Manuel Castells y la historia

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Manuel Castells y la historia
Samuel O. Ojeda Gastélum
La era de la información, es la más reciente obra del sociólogo
Manuel Castells. En ella aborda los nuevos fenómenos que se vienen
gestando en el mundo contemporáneo, los cuales modifican todo un
conjunto de procesos históricos y realidades sociales. Para este autor,
los cambios en el orden tecnológico, económico, social y político son
de tal envergadura e interconexión que se vive el inicio de una nueva
era en la sociedad mundial: la era de la sociedad informacional.
En su análisis, entrelaza todo un conjunto de procesos y
acontecimientos de muy variada índole que trascienden el curso
histórico y el devenir de la vida humana. Cambios tecnológicos,
reestructuraciones productivas, flujos mercantiles y financieros,
modificaciones en la división internacional del trabajo, nuevos senderos
del mercado laboral y las relaciones de trabajo, los roles, debilidades y
disyuntivas de los estados nacionales, las acciones de distintos actores y
movimientos sociales, la cohesión en torno a nuevas identidades, las
dimensiones del crimen y el narcotráfico, los avatares de la política y la
cultura. Todos estos fenómenos, con mayor o menor detenimiento,
reciben la observación crítica de Castells para vertebrar esta nueva ruta
por donde se conduce nuestra sociedad actual.
Sus distintos objetos de análisis se presentan en vínculo con el
resto de la realidad social; es decir, con su debida contextualización,
destacando sus nexos, fisuras, continuidades y confluencias con el resto
del fenómeno social. Esta visión totalizadora permite un justo equilibrio
en el proceso de análisis, evitando ponderaciones individuales o que la
parte se imponga sobre el todo.
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Para este autor, la sociedad actual tiende a regir su desarrollo a
partir de redes. Esta forma organizacional abarca todo el conjunto de la
estructura social. Particularmente, destaca una nueva realidad
económica cimentada en redes globales de capital, gestión e
información, donde el conocimiento tecnológico es básico para alcanzar
la productividad y la competencia.1
Lo anterior genera un conjunto de cambios sociales, entre los que
destacan: una disminución de la estructura obrera tradicional, la
feminización del trabajo y una crisis del patriarcado; un abandono por la
naturaleza que ha provocado una creciente conciencia medioambiental;
en otro orden, los sistemas políticos experimentan una crisis de
legitimidad; el Estado-nación presenta claros signos de debilitamiento,
así como el Estado de bienestar.
Al ahondar en esta realidad económico-social, Castells reconoce
que esta nueva sociedad es igual o mucho más capitalista que antes, al
mantenerse su regla básica: la obtención de ganancia y apropiación
individual de la misma, fincada en la existencia de la propiedad privada
como garante del sistema. Sin embargo, con el arribo del
informacionalismo, no existe un capitalista colectivo homogéneo; las
relaciones de trabajo tienden a individualizarse, dejando atrás la
estandarización; se presenta una fragmentación interna de la mano de
obra entre productores informacionales y trabajadores genéricos
reemplazables; un segmento importante de la sociedad es rechazado de
la economía global, padeciendo la exclusión social.2
Según Castells, al tiempo que esta nueva economía auspicia
nuevos competidores –como los países asiáticos del Pacífico–,
desconecta de su red a poblaciones y territorios que carecen de interés
para este capitalismo global; ocasionando que esta exclusión social se
cierna sobre una gran parte de la población mundial, ubicada en áreas
Manuel Castells, La era de la información, México, Siglo XXI, 1999, vol. I, p. 507.
2
Ibid., vol III, p. 380.
1
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urbanas, regiones y países enteros; sector social que el autor denomina
el "Cuarto Mundo". También se alude a la "conexión perversa"de
algunos sectores de este Cuarto Mundo con esta economía global
mediante el crimen organizado.
Castells analiza a las denominadas sociedades estatistas. En el
caso de la exURSS destaca su incapacidad para incorporarse a esta
sociedad informacional, su estancamiento económico, convulsión social
y el resurgimiento de las identidades nacionales y culturales, así como
los deseos de democracia e independencia. Continuando este eje de
análisis, también se detiene en el caso del estatismo chino, sus afanes
por insertarse al informacionalismo, a costa de desdibujamientos
socialistas.
La Unificación de Europa no escapa a su mirada crítica. Afirma
que dicho proceso no podrá culminarse satisfactoriamente solo a partir
de medidas políticas, financieras y mercantiles. En su opinión, no existe
una identidad europea,3 elemento indispensable para una real
unificación. Para construir esta identidad, plantea la necesidad de
emprender un proceso de construcción definido como Identidad
Proyecto, consistente en un programa de valores sociales y objetivos
institucionales tras el cual se integre la ciudadanía, en este caso la
europea.
En lo referente a los movimientos sociales actuales, señala como
rasgos característicos su fragmentación, localismo y el abordaje de
asuntos monotemáticos. Asimismo, considera que los individuos
tienden a agruparse en torno a identidades primarias como lo étnico,
religioso o territorial. Para Castells, la identidad se está convirtiendo en
la fuente principal de significación humana, ante este nuevo mundo
donde se vive el desmantelamiento de organizaciones, deslegitimación
de instituciones, debacle de movimientos sociales y expresiones
culturales; esta identidad es el único asidero frente a esta etapa histórica
caótica, convulsa e inaprehensible.
3
Para Castells, Europa se caracteriza por su diversidad religiosa, etnicidad y la predominancia de identidades nacionales heterogéneas.
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En fin, a lo largo de esta obra se abordan los problemas y
fenómenos cruciales característicos del mundo actual, todo para
destacar que se vive una etapa de ruptura histórica y la gestación de una
nueva era planetaria.
Después de este ligero repaso sobre el contenido de La era de la
información, es de reconocer la vastedad de temáticas abordadas y
riqueza en el análisis. La obra, si bien descansa su soporte analítico en la
sociología, se nutre de una gran diversidad de disciplinas y ciencias
auxiliares, permitiéndole enriquecer la investigación, así como abrir un
amplio abanico de opciones para emprender futuros análisis sociales,
para las cuales La era de la información es un referente obligado.
Las pretensiones de estas líneas son modestas, no buscan
incursionar en el grueso de los planteamientos contenidos en dicha obra,
ni siquiera elaborar una reseña de la misma, se limitan a formular breves
comentarios sobre: a) la utilización de la historia para explicar el
desarrollo económico de la sociedad, b) las conexiones con algunas
visiones historiográficas que le sirven de apoyo a lo largo de la obra, y
c) su visión sobre la evolución y el cambio histórico. Puntos que
considero centrales en la conexión del autor con el campo de la historia.
