asemeja a la atalaya o torre del homenaje de antigua fortaleza. Afecta la forma característica de casi todas las torres góticas que se alzaron en Cataluña: planta octogonal, regular en éste; cuerpos superpuestos (cuatro) sobre alto zócalo, completamente lisos y acusados por grueso molduren que los divide; de las cuales aparte alguna estrecha e insignificante tronera, únicamente el último se abre en sus ocho facetas a la luz del sol por altas, sencillas y abocinadas ojivas. Como las dos torres de la catedral-basílica de Santa Eulalia (Barcelona) y como las de Nuestra Señora del Pino, de San Justo y de la Real Capilla de Santa Águeda, está rematado en azotea, pero exento de los calados antepechos de piedra y de los herrajes que coronan a las dos pri. meras, de los gabeletes, pináculos y cruces que empenachan a la última, y de toda otra clase de adornos en su trunca o inconclusa coronación. La fachada exterior de esta iglesia no es su imafronte, como de ordinario sucede en los templos basiHcales, catedralicios y monacales más insignes, sino que es una de las laterales la del lado derecho o del Evangelio, que en su severa y sencilla grandeza denota también las especiales características que el Arte Gótico u Ojival acusando la solidez y la austeridad clásicamente españolas que adquiriera al aclimantarse en nuestra Patria, se manifestaron en Cataluña, dándole un carácter marcadamente regional. Es decir, predominio de líneas horizontales, que atenúan objetivamente la elevación de las estructuras y parecen desposeer a dicho estilo del espiritual sentimiento ascensional que lo informara desde su iniciación en la Champaña (Francia); sobriedad, casi rudeza, exterior; robustos contrafuertes adosados a los muros, y manifestación externa, clara y precisa, de la constitución interior de sus creaciones. De tal modo, en ésta se puede apreciar desde fuera, sin dificultad alguna, la alta y única nave de la iglesia, iluminada por grandes vitrales góticos entre los pilares contexturales, evidenciados por los recios contrafuertes; y debajo, aprovechando los espacios que éstos dejan entre sí, las capillas laterales, hasta el ábside poligonal exento; las cuales se ilumi- nan por unos pequeños y sencillos rosetones. En el lugar correspondiente a una de estas capillas, junto al campanario, se abre la única puerta por la que el templo se comunica con el exterior; es de sencilla forma abocinada por arcos ojivales en degradación, y está presidida por las armas reales de la fundadora y otros escudos que la adornan y ennoblecen; la elegancia de su composición, la delicadeza de su labor y el perfecto estado de conservación que, por su aislamiento alcanzara, la hacen ser uno de los más bellos ejemplares de portadas góticas que yo he admirado. El interior de este templo franciscano, todo de piedra sillar, hasta las altas bóvedas de crucería, es en su forma idéntico al de la iglesia parroquial de la Concepción, en la misma ciudad de Barcelona; y, de ponderadas proporciones, tiene una gran majestad y está saturado de un ideal misticismo. A través de los siete claros ventanales y de los otros tantos rosetones inferiores del ábside, la luz vesperal pone una fúlgida aureola alrededor del dorado y afiligranado altar mayor. Allí es hasta donde puede llegar la avidez sentimental y estética del curioso visitante. La rigurosa clausura ascética encierra en infranqueable misterio todo el interior del monasterio y a las monjitas que lo habitan en mística y admirable renunciación. Pero por un culto cronista y arquitecto catalán, que con especial privilegio pontificio pudo hacer recientemente una detenida visita a la recatada residencia conventual, sabemos que en su interior existe uu grandioso patio cuadrilongo rodeado de dos pisos de claustros, cuyas arcadas góticas tienen las ingrávidas formas de calados encajes de piedra, y en cuyo centro, rodeado de rosales, cipreses y otras especies de árboles y flores, se admira el marmóreo brocal de un pozo con pilastras y travesano también de mármol labrado primorosamente al estilo del Renacimiento. Por tan afortunado escritor conocemos fotografías de todo esto y de otros detalles interiores, como el bello sepulcro de la reina Elisenda; pero no las podemos mostrar aquí porque no las poseemos. Completamos, en cambio, para ter minar, las referencias históricas del Real Monasterio con los siguientes datos: Las obras de construcción se lle- varon con tanta rapidez que pudo inaugurarse (no sé si completamente acabado), con grandes fiestas, por los mismos reyes, un año después de haberse comenzado aquellas, creo que en 3 de mayo (día de la invención de la Santa Cruz), de 1327; por lo que en el año pasado se conmemoró solemnemente el sexto centenario de su consagración. La primera comunidad la formaron la R. M. Abadesa sor Sobirana de Olzet, otras nueve religiosas de coro y dos legas, fuera de claura; perteneciendo aquéllas a la más rancia nobleza de Cataluña y figurando entre ellas sor Francisca de PorteHa, sobrina de la Reina. Del incre mentó y poder que rápidamente fué alcanzando dicha Comunidad dará clara idea de la cifra antes citada de 400 monjas que algún día llegaron a componerla. Entre ellas las hubo siem pre muy cultas, algunas de las cuales, sucesivamente, fueron dejando escritas en limpio estilo las efemérides del Real Monasterio; residió también en éste la insigne escritora Isabel de F a lencia, autora de «Vida de Jesús». En cuanto a doña Elisenda, aunque des de su viudez hasta su fallecimiento hizo alH una vida austera y devotísima, no vivió como religiosa, sino en habitaciones independientes y en co municación con la clausura, en el ala sur del monasterio, con todos los honores, preeminencias y respetos debidos a su real persona. Aún, antes de marcharnos, nos asomamos a la puerta posterior del abacial del recinto, que da a un solitario camino de montaña, bordeado de aromosos pinares, de balsámicas retamas, de tupidos madroñales y de floridas adelfas. Y cuando el ángelus, pausado y sonoro, desciende desde las rasgadas ojivas del campanario, expandiendo sus melancólicas vibraciones por la campiña, volvemos a la ciudad lentamente, llenos de íntimas satisfacciones y gozándonos en retardar nuestra reincorporación al agitado vivir urbano; mientras allá lejos, sobre las costas de Garraf, las livideces crepusculares se diluyen en el azul del cielo, y en tanto que por las abiertas ventanas de una quinta próxima a la Avenida, surgen aladas las musicales notas de un piano que intepreta una melodiosa sinfonía. (Terminación)