EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL Aun cuando se habla mucho del discernimiento desde hace al menos treinta años (redescubrimiento de un tema importante de la Sagrada Escritura, de nuevo vital en un mundo tan cambiante), todavía cuesta entender de qué se trata y aprender a practicarlo, fuera de algunos círculos limitados. Quisiera despejar un poco el camino e indicar procedimientos según un orden que resulte clarificador para la práctica. 1. Primera aproximación: ¿de qué se trata? Discernir proviene de la raíz griega kr1 que significa primero separar, seleccionar. Desde san Pablo, si no antes, se utiliza en el campo de la vida espiritual, para designar la acción de distinguir las inclinaciones buenas, menos buenas o malas que experimentamos, con el fin de no seguir cualquiera a la hora de actuar. Es una manera de preservar y vivir nuestra libertad, no una libertad vacía de sentido como si diera lo mismo hacer cualquier cosa, sino la capacidad que Dios nos ha dado de ser cada vez más humanos, personalmente y en común. Para nosotros, creyentes en Jesucristo, él es la referencia última, el criterio radical para enfocar y realizar esa humanización.. Aquí voy a presentar las cosas como si nosotros tuviésemos que aprender a discernir –y siempre se puede aprender mejor- pero nuestro papel es ayudar a los que acompañamos para que ellos mismos aprendan y disciernan en diálogo con su Señor. Obviamente, hay un nivel elemental de discernimiento que toda persona cuerda tiene a partir de cierta edad. Es lo que verifican los jueces antes de juzgar, sobre todo en el caso de los adolescentes. Luego, hay el que todo hombre o mujer con sentido moral comparte y puede ejercer gracias a la virtud de prudencia. Un cristiano puede cultivarlo en contacto con la palabra de Dios y/o por la formación catequética. Pero, en clase y en estos apuntes, hablamos de discernimiento propiamente espiritual, tal como se va a ver a continuación: no se trata solamente de reconocer qué acciones son buenas o malas, sino de volver atrás hacia el origen de esas acciones; y no sólo de discernir entre bien y mal, sino entre lo bueno y lo mejor, entre lo moralmente aceptable para todos y lo que Dios quiere para mí. Todos experimentamos cambios interiores, altibajos y deseos o impulsos contradictorios, hasta pensar a veces: “no sé lo que quiero”. Esto sucede esencialmente en nuestra afectividad que es un campo inmenso, entre la mente (conceptos universales) y el cuerpo (totalmente individual). De ese orden afectivo son la sensibilidad, la sensualidad, las emociones, los sentimientos, las pasiones, las tendencias, los deseos, las decisiones voluntarias. Es lo más personal de cada uno y lo que le permite relacionarse. Pero no la integramos fácilmente al proceso de nuestra libertad, y nos puede hacer malas jugadas: enojos repentinos que pueden causar daños irreparables, fascinaciones, encandilamientos u ofuscaciones, etc. Por eso, se habla en espiritualidad de “afectos desordenados” o “inclinaciones desordenadas”, de mociones por discernir, algunas de las cuales, al ser aceptadas, pueden determinar una vida entera. Es probable que conozcamos ejemplos bien reveladores y los podamos compartir. Para evitar el desorden afectivo, muchos darían como solución el someter la afectividad a la razón. Está bien. Pero no es fácil, sobre todo en un mundo que sobre valora lo inmediato, lo sentido, lo entretenido, lo espontáneo, y nos bombardea con todo tipo de estímulos, muchos de ellos muy poco racionales. Además habrá que ver el cómo y éste supera los puros medios racionales del ser humano. Más interesante y fecundo resulta hallar una solución propiamente espiritual, es decir, tratar de reconocer los afectos o “mociones” que nos llevan a la vida y los que nos destruyen, los que mejoran la convivencia humana, que “edifican” la comunidad (1 Cor. 10, 23), y los que la arruinan. Tradicionalmente se los atribuye a un “buen espíritu” –en última instancia, al Espíritu Santo- o a un “mal espíritu”, el diablo o Satanás. A algunos, este lenguaje podrá parecerles anacrónico. No faltará quien piense que las mociones nacen de nuestro inconsciente. Aunque así fuese, lo cierto es que, siendo interiores a la siquis, surgen sin embargo fuera del 1 Como en krinein (juzgar) y en crisis, crítica... ámbito de nuestra libertad, y la desafían a elegir o capitular. Nuestra libertad se juega precisamente en no dejarnos manipular ni estar constantemente