Fantasmas evanescentes

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Viernes 27 de junio de 2014 | adn cultura | 13
Libros
reeditados
Amistad en peligro
ensayo
Fantasmas evanescentes
Clemént Rosset dedicó un breve y poético estudio a aquellos objetos que se cree ver
aunque no sean perceptibles, ya sea porque no existen o porque no están presentes
Lo invisible
clément rosset
El Cuenco de Plata
Trad.: Silvio Mattoni
76 páginas
$ 128
Matías Serra Bradford
para La nacion
C
ualquier escritor, por no hablar de un
filósofo, pervive en el umbral mismo
de la visibilidad. La circulación de su
obra y su nombre son un espejismo –el reconocimiento tiene algo irreal– que el propietario se encarga de pulir como un lente. Es una
suerte –una alegría– que en los últimos años
el nombre del filósofo francés Clément Rosset
haya ganado presencia en lengua castellana.
La invisibilidad es parte de un puñado de materias a las que Rosset vuelve obsesivamente
y a las que parece no tener sentido darles fin.
Con una formidable atención en el instante de
la escritura, Rosset sigue la lógica fatal de un
razonamiento, y en él, la persecución de una
línea de pensamiento se convierte en un estilo. La reiteración y las variaciones le dan a la
prosa de Rosset un aire musical. A su vez, con
cada relectura el lector ve más nítido, como
quien se va a acostumbrando a la luz cuando
viene de la oscuridad.
De este lado de lo visible Rosset encontró, como todo gran filósofo, su tema –lo real–, que va
tejiendo y destejiendo en un mismo libro y de
un libro al siguiente. En Lo real y su doble apunta: “El presente es justamente aquello que no
es percibido, invisible, insoportable”. Lo que se
vuelve invisible, para quienes lo niegan –sobran
los medios, sobran los ejemplos–, es lo real. En
sus pacientes embestidas contra la negación
de la realidad, lo subrayado por Rosset tiene
validez en diversos terrenos, como el político,
con más frecuencia de lo que se creería. La precocidad de su lucidez –el mecanismo de sus inferencias estaba allí desde el principio, cuando
redactó La filosofía trágica a los veinte años– ha
Rosset
opale / dachary
ido de la mano de un sentido común implacable. Sorprende la velocidad con que a un concepto lo da vuelta como a un guante. Alguien
que despliega sus argumentos con semejante
claridad le hace creer al lector que rápidamente
podrá pensar como él. Al igual que con un novelista, con Rosset la mente y el espíritu viajan a
lugares a los que no podrían haber llegado por
su cuenta. El autor de El mundo y sus remedios
es también un creador: está pensando cuando
está escribiendo. (El lector no será el primero
en descubrir lo cerca que siempre ha estado
cierta filosofía de la poesía.)
Esta breve serie de estudios sobre lo invisible trata de “los objetos que creemos ver aun
cuando no sean perceptibles de ninguna manera porque no existen y/o no están presentes (como un rostro ausente en una pieza iluminada)”.
Variantes sobre la tensión entre la realidad y la
conjetura: la cara que le imaginamos a una voz,
o la voz que le imaginamos a una cara, o bien la
cara que le imaginamos a un pianista cuya cara
nunca conocimos. Asimismo, Rosset se enfrenta a lo que se supone que debería verse y no se
ve, como un significado en la música, que nunca
lo tiene. Perteneciente a la familia de la sombra,
el eco y el reflejo –asuntos que Rosset exploró
en más de una oportunidad–, lo invisible tiene
mil caras y ninguna: “Es sabido que media una
distancia entre lo que el prestigio de un nombre
puede hacer presagiar, ya se trate del nombre
de un lugar o de una persona, y aquello que el
primer contacto real con los mismos lugares y
personas ofrece a la percepción… Siempre hay
menos en la duquesa de Guermantes que en el
nombre de la duquesa de Guermantes, menos
en la ciudad de Balbec que en el nombre Balbec, menos en el cumplimiento del amor que en
su espera”. El autor de Lógica de lo peor no deja
afuera la invisibilidad de Dios. Ya en El objeto
singular declaraba: “La autoridad de todo Mesías consiste en su ausencia o, más bien, en el
pensamiento tranquilizador de que su presencia permanece y permanecerá por venir”. Pero
más difícil de abordar que una divinidad es la
propia persona: “Hay una última persona que
nunca reconocemos porque es constantemente invisible, y es evidentemente uno mismo”.
