A C U E R D O

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A C U E R D O
En la ciudad de La Plata, a 1 de abril de 2004,
habiéndose establecido, de conformidad con lo dispuesto en
el Acuerdo 2078, que deberá observarse el siguiente orden
de votación: doctores Negri, Pettigiani, de Lázzari, Salas,
Hitters, Roncoroni, Soria, Genoud, se reúnen los señores
jueces de la Suprema Corte de Justicia en acuerdo ordinario
para
pronunciar
sentencia
definitiva
en
la
causa
Ac.
76.450, “Otero de Cabrera, María contra Lambrescht, Rubén y
otro. Indemnización daño moral”.
A N T E C E D E N T E S
La Sala I de la Cámara Primera de Apelación en lo
Civil
y
Comercial
del
Departamento
Judicial
de
Mar
del
Plata revocó parcialmente el fallo de primera instancia y
en
consecuencia
rechazó
la
demanda
instaurada
en
su
totalidad.
Se
interpuso,
por
la
parte
actora,
recurso
extraordinario de inaplicabilidad de ley.
Dictada la providencia de autos y encontrándose
la causa en estado de dictar sentencia, la Suprema Corte
resolvió plantear y votar la siguiente
C U E S T I O N
¿Es
fundado
el
recurso
inaplicabilidad de ley?
V O T A C I O N
extraordinario
de
A la cuestión planteada, el señor Juez doctor
Negri dijo:
1. La Cámara fundó su decisión en que:
a)
No
se
ha
acreditado
en
el
proceder
del
denunciante (el codemandado Lambrescht) alguna connotación
de culpa grave o grosera, requisito exigido por la doctrina
para responsabilizar al denunciante.
b) El diario “La Capital”, transcribe la denuncia
que
formulara
el
codemandado
Lambrescht
y
la
cinta
proporcionada por la codemadada “L.U.6 Emisora Atlántica”
sólo contiene la propagación de la aclaratoria de la propia
actora.
2. Contra dicho pronunciamiento se alzó la parte
actora
por
inaplicabilidad
violación
de
vía
de
los
del
ley
arts.
recurso
en
14,
el
extraordinario
que
18,
denunció
28,
31
y
absurdo
33
de
de
y
la
Constitución nacional; 11 y 13 del Pacto de San José de
Costa Rica; 5º de la Declaración Americana de los Derechos
y Deberes del hombre; 502, 902, 1069, 1071, 1071 bis, 1078,
1089, 1090, 1109, 1113, 1197, 1198 del Código Civil; 163
inc. 5, 272, 384, 421, 422, 456 y 474 del Código Procesal
Civil y Comercial.
Aduce en suma que:
a) El codemandado Lambrescht actuó al menos con
ligereza culpable, al denunciar falsamente a la actora,
luego
de
haberle
reconocido
ampliamente
su
derecho
a
percibir las sumas reclamadas en concepto de honorarios
mediante la firma del convenio de fs. 64, por lo que es
civilmente
responsable
de
las
consecuencias
dañosas
derivadas por tal conducta.
b)
iniciada
En
contra
lo
que
hace
“Editorial
al
La
rechazo
Capital
de
la
S.A.”
demanda
y
“L.U.6
Emisora Atlántica” el fallo incurre en autocontradicción
entre los considerandos y la parte dispositiva.
c) Se encuentra plenamente probado que existió
negligencia culpable en la publicación que de la denuncia
formulada por Lambrescht, efectuara el periódico demandado
y
difundiera
L.U.6
Emisora
Atlántica
mediante
flashes
informativos.
3. El recurso no puede prosperar.
Corresponde alterar la secuencia en que han sido
planteados los agravios a fin de respetar un orden lógico
adecuado.
a) Denuncia el recurrente que ha incurrido el
pronunciamiento en autocontradicción al tratar la tercera
cuestión
y
rechazar
la
demanda
de
indemnización
contra
“Editorial La Capital S.A.” y “L.U.6 Emisora Atlántica”.
Dice concretamente que los argumentos vertidos en
los
considerandos,
son
contradictorios
con
la
dispositiva por lo que propone su anulación oficiosa.
parte
Ello no es así.
La Cámara si bien acepta que la noticia publicada
contenía
algunos
detalles
que
pudieron
ser
obviados
y
considera que “... es de hacer notar la falta de mesura en
la difusión de la noticia, lo que es reprochable...” (v.
fs.
802)
concluyó
suficiente,
expresión,
dado
para
que
el
tal
alcance
“falta
que
responsabilizar
de
tiene
a
la
mesura”
la
no
era
libertad
Editorial
y
a
de
la
emisora (v. fs. 802 vta./803).
Incluso en el punto VI de la sentencia se dice
claramente: “... Lo expuesto en cuanto al rechazo de la
demanda contra ambos medios periodísticos no nos impide
advertir ciertas circunstancias que si bien no sirven a la
hora de determinar responsabilidades, no pueden dejar de
ser señaladas...” (v. fs. 802 vta.).
Dado
lo
antedicho
se
impone
el
rechazo
del
agravio desde que lo que en realidad resolvió la Cámara es
que la conducta de los demandados -aunque reprochable- no
adquirió relevancia o entidad causal adecuada como fuente
del resarcimiento de los daños pretendidos.
b)
Aduce
la
recurrente
que
el
tribunal
a
quo
incurrió en el error de considerar aplicable la “doctrina
de la real malicia” no sólo a los funcionarios públicos,
sino también a casos como el de autos donde el interés
protegido es estrictamente particular; situación -continúa-
en
la
cual
basta,
en
principio,
con
acreditar
una
negligencia simple para que proceda la reparación.
Lo
que
ha
hecho
el
a
quo
al
concluir
en
la
ausencia de responsabilidad de los demandados fue analizar
la conducta del denunciante y de los medios y su buena o
mala
fe,
pues
periodística
transmitida
civilmente
aún
en
inexacta
por
del
las
o
error,
no
el
hipótesis
verdadera,
autor
perjuicio
de
no
causado
información
cuando
resulta
si
ese
ésta
es
responsable
error
fuese
excusable (conf. Ac. 55.534, sent. del 23-III-1999).
Quiere decir entonces que es inexacto que el a
quo haya rechazado la demanda instaurada por aplicar la
doctrina de la “real malicia” a la situación de autos.
Resulta
Bustamante
esclarecedor
Alsina
en
comentario
aquí
lo
referido
al
fallo
de
la
por
Corte
Suprema de Justicia de la Nación “Campillay, Julio C. c/ La
Razón y otros”, publicado en “La Ley”, 1989-D-885/896, y
que fuera citado por esta Corte en las causas Ac. 55.534 ya
mencionada y Ac. 60.813 (sent. del 11-V-1999).
Señaló allí el citado autor “que la información
inexacta es aquella que no concuerda con la verdad por ser
falsa o errónea. La información es falsa cuando ella es
engañosa,
fingida
apariencia
errónea
o
distinta
cuando
ella
simulada
de
es
la
para
realidad.
el
dar
La
resultado
al
hecho
información
de
un
una
es
concepto
equivocado que en la mente del informante difiere de la
realidad.
En
uno
u
otro
caso
la
información
no
es
verdadera, pero cuando ella se da falsamente consiste en un
acto consciente y deliberado con el fin de engañar. El
informador obra con dolo o mala fe. Cuando la información
se da por error consiste en un acto no consciente que no se
quiere, no se siente, ni se piensa. El informador obra de
buena fe”.
