NOTAS: Juan Arturo Brennan 1 WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756-1791) Música fúnebre masónica, K 477 El origen de la masonería está perdido en la historia más antigua de Europa. Continúa, incluso, el debate sobre el origen mismo de la palabra masón: ¿en realidad surgió del gremio de los albañiles, masons en inglés? Y por extensión, ¿se refiere también a los constructores, arquitectos y otros oficios similares? En todo caso, es muy probable que el auge de los gremios y los oficios en la edad media haya propiciado el surgimiento de la masonería. En principio, la masonería surgió como una comunidad de beneficencia y activismo social, aunque con el paso del tiempo sus metas y actividades se ampliaron y se diversificaron. La primera logia masónica que existió en Austria fue establecida en Viena en el año de 1742; hacia 1783, las logias vienesas ya eran ocho, y su presencia comenzó a causar problemas políticos debido al activismo social y cultural propio de los masones. El emperador José II otorgó reconocimiento oficial a las logias, pero limitó su número a tres, estableciendo al mismo tiempo una estrecha vigilancia sobre dos de ellas, las más importantes: La verdadera concordia, y La esperanza recién coronada. En tiempos de Mozart, la jerarquía masónica se dividía en tres grados básicos, con algunas variantes: aprendiz, oficial y maestro. El día 5 de diciembre de 1784, fue propuesto el ingreso de Wolfgang Amadeus Mozart como aprendiz a una de las logias vienesas, llamada en alemán Zur Wohltätigkeit, o sea, La beneficencia. En un lapso muy corto, considerando lo que solían durar los tiempos de admisión, Mozart fue aceptado en la logia e inscrito el día 14 del mismo mes. Se dice que fue por sugerencia e intercesión de Mozart que su colega y amigo, Franz Joseph Haydn, (1732-1809), fue inscrito en la misma logia en febrero de 1785. Un mes después del ingreso de Haydn, Mozart indujo a su padre, Leopold, a ingresar también a la logia. Los dos Mozart, padre e hijo, ascendieron con inusitada rapidez en la jerarquía masónica hasta obtener el grado de maestro; según se dice, el ascenso de Leopold fue por una dispensa especial de los maestros masones, mientras que el de Amadeus fue por méritos propios. Años más tarde otro ilustre compositor radicado en Viena, Ludwig van Beethoven (1770-1827), también habría de ingresar a la masonería. En medio de sus guerras con Francia, las autoridades austriacas comenzaron a ver con suspicacia a las sociedades secretas, temiendo en ellas la posibilidad del espionaje y la traición. Así, la masonería fue prohibida en Austria desde la mitad de los 1790s (es decir, poco después de la muerte de Mozart) y la prohibición se mantuvo hasta después de la Primera Guerra Mundial. Se sabe que en la masonería Mozart encontró patronos y mecenas ricos y poderosos, así como un sustituto institucional de la iglesia católica, de la que se había distanciado entre otras cosas porque no tenía oportunidad de componer la música sacra en el estilo en que le gustaba hacerlo, debido a las restricciones estética y expresivas impuestas por las autoridades eclesiásticas. El hecho es que desde 1784 y hasta su muerte en 1791, Mozart fue cuidado y protegido por los masones, quienes después cuidaron y protegieron a su viuda, Constanza. La correspondencia de Mozart en los últimos años de su vida es abundante en referencias a la ayuda financiera que le fue prestada por algunos de sus colegas masones. Mozart compuso un número reducido de obras de inspiración masónica para ser utilizadas en los ritos de diversas logias vienesas. Además de la espléndida ópera La flauta mágica (la penúltima de su producción, compuesta en 1791) hay en el catálogo de Mozart once obras de inspiración masónica: cuatro lieder, cuatro cantatas, el Adagio y fuga K. 456, el Himno K.623a, de dudosa atribución, y la Música fúnebre masónica K. 477. Esta oscura y solemne pieza orquestal de Mozart, que concluye con un postrero rayo de luz gracias a una cadencia inesperada, fue ingresada en el catálogo del compositor con la fecha de julio de 1785. Durante largo tiempo, no existía información sobre el destino de esta hermosa obra funeral del compositor salzburgués. Investigaciones recientes, sin embargo, permiten saber que la Música fúnebre masónica fue escrita en memoria de dos caballeros masones, los señores Mecklenburg y Esterházy, quienes murieron en noviembre de 1785. La discrepancia de las fechas puede deberse a un error en el catálogo o a un olvido de Mozart. Se sabe que la Música fúnebre masónica fue interpretada en el servicio fúnebre de Mecklenburg y Esterházy, realizado el 17 de noviembre de 1785 en la logia La esperanza recién coronada. 