reprimiendo, sino en reconocer y favorecer el mejor afecto, la mejor inclinación, el mejor amor, el cual viene ciertamente de Dios. Esto se hace justamente entrando en sintonía con el Espíritu de Dios y luchando contra el “mal espíritu”, sea éste nuestra parte tenebrosa o un ente externo y tentador2. Tal vez no sea inútil insistir en el hecho que hay en nosotros, además de mociones de polo opuesto, un “pensamiento propio”, lo que uno quiere pensar. Muchos sólo prestan alguna atención a este último y siguen su dinámica propia sin apenas variaciones. Hasta durante un retiro no son capaces de percibir otra cosa que sus ideas, y no van más allá de un leve ajuste de las mismas. Nada los conmueve en serio porque no se fijan en sus variaciones afectivas al contacto del evangelio o las censuran antes de tiempo. Esto los condena a lo que Amadeo Cencini llama “ego sintonía” o, con una palabra de Freud, “homeostasis”. El mismo autor habla también de “auto clonación”. El resultado es finalmente idéntico: mientras sigan así, esas personas no serán capaces sino de repetir “más de lo mismo”, lo cual debe tener bastante contento al Príncipe de este mundo porque, sin tener que tentarlas, las tiene bien encerradas en su mediocridad. Sin embargo, Dios quiere actuar en ellas y moverlas, tal vez sacudirlas, con sus “mociones” espirituales, de modo que crezcan en gracia y santidad, pero no tienen ojos ni oídos para acogerlas. ¡Serio desafío para su acompañante! Para orientarnos en el discernimiento y la lucha espiritual, podemos acudir a varias ayudas, por ejemplo recordar el aporte de los Padres del Desierto (la Ayuda Nº 2 del CEI lo resume de modo muy concreto), el de san Bernardino de Siena, franciscano, el de san Ignacio de Loyola, de santa Teresa de Jesús, de santa Doménica Mazarello, etc. El más metódico de esos autores es san Ignacio: una parte de su carisma consistió justamente en confrontar su experiencia con datos de la tradición y codificar un procedimiento, de tal modo que fuese útil a muchos más3. Es lo que encontramos principalmente en las reglas, anotaciones, etc. de los Ejercicios espirituales. Desde luego, todos estos autores se apoyan en la Sagrada Escritura como palabra de Dios y lugar donde reconocemos que nos ha sido revelado el designio de Dios. Una cita de san Pablo (1 Cor. 11,31-32) nos permite calibrar la importancia del discernimiento o discreción de espíritus; traduzco literalmente: “Si nos discerniéramos (o nos examináramos con discernimiento) (diakrinein), no seríamos juzgados (krinein) pero, aun juzgados. seríamos corregidos (o educados) por el Señor, para no ser condenados (katakrinein) con el mundo”. Es decir, por el discernimiento nos sometemos al juicio de Dios mientras puede guiarnos o corregirnos, o incluso evitamos ese juicio, pero en todo caso escapamos de la condenación. Y eso porque discernir no es simplemente aprender a catalogar mociones, sino acoger las buenas y rechazar las malas, como lo dice san Ignacio (EE. 32). 2. Ejemplos de mociones por discernir Buscamos en nuestra memoria y compartimos pequeños o grandes discernimientos que hicimos o hubiésemos tenido que hacer. 3. Instrumentos para discernir Se trata de los medios que hemos de usar nosotros y enseñar a los que acompañamos. No prejuzguemos del ritmo al que podremos avanzar, dependerá de la aptitud de cada uno y de circunstancias que planteen la necesidad de elegir bien. Evitemos hablar de discernimiento para decisiones intrascendentes. 2 Los Padres del Desierto ya habían observado que podemos ser tentados de adentro, sin que intervenga siempre el demonio. De todos modos, puesto que, después de Cristo, Satanás ya no tiene por sí mismo el poder de vencernos, lo logra únicamente cuando encuentra complicidad en nosotros mismos. 3 De una manera que no podemos calificar sino de providencial, Ignacio tuvo acceso, a poco de convertirse, a tres obras en las cuales convergía lo mejor de las varias corrientes espirituales anteriores: la Vita Christi (Vida de Cristo) del cartujo Ludolfo de Sajonia, el FlosSsanctorum de Santiago de Vorágine (recopilación de semblanzas de numerosos santos) y el Ejercitatorio (o al menos su Compendio) de García Jiménez de Cisneros, abad de Monserrat,. Y convendría agregar la Imitación de Cristo o Kempis a la cual acudió durante toda su vida.. 3.1. De uno de estos instrumentos o medios ya hemos hablado. Sirve para la vida cotidiana y crea un ambiente vital en el cual se hacen más