CULTURA DE LA LEGALIDAD Y DEMOCRACIA Autora: Lic. Norma Alcalá Torres Desde nuestra declaración como nación independiente, la democracia ha sido una constante aspiración del pueblo mexicano, pues reconocemos en ella una forma justa de gobierno. Los numerosos esfuerzos desplegados para impulsar el desarrollo democrático de la nación —en distintas etapas y por diversos actores políticos del país— han contribuido a que México viva hoy bajo condiciones de gobernabilidad de más apego a esta aspiración democrática. Las y los ciudadanos, los partidos políticos, las instancias gubernamentales y la sociedad en general han hecho importantes aportaciones al proceso de desarrollo político de la nación, dando lugar a una convivencia más democrática entre nosotros al iniciarse el siglo XXI. Sin embargo, construir la nación mexicana no ha sido tarea fácil, ya que quienes vivimos en ella hemos tenido que enfrentar experiencias difíciles y dolorosas a lo largo de la historia para hacer realidad nuestro propósito. A lo largo de las últimas décadas, la sociedad mexicana ha luchado contra vicios internos y enemigos externos, y mostrado sus intenciones de modificar el rumbo que el país ha seguido. Los sectores sociales más dinámicos y conscientes se han expresando progresivamente y de manera continua a favor de cambios democráticos, y lo han logrado con su participación creciente. En términos generales, podemos decir que este proceso, cuyos orígenes son difíciles de precisar, pero que cobran relieve con la alternancia política lograda en el año 2000, define el paso de una lógica monopólica en el manejo del Estado en sus diversos aspectos, a otra que entraña la participación de actores más complejos y que no se dan ya solamente al interior del gobierno. En la actualidad, los responsables políticos del régimen están en la posibilidad de establecer acuerdos más amplios, permitiendo y aun promoviendo la participación y el compromiso de fuerzas sociales y políticas que hasta la década de los ochenta habían tenido muy poca participación e influencia. México vive ahora una realidad en la que no sólo ha crecido la participación de la oposición en el ámbito político, sino la de grupos organizados en las decisiones sociales y económicas. En el plano social, la población nacional se encuentra asentada, mayoritariamente, en ámbitos urbanos, en los que el acceso al empleo, la educación y a los medios de información y comunicación, provocan una participación significativa de los ciudadanos y de sus organizaciones. Sin embargo, y a pesar de los avances obtenidos, existen todavía problemas que no hemos logrado superar, como son: la desigualdad económica y social que prevalece entre hombres y mujeres, la intolerancia religiosa de algunos grupos sociales; la existencia de grandes sectores de analfabetos funcionales y absolutos, de marginados de la riqueza y de la cultura, la aparición de fenómenos como el narcotráfico, el constante deterioro de nuestro ambiente; la falta de atención a grupos vulnerables (niños, ancianos y discapacitados), etcétera. En este sentido, podemos decir que el proyecto de vida y gobierno democrático que los mexicanos nos hemos esforzado en construir, se encuentra aún en proceso de consolidación, pues debe adaptarse al cambio de los tiempos y a la exigencia que tenemos las generaciones actuales de superar los problemas que enfrentamos. Para ello, se requiere de un sistema regulador de conductas que establezca aquello que puede hacerse y lo que no está permitido; que haga posible perfeccionar el conjunto de leyes que tenemos y adecuarlas a nuestra realidad actual. Este sistema es el Estado de derecho, que tiene la función de organizar la vida colectiva garantizando el ejercicio de la nuestras libertades y la protección de los derechos humanos de todos los individuos, así como el cumplimiento de las 2 obligaciones que la sociedad nos impone a todos sus integrantes. Bajo este orden jurídico, que se encuentra establecido en nuestra Constitución, el disenso, la diversidad de opiniones y la confrontación ideológica y política no están prohibidos; siempre y cuando se realicen bajo las reglas de respeto a la ley y a los derechos de nuestros semejantes, que son la base de una convivencia democrática. La justicia y la legalidad son componentes y principios del Estado Democrático. La justicia alude al resguardo de la ley y a su aplicación sin distinciones. Mediante le ley se garantizan los derechos de las personas, se establecen las obligaciones de todos y se limita el poder de los gobernantes. La Legalidad implica el respeto a la ley y a las instituciones. Como principio supone la supremacía del imperio de la ley por encima del imperio de los hombres, con el objetivo de evitar las arbitrariedades, lograr un equilibrio entre las distintas partes de la sociedad y asegurar que se tome en cuenta el interés general. Implica la consolidación del Estado de Derecho y el fortalecimiento de instituciones y procedimientos de procuración de justicia y aplicación de ley basadas en el servicio a la ciudadanía; el mejoramiento de las leyes de cara a evitar discriminaciones hacia sectores vulnerables y minoritarios; el establecimiento de condiciones para que