Algunas consideraciones sobre la idealización

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Algunas consideraciones
Rodolfo Agorio
sobre la idealización
*
Como otros conceptos introducidos
por el psicoanálisis,
el de fa idealización carece, a mi juicio, de una definición clara; en consecuencia,
resultan
un tanto vagos fos rasgos corocterístlcos que se le a'signan a los objetos idealizados y hasta los procesos dinámicos que los sustentan.
Freud 5 señaló, por primera vez, la idealización
distinguiéndola
netamente da fa sublimación.
"La sublimación,
dice, es un proceso que se desarrolla en la libido objetivada
y consiste en que el instinto se orienta sobre un
fin diferente y muy alejado de la satisfacción sexual.
Lo más importante
de
él es ·el apartamiento
de lo sexual.
la idealización
es un proceso que tiene
efecto en el objeto, engrandeciéndolo
y elevándolo psíquicamente,
sin transformar su naturaleza.
La idealización
puede producirse tanto en el terreno de
la libido del Yo como en la libido objetivado.
Así, lo hiperestimación
del objeto
es uno idealización
del mismo." Cuando se trata de lo primera posibilidad o
alternativa,
es decir, la idealización
en el terreno de la libido del Yo, nos
encontramos
frente a la construcción de un ideal dentro del Yo, en el que el
narcisismo infantil aparece
desplazado
y el ideal dotado
de todas las perfecciones. "Aquello que proyecto ante sí como un ideal, es la sustitución del
perdido narcisismo de su niñez, en el cual era él mismo su propio idea!'''
Algunos años más tarde Freud preciso, todavía
más, el desarrollo
de este
proceso y posteriormente,
con la introducción
del concepto de Superyó, da
un nuevo e importante giro a los consideraciones
sobre este mismo tópico. En
primer término veamos cómo se expresa respecto al amor objetcl ", "Dentro
de este enamoramiento
nos ha interesado' desde un principio el fenómeno de
la 'superestimación
sexual', esto es, el hecho de que el objeto amado queda
sustraído en cierto modo a la crítico, siendo estimadas
todos sus cualidades
en un más alto valor que cuando aún no era cmodo". Y agrego luego: lIel Yo
se hace cada vez menos exigente y más modesto, y en cambio el objeto deviene
cada vez más magnífico y precioso, hasta apoderarse
de todo el amor que
el Yo sentía por sí mismo, proceso que lleva naturalmente
al sacrificio voluntario y completo del Yo. Puede decirse que el objeto ha devorado al Yo", y
más adelante afirma: "el objeto ha ocupado el lugar del ideal del Yo". Vale
decir que así como antes estaba sometido al ideal del Yo instituido dentro de
'*
Dirección:
Bvar. España
2162,
59 piso, Montevideo,
R. O. del Uruguay.
?15
Rodolfo Agorio
sí mismo como consecuencia de la introyección de la figura paterna, ahora lo
estó al objeto de quien se encuentra,
por así decirlo, esclavizado.
Quiero
señalar que ya en estas primeras aproximaciones
de Freud al estudio de la
idealización
aparecen,
de manera muy clara, los aspectos hostiles del objeto
idealizado
que somete, esclaviza, limita y hasta "devora" al Yo, lo que en
cierto modo contradice
su afirmación
anterior de que el objeto idealirzado
permanecía
sin fransformación
de su naturaleza.
Esto se hace aún mós evidente con la introducción del concepto de Superyó, como instancia fiscalizadora y prohibitiva del Yo. "EI Superyó, dice 7, no es simplemente
un residuo
716
de las primeras elecciones de objeto del Ello, sino también una enérgica formación reactiva contra las mismas. Su relación con el Yo no se limita a la
advertencia:
'Así (como el padre) debes ser', sino que comprende también la
prohibición: 'Así (como el padre) no debes ser: no debes hacer todo lo que él
hace, pues hay algo que le está exclusivamente
reservado'''.
Es fócil verificar
que toda la literatura psicoanalítico
posterior abocada al estudio de la idealización, y en especial los trabajos de M. Klein, no deja de insistir en el hecho
fundamental
de que aquel proceso va unido siempre a pulsiones (o fantasías)
de hostilidad
o de muerte altamente
persecutorias.
"la ldeollzcclén,
dice
Klein 11, es el corolario del temor persecutorio", y agrega que en tal fenómeno
psicológico "los aspectos buenos del pecho son exagerados
como salvaguardia
contra el temor del pecho perseguidor",
aunque también intervengan
"deseos
instintivos que aspiran a una gratificación
ilimitada y crean, por lo tanto, el
cuadro de un pecho inagotable
y siempre generoso, un pecho ideal". En la
elaboración
de estos conceptos no se tienen solamente en cuenta los factores
dinámicos propiamente
dichos, sino también los económicos, la mayor o menor
intensidad, el mós o el menos. Así, cuando se refiere a la proyección de partes
buenas del Yo infantil sobre la madre, necesaria para el establecimiento
de
buenas relaciones objeta les, escribe: "empero, si este proceso de proyección es
llevado a cabo en forma excesiva, las partes buenas de la personalidad;
son
sentidas como perdidas por uno mismo y la madre se transforma
en el ideal
del Yo: este proceso también empobrece y debilita el Yo. En estado de frustración o de aumentada
angustia, el niño es obligado a huir hacia su objeto
interno idealizado
como un medio de escapar de los persegüidores".