En referencia a grabaciones y retratos, explica:
“Uno no se reconoce en absoluto en esa clase
de reproducciones: mi voz suena falsa en mis
oídos, así como me desconcierta mi fotografía”.
En Lejos de mí lo definió como “el yo, ese gran
misterio inútil”.
El tono levemente irreverente de Rosset nunca le escapa a la tentación de una broma; de allí
su afición por el Tintín de Hergé, las narraciones
de Marcel Aymé o los cuadros de Goya. Acerca
del Coco –“el cuco”– del pintor español comenta: “Esa invisibilidad que los niños se asustan
de ver, o de estar a punto de ver, contribuye a
aumentar la angustia: si algo da miedo cuando
no lo vemos, ¿qué pasará cuando lo veamos?”.
Ya en otra parte había discurrido sobre el miedo
en el cine: “El simple hecho de la invisibilidad
–y de la noche– puede bastar para provocar el
miedo: todo lo que es invisible es virtualmente
temible”. Hay algo de ilusionista en la facilidad
estilística del propio Rosset, algo de artesano
temprano de la cinematografía, como lo hay
en el sujeto del último ensayo de Lo invisible, el
novelista Raymond Roussel, ejemplo supremo
de “la acrobacia literaria que en resumen consiste en hacer algo de la nada”. Con un libro de
Rosset, el temor ante lo invisible, ante lo real o
ante los fantasmas de la filosofía se esfuman,
como las cantidades evanescentes de Newton,
que se van haciendo más y más pequeñas hasta
desaparecer por completo. C
Aparte de sus memorias tituladas The
Making of an Englishman, el pintor
alemán de origen judío Fred Uhlman
(Stuttgart 1901-Londres 1985) escribió
también una trilogía de novelas breves.
Reencuentro, la primera parte, escrita
en 1960, narra la pasional amistad entre
dos adolescentes, Hans Schwarz, hijo
de un médico judío y héroe de la Gran
Guerra, y Konradin von Hohenfels, descendiente de una familia aristocrática. El
ascenso del nazismo pondrá en peligro
su relación y desgarrará la cultura y las
costumbres de la idílica comunidad
suaba que hasta entonces los cobijaba.
Reencuentro
Por Fred Uhlman
Tusquets, 128 páginas
La vuelta del maldito
Desde que Los cantos de Maldoror, publicados originalmente en 1869, fueron
recuperados y reivindicados por los
surrealistas, Isidore Ducasse (mejor
conocido como Conde de Lautréamont)
entró plenamente en la sensibilidad del
siglo XX. El destino del libro en castellano
está unido al de otro poeta, el argentino
Aldo Pellegrini, temprano difusor del
surrealismo y compilador de la fundamental Antología de la poesía surrealista. Pellegrini publicó su traducción de
las Obras completas de Lautréamont
(que incluye también otros poemas y
cartas) en 1964 y no ha dejado de reeditarse desde entonces. Esta nueva edición
trae también ilustraciones de Oscar
Domínguez, Max Ernst , René Magritte,
Man Ray y Joan Miró.
Obras completas
Por Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse)
Argonauta, 322 páginas
otras
impresiones
A través de la Patagonia
Florence caroline Dixie
Continente, 160 páginas
El desastre de San Calá.
Entre la nada y el dolor
omar lópez mato
Olmo, 130 páginas
Amelia Biagioni: La “excentricidad” como trayecto
Valeria melchiorre
Corregidor, 416 páginasr
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