se cumpla el principio de igualdad jurídica y se evite la impunidad. Así, podemos decir que las personas y grupos tenemos el derecho y la libertad de plantearnos la realización de objetivos diferentes de los demás; objetivos que pueden ir desde la adopción de estilos de vida acordes con nuestro gusto y sensibilidad, la puesta en práctica de ideales, hábitos y gustos culturales acordes con nuestra necesidad, de formas de organización económica, política y cultural diferentes a las que hegemonizan el panorama nacional e, inclusive, plantearnos el reto de modificar nuestra forma de gobierno. No obstante, la mismas libertades y el conjunto de garantías jurídicas que hacen posible nuestra convivencia pacífica, pueden verse afectadas cuando los 3 individuos o grupos sociales hacen uso de ella para afectar a otros en sus derechos, su persona o sus bienes materiales; al atentar contra el adecuado funcionamiento de nuestras instituciones o al no cumplir con sus responsabilidades ciudadanas. Al respecto, diversos estudios realizados por instituciones educativas e instancias gubernamentales, para diagnosticar y conocer el estado que guardan la cultura política y las prácticas ciudadanas en nuestra sociedad, dan cuenta de que en México un gran número de ciudadanos somos proclives a infringir la ley. Por ejemplo, en 1994 el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM aplicó una encuesta sobre los valores de la sociedad mexicana, la cual reportó que 38 por ciento de los encuestados reconoció estar dispuesto a dar mordida a cambio de ahorrar tiempo en un trámite de gobierno. Más recientemente, en el 2003, la Segunda Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de la SEGOB obtuvo datos donde se reporta que seis de cada diez encuestados (59%) aceptan abiertamente que “los ciudadanos permiten que haya corrupción”; la mitad de los encuestados (48%) dijo estar de acuerdo o de acuerdo en parte con que un funcionario puede aprovecharse de su puesto siempre y cuando haga cosas buenas. Así las cosas, no resulta raro que algunas personas, grupos y líderes de opinión afirmen que los mexicanos somos incapaces de ceñirnos a nuestro régimen constitucional, que no sólo no respetamos las leyes sino que toleramos su violación sistemática; es más, hasta hay quienes desde hace muchos años afirman que vivimos en la cultura de la mordida y que las leyes están hechas para violarse. En este sentido, podemos decir que difícilmente una sociedad puede desarrollar una cultura de la legalidad, es decir, de respeto y apego al marco jurídico y constitucional que nos gobierna, si las leyes no se respetan 4 cotidianamente, o si la aplicación de las mismas está sujeta a interpretaciones personales o de un grupo en particular. Sin embargo, para que las leyes se respeten es necesario que los individuos estén dispuestos a someterse a ellas y que al hacerlo, encuentren respuesta y satisfacción a sus demandas. Es fundamental reivindicar el valor de la responsabilidad social en la propuesta política de nuestro tiempo. Hacerlo implica, sin embargo, un doble movimiento en la idea y en la práctica de la política: establecer la libertad como condición esencial de la vida dentro de la república-concebida como no opresión, no imposición y orientada al bien común- y valorar la virtud, es decir, el verdadero ser ciudadano como principio de la participación política, por el otro. Libertad y comunidad se sustentan así en la propuesta de una sociedad abierta y responsable, que procura el bien común mediante el gobierno efectivo, el cumplimiento de la ley, y el concurso de los ciudadanos en lo público, haciendo valer la igualdad intrínseca de todas las personas que integran el conjunto social. En México, por razones históricas y culturales, la confianza de la sociedad en sus gobernantes es escasa, como se deriva de los datos obtenidos en la Segunda ENCUNP, donde los tres niveles de gobierno, el ejecutivo, legislativo y judicial, se encuentran en niveles de confianza de entre 6.9 y 7.5 puntos, en una escala del 1 al 10; calificación que los coloca por debajo de figuras como los médicos, el ejército y la iglesia, quienes obtuvieron una calificación de 8.2 y 8.1, respectivamente. Las modernas democracias constitucionales no sólo deben garantizar reglas claras y confiables para la competencia electoral y el acceso al poder, sino además deben asegurar un ejercicio transparente de la función pública, de tal modo que la sociedad pueda conocer y evaluar la gestión gubernamental y el desempeño de los servidores públicos. 