Obvio es decir, que es una incipiente incursión, la cual requerirá del
concurso de nuevos y mejores esfuerzos.
Innovación tecnológica, desarrollo económico e historia
El énfasis en las transformaciones tecnológicas y los avances del
mundo material como salvoconductos para colocar a una sociedad en
un nivel superior de desarrollo y como determinante para la evolución
histórica, es una idea lejana en el tiempo pero muy socorrida en los
últimos años. Estos elementos juegan un orden distinto en La era de
la información.
Manuel Castells sostiene que la tecnología plasma la capacidad
de la sociedad para transformarse, pero por sí sola, no determina el
desarrollo que habrá de cursar una sociedad o país determinado. Tan lo
considera que su obra está compuesta por un análisis global de la
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sociedad, abarcando lo estructural, las identidades, movimientos
sociales, el estado, la política, y fenómenos como la caída de la Unión
Soviética, la unificación europea, el despegue de los países asiáticos, la
pobreza y marginación social en el mundo, el espectro del crimen, etc.;
es decir, busca una visión totalizadora de la realidad, que le permita
integrar los diversos aspectos o realidades que configuran este
fenómeno actual, sopesando cada uno de ellos y observándolos como
una totalidad social. En otras palabras, para Castells, la realidad es
multicasual, y solo en su especificidad concreta puede valorarse el peso
que cada uno de los factores componentes de un fenómeno juegan en su
dinámica interna.
El peso otorgado a la tecnología en el desarrollo de una sociedad
se expresa claramente cuando aborda varios ejemplos de países que se
colocaron en los albores de la industrialización pero que siguieron
trayectorias diferenciadas. Por ejemplo, apoyándose en historiadores de
la tecnología, así como del campo de la economía, pondera los casos de
China y Japón.
En lo referente a China, señala que, para los albores del siglo XV,
era la nación más avanzada tecnológicamente; ostentaba esta posición
gracias a que sus inventos y avances (papel, imprenta, pólvora, reloj de
agua, altos hornos para la fundición de hierro, introducción del arado de
hierro, adelantos en el ámbito textil y marítimo, etc.) databan de siglos e
incluso de un milenio. Esta realidad los colocó al borde de la
industrialización y sin embargo no se dio ese paso hasta varios siglos
después. Castells se pregunta ¿Por qué una cultura e imperio que fue
líder tecnológico por milenios se estancó al tiempo que Europa iniciaba
una época de descubrimientos que desembocaron en la Revolución
Industrial?
Para encontrar la explicación no se interna en la esfera estructural,
sino en la cultura, la sociedad y sus instituciones. Por ejemplo, destaca
como, a diferencia del mundo europeo, China estaba muy inclinada a la
relación armoniosa entre hombre y naturaleza, y la innovación
tecnológica ponía en riesgo dicha armonía. Otro aspecto es que el
Estado fue una piedra angular para ese estancamiento y retraso
29
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tecnológico:
la
innovación
tecnológica
se
desarrolló,
fundamentalmente, bajo la conducción estatal; a partir de 1400, la
dinastía dominante fue desplazada y los nuevos gobernantes
abandonaron la ruta del desarrollo tecnológico y se centraron en el
impulso de las artes, la cultura y el engrandecimiento de la burocracia
imperial. La causa de tal actitud pudo ser el temor de los gobernantes a
los posibles impactos del desarrollo tecnológico sobre la estabilidad
social China y de su mandato en lo particular.
En contraparte, destaca el caso de Japón, país que transitó un
sendero muy distinto. Desde poco antes de la mitad del siglo XVII hasta
mediados del XIX, esta nación vivió un proceso de aislamiento, incluso
mayor que China: se prohibió la construcción de barcos de capacidad
superior a 50 toneladas; a excepción de Nagasaki, en el resto de sus
puertos se prohibió el acceso a extranjeros, por tanto, el comercio
exterior fue extremadamente limitado (solo se extendió a China, Corea
y Holanda). Sin embargo, el aislamiento no fue total y durante esos dos
siglos la innovación tecnológica interna prosiguió, aunque a paso lento.
En 1868, se suscitaron cambios en el régimen dinástico, se presentó la
llamada restauración Meiji y con ello las condiciones políticas para la
modernización del país bajo la conducción del nuevo Estado. Pese a su
modesto desarrollo, inferior al de China, al entrar al último cuarto del
siglo XIX, despuntaba en la ingeniería eléctrica y sus aplicaciones en
materia de comunicaciones.4 Un nuevo proceso con similares resultados
experimentaría tras la Segunda Guerra Mundial; desde su condición de
país perdedor y con daños catastróficos por el conflicto, la economía y
tecnología japonesa alcanzó un impresionante desarrollo bajo la
conducción estatal.
Otro caso a resaltar dentro de la obra, es el estudio contenido
sobre la evolución ocurrida en la extinta Unión Soviética en los ámbitos
tecnológico y económico. Castells sostiene que las raíces del derrumbe
soviético se localizan en la incapacidad del estatismo para enfrentar la
revolución tecnológica informacional y para conducir sus pasos a una
4
Sobre estos dos ejemplos, véase, Ibid., vol. 1, pp. 34‐39.
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nueva era histórica, debido a su orientación de construir un sistema
social basado en la maximización del poder estatal, subordinando la
acumulación de capital y la legitimidad social.
Esta conclusión la extrae de analizar el proceso histórico
experimentado por la Unión Soviética desde su constitución a la fecha.
De ser una economía pobre, emprendió un acelerado crecimiento que,
para finales de los 50's, le permitió constituirse en una economía
industrial avanzada y mantener una paridad militar estratégica con
Estados Unidos, e incluso descollar en algunos aspectos de la carrera
espacial. Así como contar con sólidos recursos científicos, industriales y
tecnológicos. Todo sobre la base de una economía centralizada dirigida
por un Estado fuerte que movilizó fuerzas sociales y toda la
organización institucional de la economía soviética, bajo conocidos
ropajes ideológicos y militares. En la medida que esta economía
planificada se volvía más compleja, organizativa y tecnológicamente, se
generaron rigideces y desequilibrios, los cuales tendieron a disminuir la
productividad.
Según Castells, el aislamiento económico internacional, si bien
fue palanca del crecimiento durante décadas, le impidió tener capacidad
de competitividad en los momentos en que se conformaba un sistema
global interdependiente. Además, el sector militar-industrial funcionaba
como un agujero negro de la economía, absorbiendo gran parte de la
energía creativa de la sociedad en lo referente a recursos económicos,
científicos, infraestructurales y capacidades intelectuales. Por tanto, a la
larga, el plan y la lógica estatista impidió el desarrollo y terminó
socavando la existencia misma del Estado.
