PARA REVENAR. NO PARA MAX JIMÉNEZ Yolanda Oreamuno Envío de la autora. Santiago de Chile. Noviembre de 1936. No escribo esto para el amigo que me tendió su mano cuando la pude necesitar, no para mi incertidumbre de libertad que siempre encontró el hueco necesario dentro de su amistad. No es para el amigo, ni para su voz de la cual ya he hablado, porque ha sonado cariñosa y comprensiva, es para Revenar. El libro que no necesita la voz de Max, caliente y persuasiva. Revenar casi lo ha echado a un lado, para vivir solito. Ha llegado una mañana cuando hacía un poco de sol, y lo estaba esperando, sobre la cama, muy para mí, muy para cada uno de nosotros. No he necesitado tampoco leerlo entero, ni he tenido tiempo, porque el libro que vino como un rayo de sol, es todo nuevo, todo franco y todo bueno. Revenar no hace figuras deslumbrantes que hagan pensar en cerebros excepcionales o en sensibilidades enfermas. Es como un abrazo de esos dados en golpe de espalda, que esfonda convencionalismos y hace reventar lágrimas; un abrazo de mano pesada, de dedos chatos, de manos que hacen pozo para el llanto, y almohada para la cabeza. Es un trabajo de obrero tosco, reventón, no tiene pulimentos de pensamientos reventando a la fuerza, es muy gritón a veces, a veces también da un empujón de vida y pasa como esas personas que llevan proa de buque guerrero en la frente. Una proa limpia sin dibujos, sin estilizaciones, una proa de línea pura, una recta sobre su propio y muy propio equilibrio. Lo he querido inmediatamente. Max Jiménez probablemente necesita un comentador más versado que yo para su libro, pero no es para Max Jiménez que escribo, es que este libro que vino a mi cama como un rayo de sol, me ha hecho escribir esto y pensar mucho más. Es aquello de estar enhebrado; sentirse untado de una costra de buenos modales y ver sobre una mesa bordada de cosas incomibles y elegantes un pedazo de pan blanco y un vaso de agua clara, para la sed de cosas buenas, y para el hambre de cosas francas. Y luego sus maderas, cariñosas, que yo he visto muchas veces reventar trabajosamente de sus manos de obrero, han ido saliendo lentamente en un parto dificultoso, chorreando por la punta, unas veces ayuda, otras chata de sus instrumentos de trabajo bajo el cerebro del hueco de su mano, no son plumas ni pinceles, ni cinceles de 1 grabados de joyas, son esas manos: un arado, una pala, un machete, que iba dejando sobre la tierra blanca de los cuadritos de madera de café, trillos para el grano, arroyitos de agua pura, charquitos de barro, caminitos que van haciendo, así… así… en la madera suave; lumbreritas de luna, y sobre la mesa, un montoncito que cabe en el hueco de esa mano obrera, de colochitos tiernos del diminuto aserradero. Revenar no quiere cantar civilizaciones heredades o agradecer mendrugos del progreso ajeno. Revenar es huraño como un caballo cerrero, duro como el árbol que no se deja cortar, necio como el repetirse de las mareas, tosco a veces como la cabaña del campesino, pero para los que lo queremos, se dará como una yegua joven y se dejará tocar, y nos guiará la mano. Y hay una cosa que no sabe Max Jiménez, pero que sí sabe Revenar que con él viene un poeta nuevo, y bueno, mucho más bueno que todos los envenenados poetas españoles, y mucho más bueno que todos los poetas que quieren serlo y no lo son, y mucho más bueno que los que creen ser mucho más buenos. Recuperado de: Repertorio americano. 12 diciembre. 1936: 339. 2