Sigue diciendo el mencionado autor más adelante:
“... si la información no es verdadera, es trasmitida por
error.
El
autor
no
sería
responsable
civilmente
del
perjuicio causado si el error fuese excusable, esto es si
hubiese
empleado
los
debidos
cuidados,
atención
y
diligencia para evitarlo ... Desde el punto de vista de los
efectos
relación
civiles
a
la
la
cuestión
debe
responsabilidad
por
ser
considerada
daños
que
en
tales
informaciones pudieran causar, y también en relación al
ataque que ellos computen al derecho de la personalidad
consistente en la preservación de la honra y la reputación
de cada uno. La responsabilidad civil en tal caso está
sujeta al régimen de la ley común que impone el deber de
indemnizar el daño ocasionado...”.
c) El tribunal, para concluir la desestimatoria
de la acción analizó la prueba rendida y circunstancias de
la causa. Dijo que no existía connotación de culpa grave o
grosera
en
el
proceder
del
denunciante;
que
la
noticia
publicada por el diario codemandado se concretaba en su
contenido en transcribir la denuncia formulada; y que la
cinta transmitida por la emisora -también codemandada- sólo
contiene
la
propagación
de
Se
advierte
que
la
aclaratoria
de
la
propia
actora.
eminentemente
competencia
fácticas
propia
y
de
se
ajenas
esta
trata
por
su
de
cuestiones
naturaleza
instancia,
y
si
a
la
bien
el
recurrente alega que ha existido absurdo en la valoración
probatoria, juzgo que no ha logrado demostrarlo.
Es doctrina inveterada de este Tribunal que se
entiende por tal sólo al error palmario, grave y manifiesto
que conduce a conclusiones contradictorias, inconciliables
e incongruentes con las constancias objetivas de la causa
(conf. Ac. 58.938, sent. del 17-X-1995; Ac. 63.556, sent.
del 8-X-1996; Ac. 64.347, sent. del 18-II-1997; Ac. 71.327,
sent. del 18-V-1999); situación extrema que lejos está de
acreditarse en autos pues el fallo trasunta un razonamiento
lógico y coherente aunque contrario a los intereses del
recurrente.
Por
ello,
no
habiéndose
demostrado
las
infracciones legales denunciadas (art. 279, C.P.C. y su
doctrina), doy mi voto por la negativa.
A
la
misma
cuestión
planteada,
el
señor
Juez
doctor Pettigiani dijo:
I. Conforme lo sostuviera en Ac. 54.798 (sent.
del 24-XI-1998) -entre otros-, en lo que respecta a la
responsabilidad de los medios periodísticos, liminarmente,
he de resaltar que como señala esa vigorosa expresión del
pensamiento hispano que es el hombre de La Mancha, “La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse
los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por
la
libertad,
así
como
por
la
honra,
se
puede
y
debe
aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el
mayor
mal
que
puede
venir
a
los
hombres”
(Miguel
de
Cervantes, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”,
segunda parte, capítulo LVIII, pág. 657).
Pues
bien,
esta
libertad
que
también
exaltara
nuestro arquetípico Martín Fierro (“Mi gloria es vivir tan
libre, como el pájaro del cielo”, José Hernández, “Martín
Fierro”, Buenos Aires, 1925, parte I, verso 95), implica
visceralmente posibilidad de elegir. Sin elección no hay
libertad, sino un mero determinismo.
Conocer
implica
estar
en
posibilidades
de
formarse un juicio exacto de la realidad de las cosas, y
para conocer es imprescindible estar informado, esto es
enterado
de
cuál
intelectivamente
es
esa
edificaremos
realidad
nuestro
sobre
propio,
la
que
absoluto
e
intransferible conocimiento.
Este es el aspecto sustancial de la importancia
que tiene la prensa, como medio de expresión de la palabra
escrita, particularmente a través de los periódicos, más
precisamente de los diarios, por medio de los cuales el
ciudadano,
el
hombre
común
se
informa
con
la
mayor
inmediación de lo que ocurre en el mundo, en su país, en su
ciudad.
De allí se siguen dos principales consideraciones
que hacen a la efectividad de esa información: 1) Que la
información sea veraz; 2) que no exista ningún obstáculo o
elemento que impida, altere o modifique de modo alguno su
transmisión, para que ella llegue a su destinatario en la
forma original y en el tiempo más rápido posible.
La primera condición es privativa del informador,
del periodista, e implica conducirse con exactitud y con
verdad. La segunda está directamente relacionada con la
vigencia plena de la libertad de prensa.
Armonizando
ambos
principios
pudo
expresar
Blackstone que “La libertad de prensa es, verdaderamente,
esencial
a
consiste
en
la
no
naturaleza
imponer
de
un
Estado
restricciones
libre;
previas
mas
ella
sobre
las
publicaciones, y no es la exención de censura en materia
penal
luego
de
publicadas.
Todo
hombre
libre
tiene
un
derecho indudable a exponer al público los sentimientos que
le
plazcan;
prohibir
ésto
prensa;
pero
si
publica
ilegal,
debe
soportar
es
lo
destruir
que
las
es
la
libertad
impropio,
consecuencias
de
de
dañoso
su
o
propia
temeridad. Someter la prensa al poder restrictivo de un
licenciador, como fue hecho anteriormente, antes y después
de
la
revolución,
es
sujetar
toda
la
libertad
de
sentimiento a los prejuicios de un hombre, y hacerle el
juez
arbitrario
controvertidas
e
en
infalible
de
enseñanza,
todas
religión
las
y
cuestiones
gobierno.
Pero
penar (como la ley hace actualmente) un escrito peligroso u
ofensivo, que, una vez publicado, en juicio equitativo e
imparcial,
sea
reputado
de
tendencia
perniciosa,
es
necesario para la preservación de la paz y el buen orden,
el gobierno y la religión, las únicas bases sólidas de la
libertad civil” (William Blackstone, “Comentaries on the
law of England”, Harper & Brothers, publishers, N. York,
1862, t. 4, cap. XI, pág. 151).
Alejandro Hamilton en el caso “State of New York
v. Croswell”, decidido por la Corte Suprema de Justicia de
la Nación de aquel Estado en 1804, actuando por la parte
demandada
dejó
sentada
una
definición
ya
clásica:
“La
libertad de prensa consiste en el derecho de publicar con
impunidad,
con
justificables,
verdad,
ideas
con
con
motivos
respecto
dignos
al
y
para
fines
gobierno,
la
magistratura o los individuos” (3 Johns. Cas. 337), y se
atribuyen
al
Juez
O.W.
Holmes
las
siguientes
palabras:
“Bien puede ser que la prohibición de dictar leyes que
abroguen
la
restricciones
libertad
de
previas...
palabra
Pero
no
el
se
confine
carácter
de
a
las
todo
acto
depende de las condiciones en las cuales es realizado. La
más
estricta
protección
a
la
libertad
de
palabra
no
protegería a un hombre que gritara 'fuego' falsamente en un
teatro y provocara un pánico” (Segundo V. Linares Quintana,
“Tratado
de
la
Ciencia
del
Derecho
Constitucional,
Argentino y Comparado”, tº 4, 2ª ed., Plus Ultra, Bs.As.,
1978).
