Edad Media. Historiografía en la Edad Media y en la Edad Moderna

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TRABAJO FIN DE GRADO
Título
Edad Media. Historiografía en la Edad Media y en la Edad
Moderna
Autor/es
Fermín Lobera García
Director/es
Ignacio Alvarez Borge
Facultad
Facultad de Letras y de la Educación
Titulación
Grado en Geografía e Historia
Departamento
Curso Académico
2014-2015
Edad Media. Historiografía en la Edad Media y en la Edad Moderna, trabajo fin
de grado
de Fermín Lobera García, dirigido por Ignacio Alvarez Borge (publicado por la Universidad
de La Rioja), se difunde bajo una Licencia
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden solicitarse a los
titulares del copyright.
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El autor
Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2016
publicaciones.unirioja.es
︠
E-mail: publicaciones@unirioja.es
Resumen
Para aquellos dedicados al entendimiento de la historia, los historiadores, es tan
importante el porqué de los hechos como el de la disciplina en sí. En un repaso que va
desde los comienzos de la Edad Media hasta el racionalismo, período anterior a la
Revolución Francesa que dará lugar a la Edad Contemporánea, el presente trabajo intenta
explicar los motivos que llevaron a los distintos autores a interesarse por el tiempo
presente en sus distintos momentos.
Abstract
For those who are meant to understand history, the historians, knowing the cause of the
facts is as important as knowing the aim of the discipline itself. As a review from the
beginnings of the Middle Ages to rationalism, period before the French Revolution which
starts the Contemporary Age, the current work tries to explain the causes which run the
different authors to study their present time in each different moment of the history.
1
Índice
1. Introducción
3
1.1. Estado de la cuestión
5
1.2. Objetivos
6
2. La historia en la Edad Media
7
2.1. El historiador en la Edad Media
7
2.2. Los géneros históricos medievales
10
2.3. La historiografía en la Edad Media
12
3. El Renacimiento como punto de ruptura
17
3.1. Petrarca y Boccaccio
17
3.2. La historiografía florentina
18
3.3. La revolución florentina
19
3.4. Las herramientas de la historia: la erudición y la crítica
21
4. La historiografía moderna
23
4.1. El estancamiento de la historiografía humanista
23
4.2. El estudio crítico en el conflicto cristiano
24
4.3. La erudición moderna
26
5. La historiografía ilustrada
29
5.1. La filosofía racionalista y la historiografía racionalista
29
5.2. Voltaire y la filosofía de la historia
30
5.3. Los filósofos y la historia
32
5.4. La “contrailustración”
33
6. Conclusión
35
Bibliografía
36
2
1. Introducción
La tarea del historiador es hacer historia, pero a menudo nos debemos hacer la pregunta,
¿qué es historia? A pesar de que en el pasado, ya en la Antigüedad y más tarde en la Edad
Media muchos intelectuales se lanzaron a la elaboración histórica sin ningún tipo de duda
al respecto de su labor, hoy, en pleno siglo XXI, con la especialización y la excelencia
por bandera, la incertidumbre parece mayor, o tal vez haya algún otro motivo que nos
haga dudar qué es la historia.
Cuando comencé mis estudios universitarios en la presente titulación tenía clara la idea
de lo que depararía mi futuro, con las diversas asignaturas y prácticas frente a mí, como
si únicamente tuviera que comenzar un largo camino que en cierto modo ya tuviera
resuelto en mi cabeza. La primera sorpresa no tardaría en llegar, una vez que me introduje
en el estudio de la Historiografía, fenómeno que me era completamente ajeno y
desconocido hasta el momento. ¿Por qué todos esos intelectuales, esos historiadores de
renombre, los Hobsbawm, Bloch y Le Goff, dudaban de algo que antes de comenzar su
estudio me parecía tan evidente? La respuesta, a día de hoy, sigue sin tener respuesta,
pero se ha inoculado en mí; conforme más me introduje en el estudio de la Historia,
conforme más lecturas y más autores devoraba, en el sentido más intelectual de la palabra,
la pregunta alcanzaba cada vez dimensiones mayores, pasando el término Historia de ser
un verbo, a ser un sustantivo, para finalmente acabar siendo algo a una escala mucho
mayor, tal vez no definible en una única frase.
Conforme fueron pasando los años y me fui introduciendo cada vez con una mayor
seriedad en la disciplina, me pareció evidente que precisamente la Historiografía, la
Filosofía de la Historia tal y como la bautizaría Voltaire en el siglo XVIII, tenía que tener
una importancia y un grado de estudio mucho mayor que el resto de apartados de la
disciplina, como si fuera una antesala a lo que realmente es la Prehistoria, la Historia
Antigua, la Historia Medieval y así sucesivamente. Para mi asombro, solía ocurrir de
forma inversa: muchas veces el estudio de los distintos períodos no nos llevaba
necesariamente a saber el cómo y el porqué de nuestros mismos estudios. Nunca terminé
de entender si era algo que se nos consideraba sabido (en un verdadero alarde de vanidad,
como si aquellas dudas que tanto tiempo tuvieron los grandes padres de la Historia de
nuestro tiempo no tuvieran que existir en nuestras mentes) o era algo que simplemente se
obviaba, como si no fuera necesario para conocer los distintos períodos.
3
Y a raíz de eso entendí otro punto: el conflicto que a menudo estallaba entre las ciencias
y las letras, ese conflicto entre cuál es más difícil y cuál más fácil, parecía resuelto por la
tangente; las ciencias necesitan una preparación previa, como pudieran ser las
Matemáticas más básicas para el entendimiento de la Física. ¿Acaso no es necesario un
correcto estudio, casi exhaustivo, de la historiografía para estar realmente preparado para
el camino de la Historia?
Esta pregunta si que tuvo respuesta, y no tardó en llegar: un rotundo sí acudió a mi mente
sin demasiado esfuerzo, toda vez que veía como un historiador preparado a menudo no
era aquel que controlaba todos los datos del período en el que se había especializado, sino
el que entendía su disciplina, y fue en ese momento cuando supe qué quería conseguir:
ser un verdadero historiador.
Conforme me fui preparando en el estudio de la historiografía más nueva, con esos
nombres que no me cansaré de repetir y que fueron el verdadero germen que dio lugar a
lo que más tarde se convertiría en una necesidad y un objeto de búsqueda (de nuevo hablo
de Hobsbawm y, sobre todo, Bloch), decidí que, tal vez, estaba mirando hacia el lado
equivocado, queriendo saber cómo leer un libro sin saber cómo se llegó a escribir el
mismo primero.
Y en ese momento me hice la pregunta que espero haber resuelto para los posibles lectores
de este trabajo y que aún hoy me sigo respondiendo, ¿qué era la Historia antes? ¿Qué
pensaban en la Edad Media, en la Edad Moderna?
Y gracias a esa duda comencé una investigación a la que estoy por completo agradecido,
y que me ha servido para tratar de encontrar el origen de una disciplina que, en días como
hoy, estoy orgulloso de admitir, que sé que es la mía.
El trabajo está dividido en los cuatro grandes momentos que se dan en la Historia entre la
Edad Antigua y la Edad Contemporánea, esto es: la Edad Media, el Renacimiento, la Edad
Moderna y la Ilustración. Sorprenderá esa división tan alejada de los cánones
generalmente establecidos en los tiempos históricos, pero tiene un sentido propio: el
Renacimiento, generalmente usado como bisagra entre la Edad Media y la Edad Moderna,
tiene un carácter y una identidad propia que no deben ser ocultados. Lo mismo ocurrirá
con la Ilustración, un período tan brillante y diferente que no puede formar parte de una
época sino de sí mismo.
4
Cada uno de los distintos apartados tiene sus peculiaridades y sus epígrafes que no
desvelaré hasta el momento de su lectura, pero si aclararé algo más: este trabajo es
también una reivindicación de la Historia Medieval, a menudo tan pensada como un
período de retroceso, un momento oscuro. Tal vez debamos dejar de lado esas
convicciones tan infantiles y empezar a pensar, que en lugar de volver atrás, en la Edad
Media el hombre recorrió un camino paralelo, que su junto de nuevo con el punto final
de la Edad Antigua en el Renacimiento.
Dado este último apunte doy por iniciado el presente trabajo, a la vez que agradezco el
tiempo de lectura dedicado al mismo: si a menudo hay a quiénes la Historia se les hace
pesada, lamento la dificultad que he tenido para transmitir con el texto la emoción que a
mí mismo me ha generado entender los entresijos de la ciencia en sí misma que me parece
ya la Historiografía.
1.1. Estado de la cuestión
Si bien las posibles dudas que pudiera tener al respecto del tema parecían ser suficientes,
el encontrar unas fuentes fiables para realizar el estudio del presente trabajo resultó al
principio un hecho desalentador. Conforme fui encontrando más libros y artículos
dedicados al estudio del tema del presente trabajo, la facilidad para encontrar otros
similares se hizo mayor, hasta conseguir encontrar suficiente material para poder realizar
un trabajo crítico.
La información fue la suficiente para un correcto trabajo, sí, pero innecesaria, desde mi
punto de vista, comparada con la que hay para otras materias incluso dentro de la misma
disciplina. Retomando lo dicho anteriormente, ¿por qué dedicar más esfuerzos a conocer
cómo era la Edad Media que a por qué sabemos cómo era?
A menudo los autores eran los mismos o similares, acentuando la idea que tenía al
comenzar el trabajo de que la Historiografía (y más allá, la de otros períodos) no era un
tema tan interesante y seguido como lo podían ser otros, pero, a pesar de la falta de
material contrastado y de verdaderas monografías, admito que eso no hizo que perdiera
ni un ápice de voluntad sino que, más allá mi motivación fue en aumento al considerar
que una menor cantidad de material debía implicar un estudio más detallado del mismo.
5
1.2. Objetivos
Con el presente trabajo he intentado dar respuesta a esas dudas surgidas en mí en un
intento por resolvérselas a quiénes las tengan y vengan después de mí. Al fin y al cabo,
el estudio de la historiografía no es únicamente la lectura de una serie de temas y datos
inconexos, sino que corresponde al análisis de un todo, de un conjunto de autores, y la
recopilación de esa información para más tarde tratar de juntarlo en un tronco común de
características similares.
