Renacimiento del movimiento campesino

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Emergencia de los Movimientos Sociales
en la Región Andina
Renacimiento del movimiento campesino
Luis Hernández Navarro
Desde el pasado mes de noviembre, después de nueve años de malos tratos, el movimiento
campesino en México comenzó a rechazar en serio el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte. Lo sepa o no, lo que lo hace posible, en parte, es la resistencia de los rebeldes en el Sureste
mexicano, los mismos que se levantaron en armas hace nueve años para frenar al TLCAN.
Contenido
Lo viejo
Lo nuevo
Lo viejo
no lograron mucho en el largo plazo. En la
negociación del Tratado se impuso, sin
dificultades, la visión de la tecnocracia salinista.
Por fin, desde el pasado mes de noviembre,
después de nueve años de malos tratos, el
movimiento campesino en México comenzó a
rechazar en serio el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN). No es que
durante todo este tiempo no se haya quejado y
rezongado de la apertura comercial pero, salvo
muy escasas excepciones, la regla fue objetarla
verbalmente pero no movilizarse en su contra.
La primera gran movilización que explícitamente
tuvo como objetivo frenar el libre comercio se
efectuó a finales de 1985 en Sonora y Sinaloa.
Allí, los herederos de las luchas de Jacinto
López, campesinos que habían luchado por la
tierra y organizado empresas autogestionarias
modelo, tomaron la carretera internacional, los
de Sonora en dirección al sur y los de Sinaloa
rumbo al norte, para encontrarse el Día de
Muertos en la línea divisoria de ambos estados.
Protestaban porque las importaciones de soya
procedentes de Estados Unidos habían
derrumbado el precio de la oleaginosa dentro del
país. Lograron que la Secretaría de Comercio
diera marcha atrás en la apertura comercial
indiscriminada de soya.
Ciertamente, hubo quienes protestaron, y no
sólo de palabra. Allí está el levantamiento
armado del EZLN o los deudores de la banca.
Pero en la mayoría del país el descontento no se
transformó en acciones organizadas contra el
Acuerdo. Y es que, cuando el TLCAN entró en
vigor el primero de enero de 1994, los
agrupamientos campesinos mejor preparados
para resistirlo habían sido ya doblemente
derrotados y su horizonte se agotaba en hacer
de la filosofía pragmática "de lo perdido, lo que
aparezca" el eje rector de su resistencia.
A partir de entonces, las protestas campesinas
por incremento a los precios de garantía de
maíz, trigo, sorgo y soya, pero también en contra
del libre comercio, se mantuvieron y
generalizaron hasta 1990. En septiembre y
octubre de ese año se generalizó el malestar en
varias regiones. Los integrantes de la Alianza
Campesina del Noroeste iniciaron una huelga de
No es que no hayan luchado. De que lo hicieron,
lo hicieron, pero, aunque ganaron algunas
pequeñas batallas regionales en el Noreste y se
opusieron a la apertura comercial desde 1985,
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Lo nuevo
hambre y miles de productores marcharon hacia
la ciudad de México, conducidos por una
coalición de fuerzas que, en su composición, era
muy similar a la que hoy forma el movimiento El
campo no aguanta más. La caminata se detuvo
en la ciudad de Querétaro y resolvió algunas de
sus demandas, pero no pudo modificar las
orientaciones
centrales
de
la
política
gubernamental. La marcha fue, hasta el
levantamiento zapatista y el surgimiento del
Barzón, la expresión de malestar rural
organizada más importante del campo
mexicano.
De la mano del gobierno de Vicente Fox llegaron
las expresiones de malestar campesinas.
Copreros, maiceros, lecheros, cafetaleros,
cañeros y trigueros de todo el país comenzaron
a protestar en varias regiones desde los
primeros días del nuevo gobierno. Se sumaron a
ellos los dirigentes de las organizaciones
tradicionales, muchas de ellas ligadas al PRI,
desplazados de la interlocución oficial. De
manera cada vez más reiterada los campesinos
comenzaron a asociar sus dificultades con la
existencia del TLCAN.
Cuando el gobierno de Salinas de Gortari
anunció el inicio de negociaciones para pactar el
TLCAN, las centrales campesinas respondieron
al desafío con lentitud y timidez. Esbozaron
propuestas alternativas, y, algunas como la UCD
y la CIOAC, se opusieron a su firma, pero no
movilizaron a sus afiliados para impedir el
acuerdo. Un buen número de organizaciones
sostuvo que el Tratado era ya una realidad -estuviera o no formalizado--, y que no tenía
sentido desaprovechar sus posibles beneficios si
ya se habían pagado sus costos.
