Algunas consideraciones Rodolfo Agorio sobre la idealización * Como otros conceptos introducidos por el psicoanálisis, el de fa idealización carece, a mi juicio, de una definición clara; en consecuencia, resultan un tanto vagos fos rasgos corocterístlcos que se le a'signan a los objetos idealizados y hasta los procesos dinámicos que los sustentan. Freud 5 señaló, por primera vez, la idealización distinguiéndola netamente da fa sublimación. "La sublimación, dice, es un proceso que se desarrolla en la libido objetivada y consiste en que el instinto se orienta sobre un fin diferente y muy alejado de la satisfacción sexual. Lo más importante de él es ·el apartamiento de lo sexual. la idealización es un proceso que tiene efecto en el objeto, engrandeciéndolo y elevándolo psíquicamente, sin transformar su naturaleza. La idealización puede producirse tanto en el terreno de la libido del Yo como en la libido objetivado. Así, lo hiperestimación del objeto es uno idealización del mismo." Cuando se trata de lo primera posibilidad o alternativa, es decir, la idealización en el terreno de la libido del Yo, nos encontramos frente a la construcción de un ideal dentro del Yo, en el que el narcisismo infantil aparece desplazado y el ideal dotado de todas las perfecciones. "Aquello que proyecto ante sí como un ideal, es la sustitución del perdido narcisismo de su niñez, en el cual era él mismo su propio idea!''' Algunos años más tarde Freud preciso, todavía más, el desarrollo de este proceso y posteriormente, con la introducción del concepto de Superyó, da un nuevo e importante giro a los consideraciones sobre este mismo tópico. En primer término veamos cómo se expresa respecto al amor objetcl ", "Dentro de este enamoramiento nos ha interesado' desde un principio el fenómeno de la 'superestimación sexual', esto es, el hecho de que el objeto amado queda sustraído en cierto modo a la crítico, siendo estimadas todos sus cualidades en un más alto valor que cuando aún no era cmodo". Y agrego luego: lIel Yo se hace cada vez menos exigente y más modesto, y en cambio el objeto deviene cada vez más magnífico y precioso, hasta apoderarse de todo el amor que el Yo sentía por sí mismo, proceso que lleva naturalmente al sacrificio voluntario y completo del Yo. Puede decirse que el objeto ha devorado al Yo", y más adelante afirma: "el objeto ha ocupado el lugar del ideal del Yo". Vale decir que así como antes estaba sometido al ideal del Yo instituido dentro de '* Dirección: Bvar. España 2162, 59 piso, Montevideo, R. O. del Uruguay. ?15 Rodolfo Agorio sí mismo como consecuencia de la introyección de la figura paterna, ahora lo estó al objeto de quien se encuentra, por así decirlo, esclavizado. Quiero señalar que ya en estas primeras aproximaciones de Freud al estudio de la idealización aparecen, de manera muy clara, los aspectos hostiles del objeto idealizado que somete, esclaviza, limita y hasta "devora" al Yo, lo que en cierto modo contradice su afirmación anterior de que el objeto idealirzado permanecía sin fransformación de su naturaleza. Esto se hace aún mós evidente con la introducción del concepto de Superyó, como instancia fiscalizadora y prohibitiva del Yo. "EI Superyó, dice 7, no es simplemente un residuo 716 de las primeras elecciones de objeto del Ello, sino también una enérgica formación reactiva contra las mismas. Su relación con el Yo no se limita a la advertencia: 'Así (como el padre) debes ser', sino que comprende también la prohibición: 'Así (como el padre) no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado'''. Es fócil verificar que toda la literatura psicoanalítico posterior abocada al estudio de la idealización, y en especial los trabajos de M. Klein, no deja de insistir en el hecho fundamental de que aquel proceso va unido siempre a pulsiones (o fantasías) de hostilidad o de muerte altamente persecutorias. "la ldeollzcclén, dice Klein 11, es el corolario del temor persecutorio", y agrega que en tal fenómeno psicológico "los aspectos buenos del pecho son exagerados como salvaguardia contra el temor del pecho perseguidor", aunque también intervengan "deseos instintivos que aspiran a una gratificación ilimitada y crean, por lo tanto, el cuadro de un pecho inagotable y siempre generoso, un pecho ideal". En la elaboración de estos conceptos no se tienen solamente en cuenta los factores dinámicos propiamente dichos, sino también los económicos, la mayor o menor intensidad, el mós o el menos. Así, cuando se refiere a la proyección de partes buenas del Yo infantil sobre la madre, necesaria para el establecimiento de buenas relaciones objeta les, escribe: "empero, si este proceso de proyección es llevado a cabo en forma excesiva, las partes buenas de la personalidad; son sentidas como perdidas por uno mismo y la madre se transforma en el ideal del Yo: este proceso también empobrece y debilita el Yo. En estado de frustración o de aumentada angustia, el niño es obligado a huir hacia su objeto interno idealizado como un medio de escapar de los persegüidores". Pero el Algunas consideraciones sobre la idealizaci6n 'infantil sujeto' debe pagar un precio muy elevado por esa protección, pues compromete muy seriamente el desarrollo ulterior del Yo. llegará a sentirse frente al objeto idealizado interno, "como si fuera sólo un arcón para él". De aquí deriva el concepto de P. Heimann 9 del objeto enquistado o encapsulado, a quien el Yo se encuentra ligado: las angustias relacionadas con esta situación se producen cuando los padres internalizados son vividos "como cuerpos extraños incrustados en el Yo". Por eso, como señalaba Baranger. 