos
agrícolas, industriales y comerciales. Tras el fin de la guerra
contra Inglaterra y la negociación correspondiente, solicitó
del Rey que se le retirase definitivamente de las funciones de
Gobierno. No le fue concedido.
1787 Comienzan los enfrentamientos con el partido aragonés que
encabezaba el conde de Aranda. Floridablanca pretendía reequilibrar las instituciones de la Monarquía logrando una
mayor primacía de las Secretarías de Estado y del Despacho,
324
Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808)
mientras que Aranda defendía el estilo tradicional que representaban los Consejos. En esa línea creó en este año la Junta
Suprema de Estado (presidida por él mismo), órgano que
puede considerarse como precedente inmediato del Consejo
de Ministros y que estaba destinado a orientar el gobierno
del futuro soberano, obligando a todos los secretarios a reunirse una vez por semana.
Se lleva a cabo el Censo conocido como «de Floridablanca»,
primero realizado sobre la población en España.
Crea el Observatorio de Madrid y el Real Colegio de Cirugía.
1788 Comienza a encargarse de la Administración del Estado.
La redacción de la «Instrucción reservada» redactada para la
dirección de la Junta de Estado, creada por Carlos III por Real
Decreto, es donde mejor se plasma su amplia visión de Estado. Su finalidad era servir de guía programática a la recién
creada Junta Suprema de Estado. Este documento, junto con
las trece relaciones enviadas a la Secretaría de Estado a partir de 1792 es conocido, en su conjunto, como su «testamento
político», constituye la fuente más importante para el conocimiento de su ideología.
El nuevo monarca le confirma en todos sus cargos.
1789 El pueblo de Madrid, en múltiples panfletos, le acusa de deslealtad a la Corona. Solicitó su destitución que no fue admitida por Carlos IV, quien, a su vez, creó nuevas secretarías
(Gracia y Justicia, Real Casa y Patrimonio) para aliviar sus
responsabilidades.
1790 El 18 de Julio sufre un atentado provocado por un curandero, de nacionalidad francesa, llamado Juan Pablo Pairet,
quien le asesta varias puñaladas, del que sale indemne.
1792 El 28 de febrero, a los sesenta y dos años, acusado de corrupción y abuso de autoridad, es exonerado de su cargo por
intrigas de la Reina María Luisa y de Godoy. Era preciso que
Cronología del conde de Floridablanca
325
gobernara el amigo de la Reina, y, por tanto, se necesitaba
destituir y envolver en un proceso de responsabilidades al
ministro. Las presiones de la diplomacia francesa provocaron
la justificación de la decisión real.
Es obligado a residir en Hellín, en casa de su hermano Francisco. El 11 de julio, recibe la visita del Corregidor y del Alcalde de Corte, Domingo de Codina, quienes le arrestan, trasladándole preso a la ciudadela de Pamplona, donde permanece hasta 1795. Todos sus bienes le son embargados.
1794 A la destitución de Aranda, Moñino es liberado por Godoy.
1795 A los sesenta y cuatro años, el propio Godoy, para celebrar la
Paz de Basilea, ordena que se le considere absuelto de la responsabilidad política de sus procesos. Obtiene una libertad
controlada. Es liberado de la prisión de Pamplona y se traslada a Murcia, donde permanece alejado de la vida pública
hasta su reaparición, ya como figura decorativa, en la crisis
de 1808.
1796 Desde 1795 a 1808 reside en Murcia, apaciblemente, alternando meditaciones espirituales y ejercicios civiles con la dirección de algunas obras y riegos de la región, especialmente los
de Lorca.
1808 El 22 de junio se redacta el documento suscrito por Floridablanca, proponiendo un Gobierno Central para toda España.
El 7 de septiembre abandona Murcia camino de Aranjuez
desde donde, bajo su dirección, se comienzan los trabajos preliminares para la formación de la Junta Central que se constituye el 25 de septiembre. Es elegido Presidente de la misma.
En octubre, la Junta sale precipitadamente desde Aranjuez
hacia Sevilla, por temor a una invasión de las tropas francesas.
Fallece en Sevilla el 30 de diciembre de 1808. Es enterrado en
el Panteón Real de la Catedral, con honores de Infante y bajo
la urna donde se venera el cuerpo de San Fernando.
326
Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808)
1845 El Ayuntamiento de la ciudad de Murcia decide erigirle una
estatua en el jardín que lleva su nombre en el barrio del Carmen.
1931 El Ayuntamiento de Murcia recibe sus restos, que reposan
muy cerca de los de su padre, en una de las capillas de la iglesia de San Juan, en el barrio donde transcurrió su infancia.
Bibliografía general
ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado: El Conde
de Floridablanca, su vida y su obra, I, Murcia, Instituto de Estudios
Históricos de la Universidad de Murcia, 1934.