5 Hoy más de cuarenta países en el mundo cuentan con leyes e instituciones dedicadas a garantizar la transparencia y el acceso a la información sobre la gestión pública. Con la expedición de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental y leyes locales de la materia en distintas entidades federativas de la República, nuestro país ha emprendido un proceso de cambio en la relación entre gobierno y gobernados, y desde luego una nueva forma de ejercicio de la función pública, con las puertas abiertas y de cara a la sociedad. Este proceso implica una verdadera transformación cultural en la concepción y práctica del servicio público; supone someter la gestión gubernamental y el desempeño de los servidores públicos al escrutinio cotidiano de la sociedad; exige divulgar y arraigar en toda la población el derecho de acceso a la información y promover efectivamente su ejercicio, así como el derecho a la intimidad y la vida privada de las personas, a través de la protección de sus datos personales. El gobierno del Presidente Fox, desde el inicio de su gestión y bajo la convicción de que la consolidación y perfeccionamiento de la democracia mexicana requiere aumentar la confianza de los ciudadanos sobre sus gobernantes y las instituciones de gobierno, ha promovido diversas reformas para hacer más transparente su actuación y el de las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal. Una de las más importantes, sin lugar a dudas, es la presentación de la iniciativa de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, aprobada por el Congreso de la Unión en abril del 2002 y que entró en vigor en junio del mismo año. Esta Ley, establece que toda la información gubernamental será pública, salvo la que se encuentra reservada para los casos previstos en la misma Ley. Admitiendo que en la actualidad no existe un criterio de clasificación de información para todas las áreas del gobierno, la Ley prevé un plazo de un año 6 para que, con la asesoría del Archivo General de la Nación, se emitan los lineamientos de clasificación de los archivos gubernamentales, se capacite a los servidores públicos y, de forma simultánea, se orden toda la información de que se dispone. Cabe destacar que dicha Ley, establece la clasificación de cierta información como reservada o confidencial, la cual no podrá hacerse pública por un periodo de doce años. Bajo este criterio jurídico, se establecen las bases para evitar poner en riesgo la seguridad nacional, la seguridad pública y la de la defensa nacional; menoscabar la conducción de las negociaciones que se realizan en el plano internacional o dañar la estabilidad financiera, económica o monetaria de la nación. Si bien es importante destacar las bondades que la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental traerá en el mediano plazo a nuestra sociedad para consolidar el principio democrático de redición de cuentas y para ampliar las bases de la cultura de la legalidad, también lo es analizar los retos que enfrentamos tanto el gobierno como la sociedad para que la multicitada Ley cumpla con sus propósitos y sea aplicable. En primer lugar, resulta necesario que el gobierno adquiera la capacidad suficiente para modernizar su estructura administrativa y capacitar a los servidores públicos, a fin de dar respuesta, en tiempo y forma, a las demandas de información que reciba de la ciudadanía y de los diversos sectores de la sociedad. En este sentido, el Ejecutivo Federal ha impulsado el uso de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) para transparentar y hacer más eficientes la realización de algunos de los trámites que realiza la ciudadanía en instituciones gubernamentales. Los tramites en “línea”, evitan a los usuarios las molestias de trasladarse a las dependencias, disminuyen las esperas en fila y agilizan la eficiencia administrativa de las instituciones públicas. Sistemas como Compranet, 7 Tramitanet y los trámites que se pueden realizar en la página del Servicio de Administración Tributaria (SAT), por mencionar algunos de los existentes, son ejemplos de las iniciativas que se han puesto en práctica para agilizar las funciones de gobierno, para concretar el principio de rendición de cuentas a la sociedad y prevenir las prácticas que generan corrupción. Asimismo, la publicación en junio del año pasado de la Ley de Transparencia, ha abierto la puerta para que se discutan proyectos similares en algunas entidades de la federación, lo cual permitirá, muy pronto, ampliar la aplicación de políticas de transparencia a nivel de los gobiernos estatales. El segundo reto que habremos de afrontar, es el de recuperar la confianza de los ciudadanos en sus gobernantes y en las instituciones de gobierno. Pues es bien sabido que sin confianza, el Estado carecerá de mecanismos de persuasión para que los ciudadanos acaten sus disposiciones y para que cumplan con sus obligaciones. La aplicación eficiente de la Ley de Transparencia y la divulgación recurrente de los resultados de la gestión pública, nos permitirá, de manera gradual pero ininterrumpida, restaurar la confianza perdida en el corto plazo; pues en la medida en que los ciudadanos vean cómo gasta y en qué aplica el gobierno el presupuesto público, será posible disminuir los niveles de corrupción, obligar a los servidores públicos a rendir cuentas e involucrar a la sociedad en la gestión publica. Pero la titánica cruzada de impulso a la transparencia y combate a la corrupción carecería de importancia si pensamos en el limitado acceso que la población mexicana tiene para hacer uso de las TIC y de la Internet. A fin de fortalecer los lazos de comunicación con la ciudadanía y difundir e involucrarla en la evaluación de las políticas públicas, la Presidencia de la República ha 8 desarrollado el sistema de gobierno electrónico e-México, que trabaja en la conectividad digital de las dependencias