CONFESIONES DE UN DEMÓCRATA 1 03 Monarquías y dictaduras (2) Explicación de los hechos Jueves, 17 de marzo de 1938 La realidad, sorprendente pero indiscutible, es la constante incompatibilidad entre la monarquía y la dictadura, a pesar del deseo de los reaccionarios de hacer de ellas una alianza. Se dirá que explicar el hecho por la ambición mutua es demasiado simple: veríamos una explicación sugerida por la astucia suspicaz y desconfiada del pueblerino. Pero nos arriesgamos siempre, mirando de lejos nuestro pueblo, a cometer un doble error, el de hacer que se refugie allí el idilio y el de desterrar de allí la sabiduría. En el fondo de todas las cosas existe esa incompatibilidad de ambición, y sobre todo de prestigio necesario a todos los poderes absolutos, que dejan de serlo si son compartidos. La división de los poderes, en cuanto es posible, es, en principio, liberal y constitucional. Varias autoridades superiores pueden coexistir en el seno de una democracia: pero en los regímenes arbitrarios no hay sitio más que para una sola voluntad suprema. También hay una incapacidad psicológica en el alma de los dictadores para doblegarse a la obediencia de los caprichos reales, que los empuja hacia los enfrentamientos y los choques. En el teatro de la vida política el papel más dificil, para un dictador auténtico y dotado, sería el de ministro favorito en el estilo del antiguo régimen. La repetida experiencia histórica mostró que la química política no ha probado nunca una combinación tan peligrosa como la coincidencia de un monarca con un dictador: y resulta de ello una desconfianza mutua e instintiva contra tales aventuras. Antes de las dictaduras contemporáneas habíamos mostrado ya que el complemento catastrófico de un rey reaccionario como Carlos X era un ministro como Polignac. El conjunto de defectos personales y constitucionales de Isabel II (la de los tristes destinos) encontró también su complemento en González Bravo, siempre demagogo, más peligroso para el trono como reaccionario que antes como tribuno del populacho. 104 NICETO ALCALÁ-ZAMORA Y TORRES En nuestros días, el rey Carlos I de Portugal se apagó incluso físicamente cuando llamó a un dictador, Jonas Franco, desde luego honrado, respetado después de su caída por los republicanos. Los atrevimientos inconstitucionales del último rey de España fueron tolerados hasta el momento en que se añadió un dictador poco serio y que era el único, quizás, entre sus colegas que odiaba sinceramente la crueldad. Si seguimos reflexionando sobre la lección de los hechos encontraremos que las monarquías y las dictaduras se enfrentan en sus exigencias y en sus fundamentos. Una monarquía exige una tradición histórica, aunque fuese importada de otro país e incluso improvisada por el esfuerzo personal, y sentirá la necesidad de reforzarse por la alianza, e incluso por el matrimonio. Una dictadura necesita, por el contrario, la máscara de una novedad casi revolucionaria. Una monarquía busca y conserva aún después de su democratización, el apoyo de las fuerzas conservadoras, mientras que una dictadura, incluso alabando y sirviendo a aquélla, practica una demagogia, que es a veces un camuflaje de fachada, pero que un día puede ser peligrosa. Hay una ley de compensación que nos explica la resistencia o el agotamiento de la paciencia popular para sufrir las restricciones de la libertad, natural e i mprescriptible. Si se trata de un rey, queda la esperanza de un cambio ministerial; si se trata de un dictador, el régimen, incluso convertido en sistema, parece provisional, aliado a la existencia de un hombre, permitiendo las esperanzas de derrotarlo... y de ejercer contra él represalias. Comprendemos así que en muchas repúblicas americanas se le tolere a los presidentes, convertidos en dictadores, abusos que no hubieran osado los antiguos virreyes españoles. Reflexionando sobre los hechos, llegamos, fácilmente, sin necesidad de profundizar más en ellos, a la reconfortante conclusión de una incompatibilidad, no ocasional o aislada, sino por el contrario, esencial e inevitable entre la reacción monárquica y la reacción dictatorial. Una alianza de fuerzas tan irreconciliables es imposible, como sistema permanente, y es demasiado peligrosa; en vez de construir una muralla inexpugnable para abrigar a la reacción, no se llega en tales coaliciones absolutistas más que a presentar una construcción pesada, imponente y agrietada, como el fácil blanco ofrecido a los disparos de la artillería revolucionaria. Demostrada la imposibilidad de la alianza entre las dictaduras y las monarquías, éstas tendrán que permanecer, aliarse de buen o mal grado, a la práctica de la democracia, en competencia con las repúblicas, si la dinastía es CONFESIONES DE UN DEMÓCRATA 105 capaz de ello, y las dictaduras estarán obligadas a conservar, si no la esencia y la armadura, al menos la forma de las instituciones republicanas. Y podremos, en la activa espera de la victoria final —es decir de la desaparición de la oleada reaccionaria— sostener, con tanta razón como orgullo, la supremacía indiscutible de las democracias republicanas, que saben avanzar por el camino del progreso en la ambición del orden.