— «España en 1792. Floridablanca, su derrumbamiento y sus procesos de
responsabilidad política», en Revista de Estudios Políticos, 71, 1953,
pp. 91-138.
— El Conde de Floridablanca. Siglo XVIII, M. Aguilar, Editor, Madrid, s.a.
ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERIA DE VALLADOLID. Sala de Hijosdalgo,
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Publicaciones
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DISCURSOS de Puerto de Vega.- Gijón, Foro Jovellanos, 1996.- 32
págs. (Agotado).
CARANTOÑA, Francisco.- La estancia de Jovellanos en Muros de Galicia.Francisco Carantoña.-Gijón, Foro Jovellanos, 1997.- 56 págs. (Agotado).
SAGREDO, Santiago.- Jovellanos y la educación en valores : (antecedentes
en la reflexión y práctica de un Ilustrado).- Prólogo por Francisco
Carantoña.- Gijón, Foro Jovellanos, 1998.- 139 págs. Trabajo premiado en el Concurso Nacional “Contribución de la obra de Jovellanos y del pensamiento ilustrado español a la mejora de la enseñanza en España”. (Agotado).
MORATINOS OTERO, Orlando, CUETO FERNÁNDEZ, Vicente.- Bibliografía jovellanista.- Gijón, Foro Jovellanos, 1998.- 277 págs.1 cd-rom.
ISBN 84-920201-4-8. (Agotado).
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de.- El “Diario” de los viajes.- Gijón,
Foro Jovellanos, ALSA Grupo, 1998.- 238 págs., il. (Agotado).
CASO GONZÁLEZ, José Miguel.- Biografía de Jovellanos; adaptación y
edición de María Teresa CASO.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos
del Principado de Asturias, 1998.- 122 págs. (Agotado). Hay 2º edición revisada. Véase nº 18.
BOLETÍN Jovellanista.- (Vid. apartado Boletín Jovellanista)
JOVELLANOS y el siglo XXI.- Conferencias organizadas por la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias.- Gijón, Foro Jovellanos
del Principado de Asturias, 1999.- 106 págs. Contiene los textos de
las conferencias pronunciadas por Francisco ÁLVAREZ-CASCOS, Fernando MORÁN LÓPEZ, Agustín GUZMÁN SANCHO, Antonio DEL VALLE
MENÉNDEZ y María Teresa ÁLVAREZ GARCÍA.
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Fundación Foro Jovellanos. Publicaciones
llanos del Principado de Asturias, 2000.- 353 págs., 28 h. de láms.
Obra galardonada con el Premio de Investigación Fundación Foro
Jovellanos. ISBN 84-607-0169-7. (Agotado).
INFORME de la Sociedad Económica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Castilla en el expediente de Ley Agraria / extendido por su individuo de número el Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos, 2000.- 192 págs. Reprod. facs. de la ed. de
Palma, Imprenta de Miguel Domingo, 1814.
BOLETÍN Jovellanista. (Vid. apartado Boletín Jovellanista)
GUZMÁN SANCHO, Agustín.- Biografía del insigne jovellanista Don Julio
Somoza y García-Sala, correspondiente de la Academia de la Historia,
Cronista de Gijón y de Asturias, escrita y anotada por Agustín Guzmán
Sancho, para la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias.Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias,
2001.- 427 págs. ISBN 84-607-2737-8.
ÁLVAREZ-VALDÉS Y VALDES, Manuel.- Jovellanos: enigmas y certezas.
Gijón, Fundación Alvargonzález y Fundación Foro Jovellanos del
Principado de Asturias, 2002.- 585 págs. + 2 hh. ISBN 84-922-159-2.
RUIZ ALONSO, José Gerardo.- Jovellanos y la Educación Física.- Estudio
introductorio, selección y comentarios de ___. Gijón, Fundación
Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Real Grupo de Cultura
Covadonga y Fundación Ángel Varela, 2002.- 154 págs. ISBN 84607-6207-6. (Agotado)
ADARO RUIZ, Luis.- Jovellanos y la minería en Asturias.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Unión Española
de Explosivos, S.A., 2003.- 481 págs. ISBN 84-933191-0-4.
Homenaje al Ateneo Jovellanos. «La muerte “civil” de Jovellanos. Mallorca, 1801-1808)». (Conferencia pronunciada por Teresa Caso Machicado en
el castillo de Bellver (Mallorca) el día 21 de marzo de 2003).- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Ateneo Jovellanos, 2004.- 44 págs.- D.L. AS-870/2004.
CIENFUEGOS-JOVELLANOS GONZÁLEZ-COTO, Francisco de Borja.Memorias del artillero José María Cienfuegos Jovellanos. (1763-1825).Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Ideas
en Metal, S.A., 2004.- 293 págs. il.- ISBN 84-933191-1-2.