Ya
en
nuestro
derecho,
la
Corte
Suprema
de
Justicia de la Nación tiene dicho que “la verdadera esencia
del
derecho
a
fundamentalmente
la
en
libertad
el
de
reconocimiento
imprenta
de
que
radica
todos
los
hombres gozan de la facultad de publicar sus ideas por
medio
de
la
subsiguiente
prensa
sin
impunidad
de
censura
previa,
pero
quien
utiliza
la
no
en
prensa
la
para
cometer delitos comunes previstos en el Código Penal” (“La
Ley”, 1992-D-174, “Abad, Manuel E. y o.”, 7-IV-1992, con
cita
de
precedentes
en
“Fallos”,
269:189;
269:195
y
A.
283.XXII, “Acuña, Carlos M. y Gainza, Máximo s/ Infracción
arts. 109, 110, 112, 113 y 114 del Código Penal”, resuelta
el
29-VI-1989),
y
en
términos
análogos
que
“el
aludido
derecho a la libre expresión e información no es absoluto
en cuanto a las responsabilidades que el legislador puede
determinar
a
raíz
de
los
abusos
producidos
mediante
su
ejercicio, sea por la comisión de delitos penales o actos
ilícitos civiles pues, si bien en el régimen republicano la
libertad de expresión tiene un lugar eminente que obliga a
particular
cautela
en
cuanto
se
trata
de
deducir
responsabilidades por su desenvolvimiento, puede afirmarse
sin vacilación que ello no se traduce en el propósito de
asegurar la impunidad de la prensa” (“Abad, Manuel E.” cit.
y “Fallos”, 308:789 y 310:508).
Este
mismo
Tribunal
que
integro
ha
tenido
oportunidad de expresar, con distinta composición de la
actual,
que
si
bien
es
cierto
que
la
protección
constitucional no debe cubrir la conducta delictuosa de los
diarios,
ella
sí
debe
imponer
un
manejo
especialmente
cuidadoso de las normas y circunstancias relevantes para
impedir la obstrucción o entorpecimiento de la prensa libre
y sus funciones esenciales (in re “Stegagnini, Tomás R. y
otro”, 27-II-1990, “La Ley”, 1990-D-452, Nº 88.850, voto
del
doctor
Rodríguez
Villar,
con
transcripción
de
la
posición de la Corte nacional, “Jurisprudencia Argentina”,
1964-II-546 y ss., consid. 10, pág. 549).
Podemos apreciar como colofón de estos enfoques,
tan diversos en su origen, pero concatenados en una misma
línea directriz del pensamiento, que la estimativa jurídica
pone su acento en la protección de la libertad a informar y
a
ser
informado,
pero
que
tanto
asegura
aquélla
como
sanciona la conducta de quien escamotea ésta, por cuanto a
través
de
ambos
extremos
se
asegura
la
efectividad
del
destino de la información: ilustrar el conocimiento del
ciudadano
y
posibilitarle
ser
capaz
de
ejercitar
en
plenitud su libertad, esa libertad que Echeverría definió
como
“la
condición
necesaria
para
el
desarrollo
de
las
facultades que Dios le dio con el fin de que viviese feliz,
la
esencia
libertad
misma
es
de
su
muerte”
vida,
(“Dogma
puesto
que
la
Socialista”,
vida
sin
Universidad
Nacional de La Plata, 1940).
En el nivel constitucional, los arts. 14 y en
particular
15
a
19
de
nuestra
Carta
Magna
tutelan
celosamente estos bienes precipuos.
II. Sentadas estas premisas, debo señalar que la
protección conferida a la expresión del pensamiento de las
personas nunca puede alcanzar a las que con inadmisible
abuso
de
su
libertad
utilizan
los
medios
de
prensa
-
particularmente los masivos- con fines subalternos: ofender
el orden, la moral pública o los derechos de terceros.
Haciendo referencia a estos últimos, no se puede perder de
vista
que
el
daño
que
se
causa
al
funcionario
o
al
particular a través de una falsa imputación es generalmente
insusceptible de ser reparado a través de la aclaración o
rectificación ulterior.
Al
respecto
señala
Daniel
E.
Herrendorf
que
“nunca ha dejado de ser un problema de alta gravedad las
lesiones que en forma deliberada o ingenua causan a la
reputación
y
al
nombre
malintencionadas,
de
una
falsas
o
persona
las
agraviantes
expresiones
puestas
en
circulación por los medios de comunicación social... según
muestra
la
sociología
de
la
comunicación,
una
falsedad
repetida por los medios se incorpora en el inconsciente
colectivo
con
éxito:
una
desmentida
posterior
no
surte
efectos de ninguna naturaleza; para que ese efecto, sin
duda deseado por el agraviado tenga sentido, el desmentido
debe ser reiterado por lo menos durante algunas semanas, de
modo
tal
que
la
sociedad
asimile
el
nuevo
mensaje
con
capacidad de incorporación y nuevo discernimiento, proceso
que la psicología social denomina “insight” (incorporación
intelectiva).
Sin
esta
nueva
“incorporación”,
la
nueva
versión queda flotando en el aire, con nulas posibilidades
de interactuar frente al mensaje originario” (“Abstinencia
de la Corte frente al poder abusivo de los medios masivos”,
“El Derecho”, 133-273).
Enfocando
civilista,
Jorge
esta
Bustamante
temática
Alsina,
desde
con
la
su
óptica
reconocida
versación aborda, haciendo un análisis del fallo dictado
por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la causa
“Campillay, Julio C. c/ La Razón y otros”, el problema de
la responsabilidad y concluye en que “el pronunciamiento se
ha limitado a establecer que el derecho de informar no es
absoluto
y
está
sujeto
al
régimen
común
de
las
responsabilidades que organiza la ley sea por la comisión
de delitos penales o actos ilícitos civiles. Por ello el
tribunal considera procedente la reparación de los daños
causados
injustificadamente
por
violación
del
principio
legal del alterum non laedere (art. 1100, C. Civ.) o bien
por
el
1071,
ejercicio
Cód.
abusivo
Civil)...
si
del
la
derecho
de
información
informar
no
(art.
verdadera
es
transmitida con falsedad el autor es responsable civil y
penalmente, según la naturaleza del bien jurídico afectado
por el dolo que le impulsó a realizar el acto. Se configura
así el delito civil a que se refiere el art. 1072 del
Código
Civil,
sabiendas
y
cuando
con
dice
intención
que:
de
'el
dañar
acto
la
ejecutado
persona
o
a
los
derechos de otro se llama en este Código delito'. Si la
información no verdadera es transmitida por error el autor
no será responsable por el perjuicio causado si no hubiese
faltado
prudente
al
y
información”
deber
de
veracidad
diligente
(“Los
en
Efectos
que
impone
recibir
Civiles
de
y
una
conducta
transmitir
las
la
Informaciones
Inexactas o Agraviantes”, “La Ley”, 1989-D-885).
Coincido
con
el
ilustrado
jurista
en
estas
conclusiones, que me parecen de indudable valor para la
resolución de este caso.
III.
Cabe
consideración
de
a
otro
esta
altura
aspecto
que
ingresar
entendemos
en
la
de
suma
periodístico,
Bill
relevancia para el presente voto.