Este fenómeno se inscribe dentro de los razonamientos esbozados
por el historiador Douglas North, quien sostiene que los cambios en la
tecnología militar influyen sobre el tamaño del estado y sobre el
poder de negociación de los gobernantes frente a los gobernados y
los demás gobernantes. Además la evolución de la apreciación
individual sobre la justicia o injusticia de las relaciones de
31
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intercambio modifica la ideología; por lo tanto, los costos de hacer
cumplir y respetar las reglas también se modifican.5
Para Castells, el núcleo de la crisis tecnológica en la Unión
Soviética se encuentra en la lógica fundamental del sistema estatista: la
prioridad al poder militar, el control político-ideológico de la
información por el Estado, los principios burocráticos de la economía
central planificada, el aislamiento internacional, y la incapacidad de
modernización tecnológica. Esta crisis condujo al abatimiento del
estado soviético tras el resurgimiento de la identidad nacional, ya sea
arraigada históricamente o auspiciada e inventada desde la política
estatal.6 De aquí desprende su siguiente razonamiento:
Como suele suceder en la historia, las cuestiones estructurales no
afectan a los procesos históricos hasta que se alinean con los
intereses personales de los actores sociales y políticos.7
Este bosquejo sobre la evolución de la Unión Soviética demuestra
el peso, correlación e interdependencia asignado por Castells a la
tecnología y economía dentro de los entornos superestructurales: el
papel del estado en sus tareas de gestión, organización y dirección
económica; el peso de la cultura productiva, ideología e identidad, como
agentes dinámicos que influyen en la marcha, retroceso o estancamiento
de la vida tecnológica-productiva de una sociedad.
A partir de estos ejemplos históricos, Castells formula las
siguientes conclusiones: a lo largo de la historia, el Estado ha sido una
fuerza de primer orden en el impulso o la retención de la innovación
tecnológica, factor decisivo para dicho proceso, pues expresa y organiza
en torno suyo a las fuerzas sociales y culturales que operan y ejercen
dominio en una sociedad históricamente determinada. Por tanto, para
comprender el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, éstas
Douglas C. North, Estructuras y cambio en la historia económica, Madrid, Alianza Universidad, 1984, p. 234.
6
Al respecto, véase, Manuel Castells, op.cit., vol. III, pp. 29‐87.
7
Ibid., p. 73.
5
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32
deben analizarse dentro del proceso histórico específico que cursa una
sociedad; es decir, el desarrollo productivo y tecnológico sólo se puede
explicar a partir de interconectarlo con los fenómenos sociales,
políticos, culturales y los marcos institucionales dentro de los cuales se
expresa.
Este razonamiento demuestra su manejo cuidadoso de la historia
como disciplina auxiliar, así como su procupación por establecer nexos
entre pasado y presente, ya que como afirma “nuestra experiencia de lo
nuevo le da forma nuestro pasado reciente”.8 Basándose en tal premisa,
para explicarse de mejor manera los fenómenos del presente necesita
recurrir al pasado. En este caso, sus reflexiones y referencias
historiográficas se conectan con una forma particular de observar la
evolución de los fenómenos de la economía en el pasado, el asumido
por la New School Economic History, específicamente con la corriente
neoinstitucionalista cuyo representante más destacado es Douglas
North, premio Nobel de Economía en 1993.
Esta corriente historiográfica se centra en el análisis del cambio
económico. Aborda el contexto en que ocurre dicho cambio; centra su
atención es el estudio del crecimiento, estancamiento o declive de la
economía; así como el bienestar de los grupos económicos; la
organización y la gestión económica. Para North, uno de los problemas
claves para realizar estudios de historia económica es explicar el cambio
institucional. Lo que implica adentrarse en los marcos institucionales
dentro de los cuales tiene lugar el desarrollo estructural de una sociedad
y la forma en que sus instituciones se modifican a través del tiempo.
En este análisis institucional, se incorpora el estudio de las
ideologías y la cultura como condicionantes del comportamiento
institucional. Asimismo, se destaca el importante papel del Estado,
mediante sus relaciones contractuales y normativas sobre la
organización y el desarrollo económico. Otro elemento esgrimido es
que el desarrollo y la acumulación de conocimientos impone un orden
evolutivo en el cambio secular de las instituciones políticas y
8
Ibid., p. 60.
33
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económicas. Al analizar la economía, se introduce el factor tiempo y el
accionar humano como influencias desestabilizadoras, pues se generan
cambios cuando los individuos que componen las instituciones son
desplazados o sustituidos por otros. Dicho cambio es aplicable a los
conocimientos incorporados al desarrollo tecnológico. En pocas
palabras, se incorpora el comportamiento humano a través de las
instituciones para el estudio del proceso que experimenta el desarrollo
tecnológico y económico a través del tiempo, lo que implica que este
análisis histórico tenga un marcado carácter multidisciplinar.
Este conjunto de características se encuentra en el cúmulo de
referencias históricas, recreadas por Castells, al analizar procesos
económicos y tecnológicos. Es enfático cuando afirma que la
innovación tecnológica no es un fenómeno aislado, ya que es el reflejo
de un estado determinado de conocimiento, un entorno institucional e
industrial particular, la existencia de ciertas aptitudes para resolver un
problema técnico, una mentalidad económica ad hoc y una red de
productores y usuarios que se retroalimentan9. Estos señalamientos
marcan un gran acercamiento con los elementos empleados por la New
School Economic History, al momento de analizar las economías del
pasado. Herramientas utilizadas por Castells, no sólo para observar el
caso chino o japonés, sino a todo lo largo de su investigación.
Por ejemplo, cuando se adentra en un ligero tratamiento sobre las
dos revolución industriales: una iniciada durante el último tercio del
siglo XVII y con epicentro en Inglaterra; y la segunda, desde mediados
del siglo XIX, auspiciada desde Alemania y Estados Unidos; o cuando
se detiene en el proceso de industrialización ocurrido en España durante
estos dos grandes procesos de innovación tecnológica, los
razonamientos extraídos van en el mismo tenor: la reproducción de las
condiciones sociales específicas que fomentan la innovación y el
proceso industrializador responden a pautas culturales e institucionales,
así como económicas y tecnológicas; por ello, la transformación de los
9
Ibid., vol. I, p. 63.