Así pues, los objetivos responderían al intento de unificar los autores en los distintos
períodos, aunándolos en sus respectivos momentos temporales y búsquedas intelectuales,
que ocurrirá, como ya veremos, dentro de cada uno de los períodos, desde los autores
eclesiásticos medievales hasta los autores racionalistas.
6
2. La historia en la Edad Media
Durante la Edad Media, la historia no era un saber difundido. De hecho no se aprendía ni
enseñaba como disciplina académica. En relación a esto se encuentra el hecho de que
cuando por fin se estructuraron en las universidades las ramas del saber para poder ser
estudiadas las distintas disciplinas académicas, la historia formaba parte del conjunto de
saberes auxiliares (al igual que pasaba con la gramática y la retórica) que servían para
estudiar dichas ramas del conocimiento.1 De este modo, la historia no comenzó a tener
un peso considerable en los ámbitos académicos hasta precisamente el final de la Edad
Media y la llegada del humanismo (primero en Italia y luego en el resto de estados, como
ya veremos), precisamente a raíz del interés de los distintos pueblos por conocer la
historia de sus propios reinos, esto es, su pasado.
No es de extrañar por tanto que en la Edad Media no hubiera muchos historiadores, ni
que estos no estuvieran correctamente preparados. Como explicaré más tarde, el concepto
de historiador en la Edad Media no era similar al que tenemos hoy en día, pero es
ineludible hablar de la diferencia considerable de la historiografía medieval en relación
al resto de historiografías, precisamente en cuanto en tanto a la preparación de los propios
historiadores que las conforman.2
No debemos olvidar que la historia en la Edad Media no se hacía por los mismos motivos
que se había hecho en el pasado ni por los que se haría en los siglos posteriores, sino que
su público era mucho más reducido (reyes, abades y en general los estamentos
privilegiados) y su elaboración más simplista.3
2.1. El historiador en la Edad Media
En un principio, la labor historiográfica medieval era realizada por los monjes
eclesiástico, debido a que las obras anteriores de este tipo estaban escritas en latín, que
era un idioma que sólo los eclesiásticos dominaban. Ya he dicho con anterioridad y
recalcaré posteriormente que los destinatarios de estas obras eran grupos reducidos, a
1
Las Universidades tenían un sistema de estudios que incluía Artes, Medicina, Derecho y Teología, pero
no Historia. LE GOFF, J., Los intelectuales en la Edad Media, p. 80.
2
ORCÁSTEGUI, C., y SARASA, E., La historia en la Edad Media, p. 17.
3
La Historia no podía salirse de su papel exponiendo únicamente los hechos por poder llegar a entrar en
conflicto con la Filosofía y la Teología. La Filosofía defendió durante toda la Edad Media que la Historia
era un saber que se encargaba del estudio de cosas meramente contingentes, y la Teología considera que
sólo es necesario el estudio de los autores del pasado, de modo que los coetáneos no llegarán a tener peso
real en ningún momento.
7
menudo los propios superiores de estos eclesiásticos o los señores con poderes terrenales
de la zona próxima al área de trabajo de estos monjes. No obstante, no es de extrañar que
conforme va avanzando la Edad Media, esta labor pasara a ser realizada cada vez con
mayor frecuencia por hombres laicos.
En un principio los historiadores comenzaran denominándose cronistas, hasta su
demarcación final como historiadores de hecho al final de la Edad Media. No debemos
confundir la labor historiográfica de un historiador (o su antecesor cronista) con la de los
biógrafos que irán surgiendo al final de la Edad Media, puesto que, si bien los textos de
estos nos permiten conocer la época, su finalidad no era la misma. Lo mismo ocurrirá con
muchos otros tipos de textos que, si bien pueden sernos de utilidad para comprender el
momento histórico que supone la Edad Media y los distintos períodos que lo componen,
incluso los distintos reinos, no son textos históricos en sí, puesto que no fueron creados a
tal fin.
2.1.1. El taller historiográfico de Alfonso X “el sabio”
Alfonso X promovió una serie de talleres en los que trabajaban una serie de intelectuales
especializados, al modo de los talleres que ya se daban en los reinos musulmanes, con el
fin de extender la cultura. Si bien el más conocido es la Escuela de Traductores de Toledo,
el que más importancia tiene para el presente trabajo es el taller historiográfico que
promovió, localizado en Sevilla, y en el que trabajaban varios grupos de personas 4. Para
el 1270, el taller tenía frente a sí dos importantes proyectos que no consiguieron avanzar
en demasía para la muerte de Alfonso X en el 1284. Ambos textos hacen referencia a la
implicación de Alfonso X en su autoría como sigue “El rey faze el libro non porquel él
escriva con sus manos, mas porque compone las razones de’él”.5
Estas obras tienen mucha importancia desde el punto de vista historiográfico puesto que
nos aportan datos sobre la época, como la mayor implicación que tenía Alfonso sobre el
resto de reyes de la época a la hora de querer extender el cristianismo (tal vez no resulte
del todo veraz, teniendo en cuenta su autoría). Al mismo tiempo son importantes porque
nos hablan de la expansión de la lengua vernácula como sistema de escritura, que si bien
en Francia se extendió más por el uso que le dieron los nobles, en Castilla se extendió
“ayuntadores, cuya tarea consistía en juntar un texto con otro; trasladores, que traducían al castellano los
textos en árabe y latín; capituladores, que componían títulos de capítulos y redactaban comentarios al
margen, e incluso un ‘escribidor de historias’” KAGAN, R. L., Los Cronistas y la Corona, p. 50.
5
KAGAN, R. L., Los Cronistas y la Corona, p. 52.
4
8
principalmente por la determinación de Alfonso X. Esto es, el monarca quería y
necesitaba una lengua universal para sus reinos imperiales, ya unificados bajo una misma
religión y bajo un mismo monarca. Sólo faltaba, pues, una lengua común, que trató de
extender por todos los archivos oficiales, a modo de tratar de unificar las expresiones
oficiales con las usadas por el pueblo llano.
2.1.2. El historiador al servicio de la monarquía
Con el caso del citado taller de Alfonso X como el más representativo, podemos apreciar
que la historia fue utilizada a lo largo de toda la Edad Media a modo de propaganda
política. Así, las crónicas (e incluso más tarde ya las “historias”) que versan sobre los
reinados de distintos reyes, a menudo tienden a ensalzar los hechos positivos de estos
períodos, olvidándose de nombrar los mayores errores o problemas de los mismos. Así,
para conocer los defectos o fallos de un monarca, a menudo debemos descubrirlos en
obras referidas a reinados posteriores, donde no tienen una influencia directa sobre el
autor.
Posiblemente el mejor ejemplo de monarca que haya usado la historia como herramienta
política es el de los Reyes Católicos, quienes concedieron a Nebrija el honor (y labor) de
confeccionar la historia del reino.6 Nebrija, por su parte, siempre se había preocupado por
esto, ya en sus tiempos como profesor en la Universidad de Salamanca. Juntos,
consiguieron llevar a cabo un proyecto sublime que conjugó la poderosa historia de los
reinos de la corona con la lengua vernácula peninsular, alejando de esta forma a los reinos
de Isabel y Fernando del mandato de Roma (cuya lengua oficial era el latín, que no mucho
tiempo atrás había sido la lengua oficial en la mayoría de reinos europeos). Esa unión
posibilitó lo que pretendía Nebrija y ya les dijo a los reyes, “Que siempre la lengua fue
compañera del Imperio”,7 en una clara referencia al Imperio Romano, poseedor del latín
como lengua oficial, y a tantos otros grandes reinos que hubo con anterioridad en el
mundo. El mismo esquema siguieron en la consecución del cristianismo como única
religión oficial, en lo que sería un Imperio uniforme con una lengua, creencia e historia
común.8
“La decisión de Fernando de designar a Nebrija, seguramente el más famoso erudito de España, para el
oficio de cronista del rey, junto con la decisión de Nebrija de aceptar el nombramiento, señalan la
importancia que los Reyes Católicos concedían a la elaboración de historia escrita”. KAGAN, R. L., Los
Cronistas y la Corona, p. 43.
7
KAGAN, R. L., Los Cronistas y la Corona, p. 41.
8
Este pensamiento de los Reyes Católicos es similar al que ya hemos visto en el punto anterior en referencia
a Alfonso X “el sabio”, y será un objetivo común entre todos los reyes medievales conforme avance el
6
9
2.1.3. Los historiadores musulmanes
A la hora de realizar el presente trabajo, casi en su totalidad se refiere a autores
peninsulares y europeos de la Edad Moderna, en un sentido cultural cristiano. De esta
manera, los autores musulmanes (ya fueran los habitantes de Al-Andalus o ya en la Edad
Moderna del Imperio Otomano) no tienen referencias en el presente texto.
Para salvar cualquier duda referida a la existencia o no de historiadores de esta otra
cultura, he desarrollado el presente punto, y lo cierto es que hay varios autores y reinos
musulmanes que se dedican a esta labor.
El ejemplo más claro con el que contamos en la actualidad es el reino Nazarí de Granada,
por el que la historiografía contemporánea se ha interesado con mayor intensidad en los
últimos años. Lo cierto es que más que historiadores del propio reino, la historia de éste
queda recogida por los reinos peninsulares cristianos y por la región del Magreb (estos sí,
autores musulmanes) así como diversos libros de viajes de aquellos que pasaron por sus
tierras (aunque el problema de estos textos es que no eran verdaderos textos
historiográficos aunque nos permitan estudiar la historia).
Es lógico pensar que estos reinos musulmanes también tenían la intención de conservar
su propia historia e incluso de hacer uso de esta del mismo modo que lo hacían los reinos
cristianos, esto es, como si se tratara de propaganda, en un intento por dar una mayor
cohesión a su estado y al pueblo dentro de éste, que se sentiría más unificado bajo una
historia común. Dentro de esta idea, los pueblos musulmanes se encontrarán con un
problema que no tuvieron los cristianos: el sistema de castas, en el que primaban gentes
de una zona concreta (árabes), no es similar al de los reinos cristianos (si bien estos
también tenían un sistema estamental, pero de, fundamentalmente, iguales a ojos de dios).