Pero el
Algunas consideraciones sobre la idealizaci6n
'infantil sujeto' debe pagar un precio muy elevado por esa protección, pues
compromete
muy seriamente
el desarrollo ulterior del Yo. llegará a sentirse
frente al objeto idealizado interno, "como si fuera sólo un arcón para él". De
aquí deriva el concepto de P. Heimann 9 del objeto enquistado
o encapsulado,
a quien el Yo se encuentra ligado: las angustias relacionadas
con esta situación
se producen cuando los padres internalizados
son vividos "como cuerpos extraños incrustados
en el Yo". Por eso, como señalaba
Baranger. 2, "el objeto
idealizado llega a ejercer una función perseguidora.
Parásito del Yo, lo empobrece, lo enflaquece,
lo fascina".
La independencia
y la capacidad
del Yo
sólo se adquieren,
según Heimann, con la asimilación de los objetos internos,
lo que supone una disminución de la avidez y de la angustia
consecutiva.
"De esta forma, sus objetos internos se tornan más humanos,
menos monstruosos y menos santificados.
El sujeto puede admitir las buenas y malas
cualidades
de su ser y de sus padres internalizados."
Heimann deja entrever
aquí, con cierta claridad, que la idealización es una deshumanización.
Pienso que el objeto idealizado
no es simplemente
un objeto bueno
cuyas características
han sido exageradas,
sino que es algo cualitativamente
distinto, que en cierta manera lo aproxima al perseguidor:
en algún momento
pueden intercambiarse.
Hay en el historial de la paciente de Heimann, un pasaje
que me parece harto significativo.
"La paciente temía y odiaba a los demonios
(que la sometían a toda clase de torturas y suplicios), deseando
librarse de
su yugo, peró también los quería enorgulleciéndose
de ellos ("miren si serán
listos, siempre descubriendo
nuevas formas de torturarme")
y deseaba
conservarlos.
Además, ella los necesitaba para castigarse por sus malos impulsos
y acciones." Vale decir que el proceso de idealización se desplazó a los objetos
perseguidores,
transformados
en un Superyó severo y celoso del cumplimiento
de los principios morales.
Expondré ahora, a título de ejemplo, algunos fragmentos
del análisis de
una paciente en cuyo comportamiento
se pueden apreciar las fantasías hostiles
puestas en juego en el proceso de idealización.
Se trata de una mujer de
cuarenta
años, divorciada,
que acude a la consulta por graves trastornos
emocionales
que surgieron a raíz de la separación
de su esposo. Se sentía
presa de una angustia insoportable,
con vivencia de abandono
y desamparo
717
Rodolfo Agorio
que la sumían en la mayor desesperación.
Sufría además
de un insomnio
tenaz y para atenuar o neutralizar
tan penoso estado anímico recurría a sedantes hipnóticos; había llegado a ingerir dosis bastante elevadas de drogas.
Expresaba de una manera tajante y violenta en su lenguaje, una hostilidad
muy viva contra su ex marido, a quien hacía responsable
de sus desgracias
y de las de sus propios hijos que quedaron a cargo de la paciente y por quienes
sentía, por otra parte, verdadero
rechazo, que se hacía más o menos patente,
según las alternativas
de su conflictivo interna. G. es la menor de una familia
de varios hermanos (su madre había fcllecido hacía pocos años). Su padre
había muerto cuando la paciente contaba apenas tres años y s610 conserva
de aquél recuerdos muy vagos y confusos. Según G., el papel asumido por
ella dentro del grupo familiar fue el de una persona insignificante
y poco
inteligente, sometida a la autoridad
materna yola
de sus hermanos mayores;
estos últimos solían mostrarse despectivos y hasta despóticos.
Su vida amorosa
fue muy pobre; observaba
con el sexo opuesto una actitud general de recelo y
desconfianza.
Se casó alrededor
de los veinte años, y obtuvo de su vida
matrimonial
muy poca o ninguna satisfacción,
ni aun con el nacimiento de
sus hijos ante quienes se sentía más bien indiferente.
Dentro de su propio
grupo familiar (esposo e hijos), su figura permaneció como anodina, totalmente
pasiva.
"Era incapaz,
dice, de emitir
ningún
juicio o comentario
sobre
cual-
quier cosa que fuera: una película de cine, una obra de teatro, un artículo
periodístico."
En realidad, se sentía disminuida
por el marido, y en las reuniones sociales, él hablaba,
pero ella permanecía
muda, como anonadada:
Llegó a estar convencida de que era una oligofrénica.
Nunca estuvo segura
de su amor por el esposo;
una característica
de su estado
anímico
permanente
era el no experimentar
nunca afectos o emociones tiernas.
Sus allegados,
familiares y amigos, solían elogiar su espíritu maternal,
su dedicación a los
hijos; sin embargo,
de madre
en su interior se sentía vacía,
lo cumplía
como algo impuesto,
carente
de ternura.
algo que debía
hacer
su obligación, y había delegado en su esposo todo lo relacionado
cación de sus hijos y la administración
y el manejo de su hogar.
718
En este artículo
me limitaré
a considerar
los aspectos
Su papel
porque
era
con la edu-
más interesantes
Algunas consideraciones sobre la idealización
surgidos en la situaci6n analítica, en los que se pone de relieve la naturaleza
del proceso de idealización.
En las primeras sesiones, la actitud de G. con respecto a mí, fue por
momentos de reserva y por momentos de franca hostilidad.
No podía soportar
mi posición neutral frente a su conflicto matrimonial, por lo que me consideraba
como un aliado del marido. Me ponía en lugar de éste, y toda la violencia
de sus acusaciones
y amargas
quejas dirigidas contra él, estaban en última
instancia orientadas
contra mí. Por otra parte, ésta era una forme de vengarse por la sumisión de la que se sintió víctima durante su vida matrimonial,
que reactualizaba
en la situación transferencial,
esta vez en relación con su
analista.
