LA SINFONÍA Patética DE TCHAIKOVSKY

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LA SINFONÍA Patética DE
TCHAIKOVSKY
La Sexta sinfonía de Tchaikovsky, conocida como Patética es también la sinfonía más
popular del compositor (aunque muchos consideren que su creación sinfónica más
importante sea la Sinfonía No. 5 por su perfecta estructura y su grandes temas).
Melodista por excelencia, orquestador genial, pero sobre todo, poseedor de esa mezcla de
oficio y sabiduría musical para atrapar al oyente, Tchaikovsky demostró en esta sinfonía
que también tenía la capacidad para crear temas más profundos y dramáticos, así como
un contenido verdaderamente trágico, en gran medida autobiográfico.
La sinfonía fue compuesta en una especie de frenesí creativo en 1893 y estrenada en
octubre de ese mismo año, bajo la dirección del compositor, nueve días antes de su
muerte casi repentina, por contaminación del cólera. Por ello, muchos han querido ver en
la obra un reflejo de la depresión que el músico sufría en esa época, mientras que otros la
consideran una verdadera confesión suicida. Actualmente, ha cobrado gran aceptación la
tesis, fundamentada por varios de sus biógrafos como Aleksandra Orlova y Alexander
Poznanski, que Tchaikovsky habría sido conminado por sus colegas del Conservatorio de
Moscú, en una especie de sentencia de un “tribunal de honor”, a terminar con su vida,
debido a su entonces socialmente inaceptable homosexualidad.
No hay que perder tampoco la perspectiva de que la palabra que denomina la obra,
título que le puso el autor en aquella Rusia afrancesada, ha perdido parte de su
significado en nuestro tiempo y en nuestro medio, pues su concepto original, patético o
pathétique, significa precisamente, trágico, dramático, incluso nostálgico o conmovedor,
pero, sobre todo, capaz de suscitar una gran emoción y, asimismo, el significado de la
palabra equivalente en ruso es más bien sinónimo de apasionado o emotivo. Todas estas
características están reflejadas en el contenido y efecto de la Sinfonía.
Tchaikovsky concibió también la aún innovadora idea de invertir el orden habitual de los
movimientos de una sinfonía, colocando como tercero la enérgica marcha que va
ganando en fuerza e ímpetu dramático y que hubiéramos imaginado siempre como la
conclusión de la misma; en cambio, el movimiento final es el que hubiera sido el adagio
intermedio, con su nostálgico y desconsolado lamento.
Por eso no extraña que casi siempre y contra la costumbre arraigada en los conciertos de
no aplaudir entre movimientos, el público irrumpa en atronadores aplausos al final de la
marcha, movido por la avasalladora marcha, y no sólo entre quienes la desconocen, sino
aun, en aquellos que están familiarizados con la Sinfonía Patética.
Luis Pérez Santoja
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