Diversos factores confluyeron para estimular
este nuevo ciclo de luchas en el campo. El
debilitamiento del corporativismo rural y de los
mecanismos de control político tradicionales en
el agro facilitó la organización independiente.
Mientras, la drástica disminución en los ingresos
campesinos por la reducción de los subsidios -representaron el 33.2 por ciento del ingreso de
los productores entre 1990 y 1994, pero sólo el
13.2 por ciento entre 1995 y 2001--, por la caída
de los precios de los productos agrícolas y por la
reducción de los programas de combate a la
pobreza, colocó a las familias del campo en una
situación límite: la migración o la protesta. Con
un agravante: las posibilidades de cruzar la
frontera o de obtener empleos urbanos dentro
del país son cada vez más limitadas.
A partir de entonces el movimiento campesino
sufrió una derrota estratégica. Con muy pocas
resistencias, el salinismo sacó adelante el
TLCAN y las reformas al artículo 27
constitucional que cancelaron el reparto agrario
y privatizaron la propiedad social de la tierra. Y
se dio el lujo, incluso, de intentar, sin éxito,
establecer una nueva relación entre el Estado y
los hombres del campo.
A la erosión de las redes clientelares
tradicionales, el deterioro de los niveles de vida
de las familias campesinas y el agotamiento de
las expectativas migratorias se sumaron dos
elementos más. Primero, el fin de la protección
arancelaria de una gran cantidad de productos
agropecuarios, muchos de ellos controlados por
agricultores acomodados, creó un clima en la
opinión pública adverso al TLCAN. Segundo, la
iniciativa política de las organizaciones
integrantes del movimiento El campo no aguanta
más tomó por sorpresa a los funcionarios
gubernamentales.
Algunas organizaciones decidieron incursionar
en la aventura de hacerse empresarios o morir
en el intento. Siguieron al pie de la letra, sin
mucho éxito, los manuales gubernamentales
para el desarrollo. Otras se reinventaron a sí
mismas asumiendo su piel indígena. Varias más
cayeron en cartera vencida e hicieron de su
indignación una poderosa fuerza. Ninguna, sin
embargo, pudo modificar sustancialmente las
políticas públicas que condenaron a los
campesinos a dejar sus tierras y cambiar sus
vidas.
Entre octubre y diciembre del año pasado, el
Congreso Agrario Permanente (CAP) fue
desbordado desde la izquierda por las
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organizaciones que se movilizaron y negociaron
con la Cámara de Diputados el incremento en el
presupuesto agropecuario. Desde la derecha, la
CNC desfondó al organismo techo del sector
agrario que optó por acordar directamente con el
gobierno federal.
como el derecho de los pueblos a producir sus
propios alimentos por las vías culturalmente
adecuadas. Un programa que defiende un
modelo agrícola con campesinos y no sin ellos.
Además de su riqueza programática, el nuevo
movimiento tiene un liderazgo muy calificado. Ni
son todos los que están, ni están todos los que
son, pero en El campo no aguanta más
participan algunos de los dirigentes campesinos
más honestos, capaces y responsables que se
han formado en el país durante los últimos
veinticinco años y que resumen más de veinte
años de luchas reivindicativas, promoción de
empresas campesinas y diseño de políticas
públicas.
Lejos de kilométricos pliegos petitorios, el El
campo no aguanta más resumió sus demandas
en seis propuestas para la salvación y
revalorización del campo mexicano: moratoria
del apartado agropecuario del TLCAN; un
programa emergente para reactivar el campo; y,
a largo plazo, reorientar el sector agropecuario;
una verdadera reforma financiera rural; un
presupuesto suficiente para el desarrollo
productivo y social rural este año; una política
alimentaria que garantice a los consumidores
productos inocuos y de calidad, y el
reconocimiento de los derechos y la cultura de
los pueblos indios.
Hoy, renace un nuevo movimiento campesino.
Elemento central en su refundación es su
rechazo al TLCAN. Lo sepa o no, lo que lo hace
posible, en parte, es la resistencia de los
rebeldes en el Sureste mexicano, los mismos
que se levantaron en armas hace nueve años
para frenarlo
Es un programa que pone por delante la
búsqueda de la soberanía alimentaria, entendida
* Luis Hernández Navarro. México. Publicación original: Ojarasca 69, México enero de 2003.
http://www.jornada.unam.mx/2003/ene03/030120/oja-portada.html
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