2.2. Los géneros históricos medievales
Como pasa con todos los saberes y artes que se desarrollan por medio de la escritura, es
importante definir los distintos géneros en los que podemos expresarlos. De esta manera,
una de las mayores preocupaciones que tuvieron los historiadores durante todo el período
medieval fue encontrar unos géneros uniformes de manera que la historia fuera
período y una necesidad ya para los monarcas en los estados modernos, cuyo primer representante son los
Reyes Católicos.
10
transmitida siempre de una misma manera que no diera lugar a equívocos para los futuros
lectores, al estilo de los autores clásicos, que ya crearon una serie de géneros literarios.
El primero en intentar crear estos dichos géneros fue Isidoro de Sevilla, considerado uno
de los intelectuales más importantes del período. De esta manera Isidoro de Sevilla intenta
explicar todos los que deberían ser los géneros históricos fijándose en los autores clásicos
y agrupándolos en dos amplios conceptos: el que se vería representado por los anales y
las historias. Estas últimas son escritas por autores oculares y coetáneos de los propios
hechos, y tienden a ser más completos y largos que los otros. No obstante, esta división
hecha por Isidoro no se tiene en cuenta durante la Edad Media. 9
En el siglo XII Gervasio de Canterbury habla de la mayor importancia de las Crónicas
sobre los Anales, de modo que a las Crónicas solo se anteponen las Historias. En esta
línea cuantitativa en cuanto a la importancia de unos u otros relatos, los autores siguen
sin estar de acuerdo, puesto que debemos comprender que las ideas y estudios de la época
se transmitían de forma muy lenta debido a la poca difusión que podían tener los textos
(ya no sólo históricos, sino los que transmiten las ideas de la propia historia, como estos
estudios de Gervasio de Canterbury). Siguiendo con este desarrollo de los hechos, el XIII
los Anales llegan a desaparecer, puesto que su labor queda completamente cubierta por
las Crónicas, y en el XIV se usan casi únicamente los términos Crónica y cronista como
género historiográfico más completo, en cuanto en tanto que puede llegar a ser tan
completo como las Historias y tan exacto como los Anales y sus fechas.10
A pesar de diversos intentos por diferenciar los distintos estilos, fue finalmente en el siglo
XIV cuando Bernard Guy dio una clave para diferenciar los distintos textos: el tema.
Resulta curioso que no fuera hasta ese momento cuando un autor pensara en algo tan
simple como podía ser eso. Mientras que en el presente histórico tendemos a referirnos a
los textos por su temática, el avance que Bernard Guy (conocido historiador, hagiográfico
e inquisidor francés de comienzos del siglo) fue sublime y es necesario tenerlo en cuenta.
No obstante, después de él, Froissart solo hallará una diferencia entre Historia y Crónica,
Que hablan de lo ocurrido año a año en un hecho anterior al autor. El propio Isidoro se refiere en su obra
también a las Efeméridas y Calendarios como el mismo tipo de texto pero referido a días y meses,
respectivamente. Etimologías I, 44.
El libro de Orcástegui y Sarasa hace una lectura más libre de las propias etimologías de San Isidoro y
nombra un tercer género que estará presente durante todo el período medieval, las Crónicas, que son
compilaciones de fechas con los datos que ocurrieron en las mismas anotados a su lado. ORCÁSTEGUI,
C., y SARASA, E., La historia en la Edad Media, p. 27.
10
Sigue de este modo la predicción que ya hiciera Gervasio de Canterbury en el siglo anterior, quitando
importancia a los Anales, por detrás de las Crónicas.
9
11
y será meramente la extensión de ambos relatos, incidiendo en el hecho de que las
Historias tendían a ser más extensas mientras que las Crónicas tendían a estar fechadas y,
por tanto, ser más precisas. Y volviendo de esta forma a un modo de diferenciación
aplicable de manera mucho más rápida y precisa, sin tener que leer el texto para conocer
su temática.
Debemos tener en cuenta que para el historiador medieval la historia no es sino una
sucesión de hechos inconexos, de modo que no hace falta buscar una explicación que los
vaya hilando, a pesar de que nos encontremos claros ejemplos de historiadores que han
tratado de dar una explicación lógica a los distintos sucesos (el más claro el de Guillermo
de Tiro, tratando de explicar el fracaso de las Cruzadas hacia el 1130). Esto tiene especial
sentido si nos damos cuenta de que la mayoría de personas que realizaban la labor
historiográfica eran monjes que no tenían ningún interés en ella, sino la labor de copiar
textos y hechos pasados. Esa es posiblemente una de las características que hace que más
nos cueste a los historiadores (o estudiantes de) actuales ponernos en su situación y
entender su forma de división de los distintos géneros.
Se produce un gran cambio hacia el 1400 con el redescubrimiento de Cicerón. Gracias a
esto, se pasará a tener al historiador como un experto del latín, mientras que al cronista
se le tendrá por alguien que usa la lengua vernácula. Llega, entonces, la gran
diferenciación entre cronista e historiador, tan difusa o inexistente hasta entonces. De este
modo, los historiadores pasarán a gozar de unos calificativos que les igualan a expertos
en el uso de su lengua, si bien todavía no tendrás ese factor analista que los historiadores
deberían poseer y que no se podrán poner en práctica ni siquiera por los humanistas del
siglo XV (en la Edad Media por desconocimiento de la importancia del análisis por parte
del historiador, en el siglo XV por estar todavía poco preparados para ello).11
2.3. La historiografía en la Edad Media
Una vez tratados ya los temas de la historia, el historiador y los géneros históricos
medievales, es necesario introducirnos en el tema de cómo se realiza la historia en la Edad
Media, esto es, la historiografía propiamente dicha: de donde obtiene el autor la
información si no ha vivido el hecho histórico, que sistema de medición temporal
utilizaban, el estilo de escritura, etc.
“A lo largo del siglo XV se tenderá a equiparar los conceptos de ‘orador’ e ‘historiador’ por su manejo
del latín con elegancia, distinguiéndolos de los ‘cronistas’ y ‘analistas’ que usaban las lenguas vernáculas”.
ORCÁSTEGUI, C., y SARASA, E., La historia en la Edad Media, p. 30.
11
12
2.3.1. La metodología medieval
Como ya he dicho antes, la labor historiográfica está reservada a los eclesiásticos y para
ver a autores laicos tendremos que esperar unos siglos, conforme se van imponiendo las
lenguas vernáculas. En ningún caso (tantos unos como otros) tienen una labor creativa o
autónoma, sino que siempre son mandados a la labor historiográfica por una personalidad
de una importancia mayor. Todos tratan de ceñirse a los hechos pretéritos, huyendo del
relato poético.12
En un principio el tema de los relatos históricos serán los hechos protagonizados por
papas y obispos, pero poco a poco los protagonistas pasarán a ser otros personajes
importantes con un cierto rango, pero laicos (duques, condes, reyes, etc.), en referencia a
la importancia del poder terrenal conforme va avanzando la Edad Media, cada vez más
alejada de esos centros de poder eclesiásticos que suponían los monasterios. Este viraje
en la temática de los relatos se va dando ya incluso cuando los autores son eclesiásticos,
pero se agudiza con los autores laicos.
Así, podemos tomar en un principio como el personaje clave de la Edad Media al rey, que
es una representación terrenal del poder de la Iglesia (esto es, Dios). Su importancia es
tal que incluso en la historia monástica (que eminentemente se centra en los asuntos y la
vida monástica) se les hace referencia para centrar una narración en el tiempo de un
monarca concreto.13
Como es lógico una vez fijado el personaje histórico que protagoniza la historia (el rey),
lo siguiente en lo que se fijan los historiadores es en el acto que realiza, por lo general
guerras. De este modo, la guerra pasa a ser el elemento fundamental en los relatos
históricos medievales.
A la par que estos relatos aparecen los relatos religiosos de monasterios y abades, pero
estos surgen en otro tipo de historiadores, centrados ya en sus labores monacales, en un
intento de los abades por mantener el poder que parecía que estaban perdiendo en favor
de esas figuras que ya no son eclesiásticas, y que como hemos visto perderán de forma
inexorable conforme avanza el período medieval.
Es interesante el concepto del relato poético que se tiene durante toda la Edad Media, relacionado siempre
con hechos de ficción.
13
Está clara la importancia fáctica del poder terrenal sobre el espiritual, pero no debemos olvidar que los
autores siguen siendo eclesiásticos, que tienen que legitimar la importancia del poder que les es afín.
Además, no hay que olvidar la importancia de la religión en la sociedad medieval.
12
13
En ciertas ocasiones se dan acontecimientos novedosos para los autores y que despiertan
en ellos un interés tal que llegan a reflexionar sobre el tema en cuestión (debido a la
novedad del asunto y las distintas posibilidades que se pueden dar por el hecho), si bien
no podemos tener este hecho como referencia ejemplar, sino como hecho aislado.14
2.3.2. Las fuentes historiográficas
Los autores medievales, como es lógico, sólo podían hacer historia de un hecho que
conocieran. Así, debemos atenernos a dos tipos de fuentes desde las que obtenían su
conocimiento: como primarias se toman las fuentes oculares y orales, como secundarias
las escritas.
Las fuentes oculares siempre son consideradas las más importantes, debido a su cercanía
al hecho en sí, y, por tanto, a la verdad objetiva de la historia. Hasta ese punto llega en la
Edad Media el concepto de creencia, aportando veracidad al autor, legitimando cuanto ha
visto sin considerar que, en ningún caso, pueda estar mintiendo o falseando las que
nombra como sus visiones del hecho en sí.