2, "el objeto idealizado llega a ejercer una función perseguidora. Parásito del Yo, lo empobrece, lo enflaquece, lo fascina". La independencia y la capacidad del Yo sólo se adquieren, según Heimann, con la asimilación de los objetos internos, lo que supone una disminución de la avidez y de la angustia consecutiva. "De esta forma, sus objetos internos se tornan más humanos, menos monstruosos y menos santificados. El sujeto puede admitir las buenas y malas cualidades de su ser y de sus padres internalizados." Heimann deja entrever aquí, con cierta claridad, que la idealización es una deshumanización. Pienso que el objeto idealizado no es simplemente un objeto bueno cuyas características han sido exageradas, sino que es algo cualitativamente distinto, que en cierta manera lo aproxima al perseguidor: en algún momento pueden intercambiarse. Hay en el historial de la paciente de Heimann, un pasaje que me parece harto significativo. "La paciente temía y odiaba a los demonios (que la sometían a toda clase de torturas y suplicios), deseando librarse de su yugo, peró también los quería enorgulleciéndose de ellos ("miren si serán listos, siempre descubriendo nuevas formas de torturarme") y deseaba conservarlos. Además, ella los necesitaba para castigarse por sus malos impulsos y acciones." Vale decir que el proceso de idealización se desplazó a los objetos perseguidores, transformados en un Superyó severo y celoso del cumplimiento de los principios morales. Expondré ahora, a título de ejemplo, algunos fragmentos del análisis de una paciente en cuyo comportamiento se pueden apreciar las fantasías hostiles puestas en juego en el proceso de idealización. Se trata de una mujer de cuarenta años, divorciada, que acude a la consulta por graves trastornos emocionales que surgieron a raíz de la separación de su esposo. Se sentía presa de una angustia insoportable, con vivencia de abandono y desamparo 717 Rodolfo Agorio que la sumían en la mayor desesperación. Sufría además de un insomnio tenaz y para atenuar o neutralizar tan penoso estado anímico recurría a sedantes hipnóticos; había llegado a ingerir dosis bastante elevadas de drogas. Expresaba de una manera tajante y violenta en su lenguaje, una hostilidad muy viva contra su ex marido, a quien hacía responsable de sus desgracias y de las de sus propios hijos que quedaron a cargo de la paciente y por quienes sentía, por otra parte, verdadero rechazo, que se hacía más o menos patente, según las alternativas de su conflictivo interna. G. es la menor de una familia de varios hermanos (su madre había fcllecido hacía pocos años). Su padre había muerto cuando la paciente contaba apenas tres años y s610 conserva de aquél recuerdos muy vagos y confusos. Según G., el papel asumido por ella dentro del grupo familiar fue el de una persona insignificante y poco inteligente, sometida a la autoridad materna yola de sus hermanos mayores; estos últimos solían mostrarse despectivos y hasta despóticos. Su vida amorosa fue muy pobre; observaba con el sexo opuesto una actitud general de recelo y desconfianza. Se casó alrededor de los veinte años, y obtuvo de su vida matrimonial muy poca o ninguna satisfacción, ni aun con el nacimiento de sus hijos ante quienes se sentía más bien indiferente. Dentro de su propio grupo familiar (esposo e hijos), su figura permaneció como anodina, totalmente pasiva. "Era incapaz, dice, de emitir ningún juicio o comentario sobre cual- quier cosa que fuera: una película de cine, una obra de teatro, un artículo periodístico." En realidad, se sentía disminuida por el marido, y en las reuniones sociales, él hablaba, pero ella permanecía muda, como anonadada: Llegó a estar convencida de que era una oligofrénica. Nunca estuvo segura de su amor por el esposo; una característica de su estado anímico permanente era el no experimentar nunca afectos o emociones tiernas. Sus allegados, familiares y amigos, solían elogiar su espíritu maternal, su dedicación a los hijos; sin embargo, de madre en su interior se sentía vacía, lo cumplía como algo impuesto, carente de ternura. algo que debía hacer su obligación, y había delegado en su esposo todo lo relacionado cación de sus hijos y la administración y el manejo de su hogar. 718 En este artículo me limitaré a considerar los aspectos Su papel porque era con la edu- más interesantes Algunas consideraciones sobre la idealización surgidos en la situaci6n analítica, en los que se pone de relieve la naturaleza del proceso de idealización. En las primeras sesiones, la actitud de G. con respecto a mí, fue por momentos de reserva y por momentos de franca hostilidad. No podía soportar mi posición neutral frente a su conflicto matrimonial, por lo que me consideraba como un aliado del marido. Me ponía en lugar de éste, y toda la violencia de sus acusaciones y amargas quejas dirigidas contra él, estaban en última instancia orientadas contra mí. Por otra parte, ésta era una forme de vengarse por la sumisión de la que se sintió víctima durante su vida matrimonial, que reactualizaba en la situación transferencial, esta vez en relación con su analista. Me hacía