Me hacía blanco de toda clase de burlas m6s o menos hirientes
respecto a mi actividad
profesional.
Paulatinamente,
su comportamiento
fue
cambiando
de aspecto, aunque no de naturaleza,
porque en el fondo respondía a un mismo fin. Yo me convertí entonces en una persona invisible:
era la voz que oía detr6s de sí, pero como si llegara de un lugar lejano e
impreciso. Así, hacía abstracción
total de mi familia y de mis pacientes: yo
s610 existía en virtud de su presencia
en el consultorio; adem6s empezó a
adjudicarme
las m6s elevadas virtudes: inteligencia,
erudición y, por encima
de todo, una gran honestidad
y rectitud moral, todo lo cual hacía de mí un
individuo de excepci6n que de ninguna manera pertenecía
al amplio grupo
de terapeutas
que seducen a sus pacientes.
En estos instantes, G. me convertía
en el depositario
de un objeto interno idealizado (sin duda la figura paterna),
y por lo tanto en partícipe de esa idealización.
Pero me ldeo llzcbu transform6ndome,
como a su padre, en un ente "descorporizado"
(desexualizado),
en un fantasma
ausente, distante e invisible cuya voz llegaba de una lejanía
imprecisa: en una palabra,
la deshumanización
es evidente,
lo que implica
en el fondo que su actitud de hostilidad y rechazo permanecía
inalterada.
Era, por otra parte, la única manera de tolerar mi presencia: convertirme en
una sombra, estableciendo
entre ambos una valla o distancia infranqueable.
A veces G. proyectaba
sobre mí su repulsa, 'sintiendo entonces que era yo quien
se alejaba de ella y la rechazaba.
No hay que ser demasiado
perspicaz para comprender
que detr6s de
su actitud se escondían
fantasías
eróticas fuertemente
reprimidas.
Un sueño
719
Rodolfo Agorio
muy breve es ilustrativo, en ese sentido.
Estaba en una sesión de análisis;
sorpresivo mente yo me levanto de mi sillón y me enfrento con ella: G. se
despierta presa de una intensa angustia.
El hecho de haber abandonado
momentáneamente
mi posición de analista y mirarla de frente, cambia por entero
el sentido de la situación global, que de terapéutica
(alejada,
a distancia,
fantasmal)
se transforma
en francamente
erótica, en la que el analista, esta
vez de "carne y hueso", se identifica con los médicos seductores.
Pero la ansiedad vivenciada
por la paciente no era provocada
sólo por sus propias
fantasías
sexuales, sino también por el terror que despertaba
en ella una
posible actitud retaliativa
de mi parte, como respuesta a su conducta castradora y deshumanizadora
demostrada
a través de su idealización.
Pienso que al proyectar sobre mí el objeto interno idealizado, G. recurría
a la misma táctica de aislamiento,
poniéndolo fuera de su alcance, que la que
empleaba con respecto a ese mismo objeto dentro de sí cuando lo encapsulaba
y evitaba su asimilación.
Mi aproximación,
tal como se daba en el sueño
relatado, ponía en peligro la integridad
de su Yo de la misma manera que
Id ruptura del encapsulamiento
del objeto interno idealizado,
no sólo por el
daño que a este último podrían infrigirle sus pulsiones hostiles (asimilación
igual a destrucci6n), sino porque el propio Yo podía desintegrarse
al ponerse
en contacto con el objeto idealizado
(perseguidor).
Existe un aspecto del problema vinculado con la situaci6n analítica, que
considero de real interés.
El aislamiento
dentro del consultorio durante
el
transcurso de la sesi6n, favorecía la proyecci6n del objeto idealizado: el lugar
se transformaba
así en la cápsula que me envolvía y me alejaba.
En varias
oportunidades
me dijo: "Aquí me siento tranquila y no tengo ningún reparo
en hablar de todo lo que se me ocurre, pero pienso que si algún día llegara
a encontrarlo fuera de aquí, en algún sitio público, en la calle, en el cine, en
el ómnibus, me llenaría de angustia:
no encontrada
dónde esconderme,
creo
que saldría disparando".
Creo que en esta frase, como en el sueño, se expresa
con toda claridad el peligro que significaba para la paciente el contacto directo
con el objeto idealizado ..
720
tiguado
Durante el segundo año de su trotcrniento,
muchas de sus vivencias ansiosas, tuvo
cuando ya se habían amorlugar un episodio llamativo
Algunas
consideraciones
sobre la idealización
Por aquel entonces, trabó relación con
Pero lo más curioso de todo era que
que confirma lo señclcdo hasta ahora.
un hombre que empezó a cortejar/a.
este vínculo sólo pudo establecerse
por teléfono, guardando
la distancia: G. no
lo conocía ni de vista, no obstante
lo cual mantenía
con su "amigo" largas
conversaciones
telefónicas sobre temas "escabrosos" con frases de doble sentido
y cargadas
de erotismo.
Un día se dieron cita en un parque de la ciudad y
cuando el galán se dio a conocer, la paciente se sintió enormemente
perturbada:
lo encontró físicamente horrible, al extremo de poner. punto final a la entrevista
e interrumpir definitivamente
ese idilio tan particular.
Es indudable que esta
relación con un desconocido y mantenido a distancia, además de ser un intento,
desgraciadamente
fallido, de romper el aislamiento en que vivía, era un duplicado de su relación conmigo (acting out): para G. yo también era el desconocido
alejado,
también
la voz o el fantasma
invisible.