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34
entornos sociales e institucionales pueden alterar el ritmo y la geografía
del desarrollo tecnológico.10
Aun más, esta orientación para abordar los fenómenos tomando
en cuenta su historicidad y dentro de ella los contextos culturales e
institucionales, es un hilo conductor de Castells para explicarse todas y
cada una de las temática abordadas: el debilitamiento del estado nación,
el movimiento feminista, la crisis del patriarcado, el movimiento
ecologista, el Cuarto Mundo, etc; estos análisis discurren bajo una clara
visión retrospectiva. Por ejemplo, al someter a análisis a movimientos
sociales como el neozapatista en México, la Milicia estadounidense y
Aum Shinrikyo de Japón, destaca sus profundas diferencias, vinculadas
a sus orígenes histórico/sociales y con el grado de desarrollo
tecnológico de sus sociedades. Ahonda en sus tradiciones históricas
particulares, para después realizar generalizaciones como la referente a
que estos nuevos movimientos sociales surgen de las profundidades de
las formas sociales históricamente agotadas.11
En síntesis, Manuel Castells recurre a los contextos históricosociales para explicarse los cambios, ritmos y profundidad de las
trasformaciones tecnológicas y los procesos económicos. Amplía sus
análisis estructurales con la realidad superestructural, considerándolas
en una relación dinámica, es decir formando parte de un todo.
Elementos encontrados no sólo en el análisis de los procesos del
pasado, sino en las temáticas del presente abordadas a lo largo de la
obra aludida.
Las referencias históricas: una constante en Manuel Castells
Enlistar los usos, soportes o contrastes con etapas o análisis históricos
es sumamente difícil por la profusión que alcanzan a lo largo de los
tres volúmenes de La era de la información. Lo importante a destacar
es su alusión, no sólo para encuadrar o añadir contextos o
antecedentes necesarios para toda obra, sino su utilización para
Ibid., p. 64.
Ibid., vol. II, p. 132. 10
11
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entender el presente sujeto a análisis, mediante un manejo crítico de
estos referentes históricos.
Un caso ilustrativo es cuando aborda lo relativo al nacionalismo.
Para explicar su esencia, se remite a comprender su génesis y,
expresamente, recurre a la teorización elaborada por el historiador
inglés Eric Hobsbawm, mediante sus estudios sobre la consolidación de
los estados nacionales y la reestructuración político-territorial europea
durante los siglos XVIII y XIX. Hobsbawm, sostiene que el nacionalismo
es una construcción histórica efectuada de abajo hacia arriba, es decir
por el grueso de la población al compartir atributos lingüísticos,
territoriales, étnicos, religiosos y políticos; a la cual denomina
protonacionalismo, pues sólo cuando se constituye el estado-nación,
adquiere existencia dicho nacionalismo, ya sea como expresión de ese
estado-nación o como un desafío al mismo en pro de erigir un estado
diferente.
Castells, si bien acepta la aplicación de las afirmaciones de
Hobsbawm para determinadas circunstancias históricas, difiere en su
adopción como modelo general. Su distancia con los planteamientos del
historiador inglés, no la realiza desde el plano de la abstracción teórica,
sino tras su contraste empírico con una realidad específica: el proceso
de debilitamiento actual de los estados nación frente al desarrollo de la
sociedad informacional. Acepta que el nacionalismo se construye
mediante la acción social, pero difiere en que el nacionalismo, como
fuente de identidad, se reduzca o vaya a tono con las acciones o
construcción de un estado nación. La inconsistencia de dicho
planteamiento teórico lo atribuye a que el nacionalismo y las naciones,
tienen vida y dinámica propia e independiente, no sólo ni
fundamentalmente limitada a la condición de estado.
Para ilustrar lo anterior, destaca casos como la extinta Unión
Soviética, donde se presentó un ascenso del nacionalismo al tiempo de
ocurrir la debacle del estado soviético; éste último, fue incapaz de
construir la identidad nacional por sí mismo. Asimismo, alude al caso
de Cataluña, donde existe una identidad construida a partir de una
lengua e historia compartida por la población, la cual data de cientos de
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años y experimenta un proceso continuado de autoidentificación y
renovación; sin embargo, no se han propuesto la construcción de un
nuevo estado, diferente al español; esto denota, una clara diferenciación
entre la identidad nacional y la configuración y poder del estado.12
Por otra parte, otro aspecto a destacar en Castells es que sus
referencias históricas no siempre son explícitas; a veces son tenues o
sutiles sin que esto implique un uso tangencial. Por ejemplo, cuando
incursiona en el estudio de los movimientos sociales, señala lo
siguiente: "sostengo la norma clásica de que no hay clase sin
conciencia de clase y el principio metodológico fundamental para
definir los movimientos sociales por los valores y fines que expresan".13
A partir de este señalamiento, se deduce que, además de abordar
a los movimientos sociales apoyado en los marcos teóricos y analíticos
establecidos por Alan Touraine, la afirmación "no hay clase sin
conciencia de clase" y asumirla como "norma clásica", implica su
identificación con los planteamientos del reconocido historiador
Edward P. Thompson, y su cercanía con toda una corriente
historiográfica como la historia social inglesa, de la cual, dicho sea de
paso, forma parte Hobsbawm.
Para Thompson, la clase aparece cuando algunos hombres, como
resultado de experiencias comunes, sienten y articulan la identidad de
sus intereses, contra otros hombres cuyos intereses son diferentes e
incluso opuestos. La experiencia de clase está determinada por las
relaciones productivas en que se desenvuelven los distintos grupos
humanos y la conciencia de clase es la manera como se traducen estas
experiencias en términos culturales, encarnándose en tradiciones,
sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Lo anterior, le
12
Para ahondar sobre las opiniones polémicas de Castells con respecto a Hobsbawm, así como en los ejemplos soviético y catalán, véase, Ibid., vol. II, pp. 50‐73.
13
Ibid., p. 226.
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permite afirmar: "una clase es tanto una formación cultural como
económica".14
La investigación emprendida por Castells sobre diversos
comportamientos y acciones humanas, así como el sostenimiento de
esta afirmación sobre el ser y la conciencia de clase, le da un gran
sentido histórico a sus interpretaciones sobre la acción colectiva y los
movimientos sociales, ya que asume el concepto clase como categoría
histórica, es decir derivada de la observación del proceso social a lo
largo del tiempo. Por ello, al analizar grupos sociales específicos, como
los movimientos feministas, homosexuales, fundamentalistas, el
neozapatista, así como en las expresiones actuales del movimiento
obrero, se denota que asume por clase no un concepto estático y solo
derivado de determinadas relaciones de producción, sino un fenómeno
histórico unificador, donde la identidad como clase se adquiere cuando
tras vivir los hombres y las mujeres dentro de determinadas relaciones y
estructuras económicas, y experimentar realidades o situaciones
determinantes dentro de un conjunto de relaciones sociales, comienzan
a luchar por sus intereses y en este proceso de lucha se identifican como
clase. La conciencia de clase y la clase surgen a partir y como producto
del desarrollo de relaciones humanas; constituyendo la ultima fase de
este proceso. Por lo tanto, cuando en su obra refiere los procesos a
cursar por los movimientos y actores sociales, señalando el paso de
identidades de resistencia a la construcción de identidades proyecto,
implica hermanarse implícitamente con estas conceptualizaciones
emanadas del campo de la historia.
