MISTERIO1 La palabra «misterio» viene del latín «mysterium», en griego «mysterion», del verbo «myo», cerrar, ocultar. De ahí que en el uso normal signifique algo escondido, difícil de entender. Pero en el uso religioso se aplica este término, sobre todo en las religiones llamadas «mistéricas», griegas, orientales, o egipcias, a la celebración cúltica de un acontecimiento salvador divino, celebración por la que los iniciados entran en comunión con esos hechos pasados, más o menos históricos o míticos, pero que se cree que transmiten la salvación. Para san Pablo, el «misterio» es un concepto clave para entender a Cristo y la salvación que nos ha comunicado. Misterio es el designio eterno de Dios por el que nos quiere salvar, y que se nos ha manifestado en plenitud en Cristo Jesús. Pero el misterio no consiste tanto en una verdad oculta, ni tampoco en un rito celebrativo, sino en la actuación salvadora de Dios: más aún, el misterio es Cristo mismo, en persona (cf. Col 1,27; 2,2; Ef 1,4-9; 3,4.9). «Misterio» se refiere a la celebración cúltica -celebrar los misterios-, pero sobre todo al acontecimiento salvífico por excelencia, la muerte y resurrección de Cristo. Que comunica, eso sí, visible y sacramentalmente en el rito litúrgico cristiano. Por eso, como participación en este misterio central que es Cristo y su Pascua, se llama «misterio» en el uso cristiano y en la liturgia actual a varias realidades: por ejemplo los «misterios de la vida de Cristo», celebrados a lo largo del Año Litúrgico. Pero sobre todo, en el lenguaje de los Padres y de los textos litúrgicos, antiguos y actuales, «misterio», muchas veces como sinónimo de «sacramento», quiere indicar que en nuestra celebración litúrgica se hace presente el acontecimiento salvador de Cristo, desde su Nacimiento hasta su Pascua y su Ascensión. «Celebrar los santos misterios» es celebrar la liturgia, sobre todo sacramental, en la que entramos en comunión privilegiada con el Misterio Pascual de Cristo. De modo particular se aplica a la Eucaristía, los «misterios del Cuerpo y Sangre de Cristo». Una de las aclamaciones que, en el corazón de la misma, subraya su centralidad es: «éste es el misterio (o sacramento) de nuestra fe» («mysterium fidei»), porque es la celebración que culmina y condensa nuestra salvación por Cristo y su comunicación a nosotros por parte del mismo Señor Jesús, ahora Resucitado y realmente presente en toda celebración. La «teología de los misterios» es la perspectiva del liturgista alemán O. Casel (muerto en 1948), que hizo unos profundos estudios a partir de los cultos mistéricos paganos, y que han ayudado a la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio, a la comprensión de la liturgia como actualización sacramental del misterio salvador de Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica titula así la segunda parte: «La celebración del misterio cristiano»: «es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan en él y den testimonio del mismo en el mundo» (CCE 1068), porque por medio de la liturgia «se ejerce la obra de nuestra redención» y así contribuye a «que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo» (SC 2). 1 José Aldazábal, Vocabulario Básico de Liturgia, biblioteca litúrgica 3, Barcelona 2002, pág. 242 - 243.