En otras
yo mismo, sólo que en esta oportunidad
palabras,
su "amigo" era
los aspectos eróticos eran
francamente
ostensibles, es decir, disociaba la figura de su analista (me disociaba) colocando en el otro los atributos viriles que me negaba en la situación
de análisis.
práctica,
Quiero
para
anular/o
para idealizarme:
a la castración.
Pero
cuando
lugar
estos
G .. intuía
público.
en alguna
de aquella
que frente
y volverlo
el alejamiento
se encontró
la propia
señalar
mecanismos
frente
impotente,
defensivos
que fracasaría
Cabe
pensar,
por otra
está indicando
que ambos
objetos
tienen
en la evolución
psicológica
normal,
su. integración
de vista
que el fracaso
en superar
parte,
un origen
la posición
en
que
esta última
estrepitosamente,
se encontrara
que, según
puso
procedimientos
equivalente
de la misma
y el perseguidor
disociativo
partenaire
se derrumbaron
si por azar
idealizado
el proceso
separación.
los mismos
y la "descorporización",
a frente .con su festejante,
El objeto
medida
a su "peligroso"
manera
conmigo
se acercaban
que
en un
anulando
M. Klein, está en la base
que esa disociación
común,
ulterior.
nos
lo que facilitaría,
No hay que perder
paranoide-esquizoide
se basa
en el carácter hostil y agresivo de las relaciones de objeto que, según nuestro
parecer, actúan tarito frente al objeto bueno, deshumanizado
(idealización),
como frente al malo, lo que aumenta
su poder y su crueldad
y lo hace también
721
Rodolfo Agorio
omnipotente, hecho que en última instancia constituye también una idealización *.
Se deduce de lo expresado que la separación (disociación) entre el objeto
idealizado
y el perseguidor
no sería tan "extrema"
como aparenta
ser, sino
todo lo contrario.
En el relato sobre Manía, presentado
en el VI Congreso
Psicoanalítico latinoamericano
por el grupo uruguayo 1, entre otras conclusiones
se establece que: "la desidealización
del objeto permite eludir la envidia oral
al pecho, volver a separar los aspectos idealizados
y persecutorios del objeto
que se hallaban próximos aunque no sintetizados".
Por mi parte, yo agregaría
ahora que al separarse
"Ios aspectos idealizados
y persecutorios"
pierden el
carácter de tales y se tornan simplemente
en el objeto bueno y. malo, lo que
facilita su integración y el pasaje a la posición depresiva.
Retomando los conceptos vertidos en trabajos anteriores, M. Klein12 escribe este frase, que para mí es muy elocuente: "Los niños cuya capacidad para
amar es muy fuerte, sienten menos necesidad de la idealización que aquellos
en quienes los impulsos destructivos y la ansiedad
persecutoria
son extremos.
La excesiva idealización indica que la persecución es la principal fuerza propulsora". Me pregunto si esto no contradice la tesis de la misma autora según
la cual la idealización es la exageración
de los caracteres del objeto bueno.
Pienso que si Eros se encuentra eclipsado por las pulsiones destructivas y persecutorias será impotente para acentuar la bondad del objeto; en realidad, la
idealización no es una exageración
de los caracteres del objeto bueno sino una
deshumanización,
y por lo tanto implica desvalorizarlo.
la idealización no implica tanto un problema de intensidad cuantitativa,
como de cualidad.
Pienso
que es, por lo menos, muy discutible hablar de grados de identificación según
la intensidad con que el objeto bueno es exaltado.
Es como si lo idealización
fuera patológica sólo cuando es "extremada",
pero que en coso contrario es
un elemento positivo, un factor imprescindible
del desarrollo psicológico del
niño. Aun si así fuera, ¿con qué criterió podríamos ponderar lo "intensidad"
de lo idealización?;
¿cómo fijar los límites entre lo "normol" y lo "extremo"?;
¿o qué unidad energética recurrir paro medirlo?
>1<
722
En este sentido merece destacarse
el carácter idealizado que suele tener el Diablo tanto en las
leyendas populares como en la literatura.
Con los santos del Cristianismo paso algo similar, y
así sucede, por ejemplo, que héroes de la famosa "Ieyenda dorada"
participan
de la crueldad
de las figuras demoníacas:
la idealización los homologó deshumanizándolos.
Algunas
consideraciones
sobre la idealización
Estimo que es un error sostener como Baranger 2, retomando el concepto
de P. Heimann, que "la sublimación supone una asimilación del objeto idealizado interno". Creo estar más de acuerdo con el pensamiento
de esta última
autora, afirmando
que la asimilación de los objetos internos significa la desidealización, sea ésta previa o simultánea al proceso asimilativo.
Sólo que yo
no diría, como Heimann, que los objetos internos se "tornan más humanos,
menos monstruosos y menos santificados",
sino que se vuelven humanos simplemente, y dejan de ser, por consiguiente,
monstruosos y santificados.
Es muy posible que mi discrepancia
se base en que en la actualidad
no
contamos todavía con una noción perfectamente
clara, definida y concreta del
objeto idealizado.
Esto se hace evidente en lo que respecta al Ideal del Yo.
H. Segal18 escribe: "la creencia en la bondad de los objetos y de uno mismo
se basa en la idealización,
precursora de las buenas relaciones objeta les. la
relaci6n con un objeto bueno contiene generalmente
cierto grado de idealizaclén, y esta idealización persiste en muchas situaciones como enamorarse, apreciar la belleza, formar ideales sociales y políticos, emociones que, aunque no
secn. estrictamente
racionales,
incrementan
la riqueza y variedad
de nuestras
vidas". Pero, mirando bien, la creencia en la bondad de los objetos o de uno
mismo, no se basa en la idealizaci6n sino en el amor. Por eso, creo que Segal
no expresa fielmente el pensamiento
de Klein aunque permanezca
dentro de
su línea cuando considera
la idealización
relacionada
exclusivamente
con el
objeto bueno. Si interviene a veces frente al perseguidor,
lo hace como defensa
del Yo bajo la forma de una negación omnipotente
de la persecución excesiva
y no actúa en la formaci6n misma del perseguidor
todopoderoso.