El fin de la historia y el cambio social en La era de la información
Hasta hace algunas décadas, era consensual en el mundo
historiográfico la idea de que la historia tenía como objetivo estudiar
el pasado a fin de comprender el presente y contribuir en la
construcción de un futuro mejor. Las dos corrientes historiográficas
14
Edward P. Thompson, La formación histórica de la clase obrera en Inglatterra: 1780‐1832, Barcelona, Edic. Laia B, 1977, p. 13.
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más significativas del siglo XX coincidían en tal paradigma. En el
caso del materialismo histórico, ponderó mas la contribución de la
historia a un proyecto de transformación social. La corriente de
Annales, por su parte, insistió en la conexión pasado-presente; en el
estudio del pasado para comprender el presente se fincaba la utilidad
de la historia.
Sin embargo, diversos sucesos contribuyeron para que dicho
consenso se pusiera en entredicho. Los cambios iniciados en la sociedad
mundial desde el último tercio del siglo XX, auspiciados por la
revolución tecnológica, el surgimiento de una economía global
cimentada en el informacionalismo, el desplome del estatismo
simbolizado con la caída del Muro de Berlín y la posterior
desintegración de la Unión Soviética, así como el conjunto de sucesos
que trajeron aparejados estos fenómenos y hechos históricos,
auspiciaron el surgimiento de teorías que anunciaban el fin de la
historia, alcanzando gran difusión en el campo intelectual.
Francis Fukuyama es autor de una obra titulada, precisamente, El
fin de la historia, en ella se asegura que la modernidad ha llegado a su
destino final, mediante la generalización y omnipresencia de la
democracia liberal, emulando las ideas hegelianas que caracterizaban al
Estado Prusiano como la forma superior de la evolución política.
Fukuyama se manifiesta a favor de la universalización de la democracia
liberal, como un régimen político imposible de mejorar, así como en la
vigencia perene del capitalismo y su sistema de mercado. En su opinión,
democracia y capitalismo conducen al progreso material y espiritual de
la humanidad.
Esta teoría adopta una "nueva" visión del desarrollo histórico,
propiciando un destello fugaz de neohegelianismo imbricado con la
denominada sociedad posindustrial. Asimismo, lleva implícitas
valoraciones sociales, políticas e ideológicas pregonadas por el llamado
posmodernismo. Fukuyama culmina el proceso de evolución histórica
una vez que ha desembocado en su estadio supremo y final: el estado
homogéneo y universal encarnado por la democracia liberal.
39
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La historia es, desde esta óptica, un proceso unitario, coherente y
direccional regido por un mecanismo de progreso al que se hallan
sujetas todas las sociedades humanas. Se trata de un progreso histórico
propiciado por dos mecanismos esenciales: el desarrollo tecnológico y
la democracia liberal, cristalización política del progreso y la historia
consumada. Su objetivo es alcanzar una meta futura fijada con
anterioridad y al margen del propio devenir humano. Para él, la
democracia liberal es el punto final de la evolución político-ideológica
de la humanidad, la forma final de gobierno, y en consecuencia, marca
el fin de la historia.
Siguiendo caminos y propósitos sumamente distintos, esta idea
del progreso, como meta prefijada por la humanidad, no es ajena hasta
para el propio Carlos Marx, quien, implícitamente, establece que tras el
derrumbamiento de la sociedad capitalista, triunfo del proletariado y
con la edificación de la sociedad comunista, desaparecen las clases
sociales y la lucha entre éstas, ésta última sería el elemento dinamizador
de la historia.
Por tanto, las sociedades humanas estarían regidas por un proceso
ascendente que se inicia en una etapa inferior y que culmina con el
referido final de la historia; es decir las sociedades se desarrolarían por
un impulso liberador que culmina ya sea con el capitalismo liberal o con
el comunismo. Por tanto, los diferentes tipos de sociedades existentes en
el tiempo y en el espacio son concebidas como etapas de esa evolución
progresiva y tienden a sumirse en un modelo social supremo
previamente fijado.
En la obra de Fukuyama se encuentra esta idea de la historia
como proceso evolutivo con metas preestablecidas, la cual estaría por
culminar tomando en cuenta presupuestos fácilmente observables: la
identificación de la meta de llegada, a partir de una supuesto consenso
universal avalado por los hechos sobre las bondades del circuito (el
capitalista), pues las otras opciones han demostrado su fracaso y por
tanto rayan en la utopía. Esta idea de la historia y el acontecer social se
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distingue por ser altamente predictiva, cayendo –implícitamente– en
una visión providencialista de la historia.
Los señalamientos contenidos en esta publicación, encontraron
airadas respuestas del grueso del campo historiográfico, rechazando esta
negación de la teoría progresiva del cambio en la historia y los
conceptos fatalistas y providencialistas que le atribuye al acontecer
histórico. Los cuestionamientos son abundantes y este escrito no busca
ahondar dicha polémica entre el gremio de los historiadores, se alude
tan sólo para apuntalar las ideas castelianas sobre esta temática, así
como su visión ante el progreso y el cambio social.
La visión de la historia y el futuro de la sociedad presentada en la
obra de Manuel Castells, difiere sustancialmente de la postura de
autores como Francis Fukuyama. Un elemento central de las ideas
esbozadas en La era de la información es que no existe una
direccionalidad premeditada ni una meta preestablecida en la historia.15
Sostiene que el único un sentido de la historia es la historia que
sentimos, la que fluye con toda su especificidad, pluridireccionalidad,
discontinuidades y riqueza. Son estos elementos los que muestra
Castells cuando discurre históricamente los sujetos y fenómenos que
pasan por su incisivo análisis, englobándolos dentro de un proceso
discontinuo, sometido a la variación y la diferencia, con un alto grado
de contingencia y con una diversidad de centros y circunstancias que
hacen de ellos un fenómeno multipolar.
Asimismo, la relación causal entre crecimiento de las fuerzas
productivas y cambio histórico, no las deduce automáticamente –como
lo hace Fukuyama– de su condición de único factor acumulativo de la
historia. Utiliza el concepto de fuerzas productivas en un marco de
totalidad, en cuyo seno se atiende a la articulación (o no articulación) de
los diversos componentes de la realidad social. Bajo esa premisa aborda
Las alusiones en este sentido son reiterativas a lo largo del segundo volumen de su obra, a manera de ilustración, véase, Manuel Castells, op. cit., vol. II, p.25, 93 y 269.
