Discurso de Porfirio Díaz ante el anuncio de su postulación para presidente de la República Azalia López González El cuatro de julio de 1910, Porfirio Díaz festejaba su postulación para presidente de la República en selecta reunión que se dio cita en uno de los salones del Palacio. La nota refiere con lujo de detalle la fastuosidad con que se decoró el lugar y sobre todo el lugar de honor que ocupó el homenajeado, mostrando así la inalterable sujeción a los procedimientos para describir los rituales de la vida política de México (para ser más precisos le acompaña un retrato a mano donde aparece el mandatario erguido en medio de una mesa profusamente decorada). El discurso evoca algunas escenas para interpretar y analizar los símbolos habituales del poder; no se puede aprehender el momento sin darle un lugar a ese orden simbólico de lo político: la reunión con sus adoradores, fieles y seguidores conforman una estampa que muestra el fin de una época y la culminación de una forma de hacer política. El mensaje esgrimido por Díaz y dirigido a los presentes bosqueja a un interlocutor incapaz de sancionar las ideas vertidas. La idea incuestionable de que la modernidad política descansa en las actividades económicas va aparejada por la aprobación de su conducta como hombre público.La forma que adquiere cada una de las ideas: democracia, libre ejercicio de los derechos del ciudadano y respeto a las leyes, confluyen en un espacio personal para delinear lo que considerará más tarde como elementos tutelares de programa de gobierno. Destaca de manera natural el gran “esfuerzo” a que estaría sometido en caso de que el pueblo le reclamara una vez más sus servicios irremplazables, los cuales entregaría el resto de sus energías para preservar, como condición necesaria para el bienestar de los mexicanos. El énfasis que pone en la conservación del orden público va aparejada con los tiempos electorales que se vivía en el país: la campaña antirreleccionista encabezada por Madero restaba brillo a la organización de las reuniones reeleccionistas que por todo el país se venían realizando El 12 de julio, la capital de la República dio a conocer los resultados del conteo de votos que le correspondió como Distrito Electoral, organizado en nueve Colegios Electorales. El resultado fue abrumador para la formula Díaz-Corral: para presidente 881 y para vicepresidente 779. Los festejos no se hicieron esperar, música, banquetes, estandartes y vítores por parte de los clubes reeleccionistas del lugar. Y como parte del ritual para definir las representaciones del poder, el presidente del cuarto Colegio Electoral, el licenciado Prida, arribo a la residencia oficial del mandatario en el Castillo de Chapultepec para informarle que los electores del Distrito Federal cumplieron con un acto cotidiano en la vida de las instituciones democráticas, señalando insistentemente el voto efectivo y el sufragio real del pueblo. Las palabras del emisario, sin embargo, tendrían que ser puestas a prueba meses después, con el triunfo de la campaña antirreleccinista de Madero. Azalia López Gonzalez Señores: Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 Debo la bondad de todos vosotros, A nuestro amor por la paz y a vuestro entusiasmo por el progreso esta hermosa fiesta con que tanto me honráis y que trae a mi alma las impresiones más gratas por su forma democrática y por su significación política. Aquí se encuentran representadas todas las clases de la gran familia mexicana y principalmente aquellas que con su labor, su honradez y su patriotismo tanto han contribuido al progreso nacional. Después de mi ya larga jornada de hombre público, en la que he tenido la fortuna de agrupar a los buenos mexicanos y estimular sus energías, su valor y su civismo por el amor a la Patria, así en la guerra como en la paz, puedo ahora decir que son ellos, con el apoyo y con la labor consistente del noble pueblo mexicano, los que han determinado el adelanto actual, ese adelanto actual, ese adelanto al que aspiraron y contribuyeron heroica y patrióticamente nuestros mayores. A mis años y al terminar este periodo presidencial, me complace en extremo recibir de mis compatriotas la aprobación de mi conducta, porque ellos tienen el carácter perfecto para juzgarla y con su fallo favorable puedo retirarme tranquilamente a la vida privada: pero si, por circunstancias especiales, el pueblo reclama una vez más mis servicios, los prestaré, consagrando a la Patria el resto de mis energías. El programa de mi Gobierno será el mismo; pero tendrá todo el desarrollo que permita la evolución del progreso social y político, a fin de que el libre ejercicio de los derechos del ciudadano y el respeto a la ley por gobernados y gobernantes, mantengan el equilibrio y la armonía que hacen a los pueblos grandes y a las naciones poderosas. 174 Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 La base principal será la conservación de la paz, y estaré siempre abierto para dar a la sociedad completas garantías. Por fortuna, la paz es ya el medio natural en que vivimos: forma la convicción del pueblo mexicano, es la aspiración de todos y está sostenida por las escuelas, los ferrocarriles, las fábricas, los bancos y la actividad industrial, así como por el bienestar de las clases sociales. Pero si, contra estas previsiones, ocurre alguna perturbación del orden público, como puede acontecer en cualquier país civilizado, tiene el Gobierno los elementos necesarios para combatirla en el acto, como lo ha demostrado en el caso reciente de Valladolid. El alto crédito de México en el exterior, al que os habéis referido es, en verdad, una nota simpática, pues refleja el juicio de los extranjeros acerca de nuestras condiciones actuales y las del porvenir; y ese juicio es tanto más honroso, cuanto que es frío, sereno é imparcial y descansa sobre bases económicas, observación constante y estudios científicos. Me complace la justicia que le hacéis a mi buen colaborador, el señor Vicepresidente de la república, cuya conducta prudente y patriótica merece también mi elogio. Señores: Profundamente agradecido por todos vuestros favores y por vuestros altos testimonios de confianza, os invito a brindar por el progreso de México, bajo un cielo de respetabilidad y de prestigio. Fuente: El Imparcial, 4 de julio de 1910. Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 175