Volviendo ahora sobre el concepto de Ideal del Yo, recordaremos
que
Freud lo sustituy6 en 1923 7 por el más complejo de Superyó, que consideró
como surgido de la culminación del conflicto edípico, del cual es, pues, el heredero, que asume no solamente
la hostilidad
del niño hacia su progenitor
sirio también suadmiraci6n
y respeto.
"Esta modificaci6n del Yo, dice, conserva su significación especial y se
opone al contenido restante del Yo en calidad de jdeol del Yo o Superyó."
y
más adelante:
"El Superyó conservará
el carácter de padre, y cuanto mayor
fuera fa intensidad del complejo de Edipo y la rapidez de su represión (bajo
723
Rodolfo Agorio
las influencias de la autoridad,
de la religión, de la enseñanza
más severamente
reinará después sobre el Yo, como conciencia
como sentimiento inconsciente de culpabilidad".
724
y las lecturas)
moral o quizás
Posteriormente,
en 19328, separa el Ideal del Yo del Superyó, al cual
da, además de sus funciones restrictivas más o menos severas, la de presentarse, como "substrato del Ideal del Yo, con el cual se compara el Yo al cual
aspira y cuya demanda
de perfección siempre creciente se esfuerza en satisfacer". Es indudable
que aun cuando el Ideal del Yo sea el "residuo de la
antigua
representación
de los padres,
la expresión
de la admiración
ante
aquellas
perfecciones
que el niño le atribuía",
será siempre algo impuesto
al Yo por la distancia superyolcc.
Cuanto más severa sea esta última, más
alto será el ideal que se le impone al Yo y más difícil de alcanzar, y entonces
el sometimiento a un Superyó sádico producirá una genuina satisfacción narcisista al sentirse el Yo. gratificado
por su obediencia al Superyó. Este último
aspecto fue bien visto por S. Rado 15 en su conocido estudio sobre la madre
sobreprotectora,
al demostrar
que "la satisfacción
narcisística
derivada
del
cumplimiento de un ideal garantiza
la gratificación de las tendencias agresivas
prohibidas".
Mi paciente, como ya lo señalé, manifestaba
dificultades
muy serias
en el manejo de los hijos cuando tuvo que asumir su papel maternal a raíz
del divorcio. En un principio, abundaban
las quejas por el comportamiento
de aquéllos.
Lo que expresaba
en el fondo, era el rechazo de los hijos y del
papel que le obligaban
a representar
sus familiares
y, en su fantasía,
su
propio psicoanalista.
Paulatinamente
se efectuó en ella un cambio: aparentemente asumía al fin el papel que le correspondía,
mostrándose
ante mí orgullosa de su función maternal y de los sacrificios que ello implicaba.
Pero,
simultáneamente,
menudeaban
los amargos
reproches contra su ex esposo
por la falta de colaboración,
reproches que se dirigían también contra mí.
Me censuraba
mi actitud neutral que consideraba
como indiferencia,
calificándola además con los mismos términos que el comportamiento
de su marido:
en otras palabras,
por la manera de hablarme era evidente que me asignaba
el papel del padre de sus hijos y exigía que actuara en consecuencia.
Yo le
señalaba
entonces que a pesar de manifestar lo contrario, seguía sintiendo a
Algunas
consideraciones
sobre
la idealización
los hijos como una carga excesivamente
pesada y por momentos insoportable
(fantaseaba
con tomarse vacaciones
e irse sola, lejos del país, por tiempo
indeterminado);
de ahí la exigencia de colaboración y el nuevo papel que me
asignaba.
5610 al cabo de un tiempo _pudo admitir la realidad de esta situaci6n
negada al principio con tenacidad.
Entonces me relat6, por primera vez, una
conducta suya que me había ocultado cuidadosamente:
en el mismo período en
que se mostraba ante mí como una madre ejemplar, solía tener con un familiar
largas conversaciones
en las que volvía a lamentarse amargamente
del trabajo
que dan 10_5hijos, los sinsabores
que producen, las angustias
que provocan,
etcétera.
Esta actitud es muy significativa.
Frente a una persona aflegada,
que sobre G. no tenía mayor gravitaci6n
o influencia, podía explayarse
a su
gusto, .pero ante mí la situación cambiaba
radicalmente.
Yo, como depositario
de una figura superyoica
idealizada
(en este caso la madre), le exigía que
se sometiera
a un ideal elevado y difícil de sobref/evar
y buscaba en la
sesi6n, como diría Rado, "la satisfacción
narcisística del cumplimiento
de un
ideal", esta vez impuesta por mí. Buscaba mi cpleuso y una recompensa adecuada y justa, y como ninguna de las dos cosas tenía lugar, se sentía decepcionada y en el fondo deprimida y culpable.
Este episodio nos muestra nuevamente el carácter persecutorio
de un Superyó que sólo, naturalmente,
puede
imponer al Yo ideales y aspiraciones
que por su naturaleza
difícilmente pueden
vivenciarse como egosintónicos,
sino como ajenos (impuestos).
Existe siempre,
a mi juicio, un paralelismo entre el carácter del Superyó y el del Ideal del Yo.