2 RICHARD STRAUSS (1864-1949) Concierto para oboe y orquesta en re mayor Allegro moderato Andante Vivace A la muerte de Hugo von Hoffmansthal, quien había escrito los libretos de varias de sus óperas, Richard Strauss se dio a la tarea de buscar otro libretista y lo halló en la persona de Stefan Zweig. Poco después de ser abordado por Strauss, Zweig realizó la adaptación de una obra de Ben Jonson que Strauss se encargó de convertir en la ópera Die schweigsame Frau, (‘La mujer silenciosa’) estrenada en Dresde en 1935. Casi de inmediato, la obra fue retirada de la cartelera por razones que nada tenían que ver con la música: Stefan Zweig era judío, y por lo tanto, inaceptable para la Alemania nazi en la cual Adolf Hitler era ya un personaje prominente. Además de enfrentar esta fricción con la censura, el propio Strauss estuvo bajo sospecha de impureza racial en virtud de que su hijo Franz se había casado con una mujer judía. A la larga, Strauss se vio obligado a pactar con la autoridad: a cambio de que se le permitiera permanecer en Alemania en paz y tranquilidad, el compositor se comprometió a colaborar en el futuro con Josef Gregor, escritor cuyo mayor acierto en esos años era ser totalmente ario. Así, Strauss creó para sí mismo una posición política y moral ambivalente en su país natal. El compositor carecía por entero de filiación política o ideológica, y su único interés era la promoción de su música. Strauss detestaba los desplantes de los oficiales nazis, y se ganó varios enemigos al criticar la interferencia del gobierno en asuntos artísticos, en particular los referentes a su propia música. Sin embargo, no teniendo una razón para dejar Alemania, ya que no pesaba sobre él la amenaza del campo de concentración que se cernía sobre judíos, gitanos, bohemios, húngaros, polacos, homosexuales, comunistas y otras minorías, Strauss aceptó el régimen de Hitler de una manera pasiva, llegando a ser presidente del Consejo Musical del Estado, y reemplazando a Bruno Walter y Arturo Toscanini cuando éstos se negaron a trabajar en la Alemania nazi. Por otra parte, Hitler y sus esbirros sabían que la música de Strauss estimulaba los sentimientos nacionalistas de los alemanes, y que esa música hablaba por el pueblo alemán. Por estas razones, así como por su prestigio y su avanzada edad, los nazis consideraron que Strauss era inofensivo a pesar de sus críticas al régimen, y le permitieron retirarse al pequeño pueblo de Garmisch a seguir componiendo. Años después, cuando los Aliados entraron a Alemania en 1945, hallaron a Strauss trabajando tranquilamente en Garmisch. El viejo compositor recibió hospitalariamente a las tropas de ocupación, y de vez en cuando invitaba a los soldados a su casa para un vaso de vino y una plática. Durante una de esas veladas, Strauss conoció a un joven soldado estadunidense que en tiempos de paz era estudiante de oboe, y que tocaba en una de las bandas del ejército. Al calor de la conversación, el soldado músico le preguntó a Strauss por qué nunca había escrito un concierto para oboe. Para sorpresa del soldado, Strauss tomó muy en serio la pregunta y se lanzó con entusiasmo casi juvenil a componer su Concierto para oboe, cosa aún más llamativa si se considera que la música concertante no había sido un género favorito del compositor. En su Concierto para oboe Strauss utilizó algunas ideas musicales que había explorado casi cuarenta años antes por lo que, quizá con razón, los críticos señalaron que en esta obra no había nada nuevo, sino que era una correcta sucesión de herramientas musicales del siglo XIX. Sin embargo, el Concierto para oboe es tan representativo de la época tardía de Strauss como cualquiera otra de sus obras de este período, y la impresión general que deja en el oyente es la de una calidez crepuscular casi nostálgica. Dividido nominalmente en tres movimientos, el Concierto para oboe de Strauss se interpreta sin interrupciones, y a lo largo de su desarrollo es notable la integración del instrumento solista a la textura orquestal que lo acompaña. En el movimiento central, el tratamiento que Strauss hace de las cuerdas permite al que escucha recordar que el Concierto para oboe es contemporáneo de esa obra maestra suya que es Metamorfosis, para 23 cuerdas solistas. Curiosamente, Strauss nos ofrece los pasajes más virtuosísticos para el oboe en el andante central. Concluido en 1945, el Concierto para oboe de Richard Strauss fue estrenado en Zürich el 26 de febrero de 1946, con Marcel Saillet como solista y la dirección orquestal de Volkmar Andreae. ¿Y qué fue del soldado estadunidense que dio origen a esta obra? Al final de la guerra dejó el ejército y se dedicó de lleno a su oboe. Se llamaba John de Lancie y con el paso de los años llegó a ser primer oboe de la Orquesta de Filadelfia y un solista de muy buen nivel. Sin embargo, cuando el Concierto para oboe de Strauss se estrenó en los Estados Unidos, a John de Lancie le escamotearon injustamente el privilegio de ser el solista, porque por ese entonces aún no ocupaba el primer atril de la orquesta. 