Carta de Ali Los días son interminables, pero intento mantener el rumbo, por mi familia, por mí. Deseo tanto volverlos a ver. Mis padres, mi esposa, mi hija a la que adoro. Los echo tanto de menos... Estoy siempre solo en esta celda porque estoy recluido en un régimen de alta seguridad, lo cual significa mi aislamiento permanente. No tengo nada con qué distraerme. Por eso, he terminado por vivir esperando lo mejor que puedo tener en esta prisión: la llamada telefónica a mi familia, escuchar su voz, asegurarme de que están bien, compartir risas con ellos... Esa llamada es mi oxígeno... Luego están las numerosas cartas que recibo de todas partes, gracias a Amnistía Internacional. Me alegran el corazón. Me dan energía. Los días son interminables pero, mientras estoy despierto, me sobrepongo y lo aguanto todo. Las amenazas, las humillaciones, los insultos, e incluso los malos tratos... Lo peor son las noches. La noche pasada, como otras muchas, me desperté bañado en sudor a causa de una pesadilla. Eran las tres de la madrugada. Estos sobresaltos provocados por el miedo y por la angustia son habituales, y me obligan a levantarme y caminar de un lado a otro de mi celda. Tengo problemas para caminar, pero me veo obligado a hacerlo. Todavía estoy traumatizado por la tortura y los malos tratos que sufrí hace mucho tiempo, pero que aún perduran. Durante el día consigo superar mis miedos, pero cuando duermo mi subconsciente toma el control, y contra eso no sé qué hacer. Lo paso mal tratando de retomar el sueño, pero normalmente es en vano, porque para dormir bien tienes que sentir que estás en un lugar seguro. Aprovecho para rezar la primera oración del alba. En ese silencio perturbado por mi llanto, es cuando me recojo y suplico a Dios que vele por mi familia, mis conocidos, todas las personas oprimidas del mundo... El final de mi oración lo reservo para implorarle que me conceda justicia y libertad. Le doy las gracias por el derecho a la vida que me ha otorgado, y por los dones que me ha concedido, sean cuales sean... Cuando termino, siempre está oscuro. El sueño termina por vencerme, pero el ruido de las llaves en las cerraduras y las voces de los guardias me despiertan de nuevo. Tengo que prepararme para recibir el desayuno. Así son mis noches desde hace mucho. Por mucho que me digan que todo el apoyo exterior no servirá de nada, estoy convencido de que es mentira. Porque, aunque yo no recupere la libertad antes de que concluya esta pena injusta, os puedo garantizar que el trabajo de los defensores de los derechos humanos nos ayuda muchísimo. Si tuviera que transmitir un mensaje al resto del mundo, sería este: Quienes gozáis de una libertad total. Quienes no tenéis idea de lo que supone perderla. Quienes preferís quizá ignorarlo. Quienes pensáis que esto sólo les sucede a los culpables. Desengañaos, yo soy inocente y, sin embargo, aquí estoy. Dedicad unos minutos para animar y apoyar a los defensores de los derechos humanos y la labor que realizan. Una labor que permite a personas como yo permanecer firmes y mantener la esperanza. No sentirnos nunca solos. Cuando estás acompañado, tienes una capacidad de resistir y denunciar que a muchos les resulta incomprensible, sobre todo a los que nos encontramos sometidos a estas condiciones inhumanas. Hay cosas que no se olvidan. Yo jamás olvidaré a los que me apoyaron. Ali Aarrass Prisión de Salé II Marruecos