Grecia: quiebras, quitas, devaluaciones, Euros y Dracmas. Julio G. Sequeiros Tizón Grecia no deja de darnos sorpresas. Uno de los pánicos que existían al respecto de la deuda pública helena era que la quita fuera considerada como una quiebra en toda regla y se activaran los seguros de impago, esto es, los temibles C.D.S.. Estos seguros habían sido emitidos por la banca internacional (principalmente inglesa y americana) y no se sabía a ciencia cierta el montante total del que estábamos hablando: la deuda griega era de algo más de 350.000 millones y, muy probablemente, más de la mitad debería estar asegurada. Estamos hablando de cifras gigantescas. La quita se llevó a cabo (marzo, 2012) de forma satisfactoria para ambas partes: los bancos y otras entidades privadas aceptan una pérdida de valor nominal del 53 por ciento, una rebaja sustancial en los tipos de interés y un alargamiento en el plazo de pago hasta los 30 años. Todo esto sumado representa una quita total muy próxima al ochenta por ciento del valor nominal. Como a la quita acude casi el 90 por ciento de la deuda en manos de las instituciones privadas, Grecia aplica las cláusulas de acción colectiva, es decir, ya que la mayoría amplia de los deudores acudieron a la quita, ésta se aplica a la totalidad de la deuda, hayan ido voluntariamente o no. Los que no han ido voluntariamente a la quita reclaman ahora los seguros de impago ya que han visto sus derechos mermados de forma unilateral en un proceso que, al ser obligatorio, es una quiebra en toda regla. Y aquí está la sorpresa: el importe total de los C.D.S. no llega a los 3.000 millones de euros, una cifra muy manejable y casi ridícula en comparación con lo que se esperaba. La explicación a esta paradoja va en la línea de considerar que no ha sido la totalidad de la deuda griega la que entró en quita (solo 200.000 millones de algo más de 350.000), y que la voluntariedad en el canje de deuda vieja por deuda nueva invalida los C.D.S. de forma automática. En otras palabras, una parte muy importante de la deuda griega en manos de los bancos, o no estaba asegurada, o estaba asegurada por ellos mismos. En resumen, los bancos y otras instituciones financieras salvan una parte de los muebles y Grecia reduce su deuda pública en 100.000 millones de Euros, cantidad que los bancos involucrados están obligados a provisionar en el muy corto plazo. La quita griega es una “quiebra selectiva” ya que no afecta a la totalidad de la deuda: los 150.000 millones restantes siguen cumpliendo escrupulosamente las condiciones pactadas en su emisión. Ahora bien, esta operación de salvamento de las arcas públicas griegas no soluciona el problema de la deuda pública. Grecia tendrá un segundo rescate por importe de 130.000 millones de Euros, cantidad que se suma a los 110.000 del primer rescate y a los 105.000 de la condonación de deuda. Y no está claro que con estos dos sea suficiente. Es el cuento de nunca acabar. Un saco sin fondo. Al entender de muchos, Grecia es un país balcánico, donde la sociedad civil prácticamente no ha existido y su lugar lo ha ocupado un sistema de grupos de presión (muchas veces clanes familiares) que han convertido al país en un territorio sin estado gobernado por una deudocracia aprovechada e ineficaz. Las finanzas públicas carecen de recursos propios recurrentes y significativos (impuestos, por ejemplo) y el gasto público se ha venido alimentando gracias a un endeudamiento exterior galopante. Un gasto público en el cual, por cierto, los gastos en defensa eran absolutamente injustificables (un siete por ciento del PIB en los años 2.000). El viejo contencioso fronterizo con Turquía y la guerra de Chipre de 1974 eran la coartada. Es más, la naturaleza europea de Grecia se basa, principalmente, en nuestro imaginario cultural que atribuye a la identidad europea unas raíces culturales romanas, a su vez, herederas de la cultura de la Grecia clásica. Ahora bien, Aristóteles ha muerto en el 322 antes de cristo. Veamos. Grecia, y los países de la periferia europea, tienen dos problemas básicos a los que hacer frente de forma inmediata. El primer problema es el déficit y la deuda pública, aspecto que ya forma parte rutinaria de los informativos y de los medios de comunicación. El segundo es la falta de competitividad de una gran parte del sistema productivo de estos países. Todo hace entender que, particularmente en el caso griego, ninguno de estos dos problemas se puede solucionar dentro de la eurozona. Grecia tendrá que abandonar el Euro, recuperar su moneda nacional y con ella una dinámica de crecimiento que no será capaz de alcanzar dentro de la zona Euro. Y tenemos ya fechas: probablemente antes de que finalice 2015 Grecia estará fuera del Euro. Fue el primer país en quebrar (aunque solo sea selectiva o parcialmente) y será el primero en abandonar “voluntariamente” la eurozona. La recuperación del Dracma. El problema de Grecia, del que nadie habla en los medios de comunicación, y más grave aún que el agobio de la deuda pública, es una competitividad externa prácticamente nula. El déficit por cuenta corriente (lo que un país compra en el exterior por encima de lo que vende fuera) era un 12 por ciento del PIB en el año 2007, un porcentaje muy semejante al de España. Cuatro años más tarde, España redujo este déficit al cuatro por ciento y el de Grecia sigue prácticamente igual, estabilizado todo el periodo de la crisis por encima del diez por ciento anual. Es más, las modificaciones ya aprobadas del Plan de Estabilidad y Crecimiento (una especie de reglamento interno