15
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los cambios tecnológicos y estructurales de la sociedad mundial de fin
de milenio.
En el estudio de procesos históricos específicos, se denota una
postura totalmente distinta de la adoptada por Fukuyama. Por ejemplo,
Castells cuestiona al régimen estatista encabezado por la ex Unión
Soviética pero no cae en otra utopía como la democracia liberal, No
coloca al capitalismo informacional como palanca o puente que
garantice el progreso material y espiritual de la humanidad; descansa en
la acción social y el cambio su esperanza de una sociedad mejor.
En su distancia con respecto a las ideas apologéticas sobre la
democracia liberal, es muy enfático, desde el prólogo mismo de su obra,
cuando afirma:
Confundidos por la escala y el alcance del cambio histórico, la
cultura y el pensamiento de nuestro tiempo abrazan con frecuencia
un nuevo milenarismo. Los profetas de la tecnología predican una
nueva era, extrapolando a las tendencias y organizaciones sociales
la lógica apenas comprendida de los ordenadores y el ADN. La
cultura y teorías posmodernas se recrean en celebrar el fin de la
historia y, en cierta medida el fin de la razón... La asunción
implícita es la aceptación de la plena individualización de la
conducta y de la impotencia de la sociedad sobre su destino.16
Por otro lado, esta vieja idea, incubada desde la Ilustración, sobre
el progreso indefinido generador de estructuraciones sociales cada vez
más desarrolladas y cualitativamente superiores, no tiene gran sustento.
Como lo menciona Castells, la sociedad ha enfrentado guerras
mundiales y atrocidades políticas, deterioro irreversible del medio
ambiente, así como la esfumación de un bienestar económico pleno y
generalizado para el género humano, pues los beneficios adoptan una
intrincada forma piramidal que sólo favorece a un sector minoritario de
la sociedad, así como a un reducido número de países desarrollados y
condena al resto de la humanidad a la miseria. Otro golpe a esa idea del
Ibid., vol. 1, México, Siglo XXI, 1999, p. 30.
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progreso inalterable y predefinido ocurrió a partir de la caída de los
países del llamado socialismo real, que proclamaban un proceso
edificador de la sociedad comunista a su seno y ahora buscan en el
capitalismo la solución a sus problemas económicos y sociales, al
parecer sin mucho éxito.
Aun más, es obvio que lo moderno está atrapado en un proceso
de aceleración y destino sin freno. Sin embargo, tiene una paradoja o
ambigüedad, en ocasiones éste rechaza lo antiguo, pero tiende a
refugiarse en la historia: esta época que se dice y se quiere nueva, se
deja obsesionar por el pasado, por la memoria, por la historia. Es decir,
se puede caer en el tradicionalismo por el exceso de modernidad. Por
ejemplo, si tomamos uno de los casos aludidos por Castells, entre los
cabales de la Argelia rural, la penetración de la revolución industrial
destruyó las estructuras tradicionales, pero cien años después el
tradicionalismo reapareció para asumir no sus antiguas funciones, pues
no existían formas de ser ejercidas, sino como una apelación a la
modernización. Frente a realidades como ésta, el historiador francés
Jacques Le Goff afirma: “la creencia en un progreso lineal, continuo,
irreversible, que se desarrolla de acuerdo con el mismo modelo en todas
las sociedades, ya casi no existe”.17 La historia y la vida misma no
marchan por un sendero único e irreversible.
Incluso, se han despertado numerosas dudas sobre la propia
esencia positiva de este multicitado progreso. La utilización bélico
destructiva de las investigaciones científicas y la constatación de que los
grandes problemas de la humanidad –injusticia social, hambre,
subdesarrollo– no sólo no se han resuelto con el progreso científico,
sino que se han incrementado. Además, a ello se ha sumado la
preocupación fundada de la ecología planetaria; la transformación de la
condiciones biológicas de la tierra, ha dado pie a la estructuración de
movimientos sociales que critican el actual curso de la historia y
puntualizan en las contradicciones inherentes a la idea del progreso,
divorciado de la vida y el espíritu humano.
Jacques Le Goff, Pensar la historia, Barcelona, Paidós, 1997, p. 16.
17
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Ante este panorama tan desolador, bien valdría tomar en
cuenta la disyuntiva que nos presenta, el historiador Carlos
Barros:"O la humanidad devuelve al hombre, y a su medio
ambiente, al centro de interés de la actividad política y económica o
el descalabro final –ecológico, demográfico, ético, social– a manos
de la tercera revolución tecnológica y de la prepotencia del Primer
Mundo, está asegurado."18
Por su parte, Castells no es pesimista, incluso augura un cambio y
mejoramiento en la vida mundial, no fijando nuevas utopías sino
descansando tal posibilidad en el hombre mismo; de manera tajante
afirma:
Creo en las posibilidades de la acción social significativa y en la
política transformadora, sin que nos veamos necesariamente
arrastrados hacia los rápidos mortales de las utopías absolutas.
Creo en el poder liberador de la identidad. Y propongo la tesis de
que todas las tendencias de cambio que constituyen nuestro nuevo y
confuso mundo están emparentadas y podemos sacar sentido a su
interrelación.19
Por todo lo anterior, creo –junto con Castells– que no se vive el
fin de la historia, lo que se está viviendo es el término de una etapa del
desarrollo histórico de la humanidad y el proceso de transición hacia
una nueva era. Asimismo, no existe una meta preestablecida de la
historia de la humanidad como se ha planteado por siglos (así sea la
idea hegeliana, la ilusión de la democracia liberal de Fukuyama o la
sociedad sin clases del marxismo). Al igual que no existe una verdad
científica fija y permanente, tampoco está garantizada una evolución
social ascendente que corra a la par del desarrollo de la economía, la
ciencia y la tecnología, debido a que los sujetos en la historia son más
libres, y el futuro más abierto e insospechado. Lo cual no implica
concebir al progreso como letra muerta o que la humanidad no deba
Carlos Barros,"La historia que viene", en Carlos Barros, editor, Historia a Debate, Santiago de Compostela, Gráficas Sementeira, 1995, tomo 1, p. 117.
19
Manuel Castells, op. cit., vol. 1, p. 30.
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plantearse objetivos ambiciosos (o hasta utópicos). El proyecto de la
humanidad no ha llegado a su fin, ni se ha realizado plenamente, ni
siquiera está previamente establecido, lo construye la sociedad humana
mediante su accionar específico, diverso e impredecible.