fáciles elecciones importantes. Es el examen espiritual de nuestra conciencia. Ahora no lo consideramos como la simple toma de conciencia de lo que nos pasa en general o de nuestras faltas. Recuerdo que buscamos más bien reconocer los impulsos que están en el origen de nuestros comportamientos, no como simples factores psicológicos sino como señales de la presión sobre nuestra libertad de un “espíritu” bueno o malo. En el fondo, comentaba alguien, estamos siempre más o menos inspirados. Ahora bien, la calidad de esas inspiraciones se conoce por los frutos que producen. Si acaso yo no puedo anticipar los frutos de una moción totalmente nueva, he tenido muchas ocasiones de ver los de mociones pasadas; puedo y debo aprender precisamente de esas experiencias; pero no lo haré si no me he fijado y no he reflexionado. (Recordemos lo dicho más arriba acerca de la “experiencia” en el crecimiento espiritual: supone, además de vivir algo, el volver reflexivamente sobre lo vivido para sacar provecho.) Este tipo de examen, como el más simple y con mayor razón, ha de comenzar por la invocación del Señor a fin de que nos conceda su luz y nos vaya mostrando Él mismo cómo ve las cosas. Como la meditación de un texto de la Sagrada Escritura, pero a partir de la vida, es una forma de oración, no una simple reflexión. Quizás podamos con provecho hacer ahora mismo un ejercicio personal de “examen” y luego compartir cómo nos fue. 3.2. Complemento de un examen atento son las “reglas” de discernimiento. Podríamos colectar una serie de ellas en los testimonios antiguos acerca de los Padres del Desierto y en autores clásicos de todos los tiempos. Felizmente, podemos ahorrarnos esa encuesta gracias al elenco que propone san Ignacio en sus Ejercicios cuya eficacia ha sido ampliamente comprobada4. ¡Esto no significa que su manejo sea infalible! Pero pueden educar un buen olfato espiritual, para luego obedecer mejor al Espíritu Santo5. Pasemos a un amplio comentario sobre la base del texto modernizado que tienen ustedes a mano. 4. Cuando hay que hacer una elección importante Lo primero que hay que tomar en cuenta es la libertad interior del que debe elegir o, en términos tradicionales, su “santa indiferencia”. San Ignacio prefiere la expresión más concreta de “ser indiferente” y la plantea desde el comienzo de los Ejercicios. Se trata de la clara voluntad de no imponerle a Dios la propia preferencia sino esperar que Él dé a conocer la suya6. Nadie puede proporcionar a otro esa libertad, pero podemos y debemos como acompañantes educarla en quienes guiamos, ayudar a que se desarrolle y fortalezca. Sin la ingenuidad de creer que un paso adelante en este campo será definitivo. En momentos de crisis o ante desafíos mayores, puede flaquear de nuevo. Incluso en quien se cree indiferente, la ilusión es frecuente, y hacer la verdad supone a veces una laboriosa abnegación7. Por otro lado, hablar de buscar la voluntad de Dios suscita en el imaginario de mucha gente la impresión de un desafío imposible o inclusive de una amenaza, o también de un designio preestablecido ante el cual sólo cabe una resignación fatalista. Esto último sería negar la libertad humana y hacer de Dios un tirano. Ni lo uno ni lo otro es conforme a la fe. Para quien necesite aclarar este asunto, remito a lo que escribió el P. Michel Rondet, traducido en la Ayuda Nº 16 del CEI (la segunda parte). Podemos suponer que, a personas simples de gran rectitud y fe viva, Dios sabe darles señales igualmente simples de su voluntad. A veces ni se plantean explícitamente la cuestión pero podemos ver que toman determinaciones correctas. Por eso, no hay que ofrecer a todo el mundo un proceso de elección tan elaborado como el que encontramos en el meollo de los Ejercicios de san Ignacio. Él mismo lo descarta tajantemente (EE 18c). La purificación del corazón, si es necesaria, se puede obtener de modo más simple a través del examen 4 Si alguien se interesa, le podré mostrar las cuatro reglas que ofrecía san Bernardino de Siena, anteriores a las de san Ignacio. 5 Tengo entendido que las leyeron en un curso anterior, por lo menos las de Primera Semana, pero que es bueno que las retomemos con más detención. 6 No cabe duda, esta misma disposición es también necesaria en todo momento, pero se hace aún más indispensable cuando estamos frente a una disyuntiva importante. 