de gobierno y orienta e induce la creación de servicios digitales para la población. Este sistema ha empezado a rendir frutos, pues está por concluirse la conexión digital de dos mil 450 localidades en el país para ofrecer a las comunidades que, por limitaciones económicas y geográficas, no cuentan con la infraestructura de comunicaciones necesaria para tener acceso a Internet. A través de la creación de los Centros Comunitarios Digitales se instalan sitios que, mediante una infraestructura de cómputo y telecomunicaciones, permite que las comunidades accedan a contenidos que se desarrollan tanto por el Sistema Nacional e-México como por los Sistemas Estatales de e-gobierno. Adicionalmente, y como parte de las líneas estratégicas contempladas en el Plan Nacional de Desarrollo, el gobierno de la República, a través de la Secretaria de Gobernación (SEGOB) aplica el Programa Especial para el Fomento de la Cultura Democrática (PEF). El objetivo general de este Programa es fomentar entre la población del país las actitudes, comportamientos, creencias, destrezas, juicios, valoraciones, concepciones, inclinaciones, hábitos y normas propios de la cultura democrática. Mediante el desarrollo de 19 líneas estratégicas, que se desagregan en 108 líneas de acción, el PEF cumple, entre otras muchas, con la tarea de: 1. Promover entre los mexicanos, dentro y fuera del país, la identidad nacional, el orgullo por México y el aprecio por los grandes hechos de nuestra historia, así como el conocimiento y respeto a los símbolos patrios. 2. Diagnosticar sistemáticamente las peculiaridades de la cultura política prevaleciente en el país. 9 3. Promover entre la población mexicana los rasgos de la cultura democrática mediante la utilización de los medios de comunicación. 4. Fomentar el desarrollo y difusión de la cultura democrática entre los servidores públicos. 5. Contribuir a fortalecer la confianza y credibilidad de las ciudadanas y los ciudadanos en las instituciones gubernamentales. 6. Fomentar la cultura democrática en el ámbito local y municipal. 7. Impulsar la coordinación intergubernamental e interinstitucional en la promoción de la cultura democrática. 8. Ampliar y fortalecer la contribución del sistema educativo nacional a la formación ciudadana, a la educación cívica y ética y al desarrollo de una cultura de la legalidad en los alumnos de educación básica del país. 9. Ampliar y fortalecer los vínculos de colaboración entre la escuela y su comunidad. 10. Promover una educación media superior y superior que contribuya a que las y los ciudadanos los rasgos propios de la cultura democrática. 11. Impulsar los rasgos de la cultura democrática en personas con rezago educativo y necesidades de capacitación para y en el trabajo. 12. Combatir toda forma de discriminación política. 13. Promover una cultura democrática garante de la formación de valores cívicos con equidad de género. 14. Promover la plena participación de los pueblos y comunidades indígenas en la vida democrática del país. 15. Promover la cultura democrática en el plano internacional. Si bien el conjunto de estas acciones llevará tiempo para arraigarse entre las más amplias capas de la ciudadanía y consolidar una sana cultura de la legalidad entre los mexicanos; debemos admitir que las acciones emprendidas son mecanismos adecuados que permitirán hacer, más pronto que tarde, de cada individuo un verdadero ciudadano, consciente de sus derechos y 10 responsabilidades, así como un garante del cumplimiento del principio de legalidad. Queda por comentar un tercer reto que se vislumbra con la promulgación de la Ley Federal de Transparencia y Acceso de a la Información Pública Gubernamental, éste es el papel que juegan los gobiernos estatales. Ya mencionamos en líneas anteriores que, a partir de su publicación en junio del 2000, se abrieron las puertas del debate para la discusión y aplicación de proyectos similares a nivel estatal; que se agregan a los ya existentes en algunos estados. Jalisco, Yucatán, Querétaro, Aguascalientes, Michoacán, Guanajuato, Sinaloa, el Estado de México y otros que se escapan a la memoria, cuentan ya, o se encuentran revisando iniciativas de leyes de acceso a la información. Sin embargo, algunos gobiernos estatales y municipales, anclados en inercias del pasado, tienen aun pendiente la discusión sobre la transparencia y rendición de cuentas. Esta situación es uno de los pendientes que quedan en la agenda nacional, pues habremos de recordar que si bien la Ley obliga a los tres poderes de la nación, a los órganos constitucionales autónomos, a los tribunales administrativos, indirectamente a los partidos políticos a través del IFE, y a las personas que reciben recursos públicos, a acatar las disposiciones establecidas en su capitulado; su obligatoriedad no involucra a los estados y municipio. Sin embargo, resulta deseable y necesario que, con respeto a su autonomía, los diversos sectores sociales y políticos del país incentiven el debate en las entidades faltantes para que los Congresos locales legislen en materia de transparencia y combate a la corrupción, pues una democracia sólida no puede desarrollarse adecuadamente si existen nichos de excepcionalidad. 11