Sucesión de Carlos II

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Sucesión de Carlos II
4º E.S.O.
Carlos II y María Luisa de Orleans se casarón en 1679 (María Luisa murió en 1689)
Carlos II y María Ana de Neoburgo se casaron en 1689
“La princesa de Neoburgo ha adquirido tal ascendiente sobre el espíritu del rey, su esposo, que
bien puede decirse que es ella la que reina y gobierna en España... los cargos y dignidades se otorgan a
los que le muestran rendimiento; los méritos, el rango o los servicios prestados no ponen a cubierto a
quienes se oponen a su voluntad, ni les salvan de la desgracia y el destierro. Por lo demás, la autoridad
de la Reina se funda más bien en el temor que tienen a su resentimiento que a su amor al pueblo...”
Advirtiendo que Carlos II moriría sin descendencia, la cuestión sucesoria se convirtió en asunto
internacional e hizo evidente que la Monarquía Católica constituía un botín tentador para las distintas
potencias europeas.
Los herederos a la corona española eran tres:
Luis, Delfín de Francia (Su madre era hermana de Carlos II). El Imperio, Inglaterra y Holanda no
veían bien esta posibilidad, pues Luis era heredero del trono francés (la reunión de ambas coronas hubiese
significado, en la práctica, la anexión de España y su vasto imperio por parte de Francia, en un momento
en el que Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia hegemónica).
Leopoldo I, Emperador (Primo hermano de Carlos II). Francia no veía bien esta posibilidad, pues
su elección como heredero hubiese supuesto la resurrección del Imperio Habsburgo del siglo XVI (Luis
XIV temía que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que el eje
España-Austria aisló fatalmente a Francia).
José Fernando de Baviera (Biznieto de Felipe IV).
Tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros
más jóvenes de su familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo
menor, el Archiduque Carlos), pero la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante
para las potencias europeas. Como resultado, José Fernando de Baviera era la elección preferida por
Inglaterra y Holanda.
Francia e Inglaterra, inmersas en la guerra de la Gran Alianza, pactaron la aceptación de José
Fernando de Baviera como heredero al trono español, y en consecuencia el rey Carlos II lo nombró
Príncipe de Asturias.
Pero, para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis XIV
auspició en octubre de 1698 el Tratado de la Haya (Primer Tratado de Partición)
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José Fernando de Baviera recibía España, Colonias Americanas, Países Bajos y Cerdeña.
Archiduque Carlos de Austria recibía Milán.
Luis, Delfín de Francia, recibía Nápoles, Sicilia, Toscana y Guipúzcoa.
Carlos II se opuso al acuerdo, ya que significaba la división del Imperio Español. Nombró a José
Fernando heredero universal de todos sus Reinos, Estados y Señoríos, sin permitir la renuncia a ninguno
de ellos.
El problema surgió cuando José Fernando de Baviera murió en 1699.
Para solucionar el conflicto se firmó el Tratado de Londres de 1700 (Segundo Tratado de Partición):
La corona española pasaría a manos del archiduque Carlos de Austria, mientras que las posesiones
españolas en Italia pasarían a pertenecer a Francia. El tratado se firmó con la aprobación de Inglaterra,
Francia y las Provincias Unidas, a pesar de la oposición del Imperio Germánico, que reclamaba la
totalidad de los territorios españoles.
El acuerdo, firmado a espaldas de España, significaba la disgregación del Imperio Español, por lo
que fue rechazado por Carlos II, quien finalmente nombró como su sucesor a Felipe de Anjou, nieto de
Luis XIV de Francia. Pero, con una condición:
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Felipe debía renunciar al trono francés.
Felipe de Anjou llegó a Madrid en febrero de 1701. Al llegar a la corona española, Luis XIV, rey
de Francia, manifestó que Felipe conservaba sus derechos a la corona de Francia. Además, incumplió el
Tratado de Partición.
Por ello, se firmó el Tratado de La Haya de septiembre de 1701. Fue un acuerdo por el cual Gran
Bretaña, el Sacro Imperio Romano Germánico y las Provincias Unidas de los Países Bajos, se
comprometían a mantener una política conjunta para evitar la unión de Francia y España bajo un único
gobierno, inicialmente por la vía diplomática y en caso de guerra, por la fuerza militar, y a darse
asistencia mutua ante posibles ataques franceses en el territorio de cualquiera de los países firmantes.
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