ALGO MÁS SOBRE LAS PREJUBILACIONES En este verano me han obsequiado con el librito “Los lunes al golf”. Su autor, el periodista ‐prejubilado‐ Juan Caño, lo subtitula <pistas sabias para disfrutar de la jubilación>. Este libro es ameno, se lee de un tirón. Su autor ha vivido recientemente su prejubilación, deseada por él, porque “es mejor que a uno le echen de menos, a que simplemente le echen” A mí me llegan tarde estas pistas pues ya consolidé satisfactoriamente mi proceso adaptativo como prejubilado antes de adquirir el honroso título de pensionista. Porque yo, que apenas sabía hacer en la vida otra cosa que pasarlo muy bien con mi familia y pasarlo muy bien con mi trabajo, cuando sonó la campana para mí, me encontré con un futuro económicamente bien asegurado pero profesionalmente oscuro, pues iba a cesar en mi actividad para la que me consideraba modestamente capaz y con ganas de seguir aprendiendo. He dicho mi futuro económico bien asegurado. No amplío el calificativo después de haber conocido condiciones de rescisión de contratos como los de los Srs. Amusátegui, Corcóstegui, Ybarra, Villalonga y otros. Pero hay una diferencia: la mayoría de éstos eran banqueros y yo simplemente bancario. En todo caso, han proliferado tanto las prejubilaciones en los últimos lustros (en España hay ahora más de 500.000 prejubilados), que estas decisiones empresariales ya no resultan, en su caso, tan dramáticas para sus destinatarios por esperables. Y muchos de éstos han ido haciéndose con el tiempo a la idea en lo laboral, económico, familiar y social: lo esperan. Y algunos, con ansiedad. No era este el caso de D. Juan, director de una sucursal bancaria madrileña, quien tuvo que pactar hace ya unos años con su Empresa, más que la prejubilación, una situación especial suspensiva que prácticamente suponía unas vacaciones indefinidas hasta su jubilación a los 60 años (edad que alcanzan actualmente cada día 1533 españoles). No causaría baja hasta entonces, seguiría en la nómina, que crecería económicamente para él con las revisiones salariales convencionales y el cumplimiento de los trienios, etc., que ocurrieran hasta el inicio de su jubilación, en la que disfrutaría de las mismas percepciones totales que tuviera en aquel momento, con carácter vitalicio. Una oferta así no puede más que aceptarse. Pero ¿qué explicación de su inactividad en plena edad laboral daría D. Juan a sus amistades? Me dijeron que D. Juan fue incapaz en aquellos primeros meses de confesarle a nadie su situación de prejubilado. Sólo lo sabía su esposa. Nadie más. ‐ Muy buenos días ‐saludaba el portero muy correcto al salir D. Juan‐. ‐ Hola, Matías, buenos días. Hoy va a hacer más calor que ayer. ‐ Se queja Vd. y eso que tiene un buen fresco en el Banco. [Y D. Juan pensaba entonces, no en el clima sino en su Director Regional, que es quien le planteó en su día la oferta prejubilatoria] Este diálogo (aggiornado y atemperado) se producía todos los días a las 7:30 horas en el portal de la casa del D. Juan. El misterio era qué hacía D. Juan de 8,00 a 15,00 horas cada día. No se sabe si iba a misa a la iglesia de Calatravas o si esperaba la apertura de unos billares de la calle del Prado, por supuesto, después de haber desayunado sin prisas leyendo la prensa en Dorín de la calle del Príncipe. ¿O habría surgido algún tardío amor mañanero? Lo de D. Juan es una pura anécdota, pero ha sucedido. Y cuando pregunté a mi amigo, el Director de RR.HH de ese Banco, por el beneficio de la empresa retirando la cooperación de un activo humano sin merma alguna del coste laboral, la respuesta que se me dio es que la aportación laboral cesante de D. Juan sería absorbida por otros compañeros (alejados del 100% de laboriosidad) sin producir cobertura en el escalafón. No había reducción de salarios pero en la minoración de otros gastos estaba el beneficio económico del Banco; sin entrar a analizar el otro beneficio que produciría, según el criterio empresarial, el cambio generacional (adaptación a nuevas tecnologías, polivalencia, otro sentido comercial, flexibilidad, etc.). Resulta más entendible la rentabilidad para la empresa de una prejubilación por la minoración de los gastos no salariales. Una política de reducción de plantillas desaloja algunos despachos cuyos m2 van a ser más densamente ocupados, quedarán excedentes algunas plazas de aparcamiento, secretarias; no hablemos si hay derecho a coche de empresa o vivienda; cheques comida, cestas de Navidad y otros gastos sociales; la utilización de internet, teléfono, fax, fotocopias, etc., etc. Cuando un empleado entra cada día en su centro de trabajo se genera un potencial de gastos incierto pero seguro. Se me puede decir que esto es el chocolate del loro. Pero unos cuantos loros pueden tomar bastante chocolate. El autor de “Los lunes al golf” da un recorrido por algunas actividades que pueden hacer los mayores, que yo incorporo aquí por si puede ayudar a alguno de los nuevos compañeros de SECOT que estrenan ahora inactividad laboral: viajes ‐ estudios ‐ ONGs ‐ jardinería ‐ participar en un coro ‐ escribir ‐ coleccionismo ‐ pintura ‐ fotografía ‐ cocina ‐ hacerse “mayornauta” ‐ y senderismo, caza, pesca, añado yo. A un amigo mío, cuando aceptaba voluntariamente una prejubilación, le pregunté si había pensado bien en sus futuras ocupaciones. ‐En cuanto pueda usar mis pinceles me va a faltar tiempo‐ me respondió. Pintó varios lienzos, estupendos. Algunos embellecen mi casa. Pero al poco tiempo se había cansado. Y es que no se puede apostar a un solo caballo en esta nueva situación. Hemos visto, y no de manera exhaustiva, un amplio escaparate de actividades ejecutables por prejubilados, sobre todo en la brusca transición inicial. Y hay que combinar distintas ocupaciones: manuales, intelectuales, lúdicas y afectivas, sin un riguroso programa pero con cierto compromiso personal. Si elegimos bien ‐y podemos modificar nuestros planes cuando nos venga bien‐ encontraremos satisfacción en el aprender (se empieza a envejecer cuando se acaba de aprender), en ser útiles a nosotros y a los demás, en cultivar ese tesoro que es la vida familiar, enriquecernos practicando vida social; en suma, siguiendo nuestro crecimiento personal en esta etapa cúspide de nuestra andadura vital. Y termino estas líneas citando algunas de las frases recogidas en el libro que ha dado pie a esta comunicación: . Los hombres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar (Chejov). . Hay 4 fases bien diferenciadas en la vida: 1ª, cuando crees en Papá Noel. 2ª, cuando has dejado de creer en Papá Noel. 3ª, cuando haces de Papá Noel. Y 4ª, cuando te pareces a Papá Noel. Quedémonos con este último modelo: un mayor con o sin barba blanca, activo, simpático, bonachón y generoso. Jesús Ilisástigui, Agosto 2008