Es pertinente destacar que otros intelectuales han abordado el
presente e incursionado en el probable devenir de la sociedad. Las
posturas son muy diversas y muchas de las veces contradictorias. Por
ejemplo, Samuel H. Huntington no comparte la idea de ese futuro
donde reine una paz hegemonizada por la democracia liberal, en
contraparte augura un futuro permeado de conflictos expresados
mediante un choque entre civilizaciones. Occidente enfrentará a las
naciones no occidentales, quienes rechazarán sus preceptos e ideales
típicos20. Huntington ve como inminente una confrontación bélica
mundial auspiciada por los fundamentalismos religiosos.
Para Immanuel Wallerstein, actualmente, se vive una nueva era:
la era de la desintegración de la economía-mundo capitalista; tras
alcanzarse su ideal teórico, la mercantilización de todo. Esto lo ve
reflejado en múltiples realidades nuevas: el grado de mecanización de la
producción; la eliminación de limitaciones espaciales al intercambio de
mercancías e información; la desruralización del mundo; el casi
agotamiento del ecosistema; el alto grado de monetarización del
proceso de trabajo, y el consumismo. Apoyándose en la teoría de ciclos
de Kondratieff, considera que la economía-mundo capitalista, ha
entrado o está entrando en una de esas etapas de caos, la cual le perece
una etapa normal dentro del proceso cíclico general que sigue el
desarrollo de la sociedad, bajo los patrones que se desprenden del
funcionamiento de esta economía-mundo capitalista.
En esta lógica, sus conjeturas son que entre el 2000 o 2025 se
entraría a una fase de expansión y modificaciones dentro de la
hegemonía mundial. Y después del 2050 o 2075, se patentizará en toda
su magnitud las limitaciones estructurales, a las que denomina asíntotas
20
Sobre el particular, véase, Samuel P. Huntington, El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona, Paidós.
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de los mecanismos operativos, provocando una trayectoria
impredecible, pero donde: "Ya no viviremos en una economía mundo
capitalista: viviremos en cambio en algún nuevo orden u órdenes, algún
sistema histórico nuevo o varios. Y por lo tanto es probable que
conozcamos nuevamente paz, estabilidad y legitimación relativas.”21
De esa manera se superará esa bifurcación y crisis sistémica que padece
la sociedad actualmente.22
En lo que respecta a Samir Amin, sus consideraciones son las
siguientes: "En su expansión mundial, el capitalismo hizo que
apareciera la contradicción entre sus pretensiones universalistas y la
polarización que genera la realidad material"23. Por ello, sus conceptos
universales de democracia, libertad, igualdad, estado de derecho,
bienestar, aparecen, a los ojos de los pueblos y naciones víctimas de ese
sistema globalizado, vacíos de contenido o como valores propios de la
"cultura occidental". Lo anterior generará un mayor antagonismo social
y conducirá al paso a una sociedad con valores socialistas. Pero debido
a que la historia demostró que la construcción del socialismo no era
irreversible, y por ende que el estatismo o el capitalismo sin capitalistas
no constituyen modelos "estables", sino una transición caótica y
conflictiva, sostiene como teoría la factibilidad del desarrollo del
socialismo al seno del capitalismo mismo, como éste se desarrolló al
seno del feudalismo24.
Castells, por su parte, es sumamente cauto para establecer las
rutas futuras por las que transitará la humanidad; sin embargo, a partir
de su valoración sobre la sociedad mundial en este fin del siglo XX,
21
p 48. Immanuel Wallerstein, Después del Liberalismo, México, Siglo XXI, 1999, Para ahondar sobre esta temática, véase, Immanuel Wallerstein, Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, México, siglo XXI, 1998, p. 91. 23
Samir Amin, Los desafíos de la mundialización, México, Siglo XXI, 1997, 22
p. 249.
24
Ibid., p. 290.
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apunta algunas tendencias futuras sobre el devenir social durante los
primeros años del tercer milenio.
Estima que junto al desarrollo científico-técnico, la sociedad red
seguirá expandiendose y consolidando por el orbe, pero dicha
expansión será selectiva; augura la continuidad de las exclusiones
sociales y los desequilibrios territoriales. Respecto a los excluidos,
apunta el incremento de la llamada conexión perversa con el
capitalismo global. Así como el carácter no pacífico que revestirán las
luchas de los excluidos, al grado de convertirse en todo un desafío para
esta sociedad informacional. En lo tocante al Estado-nación estima su
sobrevivencia integrado en redes multilaterales con menoscabo de su
soberanía. En contraparte, respecto a los individuos, proyecta una vida
mas alejada del poder e indiferencia hacia las instituciones; su vida y
trabajo se individualizarán aún mas, pero se verán sometidos a
amenazas colectivas; cree probable la edificación de paraísos
comunales, donde proliferarán nuevos advenimientos proféticos.
En torno a las modalidades de la acción social señala que, al no
desaparecer la contradicción básica de la sociedad capitalista, los
conflictos sociales seguirán haciéndose presentes, sólo que se
expresarán en pro de la construcción de identidades de resistencia e
identidades proyecto25. Los que tomarán cuerpo en movimientos
monotemáticos y heterogéneos.
Sin embargo, esta visión en perspectiva no se finca en considerar
la existencia de un derrotero o una meta preestablecida que la sociedad
deberá alcanzar al margen de su realidad intrínseca. Por el contrario,
destaca el papel humano como factor del desarrollo y cambio social,
como protagonista del presente y edificador de su futuro. Según
Castells, frente a esta economía, sociedad y cultura construida sobre
intereses, valores, instituciones y sistemas de representación restrictivos
de la creatividad colectiva de la sociedad y proclive a fomentar la
autodestrucción, "la acción social y los proyectos políticos son
esenciales para mejorar una sociedad que necesita cambios y
Al respecto véase, Manuel Castells, op. cit., vol. II, p. 28‐34. 25
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esperanza". Ya que "no hay nada que no pueda ser cambiado por la
acción social consciente e intencionada, provista de información y
apoyada por la legitimidad".26 En ello deposita su fe respecto al
desarrollo futuro de la humanidad.
Castells cree en el cambio histórico-social; pero –en su opinión–
una nueva sociedad no surge de la sola transformación de las relaciones
de producción imperantes y el surgimiento de un nuevo Estado; a su
juicio, debe presentarse: "una transformación estructural en las
relaciones de producción, en las relaciones de poder y en las relaciones
de experiencia. Estas transformaciones conducirían a modificar las
formas sociales del espacio tiempo y a la aparición de una nueva
cultural".27
Su "futurismo" es mucho más cauto que el de Wallerstein o
Samir Amín; muestra sus dudas respecto a un futuro como prototipo de
la felicidad humana, más bien se orienta en presentar elementos
tendenciales por los que es posible que evolucione la sociedad, pero
haciendo énfasis en un futuro abierto a diversas posibilidades o
alternativas, donde todo descansa en el accionar del hombre dentro de
este mundo caótico pero ávido de esperanza.