En
Kovach
un
analiza
muy
el
atinado
valor
artículo
que
adquieren
y
la
consecuente
responsabilidad que genera dar el relato inicial de los
hechos.
Para
ello
trae
el
genio
del
historiador
griego
Tucídides -su comentario a 'Las guerras del Peloponeso'
Siglo V a. de C.- quien escribió “Respecto de mi relato
objetivo de los hechos me fijé como principio no escribir
la primera noticia que me llegara y no guiarme tampoco por
mis impresiones generales. O bien estuve presente en los
hechos que he descrito o bien oí hablar de ellos a testigos
oculares cuyos relatos verifiqué con la mayor minuciosidad
posible. Aun así, no resultó fácil descubrir la verdad:
diferentes testigos oculares hicieron relatos distintos de
los mismos hechos, hablando con parcialidad hacia un lado o
hacia el otro o por recuerdos imperfectos... y si estas
palabras
mías
son
juzgadas
útiles
por
quienes
desean
entender claramente los hechos que ocurrieron... mi trabajo
no es un escrito pensado para satisfacer el gusto de un
público
Finaliza
inmediato;
Kovach
el
fue
hecho
párrafo
para
añadiendo
durar
eternamente”.
“Mil
cuatrocientos
años más tarde, estas palabras siguen definiendo el valor
de la objetividad periodística” y a continuación añade que:
“Los periodistas pueden escribir sólo el primer borrador de
la historia. Pero es el borrador en base al cual nuestros
ciudadanos actúan”. Antes había dejado dicho que: “si no
hay una fuente de información creíble, el compromiso social
es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo” (Diario
“Clarín”, 7-VI-1995, pág. 15).
Compartimos estas opiniones. La confianza en la
información se crea a partir de una información confiable,
aunque esto parezca de Perogrullo. El conocimiento directo
de los hechos reportados, o el recurrir a los protagonistas
directos
de
los
mismos,
más
allá
de
la
subjetividad,
parcialidad o error en la apreciación de los sentidos en
que
pudieran
incurrir
tales
cronistas
privilegiados
garantiza en mayor medida la veracidad y la objetividad. La
seriedad
de
cualquier
investigación
sobre
relato
hechos
histórico,
pretéritos,
de
cualquier
requiere
el
aseguramiento previo de las fuentes.
No menos cierto es afirmar que la primera versión
de la historia es la que brindan los periodistas, o en
rigor, los diarios en que ellos vuelcan sus expresiones.
Esa
es
la
explicación
que
signará
en
buena
medida
la
apreciación prospectiva del informado.
Pero lo cierto es que aun coincidiendo en esta
apreciación
Alfonso
no
Nieto,
puede
soslayarse
periodista,
que
profesor,
hoy
-como
ex
rector
expresó
de
la
Universidad de Navarra- “cada vez más, la información es el
pilar
de
niveles:
economía.
las
la
relaciones
política,
El
desafío
entre
el
es
personas
comercio,
informar
en
la
todos
educación,
más,
mejor
y
los
la
más
rápidamente” (Reportaje publicado en el Diario “La Nación”
del 9-VI-1996, pág. 18).
Es la misma observación que -desde el prisma de
lo jurídico- formula Bustamante Alsina en su artículo ya
mencionado, en los siguientes términos: “La preocupación de
los medios de comunicación social por difundir las noticias
anticipándose a otros órganos de divulgación, y la avidez
del público por ser informado inmediatamente de los sucesos
de interés general, son sin duda la causa de que se lancen
a la circulación noticias carentes de suficiente base de
sustentación en la realidad de los hechos. El clima de
intranquilidad
e
incertidumbre
que
esas
prácticas
periodísticas crean, es la fuente de versiones de la más
diversa
índole
las
cuales
pueden
confirmarse
o
ser
desmentidas, pero que hasta que ello ocurre dan motivo a
inquietudes personales cuando no a hondas perturbaciones
sociales” (op. y loc. cits.).
Esta realidad es irrefragable. Si Tucídides tenía
la laudable intención de escribir para un público mediato y
que su versión de los hechos durara eternamente, hoy su
designio naufragaría frente a la voracidad de los “mass
media”, que representan exactamente la tendencia contraria:
llegar inmediatamente a un público ansioso por conocer cada
detalle de los sucesos que ocurrieron hace apenas momentos
con
interpretaciones
necesariamente
signadas
por
la
provisoriedad. Todo lo que aparece en los periódicos es
incontrovertiblemente
precario,
aunque
con
la
peligrosa
impronta de su impacto estigmatizante.
Por otro lado la despiadada competencia comercial
que marca la presencia de otros medios de comunicación de
masas, fundamentalmente la televisión y la siempre vigente
radiofonía,
y
obviamente
de
los
diversos
voceros
de
la
prensa escrita, requieren un difícil equilibrio que tiene
que conjugar celeridad, oportunidad, control de las fuentes
y otro muy gravitante factor que es la medida del impacto
público o sensacionalismo que represente la noticia, entre
otras consideraciones.
En este último aspecto es célebre la frase que
Max Aitkin, un desconocido canadiense que en 1910 adquirió
el “Daily Express” de Londres, convirtiéndose más adelante,
por su espectacular aporte al periodismo en el poderoso
Lord Beaverbrook, colocara como suerte de frontispicio de
su Redacción: “... si un perro muerde a un hombre, no es
noticia; pero si un hombre muerde a un perro, eso sí que es
noticia”.
En la misma línea de pensamiento, refiere Edward
Butler,
autor
de
una
“Introducción
al
Periodismo”,
publicada en Londres en 1955 que existe un “límite de lo
que el diario puede publicar” aún en el caso hipotético de
que sobre papel. “Por eso el rotativo elige, en primer
lugar,
los
segundo,
personas,
acontecimientos
sucesos
sin
que
pensar
acontecimientos”,
y
de
atañen
en
el
agrega
mayor
a
la
interés
“los
importancia,
mayor
que
hechos
y
en
cantidad
de
haya
más
por
estos
interesantes
son, en general, los extraordinarios... Un individuo vive
su vida normal y nadie se preocupa absolutamente por él.
Pero cuando este individuo hace algo fuera de lo normal,
bueno o malo, en el acto la gente fija en él su atención...
si se lo acusa de haber violado la ley, en fin, si hace lo
que no haría la mayoría de la gente, la opinión pública
deja,
en
esas
circunstancias,
de
ser
indiferente
y
su
interés depende de la naturaleza de lo acontecido. Y sea o
no del agrado de dicho individuo, la opinión pública fijará
en él toda su atención y no tomará en cuenta si su conducta
es provechosa o antisocial” (Tomado de “El periodismo y la
opinión pública” por Norberto Vilar en “Enciclopedia de los
Grandes Fenómenos de Nuestro Tiempo”, 1972).
Mas el papel de la prensa no se agota en la
búsqueda
y
amplificación
de
lo
que
aparece
como
sensacional, sino que en muchos casos hace sensacionalismo,
es
decir
mayor,
potencia
o
hechos
procura
que
crearlos
no
revisten
a
partir
trascendencia
de
novedades
ingeniosamente diseñadas.
Estas características se agudizan tratándose de
crónicas policiales, las que tradicionalmente han concitado
el interés del público.