La fuente oral tiene importancia debido a la enorme tradición de este canal de transmisión
durante el período histórico. Que siguió siéndolo hasta ya entrado el siglo XX, pero en
otros sectores no tan académicos e intelectuales. En cambio, es indudable que en la Edad
Media el peso de la oralidad era mucho mayor y tenía una importancia total, siempre y
cuando no fuera recitado como verso, lo que lo convertiría en un texto ficticio.15
Finalmente, las fuentes escritas (en primer lugar, por supuesto, la Biblia). Como fuentes
escritas, además de las sagradas escrituras cristianas, se toman fuentes historiográficas de
autores clásicos que se irán recuperando. La persona que confeccionó la lista de autores
en los que había que fijarse fue Casiodoro (realizó dicha lista en el siglo VI, comenzando
por Flavio Josefo, y le siguen: Eusebio de Cesario, Rufino, Epifanio, los traductores
latinos de Eusebio, Orosio, Marcelino de Iliria, Jerónimo, Próspero de Aquitania y el
compilador Gennade de Marsella). En cierto modo se impone de esta manera un
inmovilismo en lo que a referencias bibliográficas se refiere para los autores medievales,
que en ningún caso consideraban que de este modo estuvieran pudiendo dejar parte de la
historia sin tratar, o sin pensar que fueran necesarios otros puntos de vista. Al fin y al
Considero de obligado nombramiento de nuevo el texto de Guillermo de Tiro en el 1130.
Una referencia directa a este hecho es la que encontramos en el texto de Braulio en su Vita Sancti
Aemiliani: “en virtud de la declaración del abad Citonato, de los presbíteros Sofronio y Geroncio y de la
piadosa mujer Potamia, de santo recuerdo”; en clara referencia a los testigos que le dieron testimonio oral.
14
15
14
cabo, si eran los autores más importantes y conocidos (y lo eran), tenía que ser
necesariamente por algo, y es precisamente esta importancia con la que se les dotaba la
que permitía que aún siguieran siendo utilizados siglos más tarde.
2.3.3. Cronología y concepto temporal
Tal vez el concepto que más se diferencia con respecto a los que tenemos en la actualidad
y que más difícil se nos haga a la hora de entender su motivo y uso sea el concepto
temporal que se tenía en la Edad Media del tiempo histórico. En un período marcado
completamente por el providencialismo, el tiempo tenía que estar inherentemente ligado
a Dios.
Sin querer hablar de todos los modelos utilizados durante la Edad Media, voy a citar los
más representativos esperando que con la exposición de los mismos quede clara la
explicación del asunto temporal (dividir el tiempo en compartimentos estancos y
manejables por los autores con mayor facilidad).
El modelo aportado por Gregorio de Tours (que mejoró el modelo propuesto por Orosio,16
uno de los autores más imitados del período medieval) fue uno de los más imitados, y
estaba dividido en cinco etapas: de la Creación al diluvio (lo que serían 2242 años), de
este al paso del mar Rojo (1404 años), de este hecho a la Resurrección (1538 años), de
ésta a la muerte de san Martín (412 años) y de allí hasta su momento (que eran 197 años).
No obstante, el que pasó a ser considerado el mejor sistema de medición temporal y, por
tanto, el más utilizado, es el modelo de las “seis edades agustinianas”: de Adán al diluvio,
de Noé a Abraham, de éste a David, de éste a la emigración judía a Babilonia y de
Babilonia al nacimiento de Cristo, finalmente la sexta edad sería desde el nacimiento del
Salvador y que es la del presente. Este modelo, creado por el santo que le da nombre, fue
transmitiéndose durante la Edad Media gracias a autores como Isidoro de Sevilla o Beda
el venerable.
Fue a través de este sistema de edades propuesto por san Agustín como fueron
perfeccionando un sistema temporal los autores medievales, que, no obstante, seguía
siendo a grandes rasgos similar a éste.
Este se basaba en que la duración del mundo era de 6000 años, divididos como sigue: de Adán a Abraham
unos 4000 años y de éste a Cristo unos 2000. Cristo nace en el año 42 de César y en el 752 de Roma.
16
15
2.3.4. Estilo historiográfico
Ya centrándonos en la forma de escribir de los propios historiadores, es importante incidir
en la idea de que la gran mayoría de ellos consideraba más importante no distanciarse de
la forma de los historiadores clásicos y tratar de ceñirse a los hechos reales, no cuidando
tanto su escritura, independientemente de que escribieran mejor o peor. Esto se debía a
que consideraban que era más importante dar hechos históricos importantes, de forma que
las generaciones posteriores pudieran corregir sus propios textos para una mayor
comprensión en un futuro. Sí que hay una preocupación en cuanto a tres factores que será
la tónica durante todo el período: el hecho que se narra, el público al que se transmite y
el género usado para la historiografía. Estos tres puntos si serán determinantes de cara al
estilo de los autores, y es lo que ellos realmente tenían en cuenta a la hora de escribir.
Por último, insistiré de nuevo en la idea de huir del relato poético, que daba como
resultado considerar un hecho ficticio el narrado por el texto.
16
3. El Renacimiento como punto de ruptura
A pesar de que en el resto de estados europeos los cambios en la historiografía no se
dieron hasta más adelante, en las ciudades estado italianas, está transición se vino dando
ya desde el siglo XIV. Como ya he dicho antes, las monarquías europeas del siglo XV
buscaban tener unos historiadores encargados de hacer una historia de su estado y su
dinastía; no obstante, esos historiadores especializados, que hablan precisamente de los
procesos históricos y la evolución a través del tiempo, son los autores que se irán dando
debido a la evolución paulatina del humanismo italiano.
Esta evolución se divide comúnmente en distintas etapas pese a que, como sabemos, los
procesos históricos no se deben separar en compartimentos estancos sino que forman
parte de un todo difícilmente divisible y en el que las separaciones temporales se hacen
únicamente para una mejor comprensión del proceso en sí.
3.1. Petrarca y Boccaccio
En el considerado Primer humanismo nos encontramos en primer lugar con Petrarca
(1304-1374) y más tarde con Boccaccio (1313-1375). A ambos humanistas les motiva la
misma idea que desarrollarán de distintas maneras: esa idea de la historia como una
herramienta que les acercaba al resto de saberes. En ningún caso fueron historiadores,
pero sí que eran conocedores de las obras de los clásicos en el campo, lo que les permitió
componer ciertas obras ya de carácter historiográfico. 17
A Petrarca le preocupaba especialmente lo estancado que su estado18 se había quedado
con respecto a otros estados europeos (Francia, Inglaterra, la Corona castellana y
aragonesa e incluso el Imperio Alemán). Como salida a esta idea, buscó en la historia una
fuente de conocimiento que le capacitó para escribir una obra de hombres ilustres19 y más
tarde otras cuatro obras de carácter moralista, que defendía con hechos históricos.
Es inevitable darse cuenta de que el conocimiento que poseía Boccaccio sobre estos autores era mayor,
puesto que es posterior a Petrarca, por lo que estaba mejor documentado, como comentaré posteriormente
en este mismo capítulo.
18
El conjunto de las ciudades estado italianas como concepto del estado italiano heredero del Imperio
Romano.
19
Casi todos de la Roma Antigua, con la excepción de Alejandro, Pirro y Aníbal.
PETRARCA, F., Opera latina, Basilea, Impressis Basilae: Johanes Amerbach, 1496, en línea en la página
web de la Universidad de Granada (digibug.ugr.es)
17
17
Boccaccio hará obras similares, creando una obra de mujeres ilustres y más tarde dos
obras biográficas dedicadas a Dante y Petrarca. Estas dos últimas obras son ya de un
carácter bastante historiográfico. 20
La verdadera importancia de Petrarca y Boccaccio desde el punto de vista de la
historiografía radica en el rechazo que tienen con respecto a la filosofía y los conceptos
medievales. Sin dejar de ser creyentes y practicantes cristianos, dejan de considerar
lógicas esas concepciones tan apoyadas y seguidas durante el período medieval y que irán
entrando en desuso conforme vaya avanzando el Renacimiento hacia unas ideas más
críticas y cercanas a los conceptos racionalistas del período moderno y los de los clásicos
de la antigüedad, fuente indudable de estos humanistas.21
3.2. La historiografía florentina
Tenemos que esperar unas pocas décadas para encontrarnos con la figura de Leonardo
Bruni (1369-1444, canciller de Florencia). Este autor comenzó ya una tradición
historiográfica propiamente dicha, incluso llegó a crear su propia escuela, con gran
cantidad de humanistas. Su principal obra (aún en latín, como era común en los estados
europeos medievales) es la Historia de Florencia.22 Poco después de él, Poggio
Bracciolini (1380-1459, también canciller de la misma ciudad) continuó la labor
historiográfica ya comenzada por su predecesor.
La principal diferencia con el resto de historiadores de la época radica en la finalidad de
su obra. Hasta entonces, los historiadores eran usados al modo de propaganda política,
como ya expliqué en el capítulo anterior, y teniendo en cuenta una temporalidad y unos
temas aportados directamente por el cristianismo con los que ya rompieron Petrarca y
Boccaccio. No obstante, ni siquiera en los estados italianos habían surgido hasta la fecha
unos historiadores que realizaran sus obras sin tener en cuenta esta temática cristiana. Es
entonces, en este Segundo humanismo, cuando podemos apreciar el cambio.
En este momento se comienza a secularizar la historia por, como ya hemos dicho, dejar
de tener en consideración el pensamiento cristiano en cuanto a la providencialidad de
dios, las edades propuestas por san Agustín. Al mismo tiempo se deja de tener en
Casi todas del mundo clásico, pero también algunas de la Edad Media.
BROWN, V. (trad. y ed.), BOCCACCIO, G., Famous women, Cambridge, Harvard University Press, 2001.
21
Y verdadera fuente de su rechazo hacia ese conjunto de filosofías y tesis medievales, como el concepto
temporal centrado en Dios.
22
Con un comentario sobre los acontecimientos del estado italiano de su tiempo.
20
18
consideración el modelo historiográfico anterior, de la comparación del propio estado con
el origen del mundo y la continua comparación con las edades anteriores. Por tanto, ya
no le interesan el resto de estados, únicamente sus propios estados son todo lo que interesa
a la obra historiográfica, sin relacionarlos con el resto.
Y como era lógico por las ideas comentadas, se da la crítica como principal método
historiográfico, desechando muchos sucesos escuchados y transmitidos de generación en
generación por la apariencia inverosímil que presentan. Esto es posible precisamente
gracias a los avances científicos de la época, en la que los estudios humanistas permitirán
a estos historiadores observar desde una perspectiva crítica lo que anteriormente se
tomaba como muestras inequívocas de fuerzas sobrenaturales.
