CÓMO ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON LA CULTURA* Suena a literatura pero es una triste realidad en el Perú. *Javier Guerrero Comunicador y Especialista en Artes Escénicas Está claro que la cultura en el Perú no es prioridad del gobierno. No es de segunda ni de tercera importancia. Está en abandono o en las manos de algún valiente artista de mediana aceptación social o de reconocimiento internacional. Tampoco es característica exclusiva de las decisiones de nuestro presidente, este mal aqueja hace muchos años. La visión absolutamente mercantilista invade en todos los aspectos de nuestra sociedad peruana. Una obra de teatro, un concierto, una galería de arte, una película, un recital de poesía deben ser tan rentables como una fábrica de chorizos para poder subsistir. Evidentemente, en la práctica esto no se cumple. Una iniciativa artística por lo general no es “económicamente viable” para sus ejecutores. Solo pocas propuestas comerciales que buscan entretener-vender se salvan de este esquema. Sin embargo, la gran mayoría de artistas deben enfrentarse a la enorme burocracia gubernamental, a todos los impuestos de ley, a la indolencia de los políticos, a una audiencia acostumbrada a no arriesgar su tiempo libre y sobre todo al escarnio público ya que el arte no tiene utilidad práctica visible. Es que las políticas de promoción de la cultura son insuficientes y en muchos casos risibles. Los gobiernos no apoyan iniciativas que no retribuyan monetariamente al estado. Se promueven algunos concursos, que aunque puedan contener algunos premios interesantes, no llegan a convertirse en una política sostenible. Estos son pequeños incentivos de trascendencia en las fotos de sociales de alguna revista de circulación nacional. Se impulsa también una cultura con fines turísticos, como si la creatividad de nuestros jóvenes artistas peruanos empiece y acabe con la representación del Inti Raymi, un festival de marinera o una feria de productos artesanales. No estoy en contra de la difusión de nuestra cultura ancestral, es un valor importante. Pero no el único. Hoy no hay generaciones de jóvenes que impulsen un movimiento cultural importante, una propuesta artística diferente. Solo vemos chispazos individuales que con un esfuerzo enorme aparecen y lamentablemente desaparecen. ¿Quién asegurará que aparezcan otros Vargas Llosa, una nueva música criolla o un teatro como el de Yuyachkani? Hasta ahora no se vislumbra nada sostenible en el horizonte. ¿Y para qué sirve la cultura? Para nada. No tiene un uso concreto, no es Sedapal ni Edelnor. Pero es una necesidad muy importante y aunque no sirve para las estadísticas con afán político marketero, ocupa un lugar en nuestras vidas. Para el reconocido guionista norteamericano, Robert McKee, así como para el director teatral argentino, Jorge Eines, esto no se trata de un mero entretenimiento. Según sostienen, el público no busca desconectarse de la vida sino todo lo opuesto. Nos identificamos con un personaje en medio de un mundo alternativo, escuchamos melodías que nos evocan múltiples sensaciones y nos conmovemos entre las líneas expresivas de un poema. ¿Todo esto para qué? Pues para explicarnos esto que se llama vida. Reafirmamos valores, reflexionamos sobre nuestra existencia, cuestionamos nuestra sociedad y sobre todo adoptamos una postura crítica a lo que nos rodea. Nada de esto es tangible ni medible cuantitativamente. Pero sí podemos comparar la enorme diferencia con aquellos países que sí apuestan por la cultura. La exclusividad no la tiene el primer mundo, ni potencias de gran poderío económico. Solo es cuestión de voluntad política de los gobiernos. Ejemplos cercanos de esto son Brasil, Argentina, Colombia, Uruguay, Cuba, entre otros. Siempre hemos escuchado que el Perú es un país pobre como si eso fuera una excusa para el abandono. La mayor pobreza, que invade a todos los estratos sociales, es lamentablemente la pobreza cultural. Grave error es pensar que con la llegada de los más destacados megaconciertos internacionales, ya hemos satisfecho las necesidades culturales de nuestra sociedad. *Título sacado de libro de cuentos de Woody Allen.