La
velocidad
que
requiere
la
demanda
de
información, las expectativas generadas y potenciadas por
los propios medios requieren respuestas inmediatas, y allí
irrumpen
opiniones
generalmente
de
ilustradas
todo
con
género,
escasos
inducidas
datos
o
no,
parciales,
a
veces producto de la mera lectura de un título capturado al
azar, que al calor de un debate -en frecuentes ocasiones
direccionado-,
culminan
en
los
cada
vez
más
frecuentes
juicios y condenas mediáticas.
Por
periodística
todas
estas
aparece
circunstancias,
desenvuelta
dentro
de
la
actividad
un
contexto
particularísimo, en el que la posibilidad de solicitar y
obtener de cada fuente consultada una garantía de veracidad
aparece
cada
vez
más
remota.
En
la
mecánica
de
la
“primicia” -aquella información que se tiene con prelación
a cualquier otro medio periodístico, en muchos casos con
absoluta exclusividad- el tiempo perentorio, la premura con
que se publique, resultan aspectos sustanciales que hacen a
su utilidad, relevancia y posibilidad de consumo.
Lo que es noticia no ya hoy, sino ahora, puede
dejar de serlo apenas instantes después. La necesidad de
que el periódico esté en la calle en las primeras horas del
día
o
del
horario
vespertino,
según
el
caso,
y
el
consecuente horario de cierre de las rotativas condicionan
severamente la posibilidad de una adecuada evaluación y
ponderación de la novedad, que se recibe por conducto de
fuentes
“habitualmente
confiabilidad
dista
en
bien
informadas”
ocasiones
aunque
no
infrecuentes
la
publicación
su
de
la
buscada veracidad.
Incurrir
en
atraso
en
de
una
noticia es el pecado mayor que puede atribuirse a un medio
de
comunicación,
y
el
Jefe
de
Redacción
se
encarga
celosamente de impedirlo.
En
esas
condiciones,
el
periodista
-y
por
carácter transitivo el editor- deben actuar con la pericia
propia
de
su
oficio,
seleccionando
y
corrigiendo
el
material que va a ser objeto de la transmisión mediática,
procurando filtrar los errores que resulten perceptibles.
IV. Cabría de acuerdo a lo expresado formular una
distinción
entre
aquellas
informaciones
que
resultan
espontáneamente de hechos impactantes, que se producen en
el momento, que “explotan” y que generan la necesidad de
una inmediata cobertura mediática por cuanto la demanda de
conocimiento por la población se revela impostergable, y
aquellas otras que provienen de los que se da en llamar
“periodismo
de
investigación”,
donde
los
tiempos
son
manejados por el cronista con mucha mayor libertad, y la
publicación
aparece
generalmente
determinada
no
por
una
exigencia del público, sino por la oportunidad que marca el
medio.
En
esta
última
modalidad
las
características
mencionadas en el parágrafo anterior se ven sustancialmente
atenuadas, si bien no pierden absoluta vigencia, aunque
muchas veces presentan matices que merecen un análisis más
particularizado
en
cuanto
a
la
perentoriedad
de
su
publicación.
La diferencia no resulta en mi criterio ociosa,
por cuanto parece de toda evidencia que la posibilidad de
error existe mucho más frecuentemente en el primer supuesto
que en el segundo, donde las fuentes informativas pueden
ser chequeadas con mayor seguridad y donde las excusas de
una precipitación en la publicación se muestran bastante
menos atendibles.
También
la
intención
dolosa
adquiere
más
posibilidades de operar, por cuanto la modalidad adoptada
resulta por cierto más proclive al “armado”, a insertarse
con mayor comodidad en el entramado de la noticia que se va
conformando
lentamente
hasta
hacer
eclosión
con
su
publicación, cuya oportunidad -reitero- queda en principio
librada a la unilateral decisión del medio.
A
tenor
responsabilidad
de
tales
emergente
en
consideraciones,
uno
y
otro
la
caso
debe
analizarse de distinta manera, máxime cuando la percepción
del público es distinta tratándose de una información que
por
sus
características
intrínsecas
presenta
un
mayor
margen de error respecto de otra que se intuye y presenta
como más dotada de precisión, siendo también en razón de su
naturaleza
y
complejidad,
habitualmente
mucho
más
fácilmente rectificable la primera que la segunda.
V.
En
orden
a
la
fundamentación
de
responsabilidad, y al factor de atribución de la misma, no
podemos
dejar
irrupción
en
de
mencionar,
nuestro
derecho
atento
y
la
la
fuerza
abundante
de
su
literatura
jurídica que desencadenó (“La doctrina de la 'real malicia'
en la jurisprudencia de la Corte Suprema”, F.N. Barrancos y
Vedia, Rev. “La Ley”, 15-XI-1995; “Un fallo fundamental”,
A.
Ventura,
“La
Nación”,
15-XI-1996;
“¿Qué
es
la
real
malicia?”, Gregorio Badeni, La Nación, 16-XI-1996; “Real
Malicia”,
H.
Verbitsky,
Página
12,
18-XI-1996;
“Nuestro
Derecho común interno frente a la doctrina jurisprudencial
norteamericana
de
la
'actual
malice'“,
J.
Bustamante
Alsina, Rev. “La Ley”, 19-II-1997; “Doctrina de la 'real
malicia'“,
G.
Badeni,
Rev.
“La
Ley”,
9-IV-1997;
“Dimensiones de la 'real malicia' y afectación del honor en
el caso “Gesualdi”, M.A. Gelli, Rev. “La Ley”, 30-IV-1997;
“Libertad de Prensa”, A.R. Vázquez, Rev. “El Derecho”, 22VI-1997; “El derecho al honor, la libertad de prensa y la
doctrina
de
la
'real
malicia'“,
C.A.
Brun,
Rev.
“Jurisprudencia Argentina”, 2-VI-1997; “La doctrina de la
real
malicia
Suprema
de
en
la
actual
Justicia,
El
jurisprudencia
caso
'Dora
de
la
Gesualdi'“,
Corte
R.D.
Pizarro, Rev. “Jurisprudencia Argentina”, 9-VII-1997; “¿Es
prescindible
la
doctrina
de
la
'real
malicia'?”,
A.M.
Morello, Rev. “La Ley”, 16-XI-1997; “El debate público y la
real malicia”, G. Badeni, Rev. “El Derecho”, 22-IX-1997;
“¿Real malicia o simplemente dolo?”, H.S. Vidal, “La Ley”,
21-XI-1997, entre otros trabajos publicados), la doctrina
llamada
de
la
“real
malicia”
(“actual
malice”),
sistematizada por la Suprema Corte de los Estados Unidos de
Norteamérica en el difundido caso “New York Times Co. vs.
L.B. Sullivan” (376 U.S. 254, 84 S. cit. 710, 11 L. De. 2
d. 686, 1964) y en los menos notorios “Time Inc. vs. Hill”
(385
U.S.
1967),
384-1967),
“Rosenbloom
“Curtis
vs.
vs.
Butts”
Metromedia”
(403
(388
U.S.
U.S.
139-
29-1971),
“Gertz vs. Roberto Welch Inc. Co.” (418 U.S. 323-1974) y
“Garrison vs. Louisiana” (1964) y “St. Amant vs. Thompson”
(1968),
citados
estos
dos
últimos
por
Jorge
Bustamante
Alsina en su más reciente aporte al tema (“Nuestro Derecho
Común
interno
frente
a
la
Doctrina
Jurisprudencial
Americana de la 'actual malice' -A propósito de los casos
'Morales Solá' y 'Gesualdi'-” en L.L., año LXI, Nº 35 del
19-II-1997) como aplicación de la misma teoría precisándola
en sus alcances.