CASO GONZÁLEZ, José Miguel.- Biografía de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005. - 145 págs.,
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CASO GONZÁLEZ, José Miguel, Bernardo CANGA y Carmen PIÑÁN.Jovellanos y la Naturaleza.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del
Principado de Asturias, 2006 – XXX págs., il.-ISBN 84-933191-3-9
Fundación Foro Jovellanos. Publicaciones
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(1881-2006).- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de
Asturias, 2006.- 198 págs. Il. ISBN 84-933191-5-5 (Agotado)
RODRÍGUEZ DE MARIBONA Y DÁVILA, Manuel Mª.- Don Gaspar de Jovellanos y Ramírez de Jove, caballero de la Orden de Alcántara: genealogía,
nobleza y armas. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de
Asturias, 2007.- 360 págs. il.- ISBN 978-84-933191-6-8
FRIERA ÁLVAREZ, Marta.- La Desamortización de la propiedad de la tierra
en el tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo.- Gijón, Fundación
Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Caja Rural de Asturias,
2007.- 376 págs., il. ISBN 978-84-933191-75
BOLETÍN JOVELLANISTA
1.
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3.
4.
5.
6.
7-8.
BOLETÍN Jovellanista.-Año I, nº 1.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 1999.- 125 págs. [Publicación núm.
7]. (Agotado)
BOLETÍN Jovellanista.-Año II, nº 2.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2001.– 177 págs. [Publicación
núm. 11] (Agotado)
BOLETÍN Jovellanista. Año III, nº 3.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2002.- 242 págs.
BOLETÍN Jovellanista.-Año IV, nº 4.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2003.- 276 págs.
BOLETÍN Jovellanista.-Año V, nº 5.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2004.- 318 págs.
BOLETÍN Jovellanista. Año VI, nº 6.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005.- 487 págs. (Agotado)
BOLETÍN Jovellanista.- Año VII-VIII, núms. 7-8.- Gijón, Fundación
Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2008.- 378 págs.
CUADERNOS DE INVESTIGACION
MONOGRAFÍAS
I.
MARTÍNEZ NOVAL, Bernardo.- Jovellanos.- Int. de Pipo ÁLVAREZ.Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias,
2006.- XXXVIII + 123 págs.., il. ISBN 84-933191-4-7
338
II.
III.
IV.
V.
VI.
Fundación Foro Jovellanos. Publicaciones
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de.- Iphigenia. Tragedia escrita en Francés Por Juan Racine y Traducida al Español por Dn. Gaspar de Jove y Llanos, Alcalde de la Cuadra de la Rl. Audª de Sevilla… Para uso del Teatro
de los Sitios Rs. Año de 1769. Jesús MENÉNDEZ PELÁEZ (Coord.)…[et
al.].- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias;
Cajastur, 2007.- 355 págs., il. ISBN 978-84-933191-8-2. (Agotado)
A. BONET, JOAQUÍN.- Jovellanos. Poema dramático.- Gijón, Fundación
Foro Jovellanos; Ideas en Metal S.A., 2007.- 396 págs. ISBN 978-84936171-0-3.
CORONAS GONZÁLEZ, Santos M.- Jovellanos y la Universidad.- Gijón,
Fundación Foro Jovellanos, Universidad de Oviedo, 2008.- 285
págs. ISBN 978-84-936171-1-0. (Agotado)
GRACIA MENENDEZ, Ángela.- Las ideas lingüísticas de Don Gaspar de
Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de
Asturias, Banco Herrero, 2008.- 321 págs. ISBN 978-84-936171-2-7
ÁLVAREZ FAEDO, María José.- Josefa de Jovellanos. Semblanza de una
dama a los ojos de su hermano Gaspar de Jovellanos.- Gijón, Fundación
Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Ideas en Metal S.A.,
2008.- 227 págs. ISBN 978-84-936171-3-4
CUADERNOS
CUADERNOS DE INVESTIGACIÓN. Núm. 1 - Año 2007.- Gijón, Fundación Foro
Jovellanos del Principado de Asturias, 2008.- 356 págs.
VARIOS
Revista. X aniversario.- Gijón, Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005.- 62 págs. il.
Vv. Aa.- Luis Adaro Ruiz-Falcó. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Cámara de Comercio, Industria y Navegación
de Gijón, 2007.- 75 págs. il. ISBN 978-84-933191-9-9
Una parte importante de las publicaciones, disponible en:
www.jovellanos.org
Se terminó de imprimir este libro el 19 de febrero de 2009, coincidiendo con el
CCXXXII aniversario de la toma posesión por don José Moñino y Redondo
como Secretario del Despacho de Estado. Editado con el patrocinio de
don José María Castillejo y Oriol, conde de Floridablanca, como
recuerdo de su antepasado, al conmemorarse en 2008
el bicentenario de su fallecimiento en Sevilla.
En este mismo día se hace entrega de un ejemplar a Patronos y
“Amigos de Jovellanos” durante el primer acto cultural que la
Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias
organiza en la Villa de Madrid.
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