A un Supery6 severo, rígido y exigente corresponde
un Ideal del Yo tanto más
"elevado" o fuera del alcance cuanto mayor sea la exig-encia y severidad del
Superyó idealizado.
En cambio, a un Superyó humano
no idealizado,
no
perseguidor,
corresponde
un Ideal del Yo cercano, fácil de asimilar.
Yo diría
que existe una correspondencia
entre ambos en lo que respecta a las exigencias
impuestas al Yo, y en ese sentido se puede hablar de una idealizaci6n
del
Ideal del Yo que de esa manera
puede volverse también
severo y cruel.
Creo que esto se deduce, por otra parte, del concepto vertido por Freud de que
el Superyó es el substrato del Ideal del Yo.
quien
Novey 14, por su parte, describe a este último como contiguo al Yo, a
le sirve de modelo tanto de lo que es como de lo que quisiera ser. Pero
725
Rodolfo Agorio
es indudable
que dicha ,contigüidad
será tanto mayor cuanto menor sea
la severidad del Superyó, o mejor dicho, la proximidad
es posible solamente
con la ausencia de un Superyó severo.
Por consiguiente,
es muy discutible
la idea expresada
por aquel autor de que el Ideal del Yo es siempre sintónico
con el Yo.
Recientemente,
726
Lampl de Groot
13
desarrolló
algunos
conceptos
intere-
santes sobre la naturaleza
y la génesis del Ideal del Yo. Para esta autora, el
Ideal del Yo tendría origen en los primeros momentos de la vida posnatal,
ligado a la satisfacción alucinatoria
de deseos, cuando todavía' no hay separación neta entre el Yo y el no Yo: estas alucinaciones
"aparecen
en el curso
del estado narcisista cuando la madre (o el pecho) forma aún parte del medio
narcisista interno y no existe todavía un objeto".
"El Ideal del Yo, escribe
Lampl de Groot, 'aun transformado
en normas, en moral, en ideas socicles,
permanece esencialmente
como un factor de realización de deseos que ayuda
al Yo a acomodarse
a las inevitables decepciones y frustraciones
inherentes a
la vida humana".
Sin entrar a consideror la hipótesis muy cuestionable
sobre
la aparición del Ideal del Yo con anterioridad
a la del Superyó,si
tomamos
al pie de la letra 'el supuesto de que aquél es una instancia gratificadora
porque
sirve a la scitisfacción de deseos, tenemos naturalmente
que cdrnltlr que el
Ideal del Yo es más una función del propio Yo, que un aspecto diferenciado
del mismo: estaría más cerca de la gratificaCión lisa y llana de los impulsos
instintivos que de la sublimación
que, como señala Freud, el Ideal del Yo
e,;dge, aunque no pueda imponerla.
Cuando la autora afirma que el contenido del Ideal del Yo es: "Soy como mis padres", en tanto que el del Superyó
es: "es menester que haga lo que mis padres exigen de mí", no toma en cuenta
que el Ideal del Yo le es impuesto al Yo por el Superyó, es "10 que mis padres
exigen de mí", y que la niayor o menor capacidad de asimilación de ese ideal
impuesto está en razón inversa a la rigidez y severidad del Superyó. En otras
palabras:
a un Superyé idealizado
corresponde
un Ideal del Yo difícilmente
accesible, lo que podríamos
llamar, aunque parezca redundancia,
un Ideal
del Yo idealizado.
Lo inverso se da en el caso contrario.
Vinculada con este problema está la noción de Ideal del Yo negativo, de
acuerdo, claro está, con la escala de valores morales admitida
en nuestra
Algunas
consideraciones
sobre
la idealización
sociedad.
Kaplan y Whitman 10 definen el Ideal del Yo negativo como aquel
que induce a una conducta inadecuada
o deficiente, inaceptable
para el Self
"tanto desde el punto de vista consciente como desde el inconsciente".
Sostienen los autores que el niño separa los rasgos positivos de los negativos
(debifidades,
fallas, insuficiencias,
etcétera) de sus padres y que introyecta
tanto los primeros como los segundos.
Pero lo que importa desde nuestro
punto de vista, es que si el Yo es capaz no s610 de albergar ambos ideales,
sino también de asimilarlos, es que tanto unos como otros son humanos: m6s
aún, sólo con esta condición pueden ser asimilados.
Estos rasgos negativos
son múltiples, y se mantienen dentro de una escala tolerable: cierto grado de
cobardía, falta de tacto con la gente, escasa agilidad mental que hace aparecer al sujeto como tonto, etcétera; rasgos, en suma, que pueden convertir a
quienes los poseen, en una persona ridícula anté los dem6s y ante sf misma,
pero no en un delincuente.
Kaplan y Whitman son bien categóricos cuando
concluyen: "Esta estructura, el Ideal del Yo negativo, puede ser descrita como
los standards
negativos de los padres y de la cultura internalizados.
Cada
vez que el individuo se conduce o siente de manera tal que lo aproxima
al
Ideal del Yo negativo,
sentir6
una
intensa
vergüenza,
humillación
y
mortificación".
Recientemente,
varios psicoanalistas
discípulos de A. Rascovsky han
vinculado el Ideal del Yo con las relaciones de objeto del Yo fetal. Simoes 19,
refiriéndose al concepto kleiniano de la fantasía
infantil del pecho inagotable
yola
envidia que despierta,
señala que para el niño este pecho, desde el
primer momento, no es un pecho bueno, como lo sostiene Klein, sino ya idealizado. La idealización no se produce a consecuencia de las relaciones objeta les
externas sino que es la persistencia
en la vida extrauterina
de los estrechos
vínculos establecidos
por el Yo fetal con los objetos del Ello y caracterizados
por el "bienestar y la satisfacción incondicional e inagotable",
de acuerdo con
el principio del nirvana.