blanco de toda clase de burlas m6s o menos hirientes respecto a mi actividad profesional. Paulatinamente, su comportamiento fue cambiando de aspecto, aunque no de naturaleza, porque en el fondo respondía a un mismo fin. Yo me convertí entonces en una persona invisible: era la voz que oía detr6s de sí, pero como si llegara de un lugar lejano e impreciso. Así, hacía abstracción total de mi familia y de mis pacientes: yo s610 existía en virtud de su presencia en el consultorio; adem6s empezó a adjudicarme las m6s elevadas virtudes: inteligencia, erudición y, por encima de todo, una gran honestidad y rectitud moral, todo lo cual hacía de mí un individuo de excepci6n que de ninguna manera pertenecía al amplio grupo de terapeutas que seducen a sus pacientes. En estos instantes, G. me convertía en el depositario de un objeto interno idealizado (sin duda la figura paterna), y por lo tanto en partícipe de esa idealización. Pero me ldeo llzcbu transform6ndome, como a su padre, en un ente "descorporizado" (desexualizado), en un fantasma ausente, distante e invisible cuya voz llegaba de una lejanía imprecisa: en una palabra, la deshumanización es evidente, lo que implica en el fondo que su actitud de hostilidad y rechazo permanecía inalterada. Era, por otra parte, la única manera de tolerar mi presencia: convertirme en una sombra, estableciendo entre ambos una valla o distancia infranqueable. A veces G. proyectaba sobre mí su repulsa, 'sintiendo entonces que era yo quien se alejaba de ella y la rechazaba. No hay que ser demasiado perspicaz para comprender que detr6s de su actitud se escondían fantasías eróticas fuertemente reprimidas. Un sueño 719 Rodolfo Agorio muy breve es ilustrativo, en ese sentido. Estaba en una sesión de análisis; sorpresivo mente yo me levanto de mi sillón y me enfrento con ella: G. se despierta presa de una intensa angustia. El hecho de haber abandonado momentáneamente mi posición de analista y mirarla de frente, cambia por entero el sentido de la situación global, que de terapéutica (alejada, a distancia, fantasmal) se transforma en francamente erótica, en la que el analista, esta vez de "carne y hueso", se identifica con los médicos seductores. Pero la ansiedad vivenciada por la paciente no era provocada sólo por sus propias fantasías sexuales, sino también por el terror que despertaba en ella una posible actitud retaliativa de mi parte, como respuesta a su conducta castradora y deshumanizadora demostrada a través de su idealización. Pienso que al proyectar sobre mí el objeto interno idealizado, G. recurría a la misma táctica de aislamiento, poniéndolo fuera de su alcance, que la que empleaba con respecto a ese mismo objeto dentro de sí cuando lo encapsulaba y evitaba su asimilación. Mi aproximación, tal como se daba en el sueño relatado, ponía en peligro la integridad de su Yo de la misma manera que Id ruptura del encapsulamiento del objeto interno idealizado, no sólo por el daño que a este último podrían infrigirle sus pulsiones hostiles (asimilación igual a destrucci6n), sino porque el propio Yo podía desintegrarse al ponerse en contacto con el objeto idealizado (perseguidor). Existe un aspecto del problema vinculado con la situaci6n analítica, que considero de real interés. El aislamiento dentro del consultorio durante el transcurso de la sesi6n, favorecía la proyecci6n del objeto idealizado: el lugar se transformaba así en la cápsula que me envolvía y me alejaba. En varias oportunidades me dijo: "Aquí me siento tranquila y no tengo ningún reparo en hablar de todo lo que se me ocurre, pero pienso que si algún día llegara a encontrarlo fuera de aquí, en algún sitio público, en la calle, en el cine, en el ómnibus, me llenaría de angustia: no encontrada dónde esconderme, creo que saldría disparando". Creo que en esta frase, como en el sueño, se expresa con toda claridad el peligro que significaba para la paciente el contacto directo con el objeto idealizado .. 720 tiguado Durante el segundo año de su trotcrniento, muchas de sus vivencias ansiosas, tuvo cuando ya se habían amorlugar un episodio llamativo Algunas consideraciones sobre la idealización Por aquel entonces, trabó relación con Pero lo más curioso de todo era que que confirma lo señclcdo hasta ahora. un hombre que empezó a cortejar/a. este vínculo sólo pudo establecerse por teléfono, guardando la distancia: G. no lo conocía ni de vista, no obstante lo cual mantenía con su "amigo" largas conversaciones telefónicas sobre temas "escabrosos" con frases de doble sentido y cargadas de erotismo. Un día se dieron cita en un parque de la ciudad y cuando el galán se dio a conocer, la paciente se sintió enormemente perturbada: lo encontró físicamente horrible, al extremo de poner. punto final a la entrevista e interrumpir definitivamente ese idilio tan particular. Es indudable que esta relación con un desconocido y mantenido a distancia, además de ser un intento, desgraciadamente fallido, de romper el aislamiento en que vivía, era un duplicado de su relación conmigo (acting out): para G. yo también era el desconocido alejado, también la voz o el fantasma invisible. En otras yo mismo, sólo que en esta oportunidad palabras, su "amigo" era los aspectos eróticos eran francamente ostensibles, es decir, disociaba la figura de su analista (me disociaba) colocando en el otro los atributos viriles que me