ARISTÓTELES. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO Suele interpretarse a Aristóteles como un autor empirista. Su doctrina ha sido resumida bajo el célebre aforismo escolástico: “Nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos”. No obstante, Aristóteles distingue varios niveles o grados de conocimiento y, aunque el punto de partida de todo el proceso cognoscitivo es la sensación, el punto de llegada, representado por la actividad del entendimiento agente, se aleja del empirismo y se aproxima al espiritualismo platónico. Conocimiento sensible Sensación: Es un tipo de conocimiento inmediato y fugaz, desapareciendo con el estímulo que lo ha generado. Es propio de los animales inferiores. En el hombre, cada órgano de los cinco sentidos externos reproduce las cualidades de los objetos que caen dentro de su ámbito específico, a través de los movimientos aéreos (luminosos, sonoros, olorosos) que penetran por ellos. Experiencia: Es propia de los animales superiores. En el hombre, los aportes sensoriales de cada uno de los órganos de los cinco sentidos desembocan en el sentido común (que reside en el corazón) y allí se hacen conscientes, se mezclan, se ordenan, se clasifican y se conservan activamente, dando lugar a la representación o imaginación y al recuerdo o memoria. Este proceso genera la experiencia, una forma de conocimiento que, aunque no permite conocer el porqué y la causa de los objetos, permite, sin embargo, saber que tales objetos existen. La experiencia consiste, pues, en el conocimiento de las cosas particulares. Conocimiento intelectual El nivel más elevado de conocimiento, el saber propiamente dicho, viene representado por la actividad del entendimiento, que nos permite conocer el porqué de los objetos, sus principios y causas. Aristóteles distingue, en Metafísica, tres tipos de saber: el productivo, el práctico y el contemplativo o teórico (ver Esquema de contextualización). En Ética a Nicómaco, vuelve a presentar esta división del saber. De los tres, el saber contemplativo (episteme theoretiké), que no responde a ningún tipo de interés, ni productivo ni práctico, representa la forma de conocimiento más elevada, que conduce a la sabiduría. Como hemos visto, el conocimiento comienza con la sensación y la experiencia, que nos ponen en contacto con la realidad de las cosas o sustancias concretas. Pero el verdadero conocimiento, obra del entendimiento, no se limita a conocer el qué de las sustancias, sino que penetra en el porqué, en sus principios y causas, entre las que se encuentra la causa formal, la esencia o naturaleza de la cosa. Al igual que en Platón, en Aristóteles, conocer, propiamente hablando, supone estar en condiciones de dar cuenta de la esencia del objeto conocido. De ahí que el conocimiento lo sea propiamente de lo universal, de la forma (lo que en Platón era la Idea). Pero, para Aristóteles, la forma se encuentra en la sustancia (en la cosa individual), no es una entidad subsistente, por lo que es absolutamente necesario, para poder captar la forma, haber captado previamente, a través de la sensibilidad y la experiencia, la sustancia. El entendimiento no puede entrar en contacto directamente con la forma. Cuando el hombre nace, no dispone de ningún contenido mental, por lo que el entendimiento no tiene nada hacia lo que dirigirse. Es a través de la sensibilidad y la experiencia como el entendimiento se va nutriendo de sus objetos de conocimiento. Mediante la acción de los sentidos, captamos la realidad de una sustancia, de la que, mediante la imaginación, elaboramos una imagen sensible, es decir, una imagen que contiene los elementos materiales y sensibles de la sustancia, pero también los formales. Es sobre esta imagen sobre la que actúa el entendimiento, abstrayendo (separando) en ella lo que hay de formal. Aristóteles distingue dos tipos de entendimiento, el agente y el paciente. El entendimiento paciente recibe pasivamente la imagen sensible. Lo compara con una capa de cera en la que la imagen sensible se inscribe. El entendimiento agente, cuya capacidad consiste en razonar abstractamente con formas o esencias puras, es el que realiza propiamente la separación de la forma y la materia, quedándose con el elemento formal, que expresa a través de un concepto en el que se manifiestan las características esenciales del objeto. Mientras que el alma “irracional” está enraizada en el cuerpo y muere con él, la parte “racional” (el entendimiento agente), como en Platón, no se mezcla con el cuerpo, está separada de él, totalmente incontaminada. Por ello, algunos, como Tomás de Aquino, ven en el entendimiento agente la defensa aristotélica de la inmortalidad del alma. Pero no hay ningún indicio en sus obras de que creyera en una inmortalidad personal, por lo que resulta verosímil la interpretación de Alejandro de Afrodisia y Averroes de que el entendimiento agente es uno y único para todos los hombres, que participan de él. Por eso su inmortalidad es impersonal y abstracta. Otros, como Capelle o Rohde, ven en esta doctrina un simple residuo mitológico de platonismo. Aun siendo cierto, no puede olvidarse que, en definitiva, es el entendimiento agente quien permite distinguir al hombre del animal de un modo tajante, de acuerdo con la observación de que el pensamiento, esto es, la racionalidad, es la diferencia específica del hombre (Aristóteles había definido al hombre como “animal racional”). Diferencias y semejanzas con Platón Las diferencias con Platón son considerables, tanto respecto al valor atribuido al conocimiento sensible, como respecto a la actividad misma del entendimiento, que no puede llegar a conocer los universales por medio de una intuición intelectual directa, siendo necesario un proceso de inducción y abstracción a partir de lo particular-sensible. Además, Aristóteles rechaza explícitamente el innatismo de Platón. Ambos coinciden, sin embargo, en la consideración de que el verdadero conocimiento ha de serlo de lo universal, y no de los objetos singulares.