Llegados a este punto crítico y alejado de los estándares medievales, alcanzamos la idea
ya introducida en las obras de Petrarca y posteriormente Boccaccio y el fin último de la
historiografía incluso en nuestros días: el pragmatismo. Como ya ocurriera con los
grandes clásicos de la antigüedad, el tratar de buscar una utilidad a la historia pasa a ser
una prioridad, algo intrínseco a la historia y necesariamente vinculado a ella.
Finalmente, otra relación con los autores clásicos es el “culto” a la forma del texto. La
expresión correcta y una retórica altamente cuidada tratando de hacer verdaderas obras
literarias en cuanto al estilo dan lugar a unas obras compuestas como piezas
tremendamente cuidadas, que vienen a recordar a los clásicos pero tratando temas
renacentistas. El problema que podemos encontrar en este sentido es la diferencia en el
uso del lenguaje de mismos términos.23
3.3. La revolución florentina
En 1494 se da otro hecho que supondrá un nuevo cambio en las mentalidades de la época
que dará lugar a un Tercer humanismo. Este hecho es la revolución florentina, que acabará
por derrocar el gobierno de los Médici para volver a instaurar una República.
A raíz de este cambio en el gobierno, se intentará crear una nueva constitución, para lo
que es necesario estudiar las constituciones de las ciudades próximas. Además, hay otras
preocupaciones para la ciudad, y es la preocupación por la debilidad aparente de ese
El término dux en latín (de Tito Livio) se refiere a líder, mientras que en el usado por los renacentistas
tendría el sentido de “duque” como cargo de la nobleza, quien no necesariamente es un líder militar, como
solía ocurrir con el término usado por Tito Livio.
23
19
“estado italiano” del que ya hablaba Petrarca.24 De este afán por devolver a Italia la
autoridad que históricamente merecía surge la idea de hacer historia ya no en latín, sino
en la propia lengua vernácula de la zona. Es precisamente este cambio a la escritura en
italiano el principal salto y evolución con respecto a los momentos anteriores.
En esta línea, las figuras de dos embajadores florentinos serán determinantes desde el
punto de vista historiográfico. En primer lugar, al autor político Nicolás Maquiavelo
(1469-1527) y en segunda instancia Francisco Guichiardini (1483-1540).
El primero, más reconocido por su labor política que historiográfica25 escribió, sin
embargo, dos obras históricamente importantes. La primera, la historia de un condottiere
llamado Castracani, importante por el valor que Maquiavelo da a su figura, como una
persona poderosa y capacitada para defender al estado italiano (fin último reivindicado
por Maquiavelo en sus obras). La segunda, su historia de Florencia, tiene como mayor
valor el estudio que el autor italiano hace del estado político (tanto interior como exterior)
de la ciudad a partir de 1420, esto es la historia contemporánea de la ciudad en la que
vivía Maquiavelo o, explicado de otro modo, el período temporal en el que la aportación
política del mismo podía tener más peso.
En cuanto a Guichiardini, apreciamos en su figura a un historiador más desarrollado, con
más experiencia y mejor informado que el propio Maquiavelo. Las principales obras de
aquel son su propia historia de Florencia (no publicada hasta mediados del siglo XIX) y
la Historia de Italia, la obra que realmente le llevó a la fama. En ese estudio
historiográfico, su horizonte de pensamiento se amplía más allá de lo que llegarán otros
historiadores de la época. Así pues, teniendo que hablar sobre un territorio desde el punto
de vista político inconexo (sigue tratándose de ciudades estado) y con constante presencia
de los extranjeros (los estados europeos que ya están obteniendo una influencia notable
en el territorio) Guichiardini tiene que ir un paso más allá de lo que otros historiadores
fueron. No hay que pensar, no obstante, que ya se trataba de un estudio crítico y objetivo
de los hechos. Guichiardini se centra en los hechos como meros datos y beneficio, busca
24
Aparente de cara al resto de estados europeos, pero era una debilidad de facto, con ciudades que no
podían hacer frente a los extranjeros y su influencia cada vez mayor y cuya única muestra de autoridad
pasaba por los condottieri.
25
No en vano sus comentarios de los textos de Tito Livio y su obra El príncipe son sus obras más
reconocidas, verdaderos estudios políticos.
MAQUIAVELO, N., El príncipe, Madrid, Alianza, 1991.
Sobre este tema y este autor, ver ZULOAGA, J. D., Maquiavelo y la ciencia del poder, Granada, Editorial
Universidad de Granada, 2013.
20
el puro utilitarismo para los príncipes italianos en sus obras, como un verdadero manual
para poder gobernar correctamente tratando de evitar problemas o enumerando los
mismos y los beneficios obtenibles de cada suceso. No ha llegado, por tanto, a ese punto
de los historiadores de siglos posteriores en los que la objetividad prima con respecto a
las ideas que uno quiere transmitir a su público.
3.4. Las herramientas de la historia: la erudición y la crítica
El punto fundamental de la historiografía renacentista italiana lo tenemos en que supuso
una base para las futuras historiografías, a modo de sala de pruebas utilizando todo lo que
en un futuro resultaría útil y, más allá de eso, completamente necesario. A nadie se le pasa
por alto la necesidad de la crítica en la labor historiográfica, y como ya hemos apreciado
ya se va dando poco a poco en estos humanistas, si bien la objetividad es otro punto para
el que todavía nos queda tiempo para llegar.
Además de la crítica como herramienta fundamental del historiador, hay otra herramienta
inherentemente necesaria para conseguir el material para la correcta labor académica de
la historia. Esta herramienta comenzó ya en Italia, pero se iría propagando en los siglos
siguientes hasta alcanzar su máximo exponente en los siglos posteriores hasta llegar a
tener una importancia y accesibilidad prácticamente total en el presente.26
Si bien evolucionaría y se propagaría más en los siglos posteriores, el origen de la
erudición lo encontramos ya en el Renacimiento.
La erudición, considerado como un género académico en sí mismo pero explicable como
la mayor o menor capacidad para conseguir gran cantidad de información útil y fiable, se
debe fundamentalmente a la imprenta. La posibilidad de que una mayor cantidad de
documentos estuvieran en muchas partes al mismo tiempo sin necesidad de tener que
recurrir a críticas de otras autores sino a copias de la obra original fue uno de los
fenómenos más importantes para los humanistas italianos (y más tarde para el resto de
Europa).
Si bien, como ya he dicho, en los siglos posteriores la erudición alcanzará unas
dimensiones mayores, ya en las ciudades estado italianas se tiene a la figura de Flavio
Biondo (1388-1463) como alguien verdaderamente importante en este campo. En sus
En cuanto a la revolución que supuso, el salto cuantitativo y cualitativo que tuvo y la importancia del
momento con respecto a lo que la erudición supone.
26
21
sucesivas obras organiza alfabéticamente los textos referidos a la temática de cada una de
sus obras, a modo de grandes índices que otros autores pudieran utilizar para realizar sus
obras de carácter historiográfico.27
Roma instaurata (1444-1448), Italia illustrata (1474) y Roma triumphans (1479 e impresa por primera
vez en 1482), en BIONDO, F., De Roma instaurata libri tres…, Gregorium de Gregoriis, Venecia, 1510,
en la página web de la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico (bvpv.mcu.es)
27
22
4. La historiografía moderna
En los siglos XVII y XVIII la historiografía no sufre una evolución considerable en su
estilo ni en su forma. Más allá de eso, la estandarización de la educación y la erudición,
así como la propagación de ciertas ideas filosóficas y la ciencia (representada en las
matemáticas y la física) suponen un nuevo punto de inflexión que tocará a la historia y
hará que no sea lo mismo que había sido hasta ese momento.
4.1. El estancamiento de la historiografía humanista
En el siglo XVII todavía encontramos autores humanistas que realizan obras complejas,
verdaderos estudios histórico-políticos que intentan explicar las causas de su realidad
coetánea, y los pros y contras de cada uno de los sucesos.28 Pero ya en el siglo siguiente,
cuando dejó de conseguir verdaderos hallazgos, la historiografía se fue estancando.
Conforme la enseñanza se fue desarrollando, un público cada vez mayor quiso tener
acceso a esos libros de historia que se venían dando desde hacía unos siglos. El problema
es que en muchos casos lo que se buscaba era la literatura del texto y no su contenido en
sí, por lo que se tendió, cada vez más, a perder un fondo histórico (riguroso) para hacer
una literatura historiográfica más accesible a un público cada vez más amplio y menos
especializado en la materia.
En palabras de Lefevbre, el estancamiento de la historia se puede explicar como “una
reacción contra un humanista erudito que se recreaba en el detalle y que, en suma,
resultaba poco interesante para quien no era especialista”. 29 Esto es, como más adelante
en el mismo texto tratará el autor francés, la explicación al fenómeno que más se propaga
entre el público lector, que no es otro que la impaciencia. De esta forma, a medida que el
público quiere cada vez más obras que traten los temas que les interesan, los textos irán
proliferando, en un principio para satisfacer esa necesitada literatura histórica que la
enseñanza acabó por generar, y más adelante buscando ya esos temas específicos que
ciertos lectores buscan. No se trata ya de grandes tratados de historia, sino, como ya he
dicho, textos específicos sobre temas ya tratados.
Tal vez el ejemplo más claro sea François de Mézeray (1610-1683), que en su estudio sobre el tratado de
Carlos VIII para obtener derechos de aspiración en Italia (cediendo territorios primero a Maximiliano de
Austria y luego a Fernando de Aragón) ya habla de las fronteras naturales que serán tan importantes para
los franceses en el futuro.
29
LEFEVBRE, G, El nacimiento de la historiografía moderna, p. 96
28
23
Además, el siglo XVII tuvo en la figura del racionalismo otro enemigo para la historia.