negaba en la situación de análisis. práctica, Quiero para anular/o para idealizarme: a la castración. Pero cuando lugar estos G .. intuía público. en alguna de aquella que frente y volverlo el alejamiento se encontró la propia señalar mecanismos frente impotente, defensivos que fracasaría Cabe pensar, por otra está indicando que ambos objetos tienen en la evolución psicológica normal, su. integración de vista que el fracaso en superar parte, un origen la posición en que esta última estrepitosamente, se encontrara que, según puso procedimientos equivalente de la misma y el perseguidor disociativo partenaire se derrumbaron si por azar idealizado el proceso separación. los mismos y la "descorporización", a frente .con su festejante, El objeto medida a su "peligroso" manera conmigo se acercaban que en un anulando M. Klein, está en la base que esa disociación común, ulterior. nos lo que facilitaría, No hay que perder paranoide-esquizoide se basa en el carácter hostil y agresivo de las relaciones de objeto que, según nuestro parecer, actúan tarito frente al objeto bueno, deshumanizado (idealización), como frente al malo, lo que aumenta su poder y su crueldad y lo hace también 721 Rodolfo Agorio omnipotente, hecho que en última instancia constituye también una idealización *. Se deduce de lo expresado que la separación (disociación) entre el objeto idealizado y el perseguidor no sería tan "extrema" como aparenta ser, sino todo lo contrario. En el relato sobre Manía, presentado en el VI Congreso Psicoanalítico latinoamericano por el grupo uruguayo 1, entre otras conclusiones se establece que: "la desidealización del objeto permite eludir la envidia oral al pecho, volver a separar los aspectos idealizados y persecutorios del objeto que se hallaban próximos aunque no sintetizados". Por mi parte, yo agregaría ahora que al separarse "Ios aspectos idealizados y persecutorios" pierden el carácter de tales y se tornan simplemente en el objeto bueno y. malo, lo que facilita su integración y el pasaje a la posición depresiva. Retomando los conceptos vertidos en trabajos anteriores, M. Klein12 escribe este frase, que para mí es muy elocuente: "Los niños cuya capacidad para amar es muy fuerte, sienten menos necesidad de la idealización que aquellos en quienes los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria son extremos. La excesiva idealización indica que la persecución es la principal fuerza propulsora". Me pregunto si esto no contradice la tesis de la misma autora según la cual la idealización es la exageración de los caracteres del objeto bueno. Pienso que si Eros se encuentra eclipsado por las pulsiones destructivas y persecutorias será impotente para acentuar la bondad del objeto; en realidad, la idealización no es una exageración de los caracteres del objeto bueno sino una deshumanización, y por lo tanto implica desvalorizarlo. la idealización no implica tanto un problema de intensidad cuantitativa, como de cualidad. Pienso que es, por lo menos, muy discutible hablar de grados de identificación según la intensidad con que el objeto bueno es exaltado. Es como si lo idealización fuera patológica sólo cuando es "extremada", pero que en coso contrario es un elemento positivo, un factor imprescindible del desarrollo psicológico del niño. Aun si así fuera, ¿con qué criterió podríamos ponderar lo "intensidad" de lo idealización?; ¿cómo fijar los límites entre lo "normol" y lo "extremo"?; ¿o qué unidad energética recurrir paro medirlo? >1< 722 En este sentido merece destacarse el carácter idealizado que suele tener el Diablo tanto en las leyendas populares como en la literatura. Con los santos del Cristianismo paso algo similar, y así sucede, por ejemplo, que héroes de la famosa "Ieyenda dorada" participan de la crueldad de las figuras demoníacas: la idealización los homologó deshumanizándolos. Algunas consideraciones sobre la idealización Estimo que es un error sostener como Baranger 2, retomando el concepto de P. Heimann, que "la sublimación supone una asimilación del objeto idealizado interno". Creo estar más de acuerdo con el pensamiento de esta última autora, afirmando que la asimilación de los objetos internos significa la desidealización, sea ésta previa o simultánea al proceso asimilativo. Sólo que yo no diría, como Heimann, que los objetos internos se "tornan más humanos, menos monstruosos y menos santificados", sino que se vuelven humanos simplemente, y dejan de ser, por consiguiente, monstruosos y santificados. Es muy posible que mi discrepancia se base en que en la actualidad no contamos todavía con una noción perfectamente clara, definida y concreta del objeto idealizado. Esto se hace evidente en lo que respecta al Ideal del Yo. H. Segal18 escribe: "la creencia en la bondad de los objetos y de uno mismo se basa en la idealización, precursora de las buenas relaciones objeta les. la relaci6n con un objeto bueno contiene generalmente cierto grado de idealizaclén, y esta idealización persiste en muchas situaciones como enamorarse, apreciar la belleza, formar ideales sociales y políticos, emociones que, aunque no secn. estrictamente racionales, incrementan la riqueza y variedad de nuestras vidas". Pero, mirando bien, la creencia en la bondad de los objetos o de uno mismo, no se basa en la idealizaci6n sino en el amor. Por eso, creo que Segal no expresa fielmente el