En
Corte
“New
Federal
York
Times
expresó
entre
Co.
vs.
otras
L.B.
cosas
Sullivan”
los
la
siguientes
lineamientos (seguimos a Bustamante Alsina en el trabajo
citado en último término): “La norma del Estado de Alabama
no
es
verdad
constitucional
de
lo
si
afirmado.
permite
La
al
norma
a
opinante
quien
probar
critica
a
la
la
conducta de un funcionario a garantizar la veracidad de sus
afirmaciones,
bajo
el
riesgo
de
ser
demandado
por
difamación llevaría a una situación de autocensura” (376
U.S. 278). “La garantía constitucional requiere una norma
federal que impida a los funcionarios accionar por daños y
perjuicios en base a difamación o falsedades atribuidas a
su
conducta
afirmación
oficial
fue
a
menos
realizada
que
con
ellos
real
prueben
malicia
que
la
(“actual
malice”), ésto es, con conocimiento de su falsedad o con
grave negligencia en la verificación de si era falsa o no”
(376 U.S. 278). “Este privilegio para criticar la conducta
de los funcionarios es análogo a la protección que tiene un
funcionario
demandado
público
por
circunstancia
un
de
(inmunidad)
ciudadano”
que
el
New
cuando
(376
York
el
U.S.
Times
mismo
es
282).
“La
publicó
la
solicitada
sin
verificar
la
veracidad
de
su
contenido
frente a información ya publicada por él mismo, no implica
el conocimiento de la falsedad de su contenido” (376 U.S.
287). “Las pruebas contra New York Times apenas acreditan
negligencia en verificar la veracidad de los avisos, por
ello no es suficiente para admitir la culpa grave” (376
U.S. 288).
Gregorio Badeni sintetizó así lo resuelto en el
caso
en
cuestión
“En
el
juicio
se
discutía
la
responsabilidad de un medio de prensa por haber publicado
una solicitada contra la discriminación racial en la cual
se
incluían
datos
inexactos
y
agraviantes
para
un
funcionario público. La mayoría del tribunal sostuvo que
eran inaplicables las normas del common law para juzgar la
responsabilidad
de
quien
ejercía
la
libertad
de
prensa
formulando expresiones inexactas y lesivas para el honor de
un
funcionario.
Correspondía
aplicar
los
principios
jurídicos contenidos en la Constitución, que condicionaban
aquella
responsabilidad
a
la
prueba
fehaciente
por
el
accionante de los siguientes extremos: 1) La falsedad de la
expresión, porque si se dice la verdad, por más ofensiva
que sea, jamás se puede sancionar al emisor; 2) el daño
causado; 3) que la expresión fue publicada conociendo su
falsedad (dolo directo) o la temeraria despreocupación por
constatar
la
verdad,
cuando
ello
es
fácilmente
posible
teniendo conciencia por las circunstancias del caso que,
razonablemente, la publicación es inexacta (dolo eventual).
Una conducta culposa o negligente, por más reprochable que
sea, es insuficiente para acarrear sanciones” (“Qué es la
Real Malicia”, La Nación, 16-XI-1996).
Atento
expresiones
que
la
inexactas
doctrina
o
“ampara
falsas,
aun
a
declarando
las
la
innecesariedad de su verificación, cuando se refieren a
funcionarios públicos y respecto de temas de
institucional”,
el
caso
“Time
Inc.
vs.
relevancia
Hill”
amplió
notablemente el precedente al afirmar ahora la Corte que
“la
protección
debía
extenderse
a
los
casos
en
que
se
tratara de una materia de interés público para que fuera
aplicable el standard del caso 'Sullivan' 'Y la doctrina
llegó luego a su máxima extensión en el caso 'Rosembloom
vs. Metromedia Inc.' donde en 1971 el mismo juez Brennan
consideró que el caso 'Sullivan' debía aplicarse 'a toda
comunicación
u
discusión
que
envuelva
materias
de
relevancia pública o general, sin tener en cuenta si las
personas afectadas son famosas o anónimas' sentencia ésta
que ha sido considerada entonces la máxima protección a la
libertad de prensa (403 U.S. 29 (1971)” (Gerardo Ancarola,
“Un
hito
promisorio
para
la
libertad
de
prensa”,
“El
Derecho”, 145-511/13).
Refiere Bustamante Alsina (“Nuestro derecho...”
cit.)
que
en
“Garrison
vs.
Louisiana”
(1964),
donde
se
extendió la doctrina de la real malicia al área penal, la
Corte
Federal
expresó
que
el
límite
de
la
libertad
de
prensa es el conocimiento deliberado de la falsedad. En
“St. Amant vs. Thompson” (1968) se utilizó el 'standard'
denominado “reckless Disgregard” (descuido temerario). En
tanto en “Gertz vs. Roberto Welch Inc. Co.” aclaró que la
regla
era
aplicable
también
cuando
las
expresiones
se
vertían acerca de una figura pública, aunque no fuese un
funcionario público, entendiendo por tal no la persona que
concitaba interés público, sino la que había participado
del debate público, o si, de algún modo, había expuesto
intencionalmente su persona a los medios de comunicación.
Como advertimos, a pesar de su aparente estrechez
originaria, la doctrina de la real malicia se ha extendido
a materias de interés o relevancia pública o general, y en
todo caso ha generado pautas que pueden revestir alguna
utilidad
para
la
determinación
de
si
ha
existido
responsabilidad en cada caso concreto en que se halle en
juego la necesidad de tal determinación.
De
referencias
todos
a
esta
modos,
doctrina
para
el
hechas
autor
por
los
citado
jueces
las
de
nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación no agregan
nada al sistema de derecho común que rige en nuestro país
en orden a fundamentar sus sentencias, ya que en él “todos
los elementos que configuran un esquema de responsabilidad
civil,
incluidos
los
únicos
factores
de
imputabilidad
subjetiva (dolo y culpa), deben ser probados en el proceso
por
quien
pretende
el
resarcimiento.
Todo
ello
sin
desconocer el moderno principio de las cargas probatorias
dinámicas
permiten
y
del
al
probatorio
juez
de
clásico
en
el
acuerdo
de
adquisición
momento
con
'las
de
procesal,
valorar
libres
el
que
plexo
convicciones',
admitir pruebas sin considerar quien las aportó y crear
presunciones 'homini' en contra de la parte que estaba en
mejores condiciones para allegarlas al proceso y permaneció
inactiva” (“Nuestro Derecho...” cit.).