7 Este podría ser el lugar donde aclarar, si no está hecho, o recordar qué significan conceptos tan importantes en la vida espiritual como abnegación, renuncia, mortificación. ordinario y del sacramento de la reconciliación. Pero de las indicaciones y los ejercicios que san Ignacio propone en la Segunda Semana difícilmente se encontrará un equivalente, para cuando una persona joven y capaz8 se plantea (o debiera plantearse) el tema vocacional o cuando un adulto se encuentra en una encrucijada de gran alcance. Por eso, les entrego un resumen sinóptico hecho por el P. Carlos Aldunate que ustedes van a poder leer y lo comentaremos juntos en la próxima clase. Debo señalar que dos meditaciones y una consideración clave preceden el momento en que se puede usar estos métodos: la meditación de las Dos Banderas que se dirige al intelecto para evitarle la confusión, la de los Tres Binarios que apunta a clarificar y orientar la voluntad, y la consideración de las Tres Maneras de humildad que pretende mover la afectividad para la firme y decidida adhesión a Jesucristo. Ese conjunto está, a su vez, incluido en un período de oración y contemplación del Señor. Fuera de este marco de oración, el resto no funciona, es una abstracción infecunda, como la gramática de un idioma que no se hable. 5. En caso de situación moral irregular Hoy, no es infrecuente el tener que acompañar o ayudar a personas que viven fuera de las reglas que la Iglesia saca de su lectura fiel del evangelio. Esas personas, por lo general, están plenamente al tanto de su situación y del juicio de la Iglesia al respecto. Sin embargo, el mero hecho de que se acerquen a un miembro de la Iglesia -salvo que lo hagan para solamente justificarse y reclamar- significa que no renuncian a progresar en su amor a Dios y a los hermanos. Esta demanda nos interpela y, a veces, nos obliga. ¿Cómo proceder? Una primera observación útil se refiere a un momento anterior de la vida de esas personas. Algunas se dirigen a nosotros con un planteamiento que significa, en el fondo, ¿me puede aprobar o dar permiso para separarme, o para aceptar una segunda pareja, o para salirme de la vida religiosa a pesar de mis votos perpetuos, o para dar cauce a mi tendencia homosexual, o para dejar de pagar las imposiciones que les debo a mis operarios, etc.? Cualquiera sea el sufrimiento de la persona, el cual merece nuestra atención y apoyo, hay que dejarle en claro al interesado que no tenemos autoridad para dispensar de la obediencia al evangelio y a la Iglesia. En un primer momento, hemos de hacer lo posible para que la persona se mantenga fiel a sus compromisos y, más fundamentalmente, a su opción de vida cristiana. Pero la misma Iglesia, a través de su jerarquía, reconoce que hoy se hacen muchos matrimonios nulos que dejan la puerta abierta para una segunda opción más verdadera. Pueden también plantearse situaciones similares con los votos religiosos o con obligaciones contractuales. En estos casos solamente, y una vez aclarada la situación desde el punto de vista jurídico, cabe una mueva opción conforme a la fe y, eventualmente, un nuevo discernimiento para optar bien. Es legítimo. No así cuando ha habido ya una infidelidad: hay que llamar las cosas por su nombre, no engañar ni dejar a las personas autoengañarse. Ahora, volvamos al caso de quien se presenta cuando ya vive una situación irregular y, en principio, una vuelta atrás le es imposible. Hay que ayudar a esa persona desde el punto en que está, porque es lo que hizo el Señor con los pecadores que acudían a él. Hay en esas vidas algo irreparable, que ellas tienen que reconocer y de hecho a menudo reconocen con humildad y espíritu de penitencia. Una humildad y un espíritu de penitencia que, si bien no son siempre suficientes para permitir el acceso a la plena práctica sacramental, sí son una apertura a la gracia y al crecimiento en las virtudes teologales y morales, en una auténtica vida espiritual según Cristo. Rechazar a esas personas sería dureza farisaica y desconfiar de la gracia redentora9. Es evidente que su acompañamiento nos pedirá muchas veces una gran dosis de paciencia y de prudencia. Paciencia para escucharlas sin juicio precipitado, para no violentar su avance hacia la verdad y la justicia plena, para no imponerles lo que aún no pueden dar... Y prudencia para no llevarlas a callejones sin salida, para no transformarnos en “ciegos que guían a otros ciegos”. Una supervisión podrá ser entonces más necesaria que en otros casos y también, eventualmente, la consulta de algún moralista o confesor competente.