pensamiento de Klein aunque permanezca dentro de su línea cuando considera la idealización relacionada exclusivamente con el objeto bueno. Si interviene a veces frente al perseguidor, lo hace como defensa del Yo bajo la forma de una negación omnipotente de la persecución excesiva y no actúa en la formaci6n misma del perseguidor todopoderoso. Volviendo ahora sobre el concepto de Ideal del Yo, recordaremos que Freud lo sustituy6 en 1923 7 por el más complejo de Superyó, que consideró como surgido de la culminación del conflicto edípico, del cual es, pues, el heredero, que asume no solamente la hostilidad del niño hacia su progenitor sirio también suadmiraci6n y respeto. "Esta modificaci6n del Yo, dice, conserva su significación especial y se opone al contenido restante del Yo en calidad de jdeol del Yo o Superyó." y más adelante: "El Superyó conservará el carácter de padre, y cuanto mayor fuera fa intensidad del complejo de Edipo y la rapidez de su represión (bajo 723 Rodolfo Agorio las influencias de la autoridad, de la religión, de la enseñanza más severamente reinará después sobre el Yo, como conciencia como sentimiento inconsciente de culpabilidad". 724 y las lecturas) moral o quizás Posteriormente, en 19328, separa el Ideal del Yo del Superyó, al cual da, además de sus funciones restrictivas más o menos severas, la de presentarse, como "substrato del Ideal del Yo, con el cual se compara el Yo al cual aspira y cuya demanda de perfección siempre creciente se esfuerza en satisfacer". Es indudable que aun cuando el Ideal del Yo sea el "residuo de la antigua representación de los padres, la expresión de la admiración ante aquellas perfecciones que el niño le atribuía", será siempre algo impuesto al Yo por la distancia superyolcc. Cuanto más severa sea esta última, más alto será el ideal que se le impone al Yo y más difícil de alcanzar, y entonces el sometimiento a un Superyó sádico producirá una genuina satisfacción narcisista al sentirse el Yo. gratificado por su obediencia al Superyó. Este último aspecto fue bien visto por S. Rado 15 en su conocido estudio sobre la madre sobreprotectora, al demostrar que "la satisfacción narcisística derivada del cumplimiento de un ideal garantiza la gratificación de las tendencias agresivas prohibidas". Mi paciente, como ya lo señalé, manifestaba dificultades muy serias en el manejo de los hijos cuando tuvo que asumir su papel maternal a raíz del divorcio. En un principio, abundaban las quejas por el comportamiento de aquéllos. Lo que expresaba en el fondo, era el rechazo de los hijos y del papel que le obligaban a representar sus familiares y, en su fantasía, su propio psicoanalista. Paulatinamente se efectuó en ella un cambio: aparentemente asumía al fin el papel que le correspondía, mostrándose ante mí orgullosa de su función maternal y de los sacrificios que ello implicaba. Pero, simultáneamente, menudeaban los amargos reproches contra su ex esposo por la falta de colaboración, reproches que se dirigían también contra mí. Me censuraba mi actitud neutral que consideraba como indiferencia, calificándola además con los mismos términos que el comportamiento de su marido: en otras palabras, por la manera de hablarme era evidente que me asignaba el papel del padre de sus hijos y exigía que actuara en consecuencia. Yo le señalaba entonces que a pesar de manifestar lo contrario, seguía sintiendo a Algunas consideraciones sobre la idealización los hijos como una carga excesivamente pesada y por momentos insoportable (fantaseaba con tomarse vacaciones e irse sola, lejos del país, por tiempo indeterminado); de ahí la exigencia de colaboración y el nuevo papel que me asignaba. 5610 al cabo de un tiempo _pudo admitir la realidad de esta situaci6n negada al principio con tenacidad. Entonces me relat6, por primera vez, una conducta suya que me había ocultado cuidadosamente: en el mismo período en que se mostraba ante mí como una madre ejemplar, solía tener con un familiar largas conversaciones en las que volvía a lamentarse amargamente del trabajo que dan 10_5hijos, los sinsabores que producen, las angustias que provocan, etcétera. Esta actitud es muy significativa. Frente a una persona aflegada, que sobre G. no tenía mayor gravitaci6n o influencia, podía explayarse a su gusto, .pero ante mí la situación cambiaba radicalmente. Yo, como depositario de una figura superyoica idealizada (en este caso la madre), le exigía que se sometiera a un ideal elevado y difícil de sobref/evar y buscaba en la sesi6n, como diría Rado, "la satisfacción narcisística del cumplimiento de un ideal", esta vez impuesta por mí. Buscaba mi cpleuso y una recompensa adecuada y justa, y como ninguna de las dos cosas tenía lugar, se sentía decepcionada y en el fondo deprimida y culpable. Este episodio nos muestra nuevamente el carácter persecutorio de un Superyó que sólo, naturalmente, puede imponer al Yo ideales y aspiraciones que por su naturaleza difícilmente pueden vivenciarse como egosintónicos, sino como ajenos (impuestos). Existe siempre, a mi juicio, un paralelismo entre el carácter del Superyó y el del Ideal del Yo. A un Supery6 severo, rígido y exigente corresponde un Ideal del Yo tanto más "elevado" o fuera del alcance cuanto mayor sea la exig-encia y severidad del Superyó idealizado. En cambio, a un Superyó humano no idealizado, no perseguidor, corresponde un Ideal