Para
Adolfo
Roberto
Vázquez
la
aceptación
del
standard de la real malicia es el resultado de una dilatada
evolución a partir del caso “Costa, Héctor c/ Municipalidad
de la Capital y otros” del año 1987 (“Fallos”, 310:508),
continuada con el precedente “Vago, J.A. c/ Ediciones La
Urraca” del 19-XI-1991 (“Fallos”, 314:1517; “El Derecho”,
145-516) aun cuando sólo se refirieron en ésta a ella los
jueces Fayt y Barra; con el caso “Abad, Manuel Eduardo s/
calumnias e injurias” del 7-IV-1992 (“Fallos”, 315:632, “El
Derecho”, 148-428), donde el juez Cavagna Martínez sumó su
voto
a
los
mencionados;
con
el
caso
“Tavares,
Flavio
Arístides s/ Calumnias e injurias” (“Fallos”, 315:1699),
esta vez con el voto de los jueces Fayt, Petracchi y Barra,
entendiendo
este
último
que
la
doctrina
constituye
en
nuestro derecho una mera “técnica procesal”; en el caso
“Triacca, Alberto J. c/ Diario La Razón y otros” del 26-X1993 (“El Derecho”, 157-367) sin referirse explícitamente a
la
doctrina,
protección
aceptó
del
por
honor
unanimidad
de
las
la
atenuación
personalidades
de
la
públicas
respecto de los simples particulares; en los casos “Suárez,
Facundo Roberto s/ Querella c/ Cherashny” del 4-V-1995 (“El
Derecho”, 164-66) y “Rodríguez, Horacio D.” del 30-V-1995
(“El Derecho”, 164-536) sólo los votos disidentes de los
jueces Fayt, Petracchi y Boggiano en el primero y Boggiano
en
el
segundo
se
refirieron
al
standard
en
cuestión;
finalmente en los casos “Morales Solá, Joaquín Miguel s/
injurias”
“Gesualdi,
del
12-XI-1996
Dora
Independientes”
Mariana
del
(“El
c/
17-XII-1996
Derecho”,
Cooperativa
y
“Ramos,
170-442);
Periodistas
Juan
José
c/
L.R.3 Radio Belgrano y otros” del 27-XII-1996, la mayoría
de los miembros de la Corte admitió la pauta en el caso de
los funcionarios públicos, en tanto en Gesualdi dos de los
votos que integraron la mayoría se refirieron a ella, por
lo cual el autor de la nota entiende que la adopción de la
doctrina por el más alto Cuerpo de nuestra Justicia es un
hecho.
Discrepando con la opinión de Bustamante Alsina
(a la que se suman las de Gerardo Ancarola, “Libertad de
Prensa y responsabilidad de la prensa”, “El Derecho”, 171509 y de Santos Cifuentes, “El honor y la libertad de
expresión”. “La responsabilidad civil”, “La Ley” del 15-X1993) en cuanto rechaza la posibilidad de admitir un factor
de
atribución
subjetivo
de
responsabilidad
de
carácter
específico distinto del dolo y la culpa, Vázquez señala que
las
críticas
olvidan
que
la
Corte
es
un
Tribunal
de
garantías constitucionales que en el cumplimiento de su
cometido
puede
fijar
pautas
de
interpretación
de
las
libertades fundamentales que por estar basadas en nuestra
Constitución
prevalecen
sobre
toda
norma
infraconstitucional, en cuyo rango ubica las que consagran
la responsabilidad civil. Por la misma razón, encuentra
fundamento para la aplicación de la “actual malice” tanto
en querellas penales como en causas civiles, discrepando
esta vez con Santos Cifuentes (“La protección del honor de
los jueces y la responsabilidad de los medios de prensa.
Equívocos y confusiones a propósito de los casos 'Gesualdi'
y 'Morales Solá'“, “El Derecho” del 11-IV-1997).
Un
Morello
procesalista
tercia
en
esta
de
la
talla
temática,
de
Augusto
afirmando
que
Mario
en
el
derecho vívido de la libertad de expresión la cuestión de
la prueba es en concreto el meollo a resolver para la
apropiada
aplicación
de
las
normas
constitucionales
y
legales (del Derecho Civil y Penal) imbricadas en el tema,
y coincide con Vázquez en atribuir al ingreso del requisito
de la 'real malicia' al panorama nacional el rol de una
regla o principio -a modo de “estándar” de juego funcional
flexible- no destinada a regir de manera absoluta y con
aplicación maquinal, expresando su creencia que del plexo
de normas emergentes de los Proyectos de Reforma de Códigos
Procesales en lo Civil y Comercial de la Nación y Provincia
de Buenos Aires, al combinarse “equilibradamente el deber
general
de
jurisdicción
colaboración
en
su
caso
a
al
buen
la
parte
resultado
que
la
de
tiene
la
como
principal, armoniza una solución que da respuesta a las
dificultades que anidan en la cuestión” (“¿Es prescindible
la doctrina de la 'real malicia' (“Actual Malice”)”, “La
Ley”, año LXI, Nº 177 del 16-IX-1997).
De lo expuesto surge que en el sub judice no se
dan los extremos requeridos por los autores nacionales, ni
aquéllos que fundaron la utilización de la doctrina de la
real malicia por la Corte Federal norteamericana, aunque
coincidiendo con Morello en cuanto la aceptación de los
principios
de
la
teoría
de
las
cargas
probatorias
dinámicas, creemos que se trata de estándares que pueden
resultar
de
utilidad
evalúe
prudentemente
coadyuvante
en
para
cada
que
caso,
el
juzgador
con
sus
particularidades, el valor de la prueba aportada por las
partes.
VI. Volviendo al ya mencionado caso “Campillay”
(sentencia
del
15-V-1986,
“Fallos”,
308:789;
“La
Ley”,
1986-C-411), diremos siguiendo a Enrique Tomás Bianchi (“La
Doctrina Campillay (O la Noticia que reproduce lo expresado
por otro)”, “La Ley”, diario del 15-IV-1997, año LXI, Nº
72) que su aplicación requiere: a) Una fuente que puede ser
policial, o un declarante en sede judicial, o el comunicado
policial o la declaración judicial, de la cual surja una
expresión que lesione los derechos de un tercero; b) Un
informador, que es el medio de comunicación o quien utiliza
el medio; c) Una noticia, que ha sido tomada de la fuente,
la
que
debe
considerará
mencionarse,
propia
de
ya
quien
que
la
en
caso
emite,
contrario
debiendo
se
haberse
transcripto en forma sustancialmente fiel lo manifestado
por aquella fuente, en una materia de relevancia pública,
es decir que resulte de interés para la sociedad; d) Un
afectado, que puede o no ser una personalidad pública.
Recordemos
que
en
la
especie
que
originó
“Campillay” se resolvió que la responsabilidad del medio
que
involucraba
erróneamente
a
un
tercero
en
un
hecho
policial quedaba excusada si “con un enfoque adecuado a la
seriedad que debe privar en la misión de difundir noticias
que pueden rozar la reputación de las personas, admitida
aún la imposibilidad práctica de verificar su exactitud, se
hubiese propalado la información atribuyendo directamente
su contenido a la fuente pertinente, utilizando un tiempo
de verbo potencial o dejando en reserva la identidad de los
empleados en el hecho ilícito”. Esta doctrina fue reiterada
con ligeros matices en los casos “Granada” (sent. del 26-X1993, “La Ley”, 1994-A-237); “Triacca” (sentencia del 26-X1993, “La Ley”, 1994-A-246); “Espinosa” (sent. del 27-X1994) y “Acuña” (sentencia del 10-XII-1996).
VII.
Efectuadas
todas
estas
consideraciones
previas, necesarias en mi criterio para situar debidamente
el
caso
sub
judice,
entiendo
que
la
conducta
de
los
periodistas -y consecuentemente los del responsable de los
medios para el cual desarrollan su labor- en la publicación
de la noticia cuestionada por el accionante no los hace
incurrir en ilícito civil alguno.