3 PIOTR ILYICH TCHAIKOVSKY (1840-1893) Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64 Andante - Allegro con anima Andante cantabile con alcuna licenza Valse: Allegro moderato Finale: Andante maestoso - Allegro vivace No deja de ser curioso el hecho de que a medida que pasa el tiempo las obras musicales más duramente criticadas con motivo de su estreno resultan ser las más gustadas por el público y, a la larga, incluso por la crítica. Desde que la crítica musical comenzó a ser ejercida en forma sistemática allá por los tiempos de Ludwig van Beethoven (1770-1827), uno de los compositores más atacados por los críticos ha sido Piotr Ilyich Tchaikovsky. Esto no deja de ser muy significativo si consideramos que en la actualidad la música de Tchaikovsky es casi universalmente apreciada dondequiera que se hace música de concierto. Hoy, la Quinta sinfonía de Tchaikovsky es considerada como una de sus obras maestras, superior incluso a la a veces incomprendida Patética, y sin embargo, en su tiempo, la obra fue duramente castigada por los críticos, como casi toda la producción de Tchaikovsky. En el verano de 1888, después de casi diez años de no producir ninguna obra sinfónica importante, Tchaikovsky se decidió de nuevo a abordar la empresa de componer una sinfonía. En una carta dirigida a su benefactora Nadezhda von Meck el compositor afirmaba que el impulso de componer su Quinta sinfonía nacía, ante todo, de la necesidad de probarse a sí mismo que aún no estaba agotado y acabado como compositor. Como en el caso de muchas otras de sus obras, Tchaikovsky acometió la composición de esta sinfonía lleno de dudas y cuestionamientos. A pesar de ello, trabajó rápidamente en la nueva sinfonía y la terminó en el breve lapso de tres meses. La Quinta sinfonía fue estrenada en San Petersburgo en noviembre de 1888; poco después, fue repetida en la misma ciudad y luego fue estrenada en Praga. Desde entonces los críticos volcaron su ira en contra de la obra. ¿Y quién fue el primer crítico feroz de esta sinfonía que hoy es tan popular? Nada menos que Piotr Ilyich Tchaikovsky. Después de la ejecución de la obra en Praga, el compositor escribió a la señora Von Meck: He llegado a la conclusión de que mi Quinta sinfonía es un fracaso. Hay algo repelente, superfluo, irregular y poco sincero, y el público lo reconoce instintivamente. Fue obvio para mí que las ovaciones que recibí fueron debidas más a mis anteriores obras, y que la sinfonía no agradó realmente al público. El paso del tiempo probó que esta vez Tchaikovsky se equivocaba respecto a su propia obra. Muchos analistas han comparado esta Quinta sinfonía con la más famosa de las quintas, la Quinta sinfonía de Beethoven, por el hecho de que en ambas es perceptible el mismo concepto estético y humano de la victoria a través de la lucha. Así como la Quinta sinfonía de Beethoven nace y crece, se reproduce y permanece, a partir de su fogoso tema inicial, la Quinta sinfonía de Tchaikovsky está caracterizada por el tema con que comienza el primer movimiento, expresado por los clarinetes en forma solemne y reflexiva. Este tema vuelve al primer plano una y otra vez a lo largo de la sinfonía, como una idea fija a través de la cual el compositor trató, quizá, de reafirmar sólidamente su presencia en el mundo de la música. Este tema inicial cobra particular importancia estructural y expresiva en el último movimiento de la sinfonía. Como en otras obras suyas, Tchaikovsky pareció dar gran importancia al elemento fatal en esta obra. En uno de sus comentarios sobre la sinfonía, el compositor dijo que su Quinta sinfonía representaba “la total sumisión ante el destino, o lo que es lo mismo, ante los insondables decretos de la Providencia.” Respecto a las críticas dedicadas a la obra, hay que señalar como dato interesante que durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, una gran parte de los textos escritos sobre las obras de los compositores rusos incluían comentarios de tipo claramente étnico, cuando no francamente racista; es evidente que la Europa Occidental y los Estados Unidos no estaban preparados en ese entonces para aceptar el temperamento eslavo claramente expresado en la música. En 1889 apareció en el periódico Musical Courier de Nueva York una crítica sobre la Quinta sinfonía de Tchaikovsky, en estos términos: La Quinta sinfonía de Tchaikovsky fue una desilusión. Busqué en ella, inútilmente, la coherencia y la homogeneidad. El segundo movimiento mostró lo mejor de este excéntrico ruso, pero el Valse fue una farsa, un trozo de papilla musical, un lugar común, mientras que en el último movimiento el compositor fue traicionado por su sangre de origen kalmuko: una masacre, terrible y sangrienta, se apropió de la tormentosa partitura. Este tipo de referencias al origen eslavo de Tchaikovsky son, en perspectiva histórica, sumamente interesantes, si recordamos que, para horror de sus colegas, él fue el compositor ruso de su generación más orientado hacia la música occidental. Es decir que, a pesar de los insultos racistas de los críticos, es claro que la sangre rusa de Tchaikovsky estuvo siempre diluida con un poco de sangre francesa heredada de su madre, cuyo apellido de soltera era Assier. Para la trivia etnográfica, queda el dato de que los kalmukos son miembros de un pueblo de origen mongol que quedó concentrado básicamente en la ex – república soviética de Kalmykia.