Si bien parece obvio entender que los principios cartesianos harían que la historia tuviera
un peso considerable (la razón como principal característica humana, y la razón como
principal herramienta para la historia crítica), la realidad es bien distinta. Puesto que los
cartesianos toman como realmente necesario e interesante lo permanente (naturaleza,
alma o Dios), la historia pasa a un segundo (sino tercer) plano. El motivo debemos
encontrarlo en que la historia no es sino una enumeración de hechos “contingentes”, no
hay “necesario” en ella.
Ya se opuso, no obstante, Francis Bacon a este método usado por Descartes, si bien con
unas explicaciones que se verán plasmadas en la historia (del mismo modo que lo fueron
las ideas cartesianas para la ciencia) a lo largo del siglo XIX, aún muy lejos en el tiempo
de los hechos que nos ocupan en la historiografía moderna.
4.2. El estudio crítico en el conflicto cristiano
Ya desde los orígenes de la reforma protestante, los intelectuales contrarios a la doctrina
católica siempre trataron de dar una visión crítica a los estudios hechos hasta entonces.
Esto seguía con la tradición humanista de los años anteriores,30 siendo la evolución lógica
del proceso. El punto de choque con los movimientos de la contrarreforma fue, más que
ningún otro, el tratar de hacer una lectura crítica de las sagradas escrituras.
Mientras que para los luteranos reescribirlas en una lengua vernácula y hacer un
verdadero estudio histórico del proceso no parecía, en ningún caso, algo ajeno a lo que
debe preocupar al hombre, para el catolicismo chocaba completamente con el orden de
las cosas. De esa continua diferenciación que llevaron ambas corrientes desde el siglo
XVI fue de donde surgieron estas dos corrientes históricas.31
Si bien que la iglesia católica romana llevó a cabo su propia labor historiográfica para
oponerse a la protestante32 es un hecho, no podemos quedarnos en una lectura tan
Cuyo mayor exponente es, sin lugar a dudas, Erasmo de Rotterdam, quien a pesar de ser un humanista
católico llego a ser, durante la segunda mitad del siglo XVI, censurado por la propia iglesia católica.
31
No en sentido estricto, si bien es cierto que la historiografía católica y la protestante se diferencian en
muchos puntos, desde la oposición católica a todo cambio con respecto a esa historiografía arcaica medieval
y puramente católica, hasta la escritura en lengua vernácula, más cómoda y lógica desde el punto de vista
social de la época pero alejada de los cánones católicos.
32
La lectura crítica de obras cristianas tratando de recuperar el sentido primitivo del cristianismo antes de
ser corrompido por la iglesia romana que tanto buscaban los luteranos fue finalmente recogida en las
Centurias de Magdeburgo (1539-1546), en una obra organizada en períodos de cien años (a modo de la
30
24
simplista. Incluso dentro de la propia iglesia católica surgen conflictos (como el surgido
entre jesuitas y jansenistas), si bien la historiografía católica, aunque alejada de los
términos iniciales de la protestante, consigue hacer verdaderos avances: los jesuitas
comenzarán una serie de biografías de santos basadas en el examen crítico de fuentes
documentales descartando los apartados fantasiosos.33 Esa misma labor será realizada
unos años más tarde por la congregación benedictina de París de san Mauro, en 1668. Y
fue precisamente un maurista, el autor de De re diplomática (Jean Mabillon, 1632-1707),
que recoge las normas de la disciplina histórica en cuanto a “analizar, verificar y
autentificar los documentos históricos (los ‘diplomas’)”.34
Así, si bien la ruptura entre protestantismo y catolicismo supuso en un principio un
auténtico parón para la libertad de expresión ya iniciada por los humanistas,35 es
innegable que ambas corrientes progresaron en cierto punto: los protestantes siguiendo
con esa tradición crítica ya iniciada en Italia en el siglo XV; los católicos haciendo
lecturas también críticas pero sin alejarse de su tradición, a modo de poder defenderla de
forma legítima de los luteranos. Es curioso que si bien hay una oposición sistemática de
ambos bandos durante todo el conflicto, en el particular caso de la historiografía la
evolución de ambas corrientes (fundamentada, insisto, en la legitimación de su propia
corriente como herramienta para criticar a la otra) llevó al mismo punto: la lectura crítica
de textos a modo de poder encontrar material adecuado y que fuera realmente útil para la
elaboración de documentos historiográficos.
Para finalmente entender el punto culminante de la historiografía católica, tenemos que
llegar hasta Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), a su principal obra: Discurso sobre
la historia universal (1681). Esta obra se divide en tres partes. En la primera de ellas
debemos volver a los estudios historiográficos ya iniciados en la tradición historiográfica
medieval, puesto que no es más que una relación de acontecimientos (anales) desde la
formación del mundo hasta Carlomagno, a modo de explicación del surgimiento de la
figura del delfín. La segunda parte “es una demostración de la verdad de la religión
periodización secular de los humanistas), alejándose de los tiempos históricos propuestos y utilizados en el
período medieval.
33
Con el Acta sanctorum (1643).
Vemos en este punto la oposición a los protestantes, quienes se oponen a la existencia de los santos
católicos.
34
MORADIELLOS, E., El oficio de historiador, p. 29.
35
Las lecturas de los renacentistas italianos alejadas de las lecturas providencialistas y cercanas a los
clásicos de la antigüedad no resultan posibles tras el conflicto católico-protestante, como ya hemos visto.
25
católica en sus relaciones con la Iglesia”.36 Finalmente, en la tercera realiza un verdadero
estudio historiográfico (de ahí el valor de la obra, colocando a Bossuet como un verdadero
historiador) sobre los imperios, “de su grandeza y de su decadencia, especialmente del
Imperio romano”.37
Es curioso apreciar los pilares fundamentales para el pensamiento historiográfico de
Bossuet que se ven reflejados irremediablemente en la obra. Por una parte la importancia
de todas las creencias cristianas (pensamiento, normas y valores, lo que sería la filosofía
cristiana desarrollada por los padres de la iglesia), por otra el humanismo y la filosofía
cartesiana. Resulta curiosa la idea, explicada por Lefevbre, de que si bien en el propio
libro explica el providencialismo de la historia, luego no duda en decir que Dios permite
que la historia se desarrolle influida por los hombres y las leyes de la naturaleza, de modo
que tiene que investigar ambas fuentes (como hacen todos los historiadores).38 Este es el
hecho que permite dotar a Bossuet de un puesto importante y característico en el
entramado de la historiografía moderna, aunando más que ningún otro el modelo
historiográfico cristiano con el anterior método humanista y la filosofía cartesiana que
tanto se oponía a la historia y que sería un pilar tan fundamental para las ciencias.
4.3. La erudición moderna
La mayor innovación que se dio en relación a la historia (al menos en un futuro) durante
el siglo XVII fue algo que ya ocurría desde el siglo XV en Italia, y que por fin tendrá un
peso considerable a nivel europeo: la erudición.
La principal diferencia con respecto a esas recopilaciones de textos que podían ser
consultados para realizar una correcta labor historiográfica,39 es la de la aparición de
erudición como una práctica colectiva. Esto es que, rechazada ya esa idea de las
investigaciones llevadas a cabo por un único hombre (ya fuera Biondo en el Renacimiento
o Duchesne, Dupuy, Pierre y Jacquer durante el siglo XVI)40, los eruditos comenzaron a
agruparse en grandes grupos de trabajo, al modo de lo que ocurre en las ciencias, con el
LEFEVBRE, G., El nacimiento de la historiografía moderna, p. 99.
Por supuesto, una argumentación obligada por su posición como historiador de la iglesia católica en su
continua contraposición al protestantismo.
37
LEFEVBRE, G., El nacimiento de la historiografía moderna, p. 100
38
“incluso como aquellos a los que condena”. LEFEVBRE, G., El nacimiento de la historiografía moderna,
p. 100.
39
Como ya hemos visto con anterioridad.
40
Práctica insuficiente para llevar a cabo una correcta labor de erudición por la enjundia de la empresa en
sí misma.
36
26
fin de alcanzar un éxito mayor con sus esfuerzos combinados. En un principio esta idea
surgió en los grandes talleres católicos del sur de europa (jesuitas y benedictinos), en
combinación con el resto de sus trabajos.
A la par que la erudición, otras ciencias auxiliares de la historia surgieron en estos talleres,
especialmente en los benedictinos. Como ya hemos dicho antes, Mabillon dedicará una
obra de forma exclusiva a la forma de verificar la legitimidad de los documentos
historiográficos (esto es la “diplomática”). A la par, Bernard de Montfaucon (1655-1741)
se ocuparía de la “paleografía”, tan importante en la labor historiográfica. Junto a estos
dos, los benedictinos franceses hicieron varias recopilaciones, no sólo de historia de
Francia, sino también general, de política de Francia e incluso de literatura de Francia.
Los jesuitas llevarían a cabo importantes recopilaciones de los concilios, y otros grupos
religiosos se encargarían de otras tareas.41 Junto a estos religiosos, un buen número de
laicos (generalmente hombres de estado vinculados a los benedictinos) también llevaron
a cabo una importante labor.
Este hecho no se dio únicamente en Francia, sino que en otros países europeos como en
Inglaterra (Rymer), Italia (Ludovico Muratori) o Alemania (Leibniz).42
4.3.1. La erudición y la historia, la erudición y la crítica
Esta erudición, que acabará por dar lugar al método moderno de la historiografía,43 rompe
con la anterior historiografía humanista, que, sin lugar a dudas, era literaria y artística.
Ahora los pensadores se centran en el hecho, sin preocuparse en primera instancia de la
belleza del texto.
Precisamente a raíz de esta distinción surge la división entre erudición e historiografía: la
erudición como búsqueda de lo verdadero (siguiendo el método cartesiano) y la
historiografía como como capacidad para escribir una obra dirigida a un público. Es así
como se distinguieron los historiadores de los eruditos (del mismo modo que en el final
de la Edad Media se distinguieron los cronistas de estos mismos historiadores). Queda
claro que un historiador debe tener unas bases eruditas, pero, al mismo tiempo, un erudito
La congregación de Port-Royal gracias a su labor filológica pero también a la labor de erudición de su
máximo representante, Luis Sebastián Lenain de Tillemont (1637-1698), yuxtaponiendo los propios textos
de la obra de erudición de Biondo.
