A C U E R D O En la ciudad de La Plata, a 1 de abril de 2004, habiéndose establecido, de conformidad con lo dispuesto en el Acuerdo 2078, que deberá observarse el siguiente orden de votación: doctores Negri, Pettigiani, de Lázzari, Salas, Hitters, Roncoroni, Soria, Genoud, se reúnen los señores jueces de la Suprema Corte de Justicia en acuerdo ordinario para pronunciar sentencia definitiva en la causa Ac. 76.450, “Otero de Cabrera, María contra Lambrescht, Rubén y otro. Indemnización daño moral”. A N T E C E D E N T E S La Sala I de la Cámara Primera de Apelación en lo Civil y Comercial del Departamento Judicial de Mar del Plata revocó parcialmente el fallo de primera instancia y en consecuencia rechazó la demanda instaurada en su totalidad. Se interpuso, por la parte actora, recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley. Dictada la providencia de autos y encontrándose la causa en estado de dictar sentencia, la Suprema Corte resolvió plantear y votar la siguiente C U E S T I O N ¿Es fundado el recurso inaplicabilidad de ley? V O T A C I O N extraordinario de A la cuestión planteada, el señor Juez doctor Negri dijo: 1. La Cámara fundó su decisión en que: a) No se ha acreditado en el proceder del denunciante (el codemandado Lambrescht) alguna connotación de culpa grave o grosera, requisito exigido por la doctrina para responsabilizar al denunciante. b) El diario “La Capital”, transcribe la denuncia que formulara el codemandado Lambrescht y la cinta proporcionada por la codemadada “L.U.6 Emisora Atlántica” sólo contiene la propagación de la aclaratoria de la propia actora. 2. Contra dicho pronunciamiento se alzó la parte actora por inaplicabilidad violación de vía de los del ley arts. recurso en 14, el extraordinario que 18, denunció 28, 31 y absurdo 33 de de y la Constitución nacional; 11 y 13 del Pacto de San José de Costa Rica; 5º de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del hombre; 502, 902, 1069, 1071, 1071 bis, 1078, 1089, 1090, 1109, 1113, 1197, 1198 del Código Civil; 163 inc. 5, 272, 384, 421, 422, 456 y 474 del Código Procesal Civil y Comercial. Aduce en suma que: a) El codemandado Lambrescht actuó al menos con ligereza culpable, al denunciar falsamente a la actora, luego de haberle reconocido ampliamente su derecho a percibir las sumas reclamadas en concepto de honorarios mediante la firma del convenio de fs. 64, por lo que es civilmente responsable de las consecuencias dañosas derivadas por tal conducta. b) iniciada En contra lo que hace “Editorial al La rechazo Capital de la S.A.” demanda y “L.U.6 Emisora Atlántica” el fallo incurre en autocontradicción entre los considerandos y la parte dispositiva. c) Se encuentra plenamente probado que existió negligencia culpable en la publicación que de la denuncia formulada por Lambrescht, efectuara el periódico demandado y difundiera L.U.6 Emisora Atlántica mediante flashes informativos. 3. El recurso no puede prosperar. Corresponde alterar la secuencia en que han sido planteados los agravios a fin de respetar un orden lógico adecuado. a) Denuncia el recurrente que ha incurrido el pronunciamiento en autocontradicción al tratar la tercera cuestión y rechazar la demanda de indemnización contra “Editorial La Capital S.A.” y “L.U.6 Emisora Atlántica”. Dice concretamente que los argumentos vertidos en los considerandos, son contradictorios con la dispositiva por lo que propone su anulación oficiosa. parte Ello no es así. La Cámara si bien acepta que la noticia publicada contenía algunos detalles que pudieron ser obviados y considera que “... es de hacer notar la falta de mesura en la difusión de la noticia, lo que es reprochable...” (v. fs. 802) concluyó suficiente, expresión, dado para que el tal alcance “falta que responsabilizar de tiene a la mesura” la no era libertad Editorial y a de la emisora (v. fs. 802 vta./803). Incluso en el punto VI de la sentencia se dice claramente: “... Lo expuesto en cuanto al rechazo de la demanda contra ambos medios periodísticos no nos impide advertir ciertas circunstancias que si bien no sirven a la hora de determinar responsabilidades, no pueden dejar de ser señaladas...” (v. fs. 802 vta.). Dado lo antedicho se impone el rechazo del agravio desde que lo que en realidad resolvió la Cámara es que la conducta de los demandados -aunque reprochable- no adquirió relevancia o entidad causal adecuada como fuente del resarcimiento de los daños pretendidos. b) Aduce la recurrente que el tribunal a quo incurrió en el error de considerar aplicable la “doctrina de la real malicia” no sólo a los funcionarios públicos, sino también a casos como el de autos donde el interés protegido es estrictamente particular; situación -continúa- en la cual basta, en principio, con acreditar una negligencia simple para que proceda la reparación. Lo que ha hecho el a quo al concluir en la ausencia de responsabilidad de los demandados fue analizar la conducta del denunciante y de los medios y su buena o mala fe, pues periodística transmitida civilmente aún en inexacta por del las o error, no el hipótesis verdadera, autor perjuicio de no causado información cuando resulta si ese ésta es responsable error fuese excusable (conf. Ac. 55.534, sent. del 23-III-1999). Quiere decir entonces que es inexacto que el a quo haya rechazado la demanda instaurada por aplicar la doctrina de la “real malicia” a la situación de autos. Resulta Bustamante esclarecedor Alsina en comentario aquí lo referido al fallo de la por Corte Suprema de Justicia de la Nación “Campillay, Julio C. c/ La Razón y otros”, publicado en “La Ley”, 1989-D-885/896, y que fuera citado por esta Corte en las causas Ac. 55.534 ya mencionada y Ac. 60.813 (sent. del 11-V-1999). Señaló allí el citado autor “que la información inexacta es aquella que no concuerda con la verdad por ser falsa o errónea. La información es falsa cuando ella es engañosa, fingida apariencia errónea o distinta cuando ella simulada de es la para realidad. el dar La resultado al hecho información de un una es concepto equivocado que en la mente del informante difiere de la realidad. En uno u otro caso la información no es verdadera, pero cuando ella se da falsamente consiste en un acto consciente y deliberado con el fin de engañar. El informador obra con dolo o mala fe. Cuando la información se da por error consiste en un acto no consciente que no se quiere, no se siente, ni se piensa. El informador obra de buena fe”. Sigue diciendo el mencionado autor más adelante: “... si la información no es verdadera, es trasmitida por error. El autor no sería responsable civilmente del perjuicio causado si el error fuese excusable, esto es si hubiese empleado los debidos cuidados, atención y diligencia para evitarlo ... Desde el punto de vista de los efectos relación civiles a la la cuestión debe responsabilidad por ser considerada daños que en tales informaciones pudieran causar, y también en relación al ataque que ellos computen al derecho de la personalidad consistente en la preservación de la honra y la reputación de cada uno. La responsabilidad civil en tal caso está sujeta al régimen de la ley común que impone el deber de indemnizar el daño ocasionado...”