del Yo cercano, fácil de asimilar. Yo diría que existe una correspondencia entre ambos en lo que respecta a las exigencias impuestas al Yo, y en ese sentido se puede hablar de una idealizaci6n del Ideal del Yo que de esa manera puede volverse también severo y cruel. Creo que esto se deduce, por otra parte, del concepto vertido por Freud de que el Superyó es el substrato del Ideal del Yo. quien Novey 14, por su parte, describe a este último como contiguo al Yo, a le sirve de modelo tanto de lo que es como de lo que quisiera ser. Pero 725 Rodolfo Agorio es indudable que dicha ,contigüidad será tanto mayor cuanto menor sea la severidad del Superyó, o mejor dicho, la proximidad es posible solamente con la ausencia de un Superyó severo. Por consiguiente, es muy discutible la idea expresada por aquel autor de que el Ideal del Yo es siempre sintónico con el Yo. Recientemente, 726 Lampl de Groot 13 desarrolló algunos conceptos intere- santes sobre la naturaleza y la génesis del Ideal del Yo. Para esta autora, el Ideal del Yo tendría origen en los primeros momentos de la vida posnatal, ligado a la satisfacción alucinatoria de deseos, cuando todavía' no hay separación neta entre el Yo y el no Yo: estas alucinaciones "aparecen en el curso del estado narcisista cuando la madre (o el pecho) forma aún parte del medio narcisista interno y no existe todavía un objeto". "El Ideal del Yo, escribe Lampl de Groot, 'aun transformado en normas, en moral, en ideas socicles, permanece esencialmente como un factor de realización de deseos que ayuda al Yo a acomodarse a las inevitables decepciones y frustraciones inherentes a la vida humana". Sin entrar a consideror la hipótesis muy cuestionable sobre la aparición del Ideal del Yo con anterioridad a la del Superyó,si tomamos al pie de la letra 'el supuesto de que aquél es una instancia gratificadora porque sirve a la scitisfacción de deseos, tenemos naturalmente que cdrnltlr que el Ideal del Yo es más una función del propio Yo, que un aspecto diferenciado del mismo: estaría más cerca de la gratificaCión lisa y llana de los impulsos instintivos que de la sublimación que, como señala Freud, el Ideal del Yo e,;dge, aunque no pueda imponerla. Cuando la autora afirma que el contenido del Ideal del Yo es: "Soy como mis padres", en tanto que el del Superyó es: "es menester que haga lo que mis padres exigen de mí", no toma en cuenta que el Ideal del Yo le es impuesto al Yo por el Superyó, es "10 que mis padres exigen de mí", y que la niayor o menor capacidad de asimilación de ese ideal impuesto está en razón inversa a la rigidez y severidad del Superyó. En otras palabras: a un Superyé idealizado corresponde un Ideal del Yo difícilmente accesible, lo que podríamos llamar, aunque parezca redundancia, un Ideal del Yo idealizado. Lo inverso se da en el caso contrario. Vinculada con este problema está la noción de Ideal del Yo negativo, de acuerdo, claro está, con la escala de valores morales admitida en nuestra Algunas consideraciones sobre la idealización sociedad. Kaplan y Whitman 10 definen el Ideal del Yo negativo como aquel que induce a una conducta inadecuada o deficiente, inaceptable para el Self "tanto desde el punto de vista consciente como desde el inconsciente". Sostienen los autores que el niño separa los rasgos positivos de los negativos (debifidades, fallas, insuficiencias, etcétera) de sus padres y que introyecta tanto los primeros como los segundos. Pero lo que importa desde nuestro punto de vista, es que si el Yo es capaz no s610 de albergar ambos ideales, sino también de asimilarlos, es que tanto unos como otros son humanos: m6s aún, sólo con esta condición pueden ser asimilados. Estos rasgos negativos son múltiples, y se mantienen dentro de una escala tolerable: cierto grado de cobardía, falta de tacto con la gente, escasa agilidad mental que hace aparecer al sujeto como tonto, etcétera; rasgos, en suma, que pueden convertir a quienes los poseen, en una persona ridícula anté los dem6s y ante sf misma, pero no en un delincuente. Kaplan y Whitman son bien categóricos cuando concluyen: "Esta estructura, el Ideal del Yo negativo, puede ser descrita como los standards negativos de los padres y de la cultura internalizados. Cada vez que el individuo se conduce o siente de manera tal que lo aproxima al Ideal del Yo negativo, sentir6 una intensa vergüenza, humillación y mortificación". Recientemente, varios psicoanalistas discípulos de A. Rascovsky han vinculado el Ideal del Yo con las relaciones de objeto del Yo fetal. Simoes 19, refiriéndose al concepto kleiniano de la fantasía infantil del pecho inagotable yola envidia que despierta, señala que para el niño este pecho, desde el primer momento, no es un pecho bueno, como lo sostiene Klein, sino ya idealizado. La idealización no se produce a consecuencia de las relaciones objeta les externas sino que es la persistencia en la vida extrauterina de los estrechos vínculos establecidos por el Yo fetal con los objetos del Ello y caracterizados por el "bienestar y la satisfacción incondicional e inagotable", de acuerdo con el principio del nirvana. "La idealización, dice, traduce el deseo del Yo de establecer con los objetos externos pos natales el mismo tipo de relaci6n que tenia con los ideales de la situación prenatal". Siguiendo esta misma línea de pensamiento, un grupo de autores, entre los