"La idealización,
dice, traduce el deseo del Yo de
establecer con los objetos externos pos natales el mismo tipo de relaci6n que
tenia con los ideales de la situación prenatal".
Siguiendo esta misma línea
de pensamiento,
un grupo de autores, entre los que se encuentra
el mismo
5imoes 4, pone el énfasis sobre la relación ideal Ello-Yo en la etapa fetal, que
727
Rodolfo Agorio
se mantiene gracias al aporte permanente
e incondicional
de los elementos
requeridos
para el desarrollo normal del feto a través del cordón umbilical.
La existencia de este último es negada para que la relación con el Ello sea
exclusiva, con una total desconexión
del mundo externo.
Este sería el núcleo
de la futura idealizaCión, idealización
que entra en juego siempre que un
elemento perturbador
(especialmente
las mayores necesidades
derivadas
del
crecimiento del feto) amenace a aquella situación nirvánica.
la crisis mayor
se produce en el momento del parto con el incremento de la angustia persecutoria debida a la frustración del Yo por parte del objeto interno ideal, pero
al que se vuelve con la idealización,
cada vez que el pecho externo no colme
las exigencias del lactante.
No es mi propósito,
desde luego, entrar en consideraciones
teóricas
sobre el concepto del pslquisrno fetal, sino dejar establecido simplemente
que
si 'existen objetos en el Ello heredados filogenéticamente,
no han de ser siempre,
como lo afirman
los' autores citados, total y exclusivamente
gratificantes
y
satisfactorios,
sino también malos o perseguidores,
porque el Ello no' es solamente depositario
de la libido, sino también de los impulsos de muerte, y se
me hace difícil admitir que estos últimos puedan ser por completo neutralizados
por el flujo a través del cordón umbilical. Por otra parte, confirmando
Jo que
ya hemos expresado
sobre los aspectos negativos de los objetos idea lizados,
se define la' relación del Yo fetal' con los objetos ideales del Ello (origen de la
idealización) como un estado nlrvénlco,
lo cual significa, por la ausencia absoluta de tensiones, la irimovilidad
y el aislamiento
del Yo de todo estímulo
exterior, una situación más cercana a la muerte que a la vida. Vale decir que
las pulsiones hostiles, aunque
se hagan
más ostensibles
en el proceso de
idealización
posnatal, ya están en actividad en el período fet~1.
Yo piens<:, que todo este asunto está demasiado ligado al problema más
general del narcisismo como para no tenerlo en cuenta.
Esa identificación
con los objetos idealizados implica una desexualización
de los mismos y, como
lo señc:ila Freud, una disociación de los instintos en beneficio de los impulsos
728
hostiles: "; .. y recordemos, dice, que este Yo pone fin a las primeras cargas
de objeto del Ello -y seguramente
también
a muchas de las ulterioresacogiendo en sí la libido de las mismas y ligándola a la modificación del Yo
Algunas consideraciones sobre la idealización
producida
por identificación.
Con esta transformación
en libido del Yo, se
enlaza, naturalmente,
un abandono
de los fines sexuales, o sea una desexualización. Apoderándose
[el Yo] en la forma descrita de la libido de las cargas
de objeto, ofreciéndose
como único objeto erótico y desexualizando
o sublimando la libido del 'Ello, labora en contra de los propósitos de Eros y se sitúa
al servicio de los sentimientos
instintivos contrarios".
Visto desde otro ángulo, la identificación
es una fusión con el objeto,
o, si se quiere, como afirma Lampl de Groot, una vuelta al período narcisista
durante el cuo l el niño siente a la madre (el pecho) como una pertenencia suya.
A. Rascovsky 16 señala muy especialmente
el carácter de omnipotencia
que tienen las relaciones del Yo fetal con los objetos ideales del Ello, omnipotencia que se prolonga
luego en la idealización
ulterior.
"Entonces, escribe,
los objetos son omnipotentemente
manejados de acuerdo con las leyes mágicas
que rigen la relación arcaica entre el Yo y el Ello." "La idealización y la omnipotencia constituyen el mecanismo normal en la relación de objeto del Yo con
el Ello antes del advenimiento
de los objetos reales posnatales."
Pero, como indica Rosenfeld 17, la omnipotencia
desempeña
también
un papel principalísimo en las relaciones narcisistas de objeto. "El objeto, generalmente parcial, el pecho, puede ser omnipotentemente
incorporado,
lo que
implica que es tratado como posesión del niño." Luego de señalar la importancia de la identificación
en las .relaciones narcisistas, agrega:
"Cuando el
objeto es omnipotentemente
incorporado,
el Self se identifica tanto con él, que
toda identidad por separado
o cualquier límite entre Self y objeto es negado.
En la identificación
proyectiva, partes del Self entran omnipotentemente
en el
objeto, por ejemplo, la madre, para apoderarse
de ciertas cualidades
reconocidas como deseables,
y por eso pretenden
ser el objeto o parte del objeto."
Es en estas circunstancias
cuando la separación
se vive como peligrosa y desencadena
ansiedad.
Por eso Rosenfeld insiste en el hecho de que cuando el
paciente fantasea con la posesión del analista como pecho nutricio, "da crédito
a todas las interpretaciones
satisfactorias
del analista, situación que es experimentada como perfecta o ideal, porque aumenta el sentimiento del paciente
de que es bueno e importante durante la sesión. A veces, los pacientes norclsistas se imaginan en una relación con el analista, mutua y satisfactoriamente
729
Rodolfo Agorio
ideal, situación que recuerda la descripción de Freud del sentimiento oceánico".
