pequeña historia de la ópera (11)

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ÓPERA
PEQUEÑA HISTORIA DE LA ÓPERA (11)
angelmoreno@gmail.com
El nacimiento de la ópera rusa.La música autóctona rusa, de gran tradición y antigüedad, fue casi exclusivamente folclórica hasta mediados del siglo XIX,
cosa que abonó el terreno para el triunfo de la ópera italiana belcantista y verdiana en los teatros del este de Europa. Dos
hechos históricos iban a cambiar este panorama. El primero, la llegada a Rusia de Sofía, una joven princesa alemana, para
casarse con un duque ruso que, al cabo de unos años, se convirtió en el zar Pedro III. No vamos a contar aquí la historia de
lo abandonada que tuvo a su esposa este Pedro, ni de los pocos meses que tardaron en asesinarlo cuando devino zar, y sólo
diremos que, a la muerte de su marido, Sofía se hizo con el poder, se convirtió en la emperatriz Catalina la Grande, dio un
enorme impulso a las artes y las ciencias en Rusia y reinó desde 1762 hasta su muerte en 1796. El segundo hecho se produjo
en 1812, cuando la estrategia de tierra quemada y el sacrificio del pueblo ruso derrotaron a Napoleón dando ocasión a que
Tchaikovski escribiera, setenta años después, su composición más conocida, la obertura que lleva por nombre ese año. El
nivel cultural propiciado por Catalina y el fuerte sentimiento nacionalista tras la invasión francesa, dieron lugar al nacimiento de una generación de músicos que, encabezados por Glinka, hizo posible las grandes obras clásicas y operísticas rusas.
Mijail Ivanovich Glinka (1804-1857).De familia rica y alto nivel social, recibió una educación esmerada que comprendió todas las materias, incluida la música,
que fue la disciplina que concitó finalmente todo su interés. Ya veinteañero, motivos de salud le hicieron buscar tierras más
cálidas al sur, dedicando cuatro años a pasear por Italia, París y Viena, lugares en los que tuvo oportunidad de conocer a
Bellini, Donizetti y Berlioz. Entusiasmado por lo que había visto, y sobre todo escuchado, de vuelta en San Petersburgo
escribió y estrenó con gran éxito su primera ópera, Una vida por el Zar (1836), con argumento similar al de Iván Susanin, una
ópera anterior de un músico italiano emigrado a esa ciudad. Una vida por el Zar es la primera gran ópera rusa, con una clara
influencia de los belcantistas italianos en su línea melódica y de Beethoven en su obertura. El protagonismo de los coros, el
propio pueblo ruso, es ya una característica esencial que va a impregnar la cultura musical rusa desde entonces y que tiene
su particular icono en los hoy tradicionales Coros del Ejército Ruso de San Petersburgo.
Un lustro después Glinka estrena su segunda ópera, Ruslán y Lyudmila, con libreto basado en el poema épico del mismo
nombre escrito por Pushkin unos años antes, que incluye el mito universal de la princesa encantada que ha de ser despertada
por su príncipe. Ruslán y Lyudmila es un compendio de la música popular rusa a la que se añaden los nuevos conceptos de
Glinka para una música nacional rusa, alejándose de la influencia italiana y manteniendo la relevancia de los coros. El público, acostumbrado a lo italiano, recibió con frialdad esta nueva ópera lo que supuso un fuerte golpe en lo físico y en lo moral
para su autor. Mijail Glinka ya no iba a escribir más óperas. Su delicada salud le hizo retomar sus viajes a lugares más
bonancibles y uno de ellos le tuvo un año por España, escribiendo una versión de la Jota Aragonesa para gran orquesta. De
vuelta a su país escribió Kamárinskaya, una fantasía sinfónica basada en dos canciones tradicionales rusas.
Las obras citadas justifican sobradamente a un compositor, pero Glinka es hoy reconocido, al igual que Pushkin en la literatura, como el padre de la música rusa tanto por sus aportaciones concretas y teóricas como, sobre todo, por ser el germen del que se conoce como
el Grupo de los Cinco. Formado por Balakirev, Mussorgsky, Ciu, Borodín y
Rimski-Kórsakov, los cinco fueron quienes desarrollaron las ideas de Glinka
para que la música rusa adquiriera una identidad propia, con un fuerte arraigo
popular y nacionalista, huyendo de su colonización por la música occidental. Contra lo que suele pensarse, este grupo no se dedicó exclusivamente
a la música y tuvo también otros objetivos como el progreso social, la democratización de la cultura o la expansión del ateísmo como respuesta a la
fuerte religiosidad ortodoxa de la clase predominante.