42
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), importante filósofo alemán. Su importancia radica en exportar
el modelo de las academias francesas a Alemania (un país protestante y, por tanto, sin congregaciones).
43
Método que acabarán por tomar los alemanes en el siglo XIX.
41
27
no tiene por qué tener bases de historiador; al fin y al cabo, mientras que el historiador sí
que necesita de esos textos recopilados para llevar a cabo su labor, el erudito no necesita
tanto de ese conocimiento historiográfico para poder llevar a cabo sus recopilaciones.
Como es lógico, la erudición no tuvo durante el siglo XVII (ni aún el XVIII) el peso que
pasó a tener durante el siglo XIX para la historia. Al fin y al cabo, la mayoría de los
historiadores coetáneos no pudieron acceder a estas obras o no las consideraban del
suficiente interés para sus textos (acudiendo a la diferencia entre unos y otros en cuanto
a la crítica, sin lugar a dudas, como veremos a continuación).
Algo similar ocurrirá con la crítica. Como ya hemos visto, parece indudable que el
historiador necesita de una visión crítica para poder llevar a cabo su labor. En el caso del
erudito, es distinto (al menos, insisto, en este siglo XVII): mientras que un erudito
distingue documentos auténticos, no necesita una visión crítica para saber si lo que este
texto está diciendo es cierto o no lo es (ya sin entrar en el problema de si el autor cree que
dice la verdad o tiene la intención de engañar). Por tanto vemos que la erudición tiene una
crítica sesgada, que se centra únicamente a su propio ámbito de forma exclusiva.
28
5. La historiografía ilustrada
Con el siglo XVIII aparece en la escena intelectual europea la Ilustración, siendo
renombrada la centuria como siglo de las luces. Con la llegada de la Ilustración, la razón
se impuso como característica principal del ser humano entre las mentes de los
intelectuales de la época. En el horizonte intelectual, el punto al que habían llegado las
ciencias experimentales de Galileo y Newton en el siglo anterior. En el proceso lógico, la
unión de la tradición historiográfica “literaria” y la erudita junto con la razón como una
fuente viable de conocimiento.
A la par que el progreso intelectual (en parte a causa y en parte como causa de éste) se
van dando grandes impactos en el mundo europeo: los procesos coloniales ya no en
América, sino en el Pacífico, los desarrollos urbanos, demográficos y económicos, el
despotismo ilustrado y, como colofón, el enriquecimiento de una pequeña parte del
estamento no privilegiado (la burguesía), que irá cogiendo fuerza y engrosando sus filas
con miembros de la élite económica pero también de la élite intelectual. Conforme este
sector de la población vaya presionando a las clases privilegiadas, asistiremos también a
la crisis del antiguo régimen.
5.1. La filosofía racionalista y la historiografía racionalista
Con la aparición de una serie de intelectuales de primera línea volcados completamente
en la temporalidad, la idea providencial de la historia finalmente desapareció del ámbito
historiográfico. En su lugar, la idea de la nueva cronología como cadena evolutiva,
huyendo de cualquier tipo de anacronismo o ucronía, acabó por simbolizar esta nueva
historiografía.
La idea de Progreso como gran concepto, casi imparable, 44 hizo que esta nueva
historiografía fuera una verdadera ciencia que, apoyada por las ciencias auxiliares
surgidas de la mano de la historiografía del siglo XVII, por fin respondiera a una cultura
cada vez mayor con un público más amplio y exigente. En palabras de Voltaire: “Se exige
hoy a los historiadores modernos mayores detalles, hechos comprobados, fechas exactas,
mayor estudio de los usos, de las costumbres y de las leyes, del comercio, de la hacienda,
de la agricultura y de la población”.45 El historiador ya no será una figura que se dedique
A la par que incuestionable, como había quedado claro en el siglo anterior con las ciencias experimentales
y la considerable evolución que supusieron.
45
MORADIELLOS, E., El oficio de historiador, p. 31.
44
29
a enumerar hechos en los distintos años o alguien que se dediqué a buscar los hechos
aislados tratando de explicarlos. El historiador, tal y como nos avanza Voltaire, pasará a
ser un intelectual preparado para poder ensamblar a la historia en el resto de ciencias y
saberes de la época, de forma que no quede ningún cabo suelto en la compleja línea
temporal que a raíz de la razón había surgido. Toda vez que la providencia no tiene cabida
en la mente de los intelectuales racionalistas,46 es cuando se deben encontrar todas las
respuestas sin posibilidad de duda, sin margen de error. Es entonces cuando la crítica debe
volverse más rigurosa y cuando el historiador debe estar preparado, ser capaz de entender
todos los hilos de la madeja que conforma el hecho histórico sin que ningún proceso se
escape de su entendimiento, sean estos hilos, en palabras de Voltaire, la economía, la
hacienda o las leyes. La política ya formaba parte del panorama historiográfico desde los
humanistas, como ya hemos visto. Es ahora, con la llegada de esta nueva historiografía,
cuando la explicación de la sociedad y todos esos grandes cambios cobran mayor
importancia.
5.2. Voltaire y la filosofía de la historia
Posiblemente el historiador más importante del siglo XVIII, que marcó un verdadero
antes y después ya con la acuñación del término filosofía de la historia, pero mucho más
importante que esa invención terminológica está el hecho de la verdadera innovación que
supuso para la historiografía su obra Nuevas consideraciones sobre la historia, que no es
su obra más conocida, pero a efectos reales sí es la que supuso un punto de inflexión para
la concepción de la historia en el mundo ilustrado. 47
No todas las obras de Voltaire son grandes innovaciones, y así podemos ver como la
Historia de Carlos XII es una obra de historiografía muy similar a todas las que se venían
prodigando en aquellos siglos posteriores al Renacimiento. Pero fue precisamente gracias
a esa obra de madurez que supusieron las Nuevas consideraciones que la obra de Voltaire
dio un giro en la que es su obra más conocida y valorada, El siglo de Luis XIV, y,
Y más allá de los racionalistas, como es el caso de Kant o de los empiristas ingleses.
Nuevas consideraciones sobre la historia (1744) es la primera obra en la que se estudia una realidad
mayor que la historia política, incidiendo también en las temáticas económica y social, así como la historia
de los pueblos, pero no tal y como se hacía en las crónicas medievales. Al mismo tiempo, en esta obra
Voltaire ya da pie a su fusión de la filosofía y la historia al analizar y razonar críticamente cada proceso
histórico al modo que lo hacía la filosofía.
46
47
30
posteriormente, Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, y sobre los
principales hechos de la historia desde Carlomagno a Luis XIII.48
En la Historia de Luis XIV, por primera vez Voltaire puso en práctica aquellos apuntes
que había considero en su obra teórica de labor historiográfica, siendo la primera vez que
no se centraba sólo en la historia política (como hizo en su primera obra) y centrándose
más en la historia cultural, a modo de estudio del progreso humano, como si la historia
política en sí no fuera sino una herramienta para realizar un estudio de mayor enjundia,
más complejo y completo, que es el estudio de la humanidad en sí y sus distintos
pormenores.
Pero es precisamente en su otra obra en la que veremos al Voltaire más vivo y personal a
través de sus textos historiográficos. En un continuo texto combativo, expresa sin tapujos
su opinión sobre la historiografía cristiana, arremetiendo ya no sólo contra sus coetáneos
sino contra los autores medievales y el período al completo. A lo largo de la obra tratará
de contraponer al fanatismo y la falta de conocimiento de períodos anteriores el
racionalismo y culmen del progreso que supone el Siglo de las Luces. Se trata de una obra
que continua la labor iniciada por Bossuet ya en su Discurso sobre la historia universal,
pero contraponiéndose a su punto de vista providencial en muchos casos y tomándolo
como excusa para exponer sus ya citadas reticencias al cristianismo.49
De la obra de Voltaire, en términos generales, cabe destacar que no se da como un relato
(tal y como era habitual), en cambio se centra en el hecho estricto y lo va desgranando
para llegar al punto importante que quiere tratar. Así usará un hecho histórico como
excusa para poder tratar el tema desde un punto de vista más amplio, centrándose en otros
Historia de Carlos XII es una obra de 1731. Se trata de un relato conciso y muy bien documentado que
sigue aún los cánones de la historiografía hasta ese momento. Se trata de Carlos XII de Suecia.
El siglo de Luis XIV estuvo completo en 1751. Se trata de una obra que ensalza la inteligencia humana,
representada en muchos casos en la figura de Luis XIV. Esta obra recibe principalmente una crítica: el
punto de vista favorable de Voltaire hacia Luis XIV (a pesar de su oposición a como trataba el monarca a
la guerra, punto sobre el que Voltaire opinaba en contra por ser perjudicial para el ser humano en general).
Finalmente, Ensayos sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, escrita en 1756 y en 1769 ya en su
versión definitiva. Se trata de una obra de ciento noventa y siete capítulos en la que hace un gran repaso a
toda la historia de la civilización y la historia en sí, tratándose indudablemente de la “primera historia de la
civilización universal” (LEFEVBRE, G., El nacimiento de la historiografía moderna, p. 134) como se
apreciara en detalles como comparaciones entre distintos períodos históricos y un verdaderos estudio crítico
sobre los distintos apuntes que contiene la obra.
49
Sin entrar en valoraciones acerca del pensamiento de Voltaire, queda resumido a la perfección en la
siguiente afirmación: “El racionalismo anticristiano de Voltaire permea todas las reflexiones de su Ensayo
y explica su incapacidad para apreciar justamente la Edad Media. Para él, la Edad Media es un error a
refutar, no una época a comprender”. SÁNCHEZ MARCOS, F., Invitación a la historia: La historiografía,
de Heródoto a Voltaire, a través de sus textos, Barcelona, Labor, 1993, p. 182.
48
31
aspectos que a primera vista no parecían importantes. Voltaire se presenta a sí mismo
como un cosmopolita, renunciando a las ideas nacionalistas. Al mismo tiempo, se opone
a las grandes masas, a los habitantes y pueblos, centrando sus obras irremediablemente
en los grandes hombres, pero sin ensalzarlos, sólo como motor para tratar la historia. Al
mismo tiempo, su principal herramienta será la crítica, nunca controlada por ninguna
figura de autoridad en cuanto en tanto que no se trata de un historiador oficial que se vea
controlado por ningún estado o institución.
