Diócesis San José de Temuco ASAMBLEA ECLESIAL 2013 MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN Discernir los "signos de los tiempos" La nota más típica de la teología de los “signos de los tiempos”, consiste en suponer que Dios se revela en la historia mediante acciones humanas que en Cristo han alcanzado su máxima expresión y que mediante el Espíritu prolonga este acontecimiento hasta el fin de los tiempos. Entonces aquello que ha de ser leído y comprendido es la historia en cuanto tal, porque en ella hay revelación, presencia e indicación de la voluntad de Dios, que se descubre a la luz de la fe de la Iglesia; Pues bien, la teología de “los signos de los tiempos” entiende que la historia es un “lugar teológico”. Ella reconoce en el acontecimiento de Jesús de Nazaret, el Mesías muerto y resucitado, la máxima cercanía y la mayor revelación posible de Dios, como criterio fundamental a través del cual la Iglesia reconoce en su acontecer histórico las señales mesiánicas de la anticipación del Reino. No hay duda que un planteamiento así desafía algunas pastorales que se nutren del temor a un mundo que ponen enfrente, que condenan todo lo nuevo y que no distinguen en los cambios históricos más que amenazas. Jorge Costadoat, sj, “ Trazos de Cristo en A.Latina” (2010), De hecho, y ya en la inauguración del Concilio Vaticano II, en octubre de 1962 decía el Papa Juan XXIII: “En el cotidiano ejercicio de nuestro pastoral ministerio, de cuando en cuando llegan a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aún en su celo ardiente, carecen de sentido de discreción y de medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, han ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de vida, y como si en tiempos de los precedentes Concilios Ecuménicos, todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia. Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente”. Las afirmaciones del Papa de entonces, hechas hace 50 años, no han perdido en nada su vigencia. El Concilio invitó a los cristianos a no mirar al mundo y a nuestro tiempo como época de perdición: a pesar que ya entonces se preveía una vorágine de transformaciones. Debemos ver los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. Y la Iglesia en su totalidad está llamada a reconocer, que lo que guarda en sí misma es mucho más, que lo desenvuelto hasta este momento. No vale solo lo ya reconocido y formulado. Grande es la tentación de mirar el futuro con pesimismo como respuesta a la dinámica de cambios en nuestros días. Es justamente de esto que el Papa Francisco ha hablado en su primer encuentro con los Cardenales, cuando les ha dicho: “ Es Cristo quien guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, con su fuerza vivificadora y unificadora: de muchos, hace un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo. Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo: tengamos la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo da a la Iglesia el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch 1,8). La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, 1 como lo fue en los comienzos del cristianismo, cuando se produjo la primera gran expansión misionera del Evangelio.” La historia como lugar de acción de Dios y del pecado en el mundo, determina un concepto teológico de cultura sin el cual no hay evangelización posible. El discernimiento de los “signos de los tiempos”, obliga así a un discernimiento de las culturas, pues en estas, como en todo fenómeno histórico, asoma también la ideología y la idolatría. La teología de “los signos de los tiempos”, como se ha dicho, considera que la cultura es un lugar teológico. El problema, probablemente el principal, es cómo se localiza en la cultura la presencia y la voluntad de Dios. La interpretación de la voz de Dios entre otras voces en la realidad cultural, más aún si se trata de discernirla en medio de choques y encuentros culturales, requiere de métodos e instrumentos adecuados. En nuestra época, la realidad se conoce mediante varias disciplinas científicas. Con todo, el discernimiento del Espíritu es una actividad espiritual en el sentido estricto. En la realidad, en la misma realidad descifrable por las ciencias, actúa el Espíritu, y su actuación explicada por malas interpretaciones científicas, solo es ulteriormente comprendida a través de un discernimiento espiritual. La Iglesia puede discernir, a la vez, porque tiene como paradigma fundamental la acción de Dios en la historia de Jesús de Nazaret, su predicación del Reino, su muerte y su resurrección, realidad en la que ella vive y gracias a la cual se comprende en el mundo. Esto significa que el criterio no es criterio, sino una Persona que habita espiritualmente en la historia. El signo de los tiempos es el Mesías. Los “signos de los tiempos”, son signos mesiánicos. Son signos para la fe, y por tanto son esencialmente ambiguos. Solo se los puede percibir en la ambigüedad de una realidad que tiene tanto de finitud como de pecado, y que se encamina a una realización futura. Las acciones a través de las cuales Jesús continúa su presencia en la historia son contraculturales o creadoras de cultura, pero no es fácil reconocer que son suyas. Se impone a la teología, por tanto, la necesidad de la fe. El discernimiento cultural tiene a Cristo como referencia fundamental de la actuación histórica de Dios, pero requiere de una conexión interior del intérprete con el Cristo vivo. Fuera de este contacto de primer grado con el Espíritu, el sujeto que interpreta el sentido de su época no tendrá la capacidad para señalar con exactitud dónde está Dios y dónde no está. Mons. Cristian Contreras Villarroel, en su ponencia en la última Asamblea Eclesial Nacional afirmaba: "de este modo, es en la historia de la humanidad, con sus luces y sombras donde hemos de descubrir la presencia de Dios y su obra salvadora, discerniendo como Iglesia y bajo la conducción del Espíritu Santo, cuáles son aquellas manifestaciones que nos hablan de la realización de su Reino de amor y justicia; Reino proclamado por Jesucristo como un hecho que ya se vive, pero que llegará a su consumación absoluta en la vida futura. En efecto, “Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada” (GS 44). Los signos de los tiempos en que queremos centrarnos son, sobre todo, aquellas realidades o procesos que hacen que cada persona vaya alcanzando mayor plenitud en su humanidad, y que toda la creación tienda al proyecto originario de comunión querido por Dios". 2 La Misión Continental no puede ser una obra meramente humana, ni tan sólo un deseo nuestro, ni únicamente una firme resolución1. Será una obra del Espíritu Santo o no tendrá el fruto que de ella esperamos. En efecto, tenemos que implorar para nuestra Iglesia en América Latina y el Caribe, en esta hora crucial de la historia de nuestros pueblos, la gracia de la disponibilidad incondicional de María, y la acción del Espíritu de Dios, del Espíritu que forjó la unidad de la naciente Iglesia, que le confirió la generosidad de la comunión y la centralidad de la Eucaristía, como asimismo el entusiasmo de compartir con quienes no lo conocían la experiencia única del encuentro con Jesucristo, Buen Pastor y Maestro, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, hermano nuestro y Salvador universal, En ese espíritu el Documento de Aparecida, casi como una conclusión, afirma: “Esta Vª Conferencia, recordando el mandato de ir y de hacer discípulos (Ver Mt 28,20), desea despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!” (DA 548). 1 El espíritu de Aparecida, en Testigos de Aparecida, SECRETARÍA GENERAL DEL CELAM, Bogota 2008, 46-47. 3