. c) El tribunal, para concluir la desestimatoria de la acción analizó la prueba rendida y circunstancias de la causa. Dijo que no existía connotación de culpa grave o grosera en el proceder del denunciante; que la noticia publicada por el diario codemandado se concretaba en su contenido en transcribir la denuncia formulada; y que la cinta transmitida por la emisora -también codemandada- sólo contiene la propagación de Se advierte que la aclaratoria de la propia actora. eminentemente competencia fácticas propia y de se ajenas esta trata por su de cuestiones naturaleza instancia, y si a la bien el recurrente alega que ha existido absurdo en la valoración probatoria, juzgo que no ha logrado demostrarlo. Es doctrina inveterada de este Tribunal que se entiende por tal sólo al error palmario, grave y manifiesto que conduce a conclusiones contradictorias, inconciliables e incongruentes con las constancias objetivas de la causa (conf. Ac. 58.938, sent. del 17-X-1995; Ac. 63.556, sent. del 8-X-1996; Ac. 64.347, sent. del 18-II-1997; Ac. 71.327, sent. del 18-V-1999); situación extrema que lejos está de acreditarse en autos pues el fallo trasunta un razonamiento lógico y coherente aunque contrario a los intereses del recurrente. Por ello, no habiéndose demostrado las infracciones legales denunciadas (art. 279, C.P.C. y su doctrina), doy mi voto por la negativa. A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor Pettigiani dijo: I. Conforme lo sostuviera en Ac. 54.798 (sent. del 24-XI-1998) -entre otros-, en lo que respecta a la responsabilidad de los medios periodísticos, liminarmente, he de resaltar que como señala esa vigorosa expresión del pensamiento hispano que es el hombre de La Mancha, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Miguel de Cervantes, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, segunda parte, capítulo LVIII, pág. 657). Pues bien, esta libertad que también exaltara nuestro arquetípico Martín Fierro (“Mi gloria es vivir tan libre, como el pájaro del cielo”, José Hernández, “Martín Fierro”, Buenos Aires, 1925, parte I, verso 95), implica visceralmente posibilidad de elegir. Sin elección no hay libertad, sino un mero determinismo. Conocer implica estar en posibilidades de formarse un juicio exacto de la realidad de las cosas, y para conocer es imprescindible estar informado, esto es enterado de cuál intelectivamente es esa edificaremos realidad nuestro sobre propio, la que absoluto e intransferible conocimiento. Este es el aspecto sustancial de la importancia que tiene la prensa, como medio de expresión de la palabra escrita, particularmente a través de los periódicos, más precisamente de los diarios, por medio de los cuales el ciudadano, el hombre común se informa con la mayor inmediación de lo que ocurre en el mundo, en su país, en su ciudad. De allí se siguen dos principales consideraciones que hacen a la efectividad de esa información: 1) Que la información sea veraz; 2) que no exista ningún obstáculo o elemento que impida, altere o modifique de modo alguno su transmisión, para que ella llegue a su destinatario en la forma original y en el tiempo más rápido posible. La primera condición es privativa del informador, del periodista, e implica conducirse con exactitud y con verdad. La segunda está directamente relacionada con la vigencia plena de la libertad de prensa. Armonizando ambos principios pudo expresar Blackstone que “La libertad de prensa es, verdaderamente, esencial a consiste en la no naturaleza imponer de un Estado restricciones libre; previas mas ella sobre las publicaciones, y no es la exención de censura en materia penal luego de publicadas. Todo hombre libre tiene un derecho indudable a exponer al público los sentimientos que le plazcan; prohibir ésto prensa; pero si publica ilegal, debe soportar es lo destruir que las es la libertad impropio, consecuencias de de dañoso su o propia temeridad. Someter la prensa al poder restrictivo de un licenciador, como fue hecho anteriormente, antes y después de la revolución, es sujetar toda la libertad de sentimiento a los prejuicios de un hombre, y hacerle el juez arbitrario controvertidas e en infalible de enseñanza, todas religión las y cuestiones gobierno. Pero penar (como la ley hace actualmente) un escrito peligroso u ofensivo, que, una vez publicado, en juicio equitativo e imparcial, sea reputado de tendencia perniciosa, es necesario para la preservación de la paz y el buen orden, el gobierno y la religión, las únicas bases sólidas de la libertad civil” (William Blackstone, “Comentaries on the law of England”, Harper & Brothers, publishers, N. York, 1862, t. 4, cap. XI, pág. 151). Alejandro Hamilton en el caso “State of New York v. Croswell”, decidido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación de aquel Estado en 1804, actuando por la parte demandada dejó sentada una definición ya clásica: “La libertad de prensa consiste en el derecho de publicar con impunidad, con justificables, verdad, ideas con con motivos respecto dignos al y para fines gobierno, la magistratura o los individuos” (3 Johns. Cas. 337), y se atribuyen al Juez O.W. Holmes las siguientes palabras: “Bien puede ser que la prohibición de dictar leyes que abroguen la restricciones libertad de previas... palabra Pero no el se confine carácter de a las todo acto depende de las condiciones en las cuales es realizado. La más estricta protección a la libertad de palabra no protegería a un hombre que gritara 'fuego' falsamente en un teatro y provocara un pánico” (Segundo V. Linares Quintana, “Tratado de la Ciencia del Derecho Constitucional, Argentino y Comparado”, tº 4, 2ª ed., Plus Ultra, Bs.As., 1978). Ya en nuestro derecho, la Corte Suprema de Justicia de la Nación tiene dicho que “la