de la eurozona) Grecia no podrá cumplirlas en décadas: el déficit exterior máximo admisible es de un cuatro por ciento anual. Pero hay más. Grecia ha perdido más del 15 por ciento de su PIB desde que comenzó la crisis, el tejido productivo ha prácticamente desaparecido, y el modelo de crecimiento basado en el crédito fácil, en la burbuja inmobiliaria, y en el endeudamiento externo no volverán a repetirse en décadas. Y el problema de la competitividad exterior Grecia no puede resolverlo dentro de la Eurozona. Y el de la deuda pública, probablemente tampoco. Grecia tiene que abandonar voluntariamente la zona Euro (por ejemplo, negándole más crédito) y poner en marcha el Dracma. Una operación de este tipo es compleja por lo desconocido. Lo más próximo es la vigencia del patrón oro en el que circulaban dos monedas (las de oro y las de plata) con una tasa de cambio entre ellas que venía dada por la relación de precios entre los dos metales (en el mercado de Londres). En Grecia continuarán funcionando los Euros (como los dólares en América Latina) y, a mayores, los Dracmas. Todos los precios se convertirían a Dracmas con una relación de 340,75 Dracmas por Euro, es decir, la paridad de entrada en la eurozona en enero de 2001. Las empresas tendrán sus precios en la nueva moneda y abonarán los salarios en Dracmas. El estado funcionará con Dracmas en sus pagos (salarios a funcionarios, pagos proveedores, pensiones, etc.) y en sus ingresos (impuestos, tasas, etc.). Los saldos bancarios se pasarán desde Euros a Dracmas y lo mismo con los mercados de valores. Y con la deuda pública lo mismo. Es una operación como la de la entrada en el Euro, pero al revés. El estado podrá emitir los Dracmas que quiera ya que habrá recuperado su soberanía en la política monetaria y la independencia de su propio banco central. A partir de este momento la historia se complica un poco. La tasa de cambio (el precio de una moneda expresado en términos de otra) tiende, en el medio plazo, a compensar los diferenciales de inflación entre los dos países. Grecia ha sido el país de la eurozona en el que los precios han crecido más intensamente: mientras que en Alemania los precios se multiplican por 1,25 entre 1999 y 2011, lo hacen en la zona Euro por 1,32 y en Grecia lo hacen por 1,53 arrojando un diferencial de inflación superior al 20 por ciento en ese mismo periodo. Y este veinte por ciento de mayor inflación griega tendrá que ser compensado por la tasa de cambio entre el dracma y el Euro: si la situación de partida ha sido de 340,75 Dracmas por Euro, transcurrido un periodo transitorio, el Euro incrementará su precio un 20 por ciento, hasta los 410 Dracmas por euro, recuperando así la paridad existente antes de la entrada de Grecia en la eurozona. Y esto como mínimo. Es muy probable que el Euro alcance los 450 Dracmas en una estrategia de devaluación competitiva. Con estos Dracmas devaluados se importará sustancialmente menos y se exportará sustancialmente más, recuperando un equilibrio en las cuentas externas y en la competitividad exterior que Grecia ha perdido en estas últimas décadas. La deuda pública (al menos un segmento de ella) pasará a estar nominada en Dracmas, con un banco central que regula la nueva moneda ubicado ahora en Atenas y no en la Kaiserstrasse de Frankfurt am Main. Una operación de este tipo, y de esta envergadura, tendrá fuertes repercusiones tanto dentro como fuera de Grecia. En el interior del país el nivel de vida caerá sustancialmente ya que los bienes importados (ahora ya en Dracmas) subirán de precio de una forma sustancial (como mínimo un 20 por ciento). Esto es todavía más grave ya que en Grecia el débil tejido productivo autóctono (sobre todo en la agricultura y en la industria) ha prácticamente desaparecido y la dependencia de los bienes importados es mayúscula. Las clases más adineradas conservarán sus Euros en la banca extranjera y se habrán embolsado una ganancia muy considerable en términos de la moneda local. Bajo el punto de vista de las repercusiones externas, todo va a depender de cómo se gestione la situación. La quiebra de Grecia, y la correspondiente quita, han tenido un efecto sobre el resto de los países que se ha podido controlar, a pesar de las crisis recurrentes en las primas de riesgo de los países periféricos. Y a pesar también de la inexistencia de los denominados eurobonos o de un cortafuegos mucho más poderoso que el actual F.E.E.F.. De momento, Grecia ha quebrado (aunque solo sea selectivamente) y aquí no ha pasado nada que seamos incapaces de gestionar. Los efectos del abandono de la eurozona van a depender del cómo, del cuándo y de la capacidad de gestionar la situación que tengamos en ese momento. El momento más oportuno será cuando los países de la eurozona tengan sus déficits públicos muy recortados, probablemente a partir de 2013, quizás en 2015. En este momento la salida de Grecia de la eurozona (o de la Unión Europea si necesita introducir nuevos aranceles exteriores) tendrá efectos muy reducidos. Las lecciones de todo esto apuntan en la dirección de compensar lo más rápidamente posible los diferenciales de inflación que se han ido acumulando desde la entrada en vigor del Euro (1999) a la actualidad. Aunque no tan grave como en Grecia, estos diferenciales son notables en el caso de la periferia europea, excepto en Italia. En este sentido, o se devalúa de forma interna controlando desde dentro el crecimiento de los precios (salarios incluidos) o hay que abandonar el Euro, retomar la moneda antigua y devaluar a la vieja usanza: desde fuera.