que se encuentra el mismo 5imoes 4, pone el énfasis sobre la relación ideal Ello-Yo en la etapa fetal, que 727 Rodolfo Agorio se mantiene gracias al aporte permanente e incondicional de los elementos requeridos para el desarrollo normal del feto a través del cordón umbilical. La existencia de este último es negada para que la relación con el Ello sea exclusiva, con una total desconexión del mundo externo. Este sería el núcleo de la futura idealizaCión, idealización que entra en juego siempre que un elemento perturbador (especialmente las mayores necesidades derivadas del crecimiento del feto) amenace a aquella situación nirvánica. la crisis mayor se produce en el momento del parto con el incremento de la angustia persecutoria debida a la frustración del Yo por parte del objeto interno ideal, pero al que se vuelve con la idealización, cada vez que el pecho externo no colme las exigencias del lactante. No es mi propósito, desde luego, entrar en consideraciones teóricas sobre el concepto del pslquisrno fetal, sino dejar establecido simplemente que si 'existen objetos en el Ello heredados filogenéticamente, no han de ser siempre, como lo afirman los' autores citados, total y exclusivamente gratificantes y satisfactorios, sino también malos o perseguidores, porque el Ello no' es solamente depositario de la libido, sino también de los impulsos de muerte, y se me hace difícil admitir que estos últimos puedan ser por completo neutralizados por el flujo a través del cordón umbilical. Por otra parte, confirmando Jo que ya hemos expresado sobre los aspectos negativos de los objetos idea lizados, se define la' relación del Yo fetal' con los objetos ideales del Ello (origen de la idealización) como un estado nlrvénlco, lo cual significa, por la ausencia absoluta de tensiones, la irimovilidad y el aislamiento del Yo de todo estímulo exterior, una situación más cercana a la muerte que a la vida. Vale decir que las pulsiones hostiles, aunque se hagan más ostensibles en el proceso de idealización posnatal, ya están en actividad en el período fet~1. Yo piens<:, que todo este asunto está demasiado ligado al problema más general del narcisismo como para no tenerlo en cuenta. Esa identificación con los objetos idealizados implica una desexualización de los mismos y, como lo señc:ila Freud, una disociación de los instintos en beneficio de los impulsos 728 hostiles: "; .. y recordemos, dice, que este Yo pone fin a las primeras cargas de objeto del Ello -y seguramente también a muchas de las ulterioresacogiendo en sí la libido de las mismas y ligándola a la modificación del Yo Algunas consideraciones sobre la idealización producida por identificación. Con esta transformación en libido del Yo, se enlaza, naturalmente, un abandono de los fines sexuales, o sea una desexualización. Apoderándose [el Yo] en la forma descrita de la libido de las cargas de objeto, ofreciéndose como único objeto erótico y desexualizando o sublimando la libido del 'Ello, labora en contra de los propósitos de Eros y se sitúa al servicio de los sentimientos instintivos contrarios". Visto desde otro ángulo, la identificación es una fusión con el objeto, o, si se quiere, como afirma Lampl de Groot, una vuelta al período narcisista durante el cuo l el niño siente a la madre (el pecho) como una pertenencia suya. A. Rascovsky 16 señala muy especialmente el carácter de omnipotencia que tienen las relaciones del Yo fetal con los objetos ideales del Ello, omnipotencia que se prolonga luego en la idealización ulterior. "Entonces, escribe, los objetos son omnipotentemente manejados de acuerdo con las leyes mágicas que rigen la relación arcaica entre el Yo y el Ello." "La idealización y la omnipotencia constituyen el mecanismo normal en la relación de objeto del Yo con el Ello antes del advenimiento de los objetos reales posnatales." Pero, como indica Rosenfeld 17, la omnipotencia desempeña también un papel principalísimo en las relaciones narcisistas de objeto. "El objeto, generalmente parcial, el pecho, puede ser omnipotentemente incorporado, lo que implica que es tratado como posesión del niño." Luego de señalar la importancia de la identificación en las .relaciones narcisistas, agrega: "Cuando el objeto es omnipotentemente incorporado, el Self se identifica tanto con él, que toda identidad por separado o cualquier límite entre Self y objeto es negado. En la identificación proyectiva, partes del Self entran omnipotentemente en el objeto, por ejemplo, la madre, para apoderarse de ciertas cualidades reconocidas como deseables, y por eso pretenden ser el objeto o parte del objeto." Es en estas circunstancias cuando la separación se vive como peligrosa y desencadena ansiedad. Por eso Rosenfeld insiste en el hecho de que cuando el paciente fantasea con la posesión del analista como pecho nutricio, "da crédito a todas las interpretaciones satisfactorias del analista, situación que es experimentada como perfecta o ideal, porque aumenta el sentimiento del paciente de que es bueno e importante durante la sesión. A veces, los pacientes norclsistas se imaginan en una relación con el analista, mutua y satisfactoriamente 729 Rodolfo Agorio ideal, situación que recuerda la descripción de Freud del sentimiento oceánico". El comportamiento de G. durante un largo período de su análisis confirma lo aseverado por Rosenfeld. lo que más llamaba la