verdadera esencia del derecho a fundamentalmente la en libertad el de reconocimiento imprenta de que radica todos los hombres gozan de la facultad de publicar sus ideas por medio de la subsiguiente prensa sin impunidad de censura previa, pero quien utiliza la no en prensa la para cometer delitos comunes previstos en el Código Penal” (“La Ley”, 1992-D-174, “Abad, Manuel E. y o.”, 7-IV-1992, con cita de precedentes en “Fallos”, 269:189; 269:195 y A. 283.XXII, “Acuña, Carlos M. y Gainza, Máximo s/ Infracción arts. 109, 110, 112, 113 y 114 del Código Penal”, resuelta el 29-VI-1989), y en términos análogos que “el aludido derecho a la libre expresión e información no es absoluto en cuanto a las responsabilidades que el legislador puede determinar a raíz de los abusos producidos mediante su ejercicio, sea por la comisión de delitos penales o actos ilícitos civiles pues, si bien en el régimen republicano la libertad de expresión tiene un lugar eminente que obliga a particular cautela en cuanto se trata de deducir responsabilidades por su desenvolvimiento, puede afirmarse sin vacilación que ello no se traduce en el propósito de asegurar la impunidad de la prensa” (“Abad, Manuel E.” cit. y “Fallos”, 308:789 y 310:508). Este mismo Tribunal que integro ha tenido oportunidad de expresar, con distinta composición de la actual, que si bien es cierto que la protección constitucional no debe cubrir la conducta delictuosa de los diarios, ella sí debe imponer un manejo especialmente cuidadoso de las normas y circunstancias relevantes para impedir la obstrucción o entorpecimiento de la prensa libre y sus funciones esenciales (in re “Stegagnini, Tomás R. y otro”, 27-II-1990, “La Ley”, 1990-D-452, Nº 88.850, voto del doctor Rodríguez Villar, con transcripción de la posición de la Corte nacional, “Jurisprudencia Argentina”, 1964-II-546 y ss., consid. 10, pág. 549). Podemos apreciar como colofón de estos enfoques, tan diversos en su origen, pero concatenados en una misma línea directriz del pensamiento, que la estimativa jurídica pone su acento en la protección de la libertad a informar y a ser informado, pero que tanto asegura aquélla como sanciona la conducta de quien escamotea ésta, por cuanto a través de ambos extremos se asegura la efectividad del destino de la información: ilustrar el conocimiento del ciudadano y posibilitarle ser capaz de ejercitar en plenitud su libertad, esa libertad que Echeverría definió como “la condición necesaria para el desarrollo de las facultades que Dios le dio con el fin de que viviese feliz, la esencia libertad misma es de su muerte” vida, (“Dogma puesto que la Socialista”, vida sin Universidad Nacional de La Plata, 1940). En el nivel constitucional, los arts. 14 y en particular 15 a 19 de nuestra Carta Magna tutelan celosamente estos bienes precipuos. II. Sentadas estas premisas, debo señalar que la protección conferida a la expresión del pensamiento de las personas nunca puede alcanzar a las que con inadmisible abuso de su libertad utilizan los medios de prensa - particularmente los masivos- con fines subalternos: ofender el orden, la moral pública o los derechos de terceros. Haciendo referencia a estos últimos, no se puede perder de vista que el daño que se causa al funcionario o al particular a través de una falsa imputación es generalmente insusceptible de ser reparado a través de la aclaración o rectificación ulterior. Al respecto señala Daniel E. Herrendorf que “nunca ha dejado de ser un problema de alta gravedad las lesiones que en forma deliberada o ingenua causan a la reputación y al nombre malintencionadas, de una falsas o persona las agraviantes expresiones puestas en circulación por los medios de comunicación social... según muestra la sociología de la comunicación, una falsedad repetida por los medios se incorpora en el inconsciente colectivo con éxito: una desmentida posterior no surte efectos de ninguna naturaleza; para que ese efecto, sin duda deseado por el agraviado tenga sentido, el desmentido debe ser reiterado por lo menos durante algunas semanas, de modo tal que la sociedad asimile el nuevo mensaje con capacidad de incorporación y nuevo discernimiento, proceso que la psicología social denomina “insight” (incorporación intelectiva). Sin esta nueva “incorporación”, la nueva versión queda flotando en el aire, con nulas posibilidades de interactuar frente al mensaje originario” (“Abstinencia de la Corte frente al poder abusivo de los medios masivos”, “El Derecho”, 133-273). Enfocando civilista, Jorge esta Bustamante temática Alsina, desde con la su óptica reconocida versación aborda, haciendo un análisis del fallo dictado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la causa “Campillay, Julio C. c/ La Razón y otros”, el problema de la responsabilidad y concluye en que “el pronunciamiento se ha limitado a establecer que el derecho de informar no es absoluto y está sujeto al régimen común de las responsabilidades que organiza la ley sea por la comisión de delitos penales o actos ilícitos civiles. Por ello el tribunal considera procedente la reparación de los daños causados injustificadamente por violación del principio legal del alterum non laedere (art. 1100, C. Civ.) o bien por el 1071, ejercicio Cód. abusivo Civil)... si del la derecho de información informar no (art. verdadera es transmitida con falsedad el autor es responsable civil y penalmente, según la naturaleza del bien jurídico afectado por el dolo que le impulsó a realizar el acto. Se configura así el delito civil a que se refiere el art. 1072 del Código Civil, sabiendas y cuando con dice intención que: de 'el dañar acto la ejecutado persona o a los derechos de otro se llama en este Código delito'. Si la información no verdadera es transmitida por error el autor no será responsable por el perjuicio causado si no hubiese faltado prudente al y información” deber de veracidad diligente (“Los en Efectos que impone recibir Civiles de y una conducta transmitir las la Informaciones Inexactas o Agraviantes”, “La Ley”, 1989-D-885). Coincido con el ilustrado jurista en estas conclusiones, que me parecen de indudable valor para la resolución de este caso. III. Cabe consideración de a otro esta altura aspecto que ingresar entendemos en la de suma periodístico, Bill relevancia para el presente voto. En Kovach un analiza muy el atinado valor artículo que adquieren y la consecuente responsabilidad que genera dar el relato inicial de los hechos. Para ello trae el genio del historiador griego Tucídides -su comentario a 'Las guerras del Peloponeso' Siglo V a. de C.