El comportamiento
de G. durante un largo período de su análisis confirma lo aseverado
por Rosenfeld. lo que más llamaba la atención entonces,
era que la paciente vivía las sesiones de análisis como un largo monólogo.
Aun cuando racionalmente
reconociera
mis intervenciones
y su eficacia con
respecto a su problemática
interna, tenía la firme vivencia de que ella sola
llenaba la hora de la sesión. Lo que pasaba era que tomaba mis interpretaciones como algo que le pertenecía,
eran propiedad
suya. Se volvía de esta
manera a encontrar con sus objetos idealizados
y edemés con partes de su
Self, previamente
depositados
en mí. Por eso, mi presencia no contaba para
nada en el diálogo, que de esta forma se transformaba
en un monólogo de la
paciente.
Yo no existía como persona autónoma
o independiente,
sino formando
un todo con ella.
Para terminar quiero indicar que, por lo menos en el caso de mi paciente,
la fusión narcisista a que se refiere Rosenfeld está precedida de una proyección
del objeto idealizado que facilitaría la identificación
proyectiva final; y es ese
mismo objeto idealizado
que por su hostilidad transforma
la situación narcisista en un control ejercido sobre el analista a quien trata de inmovilizar y
anular en sus funciones especificas.
En esa forma, el anólisis podía prolongarse indefinidamente:
su terminación,
según la fantasía de la paciente, provocaría en ella un derrumbe
psicológico, llevándola al mismo estado en que
se encontraba
al iniciar su terapia.
Conclusiones
730
luego de todo lo expuesto en el presente artículo, creo estar en condiciones de establecer,
a modo de conclusiones, algunos principios o supuestos
básicos que resuman el proceso de idealización, tal como yo lo concibo. Desde
luego que está muy lejos de mi pensamiento
pretender el carácter definitivo
o invariable
de aquellos principios.
Mós aún: creo que en el campo de la
idealización, como en el de otros aspectos de nuestra ciencia, hay todavía mucho
que aclarar y muchos conocimientos que adquirir para llegar al establecimiento
de hechos incontrovertibles.
Pienso que le asiste toda razón a Baranger 3 cuando
Algunas consideraciones sobre la idealización
se refiere a los numerosos problemas que plantea a la investigación
psicoanalítico la repercusión que, en el mundo de las relaciones objetales, produjeron
los descubrimientos
de M. Klein. Luego de hacer una somera enumeración
de
aquellos problemas,
concluye acertadamente:
"Sé que este primer inventario
es extremadamente
incompleto.
Recién cuando vayamos cumpliendo este trabajo nos podremos dar cuenta de la inmensidad del legado de M. Kleln". Y es
que toda ciencia, ocioso es decirlo, implica un perpetuo devenir: siempre habrán
nuevas incógnitas que despejar y nuevas metas que alcanzar;
nunca puede
transformarse
en un sistema cerrado e inmóvil. Hechas las anteriores
aclaraciones, llegamos a las siguientes conclusiones:
1) El objeto idealizado
no se constituye a raíz de una acentuación
o
exageración
de las características
del objeto bueno interno, para oponerse o
neutralizar
al objeto exageradamente
malo o perseguidor.
2) Por lo tanto, no se trata de un problema económico o cuantitativo,
sino cualitativo.
El objeto bueno, así como el malo, al ser idealizados cambian
de naturaleza;
en realidad se deshumanizan,
circunstancia
que hace posible
su acercamiento.
En lugar de separarse
aumentando
las distancias entre uno
y otro, se aproximan
y a veces se confunden.
3) Me parece impropio hablar de grados de idealización,
de objetos
más o menos idealizados.
Pienso que se trata de una ilusión tal vez estimulada por el lenguaje corriente, tan rico en expresiones por las que se establecen
cotejos en términos cuantitativos
sobre cualidades
(más o menos bueno, más o
menos malo, más o menos ansioso, etcétera).
Creo que al referirse al grado de
una idealización,
los autores señalan
un tipo de reloción objetal que en sí
misma significa un rasgo cualitativamente
distinto en el mismo objeto idealizado.
Reconozco que, desgraciadamente,
no podemos menos que seguir pensando las
más de las veces en términos de cantidad o intensidad; y esto pasa por el desconocimiento de los cambios cualitativos que operan y que son los únicos que
debiéramos
tener en cuenta.
4) La idealización
es un proceso que interesa tanto al objeto bueno
como al malo. A ambos les confiere omnipotencia,
omnisciencia,
poderes mágicos; y al mismo tiempo, al deshumanizarlos,
los vuelve despóticos y per.seguidores.
En la dinámica de la idealización,
son las pulsiones hostiles las que
731
Rodolfo Agorio
entran
principalmente
en juego actuando sobre los objetos internos.
·5) Cabe preguntarse
si también la envidia por el objeto bueno en
primer lugar y el maro en segundo término, no coadyuva en la idealización,
lo que a su vez incrementaría
la envidia por los objetos idealizados,
estableciéndose entonces un verdadero
círculo vicioso, que acentúa
las dificultades
técnicas en el análisis.
6) Por último, con respecto al Ideal del Yo, considerado
como una
meta a cuyo alcance aspira el Yo, pienso que ese ideal o esa aspiración
le
es siempre impuesto al Yo por el Superyó en total consonancia con el carácter
de este último. A un Superyó idealizado y despótico corresponde
un Ideal del
Yo difrcilmente alcanzable.
Sólo cuando sus fines y propósitos se humanizan,
concordando
con un Superyó desidealizado,
pueden ser asimilados
por el Yo
y convertirse en egosintónicos.
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732
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733
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