47 – Historia de la Iglesia DE NUEVO AVIÑON Urbano V no puede aceptar el ofrecimiento: «¿Favorecer la guerra? ¡No! Luis de Hungría comprenderá que nuestro corazón se aterra ante el pensamiento de nuevas violencias...» Mientras tanto, Francia e Inglaterra están en lucha. Ha comenzado la «Guerra de los Cien Años». Los cardenales franceses insisten para que el Papa vuelva nuevamente a Aviñón, y abandone Italia, donde muchos nobles obstaculizan su acción benéfica con amenazas. CATALINA DE SIENA En la ciudad italiana de Siena ha nacido, el 25 de marzo de 1347, una persona que desenvolverá un importante papel frente al exilio de Aviñón. Dios la ha elegido para realizar una gran empresa. A los quince años el padre la invita a tomar esposo. Catalina responde: «¡Sólo Jesús será mi esposo, padre!» Poco más tarde Catalina recibe el velo de terciaria dominicana. Cura a los enfermos y a los leprosos y exhorta a los pecadores para que vuelvan a Cristo. Pero esto no es suficiente. Las fuerzas del Papa van cediendo. Finalmente no sabe oponerse a las presiones de los cardenales franceses y el 5 de septiembre de 1370 toma nuevamente el camino del exilio. La población de Aviñón lo recibe con grandes fiestas. Pero Urbano V no está alegre. Cree ver en ellos a los sinceros fieles de Roma, que le suplicaban se quedase con ellos. Catalina se dirige a Aviñón y suplica al papa Gregorio XI que vuelva a Roma. El Papa no se atreve a decidirse. Tiene algo de miedo. Catalina no se rinde. Escribe cartas a todos los príncipes de Europa para que apoyen su deseo. Gregorio XI no puede resistir más. Animado por las palabras de Catalina, consigue vencer las lisonjas del rey de Francia. Embarca en Marsella y parte rumbo a Italia. En Génova lo espera Catalina. Tanta angustia y sufrimiento es demasiado para un hombre ya anciano. Poco después cae enfermo. El Papa se viste el hábito de los Benedictinos. «Abrid la puerta de mi habitación —dice—. Quiero que los fieles vean cómo muere un papa». Los habitantes de Aviñón rezan con el Papa, que acaba su vida terrena sobre un humilde lecho, con el crucifijo apretado entre sus frías manos. Quinientos años más tarde Urbano V será beatificado. El 16 de enero de 1377 llega el Papa a Roma. Es un día de triunfo para el pueblo romano y para toda la Iglesia. Las campanas de la ciudad eterna tocan a fiesta. Los romanos, cantando y llorando por la alegría, siguen al Papa, que entra nuevamente en el Vaticano. Después de setenta años ha terminado definitivamente la cautividad de Aviñón, gracias a las fervientes oraciones de una humilde monja que, más tarde, será proclamada santa. 192 193 EL CISMA DE OCCIDENTE Otra nueva tempestad embiste a la Iglesia. A la muerte de Gregorio XI los cardenales se reúnen en cónclave para elegir un sucesor. Los purpurados franceses insisten para que se elija un papa francés. Esto llega a oídos del pueblo romano que, temiendo que la Santa Sede parta nuevamente para Aviñón, se congrega en la plaza de San Pedro. Los gritos resuenan amenazadores: «¡Lo queremos romano, o al menos italiano!» Pero peor que la peste es el cisma. El mundo cristiano se siente envilecido por el sucederse de los antipapas. ¡Llega un momento en el que hay nada menos que tres papas! ¡El mérito de cerrar definitivamente la situación se debe al emperador Segismundo de Luxemburgo, que ha sabido imponerse ante los soberanos y los cardenales. Es más, consigue que la Iglesia convoque el concilio de Constanza. Estamos en el año 1414. Ante tal situación, los cardenales eligen al arzobispo de Bari, que toma el nombre de Urbano VI. Es profundamente religioso, pero tiene un carácter un poco violento. Involuntariamente se muestra demasiado severo con los cardenales franceses y éstos, sin pensarlo dos veces, se reúnen en Fondi (NápoIes) y eligen un antipapa. Comienza de este modo el nefasto «cisma de occidente». Durará 39 años. MARTIN V El 11 de noviembre de 1417 se elige finalmente a un único papa que pone punto final al cisma: Martín V. La Iglesia ha salido de la tempestad. En Roma, martirizada por la carestía y las violencias, Bernardino de Siena predica durante 80 días seguidos, con ocasión del gran jubileo del año 1423. Este jubileo lo ha proclamado el Papa para que se avive el sentimiento religioso en todos los corazones. Martín V escucha personalmente los sermones de san Bernardino. Las almas humildes ansían la paz. Durante el jubileo del año 1400, millares de peregrinos llegan a Roma. Entre ellos destacan «Los Blancos», hombres cubiertos por Cándidos mantos que cantan las Alabanzas Sagradas: «Misericordia, eterno Dios. Paz, paz. Señor piadoso». Sobre los peregrinos cae la peste. En medio de tanto dolor brilla la llama de la caridad de san Bernardino de Siena. El pueblo romano quiere demostrar su arrepentimiento, tras haberse entregado a las diversiones fáciles, quemando públicamente centenares de barajas con las que se habían dedicado al juego. Martín V invita a todos los nobles para que den ejemplo practicando el culto de las santas reliquias y renueva el uso de donar la «Rosa de oro» a los ciudadanos más ilustres y a los soberanos más dignos. Terminado el cisma, pronto se apagarán también los últimos descontentos. 194 195