- quien escribió “Respecto de mi relato objetivo de los hechos me fijé como principio no escribir la primera noticia que me llegara y no guiarme tampoco por mis impresiones generales. O bien estuve presente en los hechos que he descrito o bien oí hablar de ellos a testigos oculares cuyos relatos verifiqué con la mayor minuciosidad posible. Aun así, no resultó fácil descubrir la verdad: diferentes testigos oculares hicieron relatos distintos de los mismos hechos, hablando con parcialidad hacia un lado o hacia el otro o por recuerdos imperfectos... y si estas palabras mías son juzgadas útiles por quienes desean entender claramente los hechos que ocurrieron... mi trabajo no es un escrito pensado para satisfacer el gusto de un público Finaliza inmediato; Kovach el fue hecho párrafo para añadiendo durar eternamente”. “Mil cuatrocientos años más tarde, estas palabras siguen definiendo el valor de la objetividad periodística” y a continuación añade que: “Los periodistas pueden escribir sólo el primer borrador de la historia. Pero es el borrador en base al cual nuestros ciudadanos actúan”. Antes había dejado dicho que: “si no hay una fuente de información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo” (Diario “Clarín”, 7-VI-1995, pág. 15). Compartimos estas opiniones. La confianza en la información se crea a partir de una información confiable, aunque esto parezca de Perogrullo. El conocimiento directo de los hechos reportados, o el recurrir a los protagonistas directos de los mismos, más allá de la subjetividad, parcialidad o error en la apreciación de los sentidos en que pudieran incurrir tales cronistas privilegiados garantiza en mayor medida la veracidad y la objetividad. La seriedad de cualquier investigación sobre relato hechos histórico, pretéritos, de cualquier requiere el aseguramiento previo de las fuentes. No menos cierto es afirmar que la primera versión de la historia es la que brindan los periodistas, o en rigor, los diarios en que ellos vuelcan sus expresiones. Esa es la explicación que signará en buena medida la apreciación prospectiva del informado. Pero lo cierto es que aun coincidiendo en esta apreciación Alfonso no Nieto, puede soslayarse periodista, que profesor, hoy -como ex rector expresó de la Universidad de Navarra- “cada vez más, la información es el pilar de niveles: economía. las la relaciones política, El desafío entre el es personas comercio, informar en la todos educación, más, mejor y los la más rápidamente” (Reportaje publicado en el Diario “La Nación” del 9-VI-1996, pág. 18). Es la misma observación que -desde el prisma de lo jurídico- formula Bustamante Alsina en su artículo ya mencionado, en los siguientes términos: “La preocupación de los medios de comunicación social por difundir las noticias anticipándose a otros órganos de divulgación, y la avidez del público por ser informado inmediatamente de los sucesos de interés general, son sin duda la causa de que se lancen a la circulación noticias carentes de suficiente base de sustentación en la realidad de los hechos. El clima de intranquilidad e incertidumbre que esas prácticas periodísticas crean, es la fuente de versiones de la más diversa índole las cuales pueden confirmarse o ser desmentidas, pero que hasta que ello ocurre dan motivo a inquietudes personales cuando no a hondas perturbaciones sociales” (op. y loc. cits.). Esta realidad es irrefragable. Si Tucídides tenía la laudable intención de escribir para un público mediato y que su versión de los hechos durara eternamente, hoy su designio naufragaría frente a la voracidad de los “mass media”, que representan exactamente la tendencia contraria: llegar inmediatamente a un público ansioso por conocer cada detalle de los sucesos que ocurrieron hace apenas momentos con interpretaciones necesariamente signadas por la provisoriedad. Todo lo que aparece en los periódicos es incontrovertiblemente precario, aunque con la peligrosa impronta de su impacto estigmatizante. Por otro lado la despiadada competencia comercial que marca la presencia de otros medios de comunicación de masas, fundamentalmente la televisión y la siempre vigente radiofonía, y obviamente de los diversos voceros de la prensa escrita, requieren un difícil equilibrio que tiene que conjugar celeridad, oportunidad, control de las fuentes y otro muy gravitante factor que es la medida del impacto público o sensacionalismo que represente la noticia, entre otras consideraciones. En este último aspecto es célebre la frase que Max Aitkin, un desconocido canadiense que en 1910 adquirió el “Daily Express” de Londres, convirtiéndose más adelante, por su espectacular aporte al periodismo en el poderoso Lord Beaverbrook, colocara como suerte de frontispicio de su Redacción: “... si un perro muerde a un hombre, no es noticia; pero si un hombre muerde a un perro, eso sí que es noticia”. En la misma línea de pensamiento, refiere Edward Butler, autor de una “Introducción al Periodismo”, publicada en Londres en 1955 que existe un “límite de lo que el diario puede publicar” aún en el caso hipotético de que sobre papel. “Por eso el rotativo elige, en primer lugar, los segundo, personas, acontecimientos sucesos sin que pensar acontecimientos”, y de atañen en el agrega mayor a la interés “los importancia, mayor que hechos y en cantidad de haya más por estos interesantes son, en general, los extraordinarios... Un individuo vive su vida normal y nadie se preocupa absolutamente por él. Pero cuando este individuo hace algo fuera de lo normal, bueno o malo, en el acto la gente fija en él su atención... si se lo acusa de haber violado la ley, en fin, si hace lo que no haría la mayoría de la gente, la opinión pública deja, en esas circunstancias, de ser indiferente y su interés depende de la naturaleza de lo acontecido. Y sea o no del agrado de dicho individuo, la opinión pública fijará en él toda su atención y no tomará en cuenta si su conducta es provechosa o antisocial” (Tomado de “El periodismo y la opinión pública” por Norberto Vilar en “Enciclopedia de los Grandes Fenómenos de Nuestro Tiempo”, 1972). Mas el papel de la prensa no se agota en la búsqueda y amplificación de lo que aparece como sensacional, sino que en muchos casos hace sensacionalismo, es decir mayor, potencia o hechos procura que crearlos no revisten a partir trascendencia de novedades ingeniosamente diseñadas. Estas