Debo
señalar
que
las
particularidades
de
la
situación me han llevado a efectuar un minucioso análisis
de
los
hechos,
del
cual
no
resulta
de
ningún
modo
patentizado el absurdo que se denuncia, habiendo mediado en
los autos, en mi concepto, una evaluación y calificación
jurídica correcta de aquéllos por el a quo, en el ámbito
propio de sus atribuciones.
Va
extistió,
de
suyo
habiéndose
investigación
entonces
llevado
respectiva,
por
que
la
denuncia
efectivamente
lo
que
no
judicial
adelante
medió
de
la
modo
alguno por parte de los medios periodísticos una creación
artificiosa, destinada a procurarse un rédito indebido, y a
través de la generación de un sensacionalismo que no se
correspondiese con la efectividad de lo acontecido.
Es cierto que existió la mención del nombre de la
reclamante.
producto
Cabe
de
un
entonces
discernir
procedimiento
si
tal
mención
arbitrario,
fue
caprichoso,
temerario o lisa y llanamente doloso, con la finalidad de
producir
por
reclamante
parte
o
en
sus
de
los
demandados
legítimas
menoscabo
afecciones,
o
si
en
el
por
el
contrario las circunstancias del caso tornan excusable el
accionar asumido por aquellos en la especie.
Dado que no basta que la información sea errónea
y aun lesiva para el honor de una persona para que ésta
tenga derecho a que le sea reparado el perjuicio causado.
Como señaló la Corte nacional en el considerando
10
del
fallo
“Pérez
Arriaga,
Antonio
c/
Arte
Gráfica
Editorial Argentina S.A. (mencionado por Gerardo Ancarola,
“Un
retorno
“Comprobado
a
el
las
fuentes”,
exceso
“El
informativo,
Derecho”,
quien
154-961):
pretenda
el
resarcimiento deberá demostrar la culpa o negligencia en
que incurrió el informador conforme al régimen general de
responsabilidad por el hecho propio que contiene la fórmula
del art. 1109 del Código Civil. En efecto, no existe en el
ordenamiento legal de nuestro país un sistema excepcional
de responsabilidad objetiva para aplicar a la actividad
supuestamente riesgosa de la prensa. Si fuera así, el deber
de resarcir debería imponerse ante la sola comprobación del
daño.
Por
ello,
imprescindible
en
probar
el
sistema
aun
el
legal
factor
de
vigente
es
imputabilidad
subjetivo -sea la culpa o el dolo- de la persona u órgano
que dio la noticia o publicó la crónica”.
Y
como
sostiene
el
ya
mencionado
Bustamante
Alsina (“Teoría General de la Responsabilidad Civil”, 6º
ed., Abeledo Perrot, pág. 583 y ss.) “el autor no resultará
responsable
civilmente
del
perjuicio
causado
cuando
el
error fuese excusable, es decir aquél hubiese empleado los
debidos cuidados, atención y diligencia para evitarlo. Si
lo será en cambio cuando haya faltado al deber de veracidad
que consiste en el obrar cauteloso y prudente en recibir y
transmitir la información”.
En ese menester, no advierto que haya existido un
menosprecio por la realidad de los hechos, ni que se haya
procedido con ligereza por la intimidad y el buen nombre de
las
personas,
sino
que
se
razonablemente
proporcionada
caso,
en
basada
la
suministró
a
la
información
una
aparente
información
gravedad
suministrada
por
del
sus
fuentes.
Cabe añadir que la situación que prestó base a la
información cuestionada, difundida por los demandados, se
presentó
como
un
hecho
novedoso,
de
configuración
imprevista y sorpresiva.
Descarto
pues
la
intencionalidad
de
perjudicar
que no surge de ninguna de las evidencias arrimadas a los
autos.
Amerito
asimismo
para
llegar
al
resultado
anticipado -a mayor abundamiento- la circunstancia de que
los demandados le dieron a la actora oportuna posibilidad
de réplica (fs. 684 y vta. 685 y vta.), lo que evidencia su
buena fe en sus procederes.
VIII.
Mas
entiendo
que
le
asiste
razón
al
recurrente en cuanto sostiene que en el pronunciamiento en
crisis se han quebrantado los arts. 1109 del Código Civil y
384 del Código Procesal Civil y Comercial, con cita de
absurdo (ver fs. 811 vta./816 vta.).
En
efecto,
considero
que
el
codemandado
Lambrescht actuó con ligereza culpable al denunciar a la
actora por los delitos de estafa y coacción, de los que a
la postre fuera sobreseida (ver fs. 682 y vta.).
Ello así pues, un día después de haber suscripto
el señor Lambrescht, con patrocinio letrado, un convenio de
pago -fs. 64- por el que se deja sin efecto el remate
ordenado en el trámite de ejecución de sentencia, procede a
denunciar ante la Justicia penal a la ahora accionante por
los delitos antes mencionados, imputación que toma estado
público y que motiva el presente reclamo jurisdiccional
reparatorio (arts. 1089, 1090, 1068, 1075, 1078, 1083 y
cc., Código Civil).
Los argumentos brindados por la alzada a fs. 797
y vta. para revocar la sentencia de la instancia inferior,
son insuficientes para tener por acreditado la falta de
culpa
del
señor
transgrediéndose
antes
citadas
Lambrescht
de
por
ese
lo
en
modo
que,
el
las
de
marras,
disposiciones
legales
conforme
hecho
lo
anticipara,
el
recurso debe prosperar.
En consecuencia se debe dejar sin efecto el fallo
de Cámara en relación a lo decidido respecto del señor
Lambrescht
-fs.
793/798-
y
mantenerse
lo
resuelto
en
primera instancia -fs. 681 vta./683, 687 vta./688- en tal
aspecto (art. 289, C.P.C.C.).
Con tal alcance, voto pues por la afirmativa.
Los señores jueces doctores de Lázzari y Salas
por
los
mismos
fundamentos
del
señor
Juez
doctor
Negri
votaron la cuestión por la negativa.
A
la
misma
cuestión
planteada,
el
señor
Juez
doctor Hitters dijo:
Adhiero a los fundamentos brindados por el doctor
Negri, en el punto c de su voto.
Con tal alcance, doy mi voto por la negativa.
El señor Juez doctor Roncoroni, por los mismos
fundamentos del señor Juez doctor Pettigiani, votó también
por la afirmativa.
A
la
misma
cuestión
planteada,
el
señor
Juez
doctor Soria, dijo:
Adhiero al voto de mi colega doctor Pettigiani,
en los puntos II, párrafos tercero y cuarto, VI, VII y
VIII, pues juzgo que por los argumentos allí vertidos se
funda
acabadamente
el
acogimiento
parcial
del
recurso
extraordinario puesto a consideración de esta Corte.
Voto, con tal alcance, por la afirmativa.
El
señor
Juez
doctor
Genoud,
por
los
mismos
fundamentos del señor Juez doctor Negri, votó también por
la negativa.
Con
lo
que
terminó
el
acuerdo,
dictándose
la
siguiente
S E N T E N C I A
Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, por
mayoría, se rechaza el recurso extraordinario interpuesto;
con costas (arts. 84 y 289, C.P.C.C.).
Notifíquese y devuélvase.
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