5.3. Los filósofos y la historia
Aparte de Voltaire, una serie de filósofos y pensadores racionalistas también dedicaron
sus esfuerzos a tratar la historia, aunque no tanto como historiadores sino como
verdaderos teóricos de esa nueva ciencia que venía afianzándose desde los siglos
anteriores.
El primer caso, posiblemente el más importante, es el de Montesquieu. A pesar de ser un
autor que no dominaba tanto la erudición como otros (sin ir más lejos, Voltaire era un
mayor erudito que él) no dudó en hablar sobre muchos temas referentes a la historiografía.
Precisamente por esa falta de erudición se le vierten algunas críticas, como las excesivas
generalizaciones que hace. En muchos aspectos su pensamiento es similar al de Voltaire,
sobre todo en el apartado anticristiano, llegando a criticar, como el anterior, la obra de
Bossuet. En cambio, se diferencia del historiador en sus orígenes, lo que indudablemente
se verá reflejado en sus obras: mientras que Voltaire era un burgués, Montesquieu es
noble; aunque un noble del siglo XVIII francés, esto es, un noble que apela a los Estados
Generales tratando de quitar poder a la monarquía, un noble liberal. Su única obra
dedicada en exclusiva a la historia fue Consideraciones sobre las causas de la grandeza
de los romanos y de su decadencia, aunque sobre la interpretación de la historia podemos
encontrar otras obras escritas por él en la que se incide en el tema.50
Rousseau también entrará en esta lista de ilustrados influidos por la ilustración, aunque
su caso es especial. Mientras que los anteriores alaban en todo momento la idea de
Progreso, Rousseau considera que éste ha resultado en perjuicio del hombre, llegando a
Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia fue escrita en 1734.
No obstante, el autor posee muchas otras obras reconocidas y reeditadas:
Cartas persas (1721), MONTESQUIEU, C. L., Cartas persas, Madrid, Cátedra, 1997.
El espíritu de las leyes (1748), su principal obra, aunque más como libro de filosofía que por su interés
historiográfico.
50
32
ser causa de sus problemas. Es un autor que no se deja llevar tanto por la frialdad racional
sino que es mucho más impulsivo, un autor de más sentimiento, lo que valdrá para
convertirle en uno de los creadores del romanticismo. No obstante su labor historiográfica
se ve reducida a un conjunto de visiones sociales que entran de lleno en el ámbito
filosófico y que podríamos considerar más parte de una antropología o historia social que
historiografía propiamente dicha.51
Otra serie de autores, entre los que cabría destacar a Condorcet (por tratarse del editor de
Voltaire), Diderot (como co-autor de una de las principales obras erudíticas de la historia
de la humanidad), también se vieron influidos por el racionalismo y llevaron a cabo tesis
que de un modo u otro acabaron por revolucionar la historiografía.52
Y junto a estos autores franceses podemos encontrar otros autores igualmente
racionalistas en otros países, que incidieron en el mismo tema pero sin llegar a tener la
repercusión que pudo tener Voltaire (lógico teniendo en cuenta que Voltaire es un
historiador y el resto de autores principalmente fueron filósofos), entre los que cabe
destacar a Gibbon y Giannone.53
5.4. La “contrailustración”
Como es lógico siempre que aparece una nueva corriente, no tardó en surgir un
movimiento contrario a la Ilustración. En este caso, al contrario de lo que podría ocurrir
con la “Contrarreforma”, se da el caso de que la “contrailustración” no es, en absoluto,
un movimiento homogéneo, ni tan siquiera, tal vez, un movimiento. Este hecho será más
bien un conjunto de pensamientos de distintos autores que se mostraban en desacuerdo
con las ideas más racionalistas y ciencifistas que surgieron a raíz de la Ilustración, sobre
todo en relación a la historia, pero también en muchos otros ámbitos. Especial interés
tienen Giambattista Vico, de Nápoles, y Herder, prusiano.
Posiblemente su obra más conocida, El Contrato social, atañe a la historiografía del período en cuanto
en tanto que refleja los cambios en el proceso crítico y analítico que se venían dando por parte de estos
autores. Por tanto, podemos afirmar que la innovación historiográfica de Rousseau no fue intencionada,
sino más bien a raíz de sus obras, que no eran de carácter historiográfico.
52
Esbozo de un cuadro histórico de los progresos de la mente humana (1794), en la que habla del siglo
XVIII y la filosofía racionalista. Fue escrito en prisión, y ese mismo año se suicidaría para evitar su
ejecución.
La obra de Diderot, es, por supuesto La Enciclopedia.
53
GIBBON, E., Historia de la decadencia y caída del Imperio romano; una gran obra con una gran
repercusión, en la que no dudó en criticar duramente a la Iglesia. Consta de 6 volúmenes, publicados en
1776 (el primero), 1781 (segundo y tercero) y 1788 (los tres restantes)
GIANNONE, P., Historia civil del reino de Nápoles (1723).
51
33
Vico supone el ejemplo de una persona de pensamiento único, completamente alejada de
los estándares de la época. En un siglo marcado por la confrontación entre racionalistas y
hombres de fe, Vico es un creyente cuyas teorías se ven claramente influidas por el
racionalismo. Su principal obra, La Scienza Nuova, Vico trata de hacer ver como el
hombre se ha hecho a sí mismo, pero no sin ayuda, sino gracias a los dones que Dios le
ha dado. Alejado por tanto de la idea de Bossuet de que Dios interactúa por el hombre a
partir de la naturaleza, su teoría más racionalista que explica a Dios de un modo filosófico
como un ser inmanente que forma parte del Universo como motor de éste le sitúa en una
corriente religiosa llamada panteísmo (en cualquier caso contraria al catolicismo y
considerada herejía). Siendo creyente, huyó de su propia confección panteísta sin llegar
a posicionarse como partidario de esta alienado por su fe y sin poder contradecir
correctamente los argumentos racionalistas, detenido por su propio método de estudio
racionalista.54
Herder posee una visión novedosa que choca con la racionalista en varios puntos. Los
racionalistas consideran que existen unas leyes inmutables que existen a lo largo de toda
la historia y que, por tanto, llevan a poder hacer una “ciencia del hombre” (esto es, la
historia). Herder defiende que cada período histórico, con cada pueblo y cada cultura,
actúa de modo independiente y distinto a cada uno de los otros períodos, de modo que no
hay unas leyes que permitan hacer ciencia del hombre. Para explicar esto, Herder
considera que cada pueblo tiene dentro de sí mismo (no como explican los racionalistas
a raíz del clima o la geografía) una originalidad que los diferencia del resto; una idea que
los historiadores alemanes retomarán en el siglo XIX y que le llevó a hablar del concepto
nación en relación a cada uno de los pueblos. Herder aparece también como un antecesor
de la teoría de Hegel, explicando que todo lo que sucede es a causa de la voluntad de cada
pueblo, del lugar geográfico en el que se encuentra y de su historia, que dan lugar a una
situación específica que se desarrolla de una manera concreta. No da opción a los
racionalistas y su “simpleza” a la hora de hablar de la historia sino que, como he dicho,
muestra una idea que tiene más relación con la Tesis-Antítesis-Síntesis de Hegel.55
La Scienza Nuova es una obra en la que Vico llega a dividir la historia en tres edades correspondientes a
su infancia, juventud y madurez (divina o teocrática, heroica o violenta y humana o razonada).
55
Simpleza en cuanto en tanto a una evolución temporal igual en todos los casos debido a esas leyes
inmutables que son inherentes a todos los humanos según los racionalistas, a las que se opone Herder.
Tesis-Antítesis-Síntesis es una de las mayores teorías filosóficas e historiográficas del siglo XIX,
desarrollada por Hegel. Considera que ante una situación (Tesis) surge irremediablemente otra que choca
contra ella (Antítesis) dando lugar a una nueva (Síntesis).
54
34
6. Conclusiones
En definitiva, si bien el proceso de la historiografía sigue un continuo desde la Edad
Media, los distintos períodos que se dan están enormemente diferenciados entre sí. Desde
luego los racionalistas no tienen nada que ver con los autores eclesiásticos de comienzos
de la Edad Media, pero no tienen un parecido mayor con los autores providencialistas que
les son coetáneos (incluidos los “contrailustrados”).
Así pues, la principal conclusión es la heterogeneidad dentro de un tema aparentemente
tan cerrado como es la historiografía, que demuestra ser enormemente abierto al tratarse
de los pensamientos y mentalidad de gran cantidad de autores, con características que les
unen a menudo demasiado generales (el caso de Rousseau y el resto de ilustrados,
únicamente unido a ellos en cuanto en tanto a la idea de educación como motor de un
cambio a mejor).
La elaboración de este trabajo como punto final a una etapa estudiantil y punto de inicio
a una etapa de una mayor madurez académica supone una verdadera inflexión en mi
pensamiento, toda vez que han quedado al descubierto nuevas miras, nuevos horizontes
y cuantas decenas de autores a los que no he podido dedicar unas palabras.
Querría añadir la necesidad de un manual o libro de estudio exhaustivo de evolución de
la historiografía que por fin hable de todos los momentos y autores, sin necesidad de
revisar incansablemente varios de los textos abajo citados y a menudo otros manuales que
conceden a la historiografía poco más que unas líneas. La necesidad de una obra objetiva
que haya sido contrastada es máxima, toda vez que a menudo las obras consultadas se
contradecían en determinados puntos (lo que me ha llevado a tener que tomar decisiones
sobre la inclusión de unas afirmaciones u otras).
En definitiva, un trabajo complejo que ha dado unos frutos a raíz del análisis del
pensamiento de diferentes autores, que sirve como breve resumen de la historiografía
desde la Edad Media antes de la llegada del mundo contemporáneo, en lo que, sin lugar
a dudas, es el nacimiento y auge de la razón y las lenguas vernáculas, y lo que es más
importante para la historia: la crítica.
35
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36
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