En fin, tras este ligero repaso sobre la visión de distintos autores
sobre la realidad y el porvenir humanos, lo destacable es que la
intelectualidad, invariablemente, rastrea alternativas o perspectivas
recurriendo al pasado, a los conocimientos existentes sobre la evolución
(o involución) histórica de las sociedades humanas pretéritas; ese es el
enfoque asumido por Castells a lo largo de La era de la información;
obra articuladora del presente, cimentada sólidamente en el
conocimiento del pasado, y que abre expectativas sobre el posible
devenir humano en esta nueva era informacional.
Ibid., p. 394.
Ibid., p. 374.
26
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Colofón
La sociedad informacional analizada por Castells ha influenciado al
ámbito de la historia al grado de generar crisis en los paradigmas
historiográficos tradicionales. La línea de progreso con que la
historiografía integraba pasado, presente y futuro se ha roto tras los
sucesos de 1989, al iniciarse las transiciones de los países del
socialismo real al capitalismo, ante la crisis de ese progreso históricosocial de corte ilustrado que se desmorona ante el incremento de la
desigualdad y marginación, así como por los efectos nocivos que trae
dicho progreso para la supervivencia de la naturaleza y la especie
humana. La lección histórica de esta realidad es que no existe la
seguridad de que se cursará una evolución progresiva en pos de la
felicidad humana.
Este desencanto ante el presente ha afectado a toda la sociedad, y
los historiadores no han sido la excepción. Muchos integrantes de este
gremio intelectual recurren a la erudición académica, la ficción28, la
biografía histórica, la historia relato o la fragmentación de la disciplina
histórica, para liberar a la historia de las explicación causal de los
fenómenos, así como de las preocupaciones del presente o el futuro de
la sociedad29. El abordaje de fenómenos y problemáticas nuevas se
inició desde los años setentas –ligado al proceso informacional–, en
medio de una dispersión e incertidumbre, cuya superación aun todavía
no se prefigura con claridad.
Las reacciones frente a esta nueva realidad son distintas entre los
historiadores; algunos optan por un conservadurismo academicista de
variada orientación que pretende mantener los paradigmas
historiográficos dominantes del siglo XX, aparentando que no pasa nada
o que es preferible seguir ahondando en el saber acumulado que caer en
la fragmentación del saber histórico o en la inercia investigativa y
28
Puesta de manifiesto con la gran popularidad generada entre los historiadores por el género de la novela histórica.
29
Sobre el particular, véase, Josep Fontana, La historia después del fin de la historia, Barcelona, Ed. Crítica, 1992, 153 p.
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académica. Otro grupo de historiadores, aprovechando la coyuntura
ideológica abierta en los años ochenta, se han inclinado por un
revisionismo historiográfico que busca rechazar el peso de las
revoluciones sociales en el desarrollo de la humanidad.
Es notorio que la historia recibe las influencias externas del
mundo actual, particularmente, la ideología posmoderna ha provocado
este tipo de reacciones en el campo historiográfico. Sobre todo a partir
de una cruenta crítica a la idea del progreso y en la predominancia de la
fragmentación del saber histórico, donde esta libertad y pluralidad de
temas, géneros y métodos se impone por sobre cualquier intento de
estructurar un nuevo paradigma que unifique el quehacer historiográfico
actual. En este sentido, el posmodernismo amenaza con volverse más
destructivo que constructivo en la búsqueda de una alternativa
historiográfica.
Tal panorama es explicable, pues la historia misma ha dado
pruebas más que evidentes de que la confusión e incertidumbre van de la
mano a los procesos de transición, pero éstos conducen tarde o temprano
a la implantación de nuevas realidades. Por ello –compartiendo el mismo
optimismo de Castells–, la historia no permanecerá ajena a la revolución
científica que se viene experimentando, máxime cuando su propio
quehacer práctico la lleva a concluir que no existe una verdad absoluta y
mucho menos al margen del sujeto histórico. A la vez que, tras los
convulsos acontecimientos de los últimos años del siglo XX, se vuelve
una referencia importante para arrojar luz o indicadores exploratorios
sobre el confuso futuro de la humanidad.
Para estar en concordancia con estas nuevas exigencias y
realidades, la historia debe asimilar una nueva racionalidad científica,
de corte relativista y transdisciplinar, superar su desmigajamiento actual
y la recuperación de su papel en la sociedad, tomando en cuenta los
cambios ocurridos en el conjunto de las ciencias del hombre.
Sin embargo, el panorama no es tan desolador, la reflexión ha
calado entre el gremio de los historiadores. Por ejemplo, desde los
albores de la última década del siglo XX, la historiografía francesa inició
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una revaloración sobre la orientación temática, metodología y el papel
de la historia, proceso que aun no concluye. Lo evidente de su reto –al
igual que para el resto del campo historiográfico– es la necesidad de
validar su utilidad y papel en el desarrollo social y científico de nuestra
sociedad.
La tarea actual de la historiografía debe orientarse a demostrar
que: siempre hubo futuros plurales, nada es seguro, todo está sujeto a
cambios, la humanidad ha resuelto históricamente problemas tan o más
difíciles que los que ahora enfrenta. Hacer patente que la historia no
tiene un punto de partida ni punto de llegada. Que no estamos ante el fin
de la historia, sino ante una historia sin fin.
Antes de cerrar estas líneas, es conveniente patentizar algunas
evidencias que den cuenta sobre lo inagotable de la historia. La nueva
realidad social no sólo generó retos para esta vetusta profesión, también
abrió nuevos senderos que están enriqueciendo su labor. Por ejemplo, el
advenimiento de este mundo informacional y el arribo de nuevos
actores sociales auspició el interés del historiador hacia temas como el
feminismo y hacia la relación del hombre con el medio ambiente,
desarrollándose, actualmente, una vigorosa historia de género e historia
ecológica –también llamada eco-historia–. A la vez ayudará a superar
las explicaciones fincadas, solamente, en preceptos materialistas y
deterministas de la conducta individual y colectiva de los actores
sociales.
En fin, frente a este mundo global, es de esperarse una historia
vivificante, que busque explicaciones igualmente globales sobre el
acontecer humano a lo largo del tiempo. En ello, también va una
apuesta al futuro.
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