características se agudizan tratándose de crónicas policiales, las que tradicionalmente han concitado el interés del público. La velocidad que requiere la demanda de información, las expectativas generadas y potenciadas por los propios medios requieren respuestas inmediatas, y allí irrumpen opiniones generalmente de ilustradas todo con género, escasos inducidas datos o no, parciales, a veces producto de la mera lectura de un título capturado al azar, que al calor de un debate -en frecuentes ocasiones direccionado-, culminan en los cada vez más frecuentes juicios y condenas mediáticas. Por periodística todas estas aparece circunstancias, desenvuelta dentro de la actividad un contexto particularísimo, en el que la posibilidad de solicitar y obtener de cada fuente consultada una garantía de veracidad aparece cada vez más remota. En la mecánica de la “primicia” -aquella información que se tiene con prelación a cualquier otro medio periodístico, en muchos casos con absoluta exclusividad- el tiempo perentorio, la premura con que se publique, resultan aspectos sustanciales que hacen a su utilidad, relevancia y posibilidad de consumo. Lo que es noticia no ya hoy, sino ahora, puede dejar de serlo apenas instantes después. La necesidad de que el periódico esté en la calle en las primeras horas del día o del horario vespertino, según el caso, y el consecuente horario de cierre de las rotativas condicionan severamente la posibilidad de una adecuada evaluación y ponderación de la novedad, que se recibe por conducto de fuentes “habitualmente confiabilidad dista en bien informadas” ocasiones aunque no infrecuentes la publicación su de la buscada veracidad. Incurrir en atraso en de una noticia es el pecado mayor que puede atribuirse a un medio de comunicación, y el Jefe de Redacción se encarga celosamente de impedirlo. En esas condiciones, el periodista -y por carácter transitivo el editor- deben actuar con la pericia propia de su oficio, seleccionando y corrigiendo el material que va a ser objeto de la transmisión mediática, procurando filtrar los errores que resulten perceptibles. IV. Cabría de acuerdo a lo expresado formular una distinción entre aquellas informaciones que resultan espontáneamente de hechos impactantes, que se producen en el momento, que “explotan” y que generan la necesidad de una inmediata cobertura mediática por cuanto la demanda de conocimiento por la población se revela impostergable, y aquellas otras que provienen de los que se da en llamar “periodismo de investigación”, donde los tiempos son manejados por el cronista con mucha mayor libertad, y la publicación aparece generalmente determinada no por una exigencia del público, sino por la oportunidad que marca el medio. En esta última modalidad las características mencionadas en el parágrafo anterior se ven sustancialmente atenuadas, si bien no pierden absoluta vigencia, aunque muchas veces presentan matices que merecen un análisis más particularizado en cuanto a la perentoriedad de su publicación. La diferencia no resulta en mi criterio ociosa, por cuanto parece de toda evidencia que la posibilidad de error existe mucho más frecuentemente en el primer supuesto que en el segundo, donde las fuentes informativas pueden ser chequeadas con mayor seguridad y donde las excusas de una precipitación en la publicación se muestran bastante menos atendibles. También la intención dolosa adquiere más posibilidades de operar, por cuanto la modalidad adoptada resulta por cierto más proclive al “armado”, a insertarse con mayor comodidad en el entramado de la noticia que se va conformando lentamente hasta hacer eclosión con su publicación, cuya oportunidad -reitero- queda en principio librada a la unilateral decisión del medio. A tenor responsabilidad de tales emergente en consideraciones, uno y otro la caso debe analizarse de distinta manera, máxime cuando la percepción del público es distinta tratándose de una información que por sus características intrínsecas presenta un mayor margen de error respecto de otra que se intuye y presenta como más dotada de precisión, siendo también en razón de su naturaleza y complejidad, habitualmente mucho más fácilmente rectificable la primera que la segunda. V. En orden a la fundamentación de responsabilidad, y al factor de atribución de la misma, no podemos dejar irrupción en de mencionar, nuestro derecho atento y la la fuerza abundante de su literatura jurídica que desencadenó (“La doctrina de la 'real malicia' en la jurisprudencia de la Corte Suprema”, F.N. Barrancos y Vedia, Rev. “La Ley”, 15-XI-1995; “Un fallo fundamental”, A. Ventura, “La Nación”, 15-XI-1996; “¿Qué es la real malicia?”, Gregorio Badeni, La Nación, 16-XI-1996; “Real Malicia”, H. Verbitsky, Página 12, 18-XI-1996; “Nuestro Derecho común interno frente a la doctrina jurisprudencial norteamericana de la 'actual malice'“, J. Bustamante Alsina, Rev. “La Ley”, 19-II-1997; “Doctrina de la 'real malicia'“, G. Badeni, Rev. “La Ley”, 9-IV-1997; “Dimensiones de la 'real malicia' y afectación del honor en el caso “Gesualdi”, M.A. Gelli, Rev. “La Ley”, 30-IV-1997; “Libertad de Prensa”, A.R. Vázquez, Rev. “El Derecho”, 22VI-1997; “El derecho al honor, la libertad de prensa y la doctrina de la 'real malicia'“, C.A. Brun, Rev. “Jurisprudencia Argentina”, 2-VI-1997; “La doctrina de la real malicia Suprema de en la actual Justicia, El jurisprudencia caso 'Dora de la Gesualdi'“, Corte R.D. Pizarro, Rev. “Jurisprudencia Argentina”, 9-VII-1997; “¿Es prescindible la doctrina de la 'real malicia'?”, A.M. Morello, Rev. “La Ley”, 16-XI-1997; “El debate público y la real malicia”, G. Badeni, Rev. “El Derecho”, 22-IX-1997; “¿Real malicia o simplemente dolo?”, H.S. Vidal, “La Ley”, 21-XI-1997, entre otros trabajos publicados), la doctrina llamada de la “real malicia” (“actual malice”), sistematizada por la Suprema Corte de los Estados Unidos de Norteamérica en el difundido caso “New York Times Co. vs. L.B. Sullivan” (376 U.S. 254, 84 S. cit. 710, 11 L. De. 2 d. 686, 1964) y en los menos notorios “Time Inc. vs. Hill” (385 U.S. 1967), 384-1967), “Rosenbloom “Curtis vs. vs. Butts” Metromedia” (403 (388 U.S. U.S. 139- 29-1971), “Gertz vs. Roberto Welch Inc. Co.” (418 U.S. 323-1974) y “Garrison vs. Louisiana” (1964) y “St. Amant vs. Thompson” (1968), citados estos dos últimos por Jorge Bustamante Alsina en su más reciente aporte al tema (“Nuestro Derecho Común interno frente a la Doctrina Jurisprudencial Americana de la 'actual