Modest Mussorgsky (1839-1881)
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Modest Mussorgsky (1839-1881)
Aprendió los fundamentos musicales de su madre y su nodriza, a los 20 años ya era
ingeniero civil y pianista autodidacta y había sufrido la primera crisis grave derivada
de su epilepsia que, unida a una personalidad depresiva y a su afición al alcohol,
acabaron por acortar su vida. Posiblemente a estos factores personales y a su carencia de formación académica se deba que sea uno de los músicos más creativos
de todos los tiempos, capaz de subyugarnos con la fantasía de Una noche en el Monte Pelado y las descripciones de sus Cuadros para una exposición.
Escribió varias óperas, de las que se siguen representando hoy dos. La primera es
Boris Godunov (1873), con la que comienza una trilogía que Mussorgsky planeaba
dedicar a la historia de Rusia. En Boris Godunov se describe la epopeya con que empezó la dinastía de los Romanov. La segunda, Khovantchina (1886), que no llegó a terminar y terminó por él su amigo RimskiKórsakov, trata de un grave conflicto religioso entre los nuevos y los viejos creyentes a finales del siglo XVII, que fue zanjado
por Pedro el Grande en cuanto llegó al poder. La última parte, que nunca tendremos ocasión de escuchar porque ni siquiera
la empezó, iba a tratar sobre una famosa revuelta, la de Pugachev, que tuvo lugar en el reinado de Catalina la Grande. Una
lástima, porque tanto Boris Godunov como Khovantchina son obras de reclinatorio.
Alexander Borodin (1833-1887)
Químico de profesión y fundador de una escuela de medicina para mujeres, dedicó también su tiempo a sus aficiones como
compositor, pianista e intérprete de otros instrumentos. El resultado como autor fueron varias obras de cámara, tres sinfonías, un boceto de sinfonía, En las estepas del Asia Central, que es lo único que se mantiene en el repertorio actual, y tres
óperas. De ellas dos son apenas conocidas y la última sigue siendo hoy popular, El príncipe Ígor (1890 ), obra póstuma de la
que forman parte las Danzas Polovsianas, con el coro y el folclore como protagonistas. A esta ópera estuvo dedicado
Borodin la mitad de su vida y, aun así, no llegó a terminarla. Se encargó de ello, como no podía ser menos, su amigo RimskiKórsakov.
Rimski-Kórsakov (1844-1908)
De familia adinerada, a los seis años dio sus primeros conciertos de piano y tuvo ocasión de adquirir una sólida formación
musical. Tras una breve incursión juvenil en la marina dedicó toda su vida a la música, eligiendo por esposa a una pianista
profesional para evitar distracciones innecesarias. Escribió toda clase de obras, de cámara, sinfonías, conciertos, música
escénica, óperas, tratados musicales. Si se ha de destacar una característica de este compositor es su maestría como
orquestador, materia en que fue declarado admirador de Wagner. Lo más conocido de su producción, al menos en España,
es una pieza corta orquestal, El capricho español, al que la industria fonográfica ha convertido en pareja de hecho del
Capricho italiano de Tchaikovski, constituyendo ambos el paradigma musical de la palabra capricho.
La crítica general que suele hacerse a sus óperas, escribió una veintena, es algo que el propio autor admitía. Rimski-Kórsakov
era, de los cinco, el único que se dedicaba exclusivamente a la música, la música era su
mundo y la consideraba una prioridad frente a todo lo demás, incluyendo en lo demás el
texto de sus libretos. No le preocupaba demasiado que la música se acompasara a la trama teatral, dando en ocasiones al espectador atento la impresión de que la música va por
un lado y el argumento por otro.
De sus óperas se siguen representando Mozart y Salieri (1897), La novia del zar (1898), La
historia del Zar Santan (1900) y El gallo de oro (1907).
Completaremos el panorama de la ópera rusa en el próximo capítulo.
Las imperdibles de Glinka: Una vida por el zar, Ruslán y Lyudmila
De Mussorgsky: Boris Godunov, Khovantchina
De Borodín: El príncipe Ígor
De Rimski-Kórsakov: La novia del zar.
-----------En las imágenes: 1.- Teatro Mariinsky de San Petersburgo. 2.- Mussorgsky y Rimsky-Korsakov. 3.- Anna Netrebo como Lyudmila.
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