atención entonces, era que la paciente vivía las sesiones de análisis como un largo monólogo. Aun cuando racionalmente reconociera mis intervenciones y su eficacia con respecto a su problemática interna, tenía la firme vivencia de que ella sola llenaba la hora de la sesión. Lo que pasaba era que tomaba mis interpretaciones como algo que le pertenecía, eran propiedad suya. Se volvía de esta manera a encontrar con sus objetos idealizados y edemés con partes de su Self, previamente depositados en mí. Por eso, mi presencia no contaba para nada en el diálogo, que de esta forma se transformaba en un monólogo de la paciente. Yo no existía como persona autónoma o independiente, sino formando un todo con ella. Para terminar quiero indicar que, por lo menos en el caso de mi paciente, la fusión narcisista a que se refiere Rosenfeld está precedida de una proyección del objeto idealizado que facilitaría la identificación proyectiva final; y es ese mismo objeto idealizado que por su hostilidad transforma la situación narcisista en un control ejercido sobre el analista a quien trata de inmovilizar y anular en sus funciones especificas. En esa forma, el anólisis podía prolongarse indefinidamente: su terminación, según la fantasía de la paciente, provocaría en ella un derrumbe psicológico, llevándola al mismo estado en que se encontraba al iniciar su terapia. Conclusiones 730 luego de todo lo expuesto en el presente artículo, creo estar en condiciones de establecer, a modo de conclusiones, algunos principios o supuestos básicos que resuman el proceso de idealización, tal como yo lo concibo. Desde luego que está muy lejos de mi pensamiento pretender el carácter definitivo o invariable de aquellos principios. Mós aún: creo que en el campo de la idealización, como en el de otros aspectos de nuestra ciencia, hay todavía mucho que aclarar y muchos conocimientos que adquirir para llegar al establecimiento de hechos incontrovertibles. Pienso que le asiste toda razón a Baranger 3 cuando Algunas consideraciones sobre la idealización se refiere a los numerosos problemas que plantea a la investigación psicoanalítico la repercusión que, en el mundo de las relaciones objetales, produjeron los descubrimientos de M. Klein. Luego de hacer una somera enumeración de aquellos problemas, concluye acertadamente: "Sé que este primer inventario es extremadamente incompleto. Recién cuando vayamos cumpliendo este trabajo nos podremos dar cuenta de la inmensidad del legado de M. Kleln". Y es que toda ciencia, ocioso es decirlo, implica un perpetuo devenir: siempre habrán nuevas incógnitas que despejar y nuevas metas que alcanzar; nunca puede transformarse en un sistema cerrado e inmóvil. Hechas las anteriores aclaraciones, llegamos a las siguientes conclusiones: 1) El objeto idealizado no se constituye a raíz de una acentuación o exageración de las características del objeto bueno interno, para oponerse o neutralizar al objeto exageradamente malo o perseguidor. 2) Por lo tanto, no se trata de un problema económico o cuantitativo, sino cualitativo. El objeto bueno, así como el malo, al ser idealizados cambian de naturaleza; en realidad se deshumanizan, circunstancia que hace posible su acercamiento. En lugar de separarse aumentando las distancias entre uno y otro, se aproximan y a veces se confunden. 3) Me parece impropio hablar de grados de idealización, de objetos más o menos idealizados. Pienso que se trata de una ilusión tal vez estimulada por el lenguaje corriente, tan rico en expresiones por las que se establecen cotejos en términos cuantitativos sobre cualidades (más o menos bueno, más o menos malo, más o menos ansioso, etcétera). Creo que al referirse al grado de una idealización, los autores señalan un tipo de reloción objetal que en sí misma significa un rasgo cualitativamente distinto en el mismo objeto idealizado. Reconozco que, desgraciadamente, no podemos menos que seguir pensando las más de las veces en términos de cantidad o intensidad; y esto pasa por el desconocimiento de los cambios cualitativos que operan y que son los únicos que debiéramos tener en cuenta. 4) La idealización es un proceso que interesa tanto al objeto bueno como al malo. A ambos les confiere omnipotencia, omnisciencia, poderes mágicos; y al mismo tiempo, al deshumanizarlos, los vuelve despóticos y per.seguidores. En la dinámica de la idealización, son las pulsiones hostiles las que 731 Rodolfo Agorio entran principalmente en juego actuando sobre los objetos internos. ·5) Cabe preguntarse si también la envidia por el objeto bueno en primer lugar y el maro en segundo término, no coadyuva en la idealización, lo que a su vez incrementaría la envidia por los objetos idealizados, estableciéndose entonces un verdadero círculo vicioso, que acentúa las dificultades técnicas en el análisis. 6) Por último, con respecto al Ideal del Yo, considerado como una meta a cuyo alcance aspira el Yo, pienso que ese ideal o esa aspiración le es siempre impuesto al Yo por el Superyó en total consonancia con el carácter de este último. A un Superyó idealizado y despótico corresponde un Ideal del Yo difrcilmente alcanzable. Sólo cuando sus fines y propósitos se humanizan, concordando con un Superyó desidealizado, pueden ser asimilados por el Yo y convertirse en egosintónicos. Bibliograffa 732 1. 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