malice' -A propósito de los casos 'Morales Solá' y 'Gesualdi'-” en L.L., año LXI, Nº 35 del 19-II-1997) como aplicación de la misma teoría precisándola en sus alcances. En Corte “New Federal York Times expresó entre Co. vs. otras L.B. cosas Sullivan” los la siguientes lineamientos (seguimos a Bustamante Alsina en el trabajo citado en último término): “La norma del Estado de Alabama no es verdad constitucional de lo si afirmado. permite La al norma a opinante quien probar critica a la la conducta de un funcionario a garantizar la veracidad de sus afirmaciones, bajo el riesgo de ser demandado por difamación llevaría a una situación de autocensura” (376 U.S. 278). “La garantía constitucional requiere una norma federal que impida a los funcionarios accionar por daños y perjuicios en base a difamación o falsedades atribuidas a su conducta afirmación oficial fue a menos realizada que con ellos real prueben malicia que la (“actual malice”), ésto es, con conocimiento de su falsedad o con grave negligencia en la verificación de si era falsa o no” (376 U.S. 278). “Este privilegio para criticar la conducta de los funcionarios es análogo a la protección que tiene un funcionario demandado público por circunstancia un de (inmunidad) ciudadano” que el New cuando (376 York el U.S. Times mismo es 282). “La publicó la solicitada sin verificar la veracidad de su contenido frente a información ya publicada por él mismo, no implica el conocimiento de la falsedad de su contenido” (376 U.S. 287). “Las pruebas contra New York Times apenas acreditan negligencia en verificar la veracidad de los avisos, por ello no es suficiente para admitir la culpa grave” (376 U.S. 288). Gregorio Badeni sintetizó así lo resuelto en el caso en cuestión “En el juicio se discutía la responsabilidad de un medio de prensa por haber publicado una solicitada contra la discriminación racial en la cual se incluían datos inexactos y agraviantes para un funcionario público. La mayoría del tribunal sostuvo que eran inaplicables las normas del common law para juzgar la responsabilidad de quien ejercía la libertad de prensa formulando expresiones inexactas y lesivas para el honor de un funcionario. Correspondía aplicar los principios jurídicos contenidos en la Constitución, que condicionaban aquella responsabilidad a la prueba fehaciente por el accionante de los siguientes extremos: 1) La falsedad de la expresión, porque si se dice la verdad, por más ofensiva que sea, jamás se puede sancionar al emisor; 2) el daño causado; 3) que la expresión fue publicada conociendo su falsedad (dolo directo) o la temeraria despreocupación por constatar la verdad, cuando ello es fácilmente posible teniendo conciencia por las circunstancias del caso que, razonablemente, la publicación es inexacta (dolo eventual). Una conducta culposa o negligente, por más reprochable que sea, es insuficiente para acarrear sanciones” (“Qué es la Real Malicia”, La Nación, 16-XI-1996). Atento expresiones que la inexactas doctrina o “ampara falsas, aun a declarando las la innecesariedad de su verificación, cuando se refieren a funcionarios públicos y respecto de temas de institucional”, el caso “Time Inc. vs. relevancia Hill” amplió notablemente el precedente al afirmar ahora la Corte que “la protección debía extenderse a los casos en que se tratara de una materia de interés público para que fuera aplicable el standard del caso 'Sullivan' 'Y la doctrina llegó luego a su máxima extensión en el caso 'Rosembloom vs. Metromedia Inc.' donde en 1971 el mismo juez Brennan consideró que el caso 'Sullivan' debía aplicarse 'a toda comunicación u discusión que envuelva materias de relevancia pública o general, sin tener en cuenta si las personas afectadas son famosas o anónimas' sentencia ésta que ha sido considerada entonces la máxima protección a la libertad de prensa (403 U.S. 29 (1971)” (Gerardo Ancarola, “Un hito promisorio para la libertad de prensa”, “El Derecho”, 145-511/13). Refiere Bustamante Alsina (“Nuestro derecho...” cit.) que en “Garrison vs. Louisiana” (1964), donde se extendió la doctrina de la real malicia al área penal, la Corte Federal expresó que el límite de la libertad de prensa es el conocimiento deliberado de la falsedad. En “St. Amant vs. Thompson” (1968) se utilizó el 'standard' denominado “reckless Disgregard” (descuido temerario). En tanto en “Gertz vs. Roberto Welch Inc. Co.” aclaró que la regla era aplicable también cuando las expresiones se vertían acerca de una figura pública, aunque no fuese un funcionario público, entendiendo por tal no la persona que concitaba interés público, sino la que había participado del debate público, o si, de algún modo, había expuesto intencionalmente su persona a los medios de comunicación. Como advertimos, a pesar de su aparente estrechez originaria, la doctrina de la real malicia se ha extendido a materias de interés o relevancia pública o general, y en todo caso ha generado pautas que pueden revestir alguna utilidad para la determinación de si ha existido responsabilidad en cada caso concreto en que se halle en juego la necesidad de tal determinación. De referencias todos a esta modos, doctrina para el hechas autor por los citado jueces las de nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación no agregan nada al sistema de derecho común que rige en nuestro país en orden a fundamentar sus sentencias, ya que en él “todos los elementos que configuran un esquema de responsabilidad civil, incluidos los únicos factores de imputabilidad subjetiva (dolo y culpa), deben ser probados en el proceso por quien pretende el resarcimiento. Todo ello sin desconocer el moderno principio de las cargas probatorias dinámicas permiten y del al probatorio juez de clásico en el acuerdo de adquisición momento con 'las de procesal, valorar libres el que plexo convicciones', admitir pruebas sin considerar quien las aportó y crear presunciones 'homini' en contra de la parte que estaba en mejores condiciones para allegarlas al proceso y permaneció inactiva” (“Nuestro Derecho...” cit.). Para Adolfo Roberto Vázquez la aceptación del standard de la real malicia es el resultado de una dilatada evolución a partir del caso “Costa, Héctor c/ Municipalidad de la Capital y otros” del año 1987 (“Fallos”, 310:508), continuada con el precedente “Vago, J.A. c/ Ediciones La Urraca” del 19-XI-1991 (“Fallos”, 314:1517; “El Derecho”, 145-516) aun cuando sólo se refirieron en ésta a ella los jueces Fayt y Barra; con el caso “Abad, Manuel Eduardo s/ calumnias e injurias” del 7-IV-1992 (“Fallos”, 315:632, “El Derecho”, 148-428), donde el juez Cavagna Martínez sumó su voto a los mencionados; con el caso “Tavares, Flavio Arístides s/ Calumnias e injurias” (“Fallos”, 315:1699), esta vez con el voto de los jueces Fayt, Petracchi y Barra, entendiendo este último que la doctrina constituye en nuestro derecho una mera “técnica procesal”; en el caso “Triacca, Alberto J. c/ Diario La Razón y otros” del 26-X1993 (“El Derecho”, 157-367) sin referirse explícitamente a la doctrina, protección aceptó del por honor unanimidad de las la atenuación personalidades de la públicas respecto de los simples particulares; en los casos “Suárez, Facundo Roberto s/ Querella c/ Cherashny” del 4-V-1995 (“El Derecho”, 164-66) y “Rodríguez, Horacio D.” del 30-V-1995 (“El Derecho”, 164-536) sólo los votos disidentes de los jueces Fayt, Petracchi y Boggiano en el primero y Boggiano en el segundo se refirieron al standard en cuestión; finalmente en los casos “Morales Solá, Joaquín Miguel s/ injurias” “Gesualdi, del 12-XI-1996 Dora Independientes” Mariana del (“El c/ 17-XII-1996 Derecho”, Cooperativa y “Ramos, 170-442); Periodistas Juan José c/ L.R.3 Radio Belgrano y otros” del 27-XII-1996, la mayoría de los miembros de la Corte admitió la pauta en el caso de los funcionarios públicos, en tanto en Gesualdi dos de los votos que integraron la mayoría se refirieron a ella, por lo cual el autor de la nota entiende que la adopción de la doctrina por el más alto Cuerpo de nuestra Justicia es un hecho. Discrepando con la opinión de Bustamante Alsina (a la que se suman las de Gerardo Ancarola, “Libertad de Prensa y responsabilidad de la prensa”, “El Derecho”, 171509 y de Santos Cifuentes, “El honor y la libertad de expresión”. “La responsabilidad civil”, “La Ley” del 15-X1993) en cuanto rechaza la posibilidad de admitir un factor de atribución subjetivo de responsabilidad de carácter específico distinto del dolo y la culpa, Vázquez señala que las críticas olvidan que la Corte es un Tribunal de garantías constitucionales que en el cumplimiento de su cometido puede fijar pautas de interpretación de las libertades fundamentales que por estar basadas en nuestra Constitución prevalecen sobre toda norma infraconstitucional, en cuyo rango ubica las que consagran la responsabilidad civil. Por la misma razón, encuentra fundamento para la aplicación de la “actual malice” tanto en querellas penales como en causas civiles, discrepando esta vez con Santos Cifuentes (“La protección del honor de los jueces y la responsabilidad de los medios de prensa. Equívocos y confusiones a propósito de los casos 'Gesualdi' y 'Morales Solá'“, “El Derecho” del 11-IV-1997). Un Morello procesalista tercia en esta de la talla temática, de Augusto afirmando que Mario en el derecho vívido de la libertad de expresión la cuestión de la prueba es en concreto el meollo a resolver para la apropiada aplicación de las normas constitucionales y legales (del Derecho Civil y Penal) imbricadas en el tema, y coincide con Vázquez en atribuir al ingreso del requisito de la 'real malicia' al panorama nacional el rol de una regla o principio -a modo de “estándar” de juego funcional flexible- no destinada a regir de manera absoluta y con aplicación maquinal, expresando su creencia que del plexo de normas emergentes de los Proyectos de Reforma de Códigos Procesales en lo Civil y Comercial de la Nación y Provincia de Buenos Aires, al combinarse “equilibradamente el deber general de jurisdicción colaboración en su caso a al buen la parte resultado que la de tiene la como principal, armoniza una solución que da respuesta a las dificultades que anidan en la cuestión” (“¿Es prescindible la doctrina de la 'real malicia' (“Actual Malice”)”, “La Ley”, año LXI, Nº 177 del 16-IX-1997). De lo expuesto surge que en el sub judice no se dan los extremos requeridos por los autores nacionales, ni aquéllos que fundaron la utilización de la doctrina de la real malicia por la Corte Federal norteamericana, aunque coincidiendo con Morello en cuanto la aceptación de los principios de la teoría de las cargas probatorias dinámicas, creemos que se trata de estándares que pueden resultar de utilidad evalúe prudentemente coadyuvante en para cada que caso, el juzgador con sus particularidades, el valor de la prueba aportada por las partes. VI. Volviendo al ya mencionado caso “Campillay” (sentencia del 15-V-1986, “Fallos”, 308:789; “La Ley”, 1986-C-411), diremos siguiendo a Enrique Tomás Bianchi (“La Doctrina Campillay (O la Noticia que reproduce lo expresado por otro)”, “La Ley”, diario del 15-IV-1997, año LXI, Nº 72) que su aplicación requiere: a) Una fuente que puede ser policial, o un declarante en sede judicial, o el comunicado policial o la declaración judicial, de la cual surja una expresión que lesione los derechos de un tercero; b) Un informador, que es el medio de comunicación o quien utiliza el medio; c) Una noticia, que ha sido tomada de la fuente, la que debe considerará mencionarse, propia de ya quien que la en caso emite, contrario debiendo se haberse transcripto en forma sustancialmente fiel lo manifestado por aquella fuente, en una materia de relevancia pública, es decir que resulte de interés para la sociedad; d) Un afectado, que puede o no ser una personalidad pública. Recordemos que en la especie que originó “Campillay” se resolvió que la responsabilidad del medio que involucraba erróneamente a un tercero en un hecho policial quedaba excusada si “con un enfoque adecuado a la seriedad que debe privar en la misión de difundir noticias que pueden rozar la reputación de las personas, admitida aún la imposibilidad práctica de verificar su exactitud, se hubiese propalado la información atribuyendo directamente su contenido a la fuente pertinente, utilizando un tiempo de verbo potencial o dejando en reserva la identidad de los empleados en el hecho ilícito”. Esta doctrina fue reiterada con ligeros matices en los casos “Granada” (sent. del 26-X1993, “La Ley”, 1994-A-237); “Triacca” (sentencia del 26-X1993, “La Ley”, 1994-A-246); “Espinosa” (sent. del 27-X1994) y “Acuña” (sentencia del 10-XII-1996). VII. Efectuadas todas estas consideraciones previas, necesarias en mi criterio para situar debidamente el caso sub judice, entiendo que la conducta de los periodistas -y consecuentemente los del responsable de los medios para el cual desarrollan su labor- en la publicación de la noticia cuestionada por el accionante no los hace incurrir en ilícito civil alguno. Debo señalar que las particularidades de la situación me han llevado a efectuar un minucioso análisis de los hechos, del cual no resulta de ningún modo patentizado el absurdo que se denuncia, habiendo mediado en los autos, en mi concepto, una evaluación y calificación jurídica correcta de aquéllos por el a quo, en el ámbito propio de sus atribuciones. Va extistió, de suyo habiéndose investigación entonces llevado respectiva, por que la denuncia efectivamente lo que no judicial adelante medió de la modo alguno por parte de los medios periodísticos una creación artificiosa, destinada a procurarse un rédito indebido, y a través de la generación de un sensacionalismo que no se correspondiese con la efectividad de lo acontecido. Es cierto que existió la mención del nombre de la reclamante. producto Cabe de un entonces discernir procedimiento si tal mención arbitrario, fue caprichoso, temerario o lisa y llanamente doloso, con la finalidad de producir por reclamante parte o en sus de los demandados legítimas menoscabo afecciones, o si en el por el contrario las circunstancias del caso tornan excusable el accionar asumido por aquellos en la especie. Dado que no basta que la información sea errónea y aun lesiva para el honor de una persona para que ésta tenga derecho a que le sea reparado el perjuicio causado. Como señaló la Corte nacional en el considerando 10 del fallo “Pérez Arriaga, Antonio c/ Arte Gráfica Editorial Argentina S.A. (mencionado por Gerardo Ancarola, “Un retorno “Comprobado a el las fuentes”, exceso “El informativo, Derecho”, quien 154-961): pretenda el resarcimiento deberá demostrar la culpa o negligencia en que incurrió el informador conforme al régimen general de responsabilidad por el hecho propio que contiene la fórmula del art. 1109 del Código Civil. En efecto, no existe en el ordenamiento legal de nuestro país un sistema excepcional de responsabilidad objetiva para aplicar a la actividad supuestamente riesgosa de la prensa. Si fuera así, el deber de resarcir debería imponerse ante la sola comprobación del daño. Por ello, imprescindible en probar el sistema aun el legal factor de vigente es imputabilidad subjetivo -sea la culpa o el dolo- de la persona u órgano que dio la noticia o publicó la crónica”. Y como sostiene el ya mencionado Bustamante Alsina (“Teoría General de la Responsabilidad Civil”, 6º ed., Abeledo Perrot, pág. 583 y ss.) “el autor no resultará responsable civilmente del perjuicio causado cuando el error fuese excusable, es decir aquél hubiese empleado los debidos cuidados, atención y diligencia para evitarlo. Si lo será en cambio cuando haya faltado al deber de veracidad que consiste en el obrar cauteloso y prudente en recibir y transmitir la información”. En ese menester, no advierto que haya existido un menosprecio por la realidad de los hechos, ni que se haya procedido con ligereza por la intimidad y el buen nombre de las personas, sino que se razonablemente proporcionada caso, en basada la suministró a la información una aparente información gravedad suministrada por del sus fuentes. Cabe añadir que la situación que prestó base a la información cuestionada, difundida por los demandados, se presentó como un hecho novedoso, de configuración imprevista y sorpresiva. Descarto pues la intencionalidad de perjudicar que no surge de ninguna de las evidencias arrimadas a los autos. Amerito asimismo para llegar al resultado anticipado -a mayor abundamiento- la circunstancia de que los demandados le dieron a la actora oportuna posibilidad de réplica (fs. 684 y vta. 685 y vta.), lo que evidencia su buena fe en sus procederes. VIII. Mas entiendo que le asiste razón al recurrente en cuanto sostiene que en el pronunciamiento en crisis se han quebrantado los arts. 1109 del Código Civil y 384 del Código Procesal Civil y Comercial, con cita de absurdo (ver fs. 811 vta./816 vta.). En efecto, considero que el codemandado Lambrescht actuó con ligereza culpable al denunciar a la actora por los delitos de estafa y coacción, de los que a la postre fuera sobreseida (ver fs. 682 y vta.). Ello así pues, un día después de haber suscripto el señor Lambrescht, con patrocinio letrado, un convenio de pago -fs. 64- por el que se deja sin efecto el remate ordenado en el trámite de ejecución de sentencia, procede a denunciar ante la Justicia penal a la ahora accionante por los delitos antes mencionados, imputación que toma estado público y que motiva el presente reclamo jurisdiccional reparatorio (arts. 1089, 1090, 1068, 1075, 1078, 1083 y cc., Código Civil). Los argumentos brindados por la alzada a fs. 797 y vta. para revocar la sentencia de la instancia inferior, son insuficientes para tener por acreditado la falta de culpa del señor transgrediéndose antes citadas Lambrescht de por ese lo en modo que, el las de marras, disposiciones legales conforme hecho lo anticipara, el recurso debe prosperar. En consecuencia se debe dejar sin efecto el fallo de Cámara en relación a lo decidido respecto del señor Lambrescht -fs. 793/798- y mantenerse lo resuelto en primera instancia -fs. 681 vta./683, 687 vta./688- en tal aspecto (art. 289, C.P.C.C.). Con tal alcance, voto pues por la afirmativa. Los señores jueces doctores de Lázzari y Salas por los mismos fundamentos del señor Juez doctor Negri votaron la cuestión por la negativa. A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor Hitters dijo: Adhiero a los fundamentos brindados por el doctor Negri, en el punto c de su voto. Con tal alcance, doy mi voto por la negativa. El señor Juez doctor Roncoroni, por los mismos fundamentos del señor Juez doctor Pettigiani, votó también por la afirmativa. A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor Soria, dijo: Adhiero al voto de mi colega doctor Pettigiani, en los puntos II, párrafos tercero y cuarto, VI, VII y VIII, pues juzgo que por los argumentos allí vertidos se funda acabadamente el acogimiento parcial del recurso extraordinario puesto a consideración de esta Corte. Voto, con tal alcance, por la afirmativa. El señor Juez doctor Genoud, por los mismos fundamentos del señor Juez doctor Negri, votó también por la negativa. Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la siguiente S E N T E N C I A Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, por mayoría, se rechaza el recurso extraordinario interpuesto; con costas (arts